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Capítulo 12

Zoey se la pasó caminando detrás de Zack, auto arrojándose piedras e intentando detenerlas en el aire antes de que estas le cayeran encima. Más de la mitad, las esquivó con grititos, empujando a Cranium en el proceso. Las otras, las hizo levitar, al igual que las maletas que las seguían.

—¡Pero si no me siento cansada! —renegó, por décimo quinta vez, cuando el camino volvió a ponerse plano cerca del pico de la siguiente colina—. Al menos no hoy.

—Déjame llevar las maletas e inténtalo así —le propuso Zackary, que iba al frente, libre al fin de todas las cargas. Los bolsos iban flotando lentamente detrás de él, ya que Zoey había preferido ajustar el ritmo del hechizo al de su novio que al propio.

—No —insistió ella—. Tengo que poder con todo. ¿O no?

Zack arqueó las cejas, pensativo, girándose un poco mientras aún seguía avanzando.

—Sí, se supone. Pero todavía no estamos seguros de que no sea eso.

—Usé más magia con Peat y duchándome esta mañana que con estas valijas —dijo, y estaba segura de ello, porque el hechizo perduraba y no había tenido que seguir poniendo magia en los bolsos. Era algo de una única vez y le había parecido poco.

—Okay, solo no te saques un ojo —advirtió él, con una risita.

Siguió caminando y Cranium optó por avanzar delante de Zack, lejos de Lapis Exilis y sus piedras voladoras, sobre todo porque Zoey no perdió las ganas de seguir practicando. A la hora del descanso del almuerzo, el muchacho le sacó las piedras de la mano y le puso un sándwich de miga entre los dedos.

—Hoy comiste un par de galletitas y nada más —le recordó.

—Estoy bien. Hay que guardar la comida.

Él se sentó, justo cuando los bolsos descendían lentamente al suelo. Revisó las provisiones y apretó los labios. Ya solo quedaba una única comida envasada y congelada. Ese paquete de sándwiches era el último y a partir de allí iba a tener que sobrevivir con los paquetes de galletas y snacks.

—Cranium —lo llamó Zack, girándose a ver al animal, mientras Zoey masticaba—. ¿Cuánto falta para que lleguemos al reino?

Cranium lo observó, luego levantó el hocico hacia el aire, como inspeccionando su alrededor.

Mucho, mucho... un poco menos.

Zoey frunció el ceño.

—¿Cómo hicieron los templarios para atravesar todo este mundo? Los víveres para todas esas personas han de agotarse rápido. No entiendo cómo lo lograron.

Cranium no tenía una respuesta para eso y ellos solamente podían planificar cuánto iba a comer a partir de entonces, incluso aunque Zack quería verla bien llena, y cómo iban a avanzar de ahora en más.

—Te voy a cargar —avisó él, levantándose del piso—. Tenemos que apurar el paso y mientras más kilómetros podamos recorrer, mejor. No solo hay que encontrar el arca, sino el siguiente portal para poder volver a nuestro mundo por comida.

Ella hizo una mueca de preocupación. Dudaba que Cranium pudiese seguirles el paso. Y, además, así no iba a poder practicar. Pero, aunque lo lamentaba, también sabía que tenía razón. Primero, las necesidades básicas tenían que estar cubiertas. Iba a tener que practicar en otro momento.

—¿Y Cra? —dijo, mirando al bicho de reojo, que no se dio por aludido ante el diminutivo. Zack tampoco, porque la miró como si estuviera loca.

¿Cra?

—Él —apuntó Zoey—. Lo dejaríamos atrás si corres a tu ritmo de siempre.

En seguida, Zackary chistó y desvió la mirada hacia la mascota que el dúo se había conseguido. Lo único que se le ocurría para que él pudiese mantener el ritmo, era trotar, tal y como le había dicho a la chica con anterioridad, porque no pensaba cargarlo ni quería tocarlo. Cranium era como un perro y hasta era simpático, pero seguía siendo feo y tétrico como él solo.

—Trataremos de mantener su ritmo.

Cuando terminó de comer, Zoey se subió a su espalda y controlaron que los bolsos volvieran a seguirlos por el aire. Zack la sujetó bien de las piernas y avisó a Cranium que irían más rápido. El animal no hizo ningún gesto y él suspiró, derrotado. Corrió entonces, en un trote que consideraba apropiado y en seguida ella tuvo que girarse para mandar más magia a las maletas. Se estaban quedando atrás.

—No te agotes —avisó Zack, pero ella no se sentía cansada. Logró poner una buena cantidad de poder en lo bolsos y en seguida los tuvieron detrás, aguantándose la velocidad. Cranium, por su parte, intentó avanzar con sus patas tocas y cortas lo mejor que pudo, entendiendo finalmente y ajustándose a permanecer detrás de ellos por más de dos horas.

Zackary solo aminoró el paso cuando llegaron a un terreno más escarpado y encontraron parte del camino de adoquines algo destruido. Pasado ese trecho complicado, apuró y Cranium se quedó un poco atrás.

—Oye —lo reprendió Zoey, volteándose un segundo—. Lo estamos perdiendo.

—Estoy yendo al mismo ritmo de antes, lo juro.

—Pero quizás está cansado.

—Tiene cabeza de cráneo, ¿crees siquiera que esté vivo como para cansarse? Comió huesos y hasta ahora nunca lo vi cagarse —replicó el muchacho, deteniéndose, a pesar de todo. Zoey apretó los labios, considerando lo que había dicho.

—Tienes razón, pero tampoco quiero perderlo.

Esperaron hasta que Cranium los alcanzó, sin jadeos y sin palabras, y se sentó a su lado, a mirarlos.

—¿Estás bien, enano? —preguntó Zack—. Te nos perdiste. ¿Fueron las piedras?

Durante unos segundos, Cranium lo miró, impasible.

Piedras, piedras, sí, muchas.

—Le costó escalarlas —corroboró Zoey, más tranquila.

Miraron entonces el camino por delante, evaluando lo poco que se podía apreciar de él. No parecía tener problemas con escombros y nuevamente iba en subida. Tenían otro pico más que pasar.

Reanudaron la marcha y tanto Cra como las maletas los siguieron. Zack miró continuamente a su acompañante, para asegurarse no perderlo, y así pasaron el siguiente pico y el siguiente, ya que ambos estaban bastante juntos y parecían ser cada vez menos altos. El camino serpenteaba hacia abajo, pero por la cantidad de colinas que tenían por delante, no sabían si estaban llegando a un nuevo valle o la cadena montañosa de acababa finalmente después de eso. Después de tantos días caminando por allí, sin nada más que ver que piedras, adoquines y árboles secos y muertos, ambos deseaban cambiar de paisaje, por lo que querían que se terminaran las montañas.

Camino abajo, mientras el sendero de piedra adosada se ensanchaba y se movía por zonas más planas entre las laderas de las colinas, empezaron a intuir que llegaban a un lugar nuevo y que nada tenía que ver, al fin, con valles pequeños.

Fue entonces cuando Cranium se detuvo de un golpe, apenas pasando por entre dos laderas de colinas, muy juntas y casi rectas que parecían ser las paredes de la calzada. Zoey se giró, confundida, a verlo, justo cuando Zack salía de aquel pasillo hacia lo que parecía ser un nuevo y enorme puente sobre un abismo negro.

—¡Dios! —exclamó él, viendo lo que había del otro lado: había una ciudad más grande que la primera, totalmente gigantesca. Se abría ante ellos oscura y abandonada, como todo lo demás, más allá del abismo. En ese mismo momento, antes de que Zack aflojara el paso, el suelo crujió debajo de ellos. El puente no estaba tan fuerte como parecía—. Demonios.

—¡Cra! —gritó Zoey, dándose la vuelta, pero el animal había clavado las patas antes de ingresar al puente y no se movió ni un poco, ni aun cuando Zack corrió más fuerte para intentar llegar al otro lado.

Con cada paso, dado, la piedra debajo de ellos se quejaba y se cuarteaba.

—¡No nos dijo nada! —se quejó Zack, midiendo la cantidad de metros que le quedaban—. ¡Voy a saltar! —le avisó, para que se sujetara. Tenían al menos cincuenta metros antes de llegar al otro lado.

Zoey se abrazó a su cuello y se encogió cuando escuchó que, detrás de ella, todo empezaba a desmoronarse. Giró la cabeza y hasta le pareció ver a Cranium mirándolos con tristeza por quedarse lejos, pero no le dio tiempo a decir nada más. Zack intentó saltar en el último segundo antes de que la piedra se aflojara debajo de ellos y no le diera sostén suficiente para impulsarse.

—¡Usa tu magia! —gritó él, sujetándola prácticamente en el aire y lanzándola hacia arriba. Ella tardó más de un segundo en comprender lo que sucedía, pero, al siguiente, estaba volando por el aire, directo a una ciudad muerta y sin Zack debajo.

Detrás de ella, volando también, venían sus maletas, que esta vez estaban ajustadas al ritmo propio y no al de Zackary.

—¡NO! —gritó, pero, aunque deseaba mirar hacia abajo y buscarlo, se vio obligada a concentrarse en sí misma o iba a hacerse tortilla contra el suelo. Extendió las manos a tiempo, cerró los ojos y le suplicó a sus poderes, o al dije, que la salvaran de eso, tal y como hacia Zack sus famosas burbujas acolchonadas.

De alguna forma, funcionó. Rebotó en el suelo y gracias a los cielos, no se golpeó tanto. Apenas las maletas cayeron con fuerza contra el piso a su lado, Zoey se levantó y corrió hacia el borde del puente destruido. No veía a Zack por ningún lado. Solo se apreciaba el abismo oscuro que se perdía en la profundidad de ese mundo.

Más allá, entre las montañas, en lo que había sido el inicio del puente, Cranium caminaba de un lado al otro y asomaba la cabeza hacia abajo. Era lo más que ella podría apreciar desde donde estaba.

—¡ZACK! —lo llamó, poniendo las manos alrededor de la boca para aumentar el sonido. Él no le contestó y, durante un segundo, se preguntó qué tan hondo sería eso—. No, no —se dijo, enderezándose—. Zack no puede morir y de alguna manera, sea lo profundo que sea, él volverá.

Claro que lo haría, aunque quizás le tomaría su tiempo. Volvió a llamarlo varias veces, pero no recibió respuesta. En cambio, notó que Cranium si la escuchaba, porque ahora estaba sentado a la espera que le dijera algo.

—¡No te muevas de ahí! —le pidió Zoey—. Iremos por ti.

No tenía ni idea de cómo y su magia no había llegado a tales límites. Lo único que se le ocurría era que, cuando Zack regresase a la superficie, saltara y fuera por Cra. Pero al parecer iba a tener que esperar. Le gritó un par de veces más, esperando que Zackary le respondiera en vano, y luego se sentó, al igual que el perrito muerto del otro lado, en el suelo.

Suspiró, perdiendo la noción del tiempo. Pasó un buen rato sin noticias, pero aun así mantenía la fe de que él iba a resolverlo de algún modo. Sin embargo, Zack no regresaba y ni siquiera sabía qué hora era, porque el que llevaba el reloj era él. Notó que tenía hambre, pero a la vez el estómago se le cerraba más y más con cada minuto que él no estaba con ella.

Se giró a observar la monumental ciudad que tenía a sus espaldas, tan grande que no era capaz de ver unos cuántos metros más allá de las casas. Así, tan tétrico por la penumbra que se alzaba sobre el lugar, le daba miedo.

Invocó una bola de fuego, para darse calor y animarse un poco. Viendo que Cranium agachaba la cabeza, todavía buscando a Zack por el abismo, decidió ponerse de pie y asomarse hacia abajo. Con una mueca, optó por crear otra bola de fuego y suspenderla en el aire, sobre el vacío, hasta hacerla bajar para apreciar lo que sea que hubiese debajo.

Lo que vio le causó escalofríos. Aunque parecía ser un abismo común y corriente, comprobó que era mucho, pero mucho más hondo de lo que había pensado. Se aferró a la baranda que delimitaba la ciudad y se inclinó más, a medida que su bola de fuego descendía hacía, quizás, el mismo infierno.

—Ay, Dios —gimió, a medida que su luz se convertía un punto brillante en la lejanía—. Zack...

La cabeza le estalló en pánico. Se preguntó mil cosas a la vez; no pudo parar. ¿Y si eso realmente no tenía fin? ¿Cómo diantres él iba volver de la nada misma? Se puso nerviosa de verdad e intentó buscar una solución, dándose la vuelta y caminando por el lugar, desesperada.

No se le ocurría nada, ni una sola opción para ir por él, porque sabía que a la vez era un suicidio. Si caía y se golpeaba con algo, iba a morir. Tampoco se animaba a levitar hasta abajo. No era una experta y una maleta era una cosa, su propio cuerpo era otra.

—Demonios —gruñó, asomándose otra vez. Su luz parecía una luciérnaga en la noche. Siguió bajando hasta desaparecer por completo—. No puedo creerlo... Tiene que haber una manera.

Estiró las manos hacia arriba y creó varias bolas de fuego, más grandes, esperando que al bajarlas le permitiera ver mejor las laderas del abismo. Si Zack había usado su magia, como lo suponía, debía haberse aferrado a las laderas. Solo tenía que averiguar qué tan lejos estaba de ella.

Bajó las bolas de luz, despacio, agudizando la vista ante cualquier tímido movimiento que pudiera captar, pero resultó ser bastante confuso y traicionero, porque las escarpadas rocas que definían el abismo creaban miles de sombras en lugares distintos a medida que su fuego descendía.

Frustrada, se dejó caer sobre la baranda y apoyó la cabeza contra ella. Si Zack no aparecía pronto, iba a bajar por él a como dé lugar. Contó los segundos, los minutos, tamborileando con los dedos sobre la superficie de piedras, mientras más y más histérica se ponía. Mantuvo las luces suspendidas en el aire, a una altura prudencial, donde todavía podía verlas grandes, y continuó esperando, con un nudo en la garganta.

—Ya —dijo, si no subía, es porque debía de haber un problema. Caminó hasta el final del puente y se asomó por debajo. No veía forma segura de hacerlo ni tenía idea de qué tipo de magia hacer. Iba a tener que improvisar y eso le daba más miedo. Si la cagaba, nadie iba a salvarla; Zack dependía de ella.

Se sentó en el borde y atrajo la bola de fuego que todo el tiempo había estado con ella, para iluminar debajo de sus pies, que colgaban sobre el foso. Pensó que, si podía crear una especie de escudo plano debajo de ella, podría dejarse caer y avanzar con seguridad, pero volvió a tener dudas cuando recordó que hasta ahora no había podido hacer uno.

Apretó los labios, hizo una mueca y se tiró del cabello, producto de la ansiedad. Iba a tener que jugársela, porque no pensaba dejar a Zackary solo ahí.

—Sé inteligente —se dijo—. Puedes hacerlo.

Estiró las manos y lo intentó, justo cuando un susurro a sus espaldas le puso los pelos de punta. Se giró, hacia la ciudad perdida que yacía abandonada, tratando de reconocer qué era lo que la voz había dicho.

Venía desde lejos, rebotando entre las paredes de las casas, sin ninguna brisa que la acercara. Tuvo miedo y clavó los dedos en la piedra de lo que quedaba del puente, al mismo tiempo que acercaba su bola de fuego a ella, para iluminar mejor la calle adoquinada que se perdía entre los edificios.

—¿Quién es? —dijo, levantándose de a poco. Si no estaba sola, lo mejor era prepararse; sentada no iba a poder hacer mucho—. ¿Quién está ahí? —añadió, reuniendo valor y fuerzas.

Se alejó un poco del borde, por seguridad y mantuvo el fuego en lo alto, permitiéndole ver. Pero allí no había nada, o al menos eso era lo que le parecía. La ciudad estaba inmutable, como lo había estado por siglos. Se quedó a la espera, rezando para que no fuese Zack jugándole una broma muy pesada, porque iba a reventarlo a golpes y a tirarlo por el abismo ella misma, después de toda la angustia que estaba pasando.

Pero Zack no era, porque cuando el eco del susurro regresó, tenía palabras más firmes.

Hija...

Zoey no dijo nada. Se quedó con las manos levantadas, preparadas para cualquier cosa, incluso cuando pasó más de un minuto en pleno silencio sin obtener más que eso. Llegó un momento en el que creyó que simplemente se lo había imaginado.

—Me estoy volviendo loca —se dijo, cuando todo siguió quieto y no se oyó más nada—. Es el pánico. —Tomó aire y lo exhaló despacio—. Vamos por Zack.

Esta vez, antes de colgarse por los extremos del puente roto, intentó hacer un escudo. Se lo imaginó con colores, tal y como lo había intentado la última vez; como una pared brillante e impenetrable. Extendió las manos y trató de que la magia saliera de ellas con la misma facilidad con la que creaba el fuego, trenzándola frente a ella en un muro iridiscente que iluminó el suelo a sus pies.

Cuando vio el resultado, no tuvo tiempo de alegrarse. Por alguna razón, se sentía bastante desconfiada de sí misma. Agarró un escombro del suelo y con la poca puntería que tenía, lo arrojó contra su escudo. La piedra rebotó, volvió al piso a su lado y se partió.

—Por todo el amor del mundo —musitó, disolviéndolo con un movimiento de los dedos—, que esto me aguante. 

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