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Capítulo XIII

El comisionado Joffre Abud era el encargado nacional de la infame misión Agro-Patria, misión que solo era una pantomima del régimen dictatorial para expropiar terrenos a diestra y siniestra. El hombre de treinta y cinco años era soltero, sin hijos o al menos ninguno reconocido.

Sobrino lejano del presidente y reconocido testaferro de muchas de sus propiedades, Abud era uno de los peces gordos del gobierno. Su muerte, definitivamente ponía en pico e' zamuro [*] al asesino del Junquito.

El homicida se había convertido en la primera prioridad del gobierno y, por ende, del CICPC. De hecho, tuvimos suerte de que no nos hubieran obligado a unir fuerzas con otros organismos policiales.

—Entonces, anoche fue la última vez que lo vio, ¿cierto? —pregunté de nuevo.

Antonio Marín, el asistente de Abud asintió repetidas veces.

—Así es, a las ocho se retiró a su habitación y pidió que no lo molestáramos, estaba esperando a alguien importante.

—¿Y no les dijo a quién? ¿Tampoco vieron a nadie entrar?

Marín lo pensó por un momento, sus ojos se desplazaban por el suelo, como si la respuesta se encontrara allí.

—No nos dijo, pero sabíamos que debía ser una mujer. Casi todas las noches era lo mismo —dijo—. A los hombres los veía entre comidas o sitios públicos, mientras las noches, las reservaba para las mujeres.

—Necesitamos el informe exacto de las haciendas que han visitado hasta el momento y que incluya todos los detalles que considere importantes.

La duda se reflejó en el rostro del asistente y decidí especificarle:

—Cualquier cosa fuera de lo normal que haya ocurrido en las visitas es de suma importancia que nos lo haga saber.

—¿Algo como una pelea?

—¿El comisionado peleó con alguien?

Marín se encogió de hombros.

—En casi todas nuestras visitas tenemos altercados, ¿sabe? No se ganan amigos cuando tenemos que expropiar un terreno. Sin embargo, es muy raro llegar a los golpes. Joffre no peleó como tal, pero si lo golpearon; por eso tiene ese moretón en la nariz, un imbécil le dio un puñetazo en una hacienda.

—Exactamente eso es lo que necesitamos. Cuanto antes tenga el informe mejor.

—Me pondré en ello, ¿algo más en lo que pudiera ayudar?

Negué y lo dejé marchar, me serviría más aquel informe que su propio testimonio.

El interrogatorio fue en una habitación contigua a la de la escena del crimen, en la posada donde se hospedaba el comisionado y su gente. Ver el lugar en el que ocurrieron los hechos solo despertaba esa curiosa sensación de déja vu que tanto me desagradaba. Era como repetir una y otra vez el mismo asesinato, resultaba sumamente frustrante y perturbador.

Andrés por primera vez tenía la cabeza sobre los hombros y no se veía afectado por la situación; no sabía si era porque nuestro jefe, Rafael Martínez estaba presente o si era porque al fin se había acostumbrado a la violencia de los actos.

Martínez observaba a la víctima con las manos en la cintura, sus pequeños ojos entrecerrados parecían intentar comprender el homicidio. Su tez que normalmente era rojiza he hinchada debido a la constante rosácea y tensión alta había perdido su color, tornándose de un gris pálido que jamás había visto en su piel.

El sudor, sin embargo, permanecía allí como siempre, no importaba cuan fresco estuviera el día, Martínez siempre sudaba.

—¿Todo bien, jefe? —pregunté.

Martínez pestañeó varias veces y se tambaleó un poco.

—Necesito sentarme —balbuceó.

Rosales y yo lo atrapamos antes de que cayera, no se desmayó, pero sus piernas si flaquearon. Lo arrastramos hasta la ambulancia que esperaba afuera de la posada y los paramédicos enseguida le dieron primeros auxilios.

Según los enfermeros y el mismo Martínez, solo fue una baja de azúcar. Yo estaba seguro de que había sido todo menos eso.

Como suponía, la presencia de mi jefe lo único que hacía era entorpecer nuestro trabajo, no obstante, no nos quedaba de otra; era eso o no trabajar en absoluto y cederle el caso a un inepto.

No tardamos mucho recolectando evidencias, era más de lo mismo solo que en esa ocasión, el asesino tuvo tiempo para extirpar a la perfección ambos ojos y aparentemente, disfrutar de su arte.

—No encontraste asesinatos similares, ¿cierto? —le pregunté a Rosales.

—Encontré varios dementes, pero no se asemejan mucho al nuestro. Nada en el Junquito, por supuesto.

Asentí, dando finalmente por cerrada esa vía a seguir.

Al salir de la posada, ya la noche había caído y mi hiperactivo ser, exigía hacer algo más que solo ir a casa y esperar por el informe, o los resultados de los exámenes patológicos. Rosales y yo dejamos a nuestro jefe en una posada de la zona, y una vez estuvimos solos, mi compañero dijo:

—¿No se te antoja una cerveza?

De inmediato supe que esa pregunta escondía algo más.

—Con Martínez encima, puede que no tengamos muchas oportunidades de ir a la plaza Bolívar —agregó, con desinterés fingido.

—Razón no le falta, Rosales.

Aún no le informábamos a nuestro jefe sobre la pista de la familia Chirinos y la tal Fátima. Y no lo haríamos hasta que estuviéramos por completo seguros de que debíamos seguirla. Martínez estaba tan presionado por el comisario Rangel, que era capaz de cualquier cosa; incluso espantar al posible asesino.

Entonces, habíamos decidido seguirla con prudencia, intentar llegar al eslabón más débil primero y ver que podíamos conseguir de él. En este caso, consideramos que llegar a Fátima debía ser nuestra prioridad.

Sin pensarlo dos veces nos dirigimos al restaurante que más frecuentaba nuestro objetivo. Estaba bastante concurrido, era inicio de fin de semana así que no era sorpresa. No tenía muchas esperanzas de encontrar lo que buscábamos, pero como si fuera nuestro destino allí estaba Fátima y para mejorar la situación, Simón no la acompañaba.

La chica vestía una minifalda muy ajustada y un top, que dejaba entrever la copa de un apretado brasier que apenas parecía ser capaz de contener sus preciosos senos. Esa noche su maquillaje era más exagerado y su cabello suelto, iba despeinado de una manera tan sensual que enloquecería a cualquier hombre.

Estaba sentada sobre una mesa, con las piernas cruzadas mientras coqueteaba con un mesero. Al no ver a su novio por ningún lado, me aproximé a ella sin perder el tiempo. Rosales tomó una mesa cercana y pidió las cervezas con naturalidad, tal cual habíamos planeado.

Solo éramos dos funcionarios del CICPC, disfrutando una noche de copas y quizás, la compañía de una dama bonita, nada más.

—Buenas noches, princesa —ronroneé, acercándome como un gato a su presa—. Mi amigo la vio apenas entramos y piensa que se encuentra muy solita, ¿no le gustaría acompañarnos? Prometo que no mordemos.

Fátima miró a Rosales con desinterés y luego, sus ojos me recorrieron a mí de pies a cabeza, mordió su labio inferior con picardía al cabo de un rato.

—¿Y porque tu amigo no viene a decírmelo él mismo?

—Es un poco tímido, el pobre. Le estoy haciendo un favor.

—Lo siento, corazón. No salgo con policías, ni hombres casados —dijo, señalando con una inclinación de su cabeza al anillo en mi dedo anular, mientras bebía sensualmente su cerveza directo de la botella.

—Vamos, preciosa. Él está soltero, solo quiere conocerte y hablar un rato, te lo prometo. Además, puedes ordenar lo que quieras, va por nuestra cuenta.

Fátima lo meditó por un momento, sus ojos me recorrían con esa coqueta chispa lasciva que casi siempre iluminaba su rostro; no sé qué tenía aquella mujer, pero si lograba hechizarme de esa manera con tan solo una mirada, sabía que podría ser capaz de conquistar a cualquiera.

—Mi novio debe estar por llegar —mencionó con picardía—. Se molestará si me ve sentada en su mesa, oficial.

Estaba jugando conmigo, lo sentía en cada una de sus palabras, en cada movimiento que resaltaba sus atributos; lo confirmé cuando se llevó el dedo índice a los labios y mordisqueó levemente la punta. Pasé saliva e inhalé profundo, el frescor nocturno del Junquito no era suficiente para mitigar el calor que aquella mujer estaba despertando en mi interior.

Pensé en Alejandra, en los asesinatos, en el objetivo de aquella charla. No podía perder el rumbo, no debía dejarme engatusar.

—¿Se molestará solo porque hables con amigos? —pregunté, acercándome más a ella, casi cubriendo su pequeño cuerpo con el mío.

Fátima asintió con inocencia, mientras arqueaba más su espalda para resaltar sus pechos.

—Así es, es muy celoso —susurró, aleteando las pestañas con coquetería.

—Entonces —murmuré en su oído—, ¿qué te parece si le das verdaderas razones para que lo esté?

La mujer suprimió una sonrisa al morder su labio inferior y me extendió una mano que tomé con gusto. La llevé hasta nuestra mesa y en vez de sentarse frente a nosotros, se sentó en mis piernas, frotando su trasero de mi entrepierna.

—Uy, con esa pistola, oficial, podría hacer unas cuantas excepciones con usted —susurró, meneando un poco más sus caderas.

Rosales se sonrojó y ocultó su sonrisa tras la cerveza que estaba bebiendo. Nos presentamos e intentamos que la endemoniada Fátima se interesara más en él, como habíamos planeado desde el principio, pero nada funcionaba. Toda la atención de la chica, se concentraba en mí.

Seguimos con el plan a pesar del imprevisto. Mientras ella me torturaba con sus movimientos, sus caricias e insinuaciones, yo luchaba por recordar la lista de preguntas que tenía preparadas. Llegué solo a formular algunas de ellas, como, por ejemplo: ¿dónde vivía?, ¿qué hacía en el Junquito?, ¿cuándo llegó al pueblo?

No obstante, cada pregunta que lográbamos hacerle ella la respondía con una evasiva más elaborada que la anterior. Rosales, al ver que yo no estaba cien por ciento presente en aquel interrogatorio, comenzó a insinuar pequeños detalles de los asesinatos.

Fue allí cuando la cosa se puso realmente difícil para mí.

—Voy al baño, vuelvo en un momento —anunció Rosales, incorporándose.

Fátima quién había respondido la última pregunta con otra evasiva y desinterés, se incorporó para sentarse de nuevo sobre mi regazo, pero esta vez de frente. Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, sus manos corrieron a la bragueta de mi pantalón.

—¡Detente! —siseé, sujetando su mano y mirando alrededor—. ¡¿Estás demente?! ¡Estamos en un sitio público!

—Pfff, casi no hay nadie, además, te tengo tan duro como una piedra, Gabriel —murmuró, intentando zafarse—. Dijiste que había sido un día largo, déjame ayudarte con eso.

No mostraba ni un atisbo de vergüenza, ni miedo, de hecho, sus mejillas sonrojadas y respiración acelerada parecían hacerla vibrar de excitación.

—Fátima, estoy casado —mascullé, tratando de bajarla disimuladamente de mi regazo.

—¿Y? Te dije que podía hacer excepciones contigo. —Forcejeó con más intensidad, sin perder el deseo en su mirada—. Además, sé que tú también lo quieres, te he visto, Gabriel.

Tragué saliva y apreté con fuerza la mandíbula. Fátima aprovechó mi confusión para liberar una de sus manos de mi agarre y llevarla a mi entrepierna; apretó con fuerza mi miembro, ocasionando que un escalofrío recorriera mi cuerpo. Se inclinó un poco y susurró muy cerca de mi rostro:

—Vienes varias veces a la semana, siempre te sientas en una esquina, alejado de todos... —Apretó con más fuerza.

Su mirada chispeante, esa coqueta y hechizante había cambiado; el brillo se había apagado y en sus ojos, solo vi un inmenso vacío, carente de emociones. Fátima estaba sonriendo, pero esa sonrisa aunada a la oscuridad de su mirada logró ponerme los pelos de punta.

Sentir su mano en mi masculinidad, apretando y acariciando, comenzó a asquearme. Quería quitármela de encima, pero por algún motivo mi fuerza y voluntad se habían convertido en las de un niño de cinco años. No entendía que carajos estaba pasando, ni quién era esa mujer.

—Siempre me ves, Gabriel. Tus ojos no se despegan de mí, sé que me deseas —continuó el demonio en mis piernas—. De seguro tu esposa no es suficiente, necesitas más, me necesitas a mí.

La mención de mi esposa en aquella envenenada voz me trajo de vuelta al mundo real. Conseguí la fuerza para detenerla y bajarla de mis piernas, aunque fui un poco más brusco de lo que debería, no me importó. Esa mujer era el mismísimo diablo.

—Estás equivocada, Fátima. Amo a mi esposa y ella es más que suficiente para mí —siseé.

Al ser rechazada, la sonrisa en su rostro desapareció por completo y el vació en su mirada parecía consumir su alma y todo lo que la rodeara. Justo cuando se acercaba a mí con aire amenazante, una voz masculina gritó:

—¡¿Fátima?!

Simón Chirinos apareció a sus espaldas y la tomó de un brazo, impidiéndole que llegara a mí.

—¡Te dije que no vinieras sin mí! ¡Maldita sea! —exclamó Simón—. ¿Otro, Fátima? ¿En serio? —preguntó, señalándome con la cabeza.

—Es un amigo que acabo de conocer, Simón, no hagas drama —replicó, soltándose del agarre. Su mirada, recuperó el brillo—. Además, yo soy libre de salir cuando quiera y a donde quiera.

—Ya hemos hablado de esto —gruñó Simón—. Vamos, es tarde.

La chica se acercó a mí, de nuevo sonriendo como si nada hubiera pasado. Su mano intentó tomar mi mentón, pero se lo impedí; en vez de molestarse, ella sonrió más.

—Espero verte de nuevo, bombón.

Ocurrió muy rápido, demasiado rápido. Fátima me tomó por el cuello y me estampó un brusco beso en mis labios; quedé pasmado, demasiado sorprendido por su arrebato como para saber cómo reaccionar, era un niño perdido en medio de la lluvia.

Simón la separó de mí con una expresión asesina en el rostro, de hecho, creí que pagaría su ira conmigo, pero contrario a eso se conformó con solo llevársela. Fátima forcejeó un poco con él, pero al final ambos salieron del restaurante en medio de una acalorada discusión.

—Diablos, ¿me voy cinco minutos y se desata un infierno? —exclamó Rosales, llegando a mi lado—. ¿Qué ocurrió? ¿Conseguiste algo?

No sabía que responder a esa pregunta. Ni siquiera sabía en qué momento todo se había ido al carajo. Lo único que tenía claro, era que Fátima escondía mucho más de lo que creía, no era la chica fácil y tonta que todos pensaban. Esa cara angelical, definitivamente era una máscara que ocultaba algo más: un acertijo que necesitaba descifrar. 

Glosario:

Pico'e zamuro: Estar en problemas o en un aprieto.

¿Me faltó alguna palabra? ¡Házmelo saber! ->

N/A: Esa Fátima se las trae ¿no? ¿Qué esconderá? ¿Y qué papel juega Simón en todo esto?

¿Crees que está engañando a Camila? 

¡Quiero leer sus teorías!

Y a los que ya leyeron la versión vieja, ¡sin spoilers, por favor!

¡Recuerda, tus comentarios y votos son mi gasolina!

Agregado el 26/07/2024

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