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VI - Permanecer

Mittsburgo, mayo de 2024

—¿Qué hubiera pasado si no... si no hubieramos aceptado el anillo? —pregunté en un susurro, mi mirada sin despegarse de mi mano.

—El anillo elige al que considera mejor candidato, y si este no acepta, nadie lo hará. Si no hubiesen aceptado el anillo, el resto del equipo habría quedado incompleto.  —respondió la anciana sin darle importancia—. Por suerte, todos aquí aceptaron el anillo casi al instante, y esa fue nuestra señal para poder presentarnos ante ustedes. 

"Si aceptas esto, sabré que puedo presentarme ante ti."

Recordaba esas palabras incrustadas en aquel papel, y me sentí estúpida al pensar siquiera que Tyler había comprado un anillo carísimo y dármelo de una manera que, en ese momento, parecía muy romántica. Mi mirada decayó y un nudo se formó en mi garganta.

—Yo tengo una pregunta —dijo Cara y la Bruja asintió, alentándola a continuar—. ¿Por qué nosotros? Quiero decir, ¿qué vio el anillo en mí? Solo soy una niña de doce años, ¡apenas ayer comencé a usar bra! —los hombres presentes hicieron muecas de asco. 

—Otro espacio en mi cerebro utilizado sin necesidad. —masculló Dallas.

—Opino lo mismo que la niña —intervine—. ¿Parezco alguien que ha sostenido una espada? Hasta el día de hoy creía que la magia solo era un cuento de niños.

—Qué sorpresa. —dijo por lo bajo Mateo en sarcasmo. Ignoré su comentario y fijé mi mirada en la Bruja.

—Como dije, los anillos eligen a aquellos que consideren los mejores candidatos para la tarea. Si no creyeran que ustedes son capaces de hacer esto, no los hubieran elegido. Nuestra magia casi nunca falla.

Fruncí el ceño. Dallas habló. 

—¿Casi nunca? ¿A qué se refiere con que su magia "casi nunca" falla? ¿Quiere decir que nosotros "casi" vamos a tener la oportunidad de salir vivos de esto? —preguntó lo que yo estaba pensando. La vieja fijó su mirada en él por unos instantes, y luego, con total tranquilidad, respondió. 

—Ah... Dallas, tenía curiosidad de conocerte al fin. Un agente de policía frustrado por haber perdido a su esposa en un robo armado en un banco, mi más sentido pésame —Dallas apretó sus labios, formando una línea recta. Esta revelación me tomó por sorpresa, seguramente el más mínimo recuerdo de su esposa lo ponía mal—. Imagino que tú más que nadie, entiendes que nunca hay un 100% de probabilidades de éxito al momento de hacer una lucha, pero ¿no crees que igual vale la pena lucharla? Tú tienes la sed de justicia en ti, lo sé, y estoy segura de que sabes qué es lo correcto. Sin embargo, también entiendo totalmente si no quieres tomar el riesgo. 

La Bruja hizo una breve pausa para romper su mirada con Dallas y posarla en cada uno de nosotros. Continuó:

—Entiendo perfectamente que nada de esto era lo que esperaban, y que es bastante pedir el que ustedes arriesguen sus vidas para salvar a un pueblo en desesperación. Totalmente apoyo esta idea y no quiero tener a nadie aquí en contra de su voluntad. Nuestra magia es muy poderosa, y estén seguros de que no los enviaremos a luchar sin el armamento necesario; no están solos —posó su mirada en mí—. Sin embargo, si creen que esto es demasiado para ustedes, siéntanse libres de acercarse a Mateo y él los regresará a su mundo. 

—¿Qué pasaría si regresamos? —pregunté—  A nuestro mundo, quiero decir.

El rostro de la Bruja se ensombreció por un momento, pero rápidamente recobró la compostura, aunque su rostro seguía serio.

—No puedo asegurar nada. Yo me comprometo a no molestarlos nunca más si así desean, pero Hechicero ya sabe que son los elegidos, y... es muy probable que siga enviando snogs a sus ubicaciones, si no es que otras criaturas más.

Mis vellos de los brazos se erizaron ante la simple idea de volverme a topar con un snog, y ni quería imaginar de qué otras criaturas hablaba. 

—¿Alguna otra cosa que deseen saber?  

Cameron levantó la mano para pedir la palabra. 

Vaya que este chico implora por una buena golpiza.

Luego de que la Bruja le hubiera concedido la palabra, el rubio habló.

—Si nos quedamos y derrotamos al Hechicero, ¿podremos regresar a nuestro mundo después?

—Claro que sí —respondió la vieja con una sonrisa—, como dije, yo me comprometo a no volverlos a molestar nunca más. No obstante, una vez regresen perderán memoria de todo lo ocurrido, además de sus poderes y el anillo, claro está.

—¿Perderemos la memoria de todo lo que vivamos acá? —preguntó Cara, un poco decepcionada. 

—Nadie en su mundo debe saber de MittsBurgo —intervino Mateo—, eso pondría aún más en peligro a nuestro pueblo. No nos podemos arriesgar.

Cara bajó levemente la cabeza, pero asintió en señal de que entendía.

—Creo que hay algo que a todos nos interesa pero nadie tiene el valor de preguntar —la voz de Dallas era ronca y grave, y ya no estaba tan a la defensiva como hace unos momentos—. ¿Cuánto nos pagarán?

—No me incluyas en el mismo saco —objetó Cameron—. Yo estoy dispuesto a ayudar sin recompensa alguna.

Dallas y yo pusimos los ojos en blanco. Nunca faltaba el matadito del grupo.

La Bruja sonrió.

—Pues, no pretendía tampoco que ayudaran sin recibir algo a cambio, por supuesto. ¿Qué les gustaría, muchachos? 

Esto acaba de ponerse interesante.

—Dudo mucho que alguien quiera algo a cambio por ayudar a un pueblo en peligro... —comenzó a decir Cameron, pero Cara lo interrumpió.

—Yo quiero acceso ilimitado a helados por el resto de mi vida.

Cameron le mandó una mirada de "¿Es en serio?" y la rubia solo se encogió de hombros.

—Hecho, ¿alguien más? Mateo, toma nota de todo lo que pidan, ¿de acuerdo? —ordenó la Bruja y Mateo asintió, para luego sacar una libreta y un lápiz de su bolsillo.

¿Qué clase de extraño lleva una libreta consigo todo el tiempo?

—Yo quiero retirarme de mi trabajo y vivir bien por el resto de mi vida. Ya no soporto perseguir a un vendedor de droga más. —espetó Dallas serio.

—Retiro de trabajo... —repitió Mateo por lo bajo mientras escribía— ¿Alguien m...? 

—Quiero un guardarropa ilimitado —lo interrumpí. El moreno levantó la vista de su libreta para observarme fijamente, sin saber si estaba bromeando o no—. Lleno de ropa de temporada, ¿de acuerdo? No pretendo aceptar cualquier porquería. Si voy a arriesgar mi vida, al menos que valga la pena.

Pretendía aceptar la propuesta y luego dejar que todos hicieran el trabajo, salir victoriosos, aceptar mi recompensa y regresar a casa fabulosa. 

 Regresar a casa con el riesgo de morir en garras de un snog no estaba en mi lista, por lo que era mejor que derrotáramos a ese hijo de puta.

Mateo solo lanzó un suspiro a la vez que negaba con la cabeza y comenzaba a apuntar.

—A este punto, me sorprendería que no hubieras pedido algo tan estúpido. —murmuró este por lo bajo.

Cameron lanzó una pequeña carcajada que intentó disimular. Volteé mi mirada hacia su dirección.

—¿Y tú de qué te ríes, sabelotodo? Para que sepas, la moda es un estilo de vida, es la representación de personalidad; que a juzgar por tu ropa, se nota que te falta mucha. —dije mientras lo veía despectiva de pies a cabeza.

La sonrisa del rubio no desapareció de su rostro como pensé que haría.

—Y dime, ¿cómo se llama el estilo de vida que traes hoy? —me escaneó tal y como había hecho yo con él— Déjame adivinar, ¿los vestidos rotos, llenos de tierra y combinados con tenis son la nueva moda en París? Ah, no, es... ¿cómo habías dicho? —fingió pensar por un momento, hasta que volvió a topar su mirada con la mía— Ah sí, es la representación de tu personalidad. No me malentiendas, creo que lo hiciste fabuloso. Te representaste a la perfección: un desastre. —sus ojos escondidos detrás de sus anteojos demostraban diversión.

Maldito infeliz.

—¡Te vas a arrepentir! —me abalancé sobre él para arrancarle esos vidrios que tenía de anteojos y romperlos sobre su cráneo, pero unos brazos me contuvieron en el aire, impidiendo mis intenciones.

Volteé mi cabeza y me topé con los ojos furiosos de Mateo, y por un momento le temí. Realmente estaba enojado y se estaba conteniendo por no matarnos en ese mismo momento, supuse por la presencia de la Bruja. Aflojé mis puños en señal de resignación y él me soltó. 

—Me alegra que ya hayan entrado en confianza —mencionó la anciana con una sonrisa burlona—. Pero guarden toda esa energía para el Hechicero, ¿de acuerdo?

Le mandé una mirada asesina a Cameron, quien mantenía esa estúpida sonrisa, victorioso.

—Continuando —interrumpió Mateo con tono de advertencia—, Eri, aun no has dicho qué te gustaría recibir a cambio por tu ayuda.

La chica de ojos rasgados los abrió aun más al darse cuenta de que todos la veíamos expectantes a lo que tenía para decir, siendo que ella era la que menos había hablado desde que llegué.

—Y-yo... —tartamudeó en un tono muy bajo— yo quisiera... quisiera un... 

—¡Habla de una maldita vez! —exclamé, exasperada. Su rostro pronto se tornó rojo de la vergüenza y pude notar que estaba a punto de llorar. Alcé una ceja, sorprendida por la reacción de la chica, ¿qué mosco le había picado? Ignoré las miradas matadoras de Mateo y Cameron.

—Aun no sé, nunca he sido buena pidiendo cosas... —bajó la mirada, avergonzada. De verdad que esta chica me estaba sacando de mis casillas, me recordaba demasiado a Marcela, y odiaba aún más tener que vivir con una versión suya también aquí.

—No te preocupes, linda —dijo la Bruja—. Puedes decirme tu petición cuando gustes. 

Por supuesto que iba a tener consideración especial, pensé, ellas siempre consiguen lo que quieren.

—Cameron, ¿estás seguro de que no quieres nada a cambio de tu ayuda?

El susodicho se mostró dubitativo por un momento.

—Pues, ya que todos recibirán algo, hay un equipo de laboratorio que es muy costoso y...

—La Recolectora de ADN 30P, ¿no es así? —lo interrumpió Mateo sin parar de escribir. Cameron asintió con emoción.

—¡Esa misma! Espera, ¿cómo lo supiste? —su emoción desapareció y la duda invadió su rostro. Mateo se encogió de hombros.

—Los hemos estado observando los últimos años, ¿cuántas veces debo repetirlo? Además, llevas hablando de ella sin parar desde que llegaste.

Cameron se rascó su cuello con nerviosismo, se notaba a leguas que estaba avergonzado. Quise reír ahí mismo por lo ridícula que era su petición, pero me contuve.

—Bien, creo que es todo por hoy —habló la Bruja—. Si deciden quedarse, yo misma me comprometo a cumplir con todo lo que pidieron. Pueden ir a descansar, mañana Mateo les explicará el plan para partir lo más pronto posible a Qwoy. Y de nuevo, muchas gracias por su ayuda; Mittsburgo les estará eternamente agradecido. —su sonrisa era débil, supuse por la avanzada edad de la anciana. Todos nos despedimos y salimos de su habitación, encontrándonos nuevamente en el estudio.

 La noche se estaba convirtiendo en día, y hasta entonces me di cuenta. ¿Cuánto tiempo habíamos estado ahí dentro?

—Aquí las noches duran menos —me dijo Cara viendo mi cara de frustración al ver el sol apareciendo—, he hecho cálculos y duran de dos a tres horas, dependiendo de la estación en la que nos encontremos. Pero no te preocupes, nuestros dormitorios son muy oscuros y cómodos. 

—De acuerdo, ya la escucharon —habló Mateo una vez bajamos las escaleras y nos encontrábamos en la sala de estar. Su mirada se posó específicamente en mí—. Tu cama está en el sótano y hay sábanas y ropa en ese cajón. —señaló un mueble que se encontraba al lado de la pared.  

Nos vio a todos y continuó:

—Descansen todos, mediten y piensen en su decisión. Estaré a las 7 am en el jardín trasero para los que decidan quedarse. Los que decidan lo contrario, vayan al despacho de la Bruja y ella les ayudará a regresar a su mundo.

Dicho esto, subió nuevamente al segundo piso, supuse que ahí se encontraba su habitación. Mientras todos bajaban unas escaleras que se encontraban detrás de una puerta en la sala de estar, con pasos pesados caminé hacia el mueble que había señalado Mateo y lo abrí para ver el conjunto de ropa que me había sido prometido. Una vez vi lo que aquel gabinete contenía, me dio náusea.

Se trataba de una camisa blanca, con un pantalón deportivo gris y una chaqueta de tela del mismo color. Aún así, Cameron tenía razón; el maldito vestido era un desastre, por lo que no me quedaba opción. Me dirigí al baño para cambiarme y luego bajé al sótano. En el lugar se encontraban exactamente cinco colchones perfectamente alineados sobre el suelo, cuatro de ellos con sábanas ya puestas, y uno en el fondo esperando a ser arreglado.

Al menos en mi mundo no me trataban como rata de alcantarilla.

—¿Algún problema, princesita? —escuché a Cameron preguntar con burla. Me encontraba frente a mi "cama" sin arreglar, aún con mis cosas entre las manos.

Ignoré el asqueroso sobrenombre con el que se había referido a mí, estaba demasiado cansada como para seguir peleando con él.

—Ninguno. Solo estoy esperando a que llegue el encargado de la limpieza para que arregle mi cama. 

Escuché una estruendosa carcajada por parte de él y Dallas. Fruncí el ceño en confusión y el mayor habló.

—Oh vaya, esto va a estar interesante.

Tardé en arreglar mi "cama" más de lo que quisiera aceptar. Luego de diez minutos de esperar a que alguien apareciera, me resigné y puse manos a la obra . ¿Qué tan difícil podía ser? 

Pues bueno, bastante. 

Las malditas esquinas de las sábanas no se quedaban en donde debían, se desprendían con solo mirarlas. O al menos así parecía. 

No sabía qué iba primero o después, nunca había hecho una maldita cama. Terminé con la sábana envuelta en todo mi cuerpo; ni siquiera sé cómo llegó a esa posición. Finalmente, Eri se apiadó de mí y la arregló; claro, no sin las constantes burlas por parte de Cameron, ¿qué traía ese chico contra mí? Nunca antes se habían atrevido a contradecirme, todos en Madrid sabían quién era yo y que no les convenía meterse conmigo.

Pero ya no estaba en Madrid.

En cinco minutos, mi colchón se había convertido en una perfecta cama con una almohada apoyada en la pared. Al menos me tocó en un rincón; no soportaba la idea de estar rodeada de personas roncando. 

Dallas apagó la luz y todos nos dispusimos a dormir. 

Diez, quince, veinte minutos habían pasado y podía sentir la respiración lenta de cada uno de mis compañeros, pero yo no lograba conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en todo lo que estaba dejando atrás. 

Mi familia.

Dudaba que mis padres me extrañarían. Una vez, nos escapamos con Madison y Adeline a la playa toda una semana, y en todo ese tiempo no recibí ni una llamada. Al volver, mi madre lo único que hizo fue preguntarme si me había unido al equipo de natación porque me notaba más bronceada. Mis padres quedaban descartados de mis preocupaciones, obviamente. 

Tyler. 

De verdad quería creer que él notaría mi ausencia, que me extrañaría, esperaría por mí y lucharía por nuestra relación. Pero recordando nuestra última pelea, la manera en la que me vio, lo fácil que llegó a esa estúpida conclusión, la persona en la que encontró consuelo... ¿acaso yo era tan reemplazable? 

No, no lo era. Nadie tenía el derecho de subestimarme, y yo no pretendía estar donde me trataban de esa manera. 

Alrededor de dos horas después que comencé a pensar en todo lo que estaba pasando, me di cuenta de que yo, realmente, ya no tenía mucho que perder. Ya había establecido que mis papás no me extrañarían, y Tyler no quería tener nada que ver conmigo. Mis amigas notarían mi ausencia, pero no me preocupaban tanto, para ser honesta. 

Realmente, no tenía por qué regresar a Madrid más que para restregarles a todos de lo que yo era capaz y que aprendieran a temerme. Claro,  aquí decían que regresaría sin memoria de lo ocurrido, pero era obvio que no me conocían. Si resultábamos victoriosos, yo me aseguraría de regresar sabiendo exactamente qué era lo que había pasado, y así todos se darían cuenta de que Andrea Morales era la única merecedora de su respeto. 

Seguí diseñando un plan en mi mente por un rato más, ni siquiera sé cuánto tiempo pasó, pero finalmente, pude cerrar los ojos y caer en un profundo sueño. 

Me desperté debido a un dolor punzante en la parte superior de mi espalda y cuello. Estaba realmente incómoda en aquella dura cama, solía dormir en una cama gruesa y suave, no en un colchón del que se salían los resortes. Me paré y como pude, me coloqué esos asquerosos pero muy cómodos tenis blancos.

Caminé hacia las escaleras con cuidado de no chocar con nada, mis manos al frente en un intento de prevenir cualquier cosa que estuviese en mi camino. Subí lentamente, la madera crujía sobre mis pies...

No supe bien en qué momento fue ni cómo ocurrió. No supe ni siquiera qué fue el causante. Lo único que sabía, era que, de un momento a otro, me encontraba viendo hacia un techo resplandeciente en su totalidad, mis largas piernas se encontraban cruzadas entre sí, y mi tobillo dolía como los mil demonios.

Pronto comencé a escuchar los quejidos adormilados de los demás.

Ups, los desperté.

Intenté levantarme, pero un dolor punzante en la parte de atrás de mi cabeza apareció. Cerré mis ojos, en parte debido a la intensidad de la luz y en parte por el dolor que recién había aparecido.

—¿Qué hora es? —escuché la voz aguda de Cara preguntar en un tono adormilado seguido de un bostezo— Uhm, oye, ¿estás bien? —esa misma voz de nuevo se dirigió a mí, pero no me molesté en responder— ¿Cómo se llamaba? —susurró a alguien en especial, pero pude oírla a lo lejos.

—Andrea, me llamo Andrea —respondí molesta—. Y sí, estoy bien, solo... —intenté volver a levantarme, pero de nuevo ese dolor invadió mi cabeza y, en cuanto me apoyé en mi pie derecho, no pude evitar soltar un leve quejido por lo bajo a causa del dolor— me tropecé.

Genial, no puedo levantarme y todos lo saben.

—No solo eso, ¡nos despertaste! —escuché un gruñido por parte de Cameron, aun se encontraba acostado en su cama con la almohada sobre su rostro— Eres irritante incluso cuando no estoy despierto, fantástico.

—Cameron, ten respeto, es una chica —intervino Eri con voz ronca—. A las chicas se les trata como una flor.

Mi cara se arrugó en una mezcla entre confusión y molestia.

—Una flor no me parece irritante. 

—Mira, pedazo de maíz con anteojos —me dirigí al rubio, quien aun conservaba la almohada sobre su rostro—, ¿crees que me importa al menos un poco lo que pienses de mí? Pues adivina qué, no eres la primera rata de laboratorio que se me ha cruzado, aunque debo aceptar que eres el primero lo suficiente estúpido como para decírmelo en la cara —espeté—. Me da igual lo que pienses, pero deja de meterte conmigo, que no tienes idea de qué soy capaz.

Cameron lanzó una pequeña risa en burla, se levantó de su cama y se dirigió a mí. Sentía todas las miradas atentas en nosotros. El rubio se agachó hasta quedar frente a mí, con su sonrisa burlona intacta en su rostro.

—Dudo mucho que puedas hacer algo con ese tobillo.

Seguido de esto, se puso de pie y subió las escaleras, abandonando la habitación. Sentí cómo mi cara se calentaba por la ira que comencé a experimentar en ese momento.

Nadie se había levantado contra mí de esa manera, y no iba a permitir que se repitiera.

—¿Necesitas ayuda? —escuché la tímida voz de Eri detrás de mí.

—No te m —rechacé su oferta y, como pude, me levanté, intentando ignorar el dolor de mi cabeza y tobillo. Lentamente comencé a subir las escaleras, intentando mantener toda la dignidad que me quedaba, la cual no era mucha.

Una vez terminé de subir, una nueva tarea se asignó a mi cerebro:

Encontrar la cocina.

A mi izquierda se encontraba el comedor y las escaleras para el segundo piso, mientras que, a mi derecha, la sala de estar. Supuse que la cocina estaría cerca del comedor, por lo que me dirigí a mi izquierda, y di con mi destino con éxito.

Sonreí con orgullo.

—¿Qué? ¿Encontrar la cocina fue tu gran logro del día? —preguntó con sarcasmo Cameron, quien se encontraba preparando un sándwich de jamón y un café, volteó a verme para hablar. Mantuve mi sonrisa y la dirigí hacia él.

—Oh, no, es que disfruto ver a niños rata quemando su camisa con el fuego del hornillo. 

Los ojos de Cameron se abrieron al instante al darse cuenta de que la manga de su camisa estaba en llamas y comenzó a sacudir su brazo en desesperación. 

Tal vez así aprendes que no debes meterte conmigo, pensé. 

Mientras él metía su mano en un balde de agua, comencé a buscar por toda la cocina fruta para hacer un batido. Finalmente, encontré piña y espinaca, lo que causó que mi sonrisa se formara de nuevo. Coloqué todo en una especie de licuadora que se encontraba ahí, pero en vez de un vaso y botones, era algo parecido a ondas semi transparentes y una pantalla.

Un poco dudosa, vertí todos los ingredientes dentro de las ondas, las cuales los atraparon con gentileza en el aire. Casi al instante, en la pantalla apareció un botón con el título "Empezar", por lo que supuse que ese era el adecuado. Lo oprimí, y en ese momento todos los ingredientes colocados se comenzaron a mezclar, y una vez listo, la misma batidora lo sirvió en un vaso que estaba al lado.

Necesito uno de esos.

Vertí dos hielos a mi licuado, y comencé a tomarlo.

—¿Piña y espinaca? ¿Qué clase de adolescente eres tú? —comentó Cameron entrando a la cocina, ni siquiera había notado que se había ido. Ahora ya no tenía una camisa de manga larga, sino una polera gris de algodón. Su rostro mostraba asco mientras se dirigía nuevamente al hornillo, donde el agua para su café ya estaba hirviendo y el sándwich estaba a medio hacer.

—Déjame en paz, ¿de acuerdo? Mejor concéntrate en preparar un mejor sándwich la próxima vez, que el tuyo da lástima. ¿Qué es eso? ¿Jamón y pan nada más? ¿Ni siquiera ketchup le pondrás? Asqueroso. 

Cameron frunció el ceño, y estaba a punto de contraatacar, cuando Mateo irrumpió en la cocina.

—¿Qué hacen despiertos tan temprano? —preguntó el moreno, mientras tomaba un vaso y se servía agua.

—Pregúntale a ella. —masculló Cameron mientras le daba un bocado a su sándwich, sin tantas ganas como antes. Sonreí internamente.

Mateo dirigió su vista a mí, y la paseó por todo mi cuerpo hasta acabar en mi tobillo entonces inflamado.

—No han pasado ni veinticuatro horas, Andrea, ¡veinticuatro horas! —tomé otro sorbo de mi bebida mientras lo veía con inocencia. Mateo resopló con desgana— Solo por esta vez, ¿de acuerdo?

Fruncí el ceño, y a punto estaba de preguntar a qué se refería, cuando se colocó su anillo y, luego de dirigirlo hacia mí y que sacara esa luz verdosa de siempre, mi tobillo ya no dolía y podía caminar con normalidad. 

De haber sabido que esto era posible, habría bebido más en las fiestas. 

—No le digan a la Bruja. —nos advirtió a Cameron y a mí con una mirada seria.

Ambos asentimos y regresamos a lo que estábamos haciendo anteriormente. Luego de un rato, los otros tres aparecieron en la cocina. Eri estaba perfectamente peinada, mientras que Cara era todo lo contrario, con su cabello castaño claro viendo hacia todas las direcciones. Por otro lado, Dallas continuaba con esa barba de tres días inseparable de su rostro serio, y unas canas amenazaban con reinar su cabello negro.

Para ser mayor, era bastante atractivo.

—Buenos días —saludó Eri con amabilidad.

—Buenos días —respondimos Cameron, Mateo y yo al unísono.

—Hoy deben darle una respuesta a La Bruja —habló Mateo con su vaso de agua en la mano—. ¿Ya pensaron qué decisión van a tomar?

Cameron sonrió, mientras levantaba su frente con orgullo—. Yo sí.

Puse los ojos en blanco.

—Terminaremos de desayunar e iremos con ella, ¿de acuerdo? —dijo Mateo y todos asentimos.

La comida se había acabado, lo que significaba que era hora de la verdad.

Era hora de ir con La Bruja.

A pesar de haber pensado en un plan la noche anterior, estaba nerviosa con la decisión que tenía que tomar. Sí, quería salir victoriosa para restregarles a todos que yo no necesitaba a nadie, y le demostraría a Tyler que yo no soy ninguna mentirosa o inservible. Sin embargo, ¿qué pasaría si no ganábamos? ¿Valía la pena morir por unas personas que ni siquiera conocía?

Cuando todos estuvimos frente a la habitación de la Bruja, Mateo nos dijo que esperáramos mientras él le hacía saber que ya era hora.

Los cinco permanecimos en silencio ante la espera, y desde mi posición, pude tener la oportunidad para visualizar todo lo que ocurría a mi alrededor.

Dallas se encontraba en el rincón del estudio de nuevo, mientras jugaba con un yoyo y su mirada divagaba en algún lugar de la habitación. Se le notaba pensativo, como si estuviera considerando hasta la más mínima posibilidad.

Por otro lado, estaba Cameron, sentado en un escritorio en el centro del lugar, jugando con sus dedos. Parecía aburrido, y supuse que era porque no tenía dudas acerca de lo que estaba a punto de decidir. De verdad que no entendía por qué este chico se notaba tan seguro de salir y arriesgar su vida, si solo era una rata de laboratorio que de seguro nunca había tenido una pelea. 

A mi izquierda se encontraban Cara y Eri. Cara estaba sentada en el suelo, su cabeza apoyada en el lateral de una enorme librera. Sus ojos estaban cerrados y su respiración estaba tranquila, supuse que estaba durmiendo debido al poco tiempo de sueño que tuvo la noche anterior.

A un metro de ella estaba Eri, quien, a diferencia de los demás, mantenía un semblante de angustia puro.

Sus ojos divagaban de un lado a otro inquietos, sus manos jugaban con su cabello en un intento de disimular el nerviosismo, y sus labios tenían un ligero temblor.

Tenía miedo de que tuviera un ataque de pánico.

Sabía que habría alguien en el grupo que se echaría para atrás, y todas mis sospechas caían en la mirada rasgada.

Suspiré. Esa era mi señal. Esa era mi señal para no ser yo la que declinara la oferta, sabía que el grupo necesitaría a una integrante más luego de que una decidiera irse.

Mi pecho se contrajo en cuanto supe lo que debía hacer.

En ese momento, la puerta de la habitación de la Bruja se abrió, dando paso a Mateo, quien asintió para que supiéramos que ya se nos era permitido entrar. Eri rápidamente se levantó de su lugar, intentando calmarse, y se dirigió a donde se encontraba Cara para despertarla.

Una vez estuvimos todos frente a la Bruja vestida de azul, Mateo cerró la puerta y se colocó a su lado. Los cinco nos encontrábamos en fila: Cameron estaba de un costado, a su derecha estaba Dallas, después Cara, Eri, y por último yo.

—Buenos días, muchachos —saludó con esa misma voz ronca—, espero hayan dormido bien —todos asentimos sin decir una palabra—. Dicen que la almohada es el mejor consejero, ¿alguno tuvo suerte anoche?

Los cinco permanecimos callados, ninguno estando dispuesto a ser el primero en dar una respuesta.

—La Bruja les hizo una pregunta. —intervino Mateo con un tono serio y demandante.

—Yo estoy dispuesto a quedarme. —habló finalmente Cameron. La Bruja sonrió.

—El pueblo te lo agradecerá, muchacho. ¿Qué me dices tú, Dallas? —se dirigió la señora hacia el siguiente de la fila. Luego de unos momentos de meditarlo, se encogió de hombros.

—Si regreso y sigo en ese miserable trabajo de policía, mejor me doy por muerto. Estoy dentro. 

La opresión en mi pecho era cada vez más fuerte al ver que ya eran dos los que habían decidido quedarse. La anciana se dirigió a Cara luego de asentir con aprobación a Dallas.

—Nena, ¿estás segura de que quieres quedarte?

La niña paseó su mirada en todos con duda, y finalmente, se posó en la señora, quien la miraba comprensiva. Se podía notar lo confundida y asustada que se encontraba, y un poco dudosa y temblorosa, lentamente, comenzó a mover su cabeza de arriba hacia abajo, asintiendo.

Una niña de diez años aceptó luchar contra un Hechicero poderoso.

—Eres una heroína, cariño —dijo con dulzura la Bruja—. ¿Eri?

Ese llamado hizo despertar de sus pensamientos a la chica de ojos rasgados.

—Yo... eh... —comenzó a titubear mientras miraba a todos con atención, su voz era temblorosa y sus manos estaban inquietas. Finalmente, suspiró en un intento de tranquilizarse, mi mirada decayó en cuanto supe qué era lo que ocurriría a continuación— Estoy dentro.

Abrí los ojos con sorpresa ante aquellas dos palabras. Habría jurado que se echaría para atrás. Esa era mi señal, eso era lo que me haría saber qué decisión tomar. Mi boca se secó y la opresión en mi pecho incrementó aún más.

Ya no sabía qué hacer, ya no sabía cuál era mi mejor opción.

Ya no sabía nada.

—Me alegra —escuché a lo lejos a la anciana—. ¿Andrea?

Sentía las miradas de todos fijas en mí, pero la mía solo podía estar puesta en el suelo. Mi mente estaba en blanco, todo lo que había tenido claro se había esfumado en ese instante.

—¿Andrea? —volvió a preguntar. Subí mi vista a la suya, mi rostro temblaba y mis ojos se nublaron por un momento.

—No puedo hacerlo. 

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