IV - Snog
Madrid, España, mayo de 2024
El sonido de la música a todo volumen era lo que más se escuchaba en aquel lugar, acompañado de bullicio que la gente producía y los pies chocando fuertemente contra el suelo. El vaso de plástico que se encontraba en mi mano ya se había vaciado, por lo que decidí ir hacia el bar para tomar otra bebida. Esa noche no me iba a contener, necesitaba sacar todo lo que me estaba sucediendo de alguna manera u otra. Al final, siempre había sido conocida como el alma de la fiesta, ¿y cómo serlo sin alcohol en tu sistema?
No había visto a Tyler en toda la noche, y aunque lo negara, quería verlo. Hacía una semana de aquella noche, y desde entonces no habíamos hablado. Lo vi hablar con Alex, su mejor amigo, pero cada vez que yo intentaba acercarme, rápidamente se iba. Insistí un par de veces para hablarle, pero finalmente desistí y preferí dejar de perder mi tiempo y dignidad.
Si a él no le importa nuestra relación, a mí menos.
Ya había llegado el momento de la noche en que Adeline decidía que la barra era el lugar perfecto para bailar, y no podía faltar su invitación para que yo me uniera. No lo pensé dos veces, y luego de tomar dos shots de tequila que había en el bar, con la ayuda de un chico que estaba ahí logré subirme con mi amiga. Quería olvidarme hasta de mi nombre esa noche.
Luego de dos canciones y más tequila de la que puedo recordar, la náusea se había apoderado de mí, por lo que rápidamente corrí hacia el baño más cercano para sacar todo lo que había consumido. Mientras lo hacía, sentí que alguien recogía mi cabello hacia atrás. En cuanto terminé de vomitar, volteé la cabeza para ver quién se encontraba atrás de mí, y me encontré con un chico desconocido. Era alto, con cabello café y ojos del mismo color. No sabía si era el alcohol el culpable, pero me pareció realmente guapo.
—Creo que pensarás dos veces antes de tomar tanto de nuevo. —rio una vez me había terminado de limpiar. Quería decirle que no se molestara en hablarme, porque yo tenía novio. Quería decirle que se fuera para que me dejara vomitar en paz. Quería decirle que no se metiera en lo que no era de su incumbencia.
—Eres muy guapo —fue lo único que salió de mi boca seguido de una sonrisa floja. Mi cerebro había decidido dar un paseo, dejando a mi cuerpo a su merced—. Tú y yo haríamos unos hijos muy bonitos.
El chico desconocido rio, dejando mostrar unos dientes perfectamente alineados y blancos. No era el alcohol, él de verdad parecía tallado por ángeles.
—Estoy seguro de que sí, pero antes de hacerlos, ¿por qué no salimos del baño un momento?
—Claro, solo... —no pude terminar lo que iba a decir, ya que otra tanda de vómito apareció sin advertencia; por suerte, logré inclinarme en dirección al inodoro antes de causar un verdadero desastre. Tomé un poco de papel y limpié mi boca— Vamos.
Me levanté y, sin más, salí de aquel pequeño cuarto de baño, sin esperar a aquel desconocido, pero hermoso chico.
No me cansaría de decirlo.
—No sabía que una mesa podía aguantar tanto con dos personas saltando encima.
Reí ante lo que recién había dicho Rafael, el chico del sanitario.
—Te sorprenderías.
—Aún no me has dicho tu nombre —levantó su mirada del asfalto y la posó en mí—. Se convierte en un trato injusto cuando solo uno lo ha hecho, ¿sabes?
Reí nuevamente. Nos encontrábamos caminando unas cuadras de distancia de la casa de Madison, en donde se estaba llevando a cabo la fiesta. Aun se podía escuchar la música a la lejanía, realmente estaba con volumen alto. El alcohol ya se había ido casi del todo de mi sistema, por lo que podía caminar más equilibradamente por la acera y controlar a mi mente de decir estupideces.
—Andrea —respondí—. Tú aún no me has dicho de dónde apareciste.
Esa duda llevaba carcomiéndome desde que lo vi. Un chico así no pasaba desapercibido ante mis ojos en un pueblo como Rascafría.
Se encogió de hombros.
—Me iré en unos días, solo vine a solucionar un asunto importante y, ¿por qué no? Disfrutar las noches de fiesta —guiñó un ojo mientras me sonreía—. Lindo anillo. —cambió de tema, señalando el accesorio que reposaba en mi dedo anular izquierdo.
—Gracias, fue un obsequio de mi novio.
—Tyler, ¿no?
Fruncí el ceño en confusión.
—¿Conoces a Tyler?
—Claro que sí, es un chico muy simpático... aunque dudo que él me recuerde.
—¿Por qué no lo haría? —indagué un poco más. ¿Por qué Tyler no me había hablado de Rafael?
—Bueno, nos conocimos hace años, en un...
—¿En el Campamento Musical de verano de hace un par de años? —lo interrumpí.
—¡Sí, justo en ese! —asintió con emoción, aun con su sonrisa intacta, ¿qué sus mejillas no le dolían?— En el Campamento Musical, por supuesto.
—Ah, entonces conoces al instructor Rodríguez. Tyler me hablaba sin parar acerca de sus ridículos retos de nadar tocando una trompeta al mismo tiempo —dije. Pareció dudar por un segundo, pero finalmente asintió.
—Claro, el instructor Rodríguez... ¿cómo olvidarlo? Sus retos fueron los que le dieron vida a ese campamento. —rio y lo acompañé.
—Es chistoso que lo digas, ¿sabes? Porque... —paré de caminar en seco y él quedó a unos metros de mí— nunca hubo un campamento musical —eliminé mi sonrisa de inmediato—. ¿Quién eres tú realmente, Rafael? —demandé en tono molesto, parando mi caminar. El susodicho volteó a verme; su sonrisa seguía presente, pero hasta entonces noté lo falsa que era.
—Soy solo un chico que vino de paseo, Andrea, ¿qué hay de malo en eso?
—Dime la verdad.
De pronto, su sonrisa desapareció y su boca formó una línea recta. Su ceño se frunció, por lo que deduje que lo estaba enojando.
—¿Quieres saber quién soy, de dónde vengo? —formó una sonrisa, pero esta en vez de estar conformada por esos dientes blancos perfectamente alineados como los de antes, eran picos largos y amarillos, como dientes de tiburón— Como gustes.
Eso último lo dijo con una voz distinta: era grave, ronca y tosca, muy diferente a la voz angelical del Rafael que había conocido antes. Tragué en seco y sentí un escalofrío pasar por mi espina dorsal.
¿Qué estaba pasando?
Comenzó a acercarse con pasos lentos hacia mí. Yo continuaba estática en mi lugar, no entendía por qué mis pies no reaccionaban y me sacaban corriendo de ahí. Cuando su rostro se encontraba a solo centímetros del mío, pude tener una mejor vista hacia sus ojos. Ya no eran de ese color miel que derretían a cualquier chica; ahora se habían vuelto de un color amarillo verdoso y de una forma ovalada, como los de un gato... esos ojos ya los había visto antes, hacía una semana.
—Supongo que has oído hablar del pueblo de MittsBurgo.
MittsBurgo.
Ese nombre había estado retumbando en mi cabeza desde que Mateo lo mencionó. No respondí.
—No es necesario el disimulo, Andrea... —siseó. En ese momento, su cuello se comenzó a retorcer, sus brazos se contrajeron, como si estuviera haciendo una fuerza extraordinaria. Mi boca se secó en cuanto su piel comenzó a cambiar de tonalidad a una azul, con cabellos gruesos y largos cubriéndola; sus ojos gatunos ahora brillaban como sus venas, las cuales irradiaban una luz amarilla intensa; su tamaño había crecido considerablemente, haciéndome levantar la cabeza para verlo a los ojos— Ya te encontré.
Tuve que parpadear un par de veces para hacer a mi cuerpo reaccionar.
Corrí, corrí tan rápido que yo misma me sorprendí. Corrí como si mi vida dependiera de ello y, lo que más me asustaba, es que eso era realmente lo que ocurría.
Mi vida dependía de ello.
Escuché las grandes pisadas detrás de mí, pero eso lo único que provocó fue que corriera más rápido.
Comencé a gritar en busca de ayuda, pero ninguno recurrió a mí. Era como si nadie estuviera consciente de lo que ocurría afuera, como si nadie viera a un monstruo de tres metros correr sin parar por toda la calle.
Mis pulmones comenzaron a arder en mi interior, mi vestido pegado no me permitía dar pasos largos, mis pies dolían a cada paso que daba debido a los tacones que llevaba puestos, pero eso no me iba a detener. No me detuve ni siquiera para quitarme los tacones, esos eran segundos valiosos que no pensaba desperdiciar. Escuchaba las pisadas un poco más lejanas a mí, por lo que aproveché para cruzar en un callejón. Me escondí detrás de unas cajas de basura, mis manos temblaban, mi respiración era agitada y podía sentir a mi corazón ir demasiado rápido.
El sonido del monstruo en el que se había convertido Rafael se escuchaba cada vez más lejos, hasta no oírse más.
Permití a mis pulmones respirar, sabiendo que había logrado escapar del peligro, o al menos por ahora.
Me senté en el frío asfalto y recosté mi espalda en la pared lateral con un poco de dificultad a causa del vestido que tenía, dejando a mis pies descansar un momento. El frío de la noche helaba mis huesos debido a mi falta de abrigo, pero eso no permitió a mi cuerpo dejar de sudar. A pesar de ello, me sentía aliviada, pero el miedo aún se encontraba presente en mi sangre.
Cuando pensé que por fin estaba a salvo, de un momento a otro las cajas de basura que para entonces se habían convertido en mi escondite, salieron volando a algún lugar del pueblo. Me puse de pie al instante en el que hice contacto visual con aquella mirada gatuna, que me escudriñaba con maldad. Tragué saliva.
Me había encontrado.
Me había encontrado en un callejón sin salida.
Su respiración era pesada, se podía ver cómo salía el aire frío de su nariz húmeda a cada exhalación; su boca alargada estaba medio abierta, dejando salir saliva de ella. Su mirada era seria, molesta y determinante. Ningún rastro de lo que alguna vez fue el guapo Rafael que había conocido hacía una hora, se encontraba en ese momento. Esa era una clase de mala combinación entre un lobo, un gato y un perro azul.
El monstruo frente a mí, en cuanto hizo contacto visual conmigo, sonrió con malicia y tronó su cuello, preparándose para acabar conmigo.
Pronto supe que ese era mi fin, que ya no había nada más que pudiera hacer para salvarme. Cerré mis ojos en la espera del golpe, resignándome a sus pies. Se comenzó a acercar lentamente, podía sentirlo.
De repente, sentí una brisa suave a mis espaldas, lo que me pareció extraño debido a que detrás de mí se encontraba una pared. Abrí mis ojos y volteé levemente hacia atrás, encontrándome con un pequeño orificio verde y brillante en la parte inferior de la pared, solo perceptible para mí debido a que mi cuerpo lo cubría.
Mientras tanto, Rafael continuaba acercándose cada vez más a mí, por lo que yo comencé a dar pequeños pasos hacia atrás, hasta que mi espalda topó con la pared del fondo.
—Esto fue demasiado fácil... —exclamó Rafael con una sonrisa maliciosa decorando su rostro de perro combinada con gato— El Amo estará encantado.
—¿El Amo? —pregunté para distraerlo. Lentamente, mi mano comenzó a acercarse a mi pie, al tiempo en que levantaba el mismo hacia atrás.
—Oh, sí, te ha estado buscando por más de tres siglos, pero hoy, te tendrá... —se encontraba solo a unos centímetros de mí, podía sentir su aliento caliente en mi rostro.
—Tendrá que buscarme un poco más, supongo.
En un movimiento rápido, tomé mi zapato de tacón y lo inserté en un ojo. Lanzó un gruñido estruendoso, y sus garras rápidamente se dirigieron hacia la parte afectada. Aproveché entonces para introducirme rápidamente en el agujero, y apenas metí mi mano, una fuerza increíble atrajo el resto de mi cuerpo hacia él, haciéndome tropezar y caer del otro lado del agujero.
Pero no logré caer completa. Rafael logró tomar mi pie descalzo con una pata, mientras que con la otra se sostenía el ojo recientemente dañado. Sentía cómo sus garras raspaban mi piel, mientras comenzaba a arrastrarme hacia él. Logré alcanzar lo que pensé que era una raíz de árbol y resistí lo más que pude, mientras daba fuertes patadas para soltarme de su agarre. La raíz cedió un poco ante la fuerza del monstruo, acercándome más hacia él; la mitad de mi cuerpo ya se encontraba del lado del callejón. Agarré con más fuerza mi sostén con una mano, y con la otra tomé el zapato del pie que sí estaba conmigo, y probando suerte, lo inserté con todas mis fuerzas en el rostro del monstruo.
Su agarre se soltó de mi pie al momento en que mi tacón lo golpeó, y lanzó un gruñido aún más fuerte que el anterior. Utilizando la poca fuerza que me quedaba, me arrastré lo más rápido que pude hacia el otro lado del agujero, y en el momento en que todo mi cuerpo se encontraba dentro, el agujero se cerró, sin dejar muestra de que alguna vez estuvo ahí, sin dejar muestra de aquella criatura diabólica que segundos antes pretendía matarme.
Mi respiración estaba agitada, lo que provocaba que leves jadeos salieran de mi boca. Sentía la rápida palpitación de mi corazón retumbar en mi pecho, como si tambores sonaran una y otra vez en mis oídos. Me permití descansar un momento para tranquilizarme, cerré los ojos y me desafié concentrarme solamente en mi respiración. En nada más.
Una vez me encontraba más serena, supe que estaba lista para enfrentarme a lo que sea que se encontrara frente a mí.
Poco a poco, levanté mi cuerpo del suelo y, luego de dar una profunda respiración, me dispuse a levantar mi mirada y ver lo que me esperaba más allá de donde me encontraba.
—Oh, Dios... —fue lo único que pudo salir de mi boca en un pequeño murmullo.
Y sí que lo ameritaba.
Criaturas de inimaginables especies se encontraban en un medio círculo a mi alrededor. Desde un hada postrada en la punta de mi nariz, hasta lo que parecía un ogro de un solo ojo que me miraba expectante. Tragué seco, sin estar segura de si haberme metido en ese agujero había sido la decisión correcta.
Campesinos, duendes, hadas, enanos, tauros, todo lo que alguna vez había creído que solo existía en los cuentos, me veían con atención. De repente, un duende se acercó con lentitud hacia mí, sus ojos demostraban una inocencia y amabilidad tan pura, que incluso me llegó a tranquilizar un poco. Tomó mi mano en donde yacía el anillo de plata, lo que causó que me tuviera que inclinar un poco hacia abajo, y lo observó con tal admiración que creí que se le saldrían los ojos en cualquier momento.
—Deja eso, Arturo —escuché una voz masculina por detrás del enano, que al parecer su nombre era Arturo. Subí mi mirada para encontrarme con el portador de la voz, y sentí alivio al saber que se trataba de Mateo; al menos una cara conocida en aquel extraño lugar—, no es un juguete.
Mateo se hizo camino entre la gente que se había reunido a mi alrededor, y Arturo obedeció a su orden.
—Con que decidiste aceptar.
—¿En dónde... estoy? ¿Cómo llegué aquí? —pregunté en un susurro, viendo que todo a mi alrededor no era para nada parecido a mi hogar.
—Estás en MittsBurgo. Ese portal que te salvó del snog, fue mandado por La Bruja. De nada. —respondió Mateo.
—¿Snog? ¿La Bruja?
Mateo puso los ojos en blanco.
—¿Qué no pusiste atención a lo que te dije antes? —bufó molesto— La Bruja que me envió a llamarte porque necesita tu ayuda y decidiste reírte ante su petición, ¿recuerdas?
Pero cómo olvidar cuando casi me hace suicidarme porque creí que me estaba volviendo loca al meterse en mi maldita cabeza.
—Claro... ¿no habías dicho que te dabas por vencido y que yo no valgo la pena? —pregunté sarcástica. Sentía las miradas de todas las criaturas alrededor aun puestas sobre nosotros.
—No es acerca de lo que yo quiero, que obviamente no es tenerte aquí —murmuró eso último—, es acerca de lo que La Bruja crea mejor para el pueblo. ¿Y no acaso te acaba de salvar la vida? ¡Deberías estar agradecida, por un demonio!
Crucé los brazos, realmente porque no sabía qué más hacer.
