19. Rhupay, Valya y el Diablo...
Un verdadero caballero lucha y muere tanto por amor como por honor, pero todo hombre debería encontrar algo más por lo que luchar en el fondo de su corazón o, más importante, en las memorias de su propia sangre. No llore por el caído en combate pues seguro murió satisfecho. La guerra se trata de hallar la forma más honrosa de morir, pero no me juzguéis por cómo morí sino por cómo viví.
Rudolph Michelle, el Caballero Negro.
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Querido diario, las vacaciones de invierno se acabaron. Este descanso de medio año fue bastante movido por las fuertes experiencias vividas las últimas semanas. Desde el cumpleaños de Gabriel muchas cosas cambiaron y, poco a poco, las circunstancias han ido transformándose. Me fue imposible sacarle más información a mamá sobre nuestra ascendencia. Desafortunadamente, mis hermanos tampoco saben mucho. Mi tía Alina no quiso decirme nada y el misterio crece. Supe que la familia de Rodrigo tampoco quiere hablar sobre el tema. Todos lo evitan y nuestra necesidad de saber la razón de tantos secretos crece cada vez más.
El lunes tuve un gran arrebato, de hecho lo fue también para mis amigos. Las clases empezaban nuevamente. Me daba una flojera terrible levantarme temprano, pero no había remedio; apenas me despegué de las sábanas. Fui a tomar una ducha, pero el agua se cortó de forma repentina. Tuve que arreglármelas para enjuagarme con la poca agua que había disponible. Para variar, no habían calcetines limpios, por lo que tuve que usar los de Educación Física. Me cambié lo más rápido que pude, ya estaba atrasada. Había olvidado pedirle a mamá que me compre un sujetador nuevo, el que llevaba empezaba a incomodarme. Me puse el uniforme de mala gana.
Salí de casa junto a mi hermana, ella llevaba el traje diseño sastre que compone el uniforme de la Promoción y muchas cartulinas en su mochila. Llegamos al colegio con mucho apuro.
—Che pulga —Joisy me dice pulga de cariño—, cuidadito te atrases hoy, debes poner la mesa. El Oscar va venir temprano a recogerme, así que no te vas tardar.
Cierto, la noche anterior mi hermana y yo hicimos la comida para hoy. Ella invitó a su chico, yo al mío.
—Para nada, y no soy una pulga —fingí molestarme, aunque en realidad no me molestó.
—Ya, ya, digamos. Por si cualquier cosa, me buscas nomás en mi curso.
—Ya, dale.
El reencuentro fue genial, Rocío y Gabriel ya estaban en la puerta. Luego Rodrigo llegó, se me acercó, me abrazó y me robó un beso fugaz.
Los periodos se hicieron eternos, pero tras la pesada hora de clases llegó, finalmente, el esperado recreo en el que los temas de conversación seguían dominados por las vivencias de las vacaciones. Mis amigos y yo dejamos ese tema y pasamos a algo más delicado.
—¿Averiguaron algo? —preguntó Gabriel haciendo referencia al tema de nuestras familias.
—Yo le pregunté a mi abuelo sobre sus antepasados, pero no me dijo nada que sirviera —respondió Rodrigo—. Lo que sí pude notar es que se puso full nervioso cuando le hablé de la Misión Familiar. Primero me dijo que no debía enterarme nada sobre el asunto ése y luego me quiso vacilar diciendo que no había ninguna misión —concluyó algo molesto. Luego conté mi relato.
—Yo le pregunté a mi mamá, pero tampoco me dijo nada claro, solo me pidió que no rebusque en el pasado.
—Mi jefa se puso histérica cuando le comenté sobre la Misión Familiar —contaba Rocío—. Me dijo que jamás volviera a preguntarle algo al respecto.
—Aquí hay gato encerrado —Gabriel arguyó—. Al día siguiente de mi happy, traté de hablar con mi vieja sobre el tema, pero se me hizo al quite y cuando le pedí ayuda a mi viejo para desentrañar el misterio, se hizo al sueco, como si jamás nos hubiera dicho algo.
—Definitivamente nos ocultan algo —afirmé—, hay mucho misterio aquí.
—A leguas, changa. Pero no hay quien más nos dé explicaciones aparte de nuestras familias —argumentó Rocío.
—Es verdad. Si nos ocultan algo es porque debe ser importante y debemos llegar al fondo de esto —Rodrigo afirmó, lleno de convicción—, me tiene de un huevo que nos oculten todo.
Terminó el último periodo, las clases fueron mortalmente aburridas, era poco más de la una de la tarde. Debía irme con mi novio temprano a mi casa, mi hermana nos esperaba para comer, pero la profe de Matemáticas nos dejó una práctica que debíamos fotocopiar, así que no tuvimos más remedio que pasar por la fotocopiadora primero.
Llegamos a la esquina de la plaza y Gabriel nos pidió nuestras cuotas para sacar las copias de la tarea. Lo esperamos en el kiosco del frente. Compramos unos refrescos personales hasta hacer tiempo y, entre tanto, el tema de conversación giraba sobre el cumpleaños de Rodrigo, está muy cerca.
—¿Harás fiesta para celebrar tu happy este año? —le preguntaba Rocío a mi chico. Ella aparentaba total normalidad, pero conozco a mi amiga y sé que debía estar muy ansiosa.
—Yaaa, eso ni se pregunta. Obvio pues changa —contestó, efusivo.
—¿Y qué tienes en mente, nene? —cuestionó, fingiendo que no le importaba demasiado.
—Ni idea, lo único que es seguro es que no será una fiestita de piñata. Ya estoy grandecito para esas cosas.
—¿Habrá baile? —comenté con una curiosidad enorme.
—Preferiría que no, pero... —no dijo más.
Una súbita sensación de temor cortó nuestra conversación. Rodrigo se había quedado mudo. Rocío estaba paralizada. Yo sentí una sensación horrible recorrer mi espinazo. De repente, un zumbido como de abejas me perforó los oídos por unos instantes y luego mi visión se volvió roja. Un calor sofocante me quemaba la garganta y, de un instante al otro, la sensación desapareció. Los tres nos quedamos mirándonos los unos a los otros, totalmente asustados. Entonces tuve un presentimiento terrible.
—¡Gabriel! —destapé mi voz y empecé a correr a la fotocopiadora. Algo me decía que estaba en problemas y me desesperé por acudirlo.
Rodrigo y Rocío venían tras mío. Corrimos como si nos persiguiera un monstruo. No tardamos en dar con Gabriel, y no estaba solo. Frente a él se hallaba parado aquel nefasto personaje que nos había estado hostigando desde hace meses: Ikker. Nuestro amigo tenía una cara de pánico indescriptible, la gente pasaba como si nada sucediera, pero había algo terrorífico en el aire, un calor quemante. El peligro era inminente, lo sentí.
—Los inseparables amigos acuden al rescate —Ikker nos habló.
—¡Qué le hiciste! —Rocío lo increpó, amenazante.
—Nada en lo absoluto, solo le dije un par de verdades y se quedó asombrado —contestó, tranquilo. Rodrigo lo miró con determinación y se le acercó.
—No te creo. Más vale que nos digas qué le hiciste o yo...
—¡Oh tú qué! —le gritó furioso. La gente se volteó a mirarlo. Rodrigo se quedó seco por su inesperada reacción—. Te lo dije antes Rodrigo, no pienso permitir que te interpongas en mis planes, ninguno de ustedes.
—No te comprendo —le hablé sin poder contener mi rabia—. Qué te hicimos para nos tengas tanta bronca.
—¿Bronca? ¿Hablas de odio acaso? Aquí no importa el tiempo que ustedes hayan impedido el establecimiento del Gobierno Mundial, ni importa tampoco que el Holocausto de Fuego se siga postergando solo por su presencia. La única razón, dulce Diana, has tenido que ser tú. ¿No lo recuerdas acaso? ¿No tienes en tu mente el recuerdo de las cicatrices de aquel día en la Atlántida?
—Loco, estúpido, ubicáte. Ninguno de nosotros sabe de qué hablas. Dejá de fregarnos la paciencia —lo reté, bastante confundida por sus palabras.
—¡Ja!, no seas tonta, pequeña princesa. Lo reducen todo a una mera interacción entre egos de mortales, y lo que nos ha reunido está más allá de la imaginación de cualquier humano. Lo que pasó hace tantos milenios entre tú y yo, querida Diana, necesita corregirse.
—Te metiste marihuana vos —dijo Rocío.
—Escucha bien —intervine—. Jamás en mi vida te había visto, no sé quien eres y no se me antoja enterarme. Si no nos dejas en paz yo...
—¡Tú no harás nada, Diana! No puedes hacer nada. Han caído en pecado desde que comieron del Árbol del Bien y del Mal. Tuvieron la osadía de abrir la Puerta de Venus para que Lucifer entre a este mundo. Y por mucho que desprecie sus actos y el Símbolo del Origen en su sangre, su sola existencia tiene un significado mucho más profundo que necesito desentrañar —el rostro de Ikker empezaba a trastornarse con una expresión de locura—. Ahora el Graal de la corona de Lucifer mancha de pecado este mundo y ustedes ni siquiera son capaces de recordarlo. Han comido el Fruto del Conocimiento en vano y ahora temo que deseen comer el Fruto de la Vida. Qué error fatal cometió Asmodius al dejarlos vivir. Y aún así, sus vidas son tan preciosas que ni siquiera me atrevo a desaparecerlos del universo. Son fascinantes todos ustedes.
—Realmente se te zafó un tornillo —quería cortar ese desagradable encuentro. Las palabras de aquel loco empezaban a perturbarme seriamente. Miré a mis amigos y les hice una seña para irnos—. Vámonos chicos.
—Ilusos, esto no ha hecho más que empezar —agregó Ikker—. Yo mismo borraré su símbolo maldito, no atentarán más contra la Voluntad de...
—¡Deja de hablar! —oímos una voz.
Un extraño intervino a nuestras espaldas de manera sorpresiva. Usaba mandil blanco, por lo que creí que debía ser de alguna escuela fiscal. Su aspecto era más que llamativo: pelo oscuro y muy corto; piel clara, algo amarillenta; ojos verdes, muy oscuros, como las hojas de un árbol marchito; y mirada fría como el hielo. Sus facciones eran notoriamente nativas, pero eran demasiado inusuales para atribuírselas a un habitante de tierras altas. Tenía un porte temible y un temple admirable. Por su tamaño supuse que debía ser algo mayor que nosotros, casi de la edad de Ikker, unos quince años creo yo.
—Has estado hablando idioteces desde que llegaste —afirmó el insólito chico recién llegado.
—¿De dónde saliste? —dijo Ikker, asombrado.
—¿Qué no me reconoces?, ¿acaso olvidaste el Símbolo de mi linaje? —respondió el extraño.
En ese momento Ikker abrió desmesuradamente los ojos.
—Tú..., tú..., ¡no puede ser posible! Tu linaje debería estar extinto —repuso, nervioso.
—Pues no lograron exterminarnos a todos.
—Así que Kari hizo mal su trabajo —murmuraba Ikker con desdén—. Ustedes son peor que las cucarachas, jamás terminan de desaparecer.
—Una cucaracha hablando de cucarachas. ¿Entiendes tu posición, demonio cobarde?
—Debieron perecer junto a los herejes de Skiold en la Isla de la Luna hace ochocientos años —masculló Ikker—. Se hubieran ahorrado el innombrable tormento que haré caer sobre ustedes.
—¿Y cómo lo harás, eh? Si estás más débil que un mortal de carne y alma. En cambio, yo estoy listo para combatir. Corre en mis venas la sangre del Rey Kollman. ¿Crees que podrás enfrentarme? ¿Correrás ese riesgo, Golab?
Ikker retrocedió unos pasos.
—¿Osas provocarme, mortal? Eso tiene un precio alto.
—¡Adelante, aquí estoy! Si quieres tomar la tierra de Pachamama, primero tendrás que vencer a este Cóndor. Pero te lo advierto, si empiezas ahora no habrá quien me detenga, y te juro por Erks que no dejaré ni tus huesos para que se los coman los perros.
Los ojos de Ikker parecían inyectarse de una furia y un odio incontenibles, su cuerpo emanaba un calor estremecedor. La gente miraba la escena asustada, algunos presentes pedían llamar a la Policía, una pelea parecía estar a punto de desatarse. El extraño se puso en postura de defensa. Se sentía una feroz energía que recorría el aire. Ambas energías chocaron y una tensión empezó a desenvolverse en el ambiente. El aire se aceleró y se hizo denso, la gente se alejaba de la acera, espantada. Algunos curiosos pararon sus autos para ver la escena. Un insondable y antiguo horror se desenvolvía frente a nosotros y la tensión aumentaba a cada segundo. De repente, el choque de fuerzas cesó.
—Cobarde —dijo el chico de mandil y sonrió de manera malévola. Ikker pareció calmarse también y la tensión desapareció.
—Acepto que estoy en desventaja el día de hoy —recuperaba su apariencia a medida que todo se calmaba—, pero no perdonaré esta afrenta. Te advierto una cosa, bastardo de Dios, y díselo también a los erkianos: Los exterminamos una vez y lo haremos de nuevo —sentenció y se retiró tranquilamente con las manos en los bolsillos.
El extraño se quedó mirando al horizonte mientras Ikker se perdía entre los postes y la calle. La gente aún nos miraba.
—Vámonos, no es conveniente quedarnos más tiempo aquí —dijo el desconocido.
—¿Quién eres? —preguntó Rodrigo, lleno de desconfianza.
—Me llamo Rhupay Yupanki.
—¿Qué fue lo que pasó? —cuestionó Rocío.
—Si quieren respuestas, movámonos. Esta gente llamó a la Policía y si nos atrapan nos harán víctimas de la carnada.
—¿Carnada? —pensé en voz alta.
—¿Vendrán o no? —contestó el chico, desplazándose fuera de la escena. Nos miramos los unos a los otros y lo seguimos en silencio.
Mientras caminábamos, Gabriel parecía seguir en otra dimensión. Rocío lo tomó del brazo para moverlo y por más que le hablábamos, no respondía. Llegamos hasta la calle paralela al colegio donde nos refugiamos de los curiosos. Una vez allá, el muchacho se detuvo y se volteó para mirarnos. Por unos instantes nos examinó con la mirada y luego empezó a hablar.
—Sabía que ustedes serían jóvenes, pero no imaginé que tanto —dijo, con cierta decepción en la voz—. Apostaría que hace muy poco sangraron por primera vez o tuvieron su primera polución nocturna —murmuró, no sabía si ofenderme o dejarlo pasar.
En cuanto lo vi bien, noté que tenía un aspecto muy diferente, casi parecía extranjero. Aunque no era momento para razonarlo, pero hasta me pareció simpático, a no ser por sus comentarios tan desatinados.
—¿De qué hablas? —preguntó Rocío.
—En fin. Creo que les debo algunas explicaciones —comentó el chico.
—Bastantes, diría yo —pensé en voz alta.
—Es verdad —comentó y prosiguió—. Para empezar deberé decirles que tienen a un poderoso y terrible enemigo.
—¿Enemigo?, cómo es eso —cuestionó Rodrigo con más curiosidad que alarma.
—Bueno, el asunto es muy difícil de explicar —dijo mientras se acercaba a Gabriel.
Puso una mano en la frente de nuestro amigo y luego mencionó una palabra en voz alta que parecía estar en aymará o quechua:
—Auka Chaska —dijo y le sopló a la cara.
En ese momento, Gabriel volvió en sí.
—¿Qué pasó? —preguntó, alarmado como si le hubieran hecho despertar de golpe.
—¿Estás bien? —consultó Rocío. Gabriel la miró angustiado y luego agachó la cabeza.
—Espero que sí —contestó.
—Su amigo fue embrujado por la magia maldita de ese demonio, pero no se preocupen, ya lo liberé —dijo el extraño personaje.
—A ver, esto se puso muy de ficción —comenté sin creerme la situación— ¿podrías decirnos qué pasa?
—Escuchen bien —dijo el chico—. Una nueva batalla esta por empezar y aún no están listos. Yo sé quiénes son, cada uno de ustedes viene de un linaje puro que sobrevivió gracias a los Dioses. Su enemigo es terrible, él no les dará tregua y los atacará de mil modos. Sin embargo, la victoria es posible, el miserable aún está débil y le tomará un tiempo llegar a desarrollar todos sus poderes de nuevo —¿poderes?—. Si trabajan duro, podrán llegar a su nivel. Pero deben apresurarse, él no es el único y sus enemigos están al acecho. Los vigilan desde el cielo y el infierno. Están en todas partes, incluso en el interior de ustedes mismos.
—No te ofendas, amigo, pero me parece que estás inventando —respondió Rocío. Pensé lo mismo.
—Yo le creo —dijo Rodrigo—, hasta ahora él es el único que nos dio algo más de información en medio de esta locura.
—Sé que les resulta difícil creerme, pero pronto descubrirán que no miento. Mi linaje lleva siglos de lucha contra este tipo de demonios y estoy seguro que el suyo también lleva largo tiempo haciendo la misma lucha. Nuestro enemigo es el mismo —dijo, suspiró y prosiguió—. Hace ya largo tiempo las estrellas nos advirtieron que ustedes llegarían y nos hemos estado preparando para este día. Les ayudaré, pero deben dejar que los ayude. No existe nadie más en este mundo que pueda hacerlo —nos miramos extrañados.
—¿Y cómo piensas ayudarnos? —cuestionó Rodrigo, un poco a la defensiva.
—Se les dará toda la información que requieren para luchar en cuanto sea pertinente, pero antes deben liberarse del escepticismo y para garantizar ello deberé dejar que vivan en carne propia la amenaza que los persigue. Para ganar esta guerra necesitan tener mucha Orientación y para conseguirla deben desearla. Ahora no es el momento para hablar de ello, pero los Dioses nos otorgarán muy pronto la oportunidad de reunirnos. Por ahora únicamente deben saber que el enemigo se fortalece cada día y necesitarán apresurarse, así que mientras antes dejen de ser escépticos, más pronto se prepararán. Entre tanto yo estaré vigilándolos. Estudio cerca de acá, en la escuela que está al lado de su colegio. Me mantendré al pendiente de ustedes hasta que estén listos para empezar el entrenamiento hiperbóreo, para aceptar la verdad. Nos veremos pronto —dijo el muchacho y empezó alejarse.
—¿Cómo dijiste que te llamabas? —pregunté antes que se vaya.
—Rhupay —contestó y se alejó.
Los cuatro nos quedamos callados por un rato, inmóviles. Nos miramos y comenzamos a caminar. Solo entonces, cuando mi realidad pareció reconstruirse, recordé que debía llegar temprano. Mientras avanzamos, le preguntamos a Gabriel sobre lo sucedido antes que le diésemos alcance.
—¿Qué te hizo ese cabrón? —le consultó Rodrigo, bastante angustiado.
—Me tomó por sorpresa cuando salía de la fotocopiadora. Me habló algunas cosas y luego me sopló en la cara. Desde ese momento no puedo recordar casi nada, lo único que me acuerdo es haber visto harto fuego.
—¿Qué te dijo? —pregunté tratando de controlar mi preocupación. Gabriel me miró de reojo, lleno de tristeza.
—Hablaremos de eso en otro momento —respondió y desvió la mirada. Me quedé sin habla por su expresión.
—¿Quién podrá ser ese tal Rhupay? —comentó Rodrigo con la mano en la barbilla
—Su nombre es raro, y su pinta más todavía —dijo Rocío. Miró a Gabriel, pero él la observó de una forma distante, casi como si fuera una extraña. Ella se dio cuenta y trató de no sostenerle mucho tiempo la mirada.
—Pero parece estar bien ubicado en estas cosas. Sea como sea, espero verlo pronto para preguntarle sobre lo que sabe —trataba de aliviar la tensión con mi comentario.
—Por el momento no podemos hacer nada —Rodrigo arguyó, pensativo—. Mejor volvamos a nuestras casas y dejemos el asunto. No abran la boca con nadie sobre lo que pasó hoy, debemos hallar respuestas antes de decir una sola palabra a alguien.
—Estoy de acuerdo —afirmó Rocío.
—Cuídense mucho —dije mientras me despedía.
—Yo me largo. Necesito pensar —dijo Gabriel.
—¿No me acompañarás? —le preguntó Rocío. Gabriel la miró con cierto desdén.
—No necesitas mi compañía —respondió y se fue sin siquiera despedirse. Su actitud nos dejó atónitos. ¿Pero qué le había pasado a nuestro amigo?
Mi hermana me regañó ni bien llegamos a mi casa, era tarde. Rodrigo me cubrió y se fue con Jhoanna a la cocina para ayudarle a terminar la comida. Yo ponía la mesa tan rápido como podía. Mientras lo hacía, no pude evitar sentirme algo distraída por lo sucedido. Las agresiones de Ikker, la aparición de ese tal Rhupay, el misterio que bordea nuestro pasado y los sueños y sensaciones que he estado experimentando; todo dibuja un cuadro que parece el de una loca rematada.
—Déjame ayudarte —me pidió Oscar mientras ponía los vasos.
—Gracias, siento habernos atrasado, pero...
—Está bien, no tienes que pedir disculpas —me miraba lleno de gentileza.
Sus ojos marrones eran como dos ámbares magníficos, brillantes y preciosos. Me estremecí un poco, sentí que me derretía por dentro al sentir sus atenciones. Recordé que, cuando era más chica, él me gustaba mucho. Incluso sentía celos cuando mi hermana salía con él. Cuando Edwin se fue, Oscar se convirtió en un consuelo y me ayudó a superar la separación de mi hermano. Sin pensarlo, él también se convirtió en un hermano mayor para mí.
—La próxima vez llegaremos más temprano —me justificaba desviando la mirada.
—No le hagas caso a tu hermana —me dijo, como tratando de aliviar el ardor que me causaron sus regaños—, sabes que es bien renegona.
—Gracias, pero estoy bien, en serio.
—Esa carita larga dice otra cosa —me hablaba con mucho cariño.
—Oscar —me miraba atento—. Somos una familia, ¿cierto?
—Siempre.
—¿Alguna vez te has preguntado sobre el pasado de tu familia?
—Ahí vamos de nuevo —murmuró—. No sé que se traen vos y mi primo, pero sé que alguna cosa los está preocupando. Me gustaría decirte que estoy enterado de todo, pero no es así. Mi mamá tampoco me contó nada, ni mi abuelo. Al igual que ustedes, yo también estoy seguro que hay algo raro, pero me acostumbré a vivir con la idea de no enterarme nunca. Ahora ya no me interesa saberlo y estoy tranquilo —relataba sin dejar de ayudarme.
—Oscarito, ¿acaso no confían en nosotros? —se detuvo, mirándome sonriente y aproximándose.
Me tomó entre sus brazos con firmeza, mi corazón latía muy fuerte. Elevé un poco la cabeza y me quedé perdida en su rostro, parecía un hombre muy grande y fuerte. Cuando era más niña, mi hermano solía inspirarme esta misma sensación.
—No te me pongas triste, pulguita —me hizo un cariño en la nariz con su dedo—. Tu mamá quiere lo mejor para ti, y también tu hermana.
—Y mi hermano...
—También, el Edwin te quiere mucho.
—Lo extraño.
—Y yo estoy seguro que él también te extraña.
—¿Y por qué se tuvo que ir a ese horrible Colegio Militar? —Oscar suspiró.
—Cuando seas más grande lo entenderás.
—¡No me trates como si fuera una bebé! —su reacción casi me indignó.
—Lo siento, no era mi intención hacerte sentir mal. Lo que pasa es que tu hermano tiene muchas cosas en que pensar, y en el Colegio Militar le enseñan a pensar con claridad —no me convenció su respuesta.
—Ojalá sea como dices —pegué mi rostro a su pecho, me gusta la colonia que usa.
Mis manos repasaban su rostro, su barba era como púas, pero no lastimaba. Era casi como la barba de mi papá, sí, es exactamente como la suya. Como aquel papá que empujaba mi columpio en el parque en vez de pegarme
—Tú no me vas a dejar, ¿verdad?
—Jamás —respondió, casi murmurando.
—Y tampoco dejarás que el Rodrigo me abandone, ¿cierto?
—No te preocupes de eso. El Rodrigo nunca te va dejar, ni yo tampoco. Siempre vamos a estar contigo, y con tu hermana..., y con tu mamá. Ustedes también son nuestra familia.
—Oscar —lo miré—. Te quiero.
Rodrigo y yo regresamos al colegio para nuestra práctica de piano. En el camino reíamos de todo, nuestras preocupaciones estaban lejos al menos por unos momentos. Desde el almuerzo no habíamos vuelto a tocar ningún tema macabro o relacionado a nuestro pasado familiar.
Ni bien llegamos al colegio sentí ganas de ir al baño, pero al salir de los servicios sentí algo raro, como si alguien me estuviera observando. Miré por todos lados, pero el pasillo se veía vacío. Empecé a ponerme nerviosa y me apresuré para llegar al auditorio. Al aproximarme a la sala noté que Rodrigo ya había empezado a practicar, ¿eh?, alguien tocaba un violín junto con él. Logré identificar la melodía, ambos tocaban la Suite No 3 en Sol mayor de Johan Sebastian Bach. La persona que tocaba el violín era, sin duda, muy buena, ¿podrá ser nuestro profesor?; no, había algo que me resultaba muy conocido en su estilo, era misterioso y cautivante. No era nuestro profesor. Aceleré un poco el paso para ver de quien se trataba, me llevé la sorpresa del día al descubrir a mi novio en compañía de una chica, era ella quien tocaba el violín.
La intrusa debía ser como de mi edad, estaba de píe en el escenario, cerca al piano. Su cabello era rubio y lacio, largo hasta sus hombros, vestía algo formal y parecía no percatarse de mi presencia pues seguía tocando. Sus rasgos eran extranjeros definitivamente. Por su color de piel y forma de su cara podría deducir que era europea, del norte de Europa. Sea de donde fuera, era notablemente forastera. Su forma de tocar era envidiable y conmovedora. Aunque eso me tenía sin cuidado, mis celos estaban a punto de estallar. Rodrigo se veía muy a gusto tocando con esa chica, no me agradaba.
De forma súbita, ella se calló y habló algo con Rodrigo mientras guardaba su instrumento, estaban tan lejos que no logré oír nada. Caminé hacia el escenario, ella bajó a la platea y se me acercó. Sus ojos eran verdeazulados, increíblemente profundos y claros, fríos, en realidad escalofriantes.
—Ten calma, un día lucharemos lado a lado, estaré esperando ese día con muchas ansias —me dijo a susurros
—¿Qué? —no entendí nada, no porque no la oyese, sino por el significado de sus palabras.
—Nos veremos pronto —respondió sonriente y salió antes que pueda decir algo. Sin perder más tiempo, fui hacia Rodrigo quien me miró con curiosidad.
—¿Y ella de dónde salió? —pregunté haciendo un gran esfuerzo por ocultar mis celos.
—No tengo idea —respondió inmutable—, cuando llegué ella ya estaba tocando acá.
—Es muy raro. Jamás la había visto.
—Ni yo. Me dijo que se llama Valya, pero eso fue todo —comentó pensativo—. Por cierto, ¿qué te dijo antes de irse?
—No estoy segura. Me habló en voz muy baja, creo que dijo que un día lucharemos lado a lado y que está ansiosa de ese día, no entiendo bien a qué se refirió.
—Raro, muy raro.
A los pocos minutos llegó nuestro profesor de piano y empezó a darnos la clase. Estamos repasando las 7 escalas modales: Jónico, Dórico, Frigio, Lidio, Mixolidio, Eólico y Locrio; con el fin de componer de forma correcta. Luego realizamos algunos ejercicios de digitación y terminamos con un poco de historia de la música y el arte. Durante la breve conversación que sostuvimos con nuestro profesor, no pude evitar preguntar por la intrigante chica que encontramos, la tal Valya. Sin embargo él no la había visto, dijo que jamás había oído ese nombre antes. Al terminar la clase nos dirigimos a la portería para preguntar sobre la chica, pero el portero aseguró que jamás vio a ninguna chica rubia entrar o salir del colegio. Preguntamos a la vendedora del kiosco y a un par de guardias más, pero todos aseguraron que no la vieron.
Salimos del colegio con la duda, pero pronto olvidamos el tema. Rodrigo me acompañó hasta mi casa y se despidió todo cariñoso. La noche era reconfortante, antes de dormir mi mente empezó a susurrar un nombre que me llenaba de curiosidad: Rhupay... ¿acaso nos conocimos antes? Y la chica rubia, Valya, me resultaba misteriosamente familiar. Ahora estoy aún más confundida.
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Demonios intrigantes, sus palabras viciosas hieren y desorientan. Los rostros del engañoso y mentiroso se dibujan en un papel hecho de tus debilidades. Vástagos de sombras venenosas atentan contra tu corazón perdido en un mundo de ilusiones y sueños, un mundo que jamás existió y que tú pensaste que era real. Lluvia metálica cae sobre tu Espíritu narrando un escenario de batalla imposible de imaginar para la mente de un mortal. Sin embargo, la esperanza de victoria no es solo un ideal, es real cuando la piedra se levanta contra los patriarcas de la cárcel en la cual te encerraron. Será y lo verás, en una Apacheta el Cóndor te mostrará el camino de regreso, los Andes revelarán para ti aquello que no viste antes y sólo entonces tus ojos ciegos verán el Camino de los Dioses...
Rhupay Cóndor de Piedra, Epicus Tabula.
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