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CAPÍTULO ÚNICO:


El cielo se extendía de diversos colores sobre la selva peruana, anunciando la cúspide del atardecer. Cuatro jóvenes caminaban entre el bosque, esquivando árboles y mirándose entre sí.

—Se supone que era un campamento formativo universitario y míranos —habló Susel, una de ellos—. Nuestro primer escape.

—Nadie notará nuestra ausencia, todos están distraídos con la fogata y ya dejé a alguien cubriéndonos —mencionó Edinson, ampliando una sonrisa—. Solo tomará unas horas, ¿están listos?

Dannery se encogió en su sitio, caminando casi detrás de los otros tres. Jeanpierre y Susel se miraron riendo.

—Presentar fotografías originales, además de la descripción detallada de la casona... — Jeanpierre habló, limpiando sus lentes con su camiseta—, sin dudas, será una calificación excelente. —pausó—. Además, podrían pagarnos por información.

—No puedo esperar a ver las caras de los demás. Todos querrán entrar en nuestro club, ¡ya no quedarán plazas! —exclamó Susel, acomodándose su piercing en la nariz.

—Ni pensarlo. —replicó Edinson—. No los dejaremos entrar. Seguiremos siendo nosotros cuatro. Cinco con el dinero, por supuesto.

Dannery solo seguía escuchando en silencio, soltando algunas sonrisas leves ante los comentarios de los demás. Metió sus manos dentro de los bolsillos de sus vaqueros y pateó una piedrilla del camino.

—¿Están conscientes que ir es sumamente peligroso? —Dannery habló, adelantando sus pasos para estar al lado de Susel—. Ya les advertí sobre lo que se cuenta de esta antigüedad.

Susel jaló de su brazo con el objetivo de tomar su mano, sacando esta de su bolsillo. Edinson solo se encogió de hombros. Jeanpierre alzó las cejas en diversión.

— Sí, sí... —comenzó Susel—, una mansión abandonada hace un montón de años después de la fatídica muerte del propietario. Se cuenta que fue en épocas de la colonia, y la ubicación del lugar hace dudoso el origen de la construcción. Lo sabemos, Dannery.

—No te olvides del pacto con el demonio, Sus —inició Edinson—, la temible y desconocida ofrenda por el dinero, el poder. Ah, ¡y los sesos por el piso! —rió, sacando la cámara de su mochila—. Ya estamos cerca, lo puedo sentir.

Dannery se limitó a chistar los dientes, después de todo, no podía culparlos por tomarlo a la ligera. Ella fue la primera en el club antes de reclutar a sus amigos, y, a decir verdad, solo lo hizo para que el club de espiritismo pudiera seguir en pie.

A los minutos, el sol se había escondido por completo y el grupo de amigos había llegado al lugar destinado. Una extensa mansión antigua rodeada de árboles se mostró ante sus pupilas, las paredes infestadas de enredaderas y la fachada principal parecía sacada de una película de terror. Su momento de reliquia arquitectónica definitivamente había pasado.

El club de espiritismo atravesó el patio exterior, era sorprendente descubrir que no estaba cercado después de todas las muertes que ocurrieron en ese lugar. Muertes que los ciudadanos del pueblo cercano veían como advertencia de no acercarse.

Dannery fue la primera que empujó el gran portón de la mansión antigua, seguida de Jeanpierre, quien la ayudó, para luego desempolvar sus manos con una mueca en su rostro. Edinson llegó después, al lado de Susel, ambos comprobando que la cámara de visión nocturna estuviera fotografiando bien los alrededores del lugar.

— Oigan — Edinson llamó la atención de los demás—, sigo sintiendo esto. No sé cómo explicarlo, como cuando sabes que...

—¿Que el éxito se acerca? — interrumpió Jeanpierre—. Ganaremos el concurso con esto, ya puedo escuchar los aplausos.

Mientras reían, Susel entró primero en la casa. El sonido del portón abriéndose por completo y un estridente grito lastimero se escucharon al unísono, lo cual heló la sangre de los cuatro.

En un segundo, las risas se transformaron en un intercambio de miradas que expresaban distintas emociones al mismo tiempo. La oscuridad parecía irse en su contra, dominando el lugar. Con linternas en mano, avanzaron a pesar de la conmoción que sentían, el sonido de sus pasos firmes fueron lo único que se escuchó por unos segundos más. El olor era putrefacto. Los objetos a su alrededor lucían deteriorados, actualmente en desuso. Como si pasasen por el Museo Histórico Nacional, pero totalmente abandonado y con referencias a un número repetitivo: 1028. Este estaba presente en cuadros de la época, libros gastados, escritos en la pared con gramática descompuesta, incluso la propia casa tenía tal nombre.

Al frente del salón principal, se abría el camino a un pasillo, al atravesarlo, múltiples frases en latín se apreciaban en las paredes.

Faber est suae quisque fortunae — leyó Dannery, maravillada—. Amor autem propriam mercedem accipiet —prosiguió, mientras los demás permanecían confundidos.

—¿Cuándo aprendiste a leer esto? —cuestionó Jeanpierre, rascando su cabeza y volteando a ambos lados—. Al menos puedes traducirlo.

—El latín es una de mis pasiones —explicó Dannery, llevando su índice a tocar las palabras escritas en las paredes gastadas—. El hombre es forjador de su propia fortuna. El amor será recompensado.

—¿Qué tiene que ver el amor aquí? —Susel cuestionó, restándole importancia.

—No sé, pero nada de esto me da buena pinta. —concluyó Edinson. Jeanpierre concordó con él.

Con señas, decidieron explorar la casa, forzándose a ignorar el extraño sonido que los había recibido, la obvia referencia a un número en concreto y las frases en las paredes. Jeanpierre y Susel subieron las escaleras, en silencio, mientras Edinson continuaba tomando fotografías y vídeos cortos.

Por otro lado, abriendo la puerta del final del pasillo, los ojos de Dannery brillaron al alumbrar una silueta encogida en el piso, al lado de una empolvada cama: una mujer. Estaba de espaldas, portaba el cabello recogido en un moño, sus ropas pulcras, contrastando enormemente con el escenario en cuestión.

—¿Vosotros también vais a huir? —preguntó la mujer, aún de espaldas, entre susurros y lágrimas—Pensadlo bien antes de llevarlo a cabo, muchachos. Por amor, mi corazón es capaz de haceros cualquier cosa.

Dannery quedó totalmente quieta, su respiración se ralentizó y su linterna fue apagada. Pero ella no tenía miedo, ella no era como los demás.

—Yo puedo ayudarte, si me lo permites.

La mujer se incorporó, acercándose a Dannery y dejando ver su rostro. Estaba totalmente desfigurado, la cuenca de los ojos se hallaba vacía y de sus resecos labios, salían escarabajos. Insectos representantes de la muerte y descomposición. Dannery tragó.

—Todos podéis observar mi rostro, prueba de su traición, pero ninguno creéis en mí.

—Yo sí creo en ti. —Dannery murmuró, adentrándose en el cuarto y tratando de llevar una de sus manos al rostro ajeno.

La mujer se esfumó y la puerta se trabó. Gritos en la planta baja hicieron a Dannery insistir con la puerta.

Cuando finalmente bajó, con la respiración calmada, dos de sus amigos la observaron suplicantes.

Los viejos candelabros ahora se encontraban encendidos, la mujer sentada al frente de una vieja máquina de coser, confeccionando un vestido casi idéntico al que portaba, típico de clase alta en época colonial: extravagante, colorido, pollera amplia, con visos y enaguas de volado, encajando perfectamente su cintura con un corsé.

—Dile, Dannery. Dile que sí deseas que nos vayamos de aquí. Tú también deseas irte. —bramó Edinson. La mujer la observó, expectante.

Susel yacía a un lado de él, en el piso, inconsciente y sangrante. Jeanpierre, casi en igual condiciones, trató de reanimarla, tembloroso.

—¿Por qué tendría que decir algo que no pienso? —respondió Dannery, fingiendo una mueca de confusión.

—¡Oídla! —exclamó la mujer—. Sois vosotros quienes queréis que ella no renueve el pacto conmigo, no queréis que estemos juntas—continuó, calmándose— Diez veintiocho, diez veintiocho. La fecha de mi muerte. El número de corazones que deben clamar por mí. Por amor y fidelidad hacia mí, para liberarme de mi condena.

Dannery sintió que su cuerpo hervía en satisfacción.

—¿Qué diablos está pasando, Dannery? ¡Dime que esto no es una maldita broma! —gritó Edinson, tratando de sonar amenazante, con lágrimas en los ojos y temblor en sus piernas.

—¿Realmente no notaron cuál era la petición? —cuestionó Dannery, poniendo sus manos en ambos bolsillos—. ¡Vamos! El amor será recompensado, la ambición merece mínimamente la muerte. No es tan difícil de entender.

—Sabed que aquel hombre clamó hacia los infiernos, con afanes de codicia y ambición. ¿El eco de mis deseos no alcanzó su corazón? —continuó en cambio la mujer. Sus sollozos llenaron los oídos foráneos—A cambio de serme fiel, ofrecí mi corazón, fortuna... ¡Zascandil! ¡Hombre astuto, osó engañarme!

Las manos de Edinson no dejaron de temblar. La herida en el pecho de Susel continuó derramando sangre, manchando las ropas de Jeanpierre, quien había quedado paralizado, incapaz de realizar algo.

—¿Por qué nos haces esto, Dannery? ¡Abandonarás tu libertad! —volvió a gritar Edinson, cayendo arrodillado.

—No doy oportunidades a quienes me rechacéis —habló la mujer, volteando su rostro hacia Dannery—. ¿Aceptas?

Dannery accedió, acercándose por última vez a quienes yacían en el suelo.

—Es hiriente que pensaran que fue una decisión espontánea. Ustedes están aquí solo para divertirme. 

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