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Capítulo 41

Luego de un tiempo infructuoso los esfuerzos del gobierno colombiano parecían estar detenidos en el espacio sin forma, tanto como los esfuerzos de la organización: "No están solos"; creada por los familiares de los uniformados prisioneros de la guerrilla para contrarrestar los intereses de la insurgencia y el terrorismo, intercediendo por la vida, al expresar abiertamente sus súplicas y exigencias por todos los medios en una sola voz de solidaridad, con palabras terrenales y rezos en todas las presentaciones que, durante días, meses y años de tejido voluntarioso, parecían las cuentas ensartadas en el hilo del drama de un rosario interminable.

Las exigencias de la organización estaban orientadas a la libertad absoluta de los rehenes. En el primer renglón de la inmarcesible lista, estaba escrita la solicitud directa y sin escollos de la obtención de pruebas reales de los prisioneros en su poder que, lastimosamente, empezaban a sucumbir sin dueños, desprestigiados ante la crueldad y sin respuesta a su dolor. Pero fueron escuchados. Las pruebas de supervivencia enviadas por el ERAL de algunos privilegiados como la congresista Lucía Cadenas, y demás rehenes que compartían la misma mazmorra que servía de prisión en el campamento, llegaron en una extraña aparición a los medios de comunicación que, supuso, fue motivada luego que el policía Marlon Cevallos revelara el suceso a los periodistas. Era parte de la carga ansiada por la opinión pública, donde cada carta que representaba la primera prueba de supervivencia de sus firmantes, cicatrizaba el dolor, la esperanza y el alivio en una manifestación abstracta de la violencia. Pruebas de vida que revelaban desesperación y trasladaban imaginariamente a los familiares, a sus corazones dolidos para sentir un poco de ellos. Quienes no las recibieron, tan solo idearon lo peor.

En tanto que unos manifestaron estar bien de salud y aferrados a la vida ocultando una verdad amarga, otros menos soñadores expresaron tal cual, sin corazón, la denigrante condición en que se encontraban en las selvas colombianas, con jornadas de sacrificio como complemento a las tragedias de las prisiones, desafiando peligros en medio de padecimientos de salud y cruzando por laberintos enterrados en las profundidades de la jungla; finalizando la carta con una voz de aliento a su familia, y la esperanza de un feliz regreso extraviado en el tiempo.

La senadora Lucía, en una primera aparición, impresionó con las palabras desencarnadas y escritas con parte de su aliento en un manuscrito que olía a selva; parecían las sagradas condolencias talladas en un sufragio de angustia que, a merced del enemigo, languidecían con su vida:

«Perdona mamá, por todo lo que acá te expreso; créeme que lo pensé infinidad de veces antes de escribirlo, pero decidí contarte la verdad a acrecentar tu dolor con la mentira. Perdona si te sientes sola, cuando este eterno espacio no debiera existir en tu destino. Lloro a cada instante cuando te pienso sin evitar pensar que alguna culpa ronda por mis acciones. A veces quisiera imaginar rotundamente que es sólo una pesadilla, pero el tiempo y tu ausencia, certifican que me equivoco. Si antes dudaba de lo que pudiera ser capaz, hoy, desconozco el mundo en que habito y que me cierra las puertas; incluso, me desconozco a mí misma. El legado de rehén que la violencia me ha obsequiado y privado de tu amor, es una ardua lucha cada día y cada día es una batalla sin fin, así el día mismo tenga edad. No sé en qué me he convertido, ni en que te han convertido los amigos del crimen. Siento un dolor infinito contarte lo que estoy viviendo, si es que esto puede llamarse vida, pero deseo continuar luchando con la esperanza de regresar a casa y tenerte nuevamente conmigo; por eso, es que te pido toda la fortaleza que hay en tu corazón y tus canas para soportarlo, sabes que puedo sobrevivir a todo por verte de nuevo. He sido internada en las profundidades de la selva en medio de todas las privaciones, las calamidades, las fieras y las endemias más atroces. En esta guerra de nadie soy una víctima que anda con su equipaje para todas partes sin olvidar la ignominia de una cadena, un rincón olvidado, una hamaca y una jaula. La dotación que se nos da para sobrevivir también cuenta con una ración de hambre, una ausencia de medicinas y una escasez de esperanza. No es difícil imaginar que, acá, el mundo social no existe; al interior de la guerrilla, no hay amigos y al interior de los rehenes, son escasos; pese a esta dura realidad y a lo que he vivido, que sólo el Dios que nos ha olvidado lo conoce, he tenido la suerte de congraciarme con algunos en los dos bandos, demasiado poco diría, pero de algo ha servido para continuar de pie soportando la tragedia. De todas las adversidades y miedos provocados, hay uno que me atormenta más que el resto durante estos casi cuatro años de cautiverio, y que igual, su dolor es incomparable, por el que deseé morir y vi la vida pasar ante mis ojos angustiados como una oveja y una bestia sin saber interpretar su significado. Solamente el amor verdadero que papá y tú nos promulgaron a mí y a Karen, y que continuaste promoviendo y fortaleciendo durante toda una vida con la triste ausencia de papá, sirvió para aprender a valorar y conocerme un poco más. Lo que quiero decirte es, que me ha tocado compartir este dramático infierno con un hijo del que supe poco, porque el extraño drama de sentirlo mío pese a las dificultades que significó su nacimiento, es nada comparado con la pérdida. Lo llamé Santiago, y me fue hurtado por quienes me lo impusieron sin saber de él. El drama ahora es distinto y te confieso, mamá, que la sensación de perderlo, me ha hecho sentir tan miserable como cuando indignamente fue concebido. Sé que me comprendes por tu condición de madre y víctima, pero no imaginas los esfuerzos para pretender vivir cuando el deseo de morir es inevitable. Hoy, las fuerzas se me agotan como cada día, pero milagrosos recuerdos que casi mutan a espejismos y que tercamente conservo, las reviven de nuevo; de los dos, tú eres el milagro por el que vale la pena ignorar el sufrimiento, y el espíritu para no perder las ganas, es tu amor y tu presencia necesaria en cada pensamiento, con la ilusión de continuar mi propia lucha en el deseo incontenible de sobrevivir, porque acá, la vida tiene un significado distinto, simplemente, no es vida. Ruego que me esperes, porque sé que algún día regresaré a tu lado, solamente espero que ese día convertido en milagro, llegue pronto. No olvides regar los anturios que guardan el aliento de papá y te mantendrán viva. Acá, guardo un anturio raro y hermoso que encontré hace ya tiempo solitario entre los matorrales, y lo acicalo con lágrimas para mantener firme la fe de regresar a casa. Cada que lo observo, apago mis ojos y regreso a la tonada del tiempo cuando papá frecuentaba cuidar los anturios, para que algún día, como él solía decir, cuenten nuestras vidas y las eternicen. Espero que Política te haga compañía y no sea solo una carga más. Te amo desde el pasado, ayer, hoy, mañana y siempre».

Una segunda prueba con imágenes de vídeo, dolorosas e impactantes, la exhibía exánime, sentada en un taburete viejo y destartalado que amenazaba con tumbarla; nada parecido a la silla estilo thonet, donde tiempo atrás, mecía sus pensamientos desprovistos de amargura. Se veía subyugada por el enemigo y domada por la selva y sus atrocidades, tratada como un esperpento humano al que le quedaban pocos milímetros de cerebro para ser carcomido por la opresión; sus carnes, como piel barata y curtida, colgaban avergonzadas de la osamenta, menospreciando lo que algún día fue altivez, temple y entereza humana. El orgullo y la vanidad parecían dos fantasmas que jamás existieron; las marcas en la piel que alcanzaban a vislumbrarse, más que huellas de dolor, aparentaban ser vestigios irreconocibles de un busto heroico, pero con indicios de vida, que se rehusaba a ser anclado en una de las esquinas de algún parque, como un homenaje a las hazañas épicas que reclamaban el mérito. Una boca sin risa que daba la impresión de haber olvidado el manjar de las palabras, débilmente sostenía dos labios lacerados por la resequedad y el sufrimiento, que se les dificultaba pronunciar a Dios. El amparo, era una probabilidad que moría indigna en la boca antes de lastimar a nadie con su súplica. Su rostro ocultaba una belleza atrofiada en la imaginación. Aquella expresión estética y ansiada de pocas e imperceptibles líneas en un semblante fresco pocos años atrás, era un grafismo apagado, saturado de trazos en algunas partes. Las ojeras detectadas frente al espejo, aquél día antes de la sesión en el Congreso donde confrontó al senador Clímaco, habían evolucionado a dos severas bolsas de agua y miedo, que ni siquiera el encanto de varias capas de maquillaje las ocultaría, siendo obligatoria la cirugía estética. Las levísimas patas de gallo surgiendo al lado de los ojos, se convirtieron en grotescas garras de gallinazo que tenían mucho que ver con el entorno. Pero, para la expresividad del dolor y el sufrimiento exteriorizados en su cuerpo, resaltando las marcas de las picaduras de los alacranes humanos sobre las insignificantes mordeduras de los bichos ponzoñosos, para simbolizar un siglo comprimido en menos de cuatro décadas de vida, no habría cirugía estética ni de otro tipo que los aliviara, por más que las carnes, por la generosidad de una excelente terapia nutricional y los sanos hábitos alimenticios, mágicamente recuperaran su lozanía. Las huellas permanecerían allí, sepultadas y a la vista. La probabilidad de que la fe hiciera algo se extinguía, cuando era el escepticismo quien hacía latir con fuerza su corazón. El encanto de su cuerpo perdió la batalla del cuidado y la vanidad femenina, para doblegarse a un fuerte impacto psíquico y moral, amoldándose a las nuevas reglas de la subsistencia. El sólo verla, indicaba que no había espacio para el dolor, ni dolor que desesperara menos que la muerte dictando su sentencia cada penoso respirar.

Era apenas un cuerpo enfermo, atormentado por la crisis de vivir y la enfermedad de morir. Una heroína que no podía sentirse como tal, que miraba sin luz en sus ojos con el ansia de cruzar la frontera de la desesperación. Su maltratado cuerpo sabía con exactitud cuándo agonizaba y no parecía estar lejos de esta amarga sensación. Ni siquiera Dios era un intruso... Deslumbraba acartonada que hasta la piel olvidó su color original. La cabeza proyectaba una mirada rígida en dirección al suelo con las manos postradas sobre sus rodillas endebles, como si el valor y la fortaleza de la mujer pujante los hubiera incinerado el presente. Una cabellera reseca sobre sus hombros reveló la falta de hidratación por los efectos del maltrato y los lugares de vivencia. Y todo, gracias a los efectos del horror sobre el amor y la fe.

La fortaleza de Leonor se hizo añicos y amenazó con desfallecer ante las pruebas de supervivencia; un martirio para sus ojos y su corazón denunciado por su propia hija, luego de más de tres tortuosos años sobreviviendo. Su alma no dudó en transportarse hacia la dimensión de la pantalla para protegerla; sabía que la necesitaba, pero la angustiosa sensación de ser sólo una prueba documental, de no poderla sentir en carne y hueso así fuera deprimente su estado, de no recuperar su amor así el tiempo perdido no tuviera remedio provocó un fuerte movimiento telúrico que sacudió su corazón; luego de que la bradicardia y la taquicardia se conjugaran en un solo verbo, y el insensible sismo de la muerte pretendiendo cortar el último hálito de vida, le rasguñara la corteza del órgano más preciado. Los años y la depresión venían excavando desde tiempo atrás.

Karen, inventando fortaleza de donde no existía, compartió su pena al suavizar los efectos amargos de la noticia con el abrazo. Desde el deshonroso incidente ocurrido años atrás con la pérdida de su padre, difícilmente se había convertido en el soporte y equilibrio emocional de su madre hasta el día de su matrimonio. Sin su ayuda, los años y las arrugas habrían evolucionado hasta convertirse casi en condolencias.

Para Leonor, la idea de un «nieto», era como un sueño que siempre se tuvo, pero jamás deseado de los suburbios inhóspitos de la violencia. Imaginarlo en una proporción insignificante de menos de tres años de edad, acariciado por las fauces del demonio de la guerra y extraviado en un mundo para el que no existe, era otro episodio de dolor tan perverso y sucio como incomprensible.

Las glándulas lacrimales de poco más de sesenta y ocho años, la nueva edad de Leonor, pero de siglos de uso, estaban a punto de reventar. Todavía no iniciaba la década de los setenta años y ya la amedrantaba el fantasma de la séptima tribulación. Luego de las pruebas de supervivencia que hicieron más daño, Leonor habría querido detener el tiempo y sus acciones por el espacio que fuera necesario para mitigar el daño de la nueva tragedia.

Con la noticia esparcida por los medios perdiendo las entrañas a dentelladas cerebrales, una razón poderosa forjada en el conflicto, daba a luz un nuevo sentimiento de dolor que cegaba el juicio de una nación. Se trataba de la salud de los rehenes y los hijos como productos de la guerra. El caso de la senadora Lucía no era el único; en los territorios de dominio de la guerrilla, mujeres de la población civil, mujeres indígenas e insurgentes a lo largo del territorio colombiano, también sobrellevaron calvarios similares. Actos que quedaron en el anonimato de una muerte limpia, de un grito anestesiado, de una memoria olvidadiza o de una boca con lengua, pero muda.

El senador Clímaco compartía un almuerzo con Rufino, Aldemar, y otros nuevos militantes del partido político. El desgano que le produjo la noticia se transformó en un trauma fisiológico de movimientos anatómicos que le generó un daño colateral a su cerebro; un efecto insalubre que lo condujo aceleradamente a la zona sanitaria del restaurante. El drama de Lucía le había malogrado la sustancia del almuerzo.

Naciones dolidas con el escándalo, entre las que se citaban Inglaterra, España, Suiza, Estados Unidos, Alemania, y los países suramericanos manifestaron su dolor y el apoyo incondicional para activar el acuerdo humanitario, obligado por los incidentes de los últimos días narrados por el policía Marlon Ceballos. Lucía Cadenas y todos los demás rehenes debían regresar a donde pertenecían: sus hogares y sus familias. Una sana conclusión con razonamiento y sin tapujos. Naciones enteras lo reclamaban, haciéndose sentir la voz desde la cumbre del poder político entre los Estados miembros de las Naciones Unidas, que consideraba:

«No se puede permitir que, bajo la sombra del terrorismo, se cobije un pueblo inocente y se amamante la paz. No se trata de un grupo subversivo inocente y doméstico de acciones beligerantes y pecados comestibles, se trata de una guerrilla empresarial de acciones terroristas con pleno conocimiento de las tierras que pisa; especialistas en operaciones de guerra y en ocasionar daño sembrando pánico y dolor; con la fortaleza y habilidad para hacerse invisibles al auto disolverse, y reconstruirse en sitios distintos antes de que pueda ser arrasada por el Estado. Hemos aprendido a diferenciar las culpas, los errores y a identificar los delitos, pero no debemos olvidar que el infierno se presenta en todas sus formas: acciones beligerantes, atropellos, minas explosivas, terrorismo, narcotráfico, secuestros, violaciones, y sabrá Dios, en que nuevas y perversas manifestaciones se presente en un futuro incierto para todos. Ahora es Colombia, pero mañana, podrían ser los países hermanos y el mundo entero quienes lidien con esta epidemia; algunos ya lo están padeciendo».

La ponencia y el expositor fueron ovacionados, sin embargo, el bienestar teórico nunca es suficiente para sentir alivio. El cuerpo del delito permanecía ileso, ni siquiera experimentaba un rasguño inducido por el peso de la desgracia. La elocuente intervención y citación de verdades amargas de los mandatarios congregados, se fusionó en una necesidad común: «un serio y adecuado acuerdo humanitario».

La deprimente situación acaecida en el territorio nacional, generó el proverbial caos social, político y humano suficiente, que rebozó todos los porcentajes de tolerancia para comprometer la dignidad de una nación. Así fue entendido por los países congregados, sirviendo de pretexto para el proceso de negociación en los términos del acuerdo humanitario. Una solicitud emitida desde la ONU, para la que era imposible imaginar un desacato por parte del ERAL.

Con el apoyo de negociadores intermediarios, se dio inicio a una primera reunión en pro del acuerdo humanitario donde se solicitó de manera especial, la libertad, entre otros, de la congresista Lucía Cadenas y de su hijo. El movimiento revolucionario accedió a la entrega sólo hasta cuando lo estimara conveniente, y luego de ser superado un adecuado proceso de negociación ante los organismos competentes...

Ante la voz muda... los días se convirtieron en semanas sin ningún consentimiento ni interés del ERAL. Se hizo necesaria la presión de Colombia y de otras naciones interesadas por acelerar la continuación del proceso de negociación para la entrega... citando sumamente de delicado por parte del Comité Internacional de Derechos Humanos, el hecho de cohabitar un infante y su madre en calidad de rehenes, y en condiciones licenciosas que comprometían sus vidas. Los detalles de la separación forzosa no los tenían muy claros. Entre tanto, desde el seno del Estado, como disponibles de la alacena a la mesa, brotaron rumores sobre la pérdida del pequeño que prontamente se convirtieron en sagaces y filosas murmuraciones, añadiendo el ají a la sazón para incrementar la temperatura del escándalo. Un altercado de nobles proporciones que certificó en cierta forma la falsedad del enemigo, al ser desprestigiado severa y públicamente en boca del gobernante colombiano:

«No es el espíritu del gobierno especular sobre un tema tan delicado como la libertad de los rehenes, menos, si su abuso conlleva a estigmatizar el proceso de paz, un proceso que ha contado desde años atrás con toda la disposición del gobierno, de organismos internacionales interesados en la mediación de los conflictos, del sector privado y del pueblo colombiano que le ha tocado sacrificarse y sentir la humillación del dolor en el abandono de sus tierras; en el hambre, en la mendicidad, y lo que es más triste, en las víctimas facturadas por los enfrentamientos. Cruentas muertes de compatriotas inocentes que sólo atentan contra la estructura ya roída de la democracia».

Un sorbo de agua se hizo necesario para menguar la temperatura de la garganta. Lo saboreó sin sabor, porque el gusto estaba en las palabras.

»Llevamos cerca de dos meses en una burla continua, luego de que se acordara entre representantes del Estado colombiano y voceros del secretariado del ERAL, dar inicio al proceso de negociación para la entrega de la congresista Lucía, de su hijo, y de algunos otros rehenes... Lo que es claro para el gobierno, es que no se le puede dar más vueltas a una decisión que está impregnada de riesgo, conociendo la tragedia que ha padecido la Congresista y muy seguramente su hijo, una criatura que ha tenido la desdicha de ser engendrada y recibida por los brazos de la violencia, ser amamantada por la violencia y respirar violencia. Es por todo esto que no es justo recrearse con el dolor de las víctimas en el manejo de la información, cuando se conoce, que las determinaciones derivadas de los acuerdos humanitarios son un acto jurídico y humano que debe ser respetado, y no puede ser por ningún motivo manipulado por ambas o alguna de las partes, como lo ha venido haciendo descaradamente el ERAL.

Otro sorbo de agua fue necesario para proseguir.

»Un claro ejemplo de fanfarroneo y de atropello como si fuera motivo de deleite, es el conocido en las últimas horas a través de los diversos medios de comunicación, dando a conocer que la continuidad en la negociación para la liberación de los citados rehenes, ya antes acordada con el gobierno, sólo se hará efectiva cuando el movimiento lo estime conveniente. Palabras fatalistas que alienan con el propósito de amordazar la paz. Porque todos somos conscientes, que el Estado colombiano está cansado de propiciar todos los mecanismos para una paz tímida con los enemigos de la democracia. Las muestras de buena fe por parte del gobierno para facilitar la creación de zonas de paz en territorios contaminados de guerrilla, han sido en vano. Hoy, nos avergüenza que países externos, naciones hermanas y demás naciones a través de sus mandatarios y organismos internacionales que trabajan por la paz, estén comprometidas en un conflicto ajeno y, que precisamente, los verdaderos interesados estén jugando a sus absurdas conveniencias. Un acuerdo humanitario no puede ser una payasada, y el Estado colombiano, no está dispuesto a soportarlo con una espera conformista condicionada al libre albedrío del grupo terrorista. Una vez más, es evidente que no les importa la gente ni el bienestar de una nación.

El tema le laceró la garganta que debió carraspear para liberarse de las espinas escabrosas.

»El pueblo colombiano durante años ha sido testigo de cada afrenta, y su beligerancia ha evolucionado a otras fases igual de perturbadoras; es por lo mismo, que hoy los vinculamos con el narcotráfico, el terrorismo y el secuestro, no dejando de ser el secuestro un acto terrorista e inhumano. Es hora de hablar con verdades, y sin duda alguna, su filosofía ha pecado en los dominios de un poder mal concebido. La tal ovacionada lucha por la libertad no es más que un perjurio con el pueblo mismo. La violencia de tantos años ha creado una forma de conciencia en el pueblo colombiano que, ante su malignidad, a muchos les ha servido para aprender a esquivarla y subsistir. Pero por desgracia, son pocos comparados con los que han sido arrollados por su causa. Y para nadie es de desconocimiento, que la filosofía de los grupos beligerantes, hoy día señalados también de terroristas, se ha convertido en un delito sumamente lucrativo.

El mandatario disfrutó hilando la verdad con palabras y deshilando aquellas disfrazadas que dejaron una enorme abertura para que cada quien hiciera su propio razonamiento. Una leve pausa dio tiempo para el tercer sorbo de agua y la estocada final.

»Sin más rodeos y concluyendo en el tema que nos interesa, como mandatario de Colombia, me atrevo a contar lo que le he manifestado al gabinete ministerial y que me ha motivado para darlo a conocer como una reflexión perentoria de parte del gobierno en el tema de los secuestrados, prestos en esta primera fase del acuerdo humanitario. El ERAL no se ha pronunciado para dar continuidad al procedimiento de su entrega, por una simple razón, porque no tienen en su poder a Santiago, el hijo de Lucía —entonó los dos nombres con entusiasmo—, nacido en cautiverio y quien forma parte de la entrega como un gesto de respeto a la Constitución, a los derechos del niño, y en el sagrado cumplimiento del compromiso establecido. ¿Dónde está? Es lo que desconocemos. Pero lo más apoteósico es su cobardía, cuando no tienen la humildad o la vergüenza para manifestarlo abiertamente a su familia, al país y a los países comprometidos en el tema. Hoy mismo he impartido órdenes al Ministerio de la Defensa, al ejército, a la policía, y ahora lo manifiesto al pueblo colombiano y a los medios de comunicación... está relacionado con la búsqueda de Santiago, y me atrevo a aseverar que el tratamiento arcano que el ERAL le está dando al tema, es precisamente porque se ha dado a la tarea de buscar el eslabón perdido. Pues bien, demos nuestro apoyo en esta misión así no hayamos sido invitados, brindando toda clase de información que pueda servir como pista o como guía, encaminada al tema de la recuperación de Santiago; cualquier tipo de información que nos conduzca a él, que, a la vez, contribuirá para desenmascarar un proceso de paz en controversia tan anhelado por el pueblo colombiano. Una tarea que hacemos con voluntad y compromiso real para que el ERAL —mencionó el nombre con inquina—, ese árbol ignominioso de poder que habita en la selva, se baje de su pedestal y respete por lo menos a los hijos de la patria.

La revelación unánime, firme y controvertida del mandatario dejó en suspenso a la nación y al mundo con un aclamado insulto al enemigo, donde la verdad que promulgaba a medias, era una mentira entera que especulaba y hacía daño. No hubo espera para que periodistas y medios de comunicación, se dieran a la tarea de propiciar la búsqueda de un menor de tres años conforme a las características sabidas. La aseveración del policía fugado, condujo a giros inesperados el tema de la violencia y reavivó el sentimiento en todas las formas, que hasta el palpitar de las temidas condolencias... era un vulgar presentimiento.

El ERAL se pronunció en carta enviada a los medios sobre las acusaciones derivadas del último rumor, a las que calificó de no ser más que una estrategia del gobierno colombiano para entorpecer todo proceso de negociación, atribuyendo la demora, a operaciones militares bajo la tutela del Ministerio de Defensa. Una absurda Falacia que fue desmentida de inmediato por el mandatario colombiano, exigiendo al movimiento, cumplir con su parte, sin idear relatos ni inventar hostigamientos que sólo existían en sus nocivas intenciones.

Fue evidente una debilidad grave en la cúpula del movimiento, justificada en el hecho de que no todos los comandantes supieran de la existencia de Santiago, lo que significó una sustantiva verdad: la pérdida del control absoluto de la organización.

Fue el comandante Feliseo Bocanegra Moralis, alias el escorpión negro del Vaupés, quien lanzó una frenética picadura en contra del comandante Nazario, responsabilizándolo de las recientes acusaciones del gobierno que giraban en torno al hijo de la senadora Lucía. Siendo un comandante novato, promovido y protegido por el comandante general Sadúl Vargas, ya gozaba de cierta inquina en su contra, pero su energúmeno carácter tejido con la misma finura de los dirigentes que conformaban el secretariado del ERAL, ya endurecido por los últimos episodios y engrandecido por la benevolencia de su tutor, atropelló en el acto tildando de desfachatada y calumniadora la actitud del comandante Feliseo Bocanegra. Lo que no midió el comandante Nazario, fue la forma de la onda expansiva de su defensa que se hizo pública en el campamento donde solamente era otro inquilino.

Tras el último pronunciamiento del gobierno, el inesperado suceso puso en alerta al máximo dirigente del movimiento revolucionario, que de inmediato convocó a los distintos comandantes de la cúpula del ERAL para tratar el tema. La forma en que se estaba zurciendo el embrollo de un hijastro político en medio de la guerra, no era para nada alentador y menos del agrado del comandante Alejo Sonegal, quien antes de recibir la invitación, ya le había manifestado su inconformidad al comandante Sadúl Vargas, en la que versaba un serio escarmiento al responsable.

El comandante Sonegal, actuaba como cabecilla de los distintos frentes del ERAL ubicados en el suroriente del país, con asentamiento principal en uno de los campamentos enraizados sobre la ribera del río Caguán, que le servía como refugio y centro de sus operaciones, con brazos estrafalariamente largos para cubrir las selvas que cercaban el municipio de San Vicente del Caguán, acariciando con las articulaciones, los departamentos de Meta, Huila y Guaviare; y con pies de paquidermos motorizados para recorrer la espesa selva tropical húmeda del departamento de Caquetá.

Quizá no tenía nada pendiente con la muerte, pero ella, con su intuición de animal rastrero lo olfateó cuando visitaba una de las mazmorras en el campamento. Se murmuró que lo habían citado, y al parecer, el sitio estaba tan vacío que no valía la pena invertir más que el tiro en la mitad de su pecho. La intención de sus ejecutores radicaba en el cumplimiento estricto de la orden; así que, luego de desarmarlo, uno de los hombres de confianza del comandante Feliseo Bocanegra, le esposó las manos por detrás, selló su boca con cinta de embalar transparente que aseguró con dos vueltas alrededor de su cabeza, y ante la mirada ennegrecida del comandante Nazario, depositó una granada de fragmentación en su cuello que aseguró con la misma cinta de embalar, antes de quitarle el seguro y abandonar el sitio. Contó con la suerte de un propio panteón en el campamento para guardar los restos mortales que casi incineró la granada. La onda explosiva sacudió las mazmorras aledañas, y le arrebató los pensamientos a las cabezas de los prisioneros que quedaron sonsas por el repentino suceso. No todos estaban en los subterráneos aquel día. Nada se dijo después ni se insinuó con gestos en el campamento. Cada silencio individual se hizo tan nítido, que las murmuraciones mudas se escucharon nombrando a los responsables. Solamente se propagó al interior del ERAL y para toda la nación, la caída en combate del comandante Nazario Percas Farallón, de quien solamente se conocieron los apellidos el día de su muerte, y de quien se dijo, fue el directo responsable a espaldas del movimiento, del vergonzoso suceso de Santiago, el hijo de la senadora Lucía. Una salida diplomática concebida luego de su inhóspita y misteriosa muerte, que obligó las conversaciones telefónicas de los comandantes: Sadúl Vargas, Feliseo Bocanegra Moralis y Alejo Sonegal, donde el muerto en esta ocasión, no era para nada bueno. Sadúl Vargas lo lloró, sin serlo, como su segundo pariente cercano después de Blenson. Su mano derecha se estaba quedando sin dedos.

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