Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

I - Comienzo



El sudor comenzó a hacer acto de presencia luego de la segunda cuadra de caminata. El calor era asfixiante y los tacones me molestaban en sobremanera. El bolso que cargaba en el antebrazo, me raspaba y pesaba. La falda que traía me obligaba a estarme observando por si no subía mucho, dejando así una vista que dejaba poco espacio a la imaginación. 

Alejé esos pensamientos en cuanto recordé que tenía una mudada parecida en mi casillero. Aún faltaban tres cuadras para que llegara al instituto, y me quedaban diez minutos antes de que la hora de clase comenzara. Me reprimí a mí misma al recordar mi estúpido descuido al no cargar el combustible al auto, lo que ocasionó, claro, que no arrancara. Saqué mi teléfono del bolso para revisar si no tenía alguna llamada perdida, pero ninguna notificación aparte de las personas que no me interesaban, aparecía en la pantalla.

En cuanto viera a Tyler, querría haber nacido en otra era. Él y su maldito Ferrari me las iban a pagar.

Me dieron ganas de vomitar en cuanto tuve que pasar frente a una construcción y todos los hombres comenzaron a lanzar comentarios grotescos hacia mi persona. Tuve la enorme tentación de regresar a darles una buena patada en la entrepierna, pero eso no era lo propio de una señorita, así que sólo arreglé mi bolso en mi brazo, lancé mi cabello hacia atrás y seguí de largo; ignorándolos.

Llegué al instituto hecha agua. Nunca en mi jodida vida había sudado tanto. Imploré a todos los dioses que conocía que las clases hubiesen empezado ya; si alguien me veía así, podría decir adiós a mi reputación en aquel lugar.

Sólo bastó una bonita sonrisa y un poco de escote para que el guardia me dejara entrar. Por suerte para mí, los pasillos se encontraban vacíos, y sólo se escuchaba el bullicio del interior de los salones. Con la habilidad de correr con tacones de diez centímetros, me dirigí con rapidez hacia mi casillero con cautela de no ser vista por ningún profesor. Tomé la ropa que tenía en caso de emergencia, y me dirigí con la misma rapidez al baño. Una vez llegué, no pude evitar quedarme espantada con lo que el espejo reflejaba al yo pasar enfrente.

Los rizos que me había hecho en la mañana estaban sueltos y desordenados; el maquillaje que con sumo cuidado y paciencia había colocado en mi rostro, se había corrido a causa del sudor; mi ropa estaba desaliñada y apestaba. Saqué un paño húmedo de mi bolso, y dispuesta estaba a quitarme el maquillaje, cuando el sonido del inodoro echar agua llegó a mis oídos, y una chica castaña salió de uno de los cubículos. Mi sangre comenzó a hervir de la ira al ver quién era la individua.

Vestía unos horrendos pantalones caqui sueltos, junto con una camisa blanca con el logo de Star Wars, la cual estaba metida por lados y salida por otros, además de estar sumamente arrugada. Su cabello estaba agarrado en una trenza desarreglada, que apenas se notaba ver por debajo de todos los cabellos sueltos y enredados. Sus anteojos pequeños hacían reflejo con la poca luz que la pequeña ventana del baño dejaba entrar, y aunque hubiera un calor de mil demonios, ella cargaba una enorme chaqueta muy por arriba de su talla.

En cuanto me vio, pude notar, a través del espejo, cómo sus manos comenzaron a temblar. Me volteé para dirigir mi mirada hacia ella y sonreí con amargura y sarcasmo.

—Oh, pero miren qué tenemos aquí... —dije con sorna— Marcela Rivas —sonreí, acercándome. Su mirada reflejaba miedo, pude notar cómo tragó saliva con dureza.

—Disculpa, me encantaría quedarme, pero... —su voz temblaba e hizo el amago de irse; de escapar de mí. Di un paso a un lado, posicionándome frente a ella, impidiéndole salir del sanitario; no se iría, no sin antes escuchar lo que tenía para decir.

—¿Pero? ¿Qué no puedes quedarte a charlar? Vamos, ¡solo quiero tener una conversación con mi buena amiga! —exclamé con notorio sarcasmo y una exagerada emoción.

—Lo siento, yo no...

—No te disculpes, pequeña Marcela—le interrumpí—. ¿Por qué lo harías? ¡Si tú nunca haces nada malo! —reí—. Oh, espera —hice una mueca—, sí lo haces —hice un puchero infantil junto con una voz aguda—. ¿Qué se siente robar el novio de alguien, ah? O al menos, intentarlo, claro —reí sin gracia. Su vista asustada se dirigió a mí, y pude notar cómo tragaba saliva con dificultad.

—¿A... —su voz temblaba, lo que trató de disimular luego de una pausa, la cual aprovechó para arreglarse sus anteojos— a qué te refieres?

—Vamos, Rivas, sé que eres más inteligente que eso —me acerqué un poco más a ella—. ¿Acaso crees que no te he visto hablando y coqueteando con Tyler? Puedes decir que sólo le estás dando "tutorías", pero, cariño, desde leguas se puede ver que mueres por él —reí sin gracia, tomé su desarreglada trenza y la jalé para abajo con fuerza; pude escuchar un leve jadeo por parte de ella. Me acerqué, de tal manera que mi boca quedó a centímetros de su oreja—. Él nunca te pondrá atención, ¿qué no lo ves? —siseé— Solo eres una asquerosa e insignificante criatura que no hace más que vivir en los libros de historia. Él nunca te notará, así que mejor no pierdas tu tiempo, o peor aún, el mío —mis ojos veían directamente a los suyos—. No vuelvas a atravesarte en mi camino —jadeó una vez más en cuanto jalé su cabello con más fuerza— o lo lamentarás —la solté, e inmediatamente, Marcela comenzó a caminar con lentitud hacia la puerta, su cabeza gacha y su cabello aún más despeinado. Cuando abrió la puerta dispuesta a irse, se volteó para verme. Su rostro estaba rojo y pude ver cómo luchaba por contener las lágrimas— ¿Qué quieres?

Lo único que hizo fue formar una sonrisa sin dientes, sus ojos demostraban algo que en ese momento no pude descifrar; estaba cargado de sentimientos, pero entre ellos, el odio o resentimiento no se encontraban. Sin darme tiempo para formular una pregunta acerca de su acción, finalmente, salió por aquella puerta de madera. Quedé estática en mi lugar por unos segundos, no siendo capaz de buscar una razón de su reacción. Resignada al no encontrarla y restándole importancia, me dirigí al lugar en el que antes se había encontrado ella, para luego cerrar la puerta con seguro. Caminé con lentitud hacia el espejo, el cual seguía reflejando la deplorable situación en la que mi cuerpo se encontraba. Cerré los ojos, concentrándome en mi respiración; en mi actual situación; en mis amigos; en mi familia; en todo lo que en aquel momento tenía; me visualicé en el baile, mis ojos brillando a causa de la felicidad, mi novio a mi lado, sonriendo por ser rey junto a mí. El aire que inconscientemente había estado reteniendo, fue soltado por mis pulmones, permitiéndome relajarme. Mis ojos se dirigieron determinantes hacia el reflejo de ellos mismos, "viéndome" fijamente.

—Mira, Andrea —comencé hablando en voz alta—. No puedes seguir siendo tan estúpida. Tú más que nadie sabes el precio de lo que ahora tienes, ¿y quieres desperdiciar todo en una chiquilla envidiosa? ¡No me hagas reír! —mi semblante era serio y demandante, lo cual me sorprendió— Sé que eres consciente de que la mitad de la población estudiantil de este instituto está babeando por tu novio, pero, ¿sabes qué? ¡El maldito te eligió a ti! ¿Y sabes por qué? —pasé un paño húmedo por mi rostro, eliminando todo rastro de maquillaje—. Porque eres una maldita diosa —sonreí—. Ahora sal, y demuestra quién verdaderamente manda aquí.

Solo faltaban cinco minutos para que el timbre de cambio de clase tocara, así que aproveché para enviarle otro mensaje a mis amigas para que supieran dónde encontrarme. Tyler aún no respondía mis mensajes anteriores, así que no me molesté en volver a hablarle por respeto a mi dignidad.

Una vez la campana sonó y los pasillos comenzaron a llenarse de alumnos, yo ya me encontraba frente a mi casillero, con mis libros correspondientes de mi siguiente clase en manos. Alcé la vista para buscar a Madison y Adeline, y pude encontrarlas saliendo de un salón, hablando animadamente. Una vez estuvieron lo suficientemente cerca, pararon su charla y me sonrieron; imité su acción.

—Chicas.

—¿Qué te pasó hoy? —preguntó Adeline mientras sacaba sus cosas del casillero junto al mío a la izquierda.

—Sí, no te vimos en Historia. El profesor Hopkins fue a la oficina del director para preguntar por tu ausencia, dado que no has faltado una vez más que cuando te enfermaste, y en esa ocasión tus padres llamaron para excusarte. —intervino Madison, imitando la acción de Adeline, solo que en el lado derecho al mío. Bufé.

—No tienen idea de la mañana que tuve.

Ambas posaron una mirada confundida en mí.

—Marcela.

Ambas hicieron muecas de disgusto.

—¿Se volvió a meter contigo? ¿Qué pasó esta vez? —la segunda campana anunciando que debíamos dirigirnos a nuestros salones, sonó, y comenzamos a caminar hacia Matemática.

—Aún peor. La maldita se metió con Tyler. —mis dos amigas abrieron los ojos de par en par.

—¿Qué dices? —preguntaron ambas.

—Ya lo oyeron.

—Oh, la voy a matar... —masculló Adeline.

—Sí, espera a que la vea... —estuvo de acuerdo Madison, volteando a ver a todos lados en su búsqueda.

—Chicas, no se preocupen, no hace falta —ambas se voltearon a verme confundidas. Sonreí con suficiencia—. Tengo una idea.

—Dios, eres un genio. —me elogió Adeline, sorprendida, luego de escuchar el plan de venganza contra Marcela.

—Sí, ¿cómo es que tienes esa cara angelical si tu cerebro piensa esas cosas?

Reí.

—No es para tanto. Solo es una pequeña venganza para que aprenda a no meterse conmigo ni lo que me pertenece.

—¿Y cuándo planeas ponerla a cabo? —preguntó Adeline tomando un poco de palomitas. Estábamos en una noche de chicas en mi habitación, olvidándonos de la película que minutos antes habíamos puesto, la cual seguía sonando de fondo. Me encogí de hombros.

—No ahora, eso es seguro. Aún debo planearla a fondo.

—¿Y qué tal... en la noche del baile? —Madison hizo una cara de picardía, la cual se me contagió al instante.

—Te escucho.

—Vamos, ella hará lo que sea para ir con Tyler al baile, o al menos, llamar lo suficiente su atención para robártelo en cualquier momento —la sangre me hirvió en el momento—. Tyler no querrá tener nada con ella luego de eso, te lo aseguro.

—Es una gran idea, Mad —dijo Adeline—. Pero se te olvidó un detalle: Faltan cuatro meses para el baile de graduación, ¿cómo piensas evitar que ella no te lo robe hasta entonces?

Eso fue un buen punto. Si Marcela ya había conseguido hablar con Tyler y llamar, al menos, un poco su atención, no me atrevía a imaginarme lo que pasaría si me descuidaba un poco durante cuatro meses. Mi mirada decayó, mis pensamientos sumiéndose en mil probabilidades. No podía perder a Tyler, no antes del baile.

—¿Qué propones?

—Yo digo que adelantemos un poco la fiesta. —sonrió.

—¿Qué?

—Solo promete que comprarás un vestido sexy y que lo harás mañana.

El viento soplaba con fuerza, lo que no entendía ya que estábamos en pleno verano. No quise ir al centro comercial en auto, estaba comenzando a subir de peso por no hacer ejercicio, así que me fui caminando. Fui directo a mi tienda favorita para comprar el vestido que tanto añoraba Adeline que comprara, al parecer "era perfecto para la ocasión". Ni siquiera me lo probé, sabía que me quedaría, así que me lo llevé sin más. Pasé por otra tienda, de la cual su finalidad era diferente a la anterior. En ella, sí me divertí probándome la mitad de lo que ahí exhibían. Había desde bragas de abuela, de esas de color blanco hueso; hasta bragas de encaje negras y rojas. Compré dos juegos. El hacer compras en mi propia compañía era divertido, podía hacer el ridículo sin el miedo de ser vista por alguien conocido.

Finalmente, luego de dos horas de búsqueda, encontré los accesorios y par de zapatos perfectos. Mi atuendo estaba completo. Agotada y con más deseos de quemar los tacones que llevaba puestos que de vivir, decidí regresar a mi hogar, ansiando una siesta larga, aunque sabía que no lo lograría ese día. Tyler llegaría en cualquier momento al restaurante, y pondría en práctica el plan que con mis amigas habíamos hecho la noche anterior.

Con todas las bolsas en mano, caminaba en dirección a casa; mis pies dolían, y la escena de la mañana anterior, se repitió. El sudor corría por mi cuello, aun cuando la noche ya había caído en la ciudad; y mi cabello se había esponjado un poco a causa del calor. Por suerte, mi casa quedaba no muy lejos del centro comercial, así que, en menos de dos cuadras, ya me encontraría tomando una larga y refrescante ducha.

Tan solo una cuadra faltaba para llegar a mi destino, cuando, a lo lejos, en la oscuridad de la noche, pude visualizar una sombra moviéndose con velocidad hacia mi dirección. No le tomé importancia, de seguro era alguien que hacía su rutina de ejercicio por la noche. Seguí caminando, pasándome un poco al lado contrario de él para dejarlo pasar, pero, cuando pasó por mi lado, pude sentir su mirada en mí. Intenté seguir con mi camino, pero él paró, con su vista fija en mi cuerpo. Incómoda y ofendida, me volteé hacia él.

—¿Tienes algún problema?

Casi no podía ver su rostro a causa de la tenue luz que la noche dejaba ver, pero pude notar las pequeñas gotas de sudor que bajaban por sus mejillas y cuello moreno, llegando hasta debajo de la clavícula y pecho. Cargaba una bolsa un poco gruesa en el antebrazo, la cual irradiaba una luz extraña y no tan discreta. Quise preguntar de qué se trataba, pero no me atreví. Luego de varios segundos analizándome, volteó para atrás, en el lugar donde segundos antes había estado él. Fijó su mirada en mí de nuevo, y con ojos sorprendidos, lentamente, los posó en el objeto que llevaba en manos.

—No puedo creerlo —confesó en un susurro, sin despegar su vista de la bolsa. Abrí mi boca para preguntar a qué se refería, pero me interrumpió con un semblante serio y demandante—. No digas nada, Andrea. No le digas nada.

Sabía mi nombre.

¿Cómo me conocía?

—¿Cómo sabes mi nombre? ¿Nos conocemos? ¿Quién eres? —pregunté con rapidez y nerviosismo, pero me di cuenta que él no me estaba prestando atención, estaba muy ocupado viendo algún punto del lugar con suma concentración. Con la curiosidad y miedo latiendo dentro de mí, volteé mi cabeza en busca de lo que él estaba viendo, pero lo único que encontré fue la oscura acera, en la cual no había nadie— ¿A quién te refieres con...? —comencé a preguntar al tiempo en que regresaba mi vista a él, pero el lugar en el que segundos antes había estado, estaba vacío. Mi pecho comenzó a subir y bajar con rapidez. Me acerqué al centro de la calle y volteé a todos lados en su búsqueda, pero no había rastro de él; como si nunca hubiese estado ahí.

El sudor comenzó a salir frío de mi sistema, mi nuca picaba y los escalofríos no me dejaban en paz. Traté de respirar hondo, con la esperanza de tranquilizarme y convencerme de que todo estaba bien y que no había de qué preocuparse. No pude evitar preguntarme a qué se refería con que no le dijera lo que había sucedido. ¿Era alguien en específico? ¿Quién? Sin mencionar, claro, que conocía mi nombre. Con tan solo pensarlo, mi cuerpo se sacudía. ¿Cómo me conocía? No recordaba haber visto su rostro en mi vida.

Tomé mis cosas que reposaban en la acera, las cuales tiré para buscar al chico en el momento en que desapareció. Di dos pasos hacia adelante, cuando noté una figura corriendo hacia mí. Ante todo pronóstico, sonreí, pensando que sería el chico de momentos antes. Había regresado, podría explicarme qué estaba sucediendo y qué significaba todo. Pero, en cuanto la figura se acercaba más, se hacía cada vez más grande. Mi boca se secó al instante en el que pude visualizar con más claridad a la persona. Era un hombre grande, corpulento y con cara de pocos amigos. Corría a toda velocidad, como si quisiera alcanzar algo.

Como si estuviese persiguiendo a alguien. Pensé.

Recé para que pasara de largo, no quería que él fuese del que habló el otro chico. Era bastante grande, a tal punto que debía inclinar mi cabeza levemente para verlo de frente. No alcancé a verlo bien gracias a la rapidez con la que corría, además de que la oscuridad de la noche no ayudaba del todo. Con mis cosas en manos, intenté esquivarlo y pasar sin llamar la atención. Solo quería llegar a casa. Quise lanzar un suspiro de alivio en cuanto él pasó a mi lado sin siquiera notarme, y podía ver, a un par de cuadras, mi casa finalmente. Esa sensación de alivio se esfumó en cuanto lo escuché a mis espaldas.

—¡Tú! —gritó. Su voz era gruesa y escalofriante. Obligué a mis pies a caminar más rápido, con la esperanza de escapar de él y llegar a mi hogar lo más pronto posible, pero volvió a gritar— ¡La chica de los tacones, vuelve aquí, si no quieres que yo llegue a traerte!

Apreté los labios, sabiendo que era preferible ir por voluntad propia a que él me obligase. Giré mis talones en una media vuelta, forzando una sonrisa para esconder mi temor. Lancé mi cabello hacia atrás, rezando por que no notara que estaba a punto de colapsar.

—Oh, ¿me habla a mí?

—No te hagas la estúpida, por supuesto que te hablo a ti. —gruñó.

—Disculpe, ¿puedo ayudarle en algo? —hablé con un tono agudo, mis ojos viendo fijamente los suyos para distraerlo. No funcionó.

Una sonrisa se formó en sus labios, y pude jurar que sus ojos se tornaban rojos por un segundo, y su rostro comenzaba a llenarse de luz en donde estaban las venas; luego, esas luces desaparecían. Mi boca se quedó seca, borrando la sonrisa al instante—Oh, niña, puedes ayudarme en muchas cosas... —se acercó a mí, y por instinto, saqué el gas pimienta que siempre cargaba en mi bolso. Las luces ya habían desaparecido, pero aún tenía la imagen en mi cabeza— Pero por ahora, solo deseo saber a dónde fue el muchacho que pasó por aquí. Supongo que lo has visto.

Hice una mueca de confusión, con el intento de disimular mi pánico. Escondí más mis manos por detrás de mi cintura. No sabía si debía obedecer a lo que el chico dijo acerca de "no decir nada", pero estaba segura que ese hombre no era precisamente "de los buenos".

—Uhm, ¿un muchacho...? ¿Cómo era? Conozco a muchas personas. —intenté esquivarlo, pero el hombre rio sin una pizca de gracia, y cuando menos lo esperé, su mano acorraló mi cuello con fuerza. Escuché cómo las bolsas que mis manos sostenían cayeron al suelo. Mis pies abandonaron el suelo casi al instante en el que su gran mano me tocó, y el aire estaba comenzando a hacer falta. Pataleé, pegué, e hice lo que pude para liberarme de su agarre, pero su fuerza era extraordinaria.

—No me hagas perder el tiempo, preciosa, y dime lo que quiero oír.

Comencé a jadear a causa de la falta de aire, mi cuello dolía, y pude sentir cómo algo que identifiqué como garras, largas y duras, comenzaban a raspar. Esas no podían ser uñas normales. Justo cuando mis ojos comenzaron a cerrarse, su agarre se soltó, y caí con fuerza al suelo.

—Lo intentaré otra vez —se agachó a mi lado, mientras yo seguía luchando por conseguir el suficiente oxígeno y acariciaba mi cuello, con la esperanza de ablandar el dolor. No había sangre, pero sabía que dejarían marca—. ¿Dónde está el muchacho?

—No... no lo sé. No lo conozco. —respondí en un jadeo, luchando aún por respirar.

Gruñó.

