34. El Hajime de Plata...
Yo no calculo, ingreso y me quedo ampliando mi esplendor. Puedo existir y sentir paralelamente a todos los seres en el espejo del Multiverse. Puedo crear otros accesos que tienen sus propios mundos, que no existieron, pero que ahora son reales.
Ronald Rodriguez, Hyperrealidad - El libro de las sombras.
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Alguna vez me puse en el lugar de Rodrigo y me imaginé cómo hubiera sido mi vida si es que me hubieran pasado las mismas cosas que a él. Ahora pienso que me habría fascinado. Mi vida escolar fue un fiasco, la universidad resultó una estafa, la existencia laboral es casi una esclavitud voluntaria; no hay matrimonio, no hay personas, nada que valga la pena más allá de la muerte. Mis mejores recuerdos están plagados de abuso policial, celdas frías en la delegación de la calle Sucre, alcohol, drogas, resaca y alguno que otro intento de suicidio. Mi mundo se creó por el odio, me enseñó a caminar, a comer, a respirar, todo cuando nada más lograba hacerlo. Me levanté cuando dejé de sentir compasión por mí mismo, pero eso no cambiaría el desprecio que siento por la existencia; como Arthur Schopenhauer solía decir: "La vida es solo la muerte aplazada". Claro, no faltará quien piense que estas son pajas mentales, ¡y qué más podrían esperar de un pajero mental como yo! En fin, volvamos a 1999.
Vísperas de Nochebuena. Un lindo 24 de diciembre, la última espera de pascua del siglo XX, el final de la Tercera Edad. Había una paranoia colectiva en la víspera de Año Nuevo. Por ser el último año del milenio, la gente creía que grandes desastres podrían pasar. Se hablaba mucho de un fenómeno llamado "Y2K" en el que las computadoras se volverían locas por el cambio de dígitos, provocando serios problemas. Yo creo que la gente se traumó con "Terminator", es decir, jamás me creí que Skynet querría tomar control del mundo solo por un puto cambio de dígitos. Otros decían que caería un gran asteroide, o planeta, o inmensa bola de guano, de nombre: "Hercólobus". Las iglesias evangelistas pregonaban el fin del mundo a los cuatro vientos y las cifras de la bolsa se cayeron desde noviembre, a ritmo constante. Aquella Nochebuena tenía sabor a fin del mundo, pero para Rodrigo y sus amigos era algo más que eso, era la última Navidad familiar que pasarían. ¿Y yo qué hacía?, pues, probablemente me seguía masturbando con una porno, o quizás me dediqué a alguna cosa estúpida como ponerle nombre a las nubes, por ejemplo, para pasar el tiempo. En aquellos días no tenía ni la más remota idea de lo que mis amigos y familiares estaban por vivir.
Diana, Rodrigo, Joisy y Oscar habían hecho planes de pasar todo el día, juntos. Por la tarde se encontrarían con Gabriel y Rocío para pasear, casi entrada la noche se les sumarían Rhupay y Valya, con quienes completarían las reuniones y felicitaciones de Navidad. En la noche, todos volverían a la casa de Rodrigo, las cuatro familias acordaron pasar la Nochebuena. Los ausentes más notorios entre la lista de invitados eran los padres de Diana, Rodrigo y Rocío; bueno, en el caso ella es obvia la razón. El padre de Rodrigo, por su parte, seguía desaparecido y el de Diana aún trabajaba en su proyecto. Edwin tampoco estaría esa Nochebuena. Las crónicas de Gabriel registran que esa reunión fue solo para aquellos miembros de la familia que conocían de la Misión, eso excluía tíos lejanos, primos del extranjero, y familiares postizos u ocasionales, como yo.
Veamos los eventos desde los ojos de Rodrigo, quien registró de forma muy pulcra los hechos. Ni bien se despertó, prendió la radio y se levantó ansioso. Se encontró con su primo en su departamento y empezaron a jugar "Magic", un juego de cartas de estrategia bastante adictivo. Así, mientras dejaban que la mañana se vaya, ambos se pusieron a conversar.
—¿Cómo te ha estado yendo? —preguntó Rodrigo.
—Tuve días mejores —respondió Oscar, sonriendo.
—Oye, ¿has tenido miedo estos días?
—A menudo —hubo un silencio—. Rodrigo.
—Dime.
—Tú también has sentido miedo, ¿cierto? —Rodrigo agachó la cabeza.
—Mucho.
—La vida es extraña.
—No, Oscar, es cruel, nada más cruel —se contenía de llorar.
Oscar exhaló profundamente y miró a su primo.
—Es cruel, pero también es grandiosa. Es una porquería y una cosa genial al mismo tiempo. Es todo y nada a la vez. Es un exilio, una condena, pero también una oportunidad de existir.
Hubo una pausa, Rodrigo dejó de poner atención a las cartas y se quedó mirando a Oscar, pensando qué decir.
—Nosotros existíamos en un universo superior antes de esta horrible encarnación en la materia, Oscar. Yo lo sé, lo vi y lo sentí en muchos momentos. Extraño ese pasado —Oscar se acercó y lo abrazó.
—Yo también lo extraño, pero anímate, piensa que nos esperan muchas aventuras al lugar al que iremos. Además, la Diana sigue con vos, pillín —le dijo y le dio un topecito en el mentón, Rodrigo apenas sonrió—. Mas bien cuenteáme como van las cosas con la Diana.
—Van bien, van bien. Ella y yo tenemos planes para la Navidad.
—¿Así? ¿Y ya aprendiste a comportarte con una chica?, o sigues pensando que todas son como hombres.
—Chuta, éste pero. ¿Acaso estás diciendo que soy torpe?
—No, claro que no, solo me preguntaba si te sigues tirando pedos en frente de las chicas —replicó irónico.
—Yo nunca me tiré pedos en frente de ninguna chica. Con vos me debes estar confundiendo.
—No, yo soy un caballero.
—Yo también, preguntále a la Diana.
—Yaaa. ¿A la Diana?, pero si ella tampoco sabe comportarse —dijo Oscar soltando una carcajada.
—Claro que sabe, se comporta mejor que tu novia —Rodrigo respondió, sacándole la lengua.
—Al menos mi novia no me anda calentando la oreja en vano.
—Nica. La Diana tampoco me calienta la oreja.
—Obvio, a vos te calienta otra cosa.
—¡Bien chancho eres!
—Ya, ya, en eso lo dejaremos —un silencio se apoderó de ambos.
—Cómo crees que nos irá en ese lugar al que debemos ir —continuó Rodrigo. Oscar pensó un poco.
—Todo estará bien, estoy seguro —aunque en realidad no lo estaba, solo dijo eso para tranquilizar a su primo.
—No quisiera dejar a mi mamá.
—Tranquilo, nuestras mamás saben que así deben ser las cosas.
—Al menos me alegra que vendrás conmigo —de inmediato, Rodrigo se arrepintió de su comentario, no quería mostrar debilidad ante su primo.
—No hay lío, ya verás que todo saldrá bien.
Luego de las cartas prendieron la computadora. Y allí estaban ambos, jugando Doom2 para DOS en la vieja Compaq Deskpro XL5100 Pentium modelo 95. No hace falta decir más, esos dos no eran hermanos de sangre, pero se comportaban como tales. Oscar se sentía responsable por Rodrigo, del mismo modo que un buen hermano mayor. Rodrigo sabía que podía contar con su primo, se sentía como su hermano menor. ¿Raro?, quizás no tanto, lo que si fue raro es la salida navideña que tuvieron, eso es realmente digno de narrarse.
Ese día Rodrigo y Oscar pasaron por Diana y su hermana, sus respectivas parejas, luego del medio día; estaban ansiosos por verlas. Ambas lucían un aspecto que licuaba lo mejor de la belleza con la lujuria. Y no, no lo digo en el concepto pervertido del deseo carnal como un objeto útil al servicio del hedonismo masculino. Lo digo con todas las emociones que ellas eran capaces de despertar. Esas hermanas no eran solo un impulso eyaculatorio, sino una vitrina de ternura, sensuales y la vez inocentes. Ya sé que tales expresiones, refiriéndose a un par de jovencitas menores de edad como ellas, suenan sospechosas cuando vienen de un varón adulto y alcohólico como yo (nótese que las conocí teniendo la misma edad de Diana, ¡OJO!). Digan que soy un viejo verde, un Humbert, me importa un carajo. Ellas dos lucían bellas y atrayentes ese día; sin importar la edad o la moral, todo varón que no lo reconociera sería muy ciego o muy joto. La elección es vuestra, queridos amigos políticamente correctos.
En fin, aquel día dieron vueltas por varios lugares de la ciudad, riendo y compartiendo, quizás, su último momento de esparcimiento. No sabían qué les esperaría en la Ciudadela de Erks, así que se mentalizaron en pasar el mejor día de sus vidas, querían hacer lindos recuerdos antes de abandonar La Paz. Se tomaron un sin fin de fotos, jugaron en los "tilines" (juegos de arcade) del Shopping Norte y compartieron unos helados, hacía un calor infernal. Resulta bastante irónico que tengamos que comprar nieve artificial y trineos en el hemisferio Sur para celebrar la Navidad, considerando que en esta parte del mundo el verano llega a su clímax en el mes de diciembre. Mierda, qué estupidez.
Rodrigo se sentía cautivado con la voz de su amada. Lo hipnotizaba con sus movimientos, lo conquistaba con su fragancia, lo enloquecía con su mirada. Pensaba que esa percepción de idolatría era solo cosa mía y de Rodrigo, pero al ver las fotografías noté que no era únicamente mi impresión. Las personas se quedaban mirándola, ella y su hermana llamaban poderosamente la atención. Pensándolo bien, ambas heredaron muchas características de la raza eslava rusa, que al combinarse con la sangre de las etnias del sur boliviano, habían logrado destilar una belleza muy singular de la cual Diana y su hermana hacían gala. Quizá en Moscú de la actualidad parecerían chicas muy bonitas, unas más del montón; sin embargo, en La Paz de 1999 eran raras e inusuales (quizá en La Paz del 2020 ya no lo serían tanto)
Por su lado, Rodrigo y su primo también tenían mucho de galos, sus encajes eran muy típicos de la gente francesa, pero se habían mezclado bastante con las formas criollas de la urbe paceña, un potaje de simetrías muy características: chicos largos, de proporciones verticales, delgados mas no andróginos.
Un poco más tarde, Gabriel y Rocío se sumaron a Diana y los demás. Vaya grupo más escandaloso, hacían un gran alboroto en la calle. Se notaba que la estaban pasando muy bien, reían y se alegraban, hacían tonterías y volvían a reír. Uno los veía y podría pensar que nada más les importaba a esos "changos", sus vidas lucían como un jolgorio. Así pasaban los minutos hasta que el sol sintió sueño y empezó a ponerse la ropa de dormir, alba en el cielo. El animado grupo se reunió con Rhupay y Valya en la puerta del Coliseo Cerrado Julio Boreli, lugar donde se estaba realizando una feria navideña. Si tuviera que explicar lo complicado que fue convencer a Rhupay y Valya de salir, creo que me tomaría unas ochenta páginas más. Así que omitiré más explicaciones.
La oportunidad fue única para conocerse. Oscar y Jhoanna estaban creando lazos con Gabriel y Rocío, a su vez que aprovechaban de conocer un poco mejor a sus nuevos amigos y camaradas. Cuando leí el diario de Diana comprendí porqué Rhupay y Valya tenían un aspecto tan especial. Valya resultó ser islandesa, nacida en Reykiavik un 21 de septiembre de 1986. Se mudó a Bolivia junto a su padrino por razones que no me competen narrar ahora; vive con Rhupay y su abuelo desde los cinco años, más o menos. Eso explicaría su buen español y su aspecto de europea, aunque dudo que Islandia pueda ser considerada como "Europa", me importa muy poco lo que diga la Unión Europea Los islandeses son vikingos independientes y punto. En cuanto a Rhupay, dijo poco de sí. Nació en 1984, oriundo de Sucre, criado en Oruro, pero amante de La Paz; vaya chico más raro. Dominaba el aymará y el quechua, además de otras lenguas nativas poco habladas, como el pukina. Lo peculiar es que también sabía islandés, ¡eso sí que es raro! Al ver las fotos de ambos, me puse a pensar si habría un vínculo un poco más romántico entre esos dos, como el de Diana con Rodrigo.
Pasaron juntos un rato y luego se separaron por unos momentos para explorar mejor la feria. Valya se fue por su lado con Oscar y Gabriel. Rhupay acompañó a Rocío y Jhoanna. Mis protagonistas, Diana y Rodrigo, subieron al segundo piso, mirando todo con mucha curiosidad. No tardaron en encontrar algo que atrapó por completo su atención. Era un stand con todo el aspecto de carpa, como una de esas curiosidades que uno puede ver en las ferias artesanales. Llevaba un letrero en la entrada: "se lee la suerte".
La curiosidad de Diana terminó por conducir a ambos chicos hacia la carpa. Tal y como era de esperarse, la tienda resultó ser de una gitana que leía el tarot. ¿Gitanos en Bolivia? Sí, a veces llegaban, se quedaban un tiempo y se iban, pero esta gitana en particular parecía poco más acomodada que sus "paisanos" nómadas. Su tienda estaba llena de artículos extraños. Era un lugar bastante tenebroso.
—¿Hola? —decía Diana mientras entraba con su novio a la misteriosa tienda.
—Pasen —respondió una mujer desde otro ambiente, separado por un velo.
Cuando ingresaron, la mujer les clavó la mirada. Su aspecto era curioso, fuera de lo llamativa que suele ser la ropa gitana, su rostro era bastante peculiar. La mujer era bella, pero tenía una frialdad en los ojos que hacía dar escalofríos. Su cabellera, negra y abundante, no estaba cubierta con la típica bandana que suelen llevar los gitanos, sus cejas eran espesas y su piel era blanca como la leche. Llevaba dos enormes pendientes que tenían la forma de una "V".
—¿Cuánto cuesta la consulta? —preguntó Diana, inocente.
—Eso depende de lo que lea —respondió la mujer— ¿Quién de vosotros consultaréis con los Arcanos?
—Ambos —contestó Diana. La gitana pensó un momento.
—Tomad asiento —pidió, seria. Los chicos se sentaron frente a ella. Sacó un mazo de cartas de un cajón y las puso sobre la mesa—. Coged una carta cada uno —pidió. La pareja tomó dos cartas al azar— ahora, dádmelas.
La mujer partió el mazo a la mitad y mezcló las cartas que eligieron con una de las mitades. Luego las repartió de forma piramidal, observándolas silenciosamente. Las figuras de las cartas eran extrañas. En principio, todo parecía un misticismo barato y mentiroso, pero el interés de los jóvenes clientes de la gitana crecía con cada carta que bajaba. De repente, la mujer abrió desmesuradamente los ojos al ver una carta con la figura de un lobo y una media luna en ella. La siguiente carta que desplegó tenía el dibujo de un ángel abrazando un demonio y la siguiente era un dragón con una estrella de seis picos.
—Vaya, vaya. Luego de tantos años había perdido la esperanza de que llegara este momento —comentó la mujer, sonriente—. Con vosotros, los Arcanos no se atreverán a tomar contacto —Diana y Rodrigo se miraron desconcertados. La mujer tomó unas piedras idénticas a las que usó Qhawaq para leer el destino de sus protegidos—. Seguramente vosotros sois los tutelados del viejo ciego, ¿Verdad? —preguntó, evidentemente, refiriéndose a Qhawaq.
—Cierto —respondieron ambos, sorprendidos.
—Como lo pensaba... uno de los dos lobos —murmuró y empezó a extender las piedras sobre la mesa—; Lycanon y Dianara —dijo la mujer ante el gran asombro de ambos—. Sí, en efecto sois vosotros. Estaba escrito —dijo la mujer bastante emocionada, Diana y Rodrigo estaban confundidos—. Tengo algo para vosotros.
Los chicos se habían quedado paralizados por la actitud de la gitana. Ella se levantó de la mesa y abrió un cajón de una macabra gaveta de madera. De ella sacó una caja de color marrón.
—He esperado por largos años vuestra llegada —dijo sonriente—, mis ancestros sabían que llegaríais algún día y los Dioses dejaron a nuestro cuidado algo que os pertenece —la mujer abrió el cofre y sacó un hermoso medallón plateado con una piedra azulada en medio—. Este medallón ha pasado de generación en generación en mi familia, aguardando vuestra llegada. Hemos estado cuidándolo largo tiempo —decía mientras les mostraba el medallón a sus clientes.
Se trataba una pequeña joya plateada en forma de estrella de doce puntas, tenía varias inscripciones rúnicas en ella y el centro estaba cincelado con una gran runa muy compleja. Dentro de esa runa había una piedra en forma de media luna, a manera de arco, con una flecha en medio.
—Esta joya es el Hajime de Plata, algo que los Dioses les dejaron para cuando os levantéis contra los Demonios. Su poder es increado y completamente inimaginable, puede servir como arma, como"Lapiz Opositionis", brújula o escudo contra el tiempo; sus formas de empleo dependen del usuario. Pero tiene una función más importante que cualquier otra —dijo y empezó a separar la joya en dos piezas deslizando una mitad por la otra por una pequeña ranura en el medio vertical; al parecer, con el propósito de poder separar en dos mitades el medallón. Cuando las partes quedaron separadas, sacó un par de cadenitas plateadas y las introdujo por una de las hendiduras a cada mitad. Luego le alcanzó una pieza a Diana y otra a Rodrigo—. Este medallón es suyo, es la llave para abrir el sello que tiene "El Arco de Artemisa" —dijo con firmeza.
—¡Qué! —exclamaron ambos.
—El Arco de Artemisa tiene un sello puesto por la propia diosa a fin de garantizar que jamás sea usado por manos equivocadas —replicó la gitana—. La joya puede abrir ese sello, pero solo lo hará cuando vuestra sangre se haya purificado y ambos estéis juntos para unir ambas mitades. Entonces, la joya se fusionará con El Arco de Artemisa y abrirá el sello que tiene cerrado su poder. Sin el Hajime no podrán usar el Arco —Diana y Rodrigo quedaron callados, asombrados. Al cabo de unos segundos, la chica reaccionó de su impresión.
—No tenemos dinero para pagar esto.
—Ja, ja, ja. No, Dianara, no te cobraré por darte algo que es tuyo. Cuídalo, de ese medallón depende que logres usar el Arco o no.
—Creo que solo podemos agradecerle —dijo Diana.
—¿Podemos saber su nombre? —preguntó Rodrigo.
—No es necesario que lo sepáis ahora. Pero quiero que le digan al ciego que La Gorgona está en la ciudad y que os dio el Hajime —ambos asintieron y empezaron a irse—. ¡Lycanon! —la gitana llamó a Rodrigo—. Una cosa más —la miraba atento—; todo es un sueño, nada es real y estás siendo engañado. El momento que despiertes, estarás en una realidad más solitaria que ésta. Cuando tú y tu Géminis hayáis comprendido lo que sois, debéis hacer respetar vuestro pacto; entonces todo cambiará para siempre. Un sueño que jamás acaba, terminará volviéndose triste.
—Sí, claro... entiendo... —dijo Rodrigo, completamente confundido, pero sentía algo siniestro en las palabras de la gitana. La mujer sonrió.
—Ay de ti niño, te falta tanto. YHVH te trató con una crueldad extrema, este castigo es legendario... —susurró. Rodrigo se limitó a asentir en silencio.
La pareja se despidió sin decir palabra alguna y se retiró de la tienda con las mitades del medallón aún en sus manos.
—¿Crees en todo lo que la mujer nos dijo? —Rodrigo preguntó, desconfiado. Diana sonrió y se colgó su mitad.
—Yo le creo. Esta es la llave para abrir el Arco, debemos guardarla bien.
—Ojala tengas razón —respondió Rodrigo y se puso la suya al cuello.
De repente algo estremeció a ambos, había un intenso frío que venía del medallón. Sin saber cómo ni porqué, ambos empezaron a percibir los latidos el uno del otro.
—¿Sientes eso? —preguntó Rodrigo, Diana se veía abrumada, se acercó y tocó el pecho de su novio.
—Chiqui, es tu corazón —contestó pensativa.
—Esta cosa da miedo.
—Estará bien, no temas —dijo sonriente.
—Siempre logras calmarme —Rodrigo acarició el rostro de su amada y ella lo abrazó. Con el tiempo se acostumbrarían a sentir, mutuamente, sus latidos. En ese momento no podían siquiera sospecharlo, pero en un futuro, aquel objeto le salvaría la vida a uno de los dos.
Es fácil suponer que este tramo del relato acaba aquí y que la Nochebuena seguiría su curso de forma normal para todos, pero había un personaje, un dibujante misterioso, observándolos entre las sombras. Alan fue a la feria en compañía de un muchacho de pelo rizado y una chica exquisitamente guapa. Sus acompañantes no son de nuestro interés, por ahora, pero sí la razón de su presencia. Alan quería llevarse algo a su refugio, pero en vez de eso se encontró con Diana y Rodrigo, tomados de la mano. Él sabía que Diana ya estaba fuera del coma, Gabriel le avisó para que él, como presidente de curso, notificara a los demás. Esa fue su última acción como estudiante responsable. Su condición de alumno de colegio, hijo y adolescente común había finalizado visceralmente poco tiempo después de la recuperación de Diana. Los monstruosos hechos que llevaron a Alan a ser un ermitaño existencial aún no serán revelados, mas el hecho de que estuviera allí presente revestía muchos significados; lo último que Alan deseaba era encontrarse con Rodrigo y sus amigos, muy en especial con Diana. Los vio saliendo de la tienda de la gitana y se quedó paralizado.
—Oye Alan, ¿pasó algo? —preguntó su amigo.
—Nada, solo que vi a alguien conocido —sus acompañantes miraron a la feliz pareja.
—¿Conocéj a esos peladingos? —consultó la chica.
—Son mis amigos, pero ya no importa.
—Nyee, pariente, dejá nomáj voj.
—Sí, claro, hay que darnos prisa, nos esperan.
Alan no se atrevió a saludar a sus amigos. Aquella noche, él solo tenía un deseo: volver a su refugio. Iba a ser una dolorosa y triste noche para él. Aún debía afrontar el hecho de haber quedado huérfano muy recientemente. Se fue junto a sus amigos sintiendo que la sangre de sus heridas se volvería a escurrir luego de Nochebuena, necesitaba más tinta para su última pintura. Entre tanto, un singular personaje observaba a Rodrigo y Diana desde un lugar alejado. Tenía la misión de observar muy bien a la pareja y sus acompañantes.
—Oiga, Cuellar, ¿en verdad no quería pasar la Noche Buena con su familia?
—No se preocupe, mi Capitán.
—Escuche, sé que las personas que estamos vigilando son su familia. Sus hermanas y amigos. Debe ser duro para usted.
—Un poco, mi Capitán, pero no quiero decepcionar a mi padre. Voy a protegerles.
—Sí, eso lo sabemos, el Mayor siempre repite lo orgulloso que está de usted.
—En fin, tenemos trabajo que hacer. Permiso para replegarme, mi Capitán.
—Repliéguese —Edwin empezó a retirarse—. ¡Cuellar! —lo llamó su Capitán, Edwin se detuvo y miró a su Oficial—. No se presione demasiado —el nuevo Sub-Teniente asintió y se retiró.
Aunque no lo demostrara, Edwin estaba triste de no poder estar con su familia en Noche Buena, pero había mucho trabajo que hacer, debía preparar todo para recibir a sus hermanas en el cuartel del Escuadrón Inti. Existía mucha expectativa entre sus camaradas por conocer a aquellos que cruzarían hacia la Ciudadela de Erks.
Así, Rodrigo y Diana solo se dejaban llevar por el maravilloso espíritu navideño. Gabriel y Rocío huían de sus emociones, aún no habían resuelto todos sus problemas, pero al menos ahora podían descansar un poco de sus tormentas personales. Gabriel aún esperaba poder enamorar a Rocío, y ella hacía todo su esfuerzo para estar bien con Gabriel, tenía miedo enamorarse de él, a pesar que aún amaba a Rodrigo. Oscar y Jhoanna estaban un poco nerviosos, se sentían responsables de los más chicos; sabían que, a partir del momento que se vayan, estaría en sus manos proteger a sus hermanos menores. Rhupay y Valya tenían las cabezas frías, estaban concentrados en el cercano viaje, pero temían que Golab o Héxabor aparezcan repentinamente. Alan y sus dos nuevos amigos tenían la mente sobre la Nochebuena, aunque Alan no tenía nada que festejar; había visto demasiada muerte, sangre y horror en muy poco tiempo. Edwin y su Capitán se alistaban para dejar la feria y regresar a su regimiento. Y había un personaje más, un estúpido, imbécil, necio, frágil pedazo de mierda, indigno de dignidad, que apenas merece ser mencionado, para fines didácticos nada más.
Sin darse cuenta, un bolonio mal formado llamado "Gaburah Lycanon" estaba también en la feria, en realidad estaba en la puerta, comiendo una hamburguesa, el pequeño puerco. Él fue testigo de un fenómeno extraño, nadie más que él pareció notarlo. Una luz en el cielo, con forma de estrella de doce picos, bajó hacia el coliseo y se asentó sobre la acera que rodea el edificio entero. En cuestión de segundos se desvaneció, pero había un misterioso mensaje en la mente del pelmazo que lo vio: "Los Doce se han reunido". El estúpido niño no entendió lo que pasó y se fue a casa, olvidando el asunto. Lástima para él, si hubiera meditado un poco sobre el fenómeno, quizá se habría ahorrado años de alcohol y distimia. En verdad el mundo es chico y no existen las coincidencias, solo lo inevitable.
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