20. Día en la piscina...
Querido diario. He pensado mucho este tiempo, medité sobre mi familia y sobre aquellos sueños extraños. Pensé mucho en los misterios que rodean mi vida y sobre el siniestro sujeto que nos ha estado hostigando. Tenía miedo, mucho miedo, pero he comprendido que debo ser valiente. Por un instante recordé a aquella señora que me dijo en sueños que su arco me pertenecía y sentí una fortaleza que no conocía. Ya no le tengo miedo al diablo. Aprendí lo que significa un beso sincero, el valor de una amistad honesta, lo que es realmente valioso. Y la camaradería.
Pasó el desfile de la banda por el 6 de agosto (Día de la Independencia de Bolivia), fue un día genial. Nos tomaron muchas fotos y la gente nos aplaudió al pasar. Es una lástima que Rodrigo y yo ya no tengamos más tiempo para ensayar, no podremos seguir. Sin embargo, me di el gusto de desfilar al menos una vez.
Al terminar la marcha, mis amigos y yo fuimos directo a una heladería para descansar. Helados de limón para todos, creo que fue el mejor helado de mi vida. Ese día acordamos ir a la piscina y luego pasar la noche los cuatro juntos en la casa de Rodrigo, sería como una especie de pijamada.
Quedamos en reunirnos el sábado por la tarde, eran casi las dos. Nos citamos en una piscina a la que suelo ir con Rodrigo. Mi hermana me acompañaba. Me sentía bastante emocionada, la tarde prometía ser muy entretenida. Al llegar, nos encontramos con Gabriel y Rocío quienes nos esperaban en la puerta. Rodrigo vino con Oscar. Ingresamos y nos registramos rápidamente. Gabo lucía diferente, se veía relajado y animoso. Sus cambios de humor se tornan desconcertantes. Desde que tuvimos ese feo encuentro con el tal Ikker en la fotocopiadora cerca al colegio, Gabriel ha estado distante, distraído, lejano. Pero ese día de piscina se lo notaba mejor, más activo; cosa rara.
Mi hermana, Rocío y yo nos fuimos a los vestidores con apuro, los chicos se distraían mirando a otras chicas; hombres. No pude evitar sentirme celosa. Sin embargo, me aseguré de tener toda la atención de Rodrigo ese día. Llevé el bikini que Jhoanna me ayudó a elegir cuando viajamos a Santa Cruz.
—Hace full tiempo que no nadaba —comentaba Rocío.
—Ni yo —repliqué mientras me recogía el cabello y me hacía una cola.
—Oye Di, ¿crees que hoy sea un buen día? —me preguntó Rocío con cierta tristeza en la voz.
—Claro, pero, ¿qué te preocupa?
—Este Gabriel pues, ha estado toda la semana como en otro planeta, me angustia.
—Ya chicas, relax, olvídense de todo y diviértanse —intervino Joisy desde el otro lado del vestidor.
—Diana, checkea —pidió Rocío y apareció frente a mí con un traje de baño azul de dos piezas.
—Revelador, revelador —murmuré—. Te queda súper —y en verdad le quedaba.
—¿Crees que le guste al Gabriel? —consultó insegura, pregunta que me tomó por sorpresa.
—¿Quieres sacarle latidos y suspiros?
Mi amiga sonrío tímidamente, rodeando su cuerpo con sus brazos.
—Quiero que me vea linda, bonita. Quiero gustarle bien, que sepa que no soy una marimacho ni nada por el estilo.
En ese instante Rocío me llenó de ternura. La abracé y, en voz baja, le dije:
—Eres preciosa, amiga. Seguro dejarás a los chicos sin aliento.
Chío iluminó su rostro con una sonrisa y asintió.
Por un momento pude sentir una oleada de inseguridad recorriendo toda mi médula. ¿Qué siente realmente mi amiga? ¿Qué es lo que más le preocupa? Las cosas horribles que tuvo que pasar por culpa de su padre me hacen pensar que ella misma está tratando de encontrar razones para amarse más. Y la entiendo perfectamente, porque a veces yo también me confundo conmigo misma, y me enojo. A veces siento que me odio y que no merezco nada bueno, o que soy una mala persona. Quererse y amarse puede ser difícil, pero hay momentos en que un bonito reflejo frente al espejo da motivos para sentirse bien. Quizás Rocío y yo no tratamos de sentirnos lindas para los chicos que nos acompañan, quizá solo deseamos estar bonitas para querernos más a nosotras mismas. Aunque no niego que también es agradable cuando el chico que te gusta, o que amas, se te queda mirando. Y de hecho eso fue exactamente lo que luego ocurrió. Ni bien salimos, los chicos se quedaron mirándonos como babosos, me dio algo de vergüenza y a la vez me dieron ganas de reír.
—Listo, espero que no nos hayan esperado demasiado —les dijo Jhoanna a nuestros acompañantes.
—Para nada —contestó Rodrigo, notoriamente ansioso y con el rostro enrojecido
Oscar parecía haber quedado impresionado con mi hermana, Rodrigo conmigo, pero Gabriel... él... parecía que sufría, su rostro no mostraba esa "depravación" natural que suele tener. Al contrario, puso cara de culpable. Rocío se sonrojó, sabía que él la miraba, pero era una mirada llena de culpa. Dentro de mí sé que nuestro amigo algo oculta, un secreto que lo lastima y que no se atreve a mostrar a nadie. Y Rocío, por su lado, parece sentir temor de aceptar el cariño que Gabriel le demuestra, sé que ha estado luchando contra ese temor. Aún más considerando lo que tiene que sobrellevar a cuestas por culpa de su padre. Si a mí me pasaran las desgracias que a Rocío, posiblemente sería incapaz de confiar nuevamente en un varón. Pero lo que pasa entre mi amiga y Gabriel es algo diferente. Él sufre, ignoro la causa. Ella también, y sé la razón. Talvez con Rodrigo no me confundo de esta manera porque lo conozco de toda la vida, pero eso no quita que el corazón de los hombres me resulte un enigma.
Lo primero que hicimos fue jugar a la pelota con un pequeño y liviano balón, aunque era algo duro y dolía cuando llegaba a la cabeza. Cuando nos cansamos, salimos del agua para beber gaseosas. Me relajé de tanto al jugar, el agua es genial para calmar la ansiedad, aunque Rodrigo no parecía sentir lo mismo que yo. Mientras yo me relajaba, él respiraba ansias y exhalaba nerviosismo, podía sentirlo y creo que era por mi culpa.
Él se quedó un poco más en la piscina, nosotros ya estábamos recostados en las camillas, descansando. Veía nadar a Rodrigo desde mi lugar, tiene una elegancia única y una técnica bastante vistosa. Todo eso se adorna aún más con lo simpático que es él. Mientras lo miraba, salió del agua, interrumpiendo mi quietud. Al verlo se me aceleró el corazón, sentía unas tremendas ganas de reír, pero de los nervios. Rodrigo lo notó de inmediato.
—¿Qué es? —nos preguntó.
—Primito, creo que dejaste algo muy importante en la piscina —le contestó Oscar, riendo.
—¿Cómo? —cuestionó confundido.
No tuve más que señalar su cuerpo para mostrarle que estaba desnudo. Aparentemente perdió la malla al lanzarse a la piscina. ¡Se veía tiernísimo!, no pude evitar sentir vergüenza, aunque mis ojos tampoco se alejaban de él. Rodrigo se sonrojó como un tomate y se arrojó al agua en un desesperado intento de ocultarse. Zambullía por toda la piscina buscando su malla. Gabriel y Oscar no paraban de reír, Jhoanna y Rocío aguantaban la risa, y yo me quedé un poco tensa, ignoro porqué. Por primera vez, en aquel momento, pensé en Rodrigo de una manera diferente. Sentí un cosquilleo en mi estómago, rebobinando en secreto la imagen de su cuerpo mojado y desnudo en mi mente. Quizá aún existen dimensiones del amor que me da miedo explorar, pero siento mucha curiosidad por saber de qué se trata "eso"... Quisiera sentirlo, sentirme así otra vez.
Mi novio salió del agua bastante avergonzado y el traje de baño medio mal puesto. Regresó en silencio y con el ceño fruncido.
—Vamos Rod, no es para tanto —le decía Gabriel con un golpecito en la espalda, aún riendo, pero tratando de darle un poco de ánimo.
—Si, claro, gil. Como no fuiste vos el que salió de la piscina así en pelotas... —contestó con evidente disgusto.
Después de descansar un poco, volvimos a jugar con la pelota, pero Rodrigo lucía apenado, sin ganas de jugar. Nos evitaba a Rocío y a mí a toda costa. Creo que el incidente de su malla le bajó la moral, debía hallar una forma de arreglarlo. Por un momento quise pensar cómo él; ¿cómo piensan los hombres?. Pensé y pensé, y entonces algo loco se me ocurrió. Tomé a Rocío de la mano y la llevé a las duchas, para hablar a solas.
—¿Podrías decirme qué siempre te traes? —cuestionaba Rocío.
—Che, amix. Medio bajoneado está el Rodri.
—Eso ya lo noté.
—¿Y has ubicado la razón? —pensó un poco.
—No será por lo de su malla, ¿o sí? —asentí—. Yaaaa, ¿en serio?
—Lo conozco pues, es bien sensible, se avergüeza fácil y de eso se ha puesto así. Pero creo saber cómo levantarle un poco el ánimo. Seguro se apenó por que nosotras lo vimos así todo pelado, así que sería bueno ponernos a mano con él.
—No ubico.
Le susurré mi plan al oído, de inmediato le subieron los colores al rostro.
—¡No haré eso ni loca!
—No sientas penita, no son extraños, son nuestros amigos más queridos.
—Pero, pero...
—Tómalo como que les haremos una re-broma. Además, quizás así podrías llegar a romper el hielo con el Gabo —Rocío me miró y luego sonrió con picardía.
—No puedo creer que lo esté considerando.
—Necesitamos hacer esto —sentí que me temblaban los labios y tiritaban mis mandíbulas. Mi amiga me miró con extrañeza.
—Por qué...
—Porque así son las cosas, así es la vida. No seremos niñas eternamente y no quiero que este momento se pierda solo porque no nos atrevimos. Los chicos también se volverán hombres y sabes lo que eso significa. Quizá sea nuestra última oportunidad de hacer algo así y que no pase nada.
Rocío suspiró y rió levemente.
—Eres una loca de remate —mi amiga suspiró—. Pero solo esta vez, solo a ellos; nunca más con nadie. No me gusta pensar que en el futuro hayan otros chicos que nos miren así.
Esbocé una sonrisa interna. Rocío es mi perfecta cómplice, tan loca como yo. Siempre hemos hecho toda clase de locuras juntas y lo que íbamos a hacer quedaría para la posteridad.
Nos metimos en uno de los boxes de las duchas, Rocío salió a llamar a Rodrigo y Gabriel, luego regresó corriendo entre risitas, ellos ni se imaginaban lo que les esperaba. Nos desamarramos la parte superior de los bañadores antes que lleguen. Se aceleraba mi corazón al punto de dolerme el pecho, mi estómago se llenó de mariposas, respirar me costaba trabajo; sí, era esa misma sensación de tensión, la misma que sentí cuando vi a mi novio desnudo salir de la piscina.
—¿Estás lista? —pregunté a Rocío, ella asintió apenada, casi no podíamos contener la risa.
Oímos las voces de Rodrigo y Gabriel aproximándose a nosotras. Nos pusimos de espaldas y los esperamos pacientemente. Nos vieron y enmudecieron, los miré de reojo, lucían extrañados.
—Uno, dos, tres... —volteamos y descubrimos nuestros cuerpos frente a ellos.
Los ojos de ambos se abrieron mucho y se fijaron sobre nosotras, abrieron la boca como cocodrilos y sus rostros se tiñeron de rojo vivo. Nos quedamos unos segundos frente a ellos, dejándolos mirarnos y, de inmediato, nos cubrimos de nuevo, saliendo a toda prisa. Ya no podía soportar más la risa y solté mi carcajada hasta llegar a los vestuarios. Me sentí satisfecha, realmente satisfecha. Algo en mí se activó ese momento, algo que había dormido hasta ese día.
—¿Viste sus caras? —le dije a Rocío sin dejar de reír.
—Se quedaron como babosos —respondió, también entre risas.
Me dolía el estómago de tantas carcajadas. En realidad no sabía de qué me reía, si de la vergüenza, de la complacencia o por la cara que pusieron Gabriel y Rodrigo.
—Espero que no se emocionen mucho —comentaba Rocío, yo le ayudaba a anudarse el bañador de nuevo.
—Tus..., tus... han crecido bastante —y no es exagerar. Quería tocarlas, las suyas son más grandes que las mías. A mí no me crecieron así, empiezo a temer que jamás lo hagan; pero tenerlas pequeñas es también genial, no me incomodan. Aunque incluso puede que no sean tan pequeñas como yo las veo, no lo sé.
—Las tuyas también... —respondió mi amiga. Nos miramos por unos segundos, como comparando nuestros cuerpos. La situación empezaba a ponerse insoportablemente embarazosa.
—Deberías medir mejor tu talla antes de comprarte ropa, un poco más y este bañador ya no te quedará.
—Te pediré ayuda para una próxima.
Súbitamente explotamos en risas. Cuando éramos más pequeñas solíamos jugar a que éramos grandes y le poníamos algodones a nuestras camisetas, para que parezcan pechos. Ahora que ya los tenemos, no son tan cómodos como creíamos de pequeñas. Es más fácil ser una niña que una jovencita. No hay dolores mensuales, ni ropa incómoda, ni hombres que la fastidien a una con sus miradas indiscretas. Nada importa más que vivir historias de unicornios y palacios donde una es reina de un universo de cuentos de hadas. Es maravilloso ser niña.
Pasó la tarde y decidimos abandonar la piscina antes que atardezca, la noche prometía más emociones. Tomamos un micro con rumbo a la casa de Rodrigo, tal y como lo acordamos. Gabriel había traído su sleeping, Rodrigo dormiría en el suyo. Rocío y yo íbamos a dormir en la cama de mi chico. En el camino nos seguimos matando de la risa. La malla perdida de Rodrigo era la principal razón de tanta diversión. Sin embargo, estaba en lo cierto con respecto a ponerme a mano con él, dejó de estar apenado desde el momento de la broma.
Cuando llegamos a casa de Rodrigo asaltamos el refrigerador, nos moríamos de hambre. Comimos bastante y luego empezamos a planear lo que haríamos por la noche. Nos retiramos a la habitación de Rodrigo, vestimos la ropa de dormir e hicimos lo primero que acordamos: ¡jugamos lucha libre! Nos aburrimos luego de un rato e iniciamos una guerra de almohadas que acabó con lo que nos quedaba de energía. Rendidos, empezamos a contar cuentos de terror. Fue mi parte favorita, me fascina contar relatos de miedo. Esa noche saqué uno de mis mejores cuentos: "La chola zombi y el kari-kari", es uno que Rocío y yo inventamos en una pijamada con nuestras amigas. También nos aburrimos de los relatos y empezamos a retarnos a hacer cosas locas. Ellos nos retaron a vestir ropa de hombre. Rocío se puso el uniforme de Rodrigo y yo la ropa de Gabriel. Pero lo más divertido llegó cuando los retamos a ellos a vestir como chicas, ¡qué bueno que llevé mi cámara!, me habría arrepentido toda la vida de no tomar fotos de ese momento. Rodrigo se veía increíblemente chistoso con mi falda y mi blusa, parecía una niña lindísima. Gabriel se veía aún más gracioso con el pantalón ajustado de Rocío y con su polera. Reímos hasta sentir ganas de ir al baño, aunque a los chicos no les hacía tanta gracia. Luego los maquillamos e hicimos un desfile de modas con ellos.
A la madrugada el sueño nos ganó. Rocío cayó profundamente dormida, yo estaba apenas despierta. Gabriel la cargó, la recostó sobre la cama de Rodrigo y la arropó con cuidado. Había tanto cariño en sus gestos que me sentí conmovida. Me acosté al lado de mi amiga, Gabriel y Rodrigo se entraron a sus sleepings y cayeron dormidos, el sueño nos venció.
Un extraño ruido me despertó, pero no me levanté, estaba muy cansada. Apenas miré de reojo el reloj que Rodrigo tiene sobre su velador, era poco más de las cuatro y media de la mañana. Miré hacia la ventana y vi a Gabriel sentado con vista a la luna llena. Me levanté, tratando de despabilarme del sueño, Rocío y Rodrigo estaban profundamente dormidos. Caminé hacia la ventana, me senté al lado de Gabriel y descubrí que tenía el rostro empapado de lágrimas.
—Gabito, ¿qué pasa? —fue lo primero que se me ocurrió susurrarle. Realmente era raro ver a Gabriel tan triste, él jamás se pone así. Algo muy grave le sucedía.
—No pasa nada —murmuró.
—No puedes engañarme, Gabriel. Sé que algo te pasa, estás así desde el día que nos encontramos con ese Ikker en la fotocopiadora. Sé que te hizo algo y no nos quieres decir —Gabriel sonrió con dolor.
—Quizás es porque ustedes son la razón de mis penas —una horrible sensación se clavó en mi garganta.
—No capto.
—Mirá Diana, alguna vez la luna brilla intensa... miras por la ventana y te llenas de ilusiones... y luego todo se cae... se caen las estrellas y todo se vuelve una pesadilla de la que no puedes despertar... y recuerdas lo insignificante que eres y te arrepientes de haberte ilusionado. Al final, quedas como idiota...
—No digas eso.
—Antes solía soñar que volaba hacia las estrellas. En mí existe una nostalgia de días pasados que jamás viví y no puedo entender porqué —también siento eso.
—Te entiendo.
—Siempre soñé con ser el héroe de la Chío. Pero entendí que no soy su héroe, jamás lo fui, ni lo seré nunca —dijo mirando hacia la cama, donde Rocío dormía. Se frotó las lágrimas y suspiró.
—Ya eres un héroe para nosotros.
—Ay por favor, no me digas algo tan barato.
—En serio, Gabo, no te miento.
—Pero no es pues lo mismo. Creo que sabes lo que siento por la Rocío, pero ella tiene su corazón en un lugar tan lejano que me resulta imposible alcanzarlo. Es como querer llegar al sol.
—Gabriel, hay cosas que...
—No, no. No digas más. Al fin y al cabo yo sé que ella tiene derecho a hacer lo que quiera. Simplemente no puedo cambiar lo que me tocó vivir.
—Puedes hacerlo, no te rindas.
—No tengo más fuerzas para pelear, Diana. Es como estarse quedando ciego sin poder hacer nada para evitarlo. Estoy bien cansado... —se encogió y empezó a sonrojarse—. Así como amigos, ¿te puedo confesar algo?
—Claro.
Gabriel fijó nuevamente su vista sobre la luna distante.
—No conozco el amor.
—Tus papás te aman.
—No, no. No hablo de eso, es otra cosa... sabes yo... —se detuvo, tomó aire y prosiguió con timidez—, jamás he besado a una chica. Es decir, a una que sea mi novia, ¿captas? —asentí—. Mi primer beso me lo diste tú esa vez que jugamos a la botella —mi estómago se contrajo—, y yo esperaba tener ese primer beso con la Rocío, pero he sido un cojudo al pensar que eso podría ocurrir.
—No te hagas daño pensando en eso —empezaba a lastimarme el verlo tan mal.
—No puedo evitarlo. Recuerdo lo que sucedió el día de la serenata y me pregunto por qué las cosas tuvieron que ser así. Rodrigo fue afortunado, él tomó el beso que yo soñaba —dijo y perdió su mirada en la luna.
Yo estaba a punto de llorar. Nunca me hubiera imaginado que Gabriel fuera un chico tan sensible. Se muestra siempre burlón y despreocupado, por eso jamás pensé que ese beso sería tan importante para él.
—Sabes —continuó—, yo no puedo creer que ustedes sean falsos, no puedo creer que traicionen nuestra amistad, no quiero creerlo.
—Me estás asustando. ¿Por qué dices eso? —sentí un calambre en los pies.
—Porque eso fue lo que escuché... lo que me dijeron. No puedo creerlo y no lo creeré. Ustedes son mi familia, parte de mí. Aunque tengo una herida muy profunda dentro y me está cagando la existencia. Amo a la Rocío por ser la primera chica en mi vida y la única hasta ahora. Aprecio sin límites al Rodrigo por ser mi hermano entrañable. Te quiero mucho a vos por ser mi mejor amiga sobre este mundo, pero llegué a un punto en el que todo eso duele demasiado. Me duele el alma, y los ojos, siempre me duelen los ojos. Quisiera que el dolor se acabe. Ya no quiero estar solo —un llanto muy amargo se apoderaba de él, lo abracé con fuerza, tratando de darle consuelo.
—Gabriel, acaso tú...
—Yo estoy solo. Los secretos me ponen solo, mi salud, mis ojos; estoy harto de mis ojos.
—Gabo...
—Estoy harto de las medicinas, de esta maldita incertidumbre. Estoy podrido de tanta soledad... —el llanto cortó su frase.
—Gabito, no estás solo —ya no podía más, empecé a llorar también—, nunca estarás solo. ¿Estás enfermo acaso? ¿Para qué tomas medicinas?
—Lo siento Diana —dijo, cabizbajo—, es algo que no puedo decirte aún.
—No me angusties de esa forma. Me preocupa tu salud.
—No moriré, Di, si a eso te refieres. ¿No lo sabías?, soy inmortal.
—Pero... pero...
—Estoy vivo porque la Rocío está aquí. Pero está lejos. No es justo, Diana. Quería sentir ese cariño una vez en la vida. Quería creer que no soy un imbécil, un pobre cojudo jalado de una mina que jamás le va dar bola.
—Basta, Gabriel —acaricié su rostro, esto no debía seguir así, debía hacer algo—. Tus amigos siempre estarán contigo y no dejaremos que estés tan mal.
Casi por reflejo, tomé la cabeza Gabriel con mis dos manos y la aproximé para besar su frente. Luego lo abracé, acariciando su nuca, jugando con sus cabellos, frotando su espalda, besando su mejilla. Él se aferró fuertemente a mí y siguió desencadenando su llanto sobre mis hombros. Ambos nos ahogamos en un instante eterno al calor de nuestros cuerpos y las lágrimas de esa noche de plata. Su mano se entrelazó con la mía y nos quedamos así por un rato. Gabriel aún estaba compungido, pero se iba calmando.
—Gracias por ser mi pañuelo de lágrimas —susurró, más tranquilo—, creo que te llené el hombro de mocos.
Contuve la risa y sonreí mientras acaricaba su rostro.
—Un día, la Rocío te va querer como te mereces.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Las chicas somos así. Un día nos gusta un chico, luego nos enamoramos de otro. Pero tú, Gabito, ya has hecho méritos suficientes para ganarte el amor de la Chío, y ella lo sabe.
—No trates de darme esperanzas —creo que se molestó.
—No pretendo que te ilusiones, Gabo. Pero conozco a mi amiga.
Una leve sonrisa se dibujó el rostro de Gabriel, que luego asintió levemente.
—El amor es muy misterioso.
—Lo sé —repliqué mientras suspiraba—, pero podemos aprender los cuatro juntos.
—Gracias, Di. Gracias por lo de esta noche.
—No agradezcas. Te debo mucho, Gabito. Siempre has estado ahí para apoyarme. Yo también quiero ser tu apoyo
—Y lo eres.
Nos miramos unos momentos, con la luna de testigo, queriéndonos de una manera muy especial. Aunque algunas chicas de mi curso dicen que la amistad entre un varón y una chica es imposible, yo creo que se equivocan.
—Gabito, te quiero.
—Y yo a ti.
—Ven, vamos a dormir.
Gabriel se recostó y yo me arrodillé a su lado para arroparlo. Cerré el sleeping y acomodé las almohadas en su cabeza.
—Me alegra haber compartido un día tan lindo con ustedes hoy —susurró Gabriel—, porque algún día... ya no podré verlos de nuevo.
—No digas eso, por favor —sentí temor al oírlo—. Nunca más lo repitas. Te necesitamos
—Y yo a ustedes.
—Shhh, cierra esos ojitos y duerme. Duerme.
Mi amigo se acomodó y cerró los ojos con una expresión de mayor tranquilidad. Verlo dormir me llenó de paz porque supe que había logrado brindarle un poco de alivio. Sin embargo, algo anda mal. No solo se trata del drama que Gabriel está viviendo ahora miso por causa de Rocío, sino que hay también un tema en su salud. Estoy muy agustiada por ello. Además de aquellas extrañas ideas de conspiración y traición que se hizo alrededor de nuestra amistad. Me pregunto que clase de cucaracha inmunda pudo envenenar un corazón tan bello y puro como el de Gabriel.
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Hemos basado nuestro entendimiento del universo en hologramas tan falsos como el tiempo, la materia y la energía. Nuestros instrumentos de observación y nuestros sentidos son absolutamente incapaces de entrar en la conquista de la verdad porque no pueden percibirla. La mente misma es una cosa inútil para entrar a la verdad pues la verdad no piensa ni siente, solo ES. El pasado, el presente y el futuro ocurren a la vez y los humanos ven el pasar del tiempo como una línea recta que los lleva a la vejez, cuando en realidad el tiempo no se trata de eso. El tiempo es algo que se puede superar para entrar a la verdad y la eternidad. El día que los Espíritus encuentran el camino a esa eternidad, solo entonces se pueden liberar de las ataduras del tiempo; entonces inicia el camino de regreso a casa. El Espíritu orientado puede ver el pasado, el presente y el futuro a la vez. Ese día, el Espíritu se hace vidente.
Del diario de Gabriel, 2004
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https://youtu.be/kiR0lLLkTMU
Título: El Tema de Gabriel
Género: Instrumental para piano, banda sonora
Autor: Gaburah L. Michel
Álbum: El Arco de Artemisa OST
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