V - Los cinco
Mittsburgo, mayo de 2024.
Luego de alrededor cinco minutos de la caminata más silenciosa e incómoda que he tenido en mi vida, llegamos a lo que parecía una cabaña abandonada. Estaba cubierta de matorrales y musgo, las ventanas se encontraban rotas y sucias, y no parecía que alguien pudiera vivir ahí.
—Aquí vamos. —susurró Mateo luego de soltar un suspiro.
—¿Esta es la cabaña de la poderosísima bruja de la que tanto hablas? —pregunté con desdén mientras miraba de arriba a abajo la construcción frente a nosotros, a punto de desmoronarse.
Mateo bufó en cansancio.
—¿Tienes algún problema con ello, Andrea? —masculló.
Subí mis manos en rendición.
—No, no, para nada... solo digo. —dije con un aire irónico.
Puso los ojos en blanco, de nuevo.
Voy a sacarle los ojos la próxima vez que lo haga, pensé.
—Hazte a un lado. —me hizo una seña con el brazo para que me alejara.
Mateo se encaminó hacia la vieja puerta de hierro. Mis ojos lo observaban con detenimiento, persiguiendo cada uno de sus movimientos. El moreno hizo de su mano un puño, se alejó un poco de la puerta y, luego de alzar su brazo a la altura de su hombro, una luz verde azulada parecida a aquella que irradiaba la bolsa de la vez anterior y el agujero que me llevó a aquel lugar, comenzó a salir del anillo que rodeaba su dedo anular. Mateo pasó su brazo haciendo un cuadro imaginario alrededor de la puerta, lo pasó en el centro, y luego el anillo y todas aquellas luces se apagaron. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
—¿Lista?
—¿Eso fue lo que me trajo aquí? —ignoré su pregunta, asombrada con lo que mis ojos estaban presenciando.
—Algo así, sí. La Bruja sabía que estabas en peligro, por lo que abrió un portal para salvarte.
—¿Cómo supo ella que estaba en peligro?
—Te tenemos vigilada desde que me topé contigo aquella noche, ¿no te lo dije?
—Obviamente no.
—Como sea, no había nada interesante para ver de cualquier manera.
Sin darme oportunidad de reclamarle ante lo que dijo, Mateo se volteó sobre sus pies y se acercó aún más a la puerta oxidada, abrió la misma acompañada de un crujido y se adentró hacia la densa oscuridad del otro lado. Tuve un debate interno por un momento entre si entrar o quedarme afuera. Aquella cabaña acababa de ser hechizada por alguna clase de magia que tenía el anillo de Mateo y no me producía nada de confianza, pero estar afuera cuando comenzaba a anochecer me aterrorizaba más, por lo que me apresuré a entrar antes de que Mateo se arrepintiera y me cerrara la puerta en la cara.
No veía ni mis propias manos cuando escuché el estruendoso sonido de la puerta cerrándose con fuerza. Di un respingo sobre mi lugar, sorprendida y con un poco de temor al estar en soledad en esa fría y densa oscuridad.
—¿M-mateo? —tartamudeé su nombre, rogando que estuviese por ahí cerca para ayudarme.
De repente, una luz bastante fuerte se encendió, cegándome por unos momentos y haciendo que mi cabeza tuviera un dolor agudo.
—¡Perdona! Aun no logro controlar los niveles de luz... —en poco tiempo, la luz oscureció lo suficiente para que mis ojos se adaptaran y pudieran observar todo alrededor.
Nos encontrábamos en una sala de estar perfectamente limpia y ordenada, enfrente de ésta podía ver una pequeña cocina y una mesa de madera circular, con un hermoso florero encima que la decoraba. En medio de la sala y la mesa, se encontraba un pequeño corredor que dirigía a unas escaleras circulares.
Mi boca quedó abierta ante lo diferente que lucía el lugar por dentro que por fuera, no parecía para nada abandonado en su interior, incluso había una fogata en la esquina, brindándole un calor hogareño.
—Vamos arriba, de seguro se encuentran en el estudio.
Seguí a Mateo, el cual comenzó a caminar hacia las escaleras y subir. Mis pasos eran suaves y cautelosos, mis manos tocaban todo con cuidado de no romper nada—o más bien, con miedo de que los cuadros en las paredes comenzaran a hablar. La madera crujía bajo mis pies, y poco a poco, mis ojos comenzaron a ver algo más que escalones y paredes alrededor. Poco a poco, el segundo piso comenzaba a aparecer ante mí, y al menos ocho pies se encontraban parados en un medio círculo. Cuatro personas estaban en un estudio conversando seriamente, tal y como había predicho Mateo.
Una vez terminamos de subir por completo, cuatro miradas se toparon en mí. Se trataba de dos muchachos y dos chicas. Pude notar que los hombres tenían varios años de diferencia entre ellos; el rubio, que mantenía sus brazos cruzados, parecía alrededor de cuatro años mayor que yo, y el otro, con una barba de tres días y ojos azules como el cielo, era un hombre rozando los cincuenta. En cuanto a las chicas, parecía lo mismo: se trataba de una muchacha con cabello castaño como el mío y ojos rasgados, supuse de mi edad, mientras que la otra era una niña de la que calculé diez años, rubia y de ojos azules.
Fruncí el ceño. ¿Eso era lo mejor que pudieron conseguir?
—Andrea, te presento a tu equipo —comenzó Mateo—: Él es Dallas —señaló al señor mayor, este solo mantuvo su mirada seria azulada en mí—; Eri —señaló a la chica con ojos rasgados, la cual me sonrió con timidez y alzó su mano en un saludo leve—; ella es Cara —se refirió a la niña de menor edad.
—¿Qué hay? —me saludó animadamente. No respondí.
—Y este chico de aquí, es Cameron —señaló al chico rubio que seguía con los brazos cruzados—. Muchachos, les presento a Andrea —crucé los brazos sobre mi pecho y alcé la ceja, sin molestarme en saludar a ninguno—, ella es la última que faltaba.
Todos nos mantuvimos en un silencio incómodo por un momento, viéndonos unos a otros con desconfianza. Finalmente, la que se presentó como Eri, habló.
—Bienvenida, Andrea —sonrió con amabilidad—. Hemos estado esperando tu llegada desde hace ya algunos días. —su voz era suave y tímida.
—¡Já! Claro, si a dos semanas te refieres a solo "unos días" —mencionó con sarcasmo el rubio. Fruncí mi ceño hacia él, confundida ante su arrogancia.
—Vamos, Cameron, no seas tan duro con la chica nueva. Sabes que no fue fácil para ninguno aceptar a hacer esto. —interfirió Cara con una voz aguda.
¿Necesito de una niña para defenderme? En definitiva no estoy en mi mundo.
Escuché una risa gruesa, y mi mirada se dirigió hacia Dallas, quien nos miraba a todos con incredulidad desde el otro lado de la habitación. No noté en qué momento se había recostado sobre la pared, viéndonos fijamente.
—¿Y se lo dices a él? Ni bien le ofrecieron venirse, lo único que faltaba era que se ofreciera a pagar.
—Al menos mi vida antes de todo esto era mejor que perseguir a malandros inútiles. —contraatacó Cameron. Una sonrisa apareció en el rostro de Dallas, al parecer le gustaba provocar a la gente.
—Dime una cosa ligeramente emocionante sobre estudiar tu propio ADN por años.
—¡Ya basta! —les interrumpió Mateo con autoridad, y ambos callaron al instante— Lo único importante aquí es que el grupo está completo, lo que significa que están listos para conocer a la Bruja.
El silencio reinó en toda la habitación por un momento. Dallas se separó casi al instante de la pared, Cameron aflojó el agarre de sus brazos, y la tensión se sintió entre todos en aquel lugar.
¿Ellos aún no conocían a la Bruja?
Mateo suspiró mientras nos miraba fijamente a todos, advirtiéndonos con la mirada.
—Ella les explicará todo lo que está sucediendo, pero no hay mucho tiempo, así que procuren no hacer demasiadas preguntas. Ella no tiene mucho tiempo. —esto último lo dijo con un aire diferente, con algo que descifré como desesperanza.
Se encaminó hacia una puerta que se encontraba detrás del escritorio del estudio y, luego de una última mirada por su parte, entró seguido de nosotros. Mis pies se movieron con rapidez con la intención de ser la primera en entrar a esa misteriosa habitación, y luego de empujar ligeramente a Cameron y Dallas que tenían la misma intención, logré mi objetivo.
En el momento en que mis pies entraron del todo en aquel cuarto, todo en lo que había tenido esperanzas se derrumbó en ese instante.
La habitación estaba compuesta de un ropero, un espejo de cuerpo completo, un par de mesas de noche y una pequeña cama en medio. En esta última, yacía un cuerpo femenino de tamaño pequeño, su cabello estaba teñido completamente de blanco, y sus ojos estaban cubiertos casi del todo por las arrugas de sus párpados.
—Buenas noches, mi Señora —saludó en voz baja Mateo, al tiempo en que inclinaba su rostro hacia abajo en modo de reverencia—. Quisiera presentarle a algunas personas.
Los ojos de la señora se abrieron en sorpresa en el momento en que todos nos encontrábamos parados en un medio círculo alrededor de su cama.
—Los Cinco... —hizo el intento de hablar, pero solo un susurro apenas audible salió de su boca.
—Así es, Gran Señora, Los Cinco están aquí.
Así que mi gran equipo se llamaba Los Cinco, qué original.
Cuando Mateo me mencionó la existencia de una bruja poderosa, me imaginé a alguien que, al menos, pudiera sostenerse de pie.
—Ya veo por qué necesita nuestra ayuda. —murmuré. La mirada de la anciana se posó en mí inmediatamente.
¡Mierda! No solo lo pensé.
—Creo que aun no nos han presentado oficialmente, querida —me habló con un tono amable pero autoritario—. Mi nombre es irrelevante, pero todos aquí me conocen como La Bruja. Tú eres Andrea, ¿cierto? ¿La chica imán de snogs?
Su expresión denotaba calma y neutralidad, y una pequeña sonrisa se aproximaba entre su rostro arrugado.
—¿Cómo?
—Así te apodaron aquí en el pueblo —dijo Mateo con un toque de gracia—. Ya sabes, mientras que todos... bueno, casi todos —volteó a ver a Cameron, quien mantenía un ceño fruncido—, accedieron a venir con solo una aparición de snog, contigo se necesitaron dos para que vinieras.
—Maldita suertuda... —escuché que murmuró Cameron.
—¿Tienes un problema conmigo, rata de laboratorio? —lo confronté; no estaba dispuesta a seguir aguantando estupideces, mucho menos de alguien que acababa de conocer.
—No le hagas caso —intervino la niña de ojos azules—, desde que se enteró que todos se han topado con un snog, excepto él, ha estado algo... irritable.
—¡Cara! —la regañó el rubio— Solo quería tomar una muestra para estudiar su ADN, es todo.
—¿Qué clase de insecto desearía toparse con ese monstruo solo para estudiarlo? —lo vi con recelo.
—¿Qué clase de estúpida escéptica requiere de dos acercamientos a la muerte para creer que, en primer lugar, existe el monstruo? —contraatacó— Al menos yo no necesité ni de uno para estar dispuesto a ayudar a un pueblo en peligro.
Apreté la mandíbula y tuve el maldito impulso de tomar sus lentes y romperlos en ese mismo momento para que aprendiera a no meterse conmigo, pero Mateo interrumpió mis intenciones.
—¡Ya cállense los dos! —gritó Mateo con frustración— ¿Pueden cerrar la boca por al menos un minuto? ¡Muestren un poco de respeto, por Dios! Están haciendo esperar al ser más poderoso del mundo con sus estupideces sin sentido.
—Salvado por la campana, niño rata. —mascullé y lo oí resoplar por lo bajo. Mateo jaló aire para volver a reclamarme, pero la Bruja alzó su mano, callándolo.
—No, no, déjalos, Mateo —ordenó la anciana—. Quiero conocerlos, saber qué piensan acerca de todo esto. ¿Alguien más desea colaborar con esta divertida plática que se estaba llevando a cabo? —nos observó a todos uno a uno, parando su mirada en mí por más tiempo; me sentí como si estuviera en prescolar, siendo regañada por la maestra. Luego de que nadie dijo palabra, continuó— De acuerdo, si nadie tiene más que decir, supongo que ya podemos discutir de los temas importantes. Tengo entendido de que tienen algunas dudas con respecto a todo esto, ¿no es así?
Luego de un minuto en el que nadie se atrevió a decir palabra, Cara hizo la primera pregunta.
—¿En dónde estamos?
—Se encuentran en MittsBurgo, supongo que eso ya lo sabían —rio—. Es un pueblo pequeño, pero muy poderoso. Aquí se encuentra toda la magia que se puedan imaginar, y todos los seres que solo creían que existían en los cuentos. Está lleno de vida y alegría, es perfecto.
Al grano, anciana.
—¿Eso quiere decir que... ya no estamos en la Tierra? —preguntó Eri con temor.
La Bruja negó con la cabeza.
-No, linda. Estamos en otro Universo, muy alejado del suyo. Por eso mismo los llamamos a ustedes: necesitamos personas de otros mundos, otras circunstancias y con poderes desconocidos; necesitamos toda la fuerza que podamos recolectar.
—¿Poderes? —preguntó Cameron, y pude observar cómo intentaba esconder disimuladamente sus manos por atrás de su espalda.
—Sí, cada uno tiene un poder especial aquí. Lo irán descubriendo a lo largo del tiempo y podrán usarlo para el bien común.
—¿Para qué necesitaremos todo eso? —pregunté cruzando mis brazos sobre mi pecho.
La Bruja suspiró.
—Es una larga historia, pero supongo que si ustedes estarán involucrados, merecen conocerla. Hace tres siglos, un grupo de maestros de la magia decidieron unir sus fuerzas para proteger a MittsBurgo; ya saben, un pueblo tan rico en magia es el blanco perfecto para que otros mundos quieran robar o conquistarnos. No eligieron nombre, pero el pueblo decidió comenzar a llamarlos como Los Grandes —rio con nostalgia—. Este grupo estaba conformado por tres integrantes: El Hechicero, el Mago y su servidora, o como me conocen, La Bruja. Nos mantuvimos unidos por siglos, prometiendo mantenernos así por mucho más tiempo. Pero un día, algo en el Hechicero cambió —su mirada se perdió en algún lugar de la habitación, sumiéndose en mil recuerdos—. Algo dentro de él se pudrió, dejando paso a un deseo incontrolable por el poder. Notó que mis poderes y los de Mago estaban mejorando, por lo que luchó aún más por mejorar los suyos, pero no le fue suficiente. Había perdido su amor por su nación, y lo había reemplazado con la avaricia —hizo un pequeño silencio—. Poco a poco, los celos y la codicia lo fueron consumiendo, hasta el punto de querer robarnos la magia. Quería ser el único dueño de tal poder.
»Pero, claro, Mago y yo nos resistimos. No se saldría con la suya tan fácilmente. Entre los dos, comenzamos a idear diversos hechizos para vencerlo. El capitán del ejército de aquella época nos ofreció a varios hombres para tenerlos a nuestra disposición, pero no fue suficiente —algo en ella se oscureció en cuanto llegó a esa parte. Tardó un poco más en continuar, pero finalmente, lo hizo—. Hubo sangre, guerra, y mucha muerte. El Hechicero se había convertido en un monstruo, y se había llevado consigo a muchas personas inocentes, convirtiéndolas en diversas criaturas sin alma, que solo le obedecían sin chistar.
»Mientras que la guerra se llevaba a cabo, junto con el Mago pudimos desarrollar un hechizo especial. Creamos una especie de campo de fuerza alrededor del pueblo. Creímos que habíamos logrado vencerlo, pero a medida que pasaba el tiempo, comenzamos a notar que éste empezaba a deteriorarse, y con ello, el Hechicero se acercaba cada vez más, destruyéndolo todo a su paso.
»Miles de casas fueron destruidas al momento en que el campo de fuerza dejaba de protegerlas, y muchos de sus integrantes ahora se encuentran en la montaña más alta de Qwoy, donde custodian el gran palacio del Hechicero. Realizar otro hechizo parecido era de gran riesgo para nuestra magia, incluso para nuestra vida. Yo ya había perdido las esperanzas, pero Mago... -creó una sonrisa, pero ésta no llegaba a sus ojos- Mago era distinto. Le dije que era inútil pelear contra alguien tan poderoso, que crear otro campo de fuerza solo nos mataría y dejaría a todo el pueblo a su merced. Pero Mago no me escuchó, e individualmente comenzó a desarrollar de nuevo el hechizo. Éste funcionó, y le dio mucho más tiempo de vida al pueblo, pero no hizo lo mismo por mi amigo —pude notar el nudo que se había formado en su garganta—. Murió en cuanto terminó de lanzarlo.
La habitación se quedó en silencio en cuanto La Bruja dejó de hablar. Luego de unos minutos de silencio, la Bruja levantó la mirada hacia nosotros y tomó aire para hablar.
—Ustedes están aquí porque el pueblo necesita de su ayuda. El momento ha llegado. El campo de fuerza se está deteriorando nuevamente, yo ya no soy la misma bruja joven de antes, y mi fuerza ya no es la misma como para elaborar hechizos de protección. Ustedes son la única esperanza que a MittsBurgo le queda. Tienen que derrotar al Hechicero.
—¿Cómo haremos eso? —preguntó Cameron. Sé que quería hacerse el héroe, mostrándose decidido a hacer lo que fuera que le ordenara la Bruja, pero por su expresión, supe que estaba muriendo del miedo.
Como yo.
—Todos los maestros de la magia tenemos una fuente principal de poder: los anillos —alzó su mano izquierda, mostrando un anillo de oro con múltples diamantes de distintos tamaños—. Sin ellos podemos hacer ciertos hechizos pequeños, pero nada significativo; sin su anillo, Hechicero no podría seguir llevando a cabo el hechizo de los snogs, por lo que ya no podrá romper el campo de fuerza. Eso nos debería dar más tiempo para saber qué hacer con él. Para eso, cada uno de ustedes tiene entre sus dedos un anillo de plata. Mago, Hechicero y yo los creamos cuando aún estábamos juntos, en caso de que nos pasara algo y necesitáramos quién acudiera por nosotros. Por tres siglos no los necesitamos, pero en el momento en que Mago murió, ellos se activaron y fueron en busca de sus elegidos. Estos anillos son mágicos, no tan poderosos como el mío, pero lo suficiente como para luchar. Deben aprender a usarlos sabiamente, Mateo les enseñará.
—Por fin algo que me interesa —dijo Dallas tirando el anillo hacia arriba y tomarlo en el aire múltples veces—. Y pensar que ni siquiera pretendía recibir esta estupidez.
—Ten cuidado, muchacho —le advirtió la Bruja—, a esa clase de poder debes tratarla con respeto.
Vi los diamantes incrustados en aquel aro que no se había despegado de mí en más de un año, decepcionada al saber que había vivido una mentira que yo misma me había hecho creer. Tyler nunca me dio ese anillo, nunca realmente pensó en mí, y aún así me hizo creer que sí...
Madrid, España, junio de 2023
—¡No mires! —exclamé cuando vi a Tyler intentando quitarse la venda que le había colocado en sus ojos.
—Ya, ya... no estoy viendo. Pero al menos dame una pista de a dónde me llevas, ¿no?
Reí y jalé su mano con más fuerza mientras nos aproximábamos al lugar.
—¡Quítate la venda! —le ordené emocionada una vez nos encontrábamos ya en el parque.
Era el cumpleaños de Tyler, su primer cumpleaños en donde ya estábamos juntos como pareja, y pensé en prepararle un romántico picnic al atardecer, con champagne y una canasta llena de bocadillos y sushi hecho por mí... de acuerdo, lo habían hecho mis cocineros, pero es lo mismo, ¿no?
De postre, había llevado crême brûleé traído directamente de mi restaurante francés favorito. Pero mi parte favorita, era que dentro de una de las cajas de chocolates que le traje, había en su lugar un anillo de plata que hacía juego con el mío. Quise devolverle el mejor regalo que me había dado, y demostrarle que yo también lo amaba. Planeaba darle la caja luego del picnic, cuando ya el sol estuviera por ocultarse y sellar nuestro amor por siempre.
—No te quedes callado, ¡di algo! —exclamé luego de unos segundos en los que él se quedó observando perplejo lo que había preparado.
—Esto es... quiero decir... —estaba realmente sorprendido, lo que me hizo agrandar mi sonrisa aún más— Eres la mejor. —finalizó dándome un abrazo y un tierno beso al final.
—Ya lo sé.
Pasamos charlando y bromeando por horas, hasta que la comida finalmente se acabó y solo quedaba esa caja de chocolates aun intacta. Noté entonces que había perdido totalmente la noción del tiempo cuando ya nadie estaba en el parque y todo estaba oscuro, por lo que mi plan para entregárselo justo al atardecer, se había ido a la mierda.
—¿Qué tienes? —me preguntó Tyler con una sonrisa— Tienes cara de haber perdido tus aretes de perlas.
Le mandé una mirada fulminante, haciéndole entender que no se bromean con mis aretes de perlas. Finalmente, suspiré y tomé la caja entre mis manos.
—No es nada, es solo que... —le entregué la caja— Ten. Quería entregártelo de una manera más especial; ya sabes, con el sol escondiéndose, con el viento aún soplando y sin la necesidad de vernos a través de la estúpida luz de la luna y las supuestas estrellas. Quiero decir, ¿qué no se supone que deberían haber estrellas? ¡No he visto ninguna en todo el maldito año! Ni siquiera el cielo puede ser romántico, maldit...
No pude terminar mi oración ya que Tyler chocó sus labios contra los míos. Al instante le correspondí y, luego de lo que parecieron solo dos segundos, terminó el beso en contra de mi voluntad.
—Es perfecto, gracias.
Dijo con una sonrisa mientras se colocaba el anillo en uno de sus dedos. Me sonrojé al instante, y agradecí que no había luz para que no lo viera.
—No es nada, ahora estamos a mano.
Tyler frunció el ceño en confusión, por lo que alcé la mano en donde se encontraba el anillo.
—Lo recibí la noche de nuestro primer beso... fue definitivamente mucho más romántico que lo que hice hoy. Gracias.
Mi novio se mantuvo en silencio, pero luego de un momento, me sonrió mientras me tomaba de la cintura.
—No hay de qué, preciosa. Te mereces eso y mucho más.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro