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Capítulo 29

Quiso aprovechar el momento... sucedió antes de la caminata programada para ejercitar el cuerpo. Durante los últimos días había evadido la compañía de algunos de sus compañeros, así otros se esforzarán por no cruzarle palabra alguna. Estaba interesado en conversar a solas con Carmen, que para nada desamparaba a Lucía.

—Permite que te acompañe, Carmen —sugirió—. Por favor, seré breve.

Carmen observó a Lucía que, ante la acechanza del clérigo endemoniado, como ahora lo enjuiciaba, decidió no salir de su encierro. Sentía lástima por su estado que no quería descuidarla ni un segundo, pero igual, sintió la necesidad de hablar con el sacerdote. Así que, optó por cambiar de acompañante.

—No soy quien, para juzgarlo, padre Élfar —comentó—, y quisiera pensar que su decisión fue la acertada, aun después de lo que se supo de Saína.

—Lo dijo bien, Carmen, —expresó— lo que se supo después, pero en ese instante, ni antes, se sabía nada en lo absoluto que la comprometiera con un acto de traición. Sin embargo, de haberlo conocido y corrido el riesgo, ¿quién asegura que ese desalmado no asesinara a Lucía si yo no hubiera accedido a su propósito? —Carmen lo miró fugazmente—. Conociendo a ese maldito que asesina por placer, con gusto lo habría hecho y me habría incriminado con la cúpula del ERAL. Habría sido un triunfo personal, pero aquel día, su mente pervertida tenía otra intención. Cada maldito segundo no dejo de pensar en que su locura fue acertada.

—Temo decirle, padre, que para Lucía fue desacertada. Ya la ha visto... está a punto de enloquecer. No deja de especular que el hijo pueda ser suyo, y ante esa posibilidad, es justificable pensar en un aborto por más riesgos que hayan de por medio. Pero al igual que usted, ya he sabido de los famosos abortos practicados por la guerrilla que es casi la cuota inicial de un sepelio para la madre. Paso la mayor parte del tiempo con Lucía y aunque sé cómo se siente, espero no equivocarme al convencerla de desistir en su empeño. Sé de la moral de la iglesia con respecto a este desperdicio de vida, pero la decisión es más por su seguridad, si consideramos el alto riesgo de esa práctica en manos inexpertas y en condiciones apestosas de salud. El desenlace no podría ser otro que el que todos conocemos, padre: fracaso y muerte.

—¿Sabes, Carmen? Quiero contarte algo que, únicamente, Dios y yo conocemos. Y espero que después de que se entere Lucía, porque se lo contarás... su actitud cambie.

—¿Intenta confesarse, padre Élfar?

—Sí. Es una confesión que solamente le permito que la comparta con Lucía. Confío en usted.

—Bueno. No sé de qué se trata, y por la recomendación, espero que no termine comprometida en algo que no quisiera —respondió alertada, queriendo sentirse impedida para escucharlo.

—No te preocupes... no es nada que pueda perjudicarte, lo menciono, porque... es algo totalmente personal —inhaló suficiente aire para expulsar su preocupación.

—Fue hace mucho tiempo —inició—, y he procurado imaginarlo de otra vida, para tener la certeza de que hará menos daño. En el albor de una juventud un tanto descarriada, estuve enamorado de una hermosa mujer llamada Losena, a quien conocí accidentalmente en la visita a un museo de historia. Fue antes de que iniciara la carrera del sacerdocio. Nos enamoramos y con un noviazgo de más de dos años y vida sexual activa, el enamoramiento nos llevó a planear un hijo sin la voraz unión del matrimonio, como solía llamarla, porque ella le tenía pavor a la alianza ante la iglesia; practicaba los preceptos religiosos a su manera que, lógicamente, estaban distanciados de los míos, pero era grande el enamoramiento, que fue suficiente para aceptarla. Ante la decepción de no quedar embarazada, acudimos al médico y se nos practicaron algunos exámenes de laboratorio con resultados negativos de mi parte. Algo que no entendí, pero que sin duda, me pareció tan interesante que lo memoricé fácilmente, tenía relación con los diabéticos; según un informe científico, tienen significativamente mermada su capacidad de reparar el ADN del esperma, por lo cual, una vez dañado el mismo, no se puede restaurar. Y eso fue precisamente lo que ocurrió. He sido diabético desde niño, y estéril, quien sabe desde cuándo. Lo cierto es, que no podía engendrar un hijo. Después.... —Élfar calló brevemente, y un par de lágrimas gemelas nacieron simultáneas de sus ojos, que fue necesario secarlas con las yemas de los dedos índice y pulgar, de su mano derecha—. Después... —prosiguió—, por cosas de la vida que no aceptamos, Losena enfermó de esclerosis múltiple, una enfermedad sin cura que concluyó con su muerte. Fue una tragedia de meses tan sombría y perpetua como la padecida por el secuestro en años. Luego de un tiempo de reflexión, decidí lo que quería para mi vida futura; me ordené como sacerdote en el seminario mayor de la arquidiócesis de Bucaramanga. Laboré como párroco de una iglesia en Girón, donde nací, al suroccidente de la ciudad. Y entre las circunstancias raras de la vida, estaba en el instante preciso de una pesca milagrosa realizada en el sector de Arauca, cuando me encontraba de descanso visitando a unos amigos. El resto, ya lo conoces.

—No sé qué pensar —declaró Carmen sorprendida con el suceso—. Bueno, agradezco la confianza. Y creo que es una noticia interesante para Lucía, a pesar de todo...

