Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo VI

El constante sonido de las manillas del reloj era lo único que perturbaba mis pensamientos, me rodeaban datos y evidencias del caso en curso, y aunque mi cuerpo estaba en el pequeño estudio de mi apartamento, mi mente permanecía en aquella escena del crimen.

No tenía testigos confiables que me guiaran a un asesino, ni mucho menos cámaras o pistas legítimas. El cabello que había encontrado en el suelo y las huellas en el arma homicida, por supuesto que no había tenido concordancia con ninguna base de datos que tuviéramos; solo registrábamos a los criminales, más no a toda la población.

Al menos, aún no estaba desesperado; el juego, apenas comenzaba.

—¿Aún no encuentras nada? —inquirió Alejandra, asomando la cabeza por la puerta del estudio.

—Paciencia, estoy en ello.

Alejandra se acercó con una charola en las manos, como todas las tardes que trabajaba en casa, me había preparado café y unos panecillos.

—¿Caso difícil?

—Yo diría, entretenido —aclaré, mientras tomaba el café y un panecillo—. No tengo nada.

Mi mujer alzó una ceja, un tanto escéptica y dijo:

—Siempre te entretiene lo complicado.

—Por eso me enamoré de ti.

Alejandra me dio un manotazo en la cabeza, a pesar de que su ceño estaba fruncido, la picardía brillaba en sus ojos. La tomé por la cadera para atraerla un poco más a mí y me incorporé lentamente; ella forcejeó un poco, pero conocía a la perfección esa renuencia fingida. No quiso besarme en los labios, así que besé su mejilla; luego, el resto de su rostro, a la vez que sus risas y grititos lograban hacerme olvidar, aunque sea por un segundo el rompecabezas sin piezas que me esperaba en el escritorio.

Pronto el ambiente dejó de ser juguetón, y nuestros cuerpos comenzaban a calentarse, mis labios ya dominaban los suyos conforme mis manos, recorrían con delicadeza sus pechos y el resto de su cuerpo. Estuve a punto de llevarla a la habitación, de no ser porque mi maldito celular interrumpió el momento.

—González —contesté con un gruñido, sin dejar de besar el cuello de Alejandra.

—Tenemos otra víctima.

La voz queda de Rosales, sofocó todo el calor en un instante. Detuve mis caricias y besos, de hecho, me separé de Alejandra abruptamente y me concentré en el mapa del Junquito que había empotrado en la pared de mi estudio y que tenía marcada la locación del primer asesinato.

—¿Dónde?

Rosales me dio la dirección: una casa que quedaba tan solo a unas cuantas calles del motel. La marqué con premura y luego, tomé mi arma y placa.

—Voy para allá —siseé.

Alejandra emitía quejas y preguntas que no podía oír, mi mente había vuelto a ese lugar que solo el asesino y yo compartíamos. Sabía que estaba enojada, pero mi atención sólo tenía lugar para una cosa: continuar el juego y atrapar a mi ratón.

Me siguió por toda la casa hasta llegar a la puerta principal, sus palabras seguían entrándome por un oído y saliendo por el otro. Antes de irme, tomé su rostro entre mis manos y estampé un brusco beso en sus labios, eso consiguió tranquilizarla un poco.

—Hubo otro asesinato, no me esperes para la cena. Te llamaré apenas pueda.

Ella estaba acostumbrada a mis manías y obsesiones, sin embargo, eso no significaba que no se preocupara cada vez que recibía alguna llamada. Acaricié su vientre y salí como alma que lleva el diablo, antes de que la retahíla de preguntas y quejas se reanudara.

Casi estaba atardeciendo, prácticamente era la hora caliente, esa en la que media ciudad salía de sus trabajos y se dirigían a casa. El asesinato se había reportado hace una hora y para mi mala suerte, tardaría el doble de tiempo en llegar a la escena.

Después de soportar el tráfico, conducir como un maníaco con las luces de la patrulla encendida y evitar uno que otro accidente de tránsito, estacioné frente a mi destino: una humilde casa de dos plantas, hecha de bloques de arcilla y en aparente obra gris.

En aquella ocasión, los curiosos eran mucho más numerosos que en el primer crimen; incluso, muchas personas derramaban lágrimas y se lamentaban. Al ver mi patrulla, solo unos cuantos cedieron.

Se percibía en el aire el descontento del populacho, quien fuera la víctima, había plantado en algunos corazones esa semilla que exigía justicia y respuestas; este sería el principio del caos comunal. El asesino había despertado la atención de la gente, y si no me apuraba en atraparlo, esa semilla echaría peligrosas raíces.

