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Capítulo 8

Era sábado en la noche. Cuando la muchedumbre se aglomeraba a la salida del centro comercial Andino, Nairobi y Lucía, desfilaban por el pasillo a lo largo de los locales comerciales con sus prendas informales, y la tranquilidad venerada en un día normal sin los fantasmas del trabajo embistiendo para despertar angustias.

—Fue bueno convencerte. La película estuvo ¡buenísima! —dijo Nairobi.

—Demasiada fatalidad para mi gusto —respondió—. Me la pasé lloriqueando casi toda la película, imaginando a mi madre en una eterna soledad.

—Eso solo significa... el turno de un buen coctel para que te distensiones y un rico muffin para ejercitar el gusto.

—Creo que tomaré sólo el coctel, pero primero me vendría bien un vaso con agua; las crispetas se encargaron de quitarme el apetito y de resecarme la garganta.

—Como quieras, amiga. Yo sí, no perderé la oportunidad de darme gusto.

—Este es el sitio. ¡Ven! —exclamó Nairobi.

El exquisito aroma a cocteles, café, helados y repostería que tanto martirizaba el apetito goloso de Nairobi, las tentó con su magia, recorriendo las fosas nasales que se extendían desde la superficie del rostro hasta el más recóndito de los órganos del cuerpo, y atrevidamente, el exquisito aroma había hallado lugar en el más irrazonable pensamiento, haciendo que el cerebro estimulara al organismo. Ingresaron al sitio con la intención de las ganas despertando todos los sentidos, que las dramáticas escenas de la película, quedaron adormecidas para satisfacer el derecho que reclamaba el cerebro de darle gusto al paladar. Luego del antojo y tras el pedido, reiniciaron la conversación.

—¿Sabes qué te hace falta, Lucía? Un buen esposo y tener hijos. Es hora de que te sientas madre.

—¡Mira quién habla! ¿Y tú?

—Ya estoy en proceso —respondió dramatizando un gesto insinuante que llamó la atención de su amiga.

—¿Estas embarazada? —cuestionó con asombro.

—¿Disculpa? Todo a su debido momento, amiga. Pero... ya estamos en planes de matrimonio. Aunque deseamos encargar casi que inmediato. Leo dice que los hijos ayudan a fortalecer la paz en el hogar. Cualquier caos muere con su presencia. Y yo estoy de acuerdo.

—No creo que sea tan literal. Hay demasiados conflictos que se fortalecen con su presencia. Y creo que el drama de la violencia que estamos viviendo, me despertó el temor a desearlos.

—Debes imaginar la vida como una sucesión de películas. Eso es. Algunas son de drama, otras de aventura, y habrá algunas trágicas... pero no todas. Debes procurar darle un sentido distinto a tu vida. ¿Ves? Una sola película bastó para ponerte tensa. Creo que debes pensar en esa misma medicina. Necesitas relajarte un poco, y un hijo es un remedio efectivo.

Argumentó Nairobi, el entusiasta deseo de sentirse madre. Lucía la miró con suspicacia dejando escapar una leve sonrisa antes de dar su opinión.

—No discuto que los hijos sean fantásticos, y esa es una de las grandes misiones que tenemos como mujeres. Pero no todas estamos dotadas para cumplir esa misión, o al menos, no por ahora. Todo a su debido momento. Creo que esperaré un poco a que mi hermana Karen los tenga. Asumiré el papel de tía y ya veremos que tanto me motiva. Además, no creo que el Espíritu Santo esté interesado en mí.

—¿No serás alérgica a los hombres? —cuestionó Nairobi.

—¡Claro que no! Pero tampoco me deslumbran, ni me trasnochan... Creo que Clímaco, en cuestión de minutos, desvirtuó la imagen que tenía de algunos.

—¡No seas tonta! Creo que ese es otro asunto al que debemos atender con prioridad. ¿Sabes algo? No lo estás preguntando, pero me siento obligada a contarte, y no me preguntes el porqué, no sabría decirte. Pero... mi séptimo sentido me dice que debo hacerlo.

—¿Séptimo?

—Sí. Séptimo. La verdad, es que le tengo fobia al sexto, así que decidí llamarlo «séptimo». Es un número bíblico más poderoso que el seis, por lo tanto, imagino que debe ser más efectivo cuando se trata de predecir. De alguna manera atraerá más beneficios. —Lucía la observó con la risa a punto de escapar.

—Y... ¿qué es lo que te dice tu séptimo sentido? —le consultó con la curiosidad a pleno vuelo.

—Que, si quisieras, tendrías vida marital acá en Bogotá.

—Qué cosas te inventas, Nairobi.

Degustó el coctel y observó la hora en su reloj de pulso.

—Es en serio, Lucía. No lo invento. El diputado Vaticino no te quita los ojos de encima. Y si me preguntas, es un buen partido, nada que tenga que ver con Rufino o los homólogos de Rufino que tanto te atemorizan. Además, ¿por qué crees que está tan interesado en cambiar de domicilio? ¡Ah! ¿Dime? —Lucía permaneció en silencio cuestionando la intención de su amiga—. ¿No dices nada?, ¿ni siquiera preguntas?

—No sé qué decir. Aunque... pensándolo bien..., sí, tengo una pregunta. ¿Qué tiene que ver eso conmigo?

—Que probablemente, dentro de poco se convierta en tu acompañante permanente a tu tierra.

—¡¿Qué?!

—Sí, amiga. No es sólo el domicilio. Es un cambio rotundo de ciudad. Así que, tu vida marital podría tener raíces en Bogotá con fines de semana en Medellín. ¡¿No es sensacional?! ¡Dime! ¡Niégalo!

—Definitivamente... ¡estás loca!, Nairobi. Ni siquiera me gusta como se llama. Tiene nombre de profecía o algo así.

—¡Dios! —exclamó Nairobi agrandando los ojos.

—No creo que sea un buen augurio —prosiguió Lucía—. Ves, sin conocerme y ya intenta acosarme. Dime algo, amiga. La verdad. Este Vati... como sea, ¿te pidió el favor de que intercedieras por él?

Ella lo negó meneando la cabeza y emitiendo simultáneamente un sonido gutural de negación, pero la expresión de sus ojos dijo lo contrario.

—Si no es así. ¿Cómo es que de repente me invitas a salir porque tienes algo importante que decirme? Hasta ahora, no me has dicho nada importante.

—Bueno, ¿me crees si te digo que quería mandarle personalmente mis saludos a tu madre?

—¡Claro que no! —respondió—. Eso es algo que pudiste hacer por teléfono. Con qué tu séptimo sentido. Creo que prefiero soportar a Política irritada todo el día... Es mi mascota. Por cierto... la estoy extrañando.

Nairobi por poco derrama el vaso de coctel con el último comentario de su amiga.

—¿Qué?, ¿tienes una mascota llamada Política?, ¿y yo estoy loca?, ¿y Vaticino es un nombre raro y supersticioso? De verdad que eres única.

Lucía sonrió saboreando el último sorbo de su coctel.

—Muy pronto tendrás que dejarte seducir de alguien, como hoy te dejaste seducir de Alexander —le insinuó Nairobi con gesto de malicia. Lucía la interrogó con la mirada.

—Del coctel, tonta —respondió burlonamente.

—¡Ah! Ya lo decía. Está delicioso. Tienes buen gusto amiga, pero es suficiente por hoy —observó el reloj de pulso—. ¿Nos vamos? Recuerda que mañana viajo.

—Espera, aún no acabo.

Nairobi saboreó el último sorbo del coctel Alexander y comió el último trozo de un muffin de cacao y avellanas. Discutieron someramente sobre quien pagaba la cuenta, atribuyéndose el pago Nairobi, por lo del comestible. Tomaron sus bolsos y fueron directo al parqueadero del centro comercial en el sótano.

—Escuchemos algo de música —sugirió Lucía al interior del vehículo.

—Te tocará cantar, amiga; el pasa cintas está bloqueado desde hace un par de días, y no he tenido tiempo de llevarlo a revisar.

—¿Será que la USB funciona? Tengo algunos temas grabados de Ricardo Arjona y el rato está como para escucharlo.

—No lo sé. No tengo la menor idea sobre electrónica. Tendrás que ensayarla.

Lucía hurgó en su bolso y sacó el dispositivo de almacenamiento de datos, en el que igual, había una carpeta destinada para música. La conectó al puerto USB y tras leves segundos de espera con un zumbido extraño, el equipo no la reconoció.

—Te lo dije, te tocará cantar. Mañana sacaré tiempo para que lo revisen.

—Lucía comenzó a tararear el tema: «Una mentira que te haga feliz» de Ricardo Arjona, que Nairobi disfrutó con un simpático gesto de risa constante.

—Al parecer, el coctel Alexander tenía algún energizante. —Ante el comentario de su amiga, sonrió y continuó cantando y tarareando—. Espero que no te escuche Arjona... porque moriría antes de tiempo.

Rieron con la certidumbre de sentirse desinhibidas de cualquier acontecimiento político de los últimos días. Fueron al apartamento de Lucía por los alrededores del Salitre, y se despidió de su amiga con un efusivo abrazo. Ella se marchó rumbo a su casa; al llegar a la urbanización, parqueó el vehículo y recogió su modesto bolso de cuero color vino tinto.

—¡Oh! ¡Tonta!, dejaste la memoria —expresó al clavar su mirada en el pasa cintas. La tomó y guardó en el bolsillo interior del bolso destinado para el celular.

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