—Sí. Supongo que sí...

—Tengo una inquietud, padre, y aprovechando que el confesionario continúa abierto, me gustaría que fuera honesto.

—Dime no más, Carmen.

—Bueno, en verdad son dos inquietudes. ¿De qué tamaño es la deuda que tiene con el tal comandante Blenson? Y, ¿de qué se trata? Disculpe padre, pero, para obligarlo a semejante acto, a mi parecer, la culpa es enorme, o el desgraciado tiene el demonio adentro.

—Estaba seguro que en cualquier momento lo preguntarías —respondió con el entusiasmo de liberarse de otra culpa—. Y sí, tienes razón, el desgraciado tiene el demonio adentro. La verdad es otra, lejos de imaginar, y no tiene nada que ver conmigo, pero sí con los sacerdotes. Blenson tenía un hermano, Asdrúbal —comenzó a contar la historia—, con quien la relación no fue la mejor; él era párroco de un pueblo en los alrededores de Arauca. Esa es básicamente, la razón por la que conozco la historia que fue bastante comentada en el clero, aunque igual, fue vetada desde la arquidiócesis de la región prohibiendo que se continuara propagando este tipo de actos que atentaban contra la dignidad y la imagen de la iglesia. «Como si no estuviera ya corrompida» —sentenció Carmen, y tras un gesto del sacerdote asintiendo el comentario, prosiguió—. Lo cierto es, que la horrenda cicatriz del comandante fue hecha por su hermano, el sacerdote, quien tenía amoríos con su mujer, es decir, su cuñada. «¡Dios!» —exclamó, conmovida—. Luego de descubrirlos, hubo una pelea de marca mayor que culminó con la estampa del odio en su rostro y la muerte de su hermano. De su esposa, se dijo que quedó gravemente herida, pero se recuperó para cargar con la pena el resto de su vida. Después de asesinarlo, Blenson se enlistó en las filas del ERAL. que para sus propósitos, en una época de difícil crecimiento, les fue muy útil en las decisiones fatalistas.

El padre Élfar se detuvo y contempló a Carmen.

«Un hombre herido emocionalmente», manifestó con el interés de especular antes de proseguir con la historia. «Sin miedo, con la fe rota y con sed de venganza, apadrinado por el diablo cuando todo lo soluciona con las armas, induce a pensar que tiene el demonio adentro». «¿No piensa lo mismo, Carmen?»

Su compañera silenció sin dejar de mirarlo al centro de los ojos, y ese inofensivo, frío y minúsculo silencio de pronto venteó, que le propinó un calambre a su voz resecando la garganta, siendo necesario un minuto para masajearla con saliva.

—Desde que lo conocí hace varios años —continuó—, la relación no fue nada amigable cuando no había vestigios de fe en su corazón aniquilado, y por el contrario, poseía una ira ciega que le estaba flagelando el espíritu a mordiscos. Por su notable parecido físico y por la cicatriz, no fue difícil relacionarlo con ese incidente. Conté con la suerte de ser protegido por otro comandante en aquel entonces, cuando él, todavía no formaba parte de la cúpula del grupo subversivo; luego fue trasladado y siempre sentenció que nos veríamos para cobrarle a la iglesia, lo que, con la muerte de su hermano, no fue suficiente. De un momento a otro se convirtió en el hombre de confianza de Sadúl Vargas. Algo demoníacamente placentero debió ver el máximo comandante del ERAL en su aspecto físico y asustador. Suena tonto, pero debió ser la fea cicatriz en la cara. El comandante Sadúl tiene la propia tatuada en su barbilla, y aunque desconozco la causa de su origen, estoy totalmente seguro que no fue por un acto pulcro. Tal para cual, siendo difícil de identificar cuál de los dos es más sádico. Del comandante Sadúl Vargas, se dice que fue el padrino para que ingresara a las líneas de mando; y hay quienes dicen, que Caracortada también se encarga de algunos trabajos sucios de Sadúl.

—Desde que llegó al campamento —dijo Carmen— relacioné la cicatriz con algún enfrentamiento con el ejército, pero nunca habría imaginado que fuera obra de un sacerdote, y menos de su hermano. Algo increíble de creer.

—Y cumplió su sentencia —prosiguió—. Ve en todos los sacerdotes a su hermano y cree que somos iguales a él. Di gracias a Dios que luego de obligarme a lo que ya sabes... no me asesinó imaginando que fuera su hermano. Aunque, le confieso Carmen, que en ese momento lo habría deseado. Aprecio a Lucía y me dolió en el alma haberla maltratado, pero la muerte de Saína fue su estrategia. Imaginé que si no lo hacía, Lucía terminaría como ella.

La caminata culminó retornando a la prisión. La noticia dio respiro y direccionó de nuevo el concepto que Carmen tenía respecto al sacerdote. No había duda que era un ser humano normal, de gran vocación y misericordioso, que desafortunadamente con su aptitud y vocación, se cruzó en el camino desquiciado de Caracortada. Carmen le contó el trágico relato a su amiga Lucía, con la esperanza de verla en una actitud distinta, pero ni siquiera las gratas noticias hicieron mella en su inquietada personalidad. En un santiamén de indiferencia, esquivó cualquier comentario de su amiga que se interpusiera entre su pensamiento y la cruda realidad; dos mundos infectados de tantas culpas, con algunas de ellas apareciendo en exceso y volviéndose repetitivas.

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