—Mira, Andrea —continuó—. Sé que lo último que quieres es quedarte, y créeme cuando te digo que yo tampoco te quiero aquí —imbécil—, pero La Bruja te salvó la vida. ¿No crees que lo menos que puedes hacer por ella es escucharla?
Permanecí un momento en silencio, pensando en qué hacer a continuación. Finalmente, tomé una bocanada de aire y hablé:
—De acuerdo, de acuerdo, tú ganas. Ya me quedó claro que no bromeabas con eso de un mundo mágico. Si accedo a ayudar -que ni siquiera sé para qué me necesitan, honestamente, tengo dos condiciones.
Mateo puso los ojos en blanco, lo cual era lo único que sabía hacer, al parecer.
—¿Te crees en la disposición de tener condiciones? Tu condición es que si aceptas, no te regreso a tu mundo donde el snog te espera. ¿Suena tentador?
Tragué saliva y lo miré con seriedad.
—Necesito una mudada completa de ropa —señalé mis pies desnudos, con tierra entre los dedos—, incluyendo zapatos.
Mateo rodó los ojos y asintió levemente. Apreté los labios y asentí también, al menos había aceptado la primera.
—Bien. Y la segunda es que no me tratarás de estúpida el resto del tiempo.
—Solo puedo cumplirlo si no te portas como estúpida el resto del tiempo.
Idiota.
(...)
Mittsburgo, ese mismo día más tarde
—Estos zapatos son horrendos.
—Devuélvelos, entonces.
—¿Me darás otros mejores?
—No.
Nos encontrábamos caminando en los adentros del pueblo de camino a la casa de La Bruja. Mateo me había conseguido un par de zapatos grises para nada estéticos. Pero —odiaba admitirlo—, eran los zapatos más cómodos que había utilizado en toda mi vida; obviamente, nunca lo iba a admitir delante de Mateo.
Mateo no parecía querer entablar una conversación, por lo que decidí aprovechar para dar un vistazo a mi alrededor.
Aunque las casas estaban hechas de paja, madera o piedra y el suelo era de este último material, nada se acercaba ni de asomo a lo que se podría considerar "medieval" o antiguo. Me pareció curioso la gran similitud que tenían todas aquellas criaturas y casas con los libros que mis padres me contaban de niña, podía incluso tomar una fotografía y compararlas una vez llegara a mi casa. Lo único distinto era lo moderno y desarrollado que se veía.
—Todas estas casas son iluminadas sin la necesidad de un foco o electricidad, ¿sabes? Simplemente, el techo irradia su propia luz —rompió el silencio Mateo, supongo que notó cómo observaba con curiosidad el pueblo—. Además, ante cualquier sismo se arreglan por sí solas. Aunque eso no ha sido necesario en muchos siglos; las catástrofes no son comunes aquí en Mittsburgo.
Seguimos caminando en silencio por unos minutos más, mis ojos continuaban devorando todo lo que podían del pequeño pueblo de Mittsburgo. No me tomó mucho tiempo el darme cuenta de que la mayoría de los habitantes de ahí me observaban con cautela y curiosidad, incluso los niños llamaban a sus padres gritando "¡Mamá, mira, llegó la última!" mientras me señalaban.
—¿Qué quieren decir con "llegó la última"? —pregunté mientras veía que ya era todo el pueblo el que estaba alrededor de nosotros, dándonos paso a medida que caminábamos, pero nunca sin despegar la vista.
—Eras la última que faltaba. —respondió Mateo sin importancia, mientras continuaba caminando a unos metros delante de mí.
—¿La única que faltaba para qué? ¿Llamaste a más personas?
—Por supuesto —rio—. No te creas tan importante, Andrea.
—Siempre me creo importante, Mateo. Pero ese no es el punto. ¿Para qué nos llamaste? ¿Qué es lo que necesitan de nosotros? ¿Cómo es que estamos en otro mundo? ¿Cuántos más somos? ¿Por qué...?
—¡Para ya! —Mateo volteó sobre sus pies parando su caminar con brusquedad, sus ojos cansados chocaron con los míos— ¡Te dije que todas estas preguntas las resolverá la Bruja!
Apreté los labios con seriedad y paré de caminar también. No me gustaba no saber toda la información.
—No moveré un pie más hasta saber qué está pasando aquí.
Mateo bufó con frustración y despegó su mirada de la mía, como buscando consuelo del cielo para tranquilizarse. Luego de unos segundos, ya más sereno, habló.
—No está en mi disposición decirte. Queda solo un kilómetro por recorrer para llegar al paradero de la Bruja y ella te explicará todo. Si no puedes ser paciente y guardar tu maldito temperamento para ti misma por una vez en tu vida, siéntete libre de regresar por donde viniste, porque tal vez no seas lo que estamos buscando de todas maneras.
Dicho esto, Mateo se volteó sobre sus talones y continuó caminando, sin molestarse en esperarme. Volteé a ver el camino que había dejado atrás, considerando si debía obedecerlo y regresarme por donde vine. ¿Y si tenía razón y realmente yo no era lo que estaban buscando? Tal vez la famosa Bruja se equivocó y realmente yo no daba la talla...
Tonterías.
Fruncí el ceño y caminé con rapidez en dirección a Mateo, pasándolo y dejándolo atrás.
—¿No vienes, anciano? —le grité mientras caminaba. Volteé a verlo, quien se veía confundido pero aliviado a la vez— En tu puta vida me vuelves a decir que yo no soy suficiente.
(...)
Atravesamos todo el centro del pueblo, adentrándonos a lo más denso del bosque al lado de él. Mi vestido amarillo de tubo estaba sucio y rasgado debido a algunas ramas de árboles con los que chocaba, pero me fue prometido un nuevo conjunto de ropa apenas llegáramos a nuestro destino.
A medida que caminábamos, me puse a pensar cómo sería la vida en Madrid ahora que yo no estaba. Comencé a pensar en Tyler y lo que había ocurrido entre nosotros, ¿qué pasaría con nosotros ahora que ya no estaba? ¿Me extrañaría? ¿Me esperaría? ¿O buscaría consuelo en alguien más? Mi mirada decayó en cuanto pensé en esa posibilidad, en la posibilidad de él terminando con Marcela.
Pensé en mis amigas, ¿quién les diría qué hacer? Sin mí ellas estarían perdidas, ¿cómo sabrían qué ponerse para combinar? Siempre hacíamos conjuntos de ropa que hicieran combinación entre nosotras, era algo como una tradición.
¿Mis padres me extrañarían? ¿Notarían mi ausencia? Difícil de saber.
—¿Cómo terminaste sola en un callejón, a mitad de la noche, con ese snog? —Mateo rompió el silencio, interrumpiendo los pensamientos que se habían llevado a cabo en mi cabeza. Esa pregunta me tomó por sorpresa. Volteó a verme y cruzamos miradas por un momento, pero luego él regreso su vista al camino de tierra— Lo pregunto, porque esas criaturas tienden a convertirse en algo pecaminoso para el humano que quieren acechar. ¿Cómo se presentó ante ti, Andrea?
Mi boca se quedó muda, y no supe si era por el miedo del recuerdo, o por la vergüenza al recordar mi intención al irme sola con ese muchacho.
Me encogí de hombros, intentando disimular mi vergüenza.
—Estaba... guapo.
Mateo se volteó a mí con el ceño fruncido y paró de caminar de nuevo.
—¿Qué?
Puse los ojos en blanco y bufé.
—Olvida eso. Estaba más que guapo, estaba guapísimo. Parecía un ángel caído del cielo, ¿de acuerdo? Yo estaba ebria y él estaba para devorarse. Tú no lo entenderías, no eres humano.
Seguí caminando hasta pasarlo, mientras que él continuaba en la misma posición. Luego de unos segundos, escuché sus pasos hasta acercarse a mí.
—¿Quieres decir que la razón por la que terminaste sola con un desconocido, a mitad de la noche, era porque...?
—Sí, sí, bienvenido al siglo XXI. No sé si aquí existe, pero en mi mundo así es como se hacen los bebés.
—¡Ya basta! No necesito saber más —su rostro asqueado me produjo una sonrisa—. Solo... sigue caminando, ya se puede ver la cabaña desde aquí.
Subí mi mirada hacia donde Mateo apuntó, y un escalofrío recorrrió mi cuerpo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro