Capítulo 12. No... ¡No me quites a mi Odr!
Un espectáculo de luces iluminaba el cielo y la tierra. Una energía blanca y pura que se veía envuelta por las cenizas color azabache y el fuego residual del aliento de la bestia a la que el arma secreta de Orario se enfrentaba atenuaba el ambiente gélido que las nubes y los copos de nieve que descendían de las mismas producían.
Era una noche repleta de estrés, llena de sangre y abundantes riesgos, al igual que pérdidas y lamentos. Una en la que dos fuerzas chocaban, una en la que la victoria de alguno de los mandos se consagrará.
A lo alto de la mansión de trigo, hogar de la familia Demeter, se hallaban varios de los Dioses más importantes de la ciudad, acompañados de aventureros que procurarían su protección. El objetivo que los atrajo a ese sitio era cazar al responsable de este conflicto, a la deidad que comprometía la paz.
Al principio creían que era la hermosa diosa de la fertilidad, la bella mujer que era conocida como una presencia amable y dadivosa, la hermosa Demeter, razón por la cual se presentaron en aquella mansión. Sin embargo, Freya había descubierto algo, había captado a alguien.
La susodicha provocó que el titiritero saliera, se revelara. Su identidad fue enseñada, confesada.
Era ni más ni menos que aquel Dios que había rebajado codo a codo con las fuerzas de Orario, un supuesto aliado. Su nombre era Dionysus, el dios del vino, aunque ese energúmeno doble cara se hacía llamar a sí mismo... Enyo.
La paciencia de Freya fue comprometida, su cordura rota. El odio que se generaba en su interior por lo sucedido con anterioridad, por el sufrimiento que le hicieron pasar, le pasaba una mala jugada a su serenidad.
Tener frente suyo al responsable de su más grande pérdida... no lo podía soportar.
Golpeó y apuñaló el cuerpo de ese despreciable ser. Se disponía a torturarlo hasta que su furia se pudiera saciar. Fue así hasta que su curiosidad por el calmo y esperanzador sonido de las campanadas a lo lejos de su posición la hicieron parar.
Abandonó el moribundo cuerpo de Dionysus, buscando presenciar el heroico actuar de aquel chico, de ese niño que su corazón ha conquistado.
No fue la única que ignoró al antes mencionado para disponerse a observar el espectáculo. Al igual que Freya, Hestia y Hermes posaron las manos en los barandales del balcón, emocionados, preocupados, y en parte asustados, por lo que sucedería a continuación.
El cielo nevaba. La hermosa capa blanca se esparcía en las calles, edificios, techos y cabello de quien estuviese fuera de un refugio, de una superficie que lo cubriera del frío, señal del venidero invierno, y calentara.
La hermosa deidad de la belleza, quien ostentaba con orgullo ese título, posaba sus manos encima del pecho, ese pecho que contenía su acelerado corazón, que presionaba y apaciguaba el intenso palpitar que era una mera consecuencia el miedo que sentía por el albino valeroso y su bienestar.
Sus ojos, si bien se centraban en la imponente figura de su amado... también captaban de reojo los copos de nieve, únicos y diferentes unos del otro.
Un nudo se formó en su garganta. La prematura presencia de la entrada del invierno. La oportuna llegada de la nieve al campo de batalla para decrecer la temperatura y permitir que el calor sofocante no causara mayores estragos era... demasiado conveniente.
"Mi Noel... ¿Eres tú la que acompaña a tu padre? ¿Le proporcionas tu fuerza desde el otro lado?".
Susurró la peliplateada, sonriendo temblorosamente mientras asociaba los detalles antes mencionados con la hermosa infante que aún marca su vida.
Era cuanto menos curioso que la susodicha también poseyera poderes de nieve.
Sus párpados contenían las lágrimas que se formaban. Estiró la mano para que uno de estos fríos decorados cayera en la palma y transmitiera su baja temperatura en su piel.
(Por favor... ayúdalo. No permitas que muera).
Rogaba mentalmente, abrazando el pequeño cúmulo de escarcha blanca que recolectó.
Podía ver perfectamente la feroz batalla que se desenvolvía al otro lado de las murallas. La sangre y carne que se caía al suelo chamuscado y convertido en lava, incinerándola y convirtiéndola en mero vapor, al igual que cenizas.
La expresión decidida y repleta de furia que Bell dibujaba en su comúnmente calmo rostro fue captada por Freya.
Un lado de él que no conocía. Que no creía que este poseería.
Su corazón latía desbocado, tamborileando frenéticamente contra su pecho, mientras su mente se retorcía en un torbellino de preocupación al verlo cada vez más cerca del borde del abismo, al borde de ser herido gravemente por el monstruo a consecuencia del estilo de pelea tan directo que el conejo realizaba. Cada movimiento, cada embate de la criatura parecía un golpe directo a su propia alma.
Le dolía en lo más profundo de su ser presenciar el estado deplorable al que era sometido, las feroces acometidas del Nidhogg reduciendo su cuerpo a un espectro de lo que una vez fue. La desesperación lo envolvía como una niebla impenetrable, cada rugido del monstruo resonando en sus entrañas, cada herida abierta en su piel reverberando como un eco sordo en su propia carne. La agonía era tan tangible que casi podía sentir el calor abrasador de cada golpe, la brutalidad despiadada de cada ataque.
Freya cerró su puño, sus brazos y piernas temblando con una intensidad casi incontrolable.
"Gana, Bell. Por favor, gana y vuelve a mí...".
Las palabras escaparon de sus labios, cargadas de una súplica desesperada:.
Las lágrimas que había contenido durante tanto tiempo finalmente se derramaron, deslizándose por sus mejillas con una amargura que reflejaba su angustia.
Ya no era como en aquellas veces anteriores, cuando se deleitaba al verlo pelear con una mezcla de admiración y emoción. Ahora, el miedo se apoderaba de su ser. No dudaba de su capacidad para ganar, pero el temor de que pudiera equivocarse, de que pudiera sobreestimarlo, la aterrorizaba. Temía perder al hombre que más adoraba, temía perder a otra persona que amaba profundamente, al joven que la sacó de la terrible oscuridad en la que se adentró luego de la muerte de su amada hija.
Lo vio agotado, encarando al monstruo con la respiración agitada y dificultad a la hora de levantar sus brazos para empuñar su daga azabache.
("Prometo que estaré a tu lado...").
Las palabras y la voz emitieron, repitieron, la promesa que Bell y Freya, como su alter ego Syr, se hicieron en el puente de los héroes la primera vez que se vieron después de que su hija partiera.
Ese juramento, el lazo que los unía, se mantenía latente en su interior y... también en la del albino, dándole fuerza para continuar, para resistir el dolor y volver a pelear.
Al costado de la esperanzada diosa. De a quien se le renovaron sus ánimos, se postraba la diosa de la hoguera, esa pequeña deidad de coletas de nombre Hestia, quien, dejando de lado el valeroso e increíble espectáculo que su hijo protagonizaba, centró cada minúsculo gramo de atención de la peliplateada, despertando su curiosidad y sospecha, nacida de un detalle minúsculo, casi imperceptible, que se le escapó.
Dubitativa, mordió con delicadeza su labio inferior, reflejando los cuestionamientos que se originaban en su interior.
Fue capaz de reunir cierta cantidad de valor para emitir su mensaje.
"Freya... ¿Quién eres en realidad?".
Cuestionó, repleta de incómodas mientras una ceja le temblaba y se aferraba con mayor fuerza al barandal. El volumen que empleó para expresarlo fue lo suficientemente reducido como para que ninguno ajeno a ellas dos fuese capaz de recibir el comunicado, guardando la conversación para el par.
Un escalofrío que erizó cada pelo en el fino y bien formado cuerpo de la diosa ascendió desde la base de su médula hasta lo alto de la misma, presa de la inquietud ante esa pregunta repentina.
Lentamente bajó la cabeza para dirigirse a la pelinegra, sonriendo de forma errática y falsa.
"¿A qué te refieres, Hestia? Siempre he sido la persona que ves".
Respondió, ladeando la cabeza y fingiendo desconocimiento.
Las cejas de Hestia se arrugaron. Su ceño fue fruncido.
Se mostraba enojada. También seria.
En completa calma, sin permitirse perder el control, justificó su duda con una observación que hizo minutos atrás.
"La Freya que conozco desde hace milenios... no tiene los ojos grises".
Reveló.
El color en la piel del rostro de la peliplateada palideció aún más. En un rápido movimiento, motivado por su inquietud, se dio la vuelta y corrió a la velocidad que sus zapatos le permitían hacia una mesa aledaña a la entrada al balcón donde una charola de plata, una superficie reflejante, se posaba encima.
"¡Aguarda, no huyas!".
Hestia corrió detrás suyo, extendiendo la mano para frenarla.
Freya en cambio, sólo necesitó un simple vistazo en la lámina de metal para percatarse de lo que su contraparte le indicó.
Sus ojos, normalmente púrpuras y brillantes, adoptaron la tonalidad grisácea y opaca de su apariencia como Syr, algo que en contadas ocasiones le ha sucedido.
Dejó caer la charola y posó las manos al borde de la mesa.
Respiró hondo, en un intento de regular su nerviosismo, de apaciguar su alteración.
No pasó mucho para que su ritmo cardíaco entrara en un rango normal y sus ojos regresaran a su color habitual. Respiró hondo, intentando recuperar la calma.
"Q-Qué distraída fui...".
Murmuró, con la voz quebrada por el miedo y el arrepentimiento.
El temor se instaló profundamente en su ser, lamentando el error que casi cometió. Por un descuido, casi había dejado escapar su otra cara. El recuerdo del momento compartido con Bell en el puente de los héroes, y la promesa que allí se hicieron, la había transportado a una emoción tan intensa que, sin darse cuenta, comenzó a adoptar su forma humana.
Empezando por lo que se le conoce como "Las ventanas del alma" por poco la transformación escalaría a rasgos más notorios y difíciles de ocultar.
"Responde a mi pregunta".
Exigió Hestia, sosteniéndola de la muñeca.
"¿Qué les sucede?".
Loki se le acercó, abandonando temporalmente la custodia del furioso prisionero, Enyo.
Cuando fue liberado de la bota de la diosa pelirroja, Enyo se apresuró, sin impedimentos, al balcón, tratando de observar lo que sucedía en la batalla entre Nidhogg y el conejo.
Se sorprendió al ver la llegada de más aventureros al campo de guerra, acudiendo en apoyo del albino, el cual, por alguna extraña razón, era rodeado por el aura blanca de antes, pero con mayor intensidad. Y la daga... esa daga ya no podía recibir tal nombre. Ahora era una espada.
"Has estado rara desde que llegamos, dejando de lado la emotividad y emoción de la noticia de Demeter. ¿Qué fue lo que te sucedió?".
Interrogó Loki, con una mezcla de curiosidad y preocupación, retomando el asunto de la entrada y masacre que la peliplateada causó cuando arribaron a la mansión de trigo.
Ella, haciendo memoria para quienes lo hayan olvidado, destruyó las mentes de los custodios y remanentes de Evilus que intentaban frenar el paso hasta lo alto de la sede, donde ahora se ubicaban. Los obligó a rebanarse los cuellos, quitarse la vida al lavarles el cerebro con su encanto.
Su cordura estaba pendiendo e un hilo. Susurraba y decía cosas extrañas. Mencionaba un nombre y fingía sostener una mano conforme alcanzaba su objetivo.
Freya intentaba calmarse al recibir el cuestionamiento de ambas diosa, tomando aire profundamente para no seguir mostrando su otra cara. Cada respiración era un esfuerzo por contener la tormenta de emociones que se desataba dentro de ella, buscando la serenidad que tanto necesitaba en ese momento crítico.
Hermes se mantuvo al margen, en parte porque Asfi le impidió el paso, presenciando la escena sin emitir palabra alguna. Lunoire, quien continuaba hincada en el suelo, abrazando a su diosa, no fue capaz de ignorarlo.
En el caso de Anya y Chloe, bueno, no comprendían al 100% de lo que hablaban. Todo era confuso y falto de detalles. Aunque la primera de ellas tenía un muy mal presentimiento.
"¿Qué demonios les importa lo que me motivó a actuar? Estoy de su lado ¿No es así. No necesitan más explicaciones".
Miró a Loki y Hestia con enojo, frunciendo el ceño y emitiendo un tono de amenaza que causaba pesadez en la atmósfera.
La expresión de impresión en el par no se hizo esperar.
Fueron enceradas por la peliplateada, quien agachó la cabeza y cerró los puños, tratando de regresar al balcón e ignorar el descuido.
"Quítense...".
Ordenó, siendo obedecida. Se le abrió el paso como si de la entrada a una alfombra roja se tratase. No obstante...
"Maldita bastarda arrogante...".
La pelirroja quiso agarrarla del hombro y jalarla hacia ella para plantearle una discusión, pero su muñeca, antes de levantar el brazo, fue sostenía con fuerza, impidiéndole realizar tal acción.
Hestia negaba con la cabeza. Dándole a entender que no era el momento ni el lugar. Tampoco quería dejar ese tema a la deriva, aunque entendía que no conseguiría nada fragmentando a la unión que los amistaba por una meta en común.
La diosa de la belleza prosiguió en su andar, dándoles la espalda.
"Espero que no ignores mi pregunta, Freya. Aguardaré por tu respuesta una vez termine esto".
Vociferó la pelinegra, provocando que los pasos de la susodicha titubearan por un segundo.
"No te debo nada. Entiende tu lugar".
Fue vista de reojo, repleta de disgusto y molestia.
Anya miraba fijamente a su diosa, con sus ojos llenos de una mezcla de ansiedad y preocupación. Junto a ella, Chloe intentaba infundirle calma, hablándole en voz baja y serena.
"Mantente tranquila-nya, Anya. No pasará nada malo-nya".
Le decía la gata pelinegra, con una confianza que parecía inquebrantable mientras le daba palmadas a su amiga, dado que conocía la relación entre la peliblateada y la castaña.
"Siempre que me involucro-nya con alguien de mi familia-nya, algo malo pasa-nya".
La otra gata, quien sufría del nerviosismo, agachó la cabeza, sosteniendo temblorosamente su lanza, evitando cualquier clase de contacto visual con la imponente figura de la deidad nórdica así sea por mero error.
La pelinegra apretó suavemente el hombro de Anya, buscando tranquilizarla.
"Esta vez será diferente-nya. La situación difícilmente se torcerá-nya".
Mientras tanto, Lunoire, también trabajadora de "La señora de la abundancia" finalmente se puso de pie, con movimientos lentos y deliberados, luego de auxiliar a Demeter. La había abrazado con ternura, ofreciendo el consuelo que tanto necesitaban ambas.
La castaña, aunque había dejado de llorar, aún tenía las mejillas enrojecidas por las bofetadas de Freya. No había rechistado, aceptando el castigo con una mezcla de resignación y culpa. Parte de ella sentía que lo merecía por formar parte del malévolo plan de Enyo y Evilus en general, y ese pensamiento pesaba en su corazón como una enorme piedra. Pero ahora que su amada hija pudo convencerla de reponerse, por fin volvió a reincorporarse y pararse, afrontando la situación y preparándose para lo que vendría ahora.
Entre la presión y quietud que se presentaba en la habitación, un grito desesperado y rebosante de rabia los despertó.
"¡¿ME ESTÁS JODIENDO?! Ese maldito mocoso... ¡¿QUÉ CARAJO ES ESE NIÑO?!".
Vociferó Enyo, despertando la atención de todos los presentes. Sus manos sostenían el barandal con una fuerza descomunal, casi agrietándolo y provocando que este rechinara, mientras fruncía el rostro y rechinaba los dientes. La tensión en su cuerpo era muy alta, casi dolorosa. Las venas en frente y brazos se marcaban con intensidad. El color de su piel se enrojecía.
Desde su posición, podía ver un destello blanco que, como un rayo, se lanzaba a toda velocidad directamente hacia el cuerpo del Nidhogg. Ese resplandor puro y brillante era increíblemente imponente, dominando la escena con su presencia abrumadora.
La hoja de una enorme espada que Bell sostenía se hundió en la carne de la bestia, destruyendo la joya feto del monstruo con una precisión letal. El impacto fue seguido de una potente explosión, un mar de llamas que se alzó hacia los cielos, despejando la oscuridad y permitiendo que la luz de la luna iluminara el campo de batalla. Las cenizas y el humo se disiparon lentamente, revelando el terreno devastado y bañándolo en un brillo plateado.
En las murallas, las voces de los habitantes vitoreaban el nombre del albino, haciendo eco en cada rincón de la ciudad. Los pocos que se habían quedado en sus hogares y los aventureros que habían abandonado sus posiciones por la curiosidad del enfrentamiento, todos estaban ahora unidos en una sola voz. Orario entero se encontraba suspendido en ese momento, nadie queriendo perderse el desenlace de la épica batalla entre el conejo y la bestia.
La emoción se olía en el aire, una mezcla de esperanza, miedo y admiración. Cada corazón latía al unísono, mientras las miradas permanecían fijas en la figura del albino, el héroe que había desafiado lo imposible y emergido triunfante bajo la luz de la luna.
Aunque... dichos sentimientos solo llenaban a los que compartían el bando del bien...
Dionysus cayó de rodillas, arrancándose el cabello con la mirada perdida en el suelo y una enorme sorpresa acompañada de enojo sin igual por sus planes frustrados.
La calamidad, la desesperación, la muerte que buscaba traerle a Orario fue disipada, borrada. Su meta se perdió, el deseo de toda su existencia en genkai... fue frustrado.
"¿C-Cómo es posible que ese mocoso haya podido derrotarlo? No solo es... jugó con el dragón como si fuese un goblin. Pudo haberlo derrotado en el primer golpe y decidió no hacerlo... ¿Qué clase de monstruo es? ¿Por qué... por qué no lo consideré como una amenaza?".
Se percataba de su error. Se lamentaba de haber subestimado al héroe que comenzaba a emerger desde las sombras, al aventurero novato del que nadie esperaba nada. De quien puso en contra a la ciudad por proteger a una vouivre sin ápice de arrepentimiento.
"Tu error fue creer, desde el principio, que los héroes ya no existían. Pensaste que la batalla era entre nosotros y tú. Pecaste de confianza al verte conocedor de las fortalezas y debilidades de mi familia, pero no contabas con que, justo debajo de tus narices, cuando se necesitaba y requería, emergiera otro símbolo de esperanza. Me pesa admitirlo, pero... ese hijo de la camarona, pinta para convertirse en el mejor de todos. Mejor que Finn, que Ottar".
Loki abrió sus ojos, ligeramente molesta porque el albino ocuparía la cima tarde o temprano. No obstante, eso no le impedía reconocer el valor con el que este contaba, el futuro prometedor que lo aguardaba.
"No fue una pelea entre Loki y Evilus. El escenario era más grande. Se enfrentó el bien contra el mal y... no importe cuán oscura sea la noche... el amanecer tarde o temprano emergerá del horizonte".
Añadió la pelirroja, metiendo las manos en los bolsillos y dándose la vuelta, con confianza, mientras veía a lo lejos los rayos del sol recibiéndolos detrás de enormes montañas en la posición antes mencionada.
Dionysus estaba derrotado, desesperanzado... vacío.
"Desde que tengo memoria has sido ambicioso y deseoso de poder. Jamás imaginé que esa sed escalaría hasta convertirse en vil maldad. Pudiste convertirte en millones de cosas estando aquí. Predicar con la verdad y la bondad. De nosotros siempre fuiste en el que los demás confiaban, un amigo leal, un dios amable. No sé en qué momento perdiste tu camino ni qué fue lo que te hizo cambiarlo, pero... no soy capaz de sentir pena por ti. Te aguarda el mismo destino que Erebus. Debiste tomar su ejemplo sobre lo que le pasa a las personas que intentan alterar la paz".
La cálida palma de Hermes, quien rara vez se comporta amable y condescendiente, se posó en el hombro de su familiar, negando con la cabeza. Estaba decepcionado, ofendido... dolido.
"Estas equivocado, Hermes. Dionysus no será mandado a Tenkai como Erebus... su destino será mucho peor".
Freya interrumpió. La mano que sostenía al rubio tembló, soltándolo instintivamente.
Esas simples palabras hicieron eco en la sala y congeló a los presentes en su posición, evitando cualquier movimiento o ruido.
La cola de Anya se erizó cuando vio la expresión que se dibujaba en la deidad. Una que conocía perfectamente gracias a los años que vivió a su lado como hija suya.
La furia de la diosa de la belleza era de temer. Nadie debía despertar el enojo de la nórdica o podría morir.
"Oye, espera...".
Intentó frenarla Loki.
"Con Erebus tuvimos a Astrea para impartir justicia. Yo lo acepté solo por tratarse de ella, pero ahora ya no está"
Respondió la diosa de la belleza con una sonrisa macabra, que heló la sangre de los presentes. Su venganza aún ardía en su interior, un fuego insaciable. Todavía ansiaba la muerte de la deidad. Pero... ¿cómo matas a un dios?
Apartó al castaño con un simple movimiento de revés.
"No pueden mentirme. Todos aquí quieres matarlo ¿No es así? No les pido que manchen sus manos, tampoco las mías serán impregnadas de su sangre... solo quiero que no intervengan"
Se agachó para estar a la misma altura que su objetivo, quien se sacudía por el terror que se le infundía.
"Piensa con la mente fría, Freya. Así ostentes el mismo título que él, no eres capaz de arrebatar una vida así como así sin afrontar consecuencias".
Luego de tragar saliva, Hermes pudo interrumpir, buscando razonar con ella.
"¿Consecuencias? ¿Una estúpida multa?".
Escupió esa respuesta la fémina, levantando una ceja con desdén mientras sostenía con fuerza el mentón de su presa.
Enyo, estoico, mantenía una sonrisa nerviosa, pero no tenía el valor para huir y cada célula de su cuerpo le gritaba que, así lo tuviese, no existía posibilidad de huir de las garras de esa mujer.
"No importa el mal que hagamos aquí o las vidas que arrebatemos, ¿verdad? El único castigo que nos pueden dar en la tierra es regresarnos a Tenkai. Eso es insuficiente, es ineficiente, es... poco comparado con lo que él debería sufrir por arrebatármela".
Susurró, cerrando el puño con furia contenida.
La herida en el hombro de Enyo volvió a dolerle. La adrenalina de antes había evitado que sintiera la puñalada, pero ahora ardía como mil demonios, recordándole la gravedad de su situación.
La tensión en el aire era sofocante, cada palabra resonaba como un presagio oscuro, anunciando una tormenta inminente.
"¿Arrebatártela...?".
Musitó el rubio, enterrando las uñas en el mármol y rasgando como si de un gato se tratase.
Levantó la cabeza, visiblemente molesto y cansado de ese monólogo que tanto lo confundía.
"¿A quién te arrebaté, maldita loca? ¡NO HE TOCADO A NADIE DE TU FAMILIA DE PORQUERÍA