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Capítulo 43

Ante los sucesos noticiosos y como una agraciada ofrenda de penitentes, el drama que en algún momento fuera alimentado en secreto, tomaba su bocado de la generosidad de un pueblo hambriento por una paz ajusticiada, que se interesaba en ser parte de la solución al acoger la solicitud del mandatario. El primer milagro estaba en camino. Serafina Alvarado, ataba cabos desde la Dirección del Instituto de Bienestar Familiar donde fue entregado Macayo, que por la extraña forma del suceso, su intrigado sexto sentido le hizo suponer alguna relación con la noticia de último momento, en el instante mismo en que la voz maternal atrapada en su vientre sin estrenar y el torbellino de mariposas revoloteando en su estómago, la sugestionaran, para que sin trepidar le manifestara su inquietud a la fiscalía.

Fue así, que, asediado por la fiscalía, los medios, las pruebas de ADN y las hipótesis, el pequeño Macayo de casi tres años mal contados no tenía forma de burlar la suerte. Ni siquiera se percataba de lo que estaba pasando. No era imposible ruborizar al mundo cuando el rumor se expandía y sólo cicatrizaría con el final. Únicamente los resultados de los exámenes de ADN en un lapso de tiempo prudencial y acosado, permitirían saber si el pequeño Macayo, al cuidado de un organismo oficial, era efectivamente el hijo de Lucía Cadenas, la prestigiosa congresista que permanecía como prisionera del ERAL, y de quien el mundo desconocía todo de su nueva vida. De aquellas perversiones ocultas a la luz del sol.

En otra breve y elocuente intervención, aclaró el mandatario colombiano: «El menor que se cree podría ser Santiago, el hijo de la senadora Lucía, habría sido entregado días atrás con el nombre de Macayo, en la Dirección del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, en la ciudad de Bogotá, por una mujer desconocida de quien la justicia no tiene más indicios que la información suministrada en su momento, con procedencia de San José del Guaviare, la capital del departamento selvático del Guaviare en donde se cree que está recluida su madre».

El mandatario fue prudente al no revelar el nombre de la mujer, y de que pudo haber existido un hijo más, según le fue informado. El secreto de Lucía iba cauce abajo.

Las precarias condiciones de salud visibles en su delicado cuerpo, obligaron al Instituto de Bienestar Familiar, por solicitud de la fiscalía, a una nueva hospitalización del infante; la custodia estaría a cargo de uno de los mejores hospitales de la ciudad, donde simultáneamente, le serían practicadas las pruebas de ADN a fin de contrastarlas con las de sus posibles familiares.

El Fiscal General de la nación, Evaristo Manceo, con la batuta del asunto en sus manos se pronunció sin titubeos en una rueda de prensa convocada por la misma entidad pública.

—Las pruebas realizadas permitirán confirmar o desvirtuar la hipótesis de la maternidad de la congresista Lucía Cadenas sobre el niño —aclaró el Fiscal en medio del discurso.

—¿A qué tipo de pruebas hace referencia? —preguntó afanosamente uno de los periodistas.

—En efecto, a las pruebas técnicas y científicas obtenidas a partir de las pruebas de ADN, que les serán practicadas a sus familiares en los próximos días.

—¿Cuál sería la posición de la fiscalía y del gobierno, ante una supuesta verdad de que Macayo, sea el hijo de la congresista Lucía? —Cuestionó otra periodista.

—Es claro que la fiscalía —expuso Evaristo Manceo—, no pretende juzgar sin las debidas pruebas, que como ustedes bien lo saben, sería un acto irresponsable hacer cuestionamientos con base a supuestas hipótesis, que no son más que afirmaciones con probabilidad de verdad. Aún nada está dicho y la fiscalía considera que es preferible como necesario, esperar con paciencia los resultados, siendo sí, prudentes en el manejo de la información.

El Fiscal hizo un llamado a la cordura periodística, que entre pensamientos e intenciones pecaminosas, el daño ocasionado sería un efervescente a la opinión pública, sin sopesar las consecuencias, que sin dudarlo, no serían pataletas inofensivas de infante rebelde. A la espera de la faena genética, Colombia, como torero tras el burladero, asediada por un universo humano confuso y a la expectativa, sintió la apabullante presión de países involucrados en el proceso que reclamaban su participación científica en el tema. El mandatario colombiano accedió a tan noble petición ante el enfado y la consternación de una nación entera, donde el conocimiento colombiano rendía tributo a la portentosa tecnología de otras naciones. Una verdad que dolía, una pasión energúmena rindiendo cuentas, una boca aprendiendo a sonreír con la sonrisa de otro. Un país humilde y complacido que hubiera querido dar solución a todas las provocaciones.

Desarmada la boca injuriosa la ciencia agradaba con su lealtad, y Colombia, humildemente, estaba dispuesta a recibir lo que ya suponía. La noticia alardeó lo que el gobernante colombiano pronosticó conociendo a su oponente. La prueba genética practicada al pequeño Macayo para confirmar si se trataba de Santiago, hijo de la secuestrada Lucía Cadenas, con la tecnología y la credibilidad dispuesta en Colombia, arrojó un resultado positivo que, de inmediato, se dio a vuelo con sus alas de ondas invisibles a través de los consagrados medios de comunicación. En cada aletear la noticia se hizo omnipotente, vibrando entre las bocas donde hervían las palabras y las bocas mudas; fantaseando en los cerebros donde se reflexionaba con pudor y fastidiando en los cerebros donde se cocían controversias.

Los resultados de las pruebas, fueron sometidos a la revisión rigurosa en un consejo de seguridad desarrollado en la capital del país, con la participación del cuerpo experto en genética de Colombia y Estados Unidos, el Ministerio de la Salud, el Ministerio de Defensa y el alto mando militar colombiano. Ejecución requerida que proporcionaría a la voz, su esqueleto, sólo así, la evidencia haría posible el anuncio oficial en rueda de prensa por parte de la fiscalía. El día llegó, solemne y esmerado, con sinsabor para algunos, con triunfo para casi todos. Entre tanto, periodistas inquietos se dieron a la tarea de tipo investigativo logrando más de la cuenta, y sin esperar el crucial resultado. Motivados por las insinuaciones desafiantes que suplicaban la verdad, ahondaron en el oscuro pasado protagónico de Lucía que antecedía la tragedia de su hijo. No faltó quien desde el anonimato hiciera su aporte.

—La prueba genética —manifestó el Fiscal desde la casa de Nariño—, practicada a Santiago y a los supuestos familiares, entre los que se citaron a Leonor, la madre de Lucía Cadenas, y a Karen, su hermana, arrojaron un resultado positivo.

No hubo tiempo para más añadiduras luego de la palabra «positivo», para que una bandada de interrogantes polisémicos y mordaces, volando sin alas desde las bocas insaciables para surcar a través de los diferentes medios de comunicación, arremetiera sobre el inmolado tema de interés. El escenario estaba colmado de enemigos intelectuales que ostentaban palabras como armas. Pero aquel día, solo fluyeron preguntas necias.

—¿Eso significa, que Santiago está aparentado con Lucía Cadenas? —fue la primera pregunta necia que se hizo.

—Dedúzcalo usted mismo —respondió puntual el fiscal Evaristo Manceo.

—¿Es confiable el resultado? —fue la segunda pregunta necia y además insulsa.

—En una anterior rueda de prensa —aclaró el Fiscal—, se habló respecto al personal científico experto en el tema, la tecnología, las pruebas por realizar y en su orden, la credibilidad del proceso. No veo conveniente explicar o cuestionar de nuevo esta parte.

—¿Qué pasará con Santiago? —Fue la tercera pregunta cáustica y visionaria.

—Permanecerá bajo custodia de las autoridades en Bogotá. ¿Hasta cuándo? Depende de las mismas autoridades competentes responsables del asunto.

—¿Qué piensa la fiscalía sobre la concepción de Santiago? —fue la cuarta pregunta necia, cáustica e insípida.

—No estamos acá para debatir sobre el tema que particularmente le interesa —expresó con disgusto el Fiscal, desaprobando la intencional pregunta—. Personalmente, no creo que la congresista estuviera de vacaciones, y menos, que hubiera ido a enamorar al enemigo.

—¿Se presume entonces que haya sido violada? —fue la quinta pregunta necia, cáustica, insípida, azarosa y cubierta de insinuación injuriosa por parte del periodista, que el Fiscal la desaprobó con un gesto tosco y condenatorio.

—No más preguntas —dijo. Pero antes de que se ausentara, una desnaturalizada y sardónica pregunta se alcanzó a escuchar de uno de los reporteros, que todos quedaron consternados: «¿Qué tan cierto es que no fue el único hijo, y un segundo hijo, el mellizo de Santiago, falleció?» Fue la sexta y fulminante pregunta necia, cáustica, insípida, azarosa, y...

El Fiscal lo determinó con mirada abrasiva, pero prefirió desviarla y callar.

Acosado ante la rueda de prensa que se había convertido en un interrogatorio nada halagador, sin pudor y sumamente abusivo, consideró que era necesario un final perentorio. Sabiamente, el representante de la fiscalía daba la retirada. Para el gobierno el acontecimiento importante estaba dado en confirmar una hipótesis positiva. Un minuto luego, fue demasiado, para que el mundo entero se enterara de lo expresado en el acto informativo convocado por la fiscalía.

Ante una noticia alentadora, otra de mayor calibre y en sentido contrario se fortalecía. Lucía, enterada en el campamento por su amiga Carmen a través de las noticias televisivas, no tuvo tiempo para celebrar con una sonrisa el hallazgo físico de su hijo ante la benevolencia científica y la sana actitud de Serafina Alvarado. El problema estaba en su cuerpo; extraños síntomas arrojaron una lista de probabilidades entre los rehenes con vocaciones médicas y con el apoyo de la enfermera experimentada con la autoformación y algunos rezos, pero cuando la severidad dejó al descubierto el color amarillento de los ojos y de la piel, fue necesaria la presencia de Manolo Medina, quien viajó apresuradamente desde el Caquetá como una bala de fusil programada y sin caída, ante la solicitud inmediata del comandante Sadúl Vargas, para que en su vasta experiencia, diagnosticara la enfermedad de Lucía y de algunos otros rehenes, antes de que se convirtiera en una pandemia arrasando cuerpos a su paso.

Tenía miedo que lo salpicara. El casi médico, o mejor dicho, el tegua Manolo Medina, llegó con el empaque asustador de un telegrama urgente y de inmediato se dio a la tarea. Tras la revisión a Lucía y a varios de los rehenes enfermos, medicó lo que miserablemente era posible; recomendó la práctica de medidas higiénicas en general y especialmente en la enfermería; les dio algunas sugerencias para la ingestión de alimentos que debían ser tenidas en cuenta... Algo sano y bien intencionado pero imprevisible para ser verdad, y como última alternativa para el alivio a cambio de medicinas específicas que no habían, les dio bendiciones entre susurros, porque definitivamente, el diablo es puerco. Luego, reportó el parte médico ante el máximo dirigente del ERAL.

—¿Qué opinas, Manolo? —preguntó el comandante Sadúl.

—Por los síntomas presentados en Lucía —explicaba—, en especial por la ictericia que es la coloración amarillenta de la piel, todo indica que se trata de hepatitis. Aunque para un diagnóstico acertado, mi comandante, se hace necesario practicarle algunos exámenes de sangre y biopsia, requeridos para determinar la gravedad de la enfermedad y el tipo... en caso de que fuera hepatitis. Cosa que acá es imposible de realizar. Ya la hemos vivido en otros pacientes en varios campamentos y no es una enfermedad fácil; con decirle que requiere obligatoriamente de meses para un adecuado tratamiento. El último de los infectados, el soldado Veloy, falleció hace días en el Caquetá por la falta de medicación. Es por lo que se hace importante conocer si se está en el período de transmisión. Haider y Narciso, es probable que también la estén padeciendo así no tengan todos los síntomas. Mi recomendación es simple, comandante Sadúl —prestó atención saboreando un puro apagado entre las manos—. Sabiendo de las intenciones del acuerdo humanitario que se tiene en proceso y ante esta situación médica, considero que es una sana forma de evadir responsabilidades. Una decisión que con seguridad le sumará puntos a su autoridad y ayudará a encubrir el bochornoso asunto del hijo de Lucía. —Sadúl Vargas quedó pensativo ante la insinuación de Manolo.

De tratarse de la enfermedad de la hepatitis, cualquiera que fuera el tipo, el hígado es una entraña carnosa y explosiva con efectos contrarios a un arma de combate que, probablemente no explote, pero si deja de funcionar, el daño es letal y hará volar el alma. Al menos, las prácticas médicas realizadas con los enfermos y heridos en combate, fueran rehenes o subversivos, para las ambiciosas pretensiones de Manolo parecieron cultivos propicios semejantes a los ratones de laboratorio, que le habían despertado el sentido de la lógica haciéndolo un poco más inteligente y listo. La noche fue eterna y tediosa. A la mañana siguiente, Lucía amaneció en la enfermería con un montón de ideas arrumadas en su cerebro como un colgajo de frutas rancias que no la dejaban pensar con claridad.

—Aguanta Lucía —le platicó Carmen con palabras de aliento, mientras acariciaba su cabello en un tipo de relación que no presentaba riesgo de contacto—. Debes ser fuerte, ahora que hay un motivo para serlo. Aférrate a él. Y aférrate nuevamente a Dios, porque la recuperación de tu hijo es un milagro, así no lo veas de ese modo. ¿Quién más en la espina dorsal del tiempo, sabría cuál era la vértebra que te faltaba para hacerla llegar hacia tu madre, y que probablemente sea el pasaporte de tu libertad? Es sólo una decisión divina. No hay otra explicación, amiga.

Lucía, que se lamentaba contraída por el dolor, alcanzó a comprender la sana intención argumentativa de su entrañable amiga. Suspiró tan profundo como pudo conteniendo las ganas de maldecir el sufrimiento, en un intento por respirar algo de fe que la ayudara a sobrevivir ahora que existía un motivo. Y como en todo lo que es susceptible de irrumpir, en el ERAL también había hendiduras por donde se escapaba hasta el más mínimo aliento. La noticia de la probable enfermedad crítica de la senadora Lucía, fue conocida a través de los medios amplificando el impacto, al señalar que se trataba de una terrible pandemia con innumerables rehenes y guerrilleros enfermos en las zonas selváticas del país.

Ante los sucesos inesperados, el ejército, bajo las órdenes del Ministerio de la Defensa, decidió oficialmente formular un tiempo de receso en la tarea de combatir a los grupos armados con un cese de hostilidades, mientras el gobierno concebía los preparativos para una respuesta efectiva e inmediata con organismos de ayuda internacional, entre ellos: la cruz roja, conciliadores europeos y demás asesores de paz. La decisión como las intenciones fueron sanamente difundidas por los medios. Con la llaga abierta revelando las intimidades anatómicas de la esperanza, la posibilidad soñada de un acuerdo humanitario para una liberación global de todos los secuestrados, era desestimada por el ERAL con su actuación, pero la necesidad de libertad con el continuo y agresivo bombardeo de la solicitud de gentes, pueblos y naciones, pretendía hacer estragos en la inconsciencia de los rebeldes terroristas, interviniendo por todos los secuestrados y proclamando por aquellos sumidos en situaciones críticas de salud con altos índices de riesgo, como la que rondaba en la integridad de Lucía Cadenas, que sumado a la alarmante noticia sobre la aparición de su hijo, era una causa justa para acceder al obsequio de su liberación. Un premio ganado cuando la perspectiva del enemigo era condenarla por una culpa ajena con fines más que políticos. Culpa que trajo consigo el tributo de un hijo como parte de la deuda cualquiera que fuera.

Solamente un cerebro pervertido y obsesivo con el dolor ajeno, haría fiesta para satisfacer la morbosidad de un bárbaro. El ERAL, como una enfermedad que se fortaleció en años, era de quien había que salvarse, no de la muerte. Un árbol con demasiadas ramas y plagado de líquenes invasores en su corteza que, por los síntomas padecidos, suponía una forma de infección necrosante, afectando parte del tronco y parte de las ramas, cuando algunas casi secas, difícilmente respiraban con el tejido casi muerto.

Desde su palco, el ERAL se negaba a las exigencias hechas por el gobierno nacional para dar a entender que su poderío permanecía. La salud de los rehenes era importante, pero jamás, era prioritaria. Del otro lado, era un deber del pueblo arremeter con furia en una sola voz para hacerlos entrar en razón, cosa que no ocurriría así el propio Jesús en persona lo solicitara; nada alteraría los intereses tendenciosos del movimiento revolucionario.

Entre oraciones, convalecencias y recaídas, Lucía continuaba su viacrucis; estuvo demasiado cerca de precipitarse a uno de los dos destinos: la muerte, o la locura, que es otra especie de muerte cuando el sarcófago habita en el cerebro. La enfermedad en esta ocasión, difería de alifafes o de infecciones antes contraídas y toleradas. Era nada menos que la «hepatitis C», la enfermedad viral de la que dudosamente sospechaba Manolo, y que confirmó al enterarse de los nuevos síntomas adicionales de hinchazón abdominal y heces de color arcilla... La nueva enfermedad y la historia de Santiago, ya era un serio panorama de controversias que exigía una solución.

La lentitud del proceso del acuerdo humanitario se hizo cada vez más lenta... A la cúspide de su sometimiento, el espectro de demonio que quería llevarla a la fosa no parecía tener afán. Todos los padecimientos estaban en la memoria del tiempo... Los cuerpos de los rehenes enfermos aparentaban empeorar nutriéndose con el color de la infamia, en tanto que las pocas fuerzas, se hacían cada vez más débiles; cada entraña de cada enfermo entraba en huelga somática, cuando no poseía el aliento para seguir luchando. La intención de vivir, se insinuaba como una manifestación peligrosa. Pero una luz de esperanza entre la disidencia y la terquedad, parecía fluir, precisamente allí, en el seno del enemigo, donde los asesores de paz y demás personalidades del alto gobierno colombiano y extranjero, militaron en la mesa de negociaciones sin lograr nada a cambio.

Fue el mandatario de Cuba, cuestionado sin pundonor y a ciencia incierta sobre el don de la emancipación en un proceso de años de hostilidad y desacuerdos, quien participó como mediador tras la solicitud de algunos mandatarios interesados en el desenlace, especialmente del gobernante de España... La voluntad política estaba expresa en los términos de la necesidad de libertad para aquellos rehenes que corrían la suerte del adiós perpetuo. Los demás debían de esperar su turno. El acuerdo humanitario revivía y la logística tomaba ritmo y rumbo hacia el departamento de Guaviare en territorio colombiano.

La política compleja del acuerdo exigía un encuentro entre las partes interesadas con testigos y veeduría internacional; solo así, sería posible instalar un compromiso ineludible donde imperara el diálogo y el respeto entre antagonistas. Una confederación que se mostraba como una enorme cavidad bucal a través de la cual se ingerirían peticiones razonables y no razonables, y todo, por el supuesto camino hacia una paz momentánea y parcializada. Una paz de días... fatigada entre la inmensidad de un conflicto de décadas. Algo de algo para simbolizar el desmonte parcializado de un secuestro. La ubicación de un sitio especial para el encuentro de las partes, fue acordada previamente bajo la prohibición del porte de armas y la garantía expresa del respeto a través de entidades internacionales. El municipio de Miraflores de San José del Guaviare fue dispuesto para la recepción con el aroma penetrante de la gran llanura amazónica. Sobre la mesa, el gobierno colombiano participante del proceso bajo la coordinación de la senadora Nairobi, expresó su firme intención de liberar un selecto grupo de guerrilleros arrestados según las pretensiones del movimiento revolucionario, siempre que fuera consecuente con la cantidad de rehenes que obtuvieran el beneficio de la libertad. La parte adversa, igual propuso y expuso sus condiciones. Era la voz de Sadúl en las bocas de sus voceros. Por lo visto, la sugerencia del tegua Manolo, fue tenida en cuenta. Tras las peticiones sobre la mesa, las partes se vieron envueltas en una encrucijada que parecía no tener salida. Después de horas de avance, reveses, sudores, indigestión, malos entendidos, treguas, voluntad, tolerancia y consentimientos de parte y parte, el ERAL concluyó su último pronunciamiento:

—Solamente serán liberados la doctora Lucía y tres militares que se encuentran en delicado estado de salud. Ocho guerrilleros a cambio serán suficientes... No habrá más ofertas.

Fue la última palabra del comandante Alejo Sonegal, delegado por el comandante general Sadúl Vargas, como líder de los negociadores participantes por parte del ERAL. Un octágono de guerrilleros combatientes de la libertad y amantes del conflicto, sopesados en una relación matemática de dos por uno; ocho amantes de la revolución armada a cambio de cuatro servidores públicos. Era el canje del chantaje ante las necesidades inmediatas; así lo percibieron los veedores internacionales. Por su parte, el equipo negociador del gobierno tuvo un espacio a solas para reflexionar sobre la propuesta final. La senadora Nairobi, quien había sido la más porfiada en la igualdad de condiciones, se mostró insatisfecha al juzgar la transacción, pero realista al aceptar que estaban entre la espada y la pared dadas las circunstancias de salud, a merced de una negociación con pretensiones desequilibradas. Además, secretamente, en el fondo de su ego, ansiaba con toda la fuerza del alma y del corazón, unidos en un solo poder, recuperar a su más preciada amiga.

—Quienes tienen la sartén por el mango —dijo a sus compañeros—, se creen con todo el derecho para establecer las condiciones. No podemos ser ciegos ante la actitud inhumana del enemigo, que hoy por hoy, nuevamente queda al descubierto sobre la mesa, y ante este tipo de actitud, no hay más que aventurarse ante la necesidad —culminó desconcertada.

El senador Clímaco debió sentir en la garganta la molestia de los testículos por dos situaciones: la posible libertad de la senadora Lucía, y para su mortificación machista, la participación de una mujer liderando por parte del Estado, el proceso del acuerdo humanitario como un adelanto al proceso de paz, tal cual lo formuló su enemiga política aquel día en el congreso... Y para colmo de males, tenía que tratarse de la senadora Nairobi. Una sana decisión tomada por el mandatario colombiano que, para el cerebro de Clímaco, representaba lo contrario. Al parecer, el protagonismo de él y sus copartidarios, iba en declive.

Luego de la deliberación de la propuesta final, el gobierno accede a las peticiones expresas lideradas por el comandante Alejo, quien fanfarroneó sentirse presionado ante las circunstancias críticas de salud manifiestas en los rehenes beneficiados por el proceso. «No podemos negar —declaró la senadora Nairobi a los rebeldes—, que un sorbo amargo del conflicto nos sugestionó ante la intransigencia mostrada, pero a la vez, es un triunfo saber que la irracionalidad se vuelve sensata». El comandante Alejo Sonegal, fastidió con una sonrisa irónica que actuó de velo para esconder la falsedad de un dolor compartido, en tanto que la senadora perfeccionó en un pensamiento mudo, el comentario que se había quedado a la mitad: «...así tal sensatez al día siguiente, sea una nueva intransigencia dentro del proceso de negociación para el acuerdo humanitario». Una cruda realidad que no podía ser obviada.

En el campamento del ERAL la noticia del acuerdo se supo al momento, que todos los secuestrados y parte de los subversivos, entre los que se contaba a Thomás, celebraron con júbilo. Yanida debió sentir una gratitud espectral desde su mundo. De haber estado vivo el mandante Blenson, juraría que aquellos guerrilleros, ya eran sus enemigos. Lucía Cadenas, el policía Haider y los militares Narciso y Justiniano, fueron los nombres de los afortunados en el intercambio dados a conocer por el comandante Alejo Sonegal. La causa para la elección fue el deprimente estado de salud, siendo el orden correcto, quien más cerca estuviera de la muerte. La discapacidad en Jacinto provocada por ellos mismos, no fue un argumento de peso para su liberación. Le tocaría quien sabe por cuánto tiempo más, cojear la danza de la desesperación y hacerse el valiente.

Por el regocijo de un triunfo a medias, solamente quedaba rendirle tributo a la intención, y pedirle a la insensata y desconsiderada muerte que no los atormentara más, que se apartara de donde el alma se agitaba y esperara, porque la senadora Lucía, no tenía tiempo para partir ahora.

La noche era prometedora y avanzaba ante el alborozo de los compañeros, en un muestreo de nostalgias, pesadumbres y esperanzas compartidas, codiciando en que prontamente, las negociaciones continuarían sin más tropiezos. Las celebraciones se prolongaron sin la menor intención de bajar los párpados, por la preocupación de que no pudieran encaramarlos de nuevo. La salvación estaba dada a las puertas del nuevo día. Carmen, era la más afectada con la partida de Lucía, del mismo modo en que fue la más beneficiada con su llegada. Pero no la dejaría marcharse sin antes despedirse. Esa misma noche, fue a visitarla a la enfermería donde reposaba en una de las habitaciones, todavía enferma, se incorporó por el sacramento del aliento que le propició la noticia ya recibida.

—Hola, Lucía. ¿Cómo te sientes?

—Hola, Carmen. Intento estar mejor así el cuerpo no quiera.

Era lógico el sentimiento, supuso Carmen, asintiendo con la cabeza lo dicho por su amiga. Tomó una silla y la acercó al lado de la cama para sentirla cerca.

—Ya falta poco... y estarás mejor de lo que puedas imaginar. Recuperando la familia y la libertad y tu antigua forma de vivir... el alivio será inmediato —Lucía suspiró trémula, y en su cuerpo, se podía leer la incredulidad de que todo trascendiera de esa forma.

—Te extrañaré, Carmen —declaró con tono melancólico.

—Ni lo sueñes, amiga —la contradijo con mesura—. Si me extrañas, extrañarás este lugar, extrañarás esta vida, extrañarás las fatalidades, y es precisamente lo que no debes hacer.

—No será fácil arrancarlo del cerebro —señaló—, porque desde que fui secuestrada, he aprendido a envidiar a los muertos. Y la envidia suele convertirse en obsesión. No sé si pueda borrarlo fácilmente.

—Es evidente que puedes —desmintió Carmen—, has padecido más tribulaciones que todos acá, y mírate, no han podido derrumbarte. recuerda, sólo basta un poco de polvo en aerosol para sepultarlo en el olvido. El regreso a casa y recuperar todo lo que se ha extraviado en el tiempo, bastará para ignorar que esta parte existió.

—Santiago, y... —canonizó el segundo nombre con un breve silencio—. Siempre estará presente para recordarlo. —Carmen hizo un gesto de desaprobación. Luego, no pudo evitar hacer la pregunta que no quería cuando el nombre de su hijo Lorenzo se quedó enredado en el postigo de los labios.

—¿Hubo otro hijo?

Lucía quedó perpleja; remiró el pasado en un segundo, y creyó haber actuado como una ilusa al pretender que nadie se daría cuenta, cuando durante el traumático acontecimiento, ya había testigos. Además, suele ocurrir que el silencio también tiene sus propios murmullos.

—Sí —expresó tímidamente—. Pero antes de que me cuestiones no quise contarlo para no hacer crecer el sufrimiento de la pérdida. Durante estos años de cautiverio el dolor ha evolucionado con tanta premura, que ya no sé qué cosa es... El hecho de habitar en la selva me ha llevado a pensar que es una enorme serpiente donde la cabeza y la cola están tan distantes, que ya no importa si se observan; solamente le interesa seguir martirizando cada parte del cuerpo y alimentarse de nuestros miedos. —Un leve suspiro bastó para reanudar el tema que a su amiga Carmen le interesaba—. Fueron mellizos, pero Lorenzo... a quien llamé así en medio del tormento al acordarme de papá, ya venía con el alma desgarrada... era... muy débil, y... no quisiera recordarlo así —sollozó regresando en el tiempo—. ¿Sabías que Lorenzo fue un mártir? Según, mamá, el nombre significa «Coronado de Laureles». Lo contó después de que murió papá. Y ahora... mi hijo... Pensé que era mejor sepultarlo en el olvido. Con su muerte, comprendí lo que era la pérdida por más que fuera un producto de la violencia. Pero cuando me quitaron a Santiago... fue una segunda pérdida difícil de soportar que te hace perder el sentido real de lo que significa la muerte cuando sabes que está vivo. Una culpa más para cargar.

—Deberás aprender a vivir sin la sensación de culpa porque estarías convirtiendo a Santiago y a Lorenzo en tu suplicio. Algo que jamás debes hacer. No puedes acusarlos ni acusarte de lo que no son ni eres responsable. En verdad, amiga... ¿Crees que todo lo que ha ocurrido es tu culpa? —reprendió Carmen con una pregunta insensata conociendo la respuesta.

—No. Claro que no —manifestó sensatamente Lucía.

—Sonará estúpido y seré una hipócrita por lo que te diga —sentenció Carmen—, pero... debes animarte, o por lo menos intentarlo. No será fácil después de lo vivido... una trágica novela que te atormentará el resto de la existencia le das cabida al recuperar la libertad. Debes inventarte otra vida, Lucía. Reivindicarte con Dios. Recuperar la fe que será tu báculo y te hará bastante falta.

Un breve silencio las observó mirarse.

—Tal vez tengas razón en todo... como siempre. Eres sabia, amiga. Y eso sí, tendré que agradecerlo algún día, ya sabes a quien... —Carmen sonrió, al olfatear un anacrónico aroma de fe queriendo resucitar—. Gracias por venir a despedirte. Quiero obsequiarte algo.

Lucía se quitó el medallón para dárselo.

—¿Qué haces? —cuestionó la actitud benevolente de su amiga.

—!Tómalo! —Lucía extendió suavemente su mano derecha que lo empuñó una última vez en señal de agradecimiento, para luego, abrir los pétalos raídos de sus dedos y descubrir su magia.

—!No puedo aceptarlo! Es un recuerdo de tu madre —Carmen intentó rechazarlo sin dejar de sentirse atraída por el obsequio.

—Ya tendré el placer de verla y estará orgullosa de que tú lo portes —insistió con sensatez, sin que la mano de su amiga se atreviera todavía—. ¡Tómalo! Es tuyo.

Carmen suspiró sin errar al observar la imagen de Santa Lucía, y luego observó a Lucía, su amiga. Dos mujeres nobles que parecían suplicantes. Sintió que negarse a poseerlo era un insulto. Por un momento se sintió envuelta en un manto de conversión espiritual; sin modestia alguna, presumió que lo merecía. Extendió su mano derecha con timidez, y los dedos, también como pétalos raídos se fueron abriendo uno a uno para descubrir el capullo de su palma. Recibió el medallón con la cadena y lo acarició con un par de lágrimas antes de exhibirlo en el ábaco de su cuello.

—Gracias amiga —retribuyó con una sonrisa aireada de nostalgia—. Te recibí y ahora te despido. Un nuevo suceso para el diario... Ya se le están acabando las hojas limpias.

—Antes de que se agoten las páginas en blanco, ya estarás libre —aseguró, Lucía.

—¿Y cómo es que una mujer de poca fe, cree saberlo?

—¿Te parecería tonto si te digo que es por la acción de mi séptimo sentido?

Lucía retornó al pasado sacudiendo el polvo del olvido. Por más que estuviera delicada de salud, la emoción de sentir el aleteo de la libertad hizo el efecto, recordando lo que su amiga Nairobi le dijo cuando intentaba interceder por el diputado Vaticino. Precisamente, aquel día antes del secuestro.

—Si tú lo dices... me bastará para darme aliento —respondió.

—La verdad, que lo aprendí de Nairobi. Me da gusto saber que participó en el proceso de negociación para el acuerdo humanitario. Lo hizo bien. Imagino que la decisión presidencial generó discrepancias en el Congreso. Ya sabes a quienes...

Era obvio a quienes se refería.

—Tu compañera en el senado, y ahora... tu ángel de la guarda. Nada ocurre por accidente, amiga —manifestó Carmen.

—Al parecer... ya tengo dos —concluyó, insinuando con la mirada que ella era su otro ángel.

—Es curioso —añadió—, ahora que lo pienso, he criticado a Dios y a la Santa Trinidad, y es precisamente una terna terrenal, la que está resucitando mi vida: mi amiga Nairobi, Serafina Alvarado y tú, Carmen.

—Ya ves —opinó—, los pensamientos son la causa de todo. Fuiste quien nos invocaste entre tus lamentos. Me alegro formar parte de esa terna.

—Por cierto, ahora tú serás mi ángel terrenal cuando estés libre. Así lo he decido. —Carmen abrió su diario y extrajo una carta de varias hojas que le entregó a Lucía—. Quiero que me hagas un inmenso favor. Es una modesta carta para mi hermana. Pasé la tarde escribiéndola y repitiendo algunos párrafos. Quería contarle algo breve, pero tan pronto comencé a escribir... no quería parar. Sé que estará muy feliz de recibirla.

—De seguro que sí. Tan pronto llegue la buscaré.

—No es cosa para afanarte. Debes atender primero tus asuntos: tu madre, tu hermana, tu hijo y tu salud. Al final de la carta está el número del teléfono para que la contactes.

—Lo haré. No te preocupes. Estará entre las cinco cosas prioritarias que deba atender. Lo prometo —dijo con un leve gesto de agrado. Era hora de devolverle algún favor.

—Gracias, amiga. Yo sí que te extrañaré. Pero estaré feliz porque estarás a salvo. Ajena de esta inmundicia.

Carmen se le acercó y le dio un abrazo descomunal que tenía el brío de muchos abrazos reprimidos; reposó su cuerpo sobre el de ella para impregnarla de su aliento y darle a entender que la separación era tan solo física.

Debo regresar antes que vengan a buscarme —dijo—. Por cierto, todos te mandan saludos, en especial el padre Élfar. ¡Ah! Casi lo olvido. Aunque indeciso, te mandó esto —abrió la agenda que siempre llevaba consigo como si fuera su amuleto personal y sacó una hoja doblada a la mitad que le entregó—. Me pidió que, si era necesario, te suplicara para que la recibieras. También dijo que no dejará de orar hasta que tenga la certeza de que estás bien, y... que hubiera querido venir, pero que ya conocía tu reacción.

—Dile... dile que gracias —respondió cohibida, pero igual, agradecida.

—Intenta descansar que mañana será otro día —Carmen se retiró embadurnada de nostalgia; en el umbral de la puerta giró su cuerpo para sacudir las últimas palabras.

—Recuerdo ahora lo que te susurré tantas veces al oído... aquel día que la leishmaniasis te martirizaba: «la voluntad de vivir es más fuerte que la muerte. La voluntad de Dios es que vuelvas a casa al lado de los tuyos». Una profética frase que por fin le hará reverencia a la esperanza. Te sugiero que comiences desde ahora a respirar el anhelado aroma de la libertad.

—Espera Carmen...

Antes de que su amiga finalmente se retirara, Lucía le suplicó que la dejara hacer una reflexión en su agenda sobre lo vivido, y que se la retornaría antes de marcharse, con la excusa de no atreverse a conciliar el sueño por el temor a quedarse dormida y que al despertar la realidad fuera otra. Ya tendría tiempo suficiente para reparar el historial de insomnios y uno más, no sería problema. Luego de acceder plácidamente, Carmen se marchó con un sentimiento adverso reflejado en el rostro. Estuvo a punto de contarle sobre su amante y el triste final acordado de una novela rara, pero se abstuvo para no atormentarla con ese tema. Si su amiga era curiosa, se enteraría al leerlo en el diario.

Afuera de la enfermería la estaba esperando una partisana para conducirla a la prisión. No se equivocó... fueron a buscarla. Llevaba el alma sensible que, luego de unos pasos, no pudo evitar desfogarse en llanto. Aquella, le ofreció su pecho con entrañable ternura para que se sintiera protegida así no fuera más que una utopía, un obsequio momentáneo que se sintió incapaz de rechazar.

Antes de seguir el consejo de su amiga sobre respirar la libertad, la inquisitiva curiosidad que todavía habitaba en su mundo psicológico, la impulsó a leer lo que estaba escrito por más indignada que estuviera con el sacerdote. Desdobló la hoja y las palabras parecieron volar como diminutos duendes en una noche mágica...

«En algún momento de nuestras vidas, bajo el sometimiento que no compartimos, nos sentimos u obramos como malhechores por la ley de la subsistencia. Sin embargo, por la terquedad de sentirnos protegidos por alguien o por algo, se alberga en nuestra fe el deseo y la esperanza de recobrar una vida extraviada... de volver a compartir con los seres amados, y esto provoca que, en momentos de desesperación, nos toque llevar por dentro el uniforme del malo para confrontar a los buenos, haciéndoles saber que somos uno de ellos. Recuerda que debajo de mi vestimenta espiritual, sigo siendo humano. Espero que lo comprendas y alcances a perdonarme. Desde hoy, rogaré por ti, no tanto para que disfrutes de la libertad física que se avecina, sino, para que tengas el coraje de ser la precursora de tu propio cielo. Ten la certeza que, si Dios, quiso este nuevo momento para tu vida, es porque no es lo único que te tiene reservado. Tu hijo Santiago es la prueba fehaciente de lo que digo».

No tenía firma, pero ya sabía de quien era. Posiblemente lo hizo adrede previendo cualquier extravío o lectura por quienes no debían. Lucía desahogó un respiro atrancado de tiempo atrás, dobló nuevamente la carta y la guardó entre sus cosas. Centró luego el interés en el diario de su amiga, al abrirlo, ya los pensamientos estaban galopando en su cabeza. Lo escrito quedaría como testimonio de lo que vivió en sus cuatro largos años de cautiverio. Conociendo la insondable oscuridad que habitaba fuera del campamento en ese instante y que se asemejaba a la aterradora oscuridad que habitaba en su interior descolorido por las desgracias, reconoció que más allá de ellas, había una luz.

Quiso entonces saborear la luz en su interior al cerrar sus ojos, pero desearlo así nada más, no fue suficiente, cuando todavía estaba atrapada en la superficie de la oscuridad y en su inconsciente batallaban los demonios que fueron cultivados por el enemigo. Esa reflexión fue suficiente para iniciar el escrito:

«Los secuestrados estamos inmersos en el vientre de una guerra nacida de la ambición que, en algún momento de la historia, fue motivada por las necesidades del más débil para cambiarle el rostro a la agonía, pero al abrir los ojos y darse cuenta de que la miseria no podía patrocinarla, le volvió la espalda persistiendo en sus intenciones iniciales, pero cambiando de beneficiarios. El grave problema de los secuestrados es que tenemos dueños, que nos hacen actuar como bombas de tiempo pasivas con el rigor de hacer estragos cuando el cerebro no lo soporta más, luego de ser circuncidado por el filo de la guerra psicológica de que somos víctimas conviviendo entre alacranes ponzoñosos e ignorantes, patrocinados por los intereses de unos cuantos cínicos envestidos de honorabilidad política que no consideran suficiente los privilegios del Estado, y que ocultan sus perversiones tras un simulado, benéfico y productivo proceso de paz, asemejado a la hostia para avivar las esperanzas de un pueblo que se siente sometido dos veces al tiempo, asqueado por las acciones de los políticos corruptos y los insurrectos. Y el tiempo que dure ese tormentoso proceso de paz bordado a punta de retazos, no son más que las contracciones del parto que conducen al nacimiento de una libertad atrofiada».

Sonrió complacida, y acomodó mejor el cuerpo lastimado sobre la cama, pero sin la firme intención de conciliar el sueño. ¿Cuál sueño? La mortaja del secuestro atrapada en su cerebro, no la dejaba tener vida. ¿Cuál vida? ¿Acaso existía otra delante de su humanidad? Con el dolor, Lucía las vivió todas, sin dejar alguna para después. Ahora le tocaría inventarla.

Estaban a punto de despertar de la horrenda pesadilla, la que por años se adueñó de sus vidas y los hizo miserables; aquel espectro que manipuló hasta sus necesidades y los dejó agonizando con la esperanza de morir sin dejar de existir. Sentir que estaban cerca del umbral de esa libertad cuestionada, de despojarse la piyama de la sumisión, de la posibilidad de olvidar los fantasmas nocturnos de la selva con los que aprendieron a convivir y de pasar las fronteras hacia un mundo olvidado que ahora era más ajeno que su propia prisión los atemorizaba haciéndoles creer que las posibilidades de recuperar la vida pasada, era igual otra alucinación, una nueva manifestación de vida opresora a la que había que temer como a la pesadilla misma del secuestro.

Superar el trauma sería tan fácil como santificar a todos los terroristas existentes. Cada nuevo amanecer será un atentado para recibir la luz del día, y cada pronóstico será una amenaza que les hará creer que permanecen privados de la libertad. Para una horrenda prisión forjada en su mundo interior que dejó escarificada el alma, no hay solución alguna que pueda remediarla. Les tocará aprender a vivir con ese demonio. ¿Hasta cuándo? La muerte lo dirá.

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