5. La Muerte
En la fría esencia de lo Azul hallarás el hielo indestructible que libera del dolor y la esclavitud. Si mas dentro de tu corazón al dolor congelases, entonces vieses el Símbolo que los eternos y helados espejos glaciares reflejan para tu Espíritu. Debes entender la azul y helada naturaleza del agua que ya no solo siembra vida, sino también la eternidad de piedra. Será y lo verás, tu corazón el reflejo azul del Símbolo verá en los glaciares del Espíritu...
Rowena de Suabia, Epicus Tabula
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Los años pasaron, y también mi vida. Treinta rosas más una, todas escarlatas y con púas de trinchera en vez de espinas de tallo. La Obertura 1812 de Piotr Ilich Tchaikovsky suena entre las paredes de mi habitación mientras deambulo entre mis recuerdos. Tchaikovsky me habla de revoluciones y yo me pincho con las treinta rosas más una. Cada una representa un día del mes de noviembre del 2005, más un día adicional. En treinta días y uno extra, mi vida sufrió una insurrección digna de proyectarse sobre la Obertura 1812. Un ruso, ¡cierto!, Tchaikovsky era ruso al igual que Vladimir Nabokov y Serguéi Eisenstein; un músico, un escritor y un cineasta, respectivamente. Se labran las palabras sobre los surcos híbridos de mi mente, cada una sale adornada de una rosa y se desliza por ranuras que jamás quise tener. Pareciera que mi eje carismático se condenó a sí mismo a exhibir un anhelo teatral por Rusia; por el Palacio de San Petersburgo, el Kremlin de Moscú y las cascadas de Soschi; por las dachas a orillas del Volga, las coníferas de Siberia y los puertos de Vladivostok. ¿No es acaso la más paranoide paradoja jamás concebida? Un boliviano hibridado al estilo francés con nostalgia de Rusia, Napoleón se querría cortar un testículo si me leyera; ¡bah!, a ese masón le haría masticar agua de tenerlo en frente, era malo para pelear a puño limpio. ¡Al carajo con Josefina y María Luisa!
Recuerdo aquel día como si fuera ayer, un 14 de noviembre de 2005. Yo estaba aturdido luego de un largo mes de decepciones y dolores profundos. Ser un solitario muchacho de 19 años sin esperanza alguna de conocer el sexo ni el amor es muy abrumador, por muy ridículo y absurdo que eso suene. Salía de mis clases; ¿clases?, sí, primer año de Comunicación Social en la Universidad San Francisco de Asís. El día fue un poco pesado, me tocó llevar la cátedra de Teoría de la Comunicación I. Había expuesto el esquema de la Comunicación Lineal de Harold Laswel. Mi mochila estaba atosigada de libros, películas, CD's de música, etc. Vladimir Nabokov me contaba historias enfermizas en su libro "Lolita". Serguéi Eisenstein y su "Acorazado Potemkin" me acompañaban en un DVD, me gusta mucho esa película a pesar de ser muda y constituir una pieza de propaganda comunista (putos comunistas, cagaron a Rusia). Mi walkman hacía retumbar mis tímpanos al ritmo de Tchaikovsky. Obertura 1812, apasionante. Invoqué a tantos rusos ese día que el karma había decidido recompensar mis dadaístas esfuerzos con algo de noticias relacionadas a una súbdita rusa que me esforzaba por olvidar.
Fui al colegio del que me gradué, el Instituto Americano, para visitar a mis antiguos maestros de música (como olvidar a Waldo y Cipriano Rodriguez, los mejores maestros de música que conocí). Me presté un piano para practicar algunas canciones que debía tocar con mi banda: "Forever Love" de X Japan y "Proshtie ya lyubov" de Fabrika. Al cansarme de esos temas empecé a tocar el último movimiento de la obra "El Lago de los Cisnes". En mi vida solo oí a una pianista que tocaba la obra como debía ser tocada. Recordé a Diana, su belleza, su talento, la admiración que le tenía hace tanto tiempo.
Es conveniente mencionar que no me gradué con Rodrigo y los demás. Luego del tremendo problema de Carnavales, en 1999, me retiré del colegio. Había una razón simple: sufría demasiado allí. Así que expandí mi vela, giré el timón y cambié de puerto. Juré no volver a hablar con Rodrigo y sus amigos, ni con Alan, ni Sergio, ni con nadie de aquel colegio. La mayoría de mis recuerdos de aquel lugar eran demasiado amargos para conservarlos. Mi presente apestaba, no preguntes porqué, y mi único anhelo era salir de allí. ¿Sabes cuál era mi gran dolor?, no, claro que no, esa pregunta, aunque retórica, es totalmente estúpida, yo soy un estúpido. En fin, mi gran dolor es que, como muchos, yo también estaba enamorado de Diana, pero ella tenía a quien amar y yo no tenía la menor esperanza con ella, con nadie. A mis 19 era un muchacho abandonado de toda ilusión, castrado, andropáusico y obsesionado con el celibato involuntario (como la mayoría). Lo era incluso antes y por eso me fui, pero creo que no me alejé lo bastante, tarde me di cuenta.
Tocaba con tranquilidad, sí, la música. Aprendí a tocar piano únicamente para poder estar a la altura de Diana y Rodrigo, vaya intento patético. Me fui sin ella, pero me quedé con el piano y la música; es un placebo de mucho lujo. De repente, la puerta se abrió. Habría jurado que era mi maestro de música, seguí tocando. Terminé mi interpretación y luego volteé para preguntar a mi profesor su opinión de mi técnica, quizá esperando algún cumplido que consuele mi atormentado ego y apacigüe el patetismo de mi amor propio. La persona no era mi profesor.
Me pregunto qué cara habré puesto en ese momento, porqué en mi interior había un holocausto de proporciones bíblicas. Sus enormes ojos negros escrutaban todos los rincones de mi ser. Dos ópalos gélidos, incandescentes de fuego frío. Me perdí en esas gemas maravillosas. Noches de Egipto, el Nilo, Isis, los Faraones, los juramentos, la arena infinita. Ojos de halcón etéreo, creado por un alquimista de antimateria, dedicado a generar la fascinación de los mortales. Con mucho esfuerzo pude librarme del embrujo de su mirada, pero cuando mi retina abrió su ángulo de visión me encontré con un rostro tan fascinante como los ojos a los que pertenecía. Piel blanca, cabellera oscura, labios perfectos, deseables, irresistiblemente entreabiertos. Posiblemente, si hubiera bajado más la mirada habría tenido la erección más fértil de mi vida.
Pasada la impresión de los primeros segundos, el recuerdo del contorno me reveló la identidad de la persona que miraba. Ella era un fantasma del pasado, alguien a quien no quería volver a ver.
—Ro..., ¿Rocío?
—Hola, Gaburah —sonrió.
—¡Qué haces aquí!
—Tranquilo —se acercó un poco—, tu profe de música era amigo de mi mamá, él me dejó entrar. Te andaba buscando desde hace unos días, mas bien te encontré.
—Pero, ¿cómo supiste que estaba aquí? —suspiró un poco.
—Intuición femenina —me quedé paralizado—. ¿Podemos hablar?
—A... ¿ahora?
—Sí, pero no aquí. Vamos, te invito un café.
Caminamos un poco, en silencio, ella se enganchó de mi brazo y salimos. Fuimos a una cafetería del Prado, ella pidió un café expreso y yo un capuchino. Implorando por una bocanada de nicotina, me puse un cigarrillo en la boca, quise prenderlo, pero me temblaban las manos y antes que me diera cuenta, Rocío ya me había ofrecido fuego. Prendí el cigarrillo de prisa.
—Bueno, dime de qué quieres hablar —trataba de ser frío, de ocultar mis ansias por irme. Rocío me miraba, resultaba imposible sostenerle la mirada.
A pesar del tiempo sus ojos no habían cambiado, siempre sentí miedo mirarle de frente, creo que jamás superaré ese temor.
—¿No vas a preguntarme cómo me ha ido en estos años?
—No me interesa saberlo. Hagámosla corta, vamos, dime qué quieres —las viejas heridas se volvían a abrir, debía irme.
—Rudo, grosero, violento, hostil. Has cambiado mucho, y me agrada eso —me hizo atorar con el café.
—Pero tú no has cambiado nada, sigues siendo igual de impertinente.
—No, ahora soy más impertinente.
—Vamos, Rocío, date prisa, habla de una vez, no tengo mucho tiempo.
—Bueno, ya que estás apurado, iré al grano —suspiró un poco y bebió algo de su café—. Un viejo amigo necesita una mano, y tú puedes dársela.
—Viejo... ¿amigo?
—Sí, creo que entiendes a quién me refiero.
—Carajo, no estoy para sutilezas, de una vez hablá —empezaba a desesperarme, el encuentro me resultaba muy incómodo. Ella suspiró con dolor y prosiguió
—El Rodrigo está muy enfermo —un diluvio de emociones caía sobre mí al momento que ella lo dijo.
—Ese cabrón está en Francia, además, ¿qué tiene que ver eso conmigo?
—Ay, Gaburah. Él no se fue, sigue aquí. Dijo que quería entregarte una cosa importante si es que algo le llegaba a pasar.
—Mira Rocío, en primer lugar, si él quisiera algo de mí me habría hecho llamar con su madre, la que a su vez se habría puesto en contacto con la mía para decirme que lo visite. Y en segundo lugar, jamás lo visitaría. Dime por qué diablos debería creer que te envió a ti para convencerme de darle encuentro.
—¿Crees que miento?
—No, creo que estás jugando conmigo. La familia de Rodrigo, mis tías y primos, se fueron hace tiempo a Francia. Jamás volvieron a llamar. Deben estar bien, supongo. Además, así mi primo te hubiera enviado para convencerme de encontrarnos, ¿acaso piensas que eso cambiaría los hechos? Antes me ignoraban, Rocío. Me tenían lástima, ¿y ahora, luego de todos sus insultos a mi precario amor propio, resulta que quieren mi ayuda? No, no voy a jugar de nuevo ese juego ridículo...
—La Diana también necesita que hagas esto —me quedé sin habla—. Sé que has estado enamorado de ella toda tu vida. Si la amas de verdad, hazle este favor. Ve a visitar al Rodrigo, por favor —decía mientras me tomaba de las manos.
—Y todavía tienes el descaro de pedirme eso —repliqué con indignación, sentía que me ahogaba de la rabia—. Si mi primo hubiera regresado al país, yo me habría enterado por mi famila, no por ti. Cuál es tu juego, ¿eh? ¿Tan difícil les resulta aceptar que quiero olvidarlos, olvidarlo todo?
—El olvido no está hecho para tí —mi corazón empezaba a acelerarse—. No te engañes, Gaburah. ¿De qué huyes?
—Del pasado.
—Tu pasado es tu pasado, jamás te abandonará. Sé que no me crees, pero tu primo no puede ponerse en contacto con tu familia ni con nadie aparte de ti. Está solo y te necesita.
—Me vale tres hectáreas de verga, que llame por teléfono.
—No puede.
—Entonces que me mande un correo.
—No puede escribir. Debes verlo personalmente.
—Pero yo no quiero verlo a él.
—Por favor, Gaburah. No seas tan severo. Hay cosas que hemos vivido y tú...
—¡No quiero saberlo! —me negué exaltado, llamando la atención de la gente que estaba a nuestro alrededor, cosa que muy poco me importaba—. Ya basta de que estés queriendo mamarme, no soy teta; los asuntos de mi familia no son tu problema, Rocío. Ustedes lo han tenido todo, no tienen derecho a pedirme nada. Menos el pelotudo del Rodrigo.
—Por los dioses, Gabu, no te estoy queriendo obligar a nada. No he venido a hacerte sentir mal, no necesitas estar a la defensiva conmigo. Sé que te sentiste muy ignorado, despreciado, pero jamás fue así. Nosotros te considerábamos nuestro amigo.
—Me tenían compasión y yo jamás les pedí su piedad.
—Te equivocas, no era compasión. Eras importante para nosotros, lo eras para la Diana y te extrañamos cuando te fuiste —no sabía qué decir—. El Rodrigo te buscó tanto luego que dejaste el colegio y tú siempre te negaste a estar con él, es tu primo, Gaburah, tu familia. Dale una oportunidad, dátela a ti mismo, a nosotros —la confusión me estaba generando una jaqueca.
—Bien, suponiendo que acceda a visitarlo. Dónde está el Rodrigo, ¿en un hotel de lujo? O acaso está en la casa de la Diana recordando viejas noches de pasión en su útero —Rocío sonrió y me pasó un papelito, llevaba una dirección. La miré brevemente y de inmediato reconocí la calle—. Oye, ¿que no es ahí la clínica mental de Miraflores? —ella asintió con dolor—. Pero qué mier..., ¿qué rayos le pasó al Rodrigo?
—No le digas a nadie sobre esto, menos a tu familia. Por ahora solo ve y habla con él. Luego tendrás más detalles —dijo y se retiró. No podía creerlo, ¿clínica mental? Reaccioné con mucho esfuerzo para darme cuenta que la muy pendeja se fue sin pagar la cuenta. (*Nota: el cuento se desarrolla en Bolivia, lugar donde el término 'pendejo' significa 'astuto' y no 'idiota', como en México, o 'joven', como en Argentina)
Luego de aquel encuentro no dormí bien por una semana entera. No estaba seguro de cuán conveniente sería ir o no a esa clínica. Sentía que aquella visita de Rocío podía ser alguna especie de broma pesada o alucinación, no le daba crédito a lo ocurrido, por lo que mantuve la reserva del hecho como una anécdota anónima, indigna de ser compartida con nadie. Al menos así fue durante el tiempo que la inseguridad menoscababa mi mente; y es que en verdad no tenía sentido. En teoría, Rodrigo se había marchado a Francia a finales de 1999, no debería haber estado en La Paz.
Mientras los días se iban consumiendo, los devaneos de mi mente se convertían en una auténtica celada depresiva en compañía de rones y vodkas. Supongo que era un muchacho demasiado imbécil y egoísta en aquel entonces. En efecto, fueron aquellos días en que adquirí el alcoholismo tan característico que acompañó mis letras y partituras por años. Es más, incluso mi música me sabía insípida. No me sentía merecedor de nada. Quería pertenecer a algo, pero no pertenecía a nada. A pesar de los largos años que pasaron desde aquel entonces, la idea de afrontar los fantasmas de la frustración me aterrorizaba. Pero necesitaba sentir que mi mera existencia tenía algún propósito. Y es aquí donde pediría al lector comprender mi posición. Era muy joven para entender lo estúpidos que eran mis razonamientos. Sin embargo, bendita sea esa estupidez, pues tan profundamente caló mi necesidad de pertenencia que al final decidí visitar a mi primo. Si todo iba a ser una broma, al menos quería caer en ella con una pizca de dignidad.
El día que fui a la clínica, toda clase de dudas asaltaron mi mente. No tenía la más remota idea de qué clase de panorama encontraría. Quizá todo sería una pérdida de tiempo, pero existía la posibilidad de que, en realidad, el destino tuviera un plan mí. Entré con recelo.
—Buenas tardes —saludé a la recepcionista—. Busco a un paciente, se llama Rodrigo Torrico —la mujer me miró con desconfianza.
—¿Es familiar?
—Sí, soy... —no tenía más remedio que admitir la verdad, aquello que me negaba a aceptar—: soy su primo.
—Lo siento, el paciente solo puede recibir visitas de familiares de primer grado.
¿Paciente? Había un Rodrigo Torrico en aquella clínica. Entonces era cierto, mi primo estaba internado.
—En verdad necesito verlo.
—El paciente tiene las visitas restringidas.
—Déjelo pasar —intervino un hombre de bata blanca; evidentemente, un médico. Era alto, de ojos dormilones, complexión sólida y expresión gentil.
—Claro doctor.
Firmé unos papeles, dejé mi carnet de identidad y el médico me condujo por los deprimentes pasillos del sanatorio. Jamás había estado en un lugar tan lúgubre como aquel. Se sentía la profunda pesadez de la atmósfera del lugar. Olía a viejo, a medicamentos, a desesperación. Ecos fantasmales me rodeaban cual casa embrujada en una apoplejía espectral. Era un poltergeist de demencia, de humanos que fueron dejados allí a merced de sus demonios. No existe nada reconfortante en un asilo mental, solo abandono.
—Así que usted es Gaburah Michel. Su primo lo ha estado esperando ansiosamente.
—Dígame, doctor... —miré su identificación— Siegnagel, ¿qué es lo que mi primo tiene?
—Creo que no soy el indicado para darle explicaciones. Solo le pido que no vaya a impresionarse —comencé a ponerme muy nervioso.
El cuadro que me recibió al entrar al cuarto de Rodrigo era impactante. Todo blanco, una cama impecable y varios aparatos rodeándola. Allí yacía él, sus ojos ya no tenían luz, estaba totalmente desnutrido, pálido, ojeroso; el cabello se le estaba cayendo. Tenía un suero conectado al brazo, era patético. Me tapé la boca para no gritar, no imaginé encontrarme con algo tan horroroso, no lo comprendía. Rodrigo era un chico muy saludable, deportista, talentoso, ¡cómo pudo acabar tan mal!
—Gaburah —me llamó con voz débil, casi moribunda.
—Por amor a la Virgen, Rodrigo, ¡qué carajo te sucedió!
—Nada a lo que no haya estado destinado —me aproximé, recorrí una silla y la acerqué a la cama.
—No imaginaba encontrarte así.
—Había perdido la esperanza de verte de nuevo, primo; te esperaba..
—¿Y tu mamá, tu familia?, ¿dónde están los otros primos, mis tíos?, ¿por qué no están contigo?
—Luego te enterarás. Debes saber muchas cosas.
—Es que..., no puedo creerlo —empezaron a darme ganas de llorar.
—No te sientas mal por mí, pronto tendré mi justo descanso, pero no puedo irme sin terminar de resolver algunos asuntos. Escucha muy bien, tengo una misión para ti. Pásame aquella caja —me señaló un contenedor de cartón. Yo se la alcancé con cuidado—. Esta caja contiene varias cosas, mi diario, mis escritos, mis partituras y otras cosas que necesito que tengas —asentí—. Tú eres el único que puede cumplir esta misión. Lo que quiero que hagas es que narres en una novela lo que escribí. Sé que escribes bien, debes publicar un libro con esta historia, debes grabar los temas que registré en las partituras, debes... —una tos seca lo interrumpió.
—Tómalo con calma —le dije, me sonrió.
—"El Arco de Artemisa" debe ser expuesto. En poco tiempo recibirás algo de ayuda de un camarada que los Dioses enviarán en tu auxilio. Debes leer..., debes leer las cartas de Belicena Villca. Debes continuar la misión hiperbórea de nuestros ancestros. Yo ya no puedo hacer mucho más, mi tiempo se agota —se empezaban a desprender algunas lágrimas de mis ojos—. Júrame que publicarás mi historia, Gaburah.
—No lo comprendo, dime porqué me elegiste. Hay cientos de escritores que lo harían mejor que yo, yo no soy un escritor, tan solo soy un pianista fallido. Ni siquiera merezco estar vivo.
—Eso no es verdad —puso su mano sobre la mía—. Hay muchos escritores, es cierto, pero ninguno ama a la Diana tanto como tú —no podía ni tragar mi saliva—. Eres el único que puede. Por eso voy a rebautizarte. Gaburah Michel, ahora eres Gaburah Lycanon. Te heredo mi nombre y designo al tótem del lobo para guiarte. Como lobo, serás fuerte en la soledad y solidario en la manada.
—Rodrigo, estarás bien.
—Claro, Gaburah. Estaré muy bien. Ahora, júrame que escribirás mi historia, ¡júralo! —suspiré para darme fuerzas.
—Lo juro, Rodrigo, escribiré tu historia.
—Gracias, sabía que podía confiar en ti —hubo un breve silencio.
—¿Qué te pasó?... ¿cómo acabaste así?
—Eso, estimado primo, lo leerás en mis memorias. Esa caja lo contiene todo, absolutamente todo.
—Rocío, ella...
—No te preocupes, olvídate de los demás.
—¿Qué pasó con la Diana?, ¿por qué no está aquí, contigo?
—Diana... —se le escaparon algunas lágrimas—. La verás cuando llegue el momento. Dile que estoy bien y que al fin encontré mi descanso. Dile que la amaré siempre y que desearé ardientemente que regrese al Origen.
—No Rodrigo, no hables como si no fueras a mejorar —pero no iba a mejorar.
