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30. Huellas del Pasado...

Es la Fe en la Perfección Final que alcanzarán los creyentes en Jehová Satanás mediante el Sacerdocio de Su Culto, la que obrará los milagros más grandes. Si sois capaces de ver el Final habréis adelantado el Final, la Perfección estará en vosotros y el momento del Supremo Holocausto habrá llegado: vuestra Fe inquebrantable en la Perfección Final, y la Comprensión del Final, traerá al Presente el Fuego Caliente del Final, que calcinará al hombre imperfecto; y sobre sus cenizas lloverá luego el Agua y la Sal del Creador; y el Signo Abominable que está en la Piedra de Fuego será lavado con Lejía.

Tsadkiel Arcángel, Templo de la Fraternidad.

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Creo que no existen palabras para describir la desesperación de Rodrigo. Su diario solo tiene una anotación de ese día, una página casi en blanco con un gran: "Diana se me muere... Huellas del Pasado", escrito con sangre; menudo drama. Mucho más explicito es el tema que compuso durante los días en que Diana se debatía entre la vida y la muerte, el mismo titula "El Arco de Artemisa". Escucharlo sin saber las causas de tal melancolía de acordes menores sería complicado si es que no se sabe los antecedentes: Diana había entrado en coma.

Durante las semanas que ella estuvo internada, Rodrigo vivió un infierno dantesco de ansiedad y angustia. Estuvo entre la locura y el suicidio, o al menos eso es lo que su música expresaba. Aparte de él, las demás personas que amaban a Diana vivieron su propio calvario. Jhoanna escribió sobre lo mucho que sus padres sufrieron luego que su hermana fue atropellada, mencionó que ambos estaban arrollados por la culpa. Joisy y Edwin se consumían como cera en el fuego de tanta preocupación. Oscar siempre consideró a Diana una hermana, tuvo un serio bajón anímico que se reflejó en las cartas que él mismo escribió. Gabriel y Rocío, ambos se sentían monstruosamente culpables por haber dejado a sus amigos solos aquel día. Incluso sus nuevos camaradas, Valya, Rhupay y su abuelo, lamentaron el hecho. Y no era para menos, el diagnóstico clínico era muy pesimista. El conductor afirmó que perdió el control de su carro mientras iba en carril de bajada. Un inusual y extraño fallo con los frenos.

Lo curioso de todo esto fue que no solo los amigos más cercanos a Diana sufrían por el accidente, hubo alguien que padeció, quizás, más que ellos. Esa persona se había acostumbrado a sangrar voluntariamente con tal de soportar el dolor. Derramaba su sangre por Diana, y por algo mucho más fuerte y profundo. Siempre existió la sombra de un personaje extraño y misterioso desde un inicio del presente texto. Rodrigo registró un encuentro con esa persona, estaba en su diario luego de la página en blanco con sus "huellas del pasado" en medio.

Era un viernes 26 de noviembre. Diana no había mostrado signos de mejoría y seguía sumergida en el coma. Ese día era el último día de clases, Rodrigo y sus amigos partieron rumbo al colegio sin ganas de nada más. Gabriel comió un desayuno bastante ligero y salió lleno de melancolía, Rocío ni siquiera comió. Jhoanna sabía que ese sería su último día de vida escolar, de vida normal, ni ella sabía cuán profunda era su depresión. Rodrigo, casi sin ganas de vivir, partió con la única intención de ver el piano del auditorio por última vez en su vida, sería el adiós definitivo.

Sin entusiasmo, Rodrigo se puso el uniforme y salió de casa para esperar la góndola por última vez. Los tres amigos se encontraron en la puerta del colegio. Su colega mayor, Jhoanna, entró y buscó a sus compañeras, quería estar con ellas el mayor tiempo posible, nunca más las volvería a ver. Las conversaciones de los escolares giraban alrededor de las vacaciones de fin de año, los desquites y las últimas oportunidades para hacer aquellas cosas que no se atrevieron hacer durante todo el año, ya sea por timidez o cobardía. Eso incluía pintarrajear los baños, reconciliarse con algún amigo, declararse a alguna chica o perder la castidad.

Los muchachos lucían emocionados por las vacaciones de fin de año. Había una sensación de satisfacción que se mezclaba con la tristeza de abandonar a los amigos por un largo tiempo. Pero entre los chicos del séptimo "B" había un aura de melancolía muy especial. Por mucho que algunos odiasen a Diana, de ningún modo le deseaban algún mal. Incluso las chicas que más la detestaban terminaron por abandonar sus rencores y se mostraron empáticas con aquellos que más sufrían por su ausencia. A decir verdad, era un fin de año bastante triste.

Los primeros periodos se consumieron con las últimas clases de Matemáticas y Lenguaje del año. Algunos chicos habían tenido problemas con sus promedios por lo que los maestros les tomaron un último examen recuperatorio, mismo que Rodrigo y sus amigos no tomaron. Estaban resignados a perder el año. Sabían que, talvez, nunca más regresarían a La Paz. Cuánta tristeza, tres chicos privados de vivir la vida que cualquier adolescente debería llevar, arrancados de sus hogares para entrenar con miras a la guerra. En un chico regular, como fui yo, eso habría generado profundos deseos psicópatas; pero el caso de Rodrigo y sus amigos era diferente. Su única pena era tener a Diana debatiéndose entre la vida y la muerte, más nada. Se sentían resignados, quizás inquietos por abandonar las cotidianidades de la vida normal, pero no les dolía. Es lo que sus diarios expresaban.

Al toque del último recreo, Rodrigo aprovechó aquel instante final de esparcimiento para despedirse del piano. Subió al escenario del auditorio y tocó con una sola mano mientras recordaba todos los conciertos que dio. Solo jugaba en acordes de La menor y sus relativas, el triste sonido del piano le hacía añorar a Diana. Gabriel decidió terminar su vida escolar con un partido de fútsal en compañía de Sergio y los demás chicos. Rocío fue al gimnasio y se puso a bailar cerca del caballete. Soñaba con ser bailarina de ballet clásico, quizás su sueño jamás se cumpliría. Jhoanna se quedó con sus amigos, despidiéndose en secreto; evidentemente, nadie sospechaba que Joisy desaparecería pronto.

Así, los últimos vestigios de una vida llena de satisfacciones comunes se acababa. Campeonatos de natación, fútsal y gimnasia rítmica. Festivales de piano y sueños de gloria en zapatillas de bailarina. Fotografías, momentos hermosos, vidas entrelazadas. El primer amor, el primer beso, las primeras decepciones. Los maestros, las tareas, los exámenes, las intrigas. Los amigos del barrio, los juegos de video, un skateboard. Libros de cuentos infantiles, amigos bobos, cercanos y eternos. Travesuras, diabluras, chiquilladas. Todo se rompió como un cristal marchito, totalmente teñido de sangre. Paredes de escuela repartidas de vísceras y tripas que se colgaban hasta de los techos. En las mentes de Rodrigo y sus amigos había aquella horrorosa visión, pero eso ya no los atormentaba. Murieron, sufrieron y regresaron del infierno, juntos. La vida escolar se terminaba, pero, ¡qué importaba después de todo! Los chiquillos sabían que había algo que los superaba más allá del horizonte. Lejos del colegio, del hogar, de la ciudad de La Paz, del propio planeta Tierra, estaba su destino y todo cuanto deseaban era tener a Diana de regreso.

El recreo se extendió y, finalmente, la Dirección Académica no vio razón para hacer volver a los alumnos a sus aulas, dando por terminado el año escolar. Gran parte de los muchachos se retiraban, emocionados, a sus casas; felices por las vacaciones. Sin embargo, una gran parte de ellos se quedó un tiempo extra. El séptimo grado hacía su propia despedida en el patio trasero, mientras que la Promoción se derretía en lágrimas en la puerta del colegio.

Mientras los graduados se despedían, Sergio y Alan convocaron a sus compañeros a la última reunión del año. Los chicos se aglutinaron alrededor de cada presidente de curso, ambos se pararon en las gradas de los mástiles del patio principal y Sergio tomó la palabra.

—Bueno, changos y changas —se dirigió al curso seriamente, hizo una larga pausa, parecía que iba a decir algo muy importante—. ¡Por fin vacaciones, carajo! —exclamó con rostro de victoria, rompiendo su seriedad. Los chicos rieron, menos tres—. Pero ya hablando de bolas, yo me siento súper-feliz de haber estado con ustedes este año. Aunque algunos son medios bestias y hay chicas bien hechas a las exquisitas, pero yo creo que al final nos llevamos bien nomás —una vez más rieron—. Ya en serio, nos hemos demostrado que aquí todos somos cuates. Al año, cuántos se cambiarán de colegio o se tirarán de año —dijo con cierta picardía, generando risas de nuevo—. Así que puede que ahora sea la última vez que nos veamos —algunas chicas se pusieron sensibles y dejaban escapar las lágrimas, los chicos se dedicaban a molestarlas.

—Changos, changos —intervino Alan, tratando de poner orden—. No los convocamos con ganas de joder, lo que pasa es que una re-amiga nuestra está súper-enferma hace más de un mes —todos se pusieron serios—. Porfas, escriban sus números de teléfono en una hojita, así cuando la Diana esté mejor yo les avisaré —los compañeros empezaron a organizarse y pusieron sus datos en una hoja, tal como Alan pidió.

—Yo creo que esta Diana nos está haciendo asustar nomás —dijo Sergio—. Pronto volverá al cole —el chico estaba seguro de su afirmación, pero ni ella ni sus amigos volverían jamás.

—Pero si lo peor llegara a pasar —dijo Alan—, jamás olviden que fue una amiga genial, una súper-pianista y una de las chicas más lindas del mundo.

Todos quedaron estupefactos ante los comentarios de Alan. Era difícil saber si el asombro era por sus delatadores elogios hacia la novia de Rodrigo o por sus macabras predicciones

—Recen por ella, yo lo haré —concluyó, un nudo se hizo en la garganta de Rodrigo, él ignoraba lo que Alan realmente estaba sintiendo, desconocía cuánta sangre había derramado por Diana.

Alguien le alcanzó a Sergio la hoja con los números y tomó la palabra en cuanto tuvo la hoja.

—Bueno, eso es todo. Feliz vacación a todos, y los que se tiren de año, espero que sus viejos no los curtan demasiado —los chicos rieron y luego corrieron hacia la libertad, fuera del colegio. Sin embargo, dos personajes se quedaron en el patio, mirándose el uno al otro. Eran Alan y Rodrigo.

Che gil, apurá —llamó Gabriel a su amigo.

—Ya voy, vayan adelantándose —contestó y se acercó a Alan. Él se quedó parado y se miraron fijamente, como desafiándose—. La Diana se recuperará, nada malo le pasará —afirmó Rodrigo.

—Créeme que no hay nadie que desee eso más que yo. ¿Pero no te has puesto a pensar qué harás si no mejora?

—Ella volverá —la convicción de Rodrigo era lastimera. El infeliz chico no podía soportar la idea de no ver nunca más a su princesa.

—Si realmente esperas lo mejor, Rodri, entonces prepárate para lo peor.

—Guarda tus frases sabias para otro tonto.

—No lo digo por joderte, man. Hacéme caso.

—Estás bien raro vos desde hace semanas, incluso desde agosto has cambiado, qué bicho te picó.

—A ver Rodrigo, creo que no has captado o yo estoy hablando en otro idioma —Alan empezaba a exasperarse—, en septiembre casi te vas al otro mundo. ¿Accidente de tránsito? ¡Qué mamada!

En ese instante Rodrigo se puso pálido. Alan prosiguió:

—Primero tú sufres un accidente, ahora la Diana. ¿No te parece mucha coincidencia?

—Estás imaginando cosas que no son.

—Quizás sí, quizás no. Pero yo la vi a ella, la vi en agonía mientras tú estabas, supuestamente, internado en la clínica —Rodrigo se extrañó, Alan se irritaba—. Yo la vi a la Diana con el corazón partido. Lloró a ocultas en el baño de chicas, lo sé. Y esas lágrimas llevan tu nombre, este extraño accidente lleva tu nombre.

—Oye, oye. ¿Qué estás insinuando?

—No sé man. Pero estoy ubicando ciertas cosas que te esfuerzas mucho en ocultar. Tienes enemigos muy densos y secretos oscuros, Rodrigo; los mismos que te dejaron la mano enyesada.

—Pero que mier... no sé de qué hablas —Rodrigo se negó, nervioso.

—Puedes engañar a todo tu curso, al colegio entero, pero yo no soy como ellos —por un segundo, los ojos de Alan empezaron a brillar ténuemente con un resplandor verde-azulado—. Has estado haciendo cosas, Rodrigo. Yo lo sé.

Alan era incisivo, un enigma amenazador, una sombra repentina de misterios inescrutables. Un escalofrío muy profundo pasó por la espalda de Rodrigo. El chico que tenía frente a él era, sin duda, un riesgo, una amenaza.

—Puta Alan, no jodas —Rodrigo rompió el silencio y la tensión—. Estás pensado cosas que nada que ver. No te pongas paranoico.

—¡Paranoico! —gritó Alan, fuera de sí. Rodrigo se quedó callado—. Lo que le pasó a la Diana no fue un accidente —su mirada lo examinaba como intruso en cuartel enemigo—. ¿Y sabes qué, Rodrigo?. Yo creo que tú eres el culpable.

Aquellas acusaciones llenaron de indignación y rabia a Rodrigo, que se esforzó al bruxar su respuesta para no golpear a Alan

—Estás pensando huevadas. Ocurrió un accidente, eso es todo lo que necesitas saber, Alan. No te olvides que tú no eres nada de la Diana, apenas y la conoces. Eres un extraño aquí.

Alan suspiró, bajó la cabeza pero luego dibujó una sonrisa macabra en su rostro.

—Sí, son huevadas —afirmó, mientras le daba la espalda a su rival.

Estaba por retirarse, pero antes de irse le habló a Rodrigo a lo lejos.

—Dime, Rodri, ¿te gustan los lobos? —su pregunta lo dejó frío y sin respiración—. A mí me gustan mucho, en especial si son fríos y azules. ¿Te imaginas lobos así luchando a muerte? —concluyó Alan, retirándose y dejando solo a su némesis preconcebido con la palabra en la boca y los nervios a flor de piel.

¿Qué gran misterio pudo haber ocultado Alan? Un chico que, como Rodrigo, aparentaba total normalidad, aunque no era nada común. Desde que lo conocí, siempre sentí que había algo diferente en él, pero muy oscuro, denso. Él y Rodrigo tenían una cuenta pendiente que saldar y correría más sangre sobre el piano antes que esa deuda sea pagada. Había más que solo rivalidad entre ellos, era como dije al empezar: ¿quién habría de pensar que un pleito entre estos dos niños, tan simples, habría de activar el mecanismo del fin del mundo? Suena paranoico, ridículo, tonto, pero así fue. ¿Sabes por qué existe este libro y el mundo aún no se ha terminado?, pues porque existen muchas formas de existir, muchas versiones de los hechos; la verdad jamás es tan simple, siempre tiene más detalles de lo aparente. No te olvides que el diablo vive en los detalles.

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