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21. Lágrimas...

Entiende que el único camino para ganarle la guerra al dolor es enseñándoles a las lágrimas a reír...

Carta de Diana del 14 de noviembre de 2003

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El cumpleaños de Rodrigo pasó. Pensé que sería un día genial, pero fue todo lo contrario. Debió ser uno de los días más horribles de mi vida. Me siento tan mal, y ni siquiera puedo llorar ya, no tengo derecho.

Era sábado 21 de agosto. Rodrigo celebraba sus 13 años. Los días de la víspera fueron algo extraños. Para empezar, Gabriel volvió a mostrarse preocupado y triste. Desde la noche que habíamos pasado juntos en la casa de Rodrigo no había vuelto a tener su habitual chispa. No sabía si era por lo que hablamos aquella noche, o existía otra causa. Aunque mi novio y yo habíamos tratado que Gabriel nos dijera qué le sucedía, él siempre evadía el tema con alguna broma contada de mala gana. Era preocupante.

Otras cosas que hicieron que los días sean extraños fueron los sueños que tuve casi todas las noches. Son como pesadillas de las cuales logro recordar poco, me levantaba bastante agitada luego de tenerlas, a pesar de no recordarlas por completo. No sé porqué, pero siento que el secreto que nuestras familias guardan podría explicar esas pesadillas. Y no soy la única que las ha estado teniendo, Rodrigo, Gabriel y Rocío también han estado soñando cosas raras.

Aquel sábado me propuse dejar todo de lado, quería relajarme.

—Este vestido te quedará súper —me aconsejaba Joisy.

—¿Ése? —pregunté un poco extrañada. Ella asintió y se quedó mirando el vestido—. Sí, es lindo, y los chicos del curso jamás me lo vieron.

—¿La mamá te lo compró?

—Nop, el papá lo hizo a principios de año —sentí una punzada en mi pecho al recordarlo.

—Cierto, creo que es el que usaste para el cumpleaños de la tía Alina, ¿no?

—Verdad.

—Espera —me dijo y sacó un sujetador de una bolsa—. Te compré uno nuevo.

Me sentí un tanto apenada. Me lo probé, ése si me quedaba bien, no me ajustaba.

—Genial —murmuré, Jhoanna me miraba sonriente.

—Creciste rápido —parecía sorprendida—. Te estás convirtiendo en toda una señorita —cubrí mi pecho con mis brazos, mi busto empezaba a incomodarme más que de costumbre, a veces me gustaría quitármelo de encima.

—Gracias —apenas me salieron las palabras, mi hermana se acercó y me abrazó.

Me puse la ropa nueva y me fijé al espejo. Era una larga falda verde y un top del mismo color, dejaba mis hombros y mi ombligo descubiertos. Luego me puse las botas de gamuza café que compré con mamá. Creo que me quedan bien, me agrada sentirme cómoda con mi ropa.

—Guau —Joisy empezó a aplaudir—. Bellísima, te queda genial —sentí calor en las mejillas

—¿Crees que al Rodri le guste?

—Obvio, luces lindísima, pero no debería importarte eso. Solo te debe importar que te sientas bien —me quedé callada, recordando todo lo que sucedió las últimas semanas—. Dime qué te preocupa tanto —pidió mi hermana, la intuición de Jhoanna es muy aguda.

—Nada —mentí, no quería responder esa pregunta—, es que es el cumpleaños del Rodrigo y...

—No estás siendo totalmente sincera conmigo —era cierto.

—Ya... ya... Es que las chicas han empezado a molestarle harto y no quiero que me lo bajen... además... —no sabía si continuar o no. Joisy se acercó y me abrazó por la espalda.

—¿Acaso no confías en él? —la miré por el espejo.

—En él sí, no en las chicas que le molestan. Ellas me odian —mi hermana sonrió.

—El Rodrigo jamás haría algo que te lastime, te quiere muchísimo.

—Sí, lo sé.

—Pulga, algo más te pasa —desvié la mirada.

—Es que he tenido malos sueños estos días, eso es todo.

—Los sueños no son buenos, ni malos, solo son sueños —suspiré.

—Ojalá tengas razón.

Mi hermana me acompañó, salimos juntas a la casa de Rodrigo. Un año más, fuimos las primeras en llegar, Rodrigo nos abrió la puerta, se veía muy contento. Lo felicité y le di su regalo. Mi hermana también le felicitó y luego ingresamos a la casa.

Nos pusimos a jugar para hacer hora hasta que los demás llegaran. Lo que empezó como un juego de retos, acabó en una guerra de cosquillas.

La espera fue corta, los chicos llegaron relativamente puntuales. Gabriel y Rocío vinieron bastante retrasados. Nuestro amigo se veía serio y felicitó a Rodrigo algo distante, era como si su mente estuviera en otro lugar. Por el contrario, Rocío se veía emocionada. Alan y Sergio fueron los últimos en llegar. Debo aceptar que estaba un poco ansiosa por la presencia de Alan, pero la sonrisa y las atenciones de Rodrigo me hicieron olvidar que él estaba ahí.

—Vino mucha gente —le comenté a mi novio, él frunció el seño.

—Todos los que invité menos uno —respondió, lo miré, atenta—. El Gaburah no está aquí.

Y era cierto, brillaba por su ausencia.

—¿No volvieron a hablar?

—Para nada, parece que está muy enojado conmigo.

—¿Le hiciste algo para que se enoje?

Rodrigo suspiró.

—Sí: enamorarme de ti.

No supe qué responder a eso, así que permanecí en silencio. Rodrigo me abrazó, sonrió y me besó en la frente.

A las seis de la tarde llegó el momento de partir la torta, desde luego los chicos no permitirían que se la parta sin que el cumpleañero la muerda primero. El propio Oscar lo empujó, manchándole el rostro de crema, fue muy divertido. El pastel era de chocolate y frutilla. La madre de Rodrigo y yo lo hicimos juntas el día de la víspera; la tía Eugenia le puso el chocolate, yo, las frutillas. Tengo una magnífica suegra, y es porque también es como una tía para mí.

Luego de morder la torta hubo un breve momento de tranquilidad que nos abrió el espacio para conversar. Todos estaban distraídos, jugueteando o diciendo tonterías. Era el momento perfecto para una escapada. Tomé a Rodrigo de la mano y lo saqué de la fiesta, había algo que le quería decir, pero a solas.

Al llegar al patio trasero solté su mano y me alejé unos pasos; debía pensar un poco lo que iba a decir, no quería que se confunda. Cuando tuve mi discurso listo, volteé, pero las palabras se me fueron al verlo. Miles de chispas naranjas teñían su rostro, una expresión conmovida, olvidada. Allí, parado frente a mí era como un artista perdido, buscando algo que le arrebataron, lleno de pureza, de nobleza. Sus cabellos hacían una danza suave cuando soplaba el viento, sus labios entreabiertos sugerían algo más que una necesidad palpable por recitar mil poemas. Sus dedos de cerámica delataban el pianista que lleva dentro, pero por fuera demostraba cientos de misterios centellantes. Pantalones negros, camisa verde, la promesa de firmeza tras esos trapos, un cuerpo cuidado y admirable, y el eterno juramento de amor. Él, que era como mi amado hermanito, se había convertido en el príncipe de mis sueños; se iba volviendo en un buen hombre. No hay duda, él es el chico que quiero a mi lado para siempre.

—¿Acaso eres real? —me preguntó, interrumpiendo mi contemplación.

—¿Crees que no? —no quería que se rompa la magia.

—No me atrevería a imaginarlo —me acerqué y tomé sus manos.

—Tontito, claro que soy real —afirmé mientras acariciaba sus dedos, son suaves, pero tienen los típicos callos que saca el piano.

—Es que... es que tuve una visión mientras me mirabas, y siento que aún sigo soñando.

—Pues, debe ser un lindo sueño.

—El mejor que una persona pudiera tener —yo también sentía que todo era un hermoso sueño.

—Bueno, chiqui, te traje aquí para darte un regalo adicional —no pude evitarlo, mis dedos empezaban a palpar sus labios, me daban muchas ganas de morderlos—. Sabes, he pensado mucho estos días. Te he pensado y soñado... pensé... pensé en cosas como un beso sincero, honesto y cariñoso; o simples detalles que me llevaron a adorarte con todas mis fuerzas. Pero algo muy especial se quedó en mi corazón. Es el recuerdo del día que mi papá, bueno, sabes lo que me hizo, y tú saliste en mi defensa. Pensé que mi papá te habría dado una paliza y no te importó con tal de protegerme, me sentí tan... tan... cuidada, amada

Mi corazón latía tan fuerte que me dolía el pecho, tragué saliva y continué:

—Yo no sabía cómo agradecerte. Siento que te amo tanto, que ya no hay nada más que pueda hacer para demostrártelo. Entonces recordé algo que oí hace poco —algo que Gabriel me hizo notar—: no hay nada mejor que un beso dado con honestidad y cariño. Pensé que ese podría ser un buen regalo, quiero que recuerdes siempre este beso, porqué es único, es mi regalo más grande y quiero que lo lleves siempre contigo.

No había porqué seguir esperando, me perdí en la infinita alegría de besarlo. No podría explicar cómo se siente, antes me daba asco ver gente besándose, pero luego se volvió una acción especial; me volví adicta a los labios de mi novio. Eran secos, pero suaves, no podía evitar mordisquearlos levemente, saborearlos, lamerlos. Nos quedamos así por unos segundos y luego nos separamos.

—Jamás en la vida lo olvidaré —me dijo Rodrigo, parecía sobrecogido.

—Cumple tu palabra, o te las verás conmigo —bromeé un poco y nos quedamos allí, abrazados, enamorados, en un instante eterno que se fundía con un alba maravillosa.

—Oye, princesa, ¿tú crees que el Gabo y la Chío estén así, como nosotros, algún día? —vaya cambio de tema.

—Yo creo que sí.

—Rocío... ella...

—Shhh —puse mi dedo en su boca, no había que hablar de eso—; no digas nada y volvamos —tomados de la mano, empezamos a caminar de regreso a la sala.

—La Rocío ya me dijo, ella está... enamorada y yo...

—No fue su culpa —no sé porqué, pero sentí que debía defender a mi amiga.

—Pero, ¿por qué de mí y no del Gabo?

—El corazón de una chica es muy confuso, no trates de entenderla... —doblamos la esquina del pasillo.

—No trato, pero...

Una mirada hinchada de amargura se clavó frente a nuestros ojos. Rodrigo y yo nos quedamos casi espantados. Él nos miraba con una decepción profunda, terriblemente hiriente. Nos había oído.

—Así que era cierto —mascullaba Gabriel.

—Ga... Gabo... —Rodrigo trataba de hablar. Gabriel se acercó a unos pasos de él, yo me aferré al brazo de mi chico, algo terrible estaba por pasar.

—Eras tú... —Gabriel miraba a Rodrigo con los ojos envenenados de furia, no... ¡basta!... ¡NO!

—¡Gabo, no! —grité, pero era tarde. Su puño se estrelló contra el rostro de Rodrigo y lo tumbó al piso.

—¡Tenías que ser tú! —se arrodilló al piso con las manos en la nuca. Rocío, que fue testigo del golpe, miraba toda la escena detrás de Gabriel, totalmente paralizada. Mi sangre empezó a hervir al ver la cara hinchada de Rodrigo.

—¡Gabriel, qué pasa contigo! —le grité, pero al ver su rostro de dolor me arrepentí de mi arranque de rabia.

—Lo escuché todo —sentí que me bajaba la presión. Rodrigo se levantaba a duras penas.

—Por favor, hablaremos como la gente, vamos a mi cuarto —le pidió, Gabriel nos dio la espalda, tratando de irse, pero Rocío le tapó el paso con el rostro desbordado de lágrimas.

—Gabito, te lo ruego —pidió mi desesperada amiga. Gabriel cerró los ojos y empezó a caminar.

En silencio sepulcral, los cuatro entramos al cuarto de mi novio, a la misma habitación en la que solo unos días atrás estábamos pasando tan lindos momentos. Rodrigo cerró la puerta con llave y se recargó contra su ropero.

—Gabriel, dinos qué fue lo que escuchaste —le pidió Rodrigo, Gabriel lo miraba de reojo.

—No me hagas repetirlo —dijo casi susurrando.

—Papito, no sé lo que hayas llegado a oír —traté de aliviar la tensión—, pero debes saber que ninguno de nosotros te quiere ver mal...

—No me jodan con eso —me respondió Gabriel y me miraba lleno de decepción.

—No te engañamos —afirmaba con la intención de darle confianza, no lo lograba.

—¡Claro que sí! —gritó Gabriel— ¡Bien carajos son, sabían que la Chío estaba jalada del Rodrigo y jamás me lo dijeron! ¡Son unos traidores, unos hipócritas!

—¡Te voy a enseñar a ser hipócrita! —Rodrigo reaccionó, furioso. Gabriel lo empujó contra el escritorio y golpeó su estómago, Rodrigo respondió con un cabezazo. Rocío y yo tratamos de separarlos, estaba muy asustada. Gabriel alzó a Rodrigo y lo tiró en la cama, estaba por pegarle de nuevo, pero Rocío lo sostuvo del brazo.

—¡Basta, por favor, basta! —Gabriel parecía volver en sí. Se sentó en el suelo y empezó a jalarse el pelo.

—Díganme que no es cierto —murmuraba mi amigo—, díganme que me están gastando una broma muy pesada —Rocío se hincó y lo abrazó.

—Todo fue mi culpa —decía ella.

—No, no... no puede ser cierto —Gabriel empezó a llorar.

—Lo siento tanto —se excusaba Rocío. Yo ayudé a Rodrigo a pararse, revise su rostro y luego lo abracé. La situación me estaba rompiendo el corazón.

—¿Cómo... Dónde... Cuándo? —se preguntaba Gabriel y empezaba a temblar. Me le acerqué para tratar de calmarlo.

—Nadie tuvo la culpa —me miró, lleno de dolor.

—Mis ilusiones, la última esperanza que me quedaba, todo se fue al diablo en segundos —Gabriel empezaba a monologar—. Tanta confianza, tantos años de amistad, todo... —sus gimoteos le impedían hablar. Nadie se atrevía a intervenir—. Todo fue cierto, él no mintió —Rodrigo se aproximó. Ni bien Gabriel lo vio, le clavó la mirada iracunda.

—Dime qué hago para remediar esto, hermano. Si hay algo que pueda hacer... lo que sea... —Gabriel cerró los ojos, suspiró y volteó la vista hacia mí, luego hacia Rocío. Agachó la cabeza y respondió, lleno congoja.

—Ya no sé qué creer. Sabía que nunca en la vida me traicionarían y quizás esto no sea una traición —suspiró y prosiguió—. Todos tenemos derecho a enamorarnos de quien nos guste. Pero he aprendido que nosotros no elegimos a nuestros amigos, los amigos nos eligen a nosotros. La camaradería, la amistad, son una cuestión de honor —suspiró de nuevo, hablaba como un soldado moribundo, dando su última voluntad antes de morir en el campo de batalla.

—Gabito... no te hagas daño —decía Rocío acariciando el rostro de Gabriel, pero él la tomó de la muñeca y alejó su mano de su cara, lleno de amargura. Parecía que le estaba apretando con mucha fuerza pues Rocío puso una expresión de dolor. Ni bien la soltó, su rostro expresó alivio y, por acto reflejo, empezó a sobarse la muñeca.

—Ustedes son todo para mí. Fueron, y creo que todavía son mis mejores amigos. Toda mi vida la he compartido con ustedes, pero he llegado a un punto donde ya no puedo seguir más —dijo conteniendo valientemente el llanto—. La soledad, la enfermedad y la verdad me han lastimado tanto que simplemente ya no valoro nuestra amistad —afirmó Gabriel.

Rodrigo y yo nos abrazamos, empecé a llorar, su confesión me hizo un daño tremendo, Rodrigo se estremeció, pero Rocío lloraba inconsolable, como si hubiera recibido la peor noticia de su vida.

—Él tenía razón —respiró hondo y prosiguió—. Me han preguntado mil veces qué me pasó el día que vimos a ese hijo de puta de Ikker en la fotocopiadora. ¿Quieren saberlo? Pues se los diré: Él me aseguró que la Rocío se había enamorado de quien consideraba mi hermano —miró de reojo a Rodrigo—. No pregunten cómo lo sabía porque ni yo mismo lo sé. Me dijo que ustedes se estaban haciendo la burla de mí, que me tomaban como su bufón, no le creí, pero ahora empiezo a dudarlo —sentí como si hubiera tragado cenizas—. Realmente no es culpa de nadie —suspiró de nuevo—, pero ya me cansé, estoy tan... tan... cansado —un silencio lacerante nos invadía.

—No te enojes Gabito —Rocío rompió el silencio—, jamás quise herirte.

—No, no me enojo, no... —suspiró de nuevo, más calmado—, pero me tomaré unas vacaciones de ustedes. No quiero que me hablen, ni se me acerquen. Hasta que logre ordenar mis ideas.

—Gabo... yo... —Rodrigo trató de hablar.

—¡Ni me hables vos! —le gritó—. O te vas hacer sacar la mierda ahorita mismo —quedamos paralizados—. Dejáme recuperarme un rato de esto, luego hablaremos, pero no ahora

El daño era atroz, los cuatro estábamos devastados, no había nada más que hacer, finalmente se acabó.

—Perdonáme Gabriel, por favor perdonáme —pedía Rocío en un último desesperado intento de mantener a nuestro mejor amigo a nuestro lado. Lo hacía con tanto dolor que parecía que se iba a partir, la abracé para sostenerla.

—No tengo nada qué perdonar, Chío —respondió mientras se levantaba del piso.

Nos miró de reojo y se retiró, dejándonos con un nudo en las gargantas.

—Lo arruiné, lo arruiné todo —se lamentaba Rocío, sin consuelo.

—No es tu culpa amiga —traté de consolarla tomando sus manos—, todo pasará.

—Pero lo herí tanto... tanto...

Abracé a mi amiga con firmeza y acaricié su cabeza, todo era horrible, ¡cómo pudo pasar!

—No hubo ninguna oportunidad para él —murmuraba Rodrigo— tiene razón en estar furioso y decepcionado. Le hemos arrebatado lo más importante, y ahora deberá luchar para recuperarlo —se sentó sobre la cama y quedó callado.

Pasaron unos momentos y alguien tocó la puerta de la habitación de Rodrigo. La abrió. Era Alan.

—Vaya, qué caras —dijo.

—Ya iremos, que me esperen —respondió Rodrigo.

—Vi al Gabriel salir de aquí emputadísimo.

—Es un asunto de nosotros, no te preocupes. Ya lo arreglaremos.

Alan dio una ojeada al interior del cuarto, me miró, luego a Rocío y tomó el hombro de Rodrigo.

—Tiempo al tiempo, hermano lobo. Tiempo al tiempo —dijo y se retiró.

Rodrigo se había quedado mirándolo mientras se alejaba. Lo había llamado lobo. Sí, Rodrigo es un lobo. Es... es... fuerte en la soledad y solidario en la manada. Alan y Rodrigo, ellos dos son lobos. Al verlos juntos en ese momento de dificultad pude sentir que existía un nexo que los unía. Algo que es difícil de explicar. Ni yo misma lo entiendo. ¿Quién es Alan realmente? ¿Quién es Gabriel? ¿Quién es Rodrigo? ¿Quién es Rocío? ¿Quién soy yo misma? 

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