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D O S

Dawnes.

Otra estúpida reunión, estaba cansado de ellas y lo hacía notar muchísimo sin importarme que pensaran que no estaba preparado para encargarme del imperio SickMagson. El último que me lo había dicho ya no estaba para repetirlo así que nadie más se atrevía a hacerlo.

Escuchaba sin opinar las palabras de Lacomte. Era mi abogada privada, la mujer de veintitrés años que se ocupaba de todo el papeleo que Maeve (mi escolta principal) se encargaba de transcribir para creer facturas, contratos y otras cosas.

Se mencionaba que habían intentado menoscabar las ventas de mis armas para obtener beneficios propios, pero no estaba muy lejos de dar la orden para que los despidieran y regresaran el armamento a Munich porque yo no tenía tiempo para viajar a Berlín, siempre que iba alguna desgracia tenía que ocurrir y estaba aburrido no de matar sino de hacerlo de manera poco necesaria y fácil.

A mí me gustaba torturar, mutilar, y escuchar gritos, no pegar un tiro y luego mirar a la nada.

—¿Está de acuerdo, Jefe?

Frey Emerson, el contador privado de la SickMagson, sugirió vender mis productos fuera de Alemania. Era la idea más estúpida que había escuchado en mi vida porque compradores en Alemania me sobraban. Pero en cierto punto creo que estaba bien, si funcionaban las ventas no solo de armas, podía seguir vendiendo todo más rápido.

La SickMagson había sido fundada por mi padre; Vircilio Magson. No diría exactamente que éramos una mafia sino algo como una empresa privada. Cuando a un ruso se le había ocurrido la brillante idea de matar a mi padre porque su esposa le había infiel con él, tomé el mando de todas las empresas que mi padre había dejado en herencia de mi hermano mayor, otro imbécil que también había sido asesinado estúpidamente y yo lo agradecía aunque no quería formar parte de ningún trabajo que actualmente hacía.

Al principio para mí todo corría terriblemente mal, porque era un chico que pasaba todo el día encerrado en una habitación viendo la televisión y no conocía a nadie. Es decir, no tenía ni un comprador. Todo cambió en menos de tres años. Tenía quince años y empecé a patrocinar ventas por internet, convirtiéndome ya en un rey del marketing a los dieciocho años. Pero dejé la tecnología y empecé a ejercer verbalmente.

Mi padre tenía muchísimos trabajadores, así que despedí a la mayoría y empecé desde el principio. Me quedé con algunos trabajadores de los viejos y empecé a reclutar uno a uno que fueran nuevos hasta que obtuve a mis mayores empleados de confianza: Frey Emerson; mi contador privado, Lacomte Condori; mi abogada privada, Maeve Gautier; mi guardaespaldas principal, Jedda Senderi; mi francotiradora experta y también mi investigadora secreta, Jeck Lantsov; mi publicista, y Dimitri Haro; mi experto en ingeniería social. Yo también tenía lo mío.

El resto solo era relleno de escoltas y sirvientes, también tenía mis contactos de arquitectos y diseñadores de ropa.

—No —respondí—. Las ventas solo se harán en este país. Es demasiado trabajo sacar los permisos para poder trasladar la mercancía y ya tenemos suficientes compradores.

—Una nueva etapa no vendría mal —sugirió Lacomte—. Podríamos aumentar el quince por ciento de las ventas y ganar no el setenta por ciento sino el noventa y cinco por ciento. Frey tiene razón, es una buena oportunidad y del resto podemos encargarnos nosotros con la empresa; en cuanto a los papeleos y los permisos.

Odiaba tener que repetir las cosas dos veces. Lacomte era la única que quería llevarme la contraria solo porque nos habíamos acostado. Mientras yo la había considerado algo de un momento porque así fueron sus señales, ella ya creía que íbamos a casarnos por la iglesia. Sabía desde un principio que abrirle las piernas y ponerla a sufrir y a gritar, implicaba que también se abriera su cabeza y se volviera loca.

«Nunca más volveré a involucrar el maldito profesionalismo con lo personal». Pero no me culpen, tenía veintitrés, estaba soltero, y era un delicioso hormonal.

—Ya la repuesta está —se adelantó Maeve a responder por mí, sonando muy cordial y tranquilo. Él me conocía, podía leer bien mis ojos y sabía que estaba irritado porque no había algo que me repugnara más que volver a repetirle las mierdas a Lacomte.

—La reunión terminó —me coloqué de pie, y después de que Lacomte cerrara su carpeta, todos los demás también lo hicieron. La mayoría estaba presente, solo faltaba Jedda. Esa estaba haciendo un trabajo importante para mí.

Mi almuerzo estaba servido, así que me senté en el fondo de la casa para almorzar al aire libre. Siempre lo hacía solo porque no tenía familia, mi padre y mi hermano estaban muertos y mi madre se había quitado la vida cuando asesinaron a mi hermano. No sentía remordimientos, ella no fue fuerte ni siquiera para quedarse conmigo.

A medio almuerzo, Jedda salió a la parte trasera. Se veía molesta, como siempre, e iba vestida también como siempre: jean negro ajustado, un cinturón negro enorme, botas negras y un top manga larga color negro. Nunca cambiaba el look, su pelo era el de siempre: bajo a los lados y abundante arriba a un punto que esa cantidad larga le cayera sobre una oreja y una mejilla. Sí, tenía un corte muy masculino pero le quedaba bien, además, ella actuaba de manera femenina.

Se sentó frente a mí pero del otro lado de la mesa redonda de color negro, y arrugué las cejas porque no me había pedido permiso. Maeve, que estaba a la distancia, no le había dicho nada, porque sabía que Jedda y yo nos conocíamos desde niños y prácticamente era como una hermana para mí. Éramos bastante parecidos en ciertos aspectos y habíamos pasado por casi lo mismo, pero su familia había muerto primero que la mía a manos del mismo hombre y de manera más trágica.

—Ya investigué a la chica que me pediste —abrió una carpeta sobre la mesa.

—Sí, gracias por desearme un buen provecho.

—Deseo que te mueras ahogado con ese trozo de carne por enviarme a hacer un trabajo a la hora de mi almuerzo. Estoy molesta porque muero de hambre.

—Ajá, no me interesa, cuéntame todo con detalles.

—Avangeline LaCroix, tiene dieciocho años, cumplidos el tres de octubre. Vive con sus padres, Leticcia LaCroix y Norelio LaCroix, en un casa pequeña pero llena de algunos lujos. Su padre trabaja como carpintero y su madre es maestra, y también tiene un hermano que está ardiente y es independiente, trabaja como coach de boxeo y tiene un gimnasio propio. Algunos detalles son que Avangeline tiene un novio que se llama Marcelo Fletcher, el cual le está siendo infiel con Rafaela Allan, quien es su mejor amiga.

Me reí amargamente con ella porque ninguno podía evitar hacerlo. Continuó:

—Los padres de Avangeline tuvieron a Rinch LaCroix, de veinticinco años, a una edad muy temprana. Con lo que averigüé, no tienen más familia en Alemania. ¿Necesitas saber algo más, Dawnes?

—Dame más detalles, Jed. La edad del novio. Qué hace Avangeline en todo el día. La edad de los padres.

—Dawnes, ¿Es otra vez para tus jueguitos del sótano? —meneó los ojos. Yo negué con la cabeza, divertido, pero terminé alzando los hombros—. Esa chica no te la pondrá fácil si solo quieres cogértela o llevártela a jugar bajo treinta metros. Parece que tiene un carácter que no se controla ni con sedante.

—Sigue.

