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18. LA CUNA (1° parte)

Paulo se había despertado mucho antes de la hora que había fijado en el despertador de su celular. Mara se encontraba acurrucada a su lado. Sus largos cabellos oscuros cubrían parte de su cara. Él se detuvo a mirarla embelesado por largo rato.

Levantó su mano y con mucha suavidad para no despertarla Paulo corrió lentamente unos mechones de cabello que estaban sobre su rostro. Le encantaba verla cuando estaba dormida. Con la yema de los dedos, apenas rozando su piel trazó el contorno de su cara, bajando por su cuello hacia su hombro, continuando lentamente por su brazo hacia su cadera para luego detenerse en la cicatriz visible que tenía en su vientre. La acarició suavemente con la yema de sus dedos, recordando el día en que Mara con lágrimas en los ojos le contó lo que le había ocurrido ese fatídico día del accidente.

Ella había querido contárselo porque tenía la necesidad de que él supiese la verdad y lo que ello traía consigo.
Él trató de no pensar en las consecuencias que le había dejado a ella ese accidente, ahora no era algo importante, lo enfrentarían juntos a su debido tiempo.

Muy despacio tratando de no despertarla se levantó de la cama para vestirse rápidamente, quería preparar el desayuno para sorprenderla en la cama.

Media hora después el aroma del café se dispersaba como un exquisito perfume por todo el ambiente de la cocina. Sobre la mesa ya estaba listo el plato con medialunas saladas con jamón y queso: las preferidas de Mara. Las llevó al microondas por un para de minutos mientras terminaba de colocar las tazas y demás utensillos en la bandeja para llevarle el desayuno a la cama a su amada.

Paulo sentía esa sensación familiar a la que se había acostumbrado esa última semana y que estaba disfrutando tanto junto a Mara. Era consciente de que pronto llegaría su partida por lo que quería disfrutar cada instante y grabarlo en su mente y en su corazón para tenerla presente hasta el día en que volvieran a estar juntos.

Paulo había decidido viajar dentro de un par de meses para estar junto a ella en el cierre de su gira.
Controló atentamente que todo estuviese en la bandeja antes de tomarla en sus manos para salir de la cocina hacia la habitación.

Subió las escaleras como de costumbre sin prestar mayor atención al gran espejo que se encontraba en el descanso de la misma. Continuó subiendo los escalones con cuidado para no derramar nada de lo que contenía la bandeja cuando de repente sintió una leve sensación de frío, que al parecer provenía del espejo, envolvió su cuerpo.

Al mirarlo de reojo le pareció ver la tenue figura de Ernestina: su amiga imaginaria de la niñez.

- ¿Por qué me viene esa imagen a la mente en este momento? -se preguntó a si mismo con un poco de nerviosismo. - Hace demasiado tiempo que ese recuerdo se había perdido dentro de los recónditos lugares de mí mente- prosiguió.

Ingresó a la habitación donde todavía Mara continuaba durmiendo abrazada a la almohada.

- Ahora déjate de pensar tonterías - se repitió mentalmente - Tienes que disfrutar de la compañía de tu amada Mara.

Posó la bandeja sobre la cama y fue hacia el otro lado para despertarla. Tomó sus cabellos que le caían sobre la cara y lentamente los colocó hacia un costado, acercándose a ella para darle un suave beso los labios.

-Buen día, amor. ¡Que sorpresa tan bella! - exclamó -Me estás mal acostumbrando.¿ Qué voy a hacer cuando tenga que estar sola nuevamente?

-Quien sabe, tal vez estemos juntos nuevamente antes de lo pensado.

-Habíamos quedado en que por el momento no venderías el negocio, no quiero que pierdas de hacer los que más te gusta.

-Pues no lo haré, no venderé el negocio, espero que eso te deje más tranquila. He decidido que viajaré para estar contigo el último mes de tu gira. Sé que esas serán los conciertos más importantes y quiero disfrutarlo contigo.

- ¿Y cómo sabes eso?

-Me lo contó un pajarito.

- ¡Ay...!¡seguro que fue mi madre.!

- Mis labios están sellados - dijo mientras sonreía y mimaba cerrar su boca con un cierre- No puedo revelar mí fuente de información.

-Me hace muy feliz que quieras compartir ese momento conmigo amor - dijo abrazándolo y sintiendo una felicidad que no le cabía en el corazón.

Ambos decidieron comenzar a desayunar, ya que Paulo debía ir al negocio como todos los días.
Ella tomó la pequeña cuchara para colocar el azúcar en el café cuando noto que esa tenía un grabado muy bello.

- Me gusta el diseño del mango de esta cuchara. Este relieve de flores es realmente bello y delicado.

- Sí - asintió el, mientras la tomaba distraídamente para envolverla en la servilleta y la colocaba en su bolsillo.

- ¿Crees que alguna vez habrá algun objeto que identifique nuestro amor?¿Algo que pueda perdurar en el tiempo?

- Yo estoy seguro que sí. Que habrá algo que hablará de nuestro amor, te lo aseguro - le contesto mientras le acariciaba la mejilla.

Cuando ya había terminado de desayunar Ella decidió ocuparse durante la mañana de la limpieza de la casa mientras que su amado se dirigió al local de antigüedades.

Al llegar al negocio de antigüedades Paulo lo primero que hizo fue de ocuparse de una tarea que todavía tenía pendiente para realizar antes del fin de semana y era terminar de hacer las reparaciones que le faltaban a la cuna, la misma que había decidido regalarle a su amigo Felipe y a su esposa, quienes estaban esperando la llegada de su primer hijo.

La cuna era una hermosa obra de arte realizada en bronce. Tenía unos hermosos angelitos tallados en la cabecera de la misma. El diseño había sido realizado a pedido de Marcos López, quien por ese entonces era un conocido político ya retirado y que había pasado algunos años en el exilio. La vida de Marcos no había sido nada fácil y tal vez eso lo había llevado a cometer algunos actos no muy honorables.

Su padre, Guido López, había sido el comandante del ejército, quien por su habilidad militar había sido designado para ir proteger a los fortines y a los habitantes que se encontraban a sus alrededores de los ataques de los indios.

Los fortines eran la última frontera de lo que llamaban por esa época civilización.

La primera vez que el comandante llegó al fortín montado en su caballo azabache con prestancia, fue recibido con mucha expectativa por parte de los lugareños. No creían que finalmente el gobierno había decidido enviar al ejército para que los protegiera y para que mejoraran sus condiciones de vida.

El fortín se ubicaba en el límite más extremo del territorio. Muchos de los hombres que allí servían como soldados habían sido llevados como castigo por delitos menores. Algunas familias también estaban allí creyendo que tendrían mejores condiciones de vida, desde el punto de vista económico, que en la ciudad.

Pero nada de eso se hizo realidad, muy por el contrario las familias que allí vivían eran muy humildes y obtenían su sustento del fruto de trabajar la tierra y de criar algunos animales, sin contar que además debían sobrevivir a los ataques y saqueos de los indios y también de algunas bandas de delincuentes que azotaban esa región.

Para evitar que todas esas tropelías continuaran y a su vez que estos malechores pudiesen adentrarse en el territorio, el gobierno central decidió enviar al comandante López para poner orden en toda la región .

El señor Pedro y su familia eran entre otros los encargados de proveer los alimentos para los soldados recién llegados. Su hija Manuela era una joven que no conocía otra vida más que la de trabajar bajo el sol. Lamentablemente no había aprendido ni a leer ni a escribir. Su vida transcurría entre alimentar los animales, trabajar a tierra y los quehaceres de la casa.

El señor Pedro no era su verdadero padre pero ella lo quería como si lo fuese.
La joven Manuela era huérfana, sus padres habían fallecido cuando los indios habían atacado la casa donde vivían y habían secuestrado a la pequeña, quien vivió algunos años con ellos.
En una de las incursiones del ejército la niña fue rescatada junto con otros cautivos.
No habiendo nadie que se pudiera hacer cargo de ella, Pedro y su hermana decidieron acogerla en su humilde hogar. Los años de cautiverio habían dejado su huella en la joven, que era de carácter más bien tímido, poco expresiva y casi no hablaba su lengua materna.
Sin embargo había algo que la hacía sentir cómoda: pasar largas horas ocupándose de los caballos. Parecía que hablaba con ellos, susurrándole a los oídos. A ellos parecía gustarle el contacto con ella cuando se ocupaba de cepillarlos, alimentarlos y sacarlos a pasear por el prado, siempre bajo la atenta mirada de su padre, a fin de evitar cualquier contratiempo.

El comandate era un hombre muy activo, ya que se ocupaba no solamente de los asuntos militares de la defensa del fortín y de sus habitantes sino también de mejorar la infraestructura del lugar.

Bajo su dirección se reconstruyeron con la ayuda de los soldados muchas de las casas que estaban en malas condiciones, se excavaron nuevos pozos de agua y se ayudó a la población del lugar con la solución de algunas disputas legales evitando la discordia entre ellos.

Cómo todas las mañanas el comandante muy temprano recorría los puestos de vigilancia del fortín para estar informado de cualquier novedad. Una de esas mañanas decidió hacer el recorrido por el exterior del fortín con algunos hombres para tener pleno conocimiento del terreno circundante.

Desde su casa partió a las caballerizas a buscar a su caballo al cual ya le habían colocado su correspondiente montura.
El ingreso estaba semi alumbrado por faroles por lo cual su visibilidad no era la óptima.
Al llegar al lugar donde estaba su caballo oyó pasos que venían hacia ese sector. Se oía como si alguien quisiera pasar inadvertido. Vio una sombra a travez de las tablas que formaban la pared divisoria sospechando que pudiese ser un atacante y se abalanzó sobre él.

Muy grande fue su sorpresa al ver qué quién había arrojado al suelo era la joven Manuela, a quien antes nunca había visto.
La joven creyó que la estaban atacando por lo que trato de defenderse con golpes y mordiéndole una mano, por lo que el comandante la soltó inmediatamente.

- Le pido mil disculpas - dijo él mientras la ayudaba a ponerse de pié.

Ella no respondió, solamente lo miró fijamente y luego se fue hacia el lado opuesto hasta llegar al lugar donde estaba su caballo preferido.

El corazón de Manuela latía tan fuerte que parecía que de un momento a otro saldría de su pecho. Sus manos temblaban levemente mientras cepillaba suavemente las crines del caballo.

Mientras continuaba con su tarea no podía quitar de su mente al hombre que había visto, esa sonrisa y ese perfume se quedarían en su corazón para siempre.

El comandante estaba casado pero eso no le impidió enamorarse de Manuela. A pesar de que él trató en vano de evitar verla en los lugares comunes del fortín, no pudo evitar que finalmente tuviesen un apasionado romance.

Tiempo después ella quedó embarazada, su padre decidió entonces enviarla a la casa de unos parientes en otra provincia a fin de evitar el escándalo por el nacimiento del niño, pero por sobre todas las cosas no querían que el niño viviese en esas condiciones de vida y con el peligro constante de los ataques al fortín.
El parto de Manuela fue muy difícil. Su salud siempre había sido precaria por sus condiciones de vida, ya que había sufrido muchos golpes durante su cautiverio que dejaron secuelas que nunca pudieron mejorar.

Al poco tiempo de nacido el niño lamentablemente su madre falleció por lo que se le comunicó al comandante la triste noticia.

El comandante se ocupó personalmente de llevar al niño al orfanato y de reconocerlo como hijo natural. Con el pasar del tiempo su padre eventualmente lo visitaba.

Más tarde a instancias de su padre, lo enviaron a un instituto militar de la época para recibir instrucción.
Con el correr de los años el niño sentió el abandono y la ausencia de sus padres, por lo que su carácter se volvió áspero y retraído.

A los quince años se unió al ejército para defender a su tierra de una nueva invasión.
En su primer batalla fue tomado prisionero y llevado a un barco junto a otros prisioneros para ser llevos a la cárcel y posteriormente ejecutados.

Aprovechando una tormenta cuando apenas había zarpado el barco, logró desatarse de sus ataduras junto con otros prisioneros y escapó nadando hacia la costa.

Años más tarde ya había logrado un escalafón dentro del ejército pero decidió retirarse y ocupar un cargo de gobernador en su provincia.
Los años continuaron más tranquilos hasta que los caudillos comenzaron una sublevación inconformes con los manejos de la capital hacia las provincias, ya que proponían un gobierno unitario.
En esas condiciones de inestabilidad gubernamental Marcos decidió hacer una alianza con otros gobernadores para oponerse a los caudillos. Lo que desconocía este último era que esa alianza sería su fin como gobernador.

A instancias de Marcos, los gobernadores decidieron capturar a los caudillos ya que los superaban en fuerzas. Estos en su ambición de poder urdieron un plan para poder quedarse con el dominio de la provincia donde gobernaba Marcos López.

Los caudillos fueron capturados luego de varios intentos fallidos pero en lugar de ser encarcelados fueron fusilados, acusándo a Marcos de ser el instigador de este hecho.
En vista de que esta acusación lo llevaría a la cárcel y posiblemente sus enemigos intentarían que lo condenaran a la horca, Marcos decidió huir y exiliarse en un país vecino.

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