33. Víspera de Navidad...
El recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad.
Charles Dickens
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Manos heladas, firmes y sedentarias. Me duelen los dedos por el frío, pero sigo escribiendo, necesito un trago. Bueno, como podrás recordar, Rodrigo tenía la mano enyesada desde septiembre, no le sacaron el yeso en todo ese tiempo. Es bastante incómodo tener que hacer las cosas con una sola mano, yo lo sé; pero para su fortuna, Rodrigo era diestro y su mano inválida era la zurda. Aún así era bastante incómodo hacer las actividades cotidianas con ese maldito yeso. Se alegró bastante de saber que se lo quitarían pronto.
Era un miércoles 8 de diciembre de 1999. Desde que Diana regresó del coma, sus amigos y familia habían recuperado las ganas de luchar. Resulta sorprendente ver el optimismo con que los chicos tomaron su situación. Luego de meses de dolor, incluso los más traumatizados recuperaron su buen temperamento. Gabriel volvía a hacer bromas, Rocío fingía enojarse con sus vulgaridades y lo regañaba, aunque por dentro se moría de la risa. Diana volvió a ser la chica alegre e incoherente que gustaba de hacer sonreír a la gente. Rodrigo, distraído, recuperó la fe en sí mismo. Estas actitudes positivas se replicaron en Oscar, Joisy, Edwin y las respectivas familias involucradas en el conflicto. ¿La razón?, Diana estaba viva y habían esperanzas de un futuro mejor, si es que a eso se le puede llamar "futuro mejor".
Finalmente Rodrigo iba a librarse de su yeso. Fueron tres meses con la mano convaleciente, los más incómodos de su vida. El traumatólogo dijo que su mano evolucionó favorablemente. Debía empezar un largo tratamiento para recuperar la movilidad de su mano, pero como pronto se iría de La Paz, Qhawaq le dijo que sea paciente. En la Ciudadela de Erks trataría su lesión con técnicas algo heterodoxas pero no menos eficientes.
Su mamá y su novia acompañaron a Rodrigo a la clínica del Seguro Bancario, sería su última consulta en la vida, misma que la madre del paciente pagó como consulta privada debido a que el seguro había sido cancelado.
El doctor fue bastante amable. Tomó una gran tenaza de una gaveta y le quitó el yeso. Esa mano realmente apestaba a "siete machos" por el tiempo que no la lavó; pero al doctor, el olor parecía no incomodarle, yo habría estado vomitando en su lugar.
Le lavó la extremidad cuidadosamente y luego la examinó en detalle. Le recomendó cuidarse del frío y empezar fisioterapia lo antes posible, antes que se le atrofien los músculos. Rodrigo salió feliz de la consulta y se encontró con Rocío y Gabriel en la puerta. Ellos, junto a Diana, habían acordado acompañar a Rodrigo y hacer los arreglos navideños con él. Esa sería la última vez que Rodrigo adorne su casa para Navidad, el último Árbol que armaría y el último pesebre que haría. Era una actividad que había compartido con Diana a lo largo de su vida, y ahora quería compartirla con sus amigos también.
En el camino se la pasaban bromeando, incluso el tenebroso Ikker era motivo de burlas. Gabriel se dedicaba a parodiarlo, Diana le seguía la corriente parodiando a Rodrigo. Por primera vez en mucho tiempo se comportaban como lo que eran: adolescentes.
—"Rodrigo, te voy a dar por detrás" —Gabriel imitaba a Ikker, bajando su voz un tono e impostando de manera ridícula—. "Ahora verás el poder de mi larga, peluda, negra, húmeda, hinchada, granulada y apestosa verga".
—"No, no, todavía soy virgen" —Diana remedaba a Rodrigo haciendo una voz que sonaba bastante homosexual. Rocío estaba roja por aguantarse la risa, quería mostrarse seria, pero sus amigos eran muy divertidos.
—¡Son unos sonsos! —se quejaba Rocío, a punto de dejar la risa escaparse.
—Entonces, Ikker saca un cuchillo y empieza a destripar a Rodrigo —Gabriel apuñalaba a Diana con una daga imaginaria, ella se retorcía de manera caricaturesca, casi extravagante—, y le saca sus intestinos y los usa para saltar la cuerda y luego se toma sus jugos gástricos —relataba Gabriel con la intención de molestar a Rocío, la más sensible del grupo, pero el único que se estaba poniendo verde era Rodrigo.
—¡Ahh, voy a vomitar! —exclamó asqueado.
—Yaaa. Bien delicadito me saliste —se le burlaba Gabriel.
—Vos también bien cerdo eres —respondió, las chicas se reían bastante.
Siguieron diciendo tonterías, parodiando a medio mundo, hasta llegar al departamento de Rodrigo. Sacaron las cosas de Navidad del entretecho con la ayuda de Oscar. El Árbol navideño estaba lleno de polvo, lo limpiaron cuidadosamente. Luego sacaron las figuras del Nacimiento y empezaron a armarlo con mucho esmero. Desempolvaron el elemento más importante del arreglo cuando todo estuvo casi listo, era una figura tallada en madera dentro de la cual estaba Kristos, crucificado en el Árbol del Terror (ilustración al final del capítulo). Pocos se daban cuenta, pero lo que realmente festejaba la familia de Rodrigo y las de sus amigos era la celebración pagana de la Navidad que, en algún momento, se mezcló con la costumbre comercial. Sin embargo, su culto pagano quedaba estratégicamente camuflado tras un ambiguo significado cristiano de la Navidad, aunque ningún miembro de la familia era cristiano, católico, ni nada que se le parezca.
Antes de finalizar la tarde ya tenían listo el Árbol y el Pesebre, solo faltaba la estrella en la punta del Árbol y la figura del Niño de Piedra en el centro del Pesebre; cómo me hubiera gustado volver a ver los pesebres que armaban en casa de Rodrigo, eran muy particulares. No había Reyes Magos, ni José, únicamente la Virgen, el Niño de Piedra y algunos lobos en vez de ovejas y burros; era impresionante.
—Aquí está la estrella —dijo Rocío dándole el objeto a Diana quien lo recibió como si fuera un tesoro muy valioso.
—Este es mi momento favorito —murmuraba Diana, feliz.
Miró el alto árbol y se estiró tratando de alcanzar la punta, pero no alcanzaba. El árbol medía como 1.80 y Diana tenía 1.59, le faltaba estatura, aunque ese detalle hacía la escena aún más adorable.
—Déjame ayudarte —le dijo Rodrigo. Se acercó por la espalda, la tomó de la cintura y empezó a alzarla suavemente.
—No, no. Tu mano —protestó preocupada.
—Olvídalo, ya estoy bien.
—¿Seguro?
—Desde luego que sí, vamos, no te hagas rogar —dijo bastante firme, ella sonrió. Rodrigo hizo esfuerzo una vez más y elevó a Diana hasta que pudo alcanzar la punta del árbol.
—Se ve hermosa —dijo emocionada, mirando la estrella.
—No changos, aún falta lo más aluci —dijo Gabriel, con cierta picardía, y prendió los focos navideños.
—¡Guau! —expresaron los cuatro chicos en coro al ver el brillo del árbol.
—Está súper-genial —dijo Rocío.
—En serio que lo es —Rodrigo comentó mientras abrazaba a Diana por la cintura con los ojos fijos en el Arbolito de Navidad lleno de focos y adornos. Los cuatro sentían melancolía, esa sería la última vez que pasen una Navidad normal en La Paz. Dentro de sus corazones sabían que ya no volverían, y aún si lo hicieran, ya la vida nunca más volvería a ser la misma.
—Bueno chicos. Nos tomaremos un descanso —propuso Rodrigo, evitando que la tristeza los invada—, tengo algo de chocolate en la cocina.
—Mejor déjame que yo lo prepare —se ofreció Diana, sabía que la mano de su novio aún estaba torpe.
Lo que empezó con unas simples tazas de chocolate y emparedados de jamón, terminó en una guerra de comida que aniquiló la pulcritud de la cocina de Rodrigo. Apresurados, limpiaron el desastre antes que su mamá viera lo que hicieron. Al empezar el anochecer, la mamá de Gabriel vino por él y Rocío para llevarlos a sus casas. Se despidieron y acordaron verse de nuevo para salir a pasear por la ciudad en vísperas de Noche Buena. Aún sentían fascinación infantil por visitar las jugueterías y hablar con los "Santas" —me refiero al obeso de Klaus, desde luego—.
Diana y Rodrigo se tomaron unos minutos para limpiar el desorden de la sala y el comedor y comenzaron a hacer un par de adornos para el Árbol. Desde que eran pequeños solían poner todo su empeño en hacer adornos y tarjetas. El Árbol lleva 18 adornos que Rodrigo y Diana hicieron. Sin embargo, en aquella ocasión Rodrigo no terminó el suyo, su mano lesionada aún le dolía bastante cuando hacía algún esfuerzo, eso hacía que se sienta inútil a veces.
Las horas se pasaron. Compartieron juntos una taza de leche y luego vieron una película: «Alone in Home», su favorita. Así, casi a las once, Diana llamó a su casa y pidió quedarse con Rodrigo, su madre de inmediato accedió. Para ella era una oportunidad única de poder estar con quien tanto amaba, pero él estaba muy nervioso, las razones son demasiado obvias como para describirlas.
Casi a la media noche, Diana prendió el teclado de su chico y empezó a tocar. Rodrigo la oía con profunda devoción, la miraba como esos beatos miran a las figuras de yeso en una iglesia. Sin darse cuenta cómo, ni porqué, una melodía muy especial los envolvió. Diana estaba embargada por la nostalgia. Do mayor, La menor, Fa mayor, de vuelta a Do, arpegio en cuatro por cuatro y clímax en intervalos de quinta sin resolver. Si uno viese la partitura no notaría nada en especial, la magia radicaba en la interpretación; no hubo, hay ni habrá pianista vivo que pueda hacer sonar la música igual que Diana lo hacía. Rodrigo no podía evitar estremecerse, se derretía y su novia lo inspiraba. En cuanto ella hubo terminado de tocar, él tenía el corazón totalmente acelerado, los ojos vidriosos, el rostro enrojecido y el Espíritu conmovido.
—Es muy hermoso —murmuró Rodrigo.
—Sí, es "Tu Recuerdo" —respondió ella.
—Mi... ¿recuerdo?
—Así es como voy a titular este tema. Lo compuse por recordarte, para decirte lo especial que eres —Rodrigo se puso de pie y abrazó a Diana.
—Te amo —le dijo y se quedó prendido de ella.
Aferrados, se recostaron y, con las suaves penumbras de una lámpara intrusa, se dedicaron a contemplarse en silencio. Diana lo miraba sonriente, acariciando el rostro de su amado con delicadeza. Rodrigo estaba paralizado, mirándola sin parpadear. Sin llegar a grandes relajos, es fácil imaginarse qué clase de momento vivieron; malditos niños precoces, los envidio tanto. El resto es cosa de una sutil línea de evocación nostálgica e imaginación morbosa. No necesito describir más, no es necesario. En realidad nadie perdió la virginidad esa noche, se conservaron puros. Tampoco yo la perdí, pero sí me pervertí en medio de una espiral de abstracción sexual y odio sangriento. Para esas mismas fechas, mientras Rodrigo y Diana se amaban, yo miraba al cielo y aguardaba estoicismo. Sin duda tenía mi mente enfocada en otras realidades, esperando un milagro, una sonrisa, una caricia, lo que fuera con tal de sentirme vivo.
A media noche, Rodrigo y Diana compartían el lecho. En otro lugar de la ciudad, yo me encontraba recostado en mi cama mirando al techo y poniendo mi mente en blanco hasta volverme loco. Nada mal para un anacoreta forzado, o simplemente voluntario.
Entre tanto, Diana y Rodrigo se demostraban cuánto se amaban. Si acaso hubiera amor más puro, que alguien me lo diga. En mi caso, muy personal, yo habría saltado sobre Diana y le habría practicado todas las poses del Kama Sutra. Pero Rodrigo no hizo tal cosa, se conformó con poco, ¿o acaso fue mucho? El caso es que luego de un rato de mimos, los dos se quedaron mirándose, memorizando sus rostros y se durmieron así. Cuando llegó la mamá de Rodrigo, se conmovió al verlos. Los tapó y apagó las luces. Vaya día hermoso, era lo poco que quedaba por vivir antes de irse para siempre. La mamá de Rodrigo lo sabía y estaba profundamente triste de tener que dejar ir a su niño. Ella sabía que sería durísimo estar lejos de él, pero era lo único que podía hacer por su hijo. Pobre madre, tan sufriente, pero así eran las cosas.
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