—Primero con el novio. Se llama Marcelo Fletcher, es un rubio de ojos azules y tiene la misma edad que ella: dieciocho años. Él va a la universidad, cursa la carrera de derecho. Avangeline no estudia nada porque según indagué, no tiene el dinero suficiente para ir a la universidad que quiere. La golpea, me dijo esa Rafaela que tienen terribles discusiones y que la ha abofeteado más de una vez, cosa que Avangeline niega para que su hermano no lo mate. El chico vive con su padre y su hermano menor, cumple el quince de junio, es amante de la patineta y del Instagram, saca fotos de su ridículo cuerpo delgado para ganar más seguidores. Vamos con Rafaela. Esa vive con su padre, un hombre que cada día sale con una mujer distinta, esa si tiene bastante dinero porque es hija de un abogado importante de la ciudad. Tiene la misma edad que Avangeline y también va a la universidad, está cursando literatura inglesa. Y finalmente Avangeline. Escuché que es muy sociable, educada y respetuosa, pero no tiene tantos amigos, sus notas escolares en la primaria y secundaria eran las mejores de todas las clases, incluso tenía mejores notas que su novio y su mejor amiga. Había sido recomendada para estudiar en la universidad de Harvard y le llegó una solicitud para que ingresara, pero la rechazó. Le gusta comer helado, el color rojo, es una buena hija, no trabaja pero ayuda mucho en su casa, tiene un gato blanco con gris con ojos de diferentes colores que se llama Dash, todavía es virgen, le gusta leer libros, viste como toda una señorita decente, le encanta visitar el museo central de la obra de Vincent Van Gogh; la noche estrellada, y no le gustan las fiestas. Eso es todo, no hay más.

—Eres la mejor, Jed.

Hice un ademán para que se fuera y no tardó en hacerlo, irritada. Le hice una seña a Maeve y él se dirigió hasta mi lugar con mucha rapidez. Ese hombre no se despegaba de mí en ningún momento al menos que estuviera en mi habitación, solo ahí tenía privacidad.

—Da la orden para que busquen a la chica de la patineta, la quiero aquí hoy mismo. Y por favor, encárgate de decirle a Dimitri que manipule bien a los padres para que no lean el contrato y lo firmen rápido.

—A su orden, Jefe.

También se retiró para cumplir la orden que le había otorgado.

Mi juguete llegaba ese mismo día. La investigación perfecta de Jedda me había terminado de impulsar a querer obtener ese gran trasero que se había estampado contra la parte delantera de mi auto. Nada más la parte trasera de Avangeline había logrado llamar mi atención de manera fortuita y rápida y era una condena no aceptar el pecado de estar con alguien menor que yo. No me importaba, todo lo opuesto, Avangeline era perfecta para divertirme un rato con ese carácter del diablo. Todavía pensaba que tenía muchas agallas para atreverse a hablarme mal y mirarme feo.

Marcelo Fletcher, de ese me encargaba luego por tocar a mi ardiente y caótico, futuro pecado. Nunca me había sentido tan ansioso por hacer algo nuevo, así que de momento él no era mi prioridad.

🪚

Ahí estaba. Dimitri se había bajado de su auto con una carpeta en manos y lo había rodeado para poder abrir la puerta del copiloto y ofrecerle su mano a aquella envoltura amarilla que tenía los ojos bien abiertos mientras miraba todo. Habría creído que llegaría pegando gritos, pero jamás que miraría cada rincón de la casa con mucha petrificación.

Era un hombre que estaba lleno de mucho dinero, pero mi casa no era tan grande como la de todos los empresarios de Alemania. Mi madre era una mujer muy humilde a pesar de que mi padre le daba absolutamente todo. No éramos una familia con reglas, mi padre era comunista pero muy correcto. Y a mi hermano no le gustaban las mujeres, aun así, nunca lo habían juzgado en la familia. Tampoco en la comunidad.

No quería perderme ningún detalle de Avangeline, así que me detuve junto al marco de la puerta de la entrada cuando fue abierta por Maeve. Dimitri me sonrió de oreja a oreja cuando me miró desde la distancia, ayudado a Avangeline a bajar su maleta del auto.

Parecía que no la habían forzado a nada. Había pensado que quizás iba a ser un problema sacarla de su casa, porque parecía odiarme.

—¿El ridículo de Magson es dueño de esto? —la escuché preguntarle a Dimitri, quien sonreía porque nunca paraba de hacerlo.

Mi sonrisa se ensanchó, porque a esa no le importaban los rumores y se atrevía a insultarme. Ella sabía, por supuesto que sabía quién era yo, pero eso no le importaba. Me llamaba la atención de manera física y, que tuviera esa actitud irritable, me divertía mucho. No me importaba lo suficientemente como para molestarme por sus berrinches, iba a ser fácil de llevar y divertido de aprovechar.

Dimitri se acercó hasta la entrada mascullando palabras que sabía que no iban a mal porque tenía una enorme sonrisa marcada en los labios y eso podía notarse desde lejos ya que sus dientes eran más blancos que una hoja de papel. Era moreno, es decir, entendible.

—¡¡Jefecito!!

Dimitri Haro, todo un experto en ingeniería social. Era un moreno de veinte años que tenía casi mi misma estatura, hombros anchos y rectos, torso no tan delgado pero eso solo era músculo, cabello negro y ojos a juegos.

Era bastante alegre, se reía por todo y también era celoso, es decir, odiaba que contratara a otras personas que me ayudaran de forma tecnológica. Su último detalle era que, al igual que yo, usaba argollas negras con una cinta tendida de cinco centímetros; misma de color negro. Esas argollas las usaban todos mis trabajadores, incluso yo, porque representaban nuestro club.

—Bienvenida, señorita Avangeline —me hice a un lado y actué una reverencia para que entrara.

Me parecía extraño que no llevara zapatos, tenía solo unos calcetines además de un pantalón holgado de color amarillo y una sudadera tejida del mismo color, la cual le cubría los dorsos por completo.

—Está loca, Jefecito, completamente loca. Lanzó los zapatos por la ventana para devolvernos a buscar a su gato, pero no le hice caso y continué.

—Eso no es un secreto —murmuré.

—¿Dónde voy a dormir? —inquirió Avangeline, mirando cada rincón de la casa con curiosidad e inhalando profundamente.

—Conmigo, si quieres —bromeé, mirándola de arriba abajo.

Ella se giró y dejó de admirar un estante de vidrio en particular, y cuando sus ojos se cruzaron con los míos, me sonrió con falsedad y me propinó bofetón que me giró el rostro porque no me lo había esperado; o quizás tenía demasiada fuerza. Después de ese sonido parecido al de una nalgada, escuché la gran carcajada de Dimitri y el jadeo de sorpresa de Maeve. Maeve no actuaba si yo no le daba una orden, por lo que no se movió de su lugar en ningún momento porque siempre se quedaba a tres metros de distancia de mí.

Todos en esa casa sabían que, si Dawnes Magson atacaba, era para no dejar vivo a nadie, así que suspiré lentamente y volví a girar el rostro para mirar a la niña que no tenía trasero de niña ni belleza de niña. Media casi el doble que ella y esa altura parecía perfecta para abrirme el pantalón y…

«Calmate, Dawnes, estás molesto porque una mujer te tocó la cara». 

—¿Eres estúpida, verdad, niña? —le preguntó Maeve de repente, desde la distancia. Solo lo ignoré.

—Déjanos, Dimitri. Muchas gracias.

—Ajá, sí, Dawnes, olvídate de mí —me estiró la carpeta, la cual tomé rápidamente para que se fuera, y lo hizo después de hacerme una mueca odiosa de sus tantos berrinches de celos.

Nunca me reía de sus ocurrencias, toda mi vida lo había tratado con mucha frialdad y seriedad solo por disciplina y formalidad, pero aun así, él siempre era extremadamente cariñoso y meloso y nadie opacaba eso. Creía yo que era el único que le daba algo de humanidad al club aunque nadie se lo hubiera pedido.

No me quejaba, Dimitri era mi mejor ingeniero social, por supuesto, jamás mejor que yo, pero prefería usarlo a él antes que hacer algo aburrido que solo me hacía doler la cabeza aunque lo hiciera en fracción de segundos.

—No voy a trabajar para ti —replicó Avangeline mientras yo abría la carpeta negra para mirar su contenido. Solo necesitaba mirar las firmas de sus padres y también la suya para:

—Eres de mi propiedad —volví a cerrar la carpeta y se la estiré a Maeve—: Guárdala en mi caja fuerte —él la tomó inmediatamente y me obedeció.

—Sabía que habías manipulado esos papeles, ahora entiendo por qué ese moreno le soltaba tantas labias a mi familia. Dime rápido qué es lo que quieres de mí, Magson.

Magson. Era la primera vez que me llamaban por mi apellido. Era muy directa, eso me había hecho sonreír, pero no le mostré mis dientes porque eran tan perfectos que alguien de tan baja cuna no merecía mirarlos tan rápido.

—Ya sabes lo que tienes que hacer, Avangeline —murmuré, inclinándome para quedar a su altura.

Ella lo sabía, oh, Dios, claro que lo sabía. No había miedo en su mirada a pesar de que me tenía frente a ella. No era un hombre intimidante, pero era alto, lleno de masa muscular y no solía mostrar mucho mis sentimientos. Era serio, además, por ahí no rondaban buenos comentarios sobre mí. Y a decir verdad, ninguno era falso.

Era fuerte esa chica, eh. Y no fingía serlo.

—No, no sé, dime rápido para que pueda irme de aquí cuanto antes. Tengo muchísimas cosas que hacer en el exterior.

—¿Cómo qué? —inquirí rápidamente, interesado.

—Eso no es tu problema. ¿Ya vas a enseñarme dónde voy a dormir? Y por favor, durante el camino, me vas explicando qué voy a hacer.

—Señor —habló Maeve, ya nuevamente ingresando a la sala—. Si quiere yo le indico donde queda su habitación.

—No es necesario, Maeve, yo lo haré. ¿Vamos, señorita Avangeline?

—Claro, y lleva mi maleta, por favor, porque está pesada.

Sonreí con ironía, pero terminé tomando la maleta por el aza y empecé a caminar en dirección a las escaleras. No me había molestado absolutamente en decirle nada, y continuamos el paso en silencio hasta que finalmente habíamos llegado a una de las habitaciones de arriba. Era pequeña y tenía todo lo esencial: un baño, un ropero, una cama pequeña con sábanas blancas, una silla y una mesa de adorno en una esquina, una mesita de noche con un reloj y una lámpara, la televisión tendida a la pared y la peinadora blanca bajo la misma, un espejo alto en otra esquina y el aire acondicionado. No necesitaba más.

Dejé su maleta poco pesada sobre la cama y retrocedí unos pasos, recostándome de la pared.

—Puedes desempacar —casi se lo ordené—. Quiero ver que llevas dentro de esa maleta.

No puso objeción y cumplió con lo que le había pedido. Se acercó a la cama y abrió la maleta con cuidado, y empezó a sacar todo el contenido, colocándolo meticulosamente sobre la cama.

Avangeline había llevado productos personales para el aseo personal, un conjunto de pijama, un par de pantuflas, un par de chancletas, un par de zapatos deportivos, tres camisas y tres pantalones, dos vestidos de flores, ropa interior, una laptop, una tablet con su lápiz táctil, un teléfono, una cartuchera con colores rojos, rosados y carne, cada color en distintos compartimientos de la cartuchera, pero eso no quitaba que hubieran muchas tonalidades de cada uno. Los rojos llamaron mi atención, y mirar el orden de ellos me había conmovido, porque dicho color me encantaba. Y finalmente, lo último que había en la maleta, era un cuaderno grande, otro que parecía un diario, y un libro, el cual se notaba que tenía muchísimos marcapáginas rojos y recortes.

Me acerqué y lo tomé entre manos, entrecerrando los ojos cuando Avangeline me apretó por una muñeca.

—Es personal lo que hay ahí, no me digas que también vas a revisar mis cosas.

—Solo quiero ver —aclaré—. Parece que te gusta mucho.

Torció los labios, frunció el ceño y chasqueó la lengua, luego retrocedió y se quedó mirándome fijamente mientras pasaba una página tras otra. El libro era de biología, parecía tener quinientas páginas y todos mostraban distintas partes del cuerpo, tanto en dibujos normales como en fotografías reales plasmadas en el propio libro. Fruncí más el ceño mientras continuaba pasando las páginas, porque habían muchas notas que hablaban de los tipos de sangres, tejidos sanguíneos, musculares, conectivos, epiteliales, e incluso donde amputar la piel y evitar un sangrado que podría llevarte a la muerte. Y lo más llamativo de todo, estaba después de la mitad. Avangeline había conservado muchísimas imágenes tanto a color como en blanco y negro de periódicos de casos reales donde las personas morían sangrientamente, subrayara con resaltador rojo carmesí notas del libros, las peores de todas, incluso tenía una lista de tipos de cuchillos, imágenes de instrumentos como bisturí, tijeras quirúrgicas, entre otras piezas que yo conocía perfectamente.

¿Avangeline estaba enferma? Enterarme de eso me excitaba muchísimo y era exquisita la sensación que sentía en el cuerpo. Era completamente mi tipo, esos casos llamaban mucho mi atención y estudiarlos era un deleite para mi cerebro. Era más que bienvenida a mi casa.

—No lo tengo por nada malo —aclaró. Le prestaba atención pero no dejaba de mirar el libro y pasar página por página, encontrándome incluso con imágenes reales de cerebros y pulmones mutilados—. Antes quería estudiar para ser cirujana, por eso había conservado todas esas imágenes. Me llamaban muchísimo la atención los órganos de las personas. Anhelaba hacer cirugías porque quería ver un hígado con mis propios ojos, incluso los pulmones esparciéndose y comprimiéndose mientras alguien respiraba, aunque suene loco. Hasta un corazón latiendo. Pero ya eso se acabó, el libro no es muy importante. Dámelo.

—Pero lo trajiste aquí.

—Es mi pasatiempo. Verlo de vez en cuando me hace recordar que de niña pensaba cosas estúpidas.

—¿Y por qué crees que son estúpidas? —inquirí, todavía pasando las hojas del libro, hasta que me encontré con una bolsita de plástico transparente con algo viscoso adentro. No pregunté nada, porque sabía mejor que nadie que era el corazón de un ratón. Pensar que Avangeline lo había obtenido con sus propias manos, me incitaba a querer descubrir más que ella.

—Porque es enfermizo, Magson. ¿Qué persona puede querer abrir un cuerpo humano solo para ver unos pulmones moviéndose y un corazón latiendo?

—Evidentemente, tú. Y no es algo loco, cualquier cirujano querría lo mismo. ¿De dónde sacaste este libro?

—Yo misma lo hice.

—Vaya —enarqué las cejas con algo de asombro, cerrando el libro y devolviéndolo a su lugar—. Es impresionante.

—¿Ya me vas a decir qué voy a hacer?, ¿O vamos a seguir hablando de mis raros gustos?

—Podemos seguir hablando de tus raros gustos, lo disfrutaría al máximo.

—Magson, por favor.

Sonreí con picardía, dirigiéndome hacia la puerta mientras pensaba profundamente en todas las imágenes que había visto en su libro, porque me parecían muy conocidas y entretenidas. Y, antes de salir de la habitación y cerrar la puerta, le dije:

—En el contrato sale que trabajarás para mí en exactamente un año. Debes esperar que pase para que puedas irte, así que no intentes hacerlo antes. En un rato Maeve, mi guardaespalda principal, te traerá lo que usarás para que empieces en el invernadero.

Abandoné la habitación pensando en que ambos teníamos cierto gusto y sentíamos cierta exquisitez por mirar una de las cosas más espantosas que podían existir.

Un cuerpo mutilado.

A mi parecer, Avangeline era más de lo que pensaba, y no podía dejar escapar la oportunidad de divertirme con ella como lo había hecho con todas esas chicas a las que reclutaba cuando no tenía nada para divertirme.

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