—No estés triste, primo. La mayor gloria de todas es saber que una muerte digna te espera al final de la ilusión de la vida. Lo único que haré será despertar de este sueño al que llaman: "vivir". La vida es una ilusión, la mía fue una Visión de un Sueño de Amatista. Te estoy heredando esa visión para que la escribas, para que la vivas y para que la comprendas. Aprende a vivir, aprende a morir. Descubre el engaño y lucha por ser libre. La única forma de salir de la prisión, es luchando —tosió de nuevo, respiró con esfuerzo y prosiguió—. Llegará el día en que tú también habrás de despertar; un sueño que jamás se termina, tarde o temprano se volverá triste. Ya sufriste todo lo que debías sufrir, creciste, te enamoraste, ahora debes liberarte. Tú eres el último eslabón de la cadena, en tus manos está vivir el último capítulo de esta historia. El final es para ti, la hoja en blanco que dejé para que tú la vivas y la escribas. Aunque todos los Gólen de la Tierra te persigan, nada doblegará tu voluntad. Avanza siempre, sin piedad, sin temor ni pena. Enséñale a tus lágrimas a reír, vive consciente del sueño, muere con honor. Estudia mucho, solo así notarás que el conocimiento ilimitado es glorioso hasta que obtienes entendimiento ilimitado. Toca el piano, toca y toca, interpreta las melodías que yo ya no podré. Regálale a la Diana una sonrisa. Haz de ti mismo el guerrero que todos necesitamos que seas. Por la Diana, por la Rocío, por el Gabriel, por mí.
—No puedo... —mis lágrimas se convirtieron en un llanto desmedido— Me pides algo para lo que no me preparé. ¿Cómo puedes esperar que escriba una novela si ni siquiera puedo terminar un cuento? ¿Cómo puedes pedirme que toque tus temas si no soy capaz de tocar ni los míos? Rodrigo, soy un inútil
—Confía en tu fuerza, Gaburah Lycanon. El mayor secreto del mundo es que todos somos Dioses. Tú también eres un Dios, busca esa divinidad en tu Ser, en tu YO. No te lamentes más. Entiende que el dogma es una prisión, pero para salir de tal prisión no existe otra herramienta que la propia prisión. Para salir del pensamiento, debes pensar hasta dejar de pensar. Para salir del sentimiento debes sentir hasta dejar de sentir. Nadie abandona lo que no lo aprisiona. Y tu dolor es así. Usarás al dolor para dejar el dolor, porque solo el dolor tiene la llave de salida de sí mismo
Por mucho que me esforzara, las palabras de Rodrigo me resultaban incomprensibles. Me sentí avergonzado de mi propia estupidez.
—Haré lo que pueda, pero no sé si lo haré bien.
—Yo estoy seguro que lo harás muy bien —sonrió un poco, con gran esfuerzo—. No esperes más el amor, Gaburah. Porque ese amor al que aspiras, no existe. No te atormentes más, pelea.
—Ro..., Rodrigo. Júrame que nos veremos de nuevo —me miró, lleno de determinación.
—Te juro por Artemisa, Gaburah Lycanon, que ésta no será la última vez que nos veamos. Un buen día, tú, la Diana y yo nos sentaremos y tocaremos juntos el piano.
—Cumple tu juramento, o no te lo perdonaré.
—Lo cumpliré. Solo una cosa más, no le digas a nadie que estoy aquí. Ni a tu madre, ni a tus abuelos, ni a nadie.
—Pero Rodrigo, por qué. Si estás tan grave de salud lo lógico sería que al menos los famliares tuyos que aún quedamos cerca te visitemos. ¡Carajo! ¡Tu madre! Dónde está tu madre. Esto no tiene sentido. ¡Cómo es posible que te hayan abandonado en este estado!
—Las respuestas las hallarás en mi diario. Pero hasta que hayas terminado de leerlo quiero que me prometas que no le dirás a nadie que estoy aquí.
—No sé si podré cumplir esa promesa.
—¡Promételo!
—Está bien, está bien. No se lo diré a nadie.
—Gracias Gaburah. Ahora vete, ya casi es hora de mi medicina —sujeté su mano con fuerza, para despedirme, tomé la caja y empecé a alejarme— ¡Gaburah! —volteé— Fuerza y honor —me dijo Rodrigo.
—Fuerza y honor —respondí por acto reflejo.
La caja que Rodrigo me había dado tenía varias cosas. Una libreta llena de anotaciones, varios manuscritos, muchas cartas, fotografías y filmaciones de Rodrigo con sus amigos, fotocopias, recortes de periódico, partituras, casettes con grabaciones de música clásica y romántica (coincidencia o no, hallé dos álbumes de X Japan entre ellos), mapas, piedras cuidadosamente talladas (habían runas en ellas), dibujos hechos a carbón y lápiz, lienzos, direcciones y varios policopiados. Entre ellos había uno que que llevaba por título: "El Arco de Artemisa". Estaba dividido en tres: "Prefacios de Batalla", "Los Doce Misterios" y "Amor Eterno", parecía un intento de novela. También había otros textos que titulaban: "El Misterio de Belicena Villca" (disponible en Wattpad por medio de la lista de lectura de 'universo expandido' en este perfil) y "Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea". Al fondo de la caja yacía una hoja con un gran título en medio: "La Lira de Apolo" y una nota manuscrita cerca del título que decía: "tú decides qué hacer".
Estuve revisando los materiales por varios días. Entré en un fuerte shock cuando leí las memorias de Rodrigo y su intento de novela. Su música era deliciosamente delicada. Incluía las partituras originales de las composiciones de Diana, casi tuve un infarto cuando reconocí su exquisita caligrafía. Los dibujos eran maravillosos: retratos de Rodrigo, sus amigos, incluso algunos óleos pequeños de Diana, todos firmados bajo el nombre de "Vairon" en la parte posterior. Los mapas tenían ubicaciones de varios puntos de Bolivia, Francia, Alemania, Rusia y Egipto. Los recortes eran de noticias tales como asesinatos y eventos aleatorios, el único evento que reconocí fue la riada en La Paz de febrero del 2002. Las fotografías eran de Diana en su mayoría, muchas tomas que, probablemente, Rodrigo hizo de ella a lo largo del tiempo. Era notorio que les gustaba jugar con la cámara (como déjà vu premonitorio de Instagram). Habían varias direcciones de La Paz, Cochabamba, Santa Cruz, Moscú, San Petersburgo, Berlín, Münich, París, Nantes, Marsella, El Cairo, Alejandría, Rosario y Buenos Aires. La base de la caja ocultaba una carta sellada que decía: "no abras esta carta hasta que termines de examinar todo el contenido de la caja". Respeté la petición de Rodrigo. Su carta me causó un profundo dolor, no pienso transcribirla, pero me pedía algo muy delicado en la carta, algo que contaré en otro momento, en otro Episodio.
Cuando terminé de examinar todo lo que había en la caja entendí la razón por la que nadie debía saber la ubicación y estado de mi primo. Era de vital importancia que se mantenga oculto. Así, según sus instrucciones, traté de dar cumplimiento a mi promesa. Buscaba la forma adecuada de escribir la historia de Rodrigo, no iba a ser fácil. Aunque estuve presente en muchos de los hechos que Rodrigo narraba, habían otros de los que jamás me había enterado. La alucinante visión de Rodrigo me causó más de un tormento, era demasiado para mí. Apenas lo soporté a fuerza de alcohol e hígado.
No pasaron muchos días cuando recibí la visita de unos policías de la PTJ (PTJ = Policía Técnica Judicial. El desaparecido cuerpo policial, antecesor de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen "FELCC"). Tocaron el timbre, abrí la puerta y me dejaron una citación para declarar ante la Fiscalía. La fatal noticia que tanto temía llegó de manera frígida: Rodrigo había fallecido la noche anterior. Fui la única persona a quien se le avisó del deceso. Por absurdo que pueda sonar, la policía no notificó a nadie más de mi familia sobre el fallecimiento. Quizá aquellos policías tenían cierta complicidad con la situación que Rodrigo me había expuesto mediante su diario.
El día de mi declaración los agentes me interrogaron bastante, al parecer yo había sido la última visita que recibió Rodrigo en la clínica. ¿Y su familia?, te preguntarás. Al parecer todos habían desaparecido de forma repentina, nadie volvió a verlos desde el 2002, abandonaron a Rodrigo en aquella clínica. ¿Y cómo es que no lo supe antes si era mi primo?, esa es otra historia que no pienso contar ahora.
El interrogatorio fue penoso, así como la investigación que sobrevino. Creo que la Policía sospechó de mí por un tiempo, pero pronto se dieron cuenta que yo no había sido responsable de su muerte. Era evidente que los agentes no me creían capaz de las atrocidades que le hicieron a Rodrigo en aquella habitación. Así es, Rodrigo fue asesinado de una forma tan monstruosa que solo un demonio brutal podría haberlo hecho. No ahondaré en los detalles de su muerte durante este Episodio, diré poco sobre eso, me lastima el solo rememorarlo.
La noche de su muerte, la última enfermera había revisado todos los pabellones antes de apagar las luces. Debía revisar a todos los enfermos cada cierto tiempo, pero se quedó dormida poco después de la media noche. Era muy raro que la venciera el sueño, se trataba de una enfermera con quince años de experiencia. Nadie vio ni oyó nada hasta que, a las siete de la mañana, se escuchó el grito horroroso de la enfermera cuando entró al cuarto de Rodrigo. Lo que sus ojos vieron era imposible, inexplicable, infernal. Rodrigo estaba clavado en el techo con estacas de oro en cada extremidad, muerto hace ya varias horas. Su cuerpo delataba torturas innombrables. Ni los más enfermos del sanatorio eran tan sádicos y fuertes como para provocar tales laceraciones, resultaba casi imposible reconocer el cadáver. La única evidencia fue un collar de oro que Rodrigo tenía colgado, llevaba grabada la figura de un trébol de cuatro hojas, un árbol de granada, una estrella de David y unas inscripciones hebreas.
El monstruoso crimen fue investigado por poco tiempo, al cabo de unos meses la Policía cerró el caso. Pasó otro tiempo y el asunto fue olvidado por todos, o casi todos. Mas yo jamás podría hacerlo, ni los camaradas que luego encontré en el camino. Sin perder más tiempo, puse manos a la obra y me dediqué a cumplir mi juramento. Las cosas pasaron tal cual mi primo me dijo que sucederían, unos años más tarde me encontré con Ursus de la Vega y Lupus Felis, personas que me enseñaron todo lo concerniente a la Sabiduría Hiperbórea. Su guía fue (y es) indispensable para que continúe la misión que Rodrigo me dejó.
El mismo día que supe de la muerte de Rodrigo, en mi computadora, hice sonar la Obertura 1812 de Tchaikovsky, encendí un cigarrillo, me serví un vaso lleno de vodka para ahogar el llanto y me propuse escribir. Y eso mismo hice, aprendí aquella noche a escribir mis propias crónicas. Destiladas de vodka, ahogadas de humo y lágrimas, llenas de anhelos por un amor imposible. Solo ahora soy realmente rudo, violento y hostil, un dardo cargado de hielo. Hay treinta rosas, más una, clavadas sobre mi cuerpo, y decidí escribir con arte. ¡Oh Virgen!, en verdad hoy quiero escribir con arte. Quiero escribir en estado de encantamiento, con pasión. Quiero escribir con amor, usar mi sangre como tinta y las espinas de las rosas como pluma. Mi hoja blanca y nívea serán los vestigios nostálgicos en mi Espíritu, recuerdos de días maravillosos en mi Aldea Original. Necesito sentir esa divina inspiración que solo los paganos pueden percibir, mirar al cielo engañoso y llenar mi corazón de fuerza, honor y amor. Iniciar un motín en las mazmorras de mi alma, una Revolución armada contra los patriarcas de mi cárcel. ¡Qué Artemisa me oiga gritarlo!, mi gran pasión no fue Afrodita, sino ella misma en mí. ¡Qué se resuelvan las armonías más perfectas de esta partitura!, que mi Gran Obra de arte es la que aún no he compuesto. Yo, un despreciable despojo de hombre, hago el arte más maravilloso con amor, con anhelos de libertad y revolución, con la profunda dignidad del mártir que se rehúsa a morir y sigue luchando por sus ideales. Soy lo que Ellos odian, y les haré sentir el verdadero terror a la libertad que Ellos tanto aborrecen. Si he de elegir, mil veces gritaré que prefiero vivir un solo día como lobo que una eternidad como cordero, éste es mi hado propicio. Mierda, pero qué pretencioso...
Me he quedado sin aire. Pero regresemos a 1999, al diario de Rodrigo. Pues bien, el manuscrito estaba bastante desordenado, concluí que la única forma de escribir la historia era narrando las cosas desde las percepciones de los protagonistas; así que diagramé y reescribí las memorias de Rodrigo y sus amigos con toda la disciplina mental que mi putrefacto cerebro puede destilar. Me tomó mucho tiempo, lágrimas, sangre y alcohol. Dejaré que ahora sea Rodrigo quien narre un poco de su propia historia, claro, cernida por mi lente para hacerla comprensible..., mientras se quedan con él, yo me iré por una botella de vodka, tengo sed de olvido.
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