—Mira, niña estúpida, no tengo tu tiempo —su voz era relajada, como la de una serpiente, lo cual me atemorizaba—. O me dices a dónde fue, o me aseguraré de que esta sea la última vez que respires; y creo que ya habrás experimentado lo suficiente de esa amenaza como para saber que es cierto lo que digo. —sus ojos demostraban maldad, una maldad que no había podido observar en nadie. Escalofríos recorrieron mi espina dorsal, y un ligero temblor se apoderó de mi cuerpo. Suspiré, rendida.

—Se fue a la esquina siguiente, y dobló a la derecha. Sólo eso sé.

Sonrió con satisfacción, viéndome con suficiencia y desprecio.

—Sabía que no eras tan inútil.

Luego de eso, se fue corriendo, desapareciendo así en la oscuridad de la noche. Aún con dolor en el cuello, pude alcanzar a sonreír, sabiendo que el chico, dondequiera que estuviese, estaría a salvo.

Con movimientos cuidadosos y lentos, me levanté de la fría acera; tomé todas mis cosas, y sin querer seguir en ese lugar, comencé a caminar lo más rápido que podía a mi hogar, con miedo a que el hombre descubriese mi engaño, y fuese por mí.

La cuadra faltante para llegar me resultó eterna; mi cuello y brazos dolían por tantas cosas que llevaba cargadas, mis pies ardían, y aunque estuviéramos en verano, estaba temblando. No me atreví a encender las luces de mi casa, con miedo de llamar la atención de cualquier manera. Me sentía débil y mareada, todo daba vueltas. Mis labios estaban sufriendo un leve temblor, y todo lo que había a mi alrededor, comenzó a girar. Alcancé a caminar hacia el sillón de la sala y recostarme. No sé cuánto tiempo estuve ahí, en posición fetal, intentando convencerme de que nada de eso había pasado.

A lo lejos, pude escuchar el sonido del timbre, lo que me hizo dar un leve respingo. Mi corazón comenzó a palpitar fuertemente de nuevo, y un enorme nudo en la garganta me dificultaba la respiración. El pensamiento de la posibilidad de que el gran hombre estuviese detrás de aquella puerta, heló los vellos de mis brazos. Me quedé estática en mi lugar, sin poder hacer un movimiento, con la esperanza de que cualquiera que estuviese ahí, se marchara.

Luego de lo que parecieron horas, el mismo sonido que momentos antes me había despertado, volvió a resonar por todo el lugar, acompañado de tres golpes secos en la puerta. Seguía ahí, no se iría. Era el hombre, ya había averiguado acerca de mi engaño, e iría por mí. Pero no, no me rendiría tan fácil. Debía al menos dar una última pelea.

Tomé un florero de mármol que reposaba en la mesita de la sala, saqué todas las flores, sin importarme derramar el agua que ahí estaba, y lo coloqué como modo de arma.

—¿Quién está ahí? —pregunté demandante, con el volumen suficiente para que me oyera el sujeto del otro lado— ¡Tengo un arma, y no me da miedo usarla!

—¿Andy? ¡Soy yo, Tyler! —escuché, el sonido un poco amortiguado gracias a la puerta. Un suspiro de alivio fue soltado de mi boca sin siquiera pensarlo, y mis pulmones pudieron respirar con más normalidad. Corrí hacia la puerta de entrada, y al momento en que la abrí, salté a los brazos de mi novio, feliz de que por fin estaba a salvo. Un poco dudoso, me correspondió el abrazo— Pensé que nos juntaríamos hoy, ¿estás bien? Fui al restaurante al que habíamos quedado, pero nunca llegaste y me preocupé. Llamé a tu celular, pero parecía desconectado —sin poder evitarlo, comencé a llorar en silencio contra su hombro, intentando desahogar todo lo que había pasado en las últimas horas. Tomó mi rostro entre sus manos en cuanto lo notó, y comenzó a limpiar mis lágrimas.

—Yo... yo no... es que... —intentaba explicar lo sucedido, pero solo jadeos sin sentido salían de mi boca.

—¿Qué? ¿Qué pasó? —me preguntó. Recordé entonces que seguíamos en el porche de mi casa, así que tomé su mano y caminamos juntos a mi habitación. La casa estaba sola, así que no conseguiría ninguna reprenda por hacerlo. Subimos con lentitud las escaleras, tomados de la mano, sin decir una palabra. Al llegar a mi habitación, me senté en mi cama, con la cabeza gacha, intentando no ser vista por él; no me gustaba que me vieran llorar. Escuché cómo Tyler cerraba la puerta y se acercaba a mí. Se agachó hasta quedar a mi altura, y guio mi mirada a la suya.

Me tomé mi tiempo para dar una respuesta, y agradecí que él no me presionara. Sólo estábamos ahí: los dos, en silencio.

—Me alegra que estés aquí. —pude sentir cómo sonreía frente a mí, mientras acariciaba mi cabello.

—Sabes que haría cualquier cosa por ti. Ahora dime, ¿qué pasó?

Respiré hondo, subiendo mi mirada a la suya—Hoy... —no sabía si debía decirle acerca de lo que pasó, no sabía nada en ese momento. Suspiré— Perdí mi bolsa Gucci favorita.

La mueca de confusión y decepción que Tyler hizo, me provocó ganas de continuar llorando, pero me obligué a mí misma a ser fuerte y continuar con una de las primeras mentiras que le había dicho. No podía involucrarlo en lo que recién me acababa de pasar, no podría vivir conmigo misma si el hombre que recién me había asfixiado, le hiciera algo a él. Si le iba a contar, tendría que estar totalmente segura de que él estuviera a salvo, aunque eso implicase mentirle.

—¿Qué? —preguntó al tiempo en el que se levantaba lentamente del suelo.

—Ya lo oíste... —susurré en un hilo de voz, bajando la mirada nuevamente.

—Sí, pero tenía la esperanza de que no estuvieras hablando en serio. ¿Sabes cuánto tiempo estuve esperándote en el restaurante? —su tono era cada vez más fuerte y serio— Y no me enojé, no, porque sabía que tú no podrías hacer algo así, así que me preocupé y vine a buscarte. Llamé a la puerta, no una, sino dos veces para que abrieras. ¿Por qué tardaste tanto? —abrí la boca para responder, pero me interrumpió antes de que pudiese decir algo— No, no respondas, no quiero escuchar lo que tengas para decir —su semblante era serio, mientras que él caminaba por la habitación, viéndome por ratos. Estaba enojado, lo que me comenzaba a enojar a mí, pero no quise decir nada por miedo a hablar de más—. Tengo el presentimiento de que me estás mintiendo.

Sin poder evitarlo, subí la mirada, con temor de saber que me había descubierto ya.

—¿De... de qué hablas? —mi voz estaba temblorosa.

Volteó a verme de repente, como si hubiera encontrado la respuesta—¿En dónde está?

Fruncí el ceño.

—¿Qué? —me puse de pie con lentitud.

—¿En dónde está? —repitió.

—¿Quién? —su semblante estaba más serio de lo que alguna vez pude ver en él, estaba realmente enojado, y no entendía por qué.

—No me mientas. ¿En dónde está? ¿Con quién te estabas metiendo esta vez?

—Tyler... —dije en tono de advertencia. ¿Esa era su conclusión? ¿Que lo estaba engañando?

—Vamos, no te hagas la santa. Creo que ambos sabemos a qué viene la gran marca que tienes en el cuello, además de tu ropa desarreglada; y no digamos de tu miedo al escuchar que alguien venía y el retraso de abrir la puerta. Qué coincidencia, ¿no lo crees? —sonrió con sarcasmo, lo que provocó que algunas lágrimas salieran de mis ojos. Lágrimas de rabia.

—Eso no...

Me interrumpió.

—Ahórratelo —dijo antes de comenzar a caminar por la puerta—. No quiero saber nada de ti —salió de mi habitación luego de aquello, y escuché, luego de unos segundos, el sonido de la puerta principal cerrarse con fuerza.

Había sentido mucho dolor hacía una hora, pero lo que sentí en ese momento no tenía comparación. Podía jurar cómo escuché el sonido de mi corazón romperse, poco a poco, en mil pedazos, justo en el momento en que el que había sido mi primer amor, había pasado el umbral de aquella puerta blanca.




Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro