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Capítulo 37

La maldad no tiene cadenas y se pasea hambrienta y fortificada por cada mente sumisa como si fuera un designio, o una razón natural para estimularla.

La orden fue clara; estaba escrito con palabras toscas como un propósito malintencionado y déspota que a continuación se traduce: «A primera hora, antes que la luz del alba despierte a la madre, el pequeño será arrancado del árbol de su vida como gajo inservible».

La acción fue, al contrario, el árbol fue arrancado del gajo cuando Lucía fue sorprendida amamantando a su hijo, siendo separada a la fuerza, y puesto él, en las manos de la mujer nativa. La partera Felisea no se sintió para nada entusiasta con el obsequio, por la forma inhumana y autócrata con que fue planeado. Ya les había cogido afecto a Lucía y a su hijo como si fueran parte de su familia. Vitalina, por su parte, prefirió callar y sufrir, antes que desacatar una orden del comandante Nazario, que como estaban las cosas en el ERAL, nadie sería indispensable, y la libertad para los insurgentes solamente era posible con el drama de la muerte. Lo que sí se le concedió, fue la no participación en el plan.

El peor de los dolores fue desatado con la furia de un holocausto animal. Lucía trató de recuperar lo que le pertenecía, así fuera producto de un acto aborrecido. Desafiando a los malhechores, militantes guerrilleros, se valió de la ira represada en su alma turbia, que de tantos actos violentos, se hizo arma. Como un animal feroz, se abalanzó liberando una salvaje energía bestial represada en años por el encierro, queriendo desgarrar a sus verdugos y desencarnarles el alma; sucedió cuando un inocente gemido la reclamaba. La mujer endeble, dulce y temerosa, siendo provocada en su condición de madre, lucía rebelde, agresiva y poderosa al valerse del arma más peligrosa que tiene un ser humano: el dolor materno.

Su repentina locura fue acallada a la fuerza al ser golpeada con violencia por sus adversarios hasta perder el sentido. La mordaza del silencio le sirvió de túnica.

No tardó en ser trasladada al campamento donde la recibieron sus amigos que, indignados, no imaginaron verla nuevamente en un estado pavoroso, ahora víctima de un nuevo dolor que la mantendría dopada. Suele ocurrir que la injusticia en su destino tenga predilecciones, y al parecer, a la senadora Lucía ya la había adoptado desde tiempo atrás. Retornaba al campamento en peores condiciones que en el pasado.

No era precisamente justo luego de haber tenido el privilegio de sentir la felicidad emergente de la desgracia.

Sus compañeros conocieron algo de su vida durante la ausencia, gracias a la información que Thomás les brindaba cuando igual la recibía de los compañeros que la custodiaban en la casa de Felisea. Pero ante los nuevos sucesos quedaron perplejos. La incertidumbre agonizaba en sus conciencias azotadas sin alcanzar a dimensionar lo ocurrido. Por la nueva crisis emocional de Lucía se sentían impedidos para conocer los detalles de la reciente tragedia. Una aflicción que no cesaba y que parecía empecinada de la víctima.

«Si antes se pensaba, que en el corazón de un ser humano noble no cabían tantas calamidades juntas, con todo lo acontecido, cabría la pregunta: ¿de qué están hechos ciertos corazones?», se dijo a solas el padre Élfar.

El mismo se sintió con el derecho vocacional para mitigar el nuevo dolor desde el poder de la verdad de Dios, pero esta verdad agonizaba nuevamente en las creencias de Lucía. En su conciencia lacerada, las verdades eran otras... Ya había un pasado turbio escrito en el alma con tinta indeleble.

Jacinto no creyó prudente que fuera él, cuando meses atrás le hubiera punzado el alma. «Hay momentos en que una investidura religiosa atormenta», dijo. Y no se equivocó.

—Lucía... hija... —le dijo con miramiento el padre Élfar cuando descargaba la mano derecha sobre su hombro izquierdo.

—¡No me toque! ¡No me toque!

Vociferó con rabia maldiciendo con la mirada el acto benévolo del sacerdote, dándole a entender que no era para nada interesante su presencia, y menos, requerida su opinión.

—¡Disculpe, padre!, yo lo intento —le insinuó Carmen que se sumaba a la causa y sus pretensiones iban más allá.

—Me alegra verte, Lucía, pero no en ese estado.

Posó sus manos sobre su cabellera como una caricia que no sobra. El cuerpo desvalido y tembloroso de su amiga, no podía rechazar una actitud que consideraba sincera. Se dejó abrazar. Las palabras eran mansas y generosas. Vacilante y decidida, Carmen la asedió con una pregunta necesaria a la espera de cualquier reacción.

—¿Y... Santiago? ¿Dónde está?

—¡Malditos! Es mío. ¡Me lo quitaron! ¡Me lo quitaron! ¡Es mío! ¡Qué me lo devuelvan! ¡Tengo que amamantarlo! ¡Qué me lo devuelvan!

Era fácil concluir que no estaba en sus cabales. Psiquiátrica y matemáticamente, era un conjunto universal plagado de desórdenes mentales. Parecía reír, parecía sollozar, tiritaba, se extraviaba en ella, suplicaba, rezaba, maldecía... y luego silenciaba.

Para su amiga Carmen sus palabras no tenían sentido. Su hijo le había sido arrancado. ¿Por quién? ¿Acaso la muerte? Sería un supuesto lógico considerando el desequilibrio emocional. Pero no tenía lógica que suplicara su devolución para amamantarlo. ¿Acaso, otro secuestro? Insatisfecha, Carmen prosiguió con la averiguación; estaba empecinada en conocer la verdad.

—¿Quién te lo quitó? Dime. ¿Está vivo?

—Ellos... ellos me lo quitaron, se lo dieron a Felisea. Tengo que recuperarlo. ¡Debo escapar! ¡Ayúdame! ¿Si? ¡Ayúdame! ¡Lo van a matar si no lo recupero! ¡Lo van a matar! —se aferró del cuerpo de su amiga que se había hincado en el piso para estar a su altura.

Un nuevo detonante era la causa para que el trastorno bipolar fuera alimentado. La encarnación de la furia era cabal y necesaria. A gritos reclamaba lo que le pertenecía, así el oprobio en el pasado le haya mostrado la cara del infierno. Era otro momento... Y se trataba del hijo que albergó en sus entrañas, alma de su alma que purgaba sin sueños y penaba por la ausencia de su madre.

Un batallón de suspiros a su alrededor, oídos molestos que escuchaban con pesar, miradas inquietantes que observaban con aflicción y los demás sentidos, contemplaban turbados la dramática escena. Todo era más claro así no tuviera ni lógica, ni forma, ni creencia. Bastaba con saber que la habían despojado de Santiago y estaba vivo. Era cuestión de esperar para conocer el resto. Apenas pudo contrariar con el amor, en poco tiempo, la violencia dormida que se hospedó en la sangre dentro de su diminuto y frágil cuerpo. Amamantarlo y sentirlo suyo durante meses, la hizo superar la muerte de su segundo hijo, recuperar la fe, creer en la esperanza, planear un futuro incierto al lado de su familia y olvidar las enfermedades y las burlas, que la violencia con su risa macabra y la crueldad de su rostro oculto, le había sentenciado.

Los días transcurrieron con el sinsabor de la tristeza y el escepticismo, sin posibilidad de cura para el alma. No era complejo considerar un macabro plan para Santiago, que concluyera con abortarlo de este mundo fuera del vientre de la tierra, cuando el vientre de su madre pudo protegerlo. Lucía se desvanecía lentamente de la vida dándole a conocer su desprecio. Hasta el recuerdo de su madre parecía agonizar en alguna parte de su conciencia. Su vida iba en dirección contraria...

Todo lo trágico resucitaba de nuevo. El pensar en morir, no era problema; ya era un miedo débil que se estaba convirtiendo en pasión, hasta se podía pronosticar que el miedo, ya era de la muerte. Lucía le había perdido el respeto. Cualquier dolor severo, cualquier agresión nueva, cualquier nuevo acto de crueldad a la espera de ocurrir por la mano de sus enemigos insaciables, sería minúsculo e inofensivo ante el último padecido, nada bastaría para drenar su dolor. Hay para quienes, el morir, se vuelve un medicamento de efecto tardío, demasiado tardío por más que se desee.

Santiago Cadenas, porque así lo pensó su madre por aquel tiempo en que lo amamantó, debía tener un año de vida y el doble de sufrimiento. Ella, por su parte, alcanzaba los seis meses en el campamento penando su nombre y el triple de sufrimiento. Habían transcurrido tres años desde el secuestro, y quien sabe cuántos de pesadumbre si se consideraban todas las adversidades padecidas. Ante el interés de muchos por mantenerse al tanto de la vida de Santiago, y con el apoyo de Thomás, se contactó a la familia nativa que la había albergado hasta el día de su separación, interrumpiendo la terapia de un amor cuestionado. Las noticias no eran gratificantes. La última orden del comandante Nazario, obligaba a la partera Felisea, a entregar a Santiago a una nueva familia de otra comunidad indígena del mismo departamento del Vaupés, de la que se desconocía el paradero. La entrega se hizo a través de un militante de la guerrilla. Nada se sabía de la nueva familia, y menos su ubicación exacta. Y la selva crecía de solo imaginarla complicando las cosas. Había transcurrido cerca de un año desde la violenta separación, y todavía, nadie daba razón de él, ni siquiera la guerrilla. Como si los vientos emanados de los enfrentamientos hubieran borrado cada huella existente, incluida la existencia de los responsables.

Santiago estaba vivo, amamantado por la ignorancia en manos del nativo Sófocle, aliado de la subversión y el terrorismo. Alguna vez fue militante, luego fue aprendiz de chamanes motivado por una experiencia cercana a la muerte, después de un tiempo se dedicó a la brujería. Su suerte fue truncada en un enfrentamiento por una mina quiebra patas que le cobró una pierna desde la altura de la cadera. Fue víctima de su propio juego con la desgracia de sobrevivir. Como algunos otros devotos, ex combatientes, discapacitados y apadrinados por el diablo, era pagado por la guerrilla como una indemnización a su lealtad.

El pequeño, todavía lactante y sin leche materna que lo vigorizara, lo habían recibido el chamán y su traumada esposa Janael, de manos de un intermediario guerrillero. Recién habían perdido un hijo lactante, que falleció de muerte súbita con escasos dos meses de nacido sin una causa explicable... Se trataba de una adopción informal sin papeles y sin nombre alguno que le auguraba una nueva existencia, sin que la crianza estuviera desligada del vigor de la violencia, pero sí, fortalecida con el beneplácito de la leche materna. Dos senos huérfanos se encargarían de amamantarlo. Para Santiago, este alimento natural no le indicaba la potestad de su verdadera madre, pero lo ingería con la placidez y el convencimiento de que era un milagro que no se podía menospreciar. Lucía, estaba a más de un mundo de imaginar lo que sucedía, y que seguramente, lo habría sentido como una ofensa al privarla de un privilegio que era solo suyo.

Santiago seguía estando bajo la tutela del ERAL. Junto con la criatura llegaron a la incisión del amor de la nueva familia, comentarios necios que no debieron ser contados. Fue tan solo una semana después en que Lucía agonizaba por la pérdida, la misma que la partera Felisea padecía cuando debió consolarse con imaginarlo suyo, sin que esto significara que estaba conforme con la situación de la madre afectada.

Con la entrega, como si fuera un obsequio cualquiera, la nueva familia intuyó que le pertenecía como una gratificación del movimiento para reemplazar la reciente pérdida de su hijo, cosa que no tenía sentido por más que la sangre manchada revelara su linaje. Santiago seguía siendo un hijo compartido con el enemigo sin establecer las causas de su origen. ¿Acaso, perdía la virtud de ser sagrado? Así haya sido concebido en el infierno y recriminado por su propia madre, se supo que el odio es vulnerable ante el amor. Lucía, dio fe de ello.

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