4. Pleitos bizarros
Más allá de las nubes, más allá de las estrellas, más allá de todo lo creado; existe el reino donde los Espíritus son libres y no existen cadenas. No hay dolor ni muerte, no hay temor ni incertidumbre, no hay Creador ni demonios; solo existe honor, A-Mort, voluntad, valor, verdad y virginidad. Fue en aquel reino, en tu Aldea de Origen, donde retrataste su rostro y aún hoy, en esta condena del mundo material, la recuerdas y la sigues amando...
Qhawaq Yupanki, Epicus Tabula
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Mis días de escuela fueron marcados por el recuerdo de las burlas de las que era sujeto todo el tiempo, eso si es que no me relegaban a la total indiferencia. Sin darme cuenta me había convertido en un ridículo despojo viviente, indigno de recibir trato humano. Para lo único que servía, según la forma de ver de mis compañeros, era para recibir bromas pesadas. Encontrar las hojas de mis libros arrancadas o mi mochila naufragada en orines era poco. Otras veces era más divertido culparme por las travesuras ajenas, llevándome a cumplir estúpidos castigos por desastres que jamás cometí. Todos me molestaban de forma muy incisiva —bullying—; sin embargo, habían otros que creían que yo, en realidad, era una persona. Rodrigo y sus amigos estaban entre ellos, aunque su benevolencia era a menudo una muestra de lástima. Entre tanto los demás eran lo que debían ser: "muchachos molestosos en busca de diversión". Yo me quedo con una frase de consuelo: "el único veredicto es la venganza, la revancha que se ha mantenido, no en vano, sino por su valor y veracidad. Y la confianza de reinvidicar a los vigilantes y los virtuosos; pues yo, como Dios, no juego a los dados y no creo en las coincidencias". Pero basta de tanta verborrea inútil.
Recuerdo que Gabriel tenía una forma particular de molestarme, pero sus bromas no me eran para nada ofensivas, sino me hacían reír. Él molestaba a todo el mundo y le gustaba bromear de cualquier cosa. Siempre le veía lo sexual a todo, o el lado ridículo y asqueroso, y a veces él mismo quedaba mal. Sin embargo, a pesar de todo lo payaso, detrás de sus bufonadas se ocultaba un dolor impresionante. Desde luego, eso solo se justifica cuando se conoce los antecedentes de tan dramático personaje.
Los padres de Gabriel tenían un matrimonio estable. Su padre era dueño de una importadora y su madre daba clases de alemán en un colegio particular. Era hijo único y tenía una vida que muchos podríamos envidiar, a excepción de un mal congénito del que me enteré mucho después. Su padre le pagaba costosísimos medicamentos, esperanzado en que se recuperara, caso contrario Gabriel perdería la vista. Ni sus amigos más cercanos sabían de sus problemas de salud, Gabriel no quería que le sintieran lástima.
Como dije, una gran fortuna viene acompañada de una gran amargura. Gabriel era un muchacho que trataba de vivir con alegría, pero en su intimidad lloraba todo lo que no se atrevía a llorar frente a los demás. El repentino crecimiento de Gabriel vino junto a su propia dosis de tormento: se había enamorado de su mejor amiga, Rocío. Pero para ella, Gabriel solo era un gran amigo que no podía pasar de esa delgada línea —friendzone—.
Gabriel y Rocío resolvieron sus dramas de maneras inauditas puesto que el día que les tocó enfrentar la tensión dramática ya tenían un cierto grado de entrenamiento en las artes de la Gnosis Hiperbórea. Ella demostró ser muy fuerte al soportar su infierno secreto de forma tan estoica, ya descubrirás a qué me refiero. Él mostró que podía superar sus dolores con la resignación del sufrimiento, aprendiendo a vivir a pesar de su salud. Pero más allá de eso, ambos tenían la especial condición del honor, un valor que hemos perdido por considerarlo impráctico.
A pesar de todo lo que estos chicos tenían que vivir, de forma privada, disfrutaban los momentos de verdadero sosiego que tenían con sus amigos. Era envidiable.
Hubo una ocasión en la que se citaron para estudiar juntos. Habría examen de Ciencias Sociales y Gabriel ofreció su casa para repasar los temas de la evaluación. Desde luego, lo último que Gabriel tenía en mente era estudiar, en realidad quería tener a Rocío en privado para poder declararse.
Rodrigo había sido el primero en llegar. Sin nada más que hacer, los dos muchachos se pusieron a jugar Nintendo para hacer hora. Malditos viciosos, no había quién los venza en Mortal Kombat, ¡ay si yo lo sabré! (Rodrigo wins; finish him!; sexuality). Ellas llegaron con media hora de retraso.
Estuvieron estudiando sobre los dioses griegos y romanos e hicieron buenas comparaciones con los Caballeros del Zodiaco para memorizarlos mejor.
—¡Ya te dije que Seiya no estuvo en la guerra de Troya! —le reprochaba Rodrigo a Gabriel.
—¡Él es un caballero de bronce, tuvo que estar ahí! —alegaba él, indignado.
—No pues, en serio; debes tener caca en la cabeza. Que parte de: "Seiya no existe", no captas. Es sólo un dibujo animado, ubicáte, gil.
—Nica, te apuesto que si buscamos en libros, fija lo encontramos.
—A ver changos, dejen de pelear y escuchen —interrumpió Rocío con expresión de sorpresa—. En la antigüedad, los griegos tenían muchos dioses. Aquí dice que uno de esos dioses era Artemisa. Ella era la diosa de la caza, de la Luna, del bosque, los animales salvajes, el embarazo y las muchachas jóvenes. La misma diosa, para los romanos, tenía otro nombre. Tal y como Zeus era Júpiter para los romanos, y Poseidón era Neptuno. Artemisa era... era... ¡Diana!
—No molestes ¿en serio? —preguntó Diana, escéptica y dudosa, Rocío asintió en silencio— déjame ver eso.
—¿Lo ves?, aquí está —le señaló el párrafo.
—¡Yaaa!, cierto había sido.
—¡Entonces eres la diosa de la Luna! —Gabriel irrumpió, emocionado.
—No digas babosadas. Mejor volvamos al capítulo —Rocío le bajó los humos, rompiendo la magia del momento—: aquí dice que la fiesta de Diana es el trece de Agosto y dice que en esa festividad, los esclavos no trabajaban.
—¿O sea que Diana liberaba a los esclavos y a los prisioneros? —pregunta tonta de Gabriel.
—Bueno, no exactamente, además creo que son lo mismo; pero...
—¿Lo mismo qué...? —la interrumpió Gabriel.
—Esclavos y prisioneros, pero te decía...
—¡Bien!, Diana es una diosa liberadora, igual que Atenea —trataba de explicar Gabriel, cortando la respuesta de Rocío.
—Artemisa es un bonito nombre, ¿o no? —comentaba Rodrigo.
—No me digan que ahora me llamarán así, con lo mucho que me gustan los apodos —protestaba Diana.
—A nadie le gusta, pero éste está bueno —Rocío trataba de animar a su amiga.
—Cierto, yo no creo que eso sea malo —dijo Gabriel— te podían haber dicho algo peor, como la diosa erótica, la kamasutra, la calienta-huevos, no sé...
—Gabriel... ¡eres un enfermo! —dijo Rodrigo, sonriendo, conteniendo la risa. Rocío se puso roja. Diana frunció el seño y bufó mirando a Gabriel con una seña de desaprobación.
—Saben, yo creo que nada en este mundo es por coincidencia —dijo Rocío—, si la Diana es Artemisa, además de que se llama así, debe ser porque ella guarda en su interior un gran poder o un gran secreto —afirmó, queriendo notar misticismo en su tono de voz, que bajó un octavo de lo normal. Y aunque nadie lo dijo, era evidente que el momento estaba lleno de una magia extraña y misteriosa.
—Quizá, pero esto me atemoriza un poco —Diana estaba un poco angustiada. Ella sabía que las coincidencias no existen, solo lo inevitable. Yo mismo lo aprendí de ella.
—Ya te lo dije Diana, conmigo jamás tendrás nada qué temer —le decía Rodrigo, con seguridad. Gabriel lo miró, sonriendo. Pero no era una sonrisa de apoyo, sino de incredulidad.
Al terminar de estudiar, Rodrigo y Diana se fueron juntos, dejando solos a Gabriel y Rocío. La primera parte del plan salió bien, pero la segunda, y más importante, no. Se habían puesto a jugar Mario Cart para distraerse un poco, era el momento de declararse y Gabriel así lo hizo. Por desgracia, Rocío tenía su corazón lejos de él, mirando hacia alguien que le resultaría imposible alcanzar. No tuvo más remedio que soltar la clásica y mundialmente famosa frase de rechazo: «me gustas como amigo». Tomó sus cosas y dejó solo a Gabriel. Ni bien llegó a la calle, se detuvo en una banca para tratar de calmarse. "¿Dónde, cuándo, cómo pasó esto?", esas eran las preguntas en la mente de Rocío. Mientras tanto, Gabriel aún seguía parado en el mismo lugar en el que Rocío lo dejó, con la mirada en el vacío. No había consuelo, no quedaba nada, solo los trozos de su corazón roto repartidos en el suelo.
Recuerdo perfectamente que había rumores de que a Gabriel le gustaba Rocío, las habladurías al respecto eran ya un argumento institucionalizado por la burla infantil incluso desde que estábamos en Primaria. Rocío tomaba los chismes como una broma mientras Gabriel trataba de tapar las malas lenguas con sus chistes morbosos para desviar la atención, siempre fue así. Por ello, cuando la confesión de Gabriel llegó, Rocío ya estaba preparada y tenía la respuesta de antemano.
Al día siguiente parecía que las cosas estaban narrando su normal proceder, a no ser por el breve pero notorio distanciamiento entre Rocío y Gabriel. Recuerdo que traté de indagar al respecto. Acompañé a Gabriel en el recreo e intenté convertirme en su catarsis. No me dijo nada con palabras, pero supe por sus expresiones que realmente estaba sufriendo. Sentí empatía con él y traté de animarlo jugando un breve partido de basquetbol, esa era mi manera de brindarle mi amistad. Cuando el recreo terminó me dio las gracias con un apretón de manos y volvió al aula. Mientras lo veía alejarse por el pasillo supe por un breve momento que la paz no es una buena acompañante para el amor. "¿Amor y paz?", ¡al carajo!, "amor y guerra", suena mucho mejor. Gabriel sostenía una guerra contra la amargura del rechazo, Rocío vivía su propia batalla contra la confusión. ¿Acaso eso puede ser paz?, yo creo que no.
En contraste a Gabriel y sus desdichas platónicas, Rodrigo era portador de una fortuna como pocos tenemos. Incluso los conflictos más peludos terminaban resolviéndose a su favor. Como en Carnavales de aquel año, cómo podría olvidarlo.
El colegio estaba organizando una farándula. La Dirección permitió al alumnado asistir con disfraces y la Promoción (en Bolivia, la Promoción lo constituye el último grado de secundaria; análogo a lo que en otros países se conoce como el último año de Preparatoria) se había preparado con todo para hacer que todos se divirtieran. No tenía muchas ganas de ir a la dichosa fiestita, pero fui de cualquier modo. No fue la decisión más brillante de mi vida, mas fue esa determinación la que me convirtió en parte de esta historia.
El ambiente de celebración era tremendo, todos corrían de un lado para el otro, jugando y riendo. Las cosas seguían su curso hasta que algo raro sucedió. Gabriel y Rodrigo llegaron corriendo, se veían muy agitados. De inmediato, llamaron al presidente de nuestro curso, un amigo molestoso que se llamaba Sergio, líder innato. Llegaron con la novedad del secuestro de Diana que estaban planificando los del octavo grado. Querían evitar que ella sea elegida Reina del Carnaval nuevamente, no tolerarían que un grupo de nenes de séptimo ostenten la autoridad que eso significaba. La chica que los representaba no era fea, pero no era la más mínima competencia para Diana; la chica de octavo grado fue elegida como candidata nada más por ser la hija de la profesora de Educación Física.
Se armó un escándalo impresionante. No queríamos quejarnos al Regente para no ser tildados de cobardes, pero tampoco teníamos muchas oportunidades de ganar si nos enfrentábamos a puño limpio. Ni qué hacer, fuimos a pedir ayuda a nuestro clásico rival: el curso paralelo.
El enemigo de mi enemigo es mi amigo, ¿verdad? Nosotros estábamos en el séptimo "B" y durante años habíamos tenido un gran antagonismo con los del séptimo "A". El presidente de aquel curso era Alan, otro destacado del ciclo: gran deportista, titular de su propio club de fanáticas, nostálgico y excéntrico, toda una fantasía femenina según me dijeron. Era un sujeto sobresaliente en los estudios y bastante silencioso, se hizo líder natural desde el primer grado de primaria pues él siempre tomaba la iniciativa en las acciones, entonces todos le seguían. Alan jamás le pedía a nadie hacer algo que él mismo no estuviese dispuesto a realizar.
Aunque fue complicado llegar a una alianza temporal, ambos cursos logramos apartar nuestras diferencias y nos pusimos a trabajar juntos. El plan ideado por los genios de ambos grupos era muy práctico: separar a los enemigos arrojándoles globos llenos de agua y atacarlos entre dos o tres, había ventaja numérica. Por otra parte, era necesario poner a Diana a salvo hasta que todo pasara. Pero nuestra reacción fue tardía, ellos ya la tenían atrapada.
Lo que debía ser una farándula tranquila y entretenida se convirtió en una masacre digna de las pandillas de Nueva York. Palos, patadas, puñetes, mordiscos, etc. ¡Delincuencia juvenil mis cojones!, antes de la época actual de corrección política posmoderna no había sabido de colegio alguno en el que no se hubiera suscitado algún incidente como éste. Luego de veinte minutos de batalla, el patio posterior parecía Normandía luego del desembarco. La ausencia de maestros o cualquier símbolo de autoridad había impuesto el imperio de la anarquía.
El más lastimado de la pelea fue Rodrigo, me sorprende que no le hayan triturado algún hueso. No exagero si digo que las peores palizas de la UFC o la MMA se quedan cortas al lado de lo que hicieron con él. Intentamos auxiliarle durante el combate, pero no lo logramos. Lo destrozaron entero, como a un pobre caballero del zodiaco, frente a la mirada horrorizada de Diana. Si no hubiera sido por Alan, quien logró rescatar a mi primo, yo creo que habría quedado bastante desfigurado —o muerto—.
Rodrigo fue llevado a la enfermería por los chicos del curso como un héroe. Incluso los presidentes de ambos paralelos, Sergio y Alan, mostraron su respeto ante la muestra de resistencia de Rodrigo; jamás había visto a alguien recibir tanto castigo. Mientras los demás defendían su permanencia en el colegio, abogados por Diana y Rocío, Alan se quedó con el héroe convaleciente para cuidarlo.
Uno podría imaginar cuidados de los amigos más cercanos a Rodrigo, pero no de Alan. Éste oscuro personaje tenía sus propias paranoias. Brazos marcados de cicatrices frescas, letras dibujadas a trazo de cuchillo sobre la piel, una sonrisa artificial, hojas blancas, lápices, carbones, enigmas. Alan era un sujeto tan "normal", que pocos hubieran imaginado la vida que llevaba o los oscuros secretos que ocultaba.
—Hasta que despertaste —le dijo a Rodrigo al notar que estaba recobrando la conciencia.
—Alan... —respondió, tratando de incorporarse, pero el dolor se lo impedía.
—No te levantes, aún estás mal.
—¿Qué pasó? —preguntó Rodrigo.
—Lo expulsaron al Pericles —perpetrador del secuestro— por lo que hizo, parece que lo enviarán a un reformatorio.
—Es cierto..., la pelea... —aún estaba aturdido.
—Pucha che... en verdad los golpes te "sacaron de órbita" —Alan bromeaba, tratando de hacer despertar a Rodrigo.
—¿Y la Diana? ¿Y la Rocío?, dónde están, ¿están bien? —preguntó con justificada preocupación.
—Ellas están ok. La Rocío había sido buena para los "queques", che. Se agarró a puño limpio con varones para rescatarte. Y la Diana, pues, está defendiendo a los chicos ante el Director, ahorita vendrá a verte y al Gabo también. Con la Rocío va a venir. Ya deben estar por llegar, estaban full angustiadas.
—¿Y tu gente?, ¿cómo está?
—Estaremos bien, no te hagas lío.
—Me duele un costado del cuerpo.
—Es que bien jodido te reventaron, gil. Pero relax, no tienes nada grave —dijo con cierta compasión en su voz—, además tu cara no se ve tan mal —recalcó entre risas, aunque eso no era del todo cierto.
—¿Y mi curso?
—Están bien, no les dieron tan duro como a vos y al Gabriel.
—¡El Gabo!, es verdad, ¿cómo está?
—Está durmiendo un cacho, pero está mejor que tú —Alan se apretaba los antebrazos—. Uta chango, nunca en mi vida vi a alguien que le sacaran su mierda tan feo como a vos, te dieron hasta por atrás, ja, ja, ja.
—Sí, ya lo creo. Siento como si me hubiera arrollado un micro —trató de responder con algo de risa, pero era muy doloroso reír.
—Antes que llegue la Diana quiero preguntarte algo —Rodrigo miró a su acompañante con curiosidad. Alan sentía humedad en sus muñecas, seguro las heridas se abrieron de tanto apretárselas.
—Dime Alan.
—¿Qué siempre hiciste para que la Diana se fije en vos? —preguntó con cierta intriga, tan espesa que se confundía con angustia. Sus cicatrices abiertas empezaban a arderle demasiado.
—¿Qué te hace pensar que se fijó en mí?
Estúpida pregunta.
—Ya chango, necesitas una píldora de ubicatex vos. No me digas que no te has dado cuenta —haciendo un esfuerzo sobrehumano, Alan trataba de mostrarse normal ante Rodrigo, ocultando su verdadero Yo.
—No capto. ¿Qué quieres decir? —Rodrigo fingió desconcierto, no pretendía hablar de ese asunto.
—No pues chango, hubieras visto cómo se portó la Diana mientras estabas inconsciente. Hasta ayudó a la enfermera a curarte. Era que veas, hermano. De bolas era como para dar envidia —¿sólo envidia?—. Hay full cuates que quieren con la Diana, hasta los de segundaria y todo, pero ella parece que con vos nomás quiere y la verdad me gustaría saber qué siempre hiciste.
—En bolas chango, es algo que ni yo mismo sé, quizás fue suerte nomás. Pero, en serio, no necesito saber cómo sucedió, lo único que necesito saber es si ella está feliz y si no le molesta que sea medio gil.
Sangre bajo las mangas, heridas que Alan llevaba hace mucho tiempo. Le ardían, le quemaban, le enloquecían.
—No man, no creo que le moleste eso. Sabes vos que la Diana bien madura es, sabe ubicarse bien. Pero ya deberías arreglarte..., creo... —casi de inmediato se arrepintió de su comentario.
—Alan, ojala fuera tan fácil la cosa, pero nada que ver. Hace años me prometí que la cuidaría con todas mis fuerzas, como a una hermana; y es eso, la considero mi hermanita querida, mi chiquitita. No es como si de la noche a la mañana pudiera hacerla mi novia. Las cosas no son así. Los hermanos no tienen esa relación, ¿captas?
—¿Y realmente son hermanos?
Rodrigo negó con la cabeza.
—Entonces...
—No es que tengamos la misma mamá o papá, pero... es difícil explicarlo.
—Mirá, brother, hasta donde sé, vos y la Diana no son hermanos. No sé si harían la re-pareja, pero me late que algo de eso hay entre ustedes, ¿no ve que sí? —Alan suspiró profundamente al terminar su frase.
Por un segundo Rodrigo pudo presentir un dejo de dolor en Alan, aunque su rostro y su voz no lo demostraran
—Un día diré las cosas como se deben, Alan. Un día —hubo un breve silencio que Rodrigo cortó—: Creo que debo agradecerte por toda la ayuda. Jamás pensé que pelearíamos tú y yo lado a lado, es tan raro.
—Ni lo menciones.
—No, man, te debo una bien grande. Desde hoy, en mí tienes un cuate para las buenas y las malas. De bolas viejo, gracias por todo.
—No agradezcas chango. Solo hice lo que cualquier persona haría por otra que vale la pena. Eres todo un "Ikki" jo, jo, jo.
Ikki es un personaje de "Los Caballeros del Zodiaco". Al que Alan se refiere está signado por la constelación del Fénix y se trata de una persona solitaria, hostil, asocial, arrogante y autosuficiente; pero con mucho sentimentalismo y devoción a sus ideales, familia y amigos. Cuando se usaba este término como adjetivo calificativo (ej: Eres un "Ikki") era para hacer referencia de todas estas características en una persona. Era un adjetivo positivo, aunque no lo parezca. De hecho, Alan le hizo un cumplido a su amigo convaleciente.
No habían más palabras, el resto era cosa de una subliminal admiración y respeto. Ambos se quedaron juntos un rato más hasta que Diana llegó. Estaba algo histérica por la salud de Rodrigo, pero se calmó al ver que estaba consciente. Entretanto yo, que estaba en la puerta de la enfermería, había sido testigo de todo el portal y pronto empecé a configurar paranoias en mi mente. Había algo en toda aquella situación que no era capaz de entender. Solo en ese momento, cuando vi la escena entre Rodrigo, Alan y Diana, entendí que mi presencia era un incordio insuperable. No tenía nada más que hacer allí. Me incorporé, tomé mi mochila y comencé a caminar, entonces alguien me retuvo llamándome por mi nombre:
—¡Gabú!
Volteé, era Diana.
—¿Te sientes mejor, ya te vas?
—Sí, Di, ya me voy.
—Gracias por todo. Sé que estabas allí, en la pelea.
—Era todo lo que podía hacer por... —mordí mis palabras, pero estas surgieron de todas formas—... por mi primo y por vos.
—Nos veremos mañana.
Desvié la mirada.
—Supongo que sí —respondí, ella sonrió—. Diana, cuida mucho a mi primo. El Rodri es medio pelotudo y necesita alguien que lo saque de los líos.
—¡Oye!, no es ningún pelotudo, ¿ya?... ja, ja; pero ya sabes que siempre lo cuido.
—Claro. Claro... Adiós, Diana.
—Chao, nos vemos mañana.
Y eso fue todo. Un "adiós" amargo y anónimo, totalmente carente de relevancia, frívolo. Vi el horizonte que tenía por delante y seguí mi camino. Supuse que ese sería el final de la historia para mí, pero el pasado siempre regresa para atormentarnos; no, el pasado no regresa, uno lo invoca.
Aquel día de Carnavales, posiblemente presencié uno de los momentos más importantes en la historia de nuestra especie. Vi, sin saberlo, el contexto de una guerra que se desenvuelve en muchos mundos y tiempos a la vez. Alan y Rodrigo, que jamás habían hablado mucho, que no eran amigos íntimos, que con suerte eran conocidos, se habían convertido en parte esencial de esa guerra. Ese día de conflicto se despertó nuevamente el milenario lazo que une a ambos. En ese momento pudo no haber sido tan importante, pero unos años más tarde ese lazo sería el último eslabón a romper antes del propio Apocalipsis. ¡Ay de nosotros!, humanos viles y desdichados, migrando entre los umbrales de la maldad y la verdad, entre el amor y el odio. Encaprichados con la vida y temerosos de la muerte. Los designios de los Dioses son misteriosos, pero, ¿acaso cabía en una mente sana el imaginar que dos pubertos tuviesen la llave del fin del mundo? ¡Artemisa nos libre!, ojalá el fin llegase pronto. Aquella fue solo una travesura espesa de colegio, una pelea de ambiente festivo, una disputa por el poder, una competencia entre corazones efervescentes. Sí, era eso, pero era más. Yo no lo hubiera soñado, nadie, pero aquel hecho tan aislado activó el mecanismo del Apocalipsis. Debo sonar muy surrealista, o poético, pero quizás trato de ser literal; aunque no lo logro. Ya ni siquiera sé para qué lo intento.
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