Era tanta la gente que pasar fue complicado; tuve que sacar mi escopeta y mostrarla en alto para que las personas se hicieran a un lado, sin embargo, la brecha que se abrió, sirvió de entrada para los periodistas.

—¡Halcón! ¡¿Es el mismo asesino?! ¡¿Tienen alguna pista?!

Patricia, la reportera que seguía cada uno de mis pasos encabezaba la comitiva de reporteros. Cargué la escopeta como respuesta —arma que llevaba sin municiones y solo usaba para amedrentar—, no obstante, ningún periodista detuvo su frenesí de preguntas.

No tardé en llegar al cordón policiaco donde los guardias forcejeaban con la prensa y amenazaban con decomisar los equipos de multimedia. Rosales me esperaba en la puerta de la casa; mantenía su mirada en el suelo, con las manos en su cadera y el semblante tan pálido como su blusa blanca.

—¿Qué tenemos? —pregunté, palmeándole el hombro.

Rosales salió de su ensoñación y me vio con una mueca deformando su rostro. Parecía que, a pesar del escándalo de los periodistas y el llanto de la gente, su mente se encontraba en un lugar muy lejano,

—Casi el mismo ritual, pero diferente víctima. Ven —contestó con monotonía.

Subimos a la segunda planta por una escalera de hierro independiente a la casa principal. Arriba solo había una amplia habitación y una pequeña terraza a medio terminar, al igual que el resto del recinto.

Entramos al lugar y lo primero que me recibió fue el desagradable hedor a oxido y muerte. La escena no era muy diferente a la primera: el cuerpo se encontraba en la misma posición con una sábana alrededor de su cuello, su miembro también había sido amputado y dejado a un lado suyo, pero las heridas en sus ojos eran distintas. Está vez el asesino había conseguido extraer ambos orbes y no dejó el arma homicida a la vista.

—Está perfeccionando su técnica —murmuré, tan bajo que Rosales no me oyó.

Al igual que la primera vez, no había rastros de forcejeo ni prendas femeninas que delataran la presencia de una mujer. La puerta tampoco estaba forzada, así que el asesino debía conocer a la víctima o, haber entrado con consentimiento.

—¿Qué han encontrado los peritos?

—Más de lo mismo, nada nuevo. Creen que los hechos ocurrieron en la madrugada, el patólogo debe confirmarlo.

—¿Testigos?

—Ninguno —declaró Rosales—. La víctima se llama Tomás Ziegler, oriundo de la Colonia Tovar. Era mormón y se encontraba desde hace un año predicando en la zona; desde que llegó rentó esta habitación. La dueña de la casa asegura que era un buen muchacho, sin vicios, ni novias, era fiel a sus creencias.

—¿Lo encontró la dueña de la casa?

—Así es, aparentemente hoy le tocaba hacer compras y él siempre la acompañaba. Subió por él, ya que no lo había visto en todo el día y como no le contestó entró a la habitación.

—¿Alguna conexión con la primera víctima? —pregunté, acuclillándome frente la escena, en busca de algo que pudiera serme útil.

—Ninguna. El primer occiso era italiano, extranjero, vivía en la capital; disfrutaba de la fiesta y las mujeres —meditó Rosales—. Este era un muchacho sano, solo predicaba y ayudaba a los vecinos. La dueña de la casa dice que era raro cuando llegaba tarde y que como mucho, visitaba por las noches de vez en cuando uno que otro restaurante en la plaza Bolívar, o iba a predicar a los vecinos.

Me incorporé y masajeé mi mentón. Hasta ese momento, la única pista que podría seguir era la vida nocturna del Junquito: los restaurantes y bares que abrían por las noches, cerca de la plaza Bolívar.

Sin embargo, un picor en mi pecho, ese mismo que me exigía llevarme un cigarrillo a los labios, también me decía que algo no cuadraba en mi ecuación. Como había dicho Rosales, la primera víctima era muy diferente a la segunda. Casi podrían ser agua y aceite, entonces, ¿por qué el asesino los mató?

¿Cuáles eran sus motivos?

Con esa pregunta palpitando entre mis pensamientos, le dejé encargado a Rosales los trámites correspondientes de la escena.

—¿Le informarás a Martínez? Ya son dos víctimas.

—Aún no —declaré—. Esperaré el informe de los patólogos. Parece que murieron por asfixia, pero ¿por qué esa posición?, ¿acaso no se resistieron? Hay muchos vacíos y sabes cómo es Martínez, en vez de ayudar empeorará todo. ¿Averiguaste si ha habido algún asesinato similar?

—Busqué en los registros de los últimos diez años y no conseguí nada, solo asesinatos comunes, rencillas entre bandas delictivas, cosas así.

—Necesitamos más, ya lo dijiste esta es la segunda víctima y como te podrás dar cuenta no estamos tratando con un asesino cualquiera. Por la forma en la que ejecutó este homicidio, creo que podemos estar tratando con un posible asesino serial, la cosa es: ¿por qué actúa de esa manera? Tal vez puede estar imitando a alguien. —Medité por un momento y añadí—: Es más, busca registros a nivel nacional de asesinatos similares, cualquier coincidencia, envíame la información.

Rosales asintió y pasó saliva.

—Iré a la plaza Bolívar a ver si encuentro algún hilo que seguir. Llámame si aparece algo nuevo —agregué.

Mi compañero volvió a asentir, aunque su expresión perdida me hacía pensar que su atención no estaba al cien por ciento entre nosotros. Rosales era un funcionario recientemente ascendido por palanca [*], más que por sus propios méritos; no llegaba a los treinta años y en su cargo anterior, no había experimentado asesinatos de gran medida, al menos ninguno como este. Estaba seguro de que este caso comenzaba a afectarlo más de lo que aparentaba, y que, en cualquier momento podría quedarme sin compañero.

Sin más, lo dejé trabajar con los peritos y demás oficiales. Afuera, la gente seguía llegando y los chismes, también seguían esparciéndose; cuadré los hombros y me enfrenté al caudal de periodistas, los flashes de las cámaras me encandilaron al principio, pero mi experiencia tenía más peso. No debía dejar que percibieran ni una pizca de intimidación, yo era la ley y tenía la última palabra, no ellos.

—¡Halcón! ¡¿Dará alguna declaración al respecto?! —dijeron al unísono unos cuantos reporteros.

—Por el momento no tenemos suficiente información sobre el caso. Les pido paciencia, estamos trabajando en ello.

Como suponía, la prensa hizo caso omiso a mis palabras y apenas crucé el cordón policiaco se abalanzaron sobre mí. No era la primera vez que mis labores atraían tanta atención, la mayoría de los trabajos que me asignaban eran los más complicados; sin embargo, hace mucho que no vivía tal acoso por parte de los medios.

Mi pecho y garganta palpitaron con urgencia, suplicándome que llevara un cigarrillo a mis labios; inclusive mis dedos, comenzaron a cosquillear con una picazón que no podía rascar.

Al llegar a la patrulla, encendí la sirena y contuve el deseo de atropellar a unos cuantos reporteros al arrancar. Cada minuto que pasaba sin ninguna pista, con la presión de los periodistas y sin un maldito cigarro, mi ansiedad entraba en ebullición. Necesitaba drenar de alguna manera la energía que se arremolinaba en mi pecho, más que nunca, deseé haber terminado lo que comencé esa tarde con Alejandra en mi estudio.

Pocos minutos después, llegué a la dichosa plaza Bolívar. Para ser un pueblo pequeño y ya entrada la noche, el lugar se encontraba bastante concurrido; tal vez por turistas o quizás, porque la gente estaba revuelta por el suceso y los rumores.

Decidí cenar en el restaurante que se veía más atestado de gente, tenía la creencia de que mientras más personas tuviera un local, mejor sabría la comida. Apenas tomé asiento en una mesa, una mesera se acercó a tomarme la orden.

—Buenas noches, ¿sabe que...?

Las palabras de la chica se quedaron en su garganta al topar sus ojos con los míos, hasta el lápiz con el que anotaba las comandas cayó de sus manos.

—Señorita Andrade —exclamé con una amplia sonrisa—. veo que siguió mi consejo y consiguió otro empleo.

—Eh, s-sí.

—Confió en que esta vez todo esté en regla, ¿no?

La chiquilla asintió repetidas veces y forzó una sonrisa. Me incliné y levanté su lápiz, se lo entregué intentando que mi expresión no le resultara atemorizante, ya la había intimidado lo suficiente y sinceramente, sentía pena por ella.

—Entonces, tráigame el mejor plato que ofrezca este lugar con una cerveza bien fría —agregué.

La niña asintió de nuevo y anotó el pedido. Esperaba que se marchara corriendo, pero contrario a eso, se quedó allí por un rato, apretando con fuerza el lápiz.

—D-Disculpe, ¿detective González? ¿P-Puedo preguntarle algo?

La invité a continuar con un gesto de mi mano y un asentimiento.

—¿E-Es cierto que, que mataron Tomás? —preguntó en un susurro.

Miré a mi alrededor, esperando que un reportero apareciera en cualquier momento.

—Así es, ¿lo conocías?

Rosmari asintió.

—Todas mis amigas querían algo con él, pero él no tenía ojos para ninguna mujer, solo para su tonta biblia.

—Escuché que era un buen muchacho.

Rosmari hizo una mueca y sus ojos se tornaron blancos por un segundo.

—Todos creían eso, pero lo que era es un grandísimo mentiroso.

—¿Ah sí? ¿Por qué lo dices?

La chiquilla se sentó en la silla vacía junto a la mía y encorvándose en mi dirección susurró:

—Porque fue varias veces al motel con una que otra puta, ¡yo lo vi! De día era un santo, pero de noche se le olvidaba su religión. Lo que pasa es que era muy bueno ocultando sus vagabunderias y evitaba a las muchachas que podrían delatarlo o que querrían algo serio.

Sonreí, no por su honestidad si no por la comodidad con la que la muchacha comenzó a hablar, aparentemente me había ganado su confianza.

—Incluso, estuvo hablando con la nueva putita del Junquito —agregó.

—¿La nueva puta?

—Si, esa chica que está allá —señaló con los labios sutilmente, en dirección a una joven menuda que estaba sentada sobre la barra del restaurante—. Llegó hace unas semanas y ya todos los hombres quieren con ella, ya sabe, carne fresca.

—¿Todos los hombres? —medité, casi preguntándome a mí mismo—. ¿Qué me dices de Giacomo?

Rosmari se llevó el lápiz a los labios, mordisqueó levemente el borrador.

—No escuché nada de ellos, no sé si se conocían. Giacomo era un mujeriego, pero la mayoría del tiempo sus gustos no eran tan corrientes —explicó—. En un momento le traigo su orden.

Se incorporó y se retiró dando pequeños saltitos, su coleta de caballo danzaba con cada uno de sus movimientos.

En mi soledad y mis pensamientos, me concentré en estudiar a esa chica sobre la barra, a la que Rosmari había llamado la nueva puta del Junquito. Era una joven hermosa, no había duda de ello; baja de estatura, de piel blanca como la leche, pero con un leve toque rosa, como un delicado bronceado o rubor. Llevaba el cabello rizado un poco corto, casi hasta a sus hombros y constantemente, lo meneaba con coquetería, quizás en un intento de atraer al hombre que tenía entre sus piernas desnudas, debido al pequeño short de jean que traía puesto.

Aquel idiota estaba embelesado con cada uno de sus movimientos y su pronunciado escote, no podía juzgarlo, la mujer representaba el equilibrio perfecto entre la inocencia y la picardía; no puedo negar que sus gestos sugerentes lograron enviar corrientazos directo a mi entrepierna.

—Aquí tiene, una parrilla especial de la casa.

La voz de Rosmari me sacó de mi ensimismamiento, lo cual agradecí. El aura que emanaba aquella mujer comenzaba a hechizarme y estaba seguro de que, de seguir así, mis pensamientos caerían en una espiral lasciva de la cual luego me arrepentiría.

—Gracias. Disculpa, ¿sabes cómo se llama la muchacha de la barra?

Rosmari vio sobre su hombro con hastío, de seguro, pensando que aquella putita había logrado cautivar a un hombre más.

—Creo que le dicen Fátima.

No sabía si era mi sexto sentido, esa intuición que casi siempre me llevaba por el buen camino para resolver los casos; pero algo de esa mujer, me llamaba, me hipnotizaba como una bombilla a un triste insecto. Todavía no tenía nada que la atara con los homicidios, no obstante, no pude evitar preguntarme: ¿eres tú, mi pequeño ratoncito?

Glosario:

Palanca: Significa ser ascendido o contratado gracias a tener contactos o amistades importantes dentro de la empresa o institución. 

¿Me faltó alguna palabra? ¡Házmelo saber! ->

N/A: Aquí les traigo otro capítulo recién agregado en la versión extendida.

Si ya leiste la versión anterior, cuéntame ¿qué te pareció?

Y si eres nuevo lector, dime, ¿cuales son tus teorías? 

Recuerda, tus comentarios y votos son mi gasolina <3

Publicado 26/07/2024

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro