Capítulo 38
Los chamanes, admirados por muchos y temidos por todos, entre hierbas, rezos y cigarros invocaban a la santísima trinidad de Satanás. Dentro de sus prácticas similares al animismo, realizaban conjuros con extraños cánticos que encerraban misterios y oscuros secretos, despertando en el chamán la capacidad de diagnosticar y de curar el sufrimiento del ser humano, o de causarlo, si era necesario. El poder que los malos espíritus les compartía, iba más allá de los límites del padecimiento, ya fuera para lograr dominar los efectos de una enfermedad desconocida, para irrumpir en los estados de la salubridad del cuerpo y el espíritu, para sembrar el virus de una horrenda enfermedad, o simplemente, crear los síntomas de una enfermedad postiza. Siendo atemorizante su práctica, no fue suficiente el poder otorgado ante el bestial atrevimiento humano, que sin la necesidad de cánticos y pócimas, se valía del conjuro de las armas para hacer volar las almas de los cuerpos.
El pueblo Nukak, no soportó las invasiones que saquearon sus costumbres, sometiendo a sus chamanes y obligándolos a cambiar la caza, la pesca y la recolección de frutas, por los cultivos de coca: la emperatriz del nuevo poder. La prepotencia de su magia, invocada por las ansias de poder en alianzas estratégicas que comprometían a la cúpula del ERAL con la política y el narcotráfico, se extendía soberana, por las perpetuas selvas húmedas del departamento del Guaviare. La sagrada casa de los Nukak. Pero no fueron los únicos que pagaron culpas sin buscarlas. Resguardos de indígenas, igual experimentaron el horror encarnado en toda clase de tragedias. Los sikuani, los tucano, los piratapuyo y los kurripako rezaron por sus vidas, viendo como sus espíritus eran avergonzados por los actores del conflicto armado, sintiendo las pesadillas de la culpa rozar sus cabelleras casi hasta arrancarlas, cuando aviones y satélites, los señalaban como objetivo militar, siendo asediados por el glifosato que sin piedad alguna, fumigó sus cultivos y su piel, entonando el cántico de la muerte para ruborizar la epidermis con extraños brotes.
Una era de horror se fortalecía... El cultivo de la coca trajo consigo la siembra del mal y el dolor de la guerra; los chamanes presenciaron el derrocamiento de sus pueblos y la angustia de sus dioses, al ver cercenados los espíritus con las muertes de cientos de indígenas inocentes. Las víctimas continuaban ausentes de una filosofía sin escrúpulos, pero alcanzadas por los bordes de su caudal. Cabecillas de la guerrilla y, especialmente la altanería de los altos dirigentes, buscaban la ayuda de los chamanes para su protección, que era simbolizada con el cierre del cuerpo, mediante la práctica de artes tenebrosas convertidas en un arma diabólica que, ante la guerra, quienes fueran considerados sus enemigos o las armas de sus enemigos, no les harían daño, a menos que la muerte del chamán borrara su autoría como le ocurrió al propio de Blenson.
En algunas ocasiones la ayuda era efectiva para atemorizar o sacar información de sus víctimas. El procedimiento era realizado a través de una planta alucinógena y vomitiva conocida por los chamanes como ayahuasca que, en el lenguaje popular de la selva, se le hacía llamar: la soga del diablo. El líquido preparado de esta planta era obligado a beber a la víctima produciendo alucinaciones y, mágicamente, la pérdida del sentido de la realidad. Lucía padeció sus efectos cuando sus captores la consideraron peligrosa, incluso, algunas veces en que fueron requeridos sus servicios maritales. Su efecto nocivo anidando en la sangre se prolongó durante el período de gestación. Su hijo Santiago, por desgracia, saboreó su veneno antes de descubrir el rostro de una vida endemoniada, con la certidumbre, de haber quedado secuelas albergadas en la memoria de sus ojos para luego recordarle al cerebro que su miedo de haber nacido era grande, y estaba marcado por el diablo engendrado en la violencia, aquel ser horrible que se había convertido en su guía cuando la madre menospreciaba a Dios.
Otra mañana cualquiera en las manos del destino, una nueva amenaza especulaba con suprimir la tranquilidad, que escaseaba ante los hostigamientos del ejército por presuntos desplazamientos de la guerrilla entre campamentos. El cabo de la policía, Marlon Cevallos, en un arranque de valor, desespero e inconsciencia, con las manos amarradas, pero no los pies, aprovechó la situación cuando la generosidad de una granada dejaba al descubierto trozos de carne de una de las piernas del guerrillero que los custodiaba durante el viaje. La reacción inmediata de escape en busca de la libertad, fue única. Pudo darse cuenta al rato, luego de que sus piernas se percataran del cansancio. Nadie iba detrás, sólo la idea de sentirse libre, de despojarse del mayor de los demonios; ese era su aliciente. Sintió la muerte correr a sus espaldas con el deseo de calzar en sus zapatos, pero su estupidez la superó. La furia atrapada en su interior por años, suscitó el coraje necesario para vencer el miedo. O quizá, fue el mismo miedo quien lo estaba halando. La entidad de la muerte, tan sentida y sacrificada en cada pensamiento; la opción más deseada a diario cuando sentían que el flagelo del secuestro, les estaba arrancando la vida pedazo a pedazo y cercenando despiadadamente las esperanzas de sus familiares, ahora se había convertido en una oportunidad de salvación. «¿Por qué no provocarla para conocer su ira?» Debió meditarlo Marlon Ceballos, sin tiempo para meditarlo. Así sabría si Dios... al que no decepcionó con sus rezos habituales, aquel día estaba de su lado.
La noche comprendió su atrevimiento y la selva se apiadó de su fatiga. Los días siguientes fueron coleccionados, como quien reza el rosario y cuenta minuciosamente las avemarías de cada decena. Días de angustia que aminoraron el paso estirando la piel de los minutos para hacer más daño. Los fantasmas de cada noche que dormitaban durante la luz de cada amanecer, se asemejaban a demonios que gozaban torturando y persiguiendo a quienes se habían burlado de su encierro. La crisis de nervios se transformó en una enfermedad de pánico, donde el precipitado escape, pudo luego interpretarlo como un error sin previo análisis. ¿Quién dice que debe analizarse el deseo desmesurado de libertad, cuando ésta podía olfatearse al descuido de los opresores? Era hora de recordarle a la vida sobre su existencia, negándose a continuar convertido en una porcelana humana y demacrada, extirpada del amor que algún día sintió y, que por largos años, fue esmaltada con el polvo del olvido, de la injusticia, del crimen y de la violencia, que de no acabar por su propio atrevimiento y miedo, nada le evitaría convertirse en podredumbre.
¿Quién se atrevería a cuestionar su acto si la muerte sería sólo suya, por más que los seres queridos, si acaso se enteraban, se traumatizaran totalmente con su pena?
La negación de los párpados para hacerlo invisible durante la necesidad de sueño, hicieron de su cuerpo maltratado un soberbio y abultado cansancio con forma humana. El insomnio se convirtió en otro enemigo. Fue necesario que el último día de la segunda semana, a expensas de la muerte y saliendo del vientre de la selva, lo sorprendiera anunciando el retorno a casa... Se encontraba entre gente ajena y temerosa; nativos asustados que no comprendían más de lo que sus ojos anunciaban. Bastó la fortaleza de un cuerpo al borde de la locura para decirle a la muerte, que todavía no era su hora. La civilización fue su pasaporte de regreso a la vida, y las ganas de vivir, una nueva oportunidad que nunca desechó. La noticia de su fuga sedaba la ansiedad y mitigaba el dolor eterno de millones de colombianos al pensar en uno menos, como ofrenda al suplicio impuesto por los enemigos de la patria.
Aún quedaba el amargo de un futuro incierto, pero la necedad de un gobierno comprometido por lento que sea su caminar, y el amor insaciable de los que esperan con regocijo el regreso de sus secuestrados, son los responsables de que la fe perdure y resucite la esperanza. Esa ociosa fruta que la gente pinta de color verde, pero que déspotamente para los secuestrados, el verde que los rodea, es la imponente mansedumbre de la selva convertida en prisión. La cárcel psicológica donde las fobias aparecen y se aparean para hacer daño: fobia a la vida, fobia al amor, fobia a la sexualidad, fobia a sí mismo, fobia a sus compañeros, fobia a la fe y fobia a Dios.
La candente situación del conflicto armado con la supuesta ventaja armamentista del ejército colombiano, conllevó a bajas considerables, entre las que los noticieros destacaban la caída de líderes guerrilleros y el deceso de otro comandante del alto secretariado del ERAL, Elías Serafín, comandante del cuarto frente. Suceso que originó la desmovilización y entrega masiva de guerrilleros con sus armas. Como consecuencia, la mesada que la guerrilla pagaba comenzó a ser una ilusión para los discapacitados, y éstos, una carga para su movimiento. Algunos contaron con la dulce suerte de recibir el pasaporte a la vida tras la muerte, otros, agobiados por la persecución y la infidelidad sin olvidar que allí no existían los amigos, le hicieron frente a la guerra logrando su único cometido: morir.
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