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Capítulo 22

Después de esa noche, Zoey pudo crear muchísimas más cosas con facilidad. Tuvieron ropa limpia y nueva para ambos, bolsos que eran idénticos a los que habían dejado en el cementerio de la capilla de Rosslyn y ella hasta tuvo la genial idea, la mañana siguiente, de crear huesos como los que había visto olvidados en ese mundo para Cranium.

En perrito olfateó, un poco dudoso, los huesos supuestamente humanos que le dejó a los pies. No pareció muy seguro del tema y ella se preguntó qué había hecho mal. Pero, entonces, unos segundos después, él agarró un fémur con la boca y estornudó, feliz.

¡Lapis Exilis da regalos! Huesos, muchos huesos —exclamó, sin poder parar de estornudar. Daba vueltas en el lugar y por cada una, un estornudo. Estaba tan contento que no cabía en sí mismo.

—Aw, sí —exclamó ella, rascándole la cabeza—. Todos para ti.

Se irguió y dejó a Cranium solo en el vestíbulo para que disfrutara sus huesitos en paz y fue a buscar a Zack, que había pasado las últimas horas traduciendo más del diario de la logia en la sala del trono.

—¿Qué hay? —saludó él, sin levantar la vista. Ella repasó el lugar con la mirada y se sentó a su lado, cerca del balcón.

—Pareciera que hay más luz hoy, ¿no?

Ahí, Zackary levantó la cabeza y siguió la línea de sus ojos, hacia la ciudad destruida y ese cielo oscuro que tenían encima todo el tiempo.

—Es verdad —dijo—. Creo entonces que es un buen día para entrenar, ¿no? Ya has dominado la creación de objetos varios, podríamos montar una casa aquí si quisiéramos, pero no es posible estar toda la vida en este lugar y tendremos que salir algún día.

Ella asintió. La idea de pelear la ponía un poco nerviosa. La asustaba y la emocionaba a la vez, pero aprender algo que pudiese ayudarla a defenderse mejor de Peat era bueno, después de todo.

—Estoy lista —anunció, justo cuando él cerraba el cuaderno y confesaba que no había encontrado nada vital allí—. ¿Crees que este lugar haya sido siempre tan oscuro? —murmuró.

Se levantó al mismo tiempo que Zack. Ninguno tenía respuesta para eso y el sonido de su voz quedó flotando en la sala del trono cuando la abandonaron. Salieron del palacio después de dar vueltas por todos sus pasillos y Zoey se mantuvo cerca de él para evitar tropezar con piedras o lastimarse con algo que no estuviese muy firme, como algunos restos de paredes de edificios que todavía estaban en pie.

—Este es un buen lugar —anunció Zack. Parecía una pequeña plazoleta; estaban en el centro de un espacio vacío y los trozos de casas se erigían un par de metros más allá—. Empecemos con algo fácil —dijo él, señalando uno de los muros más grandes—. Túmbalo.

Ella frunció el ceño y se giró hacia el objetivo.

—¿Con qué?

Zack puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.

—Fuego, energía, lo que te venga en gana. Usaste mucho el fuego para pelear con Peat y era bastante efectivo para resistir su fuerza, pero tampoco sabes dirigirlo, lavagirl —le recordó él—. Lo que te salga mejor, pero túmbalo. Lo quiero reducido a escombros, ¡a polvito!

Zoey apretó los labios y se paró más recta. Sí, podía haber peleado con Peat semanas atrás, pero no había usado ninguna estrategia, solo lo había hecho presa de la desesperación. El punto de Zack era cierto porque ella no tenía una técnica. Si de lanzar llamas a diestra y siniestra se trataba, lo haría bien, pero no era el caso.

—Ok —susurró, invocando las llamas a sus manos. Las sostuvo allí, calculando cuánto debería hacerlas crecer para que su potencia destruyera un muro. El fuego en sí era intangible, no tenía materialidad, por lo que tendría que subirle la intensidad; tendría que generar una cantidad de poder y calor que equiparara una explosión.

Dejó que las llamas la envolvieran por completo y sintió como su magia le echaba combustible a su fuego. Puso las palmas de las manos hacia delante y conjuró un remolino de furia pensando que ese muro era Peat y que tenía que ser lo más mortal posible.

El ataque salió disparado hacia la pared y apenas las llamas se encontraron con la roca, se esparcieron por toda la zona. Zack tuvo que echarse al suelo para evitar que su ropa nueva se chamuscara y se tapó el cabello rubio con las manos.

