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17. La Fiesta de Gabriel (I)...

Aquello que buscabas estuvo siempre en tu Sangre. Desde tiempos remotos, la familia ha sido el centro magnético de la Sangre la cual se manifestaba con pureza, cada cierto tiempo, en algunos miembros de la casta. Será y lo verás, las preguntas jamás respondidas en tu Sangre buscarás. Tus ancestros te revelarán tu camino y sentirás la fuerza del Honor clamar a gritos en tu Espíritu para alcanzar la Libertad. La Diosa está de tu lado, tus ancestros están de tu lado y nada ni nadie sobre este universo de mentira podrá aplacar la silente mano guerrera que te llevará de vuelta a tu Aldea de Origen. Viniste a rescatar a tu amado, y así será.

Aldrick Du Ruelant, Epicus Tabula.

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Hoy fue la fiesta de Gabriel y pasaron muchas cosas, pocas de ellas agradables. No quería que me vieran llorar durante la fiesta, pero ahora sí puedo. Siento mucho dolor en mi corazón por Rocío, mi pobre amiga. Me confesó cosas tan tristes que aún en esta noche serena no puedo alcanzar la tranquilidad. Me gustaría ayudarla, pero no puedo hacer nada. Y, por si eso fuera poco, resulta que el misterio de mi familia es la causa de todos esos sueños que tuve. Mi mamá no quiere decirme nada y pareciera que nadie sabe algo más al respecto. No solo a mí me ocultan la verdad, sino también a Rodrigo, a Gabriel y a Rocío. Me siento como una tonta.

Me levanté a las nueve de la mañana llena de ánimos y me di un baño. Miré mi reflejo en el espejo, pensando en el sueño que tuve, y varias dudas invadieron mi mente: ¿Qué fueron todas esas visiones? Esa luz violeta, la imágen del ángel y el ciempies, la sensación de abandono que me inundó, ¿de qué se trata todo eso? Y esos nombres: Danae, Dianara, suenan como el mío. La Diosa Ultravioleta, de qué podrá tratarse. Creo que debo hallar respuestas a esas preguntas, lo antes posible.

El día pasó en relativa calma, distraje mi mente escuchando música. Me la pasé haciendo sonar mis casetes de Mecano, buscando relajarme. Luego del almuerzo empecé a alistarme para la fiesta de Gabriel. Una vez lista salí de casa en compañía de mi hermana. En el camino me recomendó cerca de mil veces que me portara como una dama.

No tardamos mucho en llegar; entré y me encontré con Rocío. Estaba sola, sentada en un sillón con una soda en la mano. Era raro que haya llegado tan temprano, ella jamás es puntual. Le saludé, pero lucía distraída, quizás un tanto nerviosa. Gabriel apareció al cabo de unos minutos, me saludó con un tanto de ansiedad, quizás por Rocío. Le abracé y le di su regalo, sonrió y me agradeció. Empezamos a conversar hasta que, a los pocos minutos, llegó Rodrigo. Mi corazón saltó hasta mi cuello al verlo. Me miraba y sus ojos de esmeralda hicieron que me estremeciera. Por unos segundos me perdí en su mirada, verde, profunda, como una gema maravillosa, imposible de soñar. Sonrió un poco, sus labios lucían como una apetitosa manzana desteñida, invitando a cualquier chica a comerlos de un mordisco. Pero más allá, detrás de su rostro, de sus brazos protectores, de su infinita dulzura, se encontraba el niño de mis sueños.

Se acercó y me envolvió en un abrazo. Sus brazos rodearon mi cintura con firmeza, apegándome a él. Su calor, su amor eran una energía casi tangible. Podía sentir su corazón latir con fuerza dentro de su pecho, cerré los ojos y me entregué abrigo de su abrazo, se sentía maravilloso. Luego me miró y me besó. Labios secos, un tanto salados, quizás llenos de una ansiedad cómplice de nuestro amor. Se separó y me sonrió, yo estaba encandilada por su cariño, por ese sentimiento de seguridad y protección que me da, solo él puede brindarme tanta tranquilidad. Sentí algo de vergüenza de mostrarme frágil, pero estábamos entre amigos y sabía que nadie me criticaría por sentirme así. Por desgracia, la magia de nuestro encuentro terminó cuando mi príncipe saludó a Gabriel y Rocío. Tuve que renunciar a su atención y dejar que cumpla su rol de amigo entrañable. Luego del encuentro y las felicitaciones, Gabriel nos explicó la situación:

—Bueno, ya que estamos todos, así se nos pintan las cosas: mi viejo ha salido a comprar unos refrescos, cuando llegue debemos ir a charlarle. Yo les llamaré cuando sea tiempo.

—No sé si será buena idea —comenté insegura.

Aún pensaba que una fiesta no es apropiada para hablar de temas serios.

—Si tienes una mejor... —me dejó callada— ya sé que no se ve bien del todo, pero es la única chance que tenemos. Confíen en mí, todo estará bien. Ahora olvídense un rato, nos dejaremos de sonseras y trataremos de pasarla bien.

En menos de una hora llegaron todas las personas que Gabriel había invitado. Estaban Sergio y Alan, los presidentes de ambos paralelos. También estaban muchos familiares y amigos del edificio en el que vive.

La fiesta transcurría con bastante normalidad, la música resonaba por todo el salón. A petición del cumpleañero, pasamos la tarde jugando fútbol. No soy buena, pero hice mi esfuerzo como arquera. Rocío me sorprendió mucho, jugaba mejor que algunos chicos.

Pateamos la pelota hasta que nos aburrimos. Cuando las estrellas empezaron a brillar ténues en el ocaso y el frío se hizo sentir, entramos a la casa para empezar el baile que se extendió hasta el momento de partir la torta. Al principio los chicos no querían bailar, pero la polémica se resolvió por una apuesta de tiro penal. Fue un magnífico gol de Rocío.

Luego que Gabriel apagara sus trece velitas me quedé en compañía de Rocío y otras amigas. Hablaban de Sergio, se sentían como en una competencia por llamar su atención, Rocío se les burlaba. Luego empezaron a hablar de Alan, diciendo que era otro chico lindo. Casi no intervine durante la conversación. De repente, una de mis amigas notó que Alan no me quitaba la vista de encima. Todas volcaron sus ojos sobre mí, sentí que me daría una taquicardia. Era como si me estuvieran acusando de un crimen que no cometí. Yo no hice nada para llamar su atención. Creo que Alejandra estaba celosa, me puso incómoda, yo ya tengo chico. Sin embargo, Alan, sus ojos..., había algo en él, algo perturbante, distante.

No tuve tiempo para terminar de razonar lo que sucedía cuando Rodrigo me dijo que había llegado la hora de hablar con el papá de Gabriel. Rocío me tomó de la mano y me sonrió con nerviosismo. Empezamos a salir, volqué la vista para ver a Alan, pero él ya no estaba allí. ¿Qué había pasado?

Al llegar al patio anterior sentimos frío y nos pusimos nuestras chaquetas. Cruzamos el pasillo con ansiedad hasta dar con el patio posterior. Cuando llegamos a la entrada, encontramos a Gabriel acompañado de su padre, quien estaba fumándose un cigarrillo. Nos aproximamos tímidamente y entonces su padre nos sonrió para tratar de romper nuestra tensión. Con un poco más de confianza, nos acercamos y entonces nos saludó.

—Hola. Veo que han crecido bastante.

—Eso parece, señor —respondió Rodrigo, vacilante.

—No puedo creerlo, hace solo unos años todos eran unos niños con dientes de leche y ahora están tan grandes. Esta mañana le regalé al Gabriel su primera máquina de afeitar, jo, jo, jo —dijo su padre, soltando una sonora carcajada. ¡Qué indiscreto!

—¡Papá! —masculló Gabriel, avergonzado.

—Vamos hijo, no seas tímido.

—Ya, ya, pero tampoco andes anunciado mis intimidades.

—Ja, ja, qué muchachos. En fin, mi hijo dice que quieren hablar conmigo de un tema serio —nos dijo jocosamente. Era notorio que no nos tomaba con seriedad aún.

—Sí, señor —le respondió Rodrigo— es algo muy serio —parecía estar molesto.

—Bien, bien, jovencitos, ustedes dirán.

Desde aquel lugar aún se oía la música de la fiesta. Nos miramos nerviosos, tratando de adivinar quién hablaría primero. No hubo remedio, yo empecé.

—Mire señor, lo que queremos contarle es un cacho difícil, es que muchas cosas raras nos han estado pasando últimamente y el Gabriel piensa que usted puede saber qué es lo que realmente sucede —el padre de Gabriel me miró con atención—. Lo que ocurre es que un chico muy raro apareció en nuestras vidas últimamente y...

—¿Les ofreció drogas? —me interrumpió su padre, tratando de deducir el tema.

—No, no. No nos ofreció nada. Lo que pasa es que él tiene algo raro, algo que nos incomoda —creo que no me explicaba bien. Suspiré y proseguí—. El primer encuentro lo tuvo con el Rodrigo en el Concurso de Piano. Este chico consiguió el tercer puesto, es un buen pianista. Lo raro es que no toca como las demás personas, es agresivo, no sé... —el padre de Gabriel llevó su mano a la barbilla, entornando los ojos—. El encontronazo más fuerte lo tuvimos en la fiesta de San Juan que Sergio organizó en su casa. Estábamos tranquilos cuando Ikker...

—¿Ikker? —preguntó el señor.

—Así se llama el chico —contesté—, bueno; él se apareció de la nada. Al principio tratamos de no prestarle atención, pero cuando el Rodrigo fue tomar refresco, el chico se le acercó y lo agredió.

—¿Te pegó? —le preguntó el papá de Gabriel a Rodrigo.

—No, señor —respondió un tanto dudoso.

—Entonces.

—Me quemó.

—No comprendo —dijo confundido. Mi novio agachó un poco la cabeza y prosiguió el relato.

—Ese chango es un fenómeno. Cuando le doy la mano es como si agarrara un carbón caliente. Esa noche no solo me quemó la mano, también me acorraló entre la mesa de los refrescos y la fogata, y trató de intimidarme. Sus ojos eran malignos, su mirada era roja como las llamas del infierno y su expresión era tenebrosa como la del mismo diablo. Sentí que me iba a desmayar, hasta que algo raro me pasó, perdí conciencia de mí mismo y ya no pude controlar mis movimientos, ni mis palabras. Dije cosas que jamás pensé y él me dijo cosas aún más raras.

—¿Qué te dijo? —preguntó el padre de Gabriel, sonriendo, totalmente escéptico. Parecía que Rodrigo comenzaba a molestarse por la falta de crédito que le daba a nuestra angustia.

—Bueno, durante el concurso de piano me habló de cosas raras. Me habló de un Símbolo que, supuestamente, Diana y yo proyectamos; luego me dijo que me había olvidado de muchas cosas, que tenía amnesia. Habló de la Atlántida y de Lucifer, aunque no puedo entender qué tiene que ver una cosa con la otra. Además se la pasaba llamándome lobo. Creo que mencionó a un tal Molay y un tal Quiblón —cuando mencionó esos nombres, el papá de Gabriel abrió desmesuradamente sus ojos—. En San Juan me dijo que yo le tenía miedo y luego me llamó Lycanon. Yo perdí control de mi cuerpo, como si me hubieran poseído. Entonces el tipo empezó a llamarme Freky, como si supiera que otra consciencia se había apoderado de mí. Después dijo que no iniciaría ningún pleito ese rato, pero que no estaría débil para siempre. Hablamos de un tal Bafometh y un Tetra... Tetra...

—Tetragrámaton —completó el padre de Gabriel con bastante seriedad, sorprendiéndonos a todos.

Rodrigo asintió y prosiguió:

—Cuando se fue, me senté con mis amigos de nuevo, entonces la Rocío me dijo que buscara a ese tal Freky, pero ella asegura que jamás dijo tal cosa, a pesar que todos la escuchamos.

El padre de Gabriel se había quedado en silencio, su rostro parecía el de una persona que vio un fantasma.

—Pa, ¿estás bien? —preguntó Gabriel.

—¿Quién más sabe de esto? —consultó alarmado, sin responderle a su hijo.

—Nadie más que nosotros, señor —respondió Rocío.

—Por Dios, no puede ser posible —murmuró el asustado hombre—. Nadie más debe saberlo, nadie.

—Pa, ¿qué está pasando?

—No estoy seguro aún —respondió el hombre—. Necesito que me digan más, si les pasó alguna otra cosa.

—Sí —contestó Rodrigo, más confiado— yo he estado teniendo sueños extraños desde hace un tiempo. Recuerdo uno en especial, desde entonces las cosas empezaron a ponerse feas. Era la ciudad de La Paz. Vi que las montañas hacían erupción y todo era destruido. Luego veía dos grandes ejércitos, uno de bestias y el otro de ángeles. Empezaban a combatir y, sin más, la visión se hacía borrosa. Entonces la luna aparecía y la Diana bajaba de ella para luego clavarme una piedra en el pecho.

Sentí escalofríos cuando Rodrigo contó aquello, esa parte de su sueño no me la había relatado.

—Por favor, continúa —lo alentaba el padre de Gabriel.

—También he estado soñando con lobos, uno en especial que me dice cosas raras.

—Sigue, sigue —le decía el hombre, muy preocupado.

—Me dijo que debo despertar mi lobo interno, o algo así; y que debo liberarme de alguna clase grillete, resignar mi corazón, o algo por el estilo —le dijo mientras frotaba su pecho—, me habló de un tal Chang Shambalá, de un Fuego Frío, que soy del agua helada, y de una supuesta pureza de sangre —pensó un poco—. Además, he estado sintiendo que algo me posee de vez en cuando, entra en mí y empieza a hablar usando mi voz, y actúa usando mi cuerpo. Suena como una fantasía, lo sé, pero eso sentí —concluyó.

—Yo también vi cosas raras —dije, aunque no sabía lo que estaba diciendo. Rodrigo me tomó de la mano—. Hace unos meses, mis papás pelearon muy duro y me asusté —mi corazón se contrajo—. Sentí que moría y vi cosas muy raras en esos momentos. Vi una mujer con varias trenzas y una corona con muchos triángulos en ella, tenía trigo en la mano derecha y un Arco en la izquierda. Me dijo que era Artemisa, Morana, la Virgen Ama y luego me dijo que el Rodrigo era un lobo guerrero. No comprendí bien. Me dijo que el Arco que llevaba era mío y que debía hallarlo, me dijo que el Rodri me ayudaría a encontrarlo y que lucharíamos juntos. Mencionó a un Arco de Artemisa y un sello. También me habló de una Diosa Ultravioleta. Luego apareció un dragón montado por una chica que se veía como yo y debajo de ella había un ejército y una torre. La chica parecía luchar con el dragón para domarlo, como los jinetes de un rodeo de toros. Luego vi cómo los soldados subieron por la torre y parecía que invadirían el cielo —el padre de Gabriel se quedó atónito. Proseguí—. Volví a ver a la mujer de la primera vez en una foto que el Rodrigo me tomó hace un tiempo —saqué la foto de mi bolsillo y se la di— ¿La ve?, está aquí —le señalé la figura con el dedo.

—Por amor a la Virgen —murmuró el papá de Gabriel y se persignó varias veces. Al ver su reacción no me atreví a seguir contando lo que me había sucedido.

—También me pasó a mí —comentó Rocío—, veo en sueños un halcón que me dice que debo terminar una misión, me llama Amunet en mis sueños. Me dice que el Faraón espera que cumpla mi palabra, que acabe con Moisés, y luego me dice que el Ejército de Horus aguarda mi llamado. Vi pirámides y las plagas de Egipto muchas veces, en mis sueños, y cuando veo todo eso despierto llorando.

—Yo también, pa —intervino Gabriel y cuando lo hizo, los ojos de su padre se cerraron como los de una persona que recibió una noticia terrible—. En mis sueños hay un caballo de ocho patas que me dice que me prepare para la guerra. Me dice que tengo un enemigo terrible al que siempre llama Héxabor, que Odín me va ayudar en todo momento y que cuando sea vidente use mi poder para la estrategia y no para mi bien personal.

—No hijo, tú no —murmuró.

—¿Pa?

—¡Dios mío, Gabriel, cómo fue que no me dijiste esto antes! —lo increpó su padre, muy alterado. Me sentía confundida.

—No sabía qué pensarías, tuve miedo que creas que estoy loco —se excusó Gabriel, asustado—. Es más, ni siquiera estoy seguro de porqué te lo dije ahora. Quizá no nos creas pero...

—Hijo mío... —el hombre se tapó la cara. Luego sacó un cigarrillo de una cajetilla, lo llevó a su boca y prendió fuego de un mechero, pero cuando quiso prender el cigarro, le temblaban las manos— Por favor, chicos. Repitan sus nombres completos y en voz alta —todos nos miramos extrañados, pero obedecimos. Rodrigo fue el primero en hablar.

—Me llamo Armand Rodrigo Torrico Michelle —dijo alarmado.

—Yo soy Diana Alexandra Cuellar Luchnienko —me presenté en voz alta. ¿Para qué querría saber nuestros nombres?

—Yo me llamo Jadwi Rocío Salas Bakari —se presentó, extrañada.

—Bueno pa, ya sabes cómo me llamo, tú mismo me pusiste el nombre. Soy Gabriel Siegfried Cortez Horkheimer.

—Es matrilineal. Lo sabía —murmuró el padre de Gabriel.

—Pa, dinos qué pasa —pidió Gabriel, muy nervioso.

—Escuchen chicos. Lo que voy a decirles solo se los diré una vez, para mañana yo ya no sabré nada, y espero que tampoco ustedes —nos miramos los unos a los otros, llenos de incertidumbre—. Michelle, Luchnienko, Bakari, Horkheimer. El misterio está en sus linajes, en la herencia de sus familias maternas. Michelle es un apellido francés, Luchnienko es un apellido ruso, Bakari es un apellido egipcio y Horkheimer es un apellido alemán. No puedo decirles mucho sobre lo que está pasando chicos, ni siquiera yo estoy seguro de lo que digo —nos miramos, desilusionados—. Lo que es seguro es que no son amigos por coincidencia, ni siquiera por afinidad, fue el destino lo que los juntó; Dios, el maldito destino. Pregunten sobre su familia a sus mamás. Pídanles que les hablen de sus abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y todos sus ancestros. Ahí está su respuesta. Sin embargo... —lo miramos, expectantes—. Sin embargo, no pretendan saberlo todo, existen cosas que son mejor ignorar y ustedes no tienen porqué vivir esta pesadilla. Existen respuestas que podrían condenarnos a todos. Si descubrieran algo, sea lo que fuere, no dejen que afecte sus vidas. Sus madres han luchado mucho para darles unas vidas normales. A veces, las Misiones Familiares pueden provocar mucho dolor y no quisiera que pasen por ello. Ustedes cuatro pueden elegir. Hagan sus vidas aparte, cásense, mejor si lo hacen entre ustedes. Son dos chicas y dos chicos, están cabales. Las respuestas, niños, son crueles —concluyó el abrumado hombre.

—No entiendo —dijo Gabriel.

—No es necesario que entiendas, hijo —le contestó y luego posó su mano en el hombro de Gabriel—. Jamás dejaré de amar a tu madre, sin importar lo que pase. La amo como es, aunque tenga misterios en su pasado. Mira los amigos que encontraste, ellos serán tu apoyo y estoy seguro que llegarán lejos, todos juntos, el resto de sus vidas —concluyó. Luego se acercó a Rodrigo y a mí, y nos tomó por los hombros— Todos ustedes nacieron para estar juntos. No tengo idea qué clase de historia pueda unir a sus familias, pero se nota que se complementan y se quieren. Siempre sean leales los unos a los otros y jamás dejen de luchar en la vida —nos dijo y luego se acercó a Rocío—. Sabía que eras tú —le dijo el hombre con rostro conmovido—. Siempre fuiste tú y mi hijo lo sabía. Me alegra tanto...

—Señor, yo... —Rocío trataba de articular sus palabras.

—Supe que has vivido momentos difíciles —la interrumpió—, pero quiero que estés consciente que mi hijo te quiere muchísimo, más de lo que podrías soñar. Él siempre estará a tu lado.Únicamente puedo pedirte que cuides de él como él de ti, cuídalo allá donde yo no podré. Te lo ruego, hija.

—Lo siento señor, pero yo, yo... —una lágrima cristalina asesinó su última frase. Una expresión de dolor atroz se apoderó de su rostro y luego se tapó la cara. Sentí una punzada en el pecho al verla llorar.

—Está bien, no tienes porqué sentirte culpable, todo será a su tiempo —le dijo y luego se incorporó—. Demuéstrense a ustedes mismos que son leales los unos con los otros. Sean buenos amigos, pero recuerden esta advertencia: Todas las familias tienen siempre una misión que cumplir. De vez en cuando, un miembro de la familia se dedica a cumplir esa misión, pero optar por ese camino es demasiado difícil y doloroso. Si quieren vivir tranquilos, no lo tomen. El camino del honor es solo para aquellos que desean pelear. Si no están dispuestos a pelear, mejor no empiecen la lucha. Pueden preguntar en sus casas sobre sus raíces, espero que no lo hagan, pero si lo hacen, no dejen que ese asunto los presione. Al final ustedes son libres de elegir qué hacer.

Todos nos miramos, Rocío parecía estar devastada, la charla tenía que acabarse pronto, debía consolar a mi amiga.

—Ahora, vuelvan su la fiesta, sino se la perderán —dijo el señor poniendo un rostro risueño, como si jamás nos hubiera dicho nada. Se volteó y regresó al salón mientras se fumaba su cigarrillo. Ni bien lo vi irse, me acerqué a Rocío para saber qué le sucedía.

—Chío...

—¡No me toques! —me gritó, histérica. Un temor denso inundó mis arterias.

—Amiga, ¿qué te sucede? —empezaban a darme ganas de llorar.

—Perdónenme —se disculpó y salió corriendo. Fui tras ella, sobrecogida por una ansiedad asesina. Por años Rocío ha sido mi mejor amiga, una hermana; no soporto verla así. Llegamos al patio anterior, pero Rocío había desaparecido.

—Debemos buscarla —dijo Gabriel, agitado, apoyando sus manos sobre sus rodillas.

—No —intervine—, necesita estar sola, dejemos que se tome un tiempo.

Además, tenía que hablar yo primero con ella, lo presentía.

Confundidos y angustiados, regresamos al salón. Teníamos más dudas que antes, hablar con el padre de Gabriel no había sido tan buena idea. Ni bien entramos, un grupo de chicas me jalaron por un lado, parecía que hablaban de cosas muy divertidas. Gabriel y Rodrigo fueron capturados por Sergio.

—Diana, Diana, ¡eres una suertuda! —me dijo Karen, muy emocionada.

—¿Alguna podría decirme qué pasó? —todas se reían y me miraban, ansiosas.

—¿No te has dado cuenta? —preguntó Alejandra, toda chocarrera. Parecía que estaba molesta conmigo.

—Ahí viene —dijo Mariela, muy emocionada. Yo estaba confundida, no comprendía por qué tanta emoción. De pronto, una sensación escalofriante recorrió toda mi espalda, sentí una presencia a mis espaldas. Volteé.

—Te estaba buscando —era Alan. Mis amigas lo miraban, notoriamente nerviosas.

Risitas escondidas, emoción irreverente, envidias a las penumbras de una situación que me incomodaba demasiado.

—¿A mí?

—A quién más crees.

—Y... ¿para qué me buscabas?

—Es que..., es que... —también estaba nervioso, las intrusas parecían incomodarlo aún más que a mí—. El profe de mate nos ha dejado un kilo de tarea y como vos eres toda una corcha, pues quería saber si ya terminaste.

—No, no terminé. Y no soy una corcha, ¿ya?

—Vaya, perdón por tratar de ser amable —me dijo molesto y se fue. Creo que me excedí con mi comentario. Mis amigas me miraban frustradas.

—¿Por qué le dijiste eso? —me preguntó Daniela.

—Ya tengo chico.

—Creo que te has desubicado un poco —me dijo Alejandra—. Él no quería coquetearte. ¿Acaso crees que eres la reina del mundo? ¿Piensas que todos los chicos están a tus pies, arrastrándose por vos?, no seas tan engreída.

—Oye, oye, no te rayes. Ustedes mismas me dijeron el otro día que yo le gustaba.

—Y qué, no iba a pedirte matrimonio, solo que le ayudes con la tarea de mate —me respondió Alejandra.

—Los chicos no saben otra cosa más que molestar —me sentí tan mal—. Yo no soy un objeto, y ellos nada más se me acercan cuando hacen apuestas para ver quién es el "valiente" que se anima a hablarme. Como si fuera alguna clase de trofeo. Y ese chico...

—El Alan es decente, no hace esas cosas —me interrumpió Daniela—. Pero vos te sigues comportando como una estúpida, pero no se puede pedir a alguien comportarse inteligente si es estúpida. Pensaba que eras buena onda, pero veo que me equivoqué —se fue con Alejandra, irritada. Yo no sabía qué decir.

—No les hagas caso, solo están de envidiosas; yo sí creo que eres buena onda —me consolaba Mariela. Le sonreí y agradecí con un abrazo.

—No, tiene razón, realmente soy una tonta.

Tenía sed. Caminé hacia la mesa y tomé un vaso de gaseosa. La culpa me estaba matando, ni siquiera podía pedirle consejo a Rocío pues ella aún no aparecía. Sin dudar más, decidí acercarme a Alan y pedirle disculpas por lo que pasó. Me armé de valor y me dirigí hacia él, pero en cuanto me vio, empezó a alejarse. Lo seguí por todo el salón, la persecución acabó en el patio. Alan se detuvo a unos pasos de mí, estábamos solos, no me di cuenta en qué momento abandonamos la fiesta. Se volteó y me miró bastante enojado.

—¿Podrías decirme por qué rayos me estás persiguiendo?, no quiero que te me acerques —sentí una daga en la garganta.

—Quería disculparme por lo de hace un rato. Te hablé feísimo.

—Sonsa, no esperes mis disculpas solo para estar bien contigo.

—No, Alan, es en serio. Me pasé de mala onda con vos y no me gusta ser así. Quizás solo estoy muy nerviosa hoy y la sangre no me llega al cerebro. Recuerdo que en Carnavales viniste salvarme de esos maleantes y yo te traté como si fueras uno de ellos. En verdad lo siento, soy una tonta; ¿podrías disculparme, sí?

—Acepto tu disculpa —dijo, serio, y empezó a retirarse.

Sin saber porqué, lo tomé del brazo para evitar que se fuera. Su rostro se enrojeció en cuanto lo toqué, de inmediato lo solté.

—¿Alguito más?

—¿Aún quieres ayuda con la tarea de mate?

Su rostro puso una expresión de profunda amargura. Había algo raro en él, mi corazón empezaba a latir con fuerza.

—Estaría bien, pero no quiero incomodarte.

Sonreí, negué con la cabeza y exhalé profundamente.

—¿Amigos? —dije. Alan esbozó una sonrisa chueca, muy forzada, y asintió en silenció.

Sentí que el problema estaba resuelto y me disponía para regresar al salón cuando Alan le llamó:

—Diana, espera —volteé—. Si no te molesta mucho, quisiera que me hables de vos y el Rodri.

Era una petición realmente extraña, pero no tenía porque negarme a ella.

—Qué quisieras que te hable de nosotros —indagué.

—Todos saben que ahora tú y él son novios, pero de verdad necesito saber qué te gusta de él.

Sentí calor en mi pecho y mis mejillas. Miré al suelo y empecé a hacer el recuento de mis sentimientos:

—Nos conocemos desde que tengo memoria. Él siempre ha sido parte de mi vida. Cuando el Rodri está cerca de mí me siento más tranquila. Sé que puedo contar con él. Ambos amamos la música, a los dos nos gustan casi las mismas cosas, y cuando no nos ponemos de acuerdo él termina la discusión con un abrazo. Me hace reír mucho, sus reacciones a mis bromas son muy divertidas. Vivir con él puede ser toda una aventura y compartir momentos así me llena de alegría. Por lo demás, no sabría decirlo en palabras. Simplemente estoy loca por él...

Súbitamente me di cuenta que estaba hablando demás. Cuando elevé la mirada vi que el rostro de Alan llevaba una expresión de dolor, como si algo se retorciera en su estómago.

—Entiendo —murmuró él con tono pesimista.

—¿Estás bien?

—Diana, no voy a competir con algo así; pero al menos quiero estar bien conmigo mismo. La verdad es que estoy enamorado de ti.

De repente todo cobraba sentido. La situación no me incomodaba por el hecho de saber que yo le gustaba, sino porque en mi interior empecé a sentir algo. Fue como si un viejo recuerdo emergiera en mi memoria. El chico que tenía en frente era muy parecido a Rodrigo. Sus ojos, tristes y dormilones, eran tan líquidos como el agua; acerados, plomos, muy plomos. Su rostro, con aquellos cachetes algo abultados, los labios carnosos, las cejas gruesas, la nariz recta, la quijada afilada; era una faz como la de Rodrigo. Incluso sus gestos se parecían. Yo dudé de mis sentimientos y me enfadé conmigo misma.

—Alan, yo... no sé qué decir.

—No es necesario que digas nada. No pretendo ser un fastidio. Solo me confesé para poderme ver en el espejo mañana y no sentir que fui un cobarde. Quizá a ti no te importe lo que siento pero...

—¡No es cierto! —refuté, sintiendo que algo dentro de mí se había roto. Pero qué demonios...— Lamento que tengas que pasar por esto conmigo. Pero al menos quisiera ofrecerte mi amistad más sincera.

Alan sonrió como si hubiera dicho una tontería.

—Sabes, Diana; entenderte puede ser todo un desafío. Pero sé que tus buenas intenciones son honestas. Dejémoslo así.

No supe si sentí alivio o frustración cuando Alan me dijo aquello. Me sentía rara, traicionada por mi propio corazón. Entonces, un viento cálido e insólito para el invierno empezó a soplar. Algo estaba sucediendo, Alan parecía transfigurarse de un aura de tranquilidad. Sus ojos se habían quedado fijos sobre mí. De pronto, oí un aullido como de lobo a mis espaldas, me estremecí del susto y abracé lo primero que encontré. Tuve un arrebato al darme cuenta que estaba en los brazos de Alan.

No te asustes, no te haré daño —sus ojos, sus brazos, me sentía cautivada. Alan no parecía ser él.

—A... ¿Alan? —estaba como poseída, mi cuerpo se movía sin que pudiera controlarlo, pero tampoco me resistía. Aquellos ojos profundos me abrumaban. Sentí... amor.

Estoy aquí, Dianara. Al fin estoy aquí.

Repentinamente, Alan reaccionó y me empujó con suavidad.

—Lo siento —se disculpó—, no sé que me pasó, no quise...

—Está bien, no importa.

—Oye, olvidemos esto, ¿sí? —asentí en silencio mientras Alan entraba al salón...

_______________

Sueño con dibujar y luego dibujo mis sueños. Estoy dentro de un lienzo perdido que me cuenta una tragedia la cual jamás pude sobrellevar. Hace tiempo que no encuentro los colores para pintar esta pesadilla, pero sí puedo trazar los vértices que la componen. Mis lápices son un cementerio de almas de donde los espíritus cautivos salen libres de regreso a su hogar. Entonces miro la hoja blanca sobre la que dibujo mis sueños y me doy cuenta que éstos son más reales que lo que el hombre promedio considera realidad. Nací para descubrir los colores, nací para liberar los trazos sobre el papel. Nací para regresar a casa.

Del diario de Alan, 2004

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