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15. Demonio de fuego...

Llueve en medio de este mar de plegarias perdidas. Aún esperas por tu partida, Centinela herido. ¿Qué acaso no has entendido que aquello que te mantiene cautivo es tan solo un entredicho del destino? Hoy luchas y amas como nunca en esta vida, ni en tus otras vidas, hayas luchado o amado. Sí, estimado lobo, yo sé que duele tanto como el martillo que rompe el cristal y forja el acero, pero volverás a Ella porque ése es tu destino. No habrá cruz ni Gran Sacrificio, no habrán más barrotes ni cadenas, sólo vendrá tu anhelada muerte y por fin llegará tu libertad.

Crónicas Inéditas – El Mito de Rodrigo

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Jueves 24 de junio, es de noche y tengo miedo. No quería creerlo, ni aceptarlo, pero creo que no hay más remedio que hacerlo: me enfrento al diablo. Por primera vez en mi vida tengo mucho miedo. Mi abuelo me contó que cuando nací hubo una terrible tormenta, dijeron que fue la peor del siglo y que era un mal presagio, que mis días serían días sin luz. Pensé que se equivocaban, pero tenían la razón, solo ahora lo comprendo y tengo miedo, pero es normal tenerle miedo al diablo, ¿no?

Ayer fue un día terrible. La mañana aparentaba que todo estaría bien. Era San Juan y todos estaban relajados. Aunque la prohibición de la Alcaldía respecto a las fogatas entró en rigor este año, parecía que no iba a haber mucho control, habría una fogata en casa de Diana.

Esa mañana, Diana, Gabriel, Rocío y yo decidimos romper el silencio para hablar de nuestros sueños. Todos con el mismo significado, siempre en batallas, siempre luchando contra un enemigo de fuego o contra ángeles. Los elementos más recurrentes eran volcanes, nieve, hielo, lobos, halcones, caballos y osos. Soñamos con cosas similares. Luego de analizar nuestros sueños, Diana les mostró a nuestros amigos la foto misteriosa. Ellos también sintieron miedo al principio, pero luego se mostraron muy tranquilos. Hay una poderosa presencia entre nosotros que nos está dando valor, energía y alegría.

Cuando empezamos a comparar las fechas de nuestros sueños, notamos que todos habían sido en desorden, o eso parecía al principio. Finalmente, la capacidad en matemáticas de Diana nos sirvió para algo, ella notó que nuestros sueños aparecieron siguiendo un patrón. Primero fui yo, dos días después fue Diana, tres días después de mi sueño fue el de Gabriel y cinco días más tarde el de Rocío: 2, 3, 5, números primos. ¿Coincidencia? Quizás estamos un poco paranoicos, pero cuando se trata de sueños siniestros nada es demasiado paranoico. Pensamos contarles a nuestros padres, pero luego concluimos que ellos solo pensarían que estamos locos y nos enviarían al psicólogo. Sin ninguna opción de ser aconsejados, decidimos dejar las cosas en secreto hasta que encontremos alguien que pueda ayudarnos.

Al llegar la tarde me fui a la casa de Diana, me acompañaron mi madre, mi primo y mi tía Carmen —la mamá de mi primo—. Por fortuna, el padre de Diana no vendría a la reunión de este año. A ella le entristeció que no venga, pero luego de lo que pasó, quizás yo mismo lo habría empujado al fuego sin dudarlo. Lo que realmente me irrita es que Diana lo siga queriendo, a pesar de todo lo bestia, energúmeno y animal que es. No comprendo cómo puede soportarlo, aunque, después de todo, sigue siendo su papá. Edwin tampoco estaría en la fogata, tenía guardia en el Colegio Militar, aunque eso me olía a excusa barata. Un par de días antes fui a casa de mi primo Gaburah para invitarlo a venir, pero se negó; lucía bastante mal, con unas terribles ojeras. Me pregunto qué clase de enfermedad tiene. No lo volví a ver desde ese día.

Para esa noche, Sergio invitó a gran parte del curso a una fiesta que estaba organizando en su casa, creo que sería la primera fiesta para muchos de los chicos y chicas. Su casa queda bastante cerca a la de Diana, solo a unas pocas cuadras, por lo que no iba a ser necesario que nadie se moleste en llevarnos y recogernos. Planeamos con ella compartir un poco en compañía de nuestras familias antes de irnos a nuestro compromiso.

A la puesta del sol, Oscar encendió el fuego de la parrilla para asar las salchichas, Diana y yo jugábamos con unas chispitas de bengala que compramos del mercado que queda cerca a mi casa. Dentro de un par de horas íbamos a ir a la casa de Sergio para reunirnos con los muchachos del curso. Los hotdogs se sirvieron temprano, hicimos estallar algunos fuegos artificiales en familia, la fogata alumbraba la fría y oscura noche de San Juan. Se escuchaban risas por toda la casa; en el jardín, los adultos bebían ponche de frutas con singani, parecía que acabarían en una farra de aquellas. La noche era mágica, el cielo nublado resplandecía por las fogatas, coloreando de un rojo profundo las nubes que lo cubrían. El olor a pólvora estaba por doquier.

A las ocho de la noche, Diana y yo salimos a nuestro compromiso. Cuando llegamos, varios de los muchachos del curso ya estaban allí. Al parecer, Sergio también invitó algunos amigos a quienes desconocíamos por completo, amigos de su zona, creo. Como siempre, los chicos jugaban fútbol en el patio y las chicas bailaban entre ellas. Rocío y Gabriel brillaban por su ausencia, unos amigos nos dijeron que los vieron llegar, pero luego nadie les volvió a ver. Tuve la esperanza que mi amigo esté arreglando las cosas con Rocío al fin. Luego, Sergio apareció para saludarnos.

—¡Tanto tardan che! —nos dio la bienvenida—. Qué siempre estarían haciendo, pillines.

—No seas mal pensado —se quejó Diana.

—Ya, no reniegues —respondió con picardía—, ah, por cierto, hoy las chicas decidieron qué hacer. Quieren bailar las sonsas, así que la Vanesa ha ido traer unos casetes. No tengo nada de música para bailar.

—A la... ¿y por qué decidieron ellas?

—Por culpa del pelotudo del Lucio pues. Les hizo una apuesta y perdió como un pelmazo.

—¿Y qué siempre apostó? —preguntó Diana.

—Era chicos contra chicas. La Mariela le apostó que podía hacerle un gol de penal. Si le hacía el gol, las chicas elegían qué hacer; si el Lucio tapaba, elegíamos nosotros. El muy cojudo se hizo meter un gol de lujo.

—Qué casco... ¿Y así quiere jugar el campeonato? —intervine.

—Si pues bro, medio gil me salió el man —respondió Sergio, resignado.

Aunque lo dije mil veces, lo repito, aborrezco bailar. Sé que el baile no es mi fuerte, pero a veces, y con algo de esfuerzo, logro disfrutarlo. Vanesa no tardó en llegar cargada de varios casetes de música bailable. Entre ellos había varios de "Los Ilegales", "Azul Azul", "Salserín", etc. Todos ellos están muy de moda, en especial entre las chicas, que adoran bailar su música. Yo sentí que me iba a estreñir con esos ritmos.

Después de media hora de nuestra llegada, nos encontramos, al fin, con Rocío y Gabriel quienes parecían bastante nerviosos. No les preguntamos donde estuvieron, pero a juzgar por sus reacciones dedujimos que habían logrado superar algunas dificultades en su relación, al menos por ahora. Solo espero que no lo arruinen de nuevo.

Luego de una tanda de baile llegó la hora de comer. La mamá de Sergio preparó bastante comida con la ayuda de otras mamás. Sirvieron salchichas asadas y hamburguesas a la brasa con gaseosas y papas fritas.

Estaba comiendo a gusto, mientras conversaba con mis amigos, cuando sonó el timbre. No presté mucha atención y continué charlando. En medio de la conversación empecé a sentir una horrible sensación recorrer por mi espalda; luego, un extraño zumbido comenzó a perforar mis oídos y a los pocos segundos se acalló. Giré la cabeza por todos lados buscando la fuente del zumbido, pero no vi nada sospechoso; Diana y mis amigos también oyeron el mismo ruido, nos miramos extrañados y concluimos que debió ser un auto o alguna cosa así. No prestamos atención y seguimos conversando. Mientras hablábamos, alguien apareció entre las tinieblas, era Ikker. Vestía de rojo entero y traía puestas unas gafas que le cubrían parte del rostro. Pinta más que extraña para una noche oscura como aquella. Sergio lo presentó a todos y, mientras lo hacía, Diana, mis amigos y yo pensábamos qué hacer si se acercaba.

—Ese cuate —murmuré— me da mala espina.

—¿Lo conoces? —preguntó Rocío sin quitarle la vista.

—Sí, lo conocí el día del Concurso de Piano Intercolegial.

—Hace unos días vino al colegio —intervino Diana—, el Sergio lo conoce.

—No quiero parecer paranoico, pero no quiero saludar a ese sujeto —Gabriel afirmó, bastante inquieto.

—Nadie quiere —replicó Rocío.

—¿Notan que hay algo raro con él? —consulté.

—A leguas —me respondió Gabriel.

—Ya chicos, si se acerca, normales nomás. Le saludaremos como la gente, igual y no vamos a estar toda la noche con él —dijo Diana.

—Ya, ya, pero ojo, me parece bien macabro el chango ese —comentó Gabriel.

Seguíamos conversando y esperamos pacientemente a que se aproxime. Cuando se nos acercó, Gabriel fue el primero en saludarlo, pero con cierto recelo. Rocío y Diana reaccionaron del mismo modo. Cuando llegó mi turno de saludarlo, le extendí la mano con firmeza, pero cuando me tocó sentí como si mi mano estuviera agarrando una brasa al rojo vivo. Lo solté rápidamente, Ikker notó el carácter hostil de mi reacción y se fue en silencio, exponiendo una sonrisa bastante socarrona. Definitivamente no era mi imaginación, el chico era más que raro, era todo un fenómeno, y estaba agrediéndome. Su sola presencia me inspiraba miedo, repulsión y odio. Era como si ya lo conociera y tuviera cuentas que saldar con él. La situación me resultó tan tensa que acabé con una jaqueca.

Pasaban los minutos y el individuo en cuestión no nos quitaba la vista de encima. Finalmente, traté de concentrarme en la fiesta y evité mirarlo, pero su mirada me enervaba bastante. Diana y mis amigos también lucían nerviosos, tratamos de ignorarle. Luego, Gabriel y Rocío se tomaron unos minutos para bailar y Diana se fue al baño. Cuando vi a mi alrededor, me percaté que todos se hallaban bailando, estaba solo. Traté de distraerme en algo y me dediqué a observar la fogata, tratando de no pensar en Ikker; pero, en medio de mi contemplación, el sujeto se puso de pie y, con lentitud, se aproximó, como cazador que acecha a su presa. Intenté mostrarme tranquilo y decidí quedarme sentado donde estaba para enfrentarlo. El tipo se paró frente a mí, inmutable. Se sentó a mi lado y fijó su vista en el fuego.

—En verdad me temes —dijo y sacó un dulce de su bolsillo, lo abrió y se lo metió a la boca.

—Estás borracho, cuate —respondí, nervioso.

—Lo veo en tus ojos, eres débil —dijo tranquilamente mientras contemplaba la fogata.

—No sé quién eres, pero no me caes. Mejor dejá de joderme y hacéte bola —lo desafié.

—Ay, estimado. Tienes muchas agallas, pero eso no bastará —dijo con cinismo—. Aún hoy sigo reviviendo lo ocurrido hace tantos milenios, puedo sentir ese maldito Símbolo que proyectas tú y tu gente. Es algo bastante molesto, ¿sabes? El recuerdo de Lucifer es tan insoportable —susurró a mi oído.

—A ver, ubicáte. No tengo idea de lo que me dices. No sé nada del diablo ni de ese Símbolo del que hablas. Solo me dices huevadas. Soy un cuate normal, no estoy zafado como vos. Ahora, no me jodas y perdéte —respondí, agresivo.

—Perdiste Orientación, desde luego que no tienes idea de nada —repuso parsimoniosamente, como si estuviera conversando del tema más usual del mundo.

—¿Qué parte de: "dejá de joder", no has entendido?

—Habla conmigo, tú, ¡Lobo! —dijo con una profunda voz de inframundo, gutural como si se hubiese tragado clavos, pareciera que un demonio estuviera hablado a través de él. Lo miré a los ojos y éstos empezaron a brillar con un suave resplandor naranja. Entré en pánico, mi cuerpo se paralizó. Quería gritar, pero mi voz había desparecido. De repente, un frío muy especial circuló por mis venas. Perdí control de mi cuerpo y, una vez más, alguien hablaba por mí.

Con orientación o sin ella, no pienso permitir que hagas daño a los míos —en realidad no pensé eso, ni siquiera sé porqué lo dije.

—Pero qué interesante —comentó en una parodia de conversación que para mí no tenía sentido—. Primero te muestras completamente inocente, pero después muestras una faceta totalmente distinta.

Este Espíritu jamás estuvo solo —respondí, sin controlar lo que decía— jamás dejaré a un Gólen como tú ganar este espacio. Esta tierra es una plaza libre y tus demonios no tomarán control de este lugar mientras los Dioses Leales lo protejan. Que el Tetragrámaton y el Bafometh lo tengan muy claro.

—Te olvidas, lobo, que este mundo ya nos pertenece. Aún con tu ayuda y la de todos los demás que son como tú, esta gente no representa ningún peligro para nosotros. Sólo son incómodos obstáculos que limpiaremos del camino. No se te olvide el Sephiroth en el que estos mortales están —dijo el tipo. No entendía nada.

Parece que olvidas que los Espíritus de los míos son ajenos a este mundo, no se someten a sus leyes. La tierra se la ganamos a vuestras potencias, ahora está asediada. En los camaradas de honor que hoy protegemos fluye la fuerza de su Sangre. Pero tú no vas a por ellos, tú estás buscando otra cosa; sepas, pues, que nada habrás de conseguir de ella, nada. El poder ultravioleta va más allá de ti o de tu Creador —respondí una vez más fuera mí mismo, luego recuperé el control de mis palabras. Ikker, al ver mi rostro, sonrió de una manera siniestra.

—No estás consciente de nada, ni siquiera puedes entablar comunicación voluntaria con el Espíritu que te ayuda y aún así existes en este mundo. Me das lástima —me dijo, lleno de asco.

—No sé de qué me estás hablando —respondí, abrumado— ni siquiera sé qué diablos fue todo eso que dije, andáte, ¡dejáme solo, carajo! —cubría mi cara con las manos.

—Soledad, ¿realmente la quieres? —se fue lentamente. Al poco tiempo llegó Diana quien se mostró preocupada al notar mi perturbación.

—¿Pasó algo? —preguntó angustiada. Al ver su angustia decidí no decirle lo que acababa de suceder.

—No princesa. Nada más es un dolorcito de cabeza, se quita al rato —respondí esforzando una sonrisa. Diana me tomó de las manos.

—Espero que no me estés mintiendo, Rodri —me dijo, toda seria.

Pasaban los minutos como nubes arrastradas por el viento. El cielo nocturno estaba completamente nublado y enrojecido por las diversas fogatas prendidas por toda la ciudad. La bruma parecía haberse vuelto de fuego y un súbito temor empezó a apoderarse de mí. La fogata, en el centro del patio, ardía con fuerza. Sentí sed, un calor sofocante me hizo presa de una deshidratación intensa. Diana y mis amigos estaban sentados cerca de mí, conversando sobre cosas a las que no ponía atención. La sed, finalmente, me obligó a buscar una gaseosa.

Me levanté de la silla buscando con la mirada la mesa de los refrescos, al hallarla caminé hacia ella con algo de temor, el fuego de la fogata era intenso y el cielo parecía arder en llamas infernales. Sentí que la luz a mi alrededor se hacía más flamígera y tenebrosa a cada segundo, apresuré el paso hasta llegar a la mesa. Tomé una botella y me serví un poco en un vaso de plástico, bebí con exasperación y enseguida me serví otro a tiempo de emprender el camino de regreso a mi silla.

Pasé cerca de la fogata una vez más, miré mi silla desocupada, trataba de calcular la distancia y busqué con la mirada a mis amigos sentados cerca de ella; pero cuando me fijé bien parecía que la silla estuviera muy lejos. Seguí caminando y, de un momento a otro, un súbito terror se apoderó de mí. El tipo de rojo se hallaba parado en frente mío, me bloqueaba el paso entre la fogata y la mesa, dejándome sin escapatoria.

De repente, el fuego de la hoguera comenzó a avivarse, crispando mucho. La llama se hizo muy alta y el cielo parecía murmurar extrañas y horribles maldiciones. Sentí a Ikker transfigurase con el fuego de la fogata, el calor era infernal y no conseguía moverme, mis piernas se habían paralizado, mi garganta estaba seca. Una súbita visión nubló mi vista, vi un imponente demonio luchando con lo que parecía un hombre lobo, me tapé los ojos en busca de alivio, pero no lo encontraba. El fuego pasaba muy cerca de mi cuerpo, casi quemándome. La situación se hizo tan intensa que entré en un silencioso pánico, incapaz de comprender lo que pasaba. Miré al frente y vi en los ojos de Ikker, la mirada de un terrible demonio al cual no es posible describir sin caer en la locura. Sus rojizos ojos parecían encenderse en llamas y demostraban un sádico placer al sentir mi temor, entonces sonrió levemente mostrándome a un verdadero monstruo detrás de su rostro. Sentí que iba a desmayar, pero algo pasó. Una vez más perdí control de mí cuerpo, un frío misterioso circuló por mis venas y refrescó todo mi cuerpo. Poseído, empecé a hablar con mi hostigador.

Déjalo ir —dije fuera de mí.

—Realmente empiezas a irritarme —respondió Ikker.

Sabes que esta pesadilla es irreal.

—Ya veo, tú debes ser Freky, el guardián de este miserable mortal —dijo, molesto—. No pensé tener que verte de nuevo.

Jamás me fui. Este niño debe ser libre y no dejaré que atentes contra su libertad.

—¿Niño?, este sujeto es Lycanon, de ninguna manera es quien tú dices.

Es un niño valiente, aún no ha despertado, y tú tampoco estás en condiciones de luchar.

—Es cierto, tampoco pensaba iniciar un combate acá —dijo, dándome la espalda—, pero recuerda que no estaré débil para siempre. En cualquier momento recuperaré todos mis poderes y entonces no habrá fuerza ni Dios que te salve.

A mí no tienen que salvarme. Pero si deberán salvarte a ti cuando Rodrigo despierte a su tótem hiperbóreo como un lobo furioso.

—Lycanon, ¿eh? Y qué hay del otro, no creas que lo he olvidado. Vairon merodea por ahí, en algún lugar. Lo sé. ¿Acaso pactarán para traer a Laycón de regreso? ¿Cuál de los lobos hará el sacrificio? ¿Será tu protegido quien lo haga? O será el otro lobo. Dímelo, Freky.

El otro está dónde tú jamás podrás alcanzarlo. Un día, tarde o temprano, volverán a ser lo que fueron. No importa quién se sacrifique para lograrlo.

—Lobos, quién los comprende. Supongo que la Diosa Ultravioleta estará muy triste cuando recuerde todo lo ocurrido durante esos días negros. Quizás debería terminar con todo ahora mismo, pero esto se ha puesto divertido. No vale la pena acabar la historia así; además, hay más que solo perros por aquí, es evidente.

Solo ves Centinelas, ellos arrancarán la carne de tus huesos, y algo más.

—Nada más son unos niños dormidos, inconscientes de su papel en este mundo.

Y son la peor pesadilla de tu Señor. ¿Qué esperas de ellos, Golab? ¿Crees que Miguel no se dará cuenta de lo que haces? El Símbolo del Origen es poderoso en mis protegidos. Pero existe alguien a quien eres especialmente vulnerable. Has caído bajo el embrujo ultravioleta y ardes de pasión por ella. Ese es tu secreto ante los otros arcángeles y demonios. En cuanto los Centinelas despierten tu destino quedará sellado por las pasiones que tú mismo has alimentado —el rostro de Ikker empezó a mostrar un evidente malestar.

—Asqueroso hereje, Freky. Esta guerra empieza hoy, el Apocalipsis será solo el principio —amenazó alejándose de la escena. Ni bien comenzó a alejarse, la intensidad del fuego disminuyó, mi posesión terminó y recuperé el control de mi cuerpo. Miré hacia mi silla y vi a mis amigos observarme fijamente, asustados.

Adormecido, caminé hacia mi lugar mientras mi novia y amigos me miraban en silencio. Al llegar, me senté pesadamente sobre la silla. Una incómoda quietud se apoderó de nuestro espacio. Pocos segundos después Gabriel empezó a hablar.

—Oye hermano, ¿Estás bien? —preguntó afligido.

—¿Por qué lo preguntas? —respondí haciéndome el tonto. No quería aceptar que ellos fueron testigos de mi enfrentamiento con Ikker.

—No nos trates como estúpidos —replicó Rocío, molesta—. Algo sucedió con ese tipo —me quedé en silencio.

—¿Qué está pasando, Rodri? —preguntó Diana.

—No puedo responder a sus preguntas —contesté— Por favor, no me pregunten más, no tengo idea de lo que ocurre.

Lo sabes, habla con Freky en tu interior —dijo Rocío, dejándonos a todos perplejos.

—¿Cómo dices? —pregunté casi espantado.

—No dije nada —respondió mi amiga.

—No jodas, en serio que dijiste algo —argumentó Gabriel.

Pucha che, no dije una sola palabra —replicó Rocío, incómoda.

—Chío, de veras que lo dijiste —contestó Diana.

De repente, el silencio se volvió a apoderar de nuestro espacio. Nos miramos los unos a los otros, con temor. Parecía que todos comprendimos que algo estaba sucediendo.

—No, no, no. Esto ya se puso demasiado feo —comentó Gabriel, asustado.

—Es cierto —contestó Rocío.

—Chicos, lo mejor será que volvamos a nuestras casas —Diana propuso.

—Vámonos —respondí apenas, me sentía muy aturdido.

—Ya, pero necesitamos respuestas. Ahora sí que le preguntaré a mi viejo. Sospecho que él podria ayudarnos, es de mente más abierta que mi vieja —dijo Gabriel—, hoy mismo le diré lo que nos ha pasado estos días. No podemos seguir así.

—¿No crees que piense que estamos locos? —preguntó Diana.

—Espero que no, él es el único que nos podría ayudar —Gabriel respondió.

—Por qué tan seguro —interrogó Rocío.

—No lo sé. Solo es intuición. Confíen en mí.

—Dale brother, si puede darnos explicaciones sería increíble —tapé mi rostro con las manos.

—Eso trataré, y hasta entonces, alejémonos de problemas —todos asentimos.

Nos despedimos rápidamente del resto de los chicos y dejamos la casa de Sergio de inmediato. Diana y yo nos separamos de Rocío y Gabriel al llegar a la esquina de la Avenida del Ejército, esa noche iba a quedarme a dormir en la casa de mi novia.

Cuando entramos a la casa de Diana, nos percatamos que continuaba la fiesta. Casi todo el mundo estaba borracho o dormido. Evitamos pasar cerca de la fogata y entramos al dormitorio de mi novia rápidamente, no queríamos hablar con nuestras familias. Subimos al segundo piso y nos pusimos nuestra ropa de dormir. Luego nos turnamos para lavarnos los dientes y nos recostamos en silencio.

Pasaban los minutos y el silencio empezó a calarnos los nervios. Finalmente, Diana rompió la tensión del momento tratando de conversar.

—¿Quién rayos podrá ser ese tal Ikker? —preguntó.

—No tengo idea —respondí, mirando al techo.

—¿Quién o qué es Freky? —preguntó también con la mirada perdida.

—No estoy seguro —contesté.

—¿Y por qué Rocío mencionó esa palabra?

—Si lo supiera te lo diría —dije y proseguí—. Una extraña presencia vive dentro de mí.

—¿Cómo?

—Lo que dije, hay una presencia dentro de mí.

—¿Qué presencia?

—No estoy seguro. La primera vez se me vino luego de la pelea de carnavales, ¿te acuerdas? —asintió pensativa—, aparece como una voz en mi cabeza que me ayuda en los momentos difíciles —me miró, incrédula.

—Rodri... yo...

Pucha Diana, hablo en serio. No estoy loco.

—No dije que estuvieras loco, pero es tan absurdo lo que dices.

—Pero es cierto.

—Ya lo sé, lo he notado —afirmó con cierta melancolía en la voz.

—Princesa, todo se ha puesto bien feo, quiero creer que realmente estoy loco, es más, lo desearía, pero todo es tan real —súbitamente, un agudo dolor en mi pecho me hizo estremecer.

—¡Rodri, Rodri! ¿Estás bien? —consultó Diana, angustiada al notar mi dolor.

—No lo sé, mi pecho —dije cubriendo mi tórax con ambos brazos.

—Déjame revisar —pidió descubriéndome el cuerpo. Efectivamente, había una quemadura en él— ¡Oh por Dios! —exclamó espantada.

—¡Pero qué...!

—No te muevas —dijo preocupada. Prendió su lamparita y abrió su cajón, buscando algo.

—Diana, Ikker..., él..., él... me hizo esto —dije, convencido.

—No digas tonterías.

—Sentí su ataque hoy. Ahora entiendo, me lo hizo mientras hablaba conmigo cerca de la fogata.

Chiqui, eso es imposible —dijo Diana llena de escepticismo.

—¡Por favor Diana, tienes que creerme! —desvió la mirada.

—Es que es tan difícil.

—Sabemos que el sujeto es un fenómeno —ella asintió—. ¿Qué clase de criatura podría ser capaz quemarme así con solo hablarme?

—Ojalá estés equivocado.

—¿Y si no lo estoy? —se quedó callada.

—Te pondré esta crema, es buena para las quemaduras —me la mostró.

—Diana, qué pasaría si ese sujeto es el diablo.

—¡Basta! —dijo alterada y con los ojos llenos de lágrimas—, ya me cansé de oírte decir eso. Estoy demasiado asustada ya... Mírate.

—Lo siento. No quería asustarte —sin dejar de llorar, Diana empezó a friccionar mi pecho.

—Tengo miedo que te hagan daño —un alivio maravilloso se aperó de mí, sentí la fuerza del cariño de Diana recorrer por todo mi cuerpo.

—Mientras tú estés a mi lado, nada podrá hacerme daño.

—¡Oh por Dios! —exclamó Diana sin dejar de frotarme el pecho.

—Qué... ¿Qué pasa? —pregunté asustado al oír su expresión de asombro.

—Mira —me dijo indicando mi pecho con la mirada.

Increíblemente, la herida empezó a curarse a una velocidad imposible. Cada vez que Diana pasaba sus manos por la herida, ésta se cerraba más.

—Lo veo y no lo creo —en pocos segundos, la herida desapareció. Diana no dejaba de llorar. La tomé de los hombros y la abracé con fuerza— ¡Eres tú! —exclamé—, tú me curas.

—Rodri, estoy muy asustada.

—No temas, no dejaré que nos pase nada —afirmé y nos cubrí con las frazadas, enterrándonos bajo ellas a la oscuridad de su manto— Princesa, nunca dejaré que nos pase nada, lo juro —dije y secuestré sus labios con los míos.

Saqué mi brazo, apagué la luz, luego la rodeé con mis brazos y pegamos fuertemente nuestros cuerpos. Nos besamos, casi nos restregamos, hasta que el sueño nos venció. Nos dormimos así, con los labios juntos y la promesa eterna de combatir el miedo.

Sé muy bien que una fuerza oscura y terrible nos acecha. Como Diana, yo también me negaba a creerlo, pero esa noche de San Juan despejó todas mis dudas. Tengo miedo, pero también tengo el valor de enfrentar esa monstruosa presencia. No estamos solos, del mismo modo que hemos sido acosados por una fuerza terrible, también hemos sido apoyados por otra fuerza de la misma proporción, pero radicalmente opuesta. Nos hemos internado en una guerra entre dos fuerzas que no podemos ver ni comprender. Sin importar lo que pase, yo estoy dispuesto a pelear hasta el último segundo. El coraje no está en no tener miedo, sino en actuar a pesar de él, ahora lo entiendo.

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https://youtu.be/ont85oNs87M

Título: Bafometh

Género: Leitmotiv sintetizado, banda sonora

Autor: Gaburah Lycanon

Álbum: El Arco de Artemisa OST

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