Capítulo 47
Si en el seno del ERAL no cesaba de llover, en las entrañas del gobierno colombiano, hacía rato no escampaba. El país en llamas ardía entre la conmoción y la controversia. El alma en pena y el cuerpo enfermo. La paz esterilizada por la violencia sin límites y el síndrome de la política corrupta elevaba la temperatura al interior del Congreso, donde la paloma de la paz, sin alas, se paseaba entre los escándalos de la parapolítica, con la vinculación de congresistas a procesos penales por presuntos vínculos con grupos armados ilegales. Un menú de delitos se cocinaba dejando sin escapatoria a los culpables y sus almas en pena, a la espera de que el efecto de la onda sonora cuando todos cantaran en la fiscalía, pasara de largo.
«El que la hace la paga». En su cerebro corrupto no debió imaginarlo para alertarse así mismo. Clímaco Yesid Gobayel, era acusado por la justicia en un acto de filantropía con el país, que el destino había guardado para el momento, siendo el más implicado en los procesos de la parapolítica, cuando diversos cabecillas detenidos, entre ellos el cernícalo de Feliseo Bocanegra Moralis que esquivó a la muerte en más de una ocasión, lo señalaban como un negociador hábil y experimentado con el que habían departido. Las acusaciones vertían de todas las direcciones y los supuestos nexos con la guerrilla, era la sobremesa. De postre, los medios lo implicaban seriamente con el narcotráfico. Los valiosos hallazgos de correos electrónicos con copia a Rufino Fazola en el computador de Sadúl Vargas, lo responsabilizaban con su firma. Rufino estaba tan implicado como él.
¿Quién imaginaría que eran amantes de los negocios extremos, cuando manipulaban fuego y explosivos al mismo tiempo? No se percataron en considerar que el sentido desmesurado del poder, es una asfixia letal en el mundo de los negocios turbios, y que el producto de la conjugación de ese poder, no es inconmensurable.
En algo tuvo razón Rufino cuando platicaba con Celeny sobre la muerte de Adiela. «Dios lo ve todo, y Dios se encargará del resto».
La magnitud del escándalo atravesaba el espacio a la velocidad del pronunciamiento del comunicador social y la magia de la tecnología. El ángel de la guarda debió abandonarlo cuando olfateó a la distancia la lista de delitos, entre los que señalaban el secuestro, destacando el presunto plagio de la senadora Lucía amparados en un correo electrónico enviado horas antes de su retención, titulado: «la partida de Cenicienta». El texto revelado por el director de prensa del gobierno y entregado a los medios, especulaba lo siguiente:
«Llegó la hora de reunir a Cenicienta con algunos otros personajes de la fábula colombiana. La necesidad obliga a que sea de inmediato para que el hechizo maternal se olvide. Sobre su suerte, pueden darse el gusto de darle el mismo trato que a cualquier criada, para lo que tendrán que amansarla con el beneplácito de la más íntima recompensa. No deben olvidar que no todos los finales son felices».
Las especulaciones grandilocuentes volaban al pasado con el noticiero del Congreso y otros noticieros, mostrando el fragmento del video sobre el debate de ese 8 de febrero de 1999, relacionando el título y su contenido, con el trato dado por el senador Clímaco al referirse a la senadora Lucía en la plenaria del Congreso: «Me doy cuenta que pudo interpretarlo, Cenicienta».
—Por lo expreso en el correo electrónico —señalaban los noticieros—, Clímaco y otros políticos, podrían estar relacionados con más secuestros de personajes públicos que pudieran haber sido una piedra en sus zapatos. Y que, según la fiscalía, el mensaje en su parte final, recalcaba la frase: «No deben olvidar que no todos los finales son felices», añadía el periodista, «Tiene un tinte comprometedor que deja volar la imaginación libremente».
Ahora se podía integrar a Gobayel entre los fabulistas famosos de otras épocas, como: Esopo, La Fontaine y Samaniego con la certitud de que hubiera obtenido también su moraleja. Al parecer, tomarían de su propia medicina. Era hora de pagar, aun cuando no exista sentencia en esta vida que justifique, haber desviado el curso prometedor de la vida de Lucía Cadenas, bajo el supuesto de una culpa inexistente a los ojos de la justicia. El congresista Aldemar se quedaba sin padrinos, y en el orden de la camaradería, hasta Melcíades, quien fuera por dos años el presidente del Senado y simpatizara con Clímaco y su combo de políticos vedados, le estaba sacando el cuerpo para no verse involucrado. No estaba implicado en ningún proceso con sus amigos políticos consanguíneos, al menos por aquel entonces, pero con el sólo hecho de la amistad comprometedora y leal, se insinuaba un aire rociado de confabulación; el mismo que respiró cuando apoyó a Rufino para desmeritar a Lucía ante el Congreso y la nación, por los presuntos comentarios en aquel dichoso bar un par de días antes del secuestro.
La disimulada altivez con que estaba siendo reconocido últimamente, se le estaba cayendo de los nervios. Algún fotógrafo oportunista jugando a ser paparazzi lo retrató posando sentado, con las palmas de las manos sosteniendo su enorme cabeza para evitar que el peso de las preocupaciones se la arrancara de un tajo, dejando el raquis cervical huérfano de un problema. La fotografía circuló curiosamente en uno de los periódicos con el lema de: «Por qué me pasa esto a mí». Por más razones que tuviera para estar molesto, eran más las razones para no hacerlo y permanecer callado.
El señalamiento días después sobre nuevos correos hallados en los que se citaba al Zar de la web, vinculado en asuntos turbios relacionados con el manejo de información confidencial del gobierno, en la que estaba interesado el ERAL, adicionaba nuevos ingredientes a los procesos de Clímaco y Rufino, donde la fiscalía, tendría la ardua tarea de establecer algún relacionamiento con la muerte de Gregory. Un camino tejido de incógnitas que dejó el rastro embadurnado entre las fibras, con la sentencia de que alguna culpa pudiera conducir a la transformación del documento de Lucía.
Era probable que, en el desenlace de las investigaciones, fuera descubierta la participación de Aldemar, y éste, con su voz cantora y su cabeza rebanada por las limaduras de los periodistas, delatara a Melcíades y a otros, así tuviera un rostro de doble faz para tratar de disimular la vergüenza, porque ante Dios y la justicia, nada está oculto; la sabiduría popular se encargaría de difamarlo: «Dime con quién andas y te diré quién eres —o por si todavía no lo era—, te diré que vas a ser».
El gran legado del poder en sus diversas manifestaciones: La imaginación del poder con la ignorancia de que existe Dios. La sensualidad del poder con la mentira absoluta. La hipocresía del poder con el sometimiento. La intromisión del poder con el falso arrepentimiento. La presunción del poder sintiéndose el poder mismo. La realidad del mal poder, con el presagio de que no se hará justicia.
No pasó más del tiempo prudente, para que Estados Unidos, acogiéndose al acuerdo entre los países, los solicitara en extradición por una razonable lista de delitos que los dejó al descubierto. Su perpetua payasada de crímenes llegaba a su final. Había suficiente para procesar que, el enemigo público en pocos días, convirtió en satánico, doloroso y perpetuo para sus vidas. La honesta razón para que Clímaco y Rufino, convertidos en la causa de su propia destrucción, revelaran al mundo su nueva cara, la que siempre mantuvieron oculta, el rostro de la vergüenza y la indignidad; sus maliciosas lenguas que no se hartaban de parir engaños, ahora sentenciadas; y sus manos, antes vergonzosamente libres, ahora sometidas. Las eternas cadenas que imaginaron para Lucía, ahora convertidas en su sepulcro. Y aquella muerte que Blenson no alcanzó a materializar era un cupo libre para una de sus almas. Los amigos de la crueldad que les llevaban la delantera hacia el infierno, los estaban reclamando.
La reseña cobraba vida en los medios televisivos repitiendo una y otra vez las escenas, cuando Clímaco y Rufino, como un par de buitres acobardados que trataban de volar con alas ajenas, fueron detenidos en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, y conducidos a la fiscalía, acorazados por una docena de policías y desplumados por un ejército de periodistas.
El corazón de Lucía, acostumbrado a palpitar fuerte bajo los efectos de alguna emoción, no pudo evitar un nuevo movimiento telúrico en la dimensión del cuerpo humano al enterarse de la noticia; el impacto estresante hizo que sus labios murmuraran lo que el cerebro rápidamente dedujo, en un viaje hacia el pasado con ubicación inicial en el día del debate y un fugaz recorrido por situaciones precisas en su condición de secuestrada.
—Malditos sinvergüenzas, ¿olvidaron que Cenicienta siempre ríe al final? Se acabaron sus fechorías —fue su sentencia.
Como dicen algunos: suficiente para los labios y algo para la imaginación es la dosis perfecta. Lucía, debió sentir un instintivo pero voluntarioso deseo de que los bastardos de Clímaco y Rufino, calzaran en sus zapatos y saborearan el elixir de la muerte anticipada, ajenos de imaginar, lo que sería el purgatorio para sus almas pervertidas. Fue inevitable el retortijón en el estómago cuando sus nombres le producían la sensación de tener alacranes.
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