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11. Serenata...

Son como las nueve de la noche del 29 de mayo, es sábado. He tenido días extraños y maravillosos, pasaron cosas increíbles y aún me cuesta asimilarlo todo. Creo que soy afortunado, a pesar de todas las cosas que tengo que vivir, soy muy afortunado.

Ayer fue la serenata por Aniversario del Colegio. Muchos habían estado esperando la gran noche, yo no estaba entre ellos; pero, sin pensarlo, se convirtió en uno de los momentos más memorables de mi vida.

El martes 25, día del aniversario, empezó todo. Me dirigí al curso, emocionado, no habrían clases. Mis amigos ya estaban allí, pero Diana brillaba por su ausencia. Luego recordé que ella y Gabriel iban a hacer una breve representación teatral durante los actos de conmemoración de la fecha, toda mi emoción se diluyó por su ausencia.

La misa transcurrió normalmente, como siempre, bastante aburrida. El sermón duró casi una hora. Luego, los más grandes se fueron a las canchas a bailar con la música de la amplificación, los niños se dedicaban a revolotear por todo el colegio. Me quedé únicamente en compañía de Rocío, parecía algo nerviosa. Luego se engancharon Sergio y algunas chicas del curso, lograron distraer mi mente con las tonterías que hacían y los juegos en los que nos embarcaban. Rocío estaba muy mimosa conmigo, consiguiendo que algunos de nuestros amigos se burlen, seguro por envidia.

A eso de las diez de la mañana, todos fuimos conducidos al patio principal para los actos centrales de la mañana. El discurso del Director fue tan aburrido y fastidioso como el sermón que dio el cura durante la misa. Luego se cantó el himno al colegio y después los alumnos de primaria e intermedio hicieron su homenaje con una breve pero simpática representación teatral, Diana tenía el papel protagonista en la representación. Gabriel actuaba como su paje. Así, mientras lidiaba con mis celos intrigantes, Rocío miraba todo con una expresión de tranquilidad insólita. Diana estaba muy hermosa, luciendo un vestido blanco con una blusa de encaje aguamarina y el pelo recogido. Miraba el acto algo perdido en mis pensamientos, Rocío se enganchó de mi brazo y apoyó su cabeza sobre mi hombro.

—Algún día yo también tendré mi príncipe azul —murmuró mi amiga.

—Yo también sé que lo tendrás —repliqué sin quitar la vista de Diana y Gabriel.

—Oye, oye, ¿celos?

—Quizás un poco, pero el Gabo es mi mejor cuate, no podría ponerme celoso de él.

—Sí, lo sé. Es un chico genial —afirmó, noté que miraba a nuestro amigo con especial melancolía.

—¿Aún lo sigues viendo como amigo? —sonrió levemente.

—¿Tú sigues viendo a la Diana como tu hermana?

Nos miramos y empezamos a reírnos. Aquellas preguntas no necesitaban respuesta.

El homenaje de segundaria estuvo estelarizado por Jhoanna. Me quedé impresionado por lo bien que actuó.

La mañana pasó rápido. Un buen número de compañeros se quedaron para las actividades deportivas, preferí irme en compañía de Oscar, Jhoanna y su hermana. Avanzamos por la avenida hasta llegar a su casa, Joisy se adelantó en entrar y mi primo regresó a su universidad ni bien llegamos. Diana y yo nos habíamos quedado solos. Estaba a punto irme también cuando ella me pidió que me quede otro poco para conversar, lucía algo nerviosa.

Hablamos de las tareas, el colegio y otras tonterías. Tenía el presentimiento que Diana quería decirme algo, pero no se animaba. Luego de quince minutos me pidió que la acompañara a la serenata del viernes, seguro esa era la razón por la que me había hecho quedar. Dudé un poco, no sabía porqué, pero acepté. Así, regresé a mi casa con cientos de expectativas. Por años soñé con mi primera serenata y siempre pensé que iría con Diana, pero parecía un día tan lejano que casi no podía creer que finalmente hubiera llegado, pensé que sería una de las mejores noches de mi vida.

Los días fueron tortuosos, estaba muy ansioso por mi cita del viernes. Mi primo y mi abuelo me dieron un enorme caudal de consejos, iba a ser mi primera cita.

Al llegar el día estaba hecho un nudo de nervios, la ansiedad era terrible. Llegada la noche me alisté con mucho cuidado. Salí temprano, acompañado de Oscar, él iba a recoger a Jhoanna. Creo que ambos esperábamos una noche especial. Aunque algo nervioso, pero feliz, decidí que había llegado el momento. Mi decisión estaba tomada, Diana no sería más mi hermana, la convertiría en mi novia y me iba a declarar esa misma noche, no tenía porqué seguir dudando; después de todo yo también estaba enamorado. Creo que desde que ella estuvo en estado de shock había logrado entender lo mucho que Diana significa para mí, no pienso perderla de nuevo.

Llegamos temprano a su casa, pero ni Joisy ni su hermana estaban listas aún. Tía Mery nos pidió esperar en la sala. Oscar también lucía nervioso, parecía que tenía algo panificado para esa noche, o quizás fue solo mi mente la que pensaba en cosas mucho más maduras y sensuales. Por mi lado, yo tenía la adrenalina corriendo por mis venas. Todo dependía de mí.

Luego de cuarenta y cinco minutos ambas bajaron. Jhoanna lucía un jean ajustado que permitía admirar su espléndida y bien torneada figura, llevaba una blusa negra con un generoso escote y una chamarra de cuero que coronaba una imagen de sensualidad desde sus botas de cuero hasta sus labios rojos carmesí, se veía tan sexy que no pude evitar sentir "cosas". Diana, en cambio, lucía un pantalón blanco con una blusa entallada color rosa y una chamarra blanca que combinaba a la perfección con el resto de su ropa. Ambas se veían maravillosas. Sonreí y suspiré, aceptando mi condición: «estoy perdidamente enamorado», pensé.

El camino al colegio fue amenizado por una divertida charla que los cuatro entablamos mientras caminábamos. Oscar sacó su mejor artillería de chistes picantes, haciendo que nos dé un ataque de risa a los cuatro. Al llegar al colegio, los amigos de Joisy y Oscar les dieron encuentro en la puerta así que Diana y yo nos separamos para buscar también a nuestro grupo. Rápidamente, encontramos a Rocío y Gabriel, quienes también habían venido juntos. Poco a poco íbamos viendo caras conocidas, gran parte de mi clase había decidido tener su primera serenata esa noche. Mientras Diana hablaba con Gabriel, caminando delante mío, yo hablaba con Rocío.

—Esta noche será mi noche, me voy a declarar —comenté en voz baja para que Diana no me oiga.

—Hasta que por fin te pones los pantalones, nene —respondió Rocío, con tristeza.

—¿Estás bien?

—No te preocupes, no es nada. ¿Y sabes cómo abordar la situación?

—En realidad siempre lo supe, solo que nunca estuve preparado para hacerlo.

—Bueno chango, te deseo toda la suerte del mundo. Ojo eh, la Diana es mi mejor amiga, no la lastimes —me respondió con pena.

—Vamos a bailar —dijo Diana interrumpiendo mi conversación con Rocío y tomándome de la mano hacia la pista de baile.

La fiesta era intensa, me sentía algo incómodo con tanta gente bailando a mi alrededor, pero hacía mi mejor esfuerzo por disfrutarlo. Rocío y Gabriel bailaban cerca de nosotros.

Pasó como una hora y media de música muy movida y empezaron las baladas. Rocío y Gabriel súbitamente desparecieron, al parecer percibieron que el momento había llegado. Diana y yo nos abrazamos y empezamos a bailar muy suavemente. Solo bailábamos en silencio. Sentí mi corazón latir a mil por hora, era el momento, debía decirlo.

—Diana —dije tímidamente.

—Dime —respondió mirándome a los ojos, llena de ilusión, como si supiera lo que estaba por decirle.

—Hay algo que quiero decirte.

—Te escucho.

Su mirada se clavaba en mi mente, cada micra de segundo me sentía más enamorado. Ella esperaba angustiosamente, me miraba llena de ansias, lista para oír mis palabras y mientras nuestro ritmo cardiaco se aceleraba, nuestros corazones empezaban a latir al mismo tiempo. Era mi momento mágico, el final del cuento donde el príncipe y la princesa son felices para siempre. Nada podía salir mal... solo éramos ella y yo...

—Yo Diana, yo quiero que tú... yo quiero que tú y yo... yo...

«¡ESTAS SON LAS MAÑANITAS QUE CANTABA EL REY DAVID!»

Un grupo de mariachis irrumpió en el patio con todo su escándalo y cantando a voz en cuello. El "ruido" cortó por completo la magia del momento y mi valor se diluyó como sal en agua.

—¡Ya pues, dime! —pidió Diana en voz alta, los mariachis eran muy escandalosos.

—¡No, no es nada, te lo diré luego! —me miró desilusionada.

Luego del acto de apertura de la serenata, comenzó la pachanga. El desaire del momento me había quitado por completo las ganas de bailar, Diana tampoco se veía ya tan animada, así que decidimos sentarnos. Nos dirigimos a una mesa en la que estaba la mayoría de los chicos de mi curso jugando "vencidas" y haciendo apuestas. Había mucho griterío, Lucio y Sergio estaban en competencia, ganó Sergio por una nimiedad.

Gabriel y yo también competimos. Fue una dura pulseta. En verdad mi amigo es muy fuerte, pero no iba a dejarme vencer. Hice respetar mi capacidad de nadador haciendo que mis miembros sean más fuertes que los suyos otorgándome, así, la victoria definitiva.

—Bien alpaca siempre eres —se quejaba Gabriel, con el brazo tendido sobre la mesa.

—Vos has provocado —respondí agitado y con el brazo adolorido.

—Ya changos, medio aburrido se ha puesto. Yo tengo una mejor idea —intervino Julián.

—¿Y ahora qué brillante idea tienes? —respondió Sergio, sarcástico.

—Vayamos a las aulas, ahí estaremos más en privado —dijo Julián con el rostro pícaro.

—¿Y para qué queremos estar "más en privado"? —consulté con la curiosidad abierta.

—Jugaremos a la botella —propuso Julián.

—Oooohh —aullaron todos, nos miramos con los colores subidos al rostro. La idea era excelente, pero vergonzosa para muchos...

—Cómo es, ¿de bolas?... o no siempre —Julián asintió.

Yaps, qué chuchas —dijo Sergio, rompiendo el tenso silencio. Luego los demás chicos y chicas, casi al unísono, dieron su aprobación.

Subimos animados a nuestra aula. Íbamos a usar una botella de gaseosa para jugar. Tras nuestros pasos nos seguía el último retazo de inocencia que nos quedaba, ya no éramos niños.

—Bien, todos siéntense en circulo de forma intercalada, una chica y un chico —dijo Julián dictando las instrucciones, me recordaba mucho al cumpleaños de Diana—. Las reglas son simples, cuando la botella indique una pareja, debe cumplir la penitencia de acuerdo al lanzamiento de la moneda. Si sale cara, la pareja debe besarse en la mejilla; pero si sale escudo, deberá besarse en la boca.

—Uhhhhh —todos hacían escándalo ante el anuncio de Julián, nadie quería aparentar sentir deseos de la penitencia, creo que todos querían que les toque alguien simpático, yo solo rogaba por poder tener mi oportunidad con Diana esa noche.

Julián es demasiado astuto, puso a las parejas claves frente a frente. A mi lado estaban Sergio y Gabriel, en frente nuestro Rocío, Diana y Alejandra, una chica a quien le gusta mucho Sergio; Diana siempre dice que ella es quien más la odia, aunque yo no lo creo. Julián se aseguró de reunir a las personas más polémicas del curso.

La botella empezó a girar, los primeros en ser elegidos para la penitencia fueron Lucio y Mariela. De acuerdo a la moneda les tocó beso en la mejilla, cumplieron sin chistar. Luego la botella eligió a Juan José y Karen, la moneda los condenó a beso en la boca, después de algunas protestas cumplieron la penitencia.

La botella volvió a girar..., daba vueltas cual si fuera una ruleta rusa, apuntando a cada uno de nosotros, giraba como las vueltas del destino, entrelazando las vidas, jugando con los mortales. Cada giro representaba un aleatorio capricho de la despiadada botella; gira, gira, gira, gira, gira, gira, gira, se detuvo..., ¡SE DETUVO! Los rostros de los asombrados muchachos se fijaron en la pareja que la botella condenó; dos personas que, desde ese momento, se jugarían el corazón en una apuesta mortalmente penosa... La moneda dio la estocada final, la temida y pronosticada punzada que condenaba a la pareja a unir sus labios. Diana me miraba, los de acá gritaban; Gabriel miraba a Rocío, los de más allá gritaban..., "¡deben cumplir!" deben cumplir, deben cumplir, deben cumplir, deben cumplir, deben cumplir, deben cumplir, deben cumplir, deben cumplir, deben cumplir deben cumplir, deben cumplir, deben cumplir, deben cumplir, deben cumplir deben cumplir, deben cumplir, deben cumplir, DEBEN CUMPLIR, DEBEN CUMPLIR, ¡DEBEN CUMPLIR!...

—No, ¡eso no puede ser! —protesté molesto.

—Ya chango, no te hagas al sabroso y cumplí —me reprendía Julián, los demás lo imitaron y bramaron como multitud romana condenando a un gladiador. Mi corazón me dolía por lo fuerte que latía.

—Nada cambiará por esto Rodri, solo es un beso —dijo Rocío apenada y algo molesta, sin embargo, había algo raro en su actitud.

—Ya, solo por cumplir —aclaré a la muchedumbre.

Estaba a punto de besar a mi mejor amiga frente del amor de mi vida y de mi mejor amigo. Estaba a punto de robarle ese anhelado primer beso a Rocío, aquel que Gabriel soñaba realizar. "Lo siento Diana, lo siento Gabriel", murmuré entre dientes con una culpa que me corroía las entrañas.

Rocío se paró frente a mí. Todo me recordaba mucho al cumpleaños de Diana, aquel día que nos besamos por primera vez. No quería besar a Rocío, pero algo cambió justo en el momento en que me miró con sus profundos y enormes ojos negros. Diana me miraba, Gabriel querría matarme por esto, quizás nunca me lo perdonaría. Rocío parecía lidiar con la culpa de forma tan desesperada como yo. Sin decir nada, Rocío dio el primer paso, acercó sus labios lentamente a los míos, yo acerqué mi cabeza y cerré los ojos. Sus labios empezaron a tocar los míos. Una sensación de ternura me invadió, no era como esa pasión obsesiva que siento con Diana, no sentí ese recuerdo que evoca mi mente cuando estoy con ella, Rocío era diferente. Lentamente, ella se separó, mirándome fijamente a los ojos, yo le sonreí, culpable; la multitud nos gozaba, no fue un momento muy cómodo para mí.

Nos sentamos en nuestros lugares, me sentía como un verdadero cerdo, ¡pero qué hice! Luego de algunas rondas la botella fue lanzada de nuevo, giraba, giraba, giraba, giraba, giraba, giraba, giraba, ¡se detuvo! Era tiempo de la venganza, la desdichada botella señaló a Diana y Gabriel, la moneda giró en el aire, ambos se jugaban el amor a cara o escudo. La apuesta era el corazón de los cuatro, el de Diana, de Gabriel, de Rocío y el mío, la moneda cayó, silencio. Sergio hizo un gesto de desaprobación con la cabeza. Diana me miraba terriblemente enojada, desvié la mirada, pero mis ojos encontraron la furia de Gabriel proyectada en sus retinas. Aún reinaba el silencio, la moneda estaba del lado del escudo; Diana y Gabriel debían juntar sus labios. De repente, la inesperada y novelesca situación hizo explotar los abucheos y chirridos de todos los presentes.

No esperaron que les rogaran. Súbitamente, Diana y Gabriel se pusieron de pie y, sin decir nada, se acercaron y empezaron a estrujar sus labios. La escena me destrozaba la mente, era insoportable. Rocío dejó escapar una lágrima y cerró los ojos. Pasó un buen rato y seguían con los labios colados, incluso chocando las lenguas, a la vista de todos. Algunas chicas se taparon la boca del asombro, los chicos pusieron la expresión de estar viendo una película porno. Se besaban con tanta energía que parecían lastimar sus labios, dejándonos a todos con la sangre en la cabeza. Mi corazón estaba a punto de explotar, me dolía demasiado la escena, tanto que mis lágrimas emprendieron la fuga.

Transcurrido un largo rato, se separaron dejando a todos con un par de narices. Nadie esperaba que cumplieran de un modo tan intenso y sin protestar. El daño fue atroz, Diana y Gabriel tenían los ojos inundados de lágrimas y respiraban agitadamente. Mis celos ya no eran solo celos. Un calor pavoroso, quemante e impúdico se apoderó de mí, haciéndome presa de una depravación que no conocía y un temor hiriente que ignoraba tener. Unas náuseas tremendas revolvieron mi estómago, una dolorosa erección me lastimaba la entrepierna mientras que mi mente no dejaba de hilvanar imágenes hirientes.

El juego reclamó algunas víctimas antes que Sergio decidiera cambiarlo, el dichoso jueguito había empezado a lastimarnos seriamente. Era evidente que la tensión entre Diana, Rocío, Gabriel y yo estaba al límite. Hacía falta solo una chispa para que tratemos de sacarnos los ojos los unos a los otros. La noche perfecta se convirtió en una ilógica remetida de ironías estúpidas que se entremezclaban en una sopa de emociones encontradas.

Me separé del grupo, presa de las terribles náuseas. Corrí a vomitar al baño tratando de razonar algo coherente, pero me era imposible. Las náuseas no me dejaban pensar y la terrible erección que tenía apenas me permitía caminar, no supe si sentía más asco que excitación. Diana estaba evidentemente herida, Gabriel también estaba lastimado, los cuatro estábamos ultrajados y a mí me repugnaba todo esto. Mi cuerpo me fallaba, no podía soportar la ansiedad ni las náuseas. De un momento a otro todo tipo de pensamientos morbosos y erógenos me hicieron director de una fantasía en la que Diana, Gabriel, Rocío y yo éramos protagonistas. Golpeé la pared buscando alivio en el dolor de mis puños, pero nada me calmaba.

Después de vomitar, giré la cabeza para ver si estaba solo y me di cuenta que no era el único vomitando. A mi lado habían unos chicos del curso de Jhoanna vomitando de borrachos. Me lavé la cara y metí como seis pastillas de menta a mi boca, el sabor a vómito era horrible. Las mastiqué frenéticamente y me tragué un par más antes de salir. Sentía una ansiedad terrible, como esa sensación intestina que lo invade a uno cuando está a punto de hacer un exámen sin haber estudiado nada. Buscaba algo de privacidad para pensar los hechos, pero mi deseo de soledad se vio frustrado cuando me percaté de la presencia de Diana en frente mío. Elevé un poco la mirada y mi rostro pronto se estrelló contra su mano.

—Eres un cínico —me dijo.

—No te entiendo, ¿por qué me pegas? —pregunté sobándome la mejilla.

—¡Piénsalo, date cuenta que te comportaste como un tarado cualquiera! —estaba furiosa.

—Joder, Diana, no vengas a armarme una escena de celos porque no te queda. Está bien, sé que estuvo mal que haya besado a la Rocío, pero tú también te besaste con el Gabriel y, para rematarlo, te la pasaste besuqueándolo largo rato —respondí fuera de mí—. ¿Acaso crees que soy un imbécil, que estoy ciego? ¿Crees que no vi lo que estaban haciendo?

—Tonto, mentiroso —masculló—, prometiste que no te fijarías en otra hasta que no aclararas lo nuestro.

—Pero no quiero nada con la Chío.

—¡Y por qué no te negaste al beso entonces!

—¡No lo sé, ya, no lo sé!

—Y lo peor es que tampoco reaccionaste cuando lo besé al Gabriel. Pensé que harías algo, que te enojarías, lo que sea; pero no, no hiciste nada. Parece que así de en serio me tomas —dijo con amargura mientras una lágrima cristalina rodaba por su mejilla—. No pensaste en el Gabo cuando besaste a la Rocío, no pensaste en mí. Cuando yo lo besé al Gabriel, tampoco pensaste en mí, ni en la Chío. El Gabriel y yo pudimos llegar mucho más lejos y tú jamás habrías reaccionado; te quedaste como baboso, mirándonos.

—¡Y qué querías que hiciera!

—Pudiste detenernos. Sabes que al Julián le gusta jugar con la gente, hacerla pelear.

—Y por qué no reaccionaste vos entonces.

—¡Porque tenía miedo! Temía que no pudieras superar la hermandad que tienes conmigo. Y estaba furiosa, y me dolía el pecho, y me sentía confundida. Sentía que no podría ser tu novia, y no lo seré porque siempre me verás como a tu estúpida hermana. Pero está bien, adelante, haz lo que quieras. Al final me demostraste que el amor entre tú y yo es imposible. Quizás ni siquiera te importo como chica ¿Cierto? Solo te gusto como te gustaría cualquier otra, no somos nada especial Y no se acababa ahí. Lastimamos a nuestros amigos. No sé cómo podré lograr su perdón, tampoco sé si tú querrás disculparte con ellos. Quizás el Gabo y la Chío tampoco te importan.

—Di... Diana...

—¡No nos amamos, Rodrigo! Me engañé a mí misma pensando que serías mi primer novio, pero eso no ocurrirá porque no me quieres así, ¿cierto? —dijo, rompiendo en llanto—. Olvidemos todo esto, ¿sí? No hay química, somos familia, ¿cierto?

—Diana... por favor...

—Tal vez el destino quiera que tú y la Rocío sean novios, y yo sea la chica del Gabo.

—¡NOOOO! —lancé un alarido de dolor ante la sorpresa de Diana quien me miró con los ojos desmesuradamente abiertos—; ¡nunca más digas eso! ¡NUNCA! —gritaba voz en cuello, con los ojos llenos de lágrimas y la garganta, tremola, desbordante de desesperación.

—Rodri, yo...

—¡Quién te dio el derecho de ponerme una prueba tan estúpida! ¡Quién te dio derecho de jugar así conmigo! ¡No soy un maldito juguete que puedes desechar cuando ya no sirve! ¡Entiende de una buena vez que eres lo más importante para mí! ¡Comprende que nuestros amigos sí son importantes para mí! ¡Dejá de probarme, carajo! —grité tembloroso, desesperado. Diana me miraba asustada e impresionada, jamás le grité así. Poco a poco fui caminando hasta llegar a las gradas del pasillo, me senté y me desarmé tapándome el rostro con las manos.

—Rodrigo... —me dijo culpable— yo no... yo...

—No comprendo qué demonios quieres probar, Diana. No podría soportar verte con alguien más. Preferiría estar muerto antes que verte besar a otro.

—No es cierto, tú solo me quieres como hermana —se tragaba sus propias lágrimas para mostrar fortaleza.

—¡No! No puedo quererte como hermana porque estoy enamorado de ti ¿Acaso no te diste cuenta? Hoy me iba a declarar y todo se fue el demonio por un juego ¿Sabes acaso lo que sentí cuando la besé a la Rocío? Me sentí horrible de tener que hacerte algo así, de arrebatarle al Gabo lo que él más quería. ¿Tú acaso pensaste eso de mí? —engullí otra menta, pero todo me sabía amargo.

—Quiero creerte, pero no puedo —el llanto apenas la dejaba hablar. Sabía que ella sufría tanto como yo.

—Es la verdad, Diana.

—Pruébalo.

Llevado por un impulso de desesperación, asalté sus labios con toda determinación. La necesitaba y la idea de no poder ser novios me estaba destruyendo por dentro. Cuando me separé de su boca, ella me miraba impresionada.

—¿Realmente estás enamorado de mí? —preguntó totalmente atónita.

—Como un loco, ¿quieres ser mi chica?

—Yo, yo...

—¡Sin dudas! No te permitiré dudar ahora. Pasé un maldito infierno para entender que realmente eres todo lo que quiero en la vida, así que no eches todo al suelo.

—Rodri, tú...

—¿Serás mi chica?

—Claro que sí, esperé mucho para que por fin me lo dijeras.

Y se lanzó a mis brazos mientras gimoteaba. Yo la estreché fuertemente contra mí y pegué mi rostro a su cabeza.

—Siento mucho si te confundí con mis dudas. Pero lo que siento por ti es real. Te amo, Diana.

—Y yo a ti.

La abrazaba con todas mis fuerzas y empecé a llorar, quería llorar, tenía la profunda necesidad de hacerlo. En ese momento sentí como si los pensamientos de Diana llegasen a mi mente telepáticamente, sentí su voz en mi interior diciendo: «Quiero ser tu devota esposa, tu leal amiga, tu irrenunciable hermana, tu eterna hija, tu amante perfecta». Ella también me abrazaba mientras las lágrimas emprendían su fuga. Las emociones que nos inundaban era demasiado potentes, nos agobiaban.

—Perdóname por lastimarte tanto —susurró a mi oído—. Jamás pensé que estarías sintiéndote así. He sido egoísta contigo, pero nunca más pasará otra vez. Prometo entenderte, Rodrigo. Nunca más voy a hacerte daño.

Nos besamos allí, en la puerta del pasillo. Mientras la besaba, extraños recuerdos que jamás viví emergieron de la oscuridad, era la extraña sensación de un pasado inexistente, pero tangible en mi memoria. Una Nostalgia Original. Ahí mismo donde estábamos, el tiempo se detuvo. Por fin, el gran momento que esperé durante tanto tiempo, lo estaba viviendo y me sentía completo al fin. Ya nada nos podría separar. Estaremos juntos para siempre, para la eternidad y en el Origen.

Luego de unos momentos en aquel lugar, ambos fuimos a buscar a Rocío y Gabriel quienes se hallaban peleando también. No quisimos entrometernos y los dejamos discutir hasta que se cansaron y, finalmente, se abrazaron. Al notar que su pelea había cesado, nos dirigimos a ellos y los abrazamos en un perdón silente que no necesita palabra alguna, ellos no pidieron perdón ni nosotros lo pedimos tampoco, solo nos abrazamos los unos a los otros comprendiendo que jamás nos ofendimos pues entre los cuatro existe algo más que una amistad. Lo que nos une es un honor que jamás puede ser ensuciado. No solo somos amigos, somos hermanos, camaradas, Espíritus hermanados por una sangre que no se puede ver ni derramar. Así lo entendimos y nos abrazamos en silencio. 


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