Capítulo VII
La vida se encargaba de darme golpes, uno tras otro sin tregua. Todo empezó con el declive de mi matrimonio y su trágico final; luego, la muerte de mis padres a tan solo tres meses de aquel suceso, además, como si mi dolor por ambas pérdidas no significara nada, también se sumó la gran cantidad de deudas que me dejaron como herencia.
Para terminar de convertir mi vida en una sátira, lo más ridículo e inesperado sucedió: mi abuelo también me había guardado aquel siniestro regalo en el ático. Supuse que el universo estaba complacido con tal golpiza y que al menos, me daría un tiempo para agarrar fuerzas y volver a levantarme, pero no, él no podía ser tan bondadoso.
Así que, para ponerle la cereza al pastel, el gobierno intentaba hundir mi bote salvavidas a base de artimañas. No entendía cómo lograba mantenerme a flote, cuerda, entre tantos problemas, lo único de lo que estaba segura era que Simón formaba parte de ello.
Desde que hablamos esa noche, Simón se estaba convirtiendo en un pilar, en mi fortaleza. Si no podía dormir, él me acompañaba, si mi mente intentaba hacerme sucumbir entre tantos pensamientos, él me distraía; y, si perdía el rumbo de acción, él se encargaba de encaminarme.
Así que ese jueves en la mañana, con su ayuda y apoyo, me dirigí al catastro de la Alcaldía municipal de Caracas, decididos a corroborar la información que el comisionado nos había dado y de ser posible, intentar agilizar los trámites.
La dichosa institución estaba a reventar, habíamos salido del Junquito en la moto, lo más temprano posible, sin siquiera desayunar para tratar de llegar apenas abrieran las puertas; sin embargo, el trayecto del viaje duró casi una hora y para cuando vislumbramos el edificio, ya había gente esperando afuera en una larga fila.
Como cualquier institución pública del país, los funcionarios atendían con lentitud y mala cara. No fue hasta el mediodía que por fin tuvimos esperanza de que nos atendieran, aunque dicha esperanza se esfumó cuando la luz se fue, aparentemente gracias a un corte de energía programado.
A pesar de eso mucha gente decidió quedarse y así mismo hicimos nosotros, no nos iríamos de ese infernal lugar hasta que nos atendieran. Mientras que yo me quedaba en la fila, Simón se encargó de ir por comida.
Dos horas más tarde, la luz regresó, pero el sistema no. Ese fallo nos hizo perder dos horas más de nuestro día, y, para las cuatro, casi cinco de la tarde, al fin nos tocó nuestro turno.
Entregué toda la documentación que me solicitaron y hasta la que no necesitaban. En trámites como estos, sabía muy bien que los funcionarios se encargarían de pedirme las sandalias del niño Jesús con tal de retrasar los procesos o simplemente, ser unos hijos de puta.
—Muy bien, señorita Castillo —dijo el funcionario, revisando los papeles—. Creo que tenemos todo lo necesario para comenzar el trámite, solo permítame revisar unas cosas en el sistema y procederemos con la solicitud.
Contuve el deseo de morder mis uñas y luché, por verme calmada. Creía que, si el funcionario olía mi miedo, encontraría la manera de complicar todo el proceso. Simón, quien se encontraba sentado a mi lado, colocó su mano sobre mi rodilla temblorosa para calmar el constante tamborileo.
—Muy bien, todo está en orden —sentenció el funcionario—. El trámite quedará listo en aproximadamente unos treinta días hábiles. Puede pasarse a partir de esas fechas para buscar los acuses.
Treinta días hábiles que no tenía disponibles.
—Disculpe —dije con timidez y fingida inocencia—. No habría manera de, como decirle —sonreí con picardía—, eh, ¿acelerar el proceso?
Sentí la penetrante mirada de Simón sobre mi ardiente rostro; lo menos que quería era sonar como una prostituta barata, menos frente a él, pero estaba desesperada. El funcionario intercambió miradas entre ambos, antes de que sus ojos se desviaran a mi escote pronunciado, el cual me había puesto específicamente con ese objetivo en caso de que el que nos atendiera fuera un hombre.
—Eh, creo que sí, podríamos llegar a algo...
—¿Cuánto quiere? —siseó Simón, sacando la billetera.
Su expresión era de pocos amigos y esa mirada fría que congelaba los huesos. No obstante, había un no sé qué, en la tensión de su mandíbula y esa vena palpitante en su cuello que me aceleraba el corazón y no era gracias al miedo.
El funcionario abrió y cerró la boca repetidas veces sin mencionar palabra. Miró alrededor del cubículo con los nervios danzando en sus ojos y finalmente, anotó una cantidad en un papelito. Simón leyó lo escrito, arrugó el ceño y resopló.
—¿Cuándo quedaría el trámite? —preguntó.
—Quince días hábiles —dijo el funcionario precipitadamente—. No harían fila, pasarían directo conmigo.
—Te pagaremos. —Simón se inclinó sobre el escritorio y se acercó al funcionario—. Pero si nos engañas, te juro que necesitarás el doble de dinero para un traumatólogo. ¿me explico?
El hombre palideció un poco, pero asintió. Intenté detener a Simón cuando sacó a ridícula suma que el funcionario le pidió, pero no hubo nada que lo hiciera. Al salir del catastro, lo tomé por el brazo y jalé para que me encarara.
—Era demasiado dinero —siseé—. ¡No tenías que hacer eso!
—Entonces, ¿qué, Camila? ¿Qué querías que hiciera? ¿Ver cómo te acostabas con el mamaguevo [*] ese?
—¡No pretendía hacer eso!
—¡Por favor, Camila! —bramó—. ¡Mira cómo te vestiste! ¡Viniste con ese objetivo en mente! ¡No me mientas!
El calor inundó mis mejillas y la vergüenza, galopó con fuerza en mi pecho.
—Admito que lo pensé, pero mi intención no era prostituirme —aclaré—. Solo quería embelesarlo un poco.
Simón sonrió con ironía, sus manos peinaron su cabello hacía atrás con tanta fuerza que pensé que se lo arrancaría.
—No sé porqué me sorprende que te parezcas a ella —murmuró.
—¿A quién?
La dureza en su mirada se suavizó paulatinamente, al mismo tiempo que sus manos acariciaban mis hombros desnudos.
—Lo siento, a nadie.
—Simón, ¿a quién me parezco?
—A nadie, lo siento —balbuceó—. Verte coqueteando con el pajuo [*] ese hizo que perdiera los tapones [*], ¿ok? Olvida lo que dije, no significa nada. Iré por la moto, espérame acá.
Me dejó con la palabra en la boca, aunque siendo sincera creo que fue lo mejor que pudo haber hecho. De nada servía que entráramos en una discusión sin sentido, no era momento de agregar más desgracias a mi vida.
En menos de cinco minutos, Simón volvió con la moto; me ayudó a ponerme el casco como siempre hacía y nos pusimos en marcha de regreso al Junquito. Al llegar al pueblo el sol ya había caído.
Las calles estaban revueltas, los sonidos de ambulancias y patrullas policiacas, envolvían el ambiente. Algo grave había pasado, no era común tanto alboroto y mucho menos, ver tanta gente con cara lúgubre e incluso, algunas lágrimas.
—¡Hey! ¡Jacinto!
Simón saludó a un hombre al otro lado de la calle, se había estacionado a un costado de la carretera, tan interesado como yo en saber que ocurría.
—¿Qué fue? ¿A quién mataron o qué? —preguntó con ironía.
Jacinto se encogió de hombros y gesticulando con ambas manos dijo:
—¡Marico [*]! ¡Mataron al mormón, guevon [*]!
—A la verga [*] —exclamo Simón—. ¡Pero si ese marico no se metía en peos [*]!
—¡Ya sé, guevon! ¡¿Por qué crees que la gente está así?! ¡Parece que lo hizo el mismo que mató al italiano!
—¿El del motel? ¿El loco rebana pitos?
—¡Ese mismo, marico!
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, me aferré con más fuerza al pecho de Simón y le dije:
—¿Podemos irnos? No me siento bien.
—¿No quieres cenar en la plaza Bolívar? Ya estamos aquí...
—Por favor, vámonos.
El asintió con resignación y se despidió de su amigo. Una desesperación inexplicable me recorría el cuerpo entero. A pesar de que no era seguro que el asesino fuera el mismo, en mi pecho sentía una comezón cargada de angustia.
¿Qué debía hacer si el asesino atacaba de nuevo? Más aun, ¿qué debía hacer si usaba exactamente el mismo ritual? Un asesinato era una coincidencia, dos: ¿podía ser casualidad?
La ansiedad que tenía reprimida en mi pecho burbujeaba lista para salir en ese preciso momento. Cuando llegamos a la casa, casi no podía respirar.
—Cami, ¿estás bien? —preguntó Simón.
—S-Sí —mentí—. Necesito estar sola.
Está vez, fui yo la que lo dejó con la palabra en la boca; corrí al interior de la casa, que por suerte se encontraba en completa soledad. Mi huida terminó en una valla del jardín interior, me apoyé de esta, jadeando en busca del aire que entraba a mi organismo pero que no se sentía en mis pulmones.
Me aferré de la valla como si esta fuera un salvavidas en medio de la tempestad. Estaba mareada, con las náuseas revoloteando en mi estómago y garganta. Por más que quería calmarme, no podía. Frente a mis ojos solo aparecían los recortes de los asesinatos de los sesenta y los rostros de las víctimas.
—¿Está bien, mija?
A mis espaldas, en medio de la oscuridad que me envolvía apareció Francisco, en sus manos cargaba un machete y su expresión, era vacía, siniestra.
—S-Sí —mentí de nuevo.
Un pensamiento del cual había deseado huir, revoloteó como una mariposa en mi cabeza. Si este segundo asesinato era igual, el Ánima debía tener un aprendiz.
—Francisco, la noche del día que vino el comisionado, ¿a dónde fuiste?
El capataz ladeó la cabeza, su ceño tembló un poco, pero no lo suficiente como alterar su parsimoniosa expresión.
—No salí esa noche, mija.
—Yo lo vi —dije, fingiendo valentía—. Vi que salió por la puerta trasera, rodeó la casa y se fue en la camioneta.
Francisco meditó por un momento.
—¿Por qué le interesa saberlo?
—Solo, solo me parece extraño que saliera a esa hora y... —balbuceé, temiendo quedarme corta con las excusas—. Solo es curiosidad.
El capataz se acercó a mí, arrastrando la punta del machete oxidado en el suelo de cemento liso; despertando un chirrido estrepitoso, molesto y definitivamente espeluznante. Me imaginé mi rostro reflejándose en la cuchilla, si Francisco era el asesino, ese machete sería lo último que vería.
—Mija, ¿no tiene suficientes problemas encima como pa' preocuparse también en lo que yo hago o dejo de hacé'? —murmuró—. Con todo el respeto que uste' se merece, preocúpese por sus cosas y deje de buscase problemas ajenos.
Fui incapaz de decirle algo más, estaba pasmada de un miedo irracional y sin fundamentos.
Al ver que no respondía, Francisco siguió su camino a paso lento. Al perderlo de vista, pude por fin exhalar el aire que estaba conteniendo y caí sentada en el suelo, luchando de nuevo por calmar mi errática respiración.
Por más que intentaba persuadirme de que la salida nocturna de Francisco no tenía nada que ver con los asesinatos, en mi mente una pregunta no dejaba de palpitar: ¿Estaba viviendo con un asesino?
Glosario:
Mamaguevo: Idiota, tonto, imbécil, etc.
Pajuo: Lo mismo que mamaguevo pero con un contexto distinto, mamaguevo puede ser usado para amigos o como insulto, mientras que pajuo no tanto como amigos, depende de la forma en que lo digas.
Perder los tapones: molestarse.
Guevon y Marico: Similar a wey, pana, amigo, etc.
A la verga: Expresión de sorpresa, similar a WTF.
Peos: Problemas.
¿Me faltó alguna palabra? ¡Házmelo saber! ->
N/A: Otro capítulo que la versión corta no tenía.
¿Qué esconderá Francisco?
Quiero leer sus teorías :D ->
¡Recuerda que tus comentarios y votos son gasolina para mí!
Publicado el 26/07/2024
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro