Capítulo 46
Los días pasaban rutinarios y los insurgentes, muchos de ellos ya titulados de terroristas, iban y venían entre campamentos ubicados estratégicamente en la zona selvática del Vaupés. Las sucursales del mal habían reactivado las actividades violentas luego de haberse dado el acuerdo humanitario. El camino hacia el proceso de paz perdía nuevamente el asfalto. La actitud revolucionaria del movimiento guerrillero autorizaba al gobierno colombiano para ejercer nuevamente su autoridad bajo el lema de proteger los derechos de una nación y de sus habitantes.
Tras un nuevo ataque sorpresivo por fuerzas militares desde el aire, a uno de los campamentos recónditos del ERAL, rodeado de vegetación espesa que lo hacía invisible, las fuerzas rebeldes sintieron los pasos de la justicia respirando con sus pulmones. Helicópteros aparecidos de la nada y suspendidos por la mano de la justicia, vomitaban balas de fusil sin compasión.
Una decisiva, súbita y necesaria acción militar fue aprobada por el Ministro de la Defensa, y en primera instancia, por el mandatario de la dolida Colombia, luego que una ardua labor de años y meses, fuera concretada en minutos gracias al valor de un denunciante que no dudó en hacerlo. Fue luego, que las actividades sospechosas de guerrilleros en los alrededores del municipio de Carurú hasta colonizar su cabecera, motivaran su espíritu de patriota. Conociendo perfectamente la situación actual del país y la propia, y la que la guerrilla le había proporcionado en anteriores eventos de violencia al municipio donde residía, el dar su bienaventurado aporte en la lucha contra las organizaciones criminales y la jugosa recompensa ofrecida por la cabeza del dirigente guerrillero que identificó como Sadúl Vargas, era más que un aliciente para atreverse a denunciarlo. Cualquier otro lo hubiera hecho. El número de la suerte para la llamada de la fortuna, lo había memorizado al escucharlo en los noticieros desde tiempo atrás. «Nunca se sabe, cuándo pueda significar verdaderamente algo». Dijo en su momento.
El enfrentamiento repentino pasada la media noche, frustró los reflejos que el licor había domado en una primera faena. El grupo terrorista era bendecido con la muerte, que les llegaba por partes al fragmentar el cuerpo en todas sus extremidades. La pólvora había hecho lo propio. Sadúl debió conformarse con tomar el fusil y correr a dos pies en dirección cualquiera, tratando de quitarse la mira telescópica que lo asediaba desde el aire, sigilosa y decidida, indicando la dirección del fuego que, aguerrido y bondadoso, se percató en atravesar el cuerpo abalanzándolo sobre el vientre de una mina quiebra patas que, al lado de otras, les había sido encomendada la guardia del campamento.
Los soldados del ejército colombiano no dudaron en hacer bien su tarea y el verdugo fue dado de baja. De inmediato, fue extraditado al infierno. Su extensa carrera criminalística que era sin duda una larga enfermedad terminal, culminó como todas las de su tipo, con la muerte profundamente marcada en el alma. Otro cernícalo apabullado, el mayor de todos, que se las daba de letrado por la misericordia de las armas.
Por esta vez, la protección espiritual del chamán no fue suficiente para cerrar el cuerpo, quizá debió estar en deuda, y el ritual de protección se convirtió así mismo en una amenaza, o quizá al chamán lo sorprendió antes la parca tal y como le ocurrió al compañero de Janael. Los chamanes estaban escaseando en la selva. Un infortunado riesgo que Sadúl no debió dejar al azar, pero la guerra invocada, guardaba sus pretensiones.
Durante el episodio impregnado de riesgo, misterio, devoción y lealtad a la patria, como quien se aprende la lección luego de repasarla cientos de veces, soldados aguerridos y entrenados de las fuerzas especiales del ejército, descendieron a rápel de los helicópteros, dispuestos a arrebatarle la máscara al terror en medio de la noche tenebrosa, guiados por su olfato y la luz infrarroja.
Difícilmente disponían de un trozo de tiempo que parecía estar congelado para cumplir la misión; el prudente y necesario para vitorear en un espasmo de ansiedad, la estrategia planeada sobre la marcha.
La suerte estaba de su lado. Fueron hallados y embutidos rápidamente en la aeronave: equipos de cómputo, armas, municiones, un maletín ejecutivo robustecido por la cantidad de documentos y entre cuerpos esparcidos, el cuerpo desmembrado, ansiado y reconocido, que el caudal de la sangre acarició sin consentimiento, dejando entrever en su parte superior, una barba tupida que no daría más frutos y un par de ojos aterrorizados, cuando el infierno le madrugó en esta vida para que llegara ambientado a la próxima. Sadúl Vargas, el amante de la sevicia y el terrorismo, ya era historia. El comandante Blenson debió recibirlo en el infierno.
La noticia llegó a millones de oídos como un buen presagio y a escasos miles como un mal augurio. Entre éstos, debió haber oídos sordos. Para el ERAL el dolor era un malestar físico y psicológico. En los noticieros, su cuerpo fue revelado como un rompecabezas de mal gusto al que le faltaban algunas piezas que difícilmente encajarían. Su muerte, se rumoreó como una polémica internacional que desataría grandes controversias y enfrentamientos políticos entre mandatarios, pero no dejaba de ser un alivio para la nación entera y en especial para Lucía al menguar el odio con la tranquilidad, sabiendo que el autor inicial y prócer de las violaciones, no sería más un desquicio para su mente. «Que Satanás calcine tus genitales por toda la eternidad, maldito desgraciado». Fue su oración de despedida y alivio. Hasta Carmen en el campamento saboreó la noticia con una irónica y complaciente sonrisa. ¿Algún agradecimiento oportuno que mereciera ser premiado? Su motivo tendría.
Un hombre de carne y hueso como cualquier otro que pretendió escapar del poder del Estado, creando su propio poder asqueado de inmundicia, que asesinó la filosofía y el ideal del ERAL, cuando jugaba a ser el malo, oculto detrás de la hipótesis que significaba rescatar a la pobreza de las garras del capitalismo y de un Estado corrupto. Un idealista versado que fusionó el verbo tener con el poder y lo conjugó en todos los tiempos a su favor, cuidando de no acompañarlo con adjetivos que significaran compartir con los más débiles. Un rebelde sin causa con un pensamiento interesante que convirtió en sofisma de distracción para crear su imperio. Un imperio en deuda con su ideología, que se derrumbaba por el afán de sobrevivir y la fortaleza social para soportar con la paciencia del tiempo, el arribo disimulado de la lenta muerte que, desde tiempo atrás, era su mensajera, con la humana esperanza que contara sus pasos y cercenara los pies celebrando con euforia su caída.
El homólogo perfecto de Clímaco, igual de repugnante y pendenciero por naturaleza; cada quien, siendo rey en su propio trono y gobernando a su manera. No había duda que eran alacranes del mismo árbol. El final de un episodio llegó, aunque la vida está colmada de episodios. A rey muerto, rey puesto. Era cuestión de esperar a que la cúpula del ERAL se pusiera de acuerdo.
No quepa la menor duda que ninguna enfermedad es perpetua. La eterna costumbre del ERAL de permanecer en guerra, se desbocaba en decadencia con la vergüenza de morir el cuerpo sin contarle al cerebro. La ideología se esparció accidental de sus bolsillos rotos, quedando la avaricia de los mandos obrando como sentencias independientes. Cada dedo de la mano, disgustado con el cerebro, pensando por sí solo. Así lo evidenciaban las bajas, las deserciones y las muertes, rescatando entre las frescas muertes que a los ojos de la vida no dejan de ser iguales, la muerte suprema del máximo dirigente guerrillero Sadúl Vargas; el pilar invertido del poder en el falso mando y la indignidad humana. Cruentas muertes a través de la historia, sirvieron de apetito voraz a sus sucios propósitos en medio de la deslealtad y lo inhumano. Fue la cordura cruel de su comportamiento cotidiano y su tono demagógico y delirante, lo que lo mantuvo en el poder.
«La verdad no necesita lengua para hablar». Debió de estar escrito en alguna parte de la sabia vida. Al ERAL, sus hazañas lo acusaban, su poderío enfermaba. Y la muerte del comandante Sadúl Vargas no era más que el ocaso de un adulto mayor, que perdió la conciencia de tanto sufrir con la incomprensión.
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