Cuando Zoey bajó las manos y detuvo la magia que la envolvía, él levantó la cabeza y bufó.

—El muro, no yo —le recordó, haciendo que ella se preguntara si su magia podría hacerle algún daño a ese cuerpo inmortal que tenía.

—¡No es mi culpa! —exclamó Zoey señalando la pared, todavía de pie—. Las llamas chocaron contra los ladrillos.

—Necesitas elegir un punto focal —dijo Zack, desde el suelo—. Lanzaste un gran remolino de fuego parejo en poder. Sí, hubieses frito a alguien probablemente, pero la roca necesita más... Mmm... ¿energía centralizada? Tiene que ser un golpe físico, un choque. Tiene que ser algo contundente. Elije un punto focal.

Zoey bufó, arrugó la nariz y se giró de nuevo hacia el muro. Levantó las manos y, enojada por no haberlo logrado a la primera, le lanzó a la pared un ataque mucho más pequeño, pero cargado en fuerza, que la destruyó en miles de pedacitos. La mayoría de ellos les cayeron encima y, de la sorpresa, ninguno pudo invocar un escudo para protegerse.

Ella se agachó y cuando la humareda por la explosión y el polvo bajaron, Zack, en el suelo aún, la miró.

—Eh, sí, me refería a algo como eso. Más... concentrado.

Con una expresión de absoluta sorpresa, ella se sacó los escombros del pelo.

—Wow —soltó.

—¡Vamos por otra cosa! —gritó Zack, levantándose con un salto.

La tuvo de acá para allá, destruyendo cosas al azar hasta que ella terminó descubriendo por sí misma que podía invocar rayos de energía pura sin la necesidad del fuego. No era algo que flameara, aunque si brillaba, y era mucho más intenso. Reventaba columnas de un solo golpe, por muy gruesas que fueran. Y a medida que más lo hacía, más preparada estaba para aparecer sus escudos y así evitar los escombros que podrían darle golpes severos en la cabeza. En un rato, pudo manipular ese poder con sus dedos, de un lado al otro, antes de apuntar y soltarlo.

Luego, Zack la puso a prueba de una forma distinta. La dejaba sola en el centro de esa plazoleta y se escondía entre los edificios destruidos. Cuando menos ella lo esperaba, le lanzaba trozos gigantes de piedras, columnas o lajas antiguas. Su misión era destruirlas en el aire, para afinar la puntería, o al menos alejarlas de cualquier manera posible.

Por supuesto, durante ese día, Zoey solo pudo chillar, correr, poner escudos y hacer estallar todo a la vez. Así fue como Zack levantó el pulgar y celebró los logros hasta el momento.

—Comida, un descanso y seguimos con otra cosa —le advirtió, cuando la guio de vuelta al palacio, donde Cranium los esperaba cerca del gran agujero en el castillo que usaban para entrar. Él había permanecido lejos, mirando, bien seguro.

—¿Te terminaste los huesos? —dijo Zoey, arrastrando los pies detrás de Zack. No sabía cuánto tiempo habían estado entrenando, pero se sentía molida. No quería hacer más nada.

Cranium estornudó en respuesta y correteó por delante de ellos escaleras arribas, pidiendo más regalos de Lapis exilis. Más cómoda con esa magia que con la de explotar cosas en la ciudad, ella le creó un montoncito de huesos en el rellano de la escalera que obligó a Cra a quedarse a mitad de camino arriba.

Una vez en la habitación que habían adoptado como propia, Zoey comió y se puso a acondicionarla sin esfuerzo alguno, creando por fin una escoba y una pala para intentar sacar la tierra acumulada por siglos. Luego, en vez de descansar, hizo aparecer una cama debajo del colchón y subió los bolsos, haciéndolos levitar.

—¿Vamos a quedarnos aquí? —dijo Zack cuando ella le pidió que se sentara y subiera las piernas—. ¿Dónde pondremos el baño y el cuarto de Cra? También necesitamos una sala de juegos para los niños —bromeó después.

Zoey rió, pero no le contestó. Invocó agua con un chasquido de los dedos y se puso a baldear y a fregar con la escoba hasta que el suelo quedó limpió de verdad. Le tomó un buen rato, porque el paso del tiempo había hecho la suyas con la piedra y las lozas en el suelo, pero guiando su agua para que se moviera de un lado al otro, expurgando las mayores suciedades, lo logró.

Con la habitación impecable, hizo aparecer una mesa y dos sillas, pero ignoró a Zack cuando él le pidió una televisión plana con HD. Después de eso, ninguno tuvo ganas de volver a practicar en la gran ciudad y optaron por avanzar un poco más con el cuaderno de la logia, pensando si podrían sacar algo más de valor, quizás algo que hablara de ese lugar.

—¿Dónde está? —preguntó Zoey, mirando a Zack, que seguía sentado sobre la cama. Cranium aún no había regresado y él muchacho estaba jugando con una pelota de tenis que ella sí había tenido la amabilidad de crear para él.

—Lo dejé en la sala del trono —contestó Zackary, echándose de espaldas en la cama y lanzando la pelota casi hasta el cielo raso, unos cuantos metros más arriba.

Ella asintió con la cabeza y salió a buscarlo. Se cruzó con Cranium en el camino, que traía uno de los huesos en la boca, y en seguida él cambió su dirección inicial —la habitación— para seguirla.

Juntos fueron a la sala del trono y Zoey recogió el cuaderno y las hojas que Zack había dejado ahí horas antes. Se irguió y escuchó una voz masculina a sus espaldas que no le pertenecía a su novio. Dio un respingo y se volteó: en la entrada a la sala, había un grupo de hombres con armaduras que hablaban rápidamente entre ellos en otro idioma.

Zoey retrocedió y se tropezó con Cra, que al parecer no estaba viendo cómo el grupo de templarios entraba a la habitación. Continuó yendo hacia atrás hasta el balcón y cuando los hombres se acercaron al trono desecho, este se recompuso, mostrándolo entero. Fue allí cuando entendió que se trataba de una visión y de que ellos no estaban realmente en ese lugar. Ya había pasado.

Se quedó quieta, con el diario en las manos, mientras ellos corrían la silla de piedra, revelando el espacio oculto. Colocaron la caja pequeña cubierta con el manto blanco que ya había visto antes. Pero esta vez la visión era mucho más específica y uno de los templarios lo descubrió para revelar el cajón de madera, muy simple y humilde. Nadie imaginaría jamás que podría ser una valiosa arca milenaria y divina. Era solo un cajón rustico.

Entonces, Zoey notó que detrás de uno de ellos, había una versión de Cra que era un mero recuerdo. Él estaba con ellos; se trataba de los templarios amigos.

Uno a uno, abandonaron el cuarto y, por puro instinto, ella los siguió, persiguiendo la visión por los pasillos hasta que, entre sus palabras que no podía entender, comprendió un nombre. Un templario llamó a otro.

—¡James Clarence! —exclamó. El susodicho se dio la vuelta y Zoey por fin le puso rostro a un hombre que había estado dando vueltas en su cabeza desde hacia algún tiempo. James Clarence debía tener unos treinta años, bastante joven para ser quizás un soldado templario, al menos en la imaginación de la muchacha, pero parecía muy abocado y responsable con su trabajo. Escuchó a su compañero, asintió y marchó al frente, sacando su espada y guiando a los demás para continuar el camino.

Zoey bajó las escaleras con ellos, con el verdadero Cranium pisándole los talones, ajeno a todo. Entonces, llegó a la entrada principal del palacio y poco a poco la visión se desvaneció. Se quedó parada junto al acceso, cuya puerta ya no estaba, un tanto confundida, preguntándose a qué venía eso. No le había dicho nada que no supiera ya.

La respuesta llegó un par de segundos después, cuando un grupo de hombres volvió a ingresar a su campo visual. No necesitó demasiado tiempo para darse cuenta de que no eran los mismos y obviamente Cra no estaba con ellos.

Estos templarios, este segundo grupo, hizo el mismo camino que los demás, pero hacia arriba, y Zoey corrió de nuevo detrás de ellos. Estos hicieron lo que también suponía: corrieron la silla de piedra en la sala del trono y se llevaron la caja de madera con paño y todo. También la visión se desvaneció poco después.

Se quedó en el pasillo, en el silencio, esperando que algo más ocurriera, pero solo el Cranium actual se detuvo a su lado, a mirarla con curiosidad.

¿Lapis Exilis?

—Cranium, ¿qué pasó en el portal en el que nos conocimos, con los templarios que eran tus amigos?

Cranium se sentó a su lado y estornudó, aunque con menos energía que la usual.

Llegaron los otros, llegaron y gritaron. Explosiones y explosiones, se cayeron al suelo y me dejaron sus huesos. Mis amigos pelearon, pero murieron.

—Tus amigos fueron atacados por otros, entonces —dijo ella—. ¿Se vestían igual? —preguntó—. Tenían la misma ropa, ¿no?

Sí, sí, Lapis Exilis, sí. No querían a Cranium, no me querían.

Zoey suspiró.

—¿Recuerdas si dijeron algo en particular? Tienes que esforzarte mucho así te daré más huesos —le dijo, agachándose frente a él.

Con eso, Cranium pareció contentarse.

Uno se llevó Lapis Exilis y nunca volvió. Nunca, nunca. Los amigos pelearon, le pidieron que lo llevara lejos. «¡Salvalo! ¡Salvalo!», gritaban.

—¿Recuerdas quién era? Podría ser... ¿James Clarence?

Cra agitó la nariz en su dirección.

¡Clarence, Clarence! —exclamó—. Daba huesos y tocaba mi cabeza. Él se fue, se fue.

Eso ya era bastante. Coincidía con sus sueños, aunque no tuviese cómo completar el resto de la historia. J. D. Clarence había sido quizás el único que huyó con el dije después de que otra división de los templarios los traicionaran, se llevaran el arca y los atacaran. Pero si Cranium tenía razón y no se equivocaba con sus memorias, el primer grupo creía que el dije estaba en peligro y que había que salvarlo de los demás.

Se levantó, lentamente, pensando que, si Clarence había huido a su mundo, había terminado solo en una tierra poblada por culturas que lo considerarían un extraño y tal vez una amenaza. Eso tendría que haber sido mucho antes de la llegada de Colón a América, por lo que Clarence debió de haberle dado el dije a alguien más, a alguien nativo de la Patagonia o sus alrededores.

—Y tú te quedaste solito —le dijo Zoey a Cranium—. Los del segundo grupo... los que atacaron, ¿sobrevivieron, Cra?

Persiguieron fuera —declaró la criatura, con simpleza. Más que eso, Cranium no podría aportar.

Con todo eso dando vueltas en su cabeza, Zoey regresó con Zack y se puso a traducir el libro sin decir ni una sola palabra. Intentó conseguir algo allí que hablara de Clarence, porque para ella era evidente que tenía que ver con la logia de alguna manera. Los miembros de la secta debían haberlo conocido o al menos enterado de él y su papel como templario.

Pasó horas ahí, con una llama como luz de techo que Zack la obligó a apagar para ir a dormir. Sin embargo, acostada a su lado, no pudo conciliar el sueño fácilmente. Tenía la necesidad de volver a la mesa a desentrañar todo ese asunto y, sobre todo, saber porqué era tan importante que ella supiese lo que en verdad había ocurrido entre ambos grupos. Si las visiones existían, tenían que tener un valor.

Cuando por fin logró dormirse, tuvo sueños extraños y tumultuosos. No pudo entender nada de lo que pasaba en ellos y se levantó agotada pero muy centrada en el tema. Rechazó las invitaciones de Zackary para practicar en la ciudad, sacó el cuaderno otra vez y repasó las últimas hojas traducidas que solamente narraban un día más en la vida del portador del momento.

—¿Por qué están tan obsesionada con esto de pronto?

—Estoy como tú cuando descubriste el nombre ese impronunciable —le dijo Zoey, sin levanta la mirada del papel.

—¿Qué no me estás diciendo? —Zack corrió la silla y se sentó a su lado, para así tener un mejor acceso al cuaderno y quitárselo de enfrente.

Zoey se irguió de pronto y quiso quejarse, pero optó por confesar de una vez lo poco que sabía del tema.

—Tuve una visión ayer —contó—. Ví a J. D. Clarence con el primer grupo de templarios, los que dejaron aquí el arca. Luego, vi al otro grupo llevársela. Cranium dice que los segundos atacaron a sus amigos en el portal del fuerte. Clarence huyó con el dije, porque ellos creían que debían salvarlo de los otros.

Zack frunció el ceño y le regresó los papeles.

—¿Y porqué no me lo dijiste?

Un poco mal por haberse callado, ella fue sincera: quería obtener algo más de valor, algo que fuese revelador, que no sea solamente conectar cabos sueltos para afirmar sus suposiciones. Así mismo se lo dijo a Zack, que aceptó sus palabras sin poner mala cara ni molestarse, pero la instó a tomárselo con calma. Él también estuvo de acuerdo en que por algo le llegaban esas visiones y que quizás deberían descubrir qué o quién las detonaba en su cerebro.

—Iré a recorrer el palacio, a ver qué más puedo obtener —dijo ella, después de que almorzara algo. Zack asintió y se ofreció a seguir él con la traducción y, por supuesto, Cranium fue detrás de Lapis Exilis porque al parecer ella seguía siendo su favorita entre los dos.

Dio vueltas por el castillo y siguió el trayecto que habían hecho los grupos de templarios. Trató de recordar exactamente qué había hecho J. D. Clarence cuando salieron por la puerta principal con la espada en alto, como si temieran un ataque sorpresa, y buscó algo que la conectara con él otra vez. Pero, al menos, de ese modo, no lo consiguió.

Volvió al vestíbulo donde estaba la estatua con el nombre que para ella era tan impronunciable como ilegible y se quedó viendo los pies de la figura. Los templarios también habían pasado por allí al llegar a guardar el arca, según Cra, y había hecho una clara referencia al dios Odín de la mitología nórdica. En qué se relacionaba todo eso, ella no lo sabía y no podía dejar de preguntarse en qué creían esos hombres realmente. ¿Eran cristianos o unos paganos?

Pasó los dedos desinteresadamente por el pie de quizás algún dios o deidad adorada por la gente de esa cultura perdida y suspiró. De nuevo se dijo que se estaba obsesionando con tanta teoría mística y asuntos del pasado que no le permitían enfrentarse al futuro. Aunque quizás saber lo ocurrido era importante y tenía un motivo, pero seguir dándole vueltas al asunto no la ayudaba a ser una mejor rival para Peat. No quería perderse en esa vorágine otra vez.

Entonces, un hombre se puso a su lado y ella pegó un brinco. Cranium se asustó solo porque ella lo hizo, pero cuando Zoey lo observó bien, descubrió que era justamente J. D. Clarence, observando la estatua muchísimo tiempo atrás, como ella. Entonces, puso la mano en los pies de roca y durante un segundo sus dedos estuvieron en el mismo sitio.

Cuando lo hizo, sintió como si alguien le hubiese dado un palazo en la cabeza. Tuvo una conexión instantánea con ese hombre y no solo lo vio allí, parado, admirando lo que quedaba de ese palacio y rindiéndole respeto a lo que quedaba de una estatua sin nombre, desconocida. Lo vio huir de allí, lo vio llevar el dije, lo vio correr por una pampa sólo con lo que tenía puesto, tratando de sobrevivir, sintiendo toda la responsabilidad por proteger ese objeto sobre sus hombros.

Entonces, entendió también en dónde se conectaban ambos, ellos. J. D. Clarence había tenido hijos con una aborigen. Su descendencia se había expandido ya para cuando llegaron los colonos y conquistaron las tierras al norte, más hacia el centro del país. Muchos arrastraban su apellido, aunque ya no sus rasgos, y para cuando la gente ya estaba asentada en estancias y comunidades y una enorme catedral se construía en un pueblo pequeño junto a un río, un Clarence que ansiaba llevar el legado de su antepasado fundaba un grupo cuyo único afán era proteger la reliquia de su familia: el dije.

Zoey retiró la mano, abrumada, pero ya sabía demasiado y quizás todo. J. D. Clarence había intentado por todos los medios preservar su cultura y sus enseñanzas; había pasado la historia de boca en boca. Pero no todos sus hijos, nietos y bisnietos, separados con el paso de las décadas, lo habían recordado. Así fue como uno de ellos se asentó en un pueblo cercano a la enorme catedral católica que se construía para una virgen de madera, ajeno totalmente a que otro pariente lejano, descendiente del mismo James Clarence, fundaba una logia. Ese primer hombre, por loco que fuera, ya no se apellidaba Clarence, sino Scott.

Cuando cayó de culo al suelo, agarrándose el cabello, tratando de seguir todo lo que desfilaba por su cabeza, Cranium se le acercó. Le preguntó que pasaba, pero para Zoey aún faltaba un último detalle y no pudo responder: una hija del Clarence fundador de la logia, Abraham Clarence, se casó y cambió su apellido. Se convirtió en una Collins.

De alguna forma, cuando todo terminó, tenía dos cosas más en claras que el resto: ella y Zack descendían del mismo tipo, de un hombre que había sido un soldado entregado a su causa, fuese cual fuera, que había huido llevándose el dije y arriesgando su vida por él. Lo otro, de lo que no tenía pruebas, pero aun así no podía dudar, era que ese hombre tenía una relación especial con ese lugar, con esa estatua. Zoey lo sabía: J. D. Clarence tenía que descender del rey vencido. 

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