18. La Fiesta de Gabriel (II)...
"Somos reflejos caídos, proyecciones de Espíritus revertidos y encadenados a la substancia animada por almas, y éstas sostenidas por la voluntad de un espíritu animalesco..."
Lupus Félis, La Serpiente I
______________
Caminaba por el pasillo desierto, deseando encontrarme con Rodrigo, casi buscándolo. Me sentía muy confundida por lo que acababa de pasarme con Alan. ¿Qué fue aquello que sentí? Por unos segundos, percibí sus brazos como los de mi príncipe, era esa misma sensación.
Regresé al patio posterior donde el papá de Gabriel nos habló. Mi mente se resquebrajaba por momentos. Mis sueños volvían a mi memoria, el recuerdo de "dos Rodrigos". Miré al cielo plagado de estrellas brillantes. Cada una era como una persona, todas tan lejanas y flotando a la deriva, como plumas que se lleva el viento. Yo estaba sola y luchaba por seguir siendo "yo misma", como una brasa caliente a la que apartaron del fuego. Un buen día comprendí que no tenía porqué estar sola, que Rodrigo era la única persona que necesitaba a mi lado. Mi hermano me abandonó y mi papá siempre está tan furioso. Me dejaron sola. De pequeña solía creer que mi papá siempre sería bueno y que mi hermano jamás se iría, pero me equivoqué, ahora ambos son dos militares fríos. Mi papá se enfurece rápido y me pega mucho. Siempre que algo pasa, me pega, me lastima; él dice que así me haré fuerte, pero sus golpes me hieren el alma. Y mi hermano no está ahí para defenderme. Amo a mi papá, no importa cuánto me pegue, lo seguiré queriendo. Pero me gustaría que me dé cariños en lugar de cinturonazos.
Cada vez que pienso en Rodrigo siento miedo que me deje como lo hizo Edwin, incluso ahora estoy llena de dudas. Por años él ha sustituido a mi hermano e incluso a mi papá, se había convertido en mi todo. ¿No suena raro acaso?, me pregunto cuántas chicas podrían decir lo mismo que yo de sus novios. Pero esa es la verdad, Rodrigo es mi todo; y ahora, en ese todo que me llena entera, aparecen todavía más dudas y confusión. ¿Qué me ha hecho Alan? Quería apartarlo de mi mente, pero me costaba mucho hacerlo. Pensaba y pensaba, hasta que me dolió la cabeza.
Así, mientras mi mente relataba mi vida, las estrellas se burlaban de mí ¡Qué pena puede tener alguien como yo! La chica perfecta, la que siempre sonríe, la que nunca se queja; ella no puede tener problemas, y no los tengo, ¡no tengo problemas! Lo que tengo es un pequeño librero, repleto de cuentos y novelas rosa de autores que ya no recuerdo. Todos me los compraba mi mamá o mi tía Magui, la mamá de Rodrigo. Entre ellos siempre resalta el "Alicia en el País de las Maravillas" que Rodrigo me obsequió en mi cumpleaños. Tengo un montón de partituras que estudio para olvidar las ganas de llorar cuando extraño a mi hermano. Tchaikovsky y yo nos entendemos muy bien. Tengo una mamá alocada que no me entiende ni una pizca. Tengo un papá que parece que me odia porque es incapaz de decirme: "te quiero"; y me pega, y me hiere a pesar de que yo lo quiero. Tengo el recuerdo de un hermano que parece un extraño, me resuelve los problemas pero jamás me abraza, y necesitaba sus abrazos. Tengo una hermana que parece sentir compasión por mí, ella cree que soy una boba sin cerebro, nunca me toma en serio; a veces no sé si realmente me quiere o me tiene lástima. Los únicos que están conmigo de verdad son mis amigos. Más allá solo está el dolor de la hipocresía y la indiferencia, nadie me lo dice, pero yo lo sé, la gente piensa que soy una decerebrada; sé que hay quienes me odian.
—Pensé que estarías en la fiesta —era Rocío, caminando hacia mí e interrumpiendo mis pensamientos.
—¡Chío! —de un salto me acerqué y la abracé con todas mis fuerzas— ¿dónde te pierdes? —estaba asustada que se haya ido sin decirme qué le sucedía, sin despedirse siquiera.
—Fui a la tienda —sacó de su chamarra una lata, gran sorpresa la mía al ver que era de cerveza—. Tenemos que hablar —se puso muy seria, más de lo que nunca fue.
—Antes, dime para qué compraste eso —mi amiga me miró con malicia.
—Para beber, ¿para qué más creías? —abrió la lata y tomó un sorbo.
—No deberías hacer eso —no recibí respuesta alguna, la situación empezaba a espantarme. Sin echarme una ojeada, Rocío sacó unos cigarrillos y, con la otra mano, unos cerillos. Encendió uno.
—¿Alguna vez te has preguntado qué de malo tiene fumar y beber?
Algo muy raro le pasaba a Rocío. Prendió el cigarrillo, pero no sabía fumar, lo supe porque se atoró al encenderlo. Yo estaba paralizada por la escena que tenía en frente. A los pocos segundos, Rocío estalló en un llanto muy profundo, como nunca había visto.
—¿La vida será siempre así de horrible?, o solo mientras seamos niñas —trató de fumar de nuevo, se atoró.
—Ya te dije que no deberías hacer eso —recriminé con una lástima que intentaba camuflar de molestia.
—¿Hacer qué? —respondió Rocío con cinismo y bebió un poco de cerveza de su lata.
—Eso de beber y fumar, te vas a enfermar.
—Yaa, changa, no me digas que tú nunca has tomado o fumado —comentó con sarcasmo.
—Paso, quiero mis pulmones y mi cerebro funcionando.
—Entonces, no-me-molestes —dijo lentamente, agresiva, jamás había sido así conmigo.
—No dejaré que te friegues la salud en frente mío. No me importan tus excusas, si quieres hablar conmigo, lo harás sobria —no tuve más que regañarla.
—Changa, ya qué importa, igual y no tengo remedio. Además, mi viejo siempre anda borracho, ni cuenta se dará. Creo que le heredé ese gusto suyo por andar ido... ja, ja, ja.
—¡Calláte, burra! —grité casi fuera de mí, no podía soportar que diga tal cosa—. No uses los problemas de tu casa como excusa para arruinarte, Rocío. Yo sé que debe ser difícil, pero...
—¡No lo sabes, Diana! ¡No tienes ni idea del infierno que me tocó vivir! —me gritó Rocío, furiosa. Mi corazón se partió—. Tú lo tienes todo, jamás sufriste. No sabes cómo se siente que un padre te golpee y manosee creyendo que eres su mujer. No sabes lo que es tener una madre débil, incapaz de defenderte —empecé a lagrimear, me estaba lastimando—. No sabes lo horrible que se siente saber que eres mala amiga. ¡No sabes nada! —concluyó, sin dejar de llorar, me contagié de su amargura, también lloraba, pero en silencio. Sus palabras me hicieron añicos. Será que ella...
—Por favor Rocío, dime que tu papá no... —tenía terror por escuchar su respuesta.
No respondió, agachó la cabeza y se tapó la cara.
—Oh por Dios —repliqué, incapaz de decir otra cosa.
Me tapé la boca, sentí una amargura insuperable. El silencio era su respuesta a todo. Jamás decía las cosas y yo no fui capaz de interpretar su silencio. Cuántas atrocidades tuvo que callar, cuántas veces la habrán lastimado sin que lo sepamos.
—Cuando mi viejo se emborracha no sabe reconocerme —dijo Rocío—. Pero no puedo hacer nada, ni siquiera ir a la policía porque solo se desquitaría con mi mamá.
—Rocío, no... no sabes cuánto lo siento —me costaba hablar.
—Y ni siquiera pude ser honesta contigo, te mentí todo este tiempo.
—Eso no es verdad, entiendo que hay cosas que no quieres decir. Yo también guardo mis secretos. Mi papá también me pega.
—Lo sé amiga, lo sé, estamos fritas las dos.
—Y no digas que eres mala amiga, porque no es cierto.
—¡Lo soy! Te mentí, Diana, siempre te he mentido.
—Pero... qué estás diciendo.
—Siempre estuve en competencia contigo —dijo Rocío, me quedé atónita—. En serio, no sé en qué momento perdí, creo que lo hice en cuanto empecé.
—Pero Chío. ¿Quién te hizo creer que estamos en competencia? Somos amigas, las mejores amigas de este mundo, no necesitamos competir.
—Yo lo quería para mí.
—¿Qué querías para ti?
—A un chico que se ha jalado de vos, uno de los muchos que se han jalado de vos —no hablaba de Gabriel, pero de quién podría estar hablando.
—¿Te gusta alguien? —casi no podía disimular mi sorpresa.
Rocío siempre fue orgullosa, jamás tomó a nadie en serio, tanto que hasta pensé que no le gustaba nadie.
—Él... él se fija en vos nomás, como todos —sentí como si un martillo me cayera encima.
—Pero amiga, tú también eres hermosa y talentosa. Fija que lo puedes conquistar.
—No Diana, soy caso perdido. Nadie se querrá casar conmigo luego de... —un gimoteo le impidió hablar—. Además ese chico ya tiene a otra.
—¿Y por qué no tratas de estar con él?
—Por dos razones —Rocío clavó sus ojos de uva negra en los míos—: En primeras, el Gabo no se merece eso. Él está bien camote de mí, y no puedo estar con otro a riesgo de hacerle tanto daño.
—¿Y te vas a sacrificar para no herirlo?
—Sí, y en segundas, es también para no herirte a ti.
—Ahora sí me perdí.
—El chico que quiero, él... —hizo una pausa y le dio una bocanada a su cigarrillo para luego toser, con lo compungida que estaba ya le costaba trabajo respirar, y ese maldito cigarro le quitó el poco oxígeno que tenía.
—Dame eso —le quité el cigarrillo, lo tiré al suelo y lo pisé.
—Ya, ya, pero no te enojes —respondió como el Chavo, cínicamente y sonriendo, malévola, con los ojos hinchados.
—Decías que el chico que te gusta...
—El chico ese, sí, es un tarado; pero es la única ilusión que me queda. Ya que mi padre me arrebató todo lo demás... —hizo una pausa, sorbió sus mocos y prosiguió— Tú, él, mis amigos, ustedes son lo que me queda.
—A ver, a ver, ¿cómo se llama? —Rocío sonrió nostálgicamente.
—No puedo decirte su nombre, pero es el chico más amable y dulce del mundo. Es valiente y capaz de hacer lo que sea por los que ama. Tiene unos ojos verdes que te pueden perder en el cielo infinito, una sonrisa maravillosa que te hace sentir emocionada. Es un pianista increíble, sus melodías son hermosas y perfectas. Es súper guapo y gentil. Cuando lo veo, me dan ganas de decirle todo esto que siento dentro de mí. Él es el tipo de príncipe encantando que siempre soñé, incluso defendió a mi mejor amiga de los golpes de su viejo —parpadeó un poco—. Pero siempre que pienso en él, solo me doy cuenta de lo mala amiga que soy. Lo miro y me siento culpable, porque mi mejor amiga también está enamorada de él, y ella ya lo tiene...
Mi mente estaba fracturada, rota como un hueso al que le ha caído un yunque. Bajo mi pecho, mi corazón gritaba horrorosamente, daba un alarido escalofriante. No, no existían palabras, cualquier cosa que hubiera dicho habría estado demás en un momento como aquel. Lo único que podía hacer era revocar mi Espíritu con algo de coraje, para no derrumbarme. Sin embargo, las teclas negras en el piano de mi alma estaban tocando su melodía más triste y obstinada. Era como ser aprisionada por una enredadera de rosas, con sus tallos espinozos desgarrando mi corazón. No pude evitarlo, las lágrimas fugaban de forma descontrolada por mis ojos. Desolación, eso era todo lo que queda en mí. Sin querer, mi maldito karma había golpeado a mi mejor amiga, a ella que era tan castigada, tan maltratada.
Tomé la lata de cerveza y bebí un buen sorbo, no sé porqué lo hice. Luego le pasé la lata a Rocío quien también bebió otro sorbo. Ella me miraba, llena de vergüenza, y yo sentía una rabia como jamás había sentido. Me sentía traicionada, pero no porque a ella le gustase mi chico, sino por no habérmelo dicho antes. Me ocultó los abusos de su padre, me ocultó sus verdaderos sentimientos, me ocultó todo.
—Diana...
—¿Hace cuánto sientes esto?
—Hace mucho.
—¿Y por qué esperaste tanto para decírmelo?
—Tenía miedo perderte, y al Rodrigo. Tenía miedo hacerle daño al Gabo —no supe qué decir—. No te culparé si no quieres saber de mí. Te he traicionado, y también al Rodri y al Gabriel. Ustedes han confiado en mí todas sus vidas, y yo no he sabido responder a esa confianza. No pretendo seguir a su lado, igual y ya había decidido irme de sus vidas. Solo espero que algún día sean capaces de comprenderme —empezó a irse, mi hermana, mi mejor amiga. Ella se me iba, y yo no quería perderla. Mi mano la sostuvo del brazo, no quería que se vaya.
—No se te ocurra abandonarme —es lo único que se me ocurrió decir—, no te vayas —abracé a Rocío con todas mis fuerzas.
—Nos haremos daño si estamos juntas. Terminaré arruinando lo que tienes con el Rodrigo, y al pobre Gabriel... él no se merece esto.
—¡Pero tú también nos necesitas y no podemos abandonarte! —le dije casi gritando—. No puedo dejarte sola con el papá que tienes y quedarme tranquila luego de saber lo que te hace.
—Un día se arreglará todo eso.
—¿Y acaso piensas que tus sentimientos no importan?
—¡Y cuándo han importado, Diana, dime cuándo!
—¡Ahora, maldita sea, ahora! No dejaré que te vayas y nos dejes. ¿Acaso lo has olvidado?
Le mostré la pequeña pulsera de lana que me regaló cuando éramos pequeñas, ella tiene su par. Es un símbolo de nuestra amistad, entregado con mucho cariño. Rocío se ahogaba en lágrimas. Luego empezamos a recordar nuestro juramento de la niñez, aquel que hicimos cuando estábamos en primer grado de primaria.
—«Juntas nos iremos, y haremos llover flores para que todos estén siempre contentos. Siempre amigas, hasta que seamos viejas, y nos quedemos dormidas, juntas, bajo un árbol» —ésa era nuestra promesa.
—Juramos estar siempre juntas —hablar me era un esfuerzo extra—. No puedes romper tu palabra. Dijimos que siempre nos diríamos todo, que jamás pelearíamos por chicos, y mira, estamos a punto de hacerlo ahora —mi amiga me miró, y luego se desarmó sobre mí.
—Claro que no me iré... —afirmó y me abrazó con fuerza—, prefiero morir antes que dejarte sola... lo siento Diana, lo siento.
—No, soy yo la que debe pedirte disculpas. Si fuera mejor persona habría sabido los problemas que tienes. Perdóname por no haberlo notado. A mí no me importa de quién puedas haberte enamorado, a mí solo me importas tú. Te adoro, eres mi hermanita y no voy a dejarte por nada de este mundo. Yo te voy a ayudar y vamos a superarlo todo, juntas. Y no vamos a perderlo al Gabriel ni al Rodrigo, te lo prometo. Si tengo que compartirlo al Rodri contigo, créeme que lo haré. Pídeme que mate a tu padre y también lo haré. Haré lo que sea para que estés bien.
—No Diana, no necesito que te hagas asesina por mi culpa ni que compartas a nadie conmigo —me miró de frente, sonriendo con mayor calma—. Solo júrame que no le dirás a nadie lo de mi viejo, ni al Rodri, ni al Gabo.
—Lo juro.
—Y tampoco le dirás a nadie que yo... que me gusta el Rodrigo.
Suspiré cuando me lo pidió.
—No lo haré, lo prometo.
—Gracias, Diana. Necesito olvidar y pronto seré la misma de nuevo.
—Olvidarás, Rocío, y te curarás. No estás sola, yo estoy aquí.
Ambas suspiramos y luego mi amiga me miró con gran determinación.
—Él lo debe saber —dijo de repente.
—De qué hablas.
—Del Rodri... —sentí un vuelco de vientre al oírla— es tiempo de aclarar las cosas.
Por un momento recordé la declaración de Alan. Él se confesó para sentirse mejor consigo mismo, era algo que podía comprender. Asentí de inmediato, si aquello le daba paz a mi amiga, era suficiente.
Y allí, con ese cielo intenso de telón, nos quedamos abrazadas bajo las estrellas centellantes. Me abandoné al oleaje de mis memorias, haciendo que me arrastren a los profundos mares de la nostalgia. Me hundía y trataba de flotar, dejando que Rocío y yo nos salvemos la una a la otra. Yo también necesitaba ser salvada. Si Rocío se va de mi lado, no sé qué más haría. Es como suele decir mi hermana: «Nosotros no escogemos a los amigos, los amigos nos escogen a nosotros». Rocío me eligió, y yo a ella, siempre hemos estado juntas y no puedo concebir la idea de ya no estarlo.
Luego de un rato, decidimos volver al salón para tomar algo, estábamos sedientas. Después empezamos a buscar a Rodrigo, pero parecía que la tierra se lo había tragado. Rocío estaba muy urgida de hablar con él, debíamos encontrarlo pronto. Una de nuestras amigas nos dijo que lo había visto salir a la tienda. Ya debía volver, Rocío decidió esperarlo en la puerta de calle y hablar en el patio, lejos del ruido. Salió muy ansiosa, yo también lo estaba. Mientras tanto, me quedé en el interior de la sala, conversando con Gabriel y un par de amigas. Pronto, la conversación se convirtió en una divertida tanda de chistes picantes. Gabriel pareciera disfrutar con las caras de asco que ponían mis amigas al oír su artillería de bromas morbosas. Mientras él se divertía, mis pensamientos se sumergían en todas las revelaciones que tuve ese día. Pensaba en lo que el padre de Gabriel nos habló, en esa "Misión Familiar". Pero más que todo pensaba en Rocío y su terrible situación. Hubiera querido saber qué hacer, pero realmente no lo sabía. No sabía qué hacer conmigo misma, con mis sueños, con mis miedos, con Rocío, con Alan; no sabía nada.
Abandoné la conversación de Gabriel y me dirigí al baño para lavarme el rostro, pensé que el agua alejaría de mi mente las cosas extrañas. Misterios, desengaños, estúpidas intrigas, ¿acaso el mundo se había vuelto loco? Parecía que ya no conocía a nadie. Creía que Rocío no me guardaba ningún secreto, que Rodrigo sería como un hermano para mí toda la vida. Incluso hubo un tiempo en el que creí gustarle a Gabriel, y me sentía un tanto culpable por ello, hasta que comprendí que él estaba totalmente enamorado de Rocío. Luego llegó Alan y todo se complicó aún más. ¡No podía sacármelo de la cabeza!
Tomé un respiro y salí con algo de fuerzas renovadas. Rocío había regresado, Rodrigo hablaba con Gabriel y lucía perturbado, entonces lo supe, Rocío le confesó lo que sentía; aunque no me atrevía a preguntarle si era así. Mi amiga me clavó la mirada y sonrió de forma esforzada, como queriendo decirme que estaba hecho. Cerré los ojos, tratando de imaginar que todo seguía igual y me acerqué a Rodrigo. Cuando él me vio, me abrazó con fuerza y empezó a reír nerviosamente. No era una risa de felicidad, sino de tristeza. Sin decir nada, ambos acordamos divertirnos en lo que quedaba de la noche. No había necesidad de decir nada. Habían sido suficientes heridas para una sola noche.
El tiempo se consumió en un santiamén. Mi mamá llegó por Rocío, Rodrigo y yo a una hora prudente. Acompañamos a mi amiga hasta su casa y luego emprendimos el camino de retorno a la mía. Oscar vino por Rodrigo un poco tarde. Se despidió de mí con un abrazo, sin decir una sola palabra.
Ya era más de media noche, pero no tenía nada de sueño. Los sentimientos de Alan, lo que Rocío me confesó y la charla que tuvimos con el papá de Gabriel habían espantado mis ganas de dormir. Me puse mi pijama y fui al cuarto de mi mamá.
—Dianita, ¿qué haces despierta todavía? —me acerqué y me recosté a su lado, ella me abrazó.
—Tuve una noche difícil.
—¿No te divertiste con tus amiguitos?
—No, digo sí... pero no es eso —mamá me tapó con sus frazadas y me acarició el rostro.
—Entonces, hijita, ¿qué pasó? —suspiré, mamá leía un libro, estaba en ruso.
Ella siempre lee libros en ruso, mi abuelo era descendiente de rusos y por eso le enseñó a mi mamá esa lengua. Empecé a sentir mucha curiosidad por esa historia, más aún al pensar sobre lo que nos dijo el papá de Gabriel.
—Mami, cuéntame sobre la historia de tu familia. Quiero saber más del abuelo.
—Bueno, qué te puedo decir. El abuelo era medio chapaco y...
—No, mami. Háblame de los papás del abuelo, y de sus abuelos, y sus bisabuelos. Háblame de los Luchnienko.
—¿Para qué quieres saber eso, hija?
—Luego te digo, pero contáme primero.
—Ay, a ver, los Luchnienko, déjame recordar —pensó—. El primer Luchnienko que llegó a Bolivia lo hizo en 1928, se llamaba Illich. Era casi un niño cuando llegó, pero no lo hizo solo —sonrió con nostalgia—, vino acompañado de uno de los ancestros del Rodrigo —mi corazón saltó—. En fin, ellos trabajaron duro en Cochabamba durante años. Luego ambos migraron a La Paz donde conocieron a sus respectivas esposas cuando eran muy jóvenes. La situación del país era difícil en aquel entonces, había pasado poco tiempo de la Guerra del Chaco y hacer una familia implicaba mucho sacrificio. Pero ese primer abuelo lo hizo bien, y tuvo un hijo. Él se llamaba Dima y..., adivina —pensé un poco.
—Me rindo.
—Ese señor, que era tu bisabuelo, fue el mejor amigo del bisabuelo del Rodrigo, un señor que se llamaba Louis Michelle.
—¿En serio?
—Serio muy serio —me dieron ganas de reír de la emoción al oírla—. Ese abuelo tuyo se casó con una señora de Tarija, su hijo fue tu abuelo.
—¿El abuelo Iván? —así se llamaba mi abuelo.
—Sí, hijita —suspiró y siguió su relato— Mi papá quedó huérfano cuando era muy chiquito, pero una familia de buen corazón lo cobijó. Se conoció con mi mamá, que también era de Tarija, y nacimos tu tía Alina y yo —se rió un poco—. ¿Sabías que uno de los tíos del Rodrigo estaba perdidamente enamorado de tu tía?
—¿Si?
—Claro hijita, pero terminaron por tonterías. Al final, tu tía se casó con el tío Abel. Pero me alegra mucho ver a tu hermana con el Oscar, es muy importante que nuestras familias estén juntas. Es más, me hace muy feliz saber que tú y el Rodriguito se llevan tan bien.
—¿Y por qué es importante que nuestras familias estén juntas? —se quedó callada por un rato.
—Esa es una historia que te contaré otro día.
—Mami, ¿y de qué se murió mi abuelo?, podría seguir con nosotras, así como el abuelo del Rodrigo. No lo entiendo, jamás me lo explicaste —el rostro de mamá se oscureció y pronto puso expresión de dolor.
—Hija, dejemos eso para otro día.
—Es que tengo que saberlo ahora, porque sé que tenía una Misión Familiar y... —me tapé la boca casi de inmediato.
—¿Quién te habló de una Misión? —preguntó espantada. No supe qué decir—. Hazme un favor, hija: no busques en el pasado ni le pidas al Rodrigo que lo haga. Nuestra familia ha estado muy tranquila durante años, sin misiones ni preocupaciones. Si quieres que todo siga como está, mejor... —se interrumpió y luego sonrió afable—. Ay Dianita, ves mucha televisión —dijo y me hizo un cariñito en la cabeza—, ahora vete a dormir antes que se haga más tarde. Mañana debemos levantarnos temprano —me dijo tratando de cortar la conversación. Me levanté algo molesta.
—Mami, me ocultas algo y no es justo. Lo único que quiero saber es de dónde vengo. Jamás lo conocí al abuelo, aunque me hablaste tanto de él que creo que casi lo conozco, nunca me dijiste las cosas más importantes, lo que realmente debería saber. Sé que sabes ruso pero jamás me quieres enseñar, de paso tenemos familia allá, pero no me quieres hablar de eso —me dieron ganas de llorar, pero me contuve—. Creo que el Rodrigo y yo compartimos más cosas de las que nos dicen. Ojalá pudieras confiar un poco en mí.
Regresé a mi habitación y traté de dormir, pero sabía que no lo conseguiría. Sentí como si mi vida se estuviera deformando, todo se rasgaba como una tela.
_____________
La ira se convierte en un arma de justicia cuando la causa que la enciende es honorable. En este mundo no hay nada parecido a la rectitud, nada que valga la pena más allá de las acciones, pues son las acciones las que definen verdaderamente al hombre. He visto que la mayoría de las personas no hacen otra cosa más que hablar y hablar, ya nadie tiene las agallas para actuar, y en un universo lleno de habladores y charlatanes, aquellos que actúan son los únicos que realmente tienen valor. Los Dioses no nos juzgan por alardear, sino por lo que hagamos o no hagamos. Y si es la ira la fuerza que mueve a la acción, mas vale que sea cólera santa, porque no hay libertad sin lucha, y no hay lucha sin furor guerrero.
Del diario de Jhoanna, 2005
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro