Capítulo 6
La ciudad de Césares era real. Como lo decía la profecía, era un reino abandonado y perdido que se veía mucho más allá, hasta perderse en las tinieblas, abajo y arriba de colinas, montañas, riscos y pozos profundos que eran surcados por puentes de piedra llenos de escombros y raíces de árboles secas.
Todo eso no podía entrar bajo el Fuerte y eso lo tuvieron bien claro desde entonces. Aquel sitio no estaba bajo la tierra; era otro plano, acababan de abrir un portal y todo eso existía quizás en otro mundo que yacía olvidado y muerto.
Y estaba muerto en verdad, porque tan pronto como la impresión acabó, Zackary pudo comprobar que allí no había ni un solo gramo de magia. Toda estaba con ellos, en el pasillo, retenida y sin poder cruzar al otro lado.
—Está totalmente vacío —insistió—. No hay nadie allí. No hay nada.
—¿Qué hacemos? —musitó ella, dejando ir el fuego. No volvió a sentir pellizcos. Si las hadas fantasmas estaban robando su magia, ya no lo sentía.
—No lo sé. Es inmenso, es prácticamente una tierra entera. Un país... una provincia. Ni siquiera se ve que tan grande es. —Zack se estremeció. Podía ser justamente todo eso. Había una bruma arriba de todo, allí en donde estaría el cielo. Un crepúsculo permanente que lo hacía ver todo todavía más extraño y peligroso.
No se movieron por un minuto entero, mirando de aquí allá, buscando indicios de vida de los últimos años. En ningún momento cruzaron el portal.
—Deberíamos hacerlo. Esta es otra vez la pregunta, Zack, ¿tenemos algo que perder?
—No tenemos nada que perder, pero... ¿Hasta dónde podríamos llegar? Es todo un mundo. ¿Qué podríamos buscar aquí? Yo pensé que hallaríamos una "ciudad" construida debajo del Fuerte, algo así como una tumba, un castillo o una cosa así. No un mundo, ¿entiendes? —exclamó, girándose hacia ella y extendiendo los brazos—. ¡Un mundo completo, tan grande quizá como el nuestro!
Tenía un punto. Aquello también a ella le causaba inseguridad. Pero lo único que tenían era eso. No había nada más en su propio mundo que pudiera ayudarlos a salvar lo que quedaba de sus vidas. De otro modo, estarían sentados esperando una vez más a la muerte y aún no estaba dispuesta a permitirlo.
Cerró los ojos y no esperó su opinión al respecto. Cruzó el portal solo para encontrarse con unas escalerillas que no había visto desde su posición. Zack dijo una mala palabra y la siguió a las corridas. Unos segundos después, los restos de un caballero templario los hizo casi regresar a la seguridad del hall.
—Por los clavos de... —soltó Zack, tocando con la punta del pie un caso de hierro y una malla medieval que no estaba oxidada en absoluto.
—¿Y los huesos? —preguntó Zoey, pegándose a él. Si bien quedaba cabello dentro del casco cuya visera estaba abierta, no había ningún cráneo.
—¿Por qué quieres saber dónde están los huesos? —Zack la miró como si estuviera loca—. Mejor no verlos.
Ella lo fulminó con la mirada.
—¿No es raro? —le espetó—. ¿Es que quedó nada más que la peluca del tipo cuando murió?
Zackary hizo una mueca.
—Podría haberse quitado la ropa y haberse cortado el cabello antes de irse de aquí —trató de razonar, aun dando cuenta de lo estúpido que sonaba. Zoey chistó, pero dejaron esa duda para después al seguir bajando las escaleras y encontrar cosas que obviamente habían sido guardadas y apiladas allí.
Había cajas de madera con la cruz templaría que las identificaba, espadas apiladas, baúles viejos que tenían candados. Todo eso y más había sido dejado allí por los templarios hacia unos cuántos siglos. Y todo eso, más que nada, no guardaba relación alguna con el resto de ese mundo. Había sido utilizado superficialmente por ellos para guardar y esconder cosas, probablemente, pero no pertenecían allí.
Las escaleras finalizaban muchos metros más abajo. Un puente enorme de piedra los conducía al resto de aquel mundo por encima de un abismo oscuro y siniestro.
—No deberíamos continuar —dijo Zack, dubitativo. Más allá, había otra montaña de cascos y mayas medievales. Quizás otros restos sin huesos.
—¿Qué otra cosa hacemos?
—Revisar esas cajas y baúles —contestó él, decidido, llevando el pulgar hacia atrás por encima de su hombro—. Puede haber mucha información sobre lo que los templarios trajeron aquí. Haría eso antes de meterme más por este sitio.
Si bien tenía razón, Zoey no se sentía segura al respecto. El lugar le causaba miedo y conmoción a la vez y no sabía exactamente cómo reaccionar. Era turbio y maravilloso al mismo tiempo.
—Está bien —aceptó, soltando lentamente su brazo—. Veamos esas cosas primero.
—Y debemos decidir qué vamos a hacer a continuación. No tenemos más comida para ti, el resto de nuestras cosas están en ese hall y la puerta de la antecámara está abierta —le recordó él—. Si seguimos sin prestar atención a eso, podrían pasar horas y al fin ser descubierto por alguien de las excursiones al Fuerte.
—No sé ni cuánto tiempo pasamos aquí.
Zack miró su reloj de pulsera.
—Llevamos más de cuatro horas. Casi cinco desde que empezamos la excursión por las grutas del Fuerte.
Eso hizo que ella se llevara de forma automática una mano al estómago.
—Creo que tengo hambre otra vez.
—Te lo dije. No tenemos más comida.
—Pero si nos vamos ahora se nos hará mucho más difícil volver —insistió ella, dándose la vuelta una vez Zack comenzó a subir las escaleras—. Volver a la ciudad, con más gente viendo mi cara y notando que dos adolescentes van y vienen solos al Fuerte, esquivando también las excursiones, será para problemas. Tendríamos que abrir y cerrar los pasadizos y el portal y no podremos estar aquí mientras los excursionistas pasean.
Zack se detuvo junto a los baúles.
—¿Y entonces qué? ¿Sugieres quedarnos aquí? —preguntó.
—No. Sin comida y sin agua no llegaremos a ningún lado. Moriré antes de que encontremos algo —aceptó—, pero pensémoslo bien.
En eso, él arrancó uno de los candados de los baúles y levantó la tapa. En el primero, solo había papeles viejos y raídos y muchos cuadernos de cuero. Zoey suspiró y esperó a que él saldara su curiosidad al abrir dos baúles más y encontrara piezas de valor, como copas de plata y otro tipo de vajilla, además de lingotes de oro con sellos de la realeza española de antaño.
—Zack —insistió, después de que él arrojara uno de los cuadernos al fondo—. Volvamos al hall.
Él aceptó, justo cuando un casco al final de las escaleras rodó por el suelo. Solo.
Zoey se congeló. Zack se enderezó. Unos segundos después, una cosa extraña y jamás vista, del tamaño de un perro mediano, se arrastró por el suelo hacia ellos, a gran velocidad.
—¡Zoey!
Ella no perdió tiempo; corrió hasta Zack y de allí ambos retrocedieron hasta el hall, atravesando el portal. La cosa subió las escaleras y cuando vieron que no iba a detenerse, él invocó un campo de fuerza que detuvo al bicho justo en el portal.
Era, sin dudas, la cosa más espantosa que habían visto jamás. Era una mezcla extraña entre un cráneo, un animal vivo y un bicho bolita. La criatura pegó la cara al campo de fuerza y empezó a murmurar en un idioma extraño y, al final, en español.
—Huesos, huesos, queridos huesos.
Los chicos no se movieron, ansiosos y sorprendidos. Las cuencas vacías del animal no parecían mirar a ninguno en particular, pero, de pronto, deslizó el morro por la pared invisible hacia Zoey.
—Huesos, huesos... Ah, magia.
Sin bajar la guardia, ellos se miraron. No sabían que esperar de todo eso y tampoco sabían si era buena idea cerrar el portal. Lo único que lograban comprender era que esa cosa estaba ansiosa por algo que solo Zoey tenía. Ahora ya sabían qué había pasado con los huesos del caballero templario.
—Huele mi magia —dijo ella, mientras la criatura aspiraba en su dirección—. ¿Qué diantres es?
—Da igual. No va a pasar.
La criatura continuó murmurando y soltando palabras en la mezcla de idiomas que conocía. Evidentemente, había aprendido el español de algunos caballeros; eso se hizo más evidente cuando también dijo cosas en inglés, francés e italiano.
—Los templarios tenían muchos orígenes, ¿verdad? —susurró ella.
—Esta cosa debe ser de este lugar. Reconoce la magia, la huele en ti.
—Con esa cosa que tiene por nariz...
Su estructura era extraña. Definitivamente su cabeza era un cráneo de perro o algo parecido, pero parecía tener una pequeña nariz de chanchito. También tenía orejas peludas, que salían la parte lisa y blanca de su cabeza. Las patas delanteras las había apoyado también en el campo de fuerza y daban todavía más espanto. Eran en parte hueso, en parte cartílago y pelo.
—Habla... ¿Razonará?
—No sé si me importe —respondió Zoey. No le gustaba para nada y aunque la forma en la que giraba la cabeza parecía la actitud de un perrito, nunca iba a resultarle simpático. No lo quería cerca y si lo pensaba mucho más, lo mejor sería cerrar el portal para apartar aquella cosa, antes de que aparecieran más.
—Lo intentaré.
—¿Y si hay otros? —siseó ella, retrocediendo un paso—. Se comió a unos templarios.
Zack hizo una mueca, pero avanzó hasta el campo de fuerza. El bicho le prestó atención solo un segundo, aparentemente mirándolo, pero con su nariz aún puesta en Zoey.
—Buenos días —lo saludó, con un tono afable, el bicho giró la nariz hacia él—. ¿Hablas o solo repites palabras?
Ese extraño ser lo olfateó.
—No hay huesos —dijo, más para sí mismo—. No hay huesos ahí.
—¿Ahí? —replicó Zackary, poniendo los brazos en jarra—. Soy un ejemplar de ser humano, muerto, perfecto. ¿Cómo qué ahí?
Enseguida, Zoey puso los ojos en blanco; el extraño animal olfateó una vez más.
—No huele a humano. Ella sí, ella huele a humano, a huesos —contestó, otra vez para sí mismo.
Con simpleza, Zack se agachó delante de él.
—Huesos que no vas a obtener. ¿Qué eres? ¿De dónde has salido? ¿Cómo sabes hablar tantos idiomas?
El bicho arrugó la nariz.
—Yo salir de aquí. Aquí vivo. No hay muchos huesos, tengo hambre.
Y sin dudas, por eso mismo, nunca lo dejarían ir más allá. En el mundo que conocían, había miles de huesos para que se alimentara.
—¿Desde cuándo vives aquí? —insistió Zack, mientras el bicho se sentaba con aplomo, como si estuviera agotado de olfatear y jadear tanto.
—Mucho, mucho.
—¿Te comiste a esas personas? ¿Los templarios? ¿Hay otros como tú?
El rabo del animal, de puro hueso también, se agitó.
—Estoy solo. Y tenía hambre, ellos ya no necesitaban sus huesos. Se habían ido.
—¿Se habían muerto ya cuando te los comiste? —siguió Zack, curioso, esclareciendo como podía los hechos del pasado. El animal no parecía tan amenazante ahora que se sentaba a hablar con ellos, aun cuando era feo como él solo.
—Sí, sí. No me gusta la carne, es demasiado húmeda. Deug, deug —añadió.
Zackary giró la cabeza lentamente hacia ella, buscando una reacción de su parte, pero Zoey tampoco sabía qué pensar sobre todo eso. No parecía agresivo en realidad, pero ya habían aprendido que nunca había que confiarse.
Se miraron, confundidos y extrañados, hasta que él volvió a buscar una respuesta. El bicho volvía a mirarla y ella no se animó a decirle nada.
—Y... entonces, ¿hablaste alguna vez con esos hombres?
—Muchas, muchas. Me traían huesos a cambio de cuidar sus cajas. Un día no vinieron más. Unos se fueron corriendo, otros se echaron aquí hasta que dejaron de sangrar. Yo esperé a que la carne se fuera. ¿Tienen huesos ustedes también?
Zoey alzó las cejas. Así que el extraño animal era como una mascota para los templarios. Zack, por su parte, hizo un gesto de disgusto, pero continuo, a sabiendas que allí había pasado algo importante.
—¿Por qué sangraban esos hombres?
—¡Traición! Eso gritaban; gritaban: ¡Traición, Traición! ¡Horrible traición! —confesó la criatura, ladeando la cabeza otra vez, como un perrito.
—Bien —dijo Zack, mientras Zoey se acercaba, despacio—. ¿Sabes qué guardaban esos hombres aquí?
—Cosas mágicas, cosas secretas. Me pedían que las cuidara, pero igual aquí no hay nada.
—¿Cosas mágicas como qué? —dijo ella, deteniéndose detrás de Zackary.
El bicho olfateó en su dirección.
—Cosas que huelen como ella. ¡Mmm, magia! —expresó.
Zack asintió, satisfecho.
—Usaban el dije, guardaban el dije aquí. Claro que reconoce su magia.
—Sí, eso está claro —replicó ella, cruzándose de brazos—, pero, ¿qué más? ¿Al final esto, todo este sitio en sí, se relaciona con el dije o no?
Todo podía cerrar, hipotéticamente, hasta allí. Pero al final siempre había pensado en encontrar cosas en ese lugar para saber qué significaban y qué tenían que ver con el asunto que la aquejaba.
—Qué hay con la piedra filosofal —dijo Zack, asintiendo, estando de acuerdo. Se giró hacia el animal y fue directo—: ¿Sabes lo que es el Lapis Exilis?
La criatura se rasco la oreja con la pata trasera. Era casi un perro feo y extraño.
—Lapis Exilis es la vida —respondió, simplemente.
—Sí, bueno —Zack hizo un gesto con las manos—, la fuente de la vida eterna si uno la usa bien, ¿no? Pero, ¿lo conoces de verdad?
—Lapis Exilis nació aquí, como yo.
Zoey se agachó también, interesada al fin.
—Entonces, ¿lo viste alguna vez?
—Muchas, muchas. Se fue por muuuuchos años, y regresó, y se fue de vuelta. ¡Y volvió otra vez! —exclamó, pegando la nariz en el campo de fuerza, justo delante de ella—. ¿Y te quedarás ahora?
Los chicos fruncieron el ceño.
—¿Te refieres a ella?
—Lapis Exilis —asintió el bicho.
Zoey abrió la boca y la cerró, varias veces, sin saber cómo formular la afirmación. Su compañero, en cambio, estaba teniendo alguna especie de regresión al pasado. Un poco afectada, lo tocó del brazo y lo sacudió en vano.
—¿Lo escuchaste? Dice que soy...
—Dice que el dije es... —corrigió Zack, poniéndose de pie de un salto—... El dije es la piedra filosofal... ¿La piedra filosofal? ¿En serio? Mata más que dar vida. ¡Y nunca hizo oro! Se supone que la piedra filosofal solo hace oro y solo da la fórmula para la vida eterna.
—¡Y eso qué! —lo cortó ella, parándose otra vez, con una sensación extraña en el pecho. No sabía si debía estar asustada, aliviada, feliz o enojada—. ¡Yo soy el dije ahora! Da igual lo que digan o no digan las leyendas. ¿Soy una maldita piedra filosofal?
Tratando de calmarse también, ante la atenta mirada de la criatura, Zack alzó las manos. Zoey cerró la boca, pues se dio cuenta de que cada vez subía más el tono de voz. Estaba a punto de gritar y de ponerse como loca.
—Bien, está bien. Solo... supongamos que eres una roca mágica, ¿no?
—¡NO QUIERO SER UNA ROCA! —espetó ella, al final—. Ya era bastante con ser un dije andante y ahora encima tener que sumarle ser una piedra. ¿Y entonces qué pasa conmigo eh? ¿Convertiré todo en oro y haré a la gente inmortal?
El bicho, mirándolos con tranquilidad, estornudo.
—No, oye, eso no tendría mucho sentido. Más que hacer a la gente inmortal, cuando te pones loca los destrozas —le recordó Zack, hablando precisamente de Jude—. Lo sabido de la piedra claramente no concuerda con las habilidades del dije. Realmente no tiene mucho sentido, Zoey. Si al menos fueras "Lapis Exilis" —siguió, haciendo las comillas con los dedos—, entonces serías la vida eterna, como lo dice la frase, y sin dudas Peat está muy seguro de poder matarte. Además, ¿por qué estamos confiando en esta cosa?
Ambos miraron, más resueltos y pensando realmente en que eso era lo más obvio, al animal extraño del otro lado del portal. En verdad, era apenas una bicho raro que no podía ser confiable para nada.
—Está bien, no saquemos conclusiones apresuradas sobre lo dicho por un perro que no es perro.
—¿Qué es un perro? —dijo el animalejo, dando cuenta de que hablaban de él—. ¿Tiene huesos?
—No —respondió Zack, volviéndose hacia él—. Entonces, dices que Lapis Exilis fue creado aquí, al igual que tú. ¿Quién lo creo? ¿Y la gente que vivía aquí?
El animal volvió a rascarse la oreja.
—Mmm, mucho, mucho tiempo. La gente se fue, todos se fueron. Quedaron huesos por todas partes, me los comí.
—¿La gente murió o se fue? —intervino Zoey.
—La gente murió y se fue —replicó la criatura—. Yo vine después. Ya no quedaba carne.
Zack frunció el ceño.
—¿Entonces cómo es que viste el Lapis exilis ser creado, si viniste cuando ya estaban todos muertos desde hacía rato?
La pregunta pareció descolocar al animal, que se quedó callado y sin respuesta alguna, solo mirándolos. Los chicos esperaron hasta el bicho se rascó la oreja por tercera vez y resopló por décimo quinta.
—¿Lo ves? —Zack bufó—. No sabe ni de lo que habla.
—Evidentemente no nos está entendiendo.
—Es... ni siquiera sabemos lo que es, ¿qué podemos esperar? ¿Siquiera tiene ojos? —siguió Zackary, mirando las cuencas vacías del cráneo del animal.
—Seguro no es el único —agregó Zoey—. Quizás en esta zona esté solo, pero esto es tan grande que puede haber otros.
Volvieron a guardar silencio, incluso cuando el animal parecía seguir tranquilo, como si nada y como si la pregunta anterior no hubiese sido difícil para él.
—¿Viste el Lapis exilis ser creado? —replanteó ella, a ver qué le decía esta vez.
—No —respondió el perro del inframundo.
—Entonces —siguió ella—. ¿Cuándo lo viste?
—Fue y vino muchas veces. Por otros portales.
—¿Y cómo sabes que era siempre la misma cosa y que esa cosa nació aquí? —dijo Zack, sentándose en el suelo.
El animal se acomodó parecido a él.
—Lo que nace aquí tiene siempre el mismo olor.
Los chicos guardaron silencio, tratando de entender. Por ahora, lo único que podía hilar era que el dije había sido, aparentemente y según la criatura, creado allí y había entrado y salido varias veces en muchísimos siglos. Bien, eso podían apuntarlo.
Luego, la idea de los portales en realidad parecía hasta bastante lógica, porque el mismo dije le había hablado a Zoey de ellos. Se llevó entonces una mano al pecho, como si esperase encontrar el collar colgando de su cuello, un impulso extraño que hacía meses no tenía.
—El templo del colegio —le recordó a Zack, poniendo una mano en su hombro— es un portal. El dije quería que lo usáramos para escapar de Peat y es probable, entonces, que nos fuera a traer hasta aquí, ¿o no?
—Esto es lo que buscábamos, después de todo —corroboró él—. Pero... ¿habrá algo allí dentro que nos sirva? No sabemos si Peat puede seguirnos hasta aquí. Quizás no pueda atravesar los portales y por eso el dije quería traernos.
Zoey observó más allá, a la inmensa ciudad olvidada que parecía no tener fin. Pensó en todos sus sueños y en cómo los asociaba con ese lugar y la posibilidad más fuerte aún de que el rey traicionado por Peat fuese justamente un antiguo líder de esa tierra.
—No sé... Si esto tiene relación con todo lo que el dije me mostró en mis sueños, si este es el reino de aquel rey perdido al que destruyen, Peat sí podía entrar, al menos en aquel entonces.
Él suspiró.
—Es como darle vueltas y vueltas a la misma idea. Y nunca tenemos nada seguro.
—En primer lugar, lo único seguro es que estás muerto y que yo voy a morir —replicó ella, encogiéndose de hombros. Zack le dirigió una mirada iracunda, pero no contestó.
Se quedaron viendo cómo el perro del inframundo iba y venía con el hocico pegado al escudo, murmurando en otros idiomas, hasta cansarse y dejarse caer por las escaleras para hurgar más allá. Fue allí cuando ella, sabiendo que la idea era malísima y peligrosa, tiró de la ropa de Zackary para llamar su atención.
—Eh —dijo él, poniéndose de pie—. ¿Qué piensas?
—Que debemos entrar.
—Estás borracha —se rió el muchacho—. ¿Con esa cosa?
—Dijo que no le gustaba la carne. Solo come huesos que están limpios hace tiempo.
Zackary hizo una mueca y se pasó la cara con las manos.
—No sabemos qué puede pasarnos allí.
—No llegamos hasta acá para nada, ¿o sí? —contestó Zoey, con una leve sonrisa. Tampoco le hacía gracia y podía ser que estuviesen metiendo la pata hasta el fondo. Pero tenía una mínima pista y debían seguirla. Habían hecho lo mismo con el diario de la logia y no podía retractarse ahora—. Podemos hacerlo.
—Zo, recién hablamos de eso. No tenemos comida, tienes incluso hambre ya.
—Ya sé. Pero...Quizás... haya árboles con frutas —murmuró—. Esa gente vivía de algo, ¿o no? —añadió mirando más allá. El reino estaba en penumbras y eso le hacía dudar de lo dicho. Si estaba todo tan destruido y ni siquiera había un sol, ¿cómo podía haber algo todavía vivo? Además del perro extraño, claro.
Zack arqueó una ceja.
—Lo dudo. No estamos preparados para esto —contestó, pero Zoey había tomado una decisión e iba a hacer de todo para convencerlo.
—Mira, quizás podemos dar una vuelta. Y él podría ayudarnos. Debe conocer la ciudad, saber dónde hay comida, en caso de haberla. E incluso, si no hay, podría indicarnos y contarnos de otros portales. Hay que avanzar, Zack, y no solo en sentido literal, sino en el figurativo. No podemos estancarnos. Aunque sea, crucemos ese puente y veamos que hay más allá.
Zack apretó los labios y lo pensó. Ella esperó en silencio hasta que él se puso de pie y asintió. Acomodó los bolsos contra una pared y le hizo un gesto, señalando el hall.
—Habría que cerrar la antecámara si es que vamos a entrar. Luego, deberíamos pensar qué vamos a hacer y cómo.
—Podemos, mientras, intentar obtener más información sobre él —dijo ella, señalando con el dedo al bicho feo, que mientras subían las escaleras de vuelta hacia ellos.
Zackary se mostró bastante incrédulo al respecto, pero continuó en silencio hasta que llegaron a la compuerta de piedra de la antecámara, que todavía seguía abierta, y Zoey pudo empujar su magia hacia ella, pensando en verla cerrada. La compuerta obedeció y los dejó atrapados allí adentro, hasta que repitieran el proceso.
—Okay, ahora estamos atrapados —bromeó Zack, palmeándole el hombro—. A tratar con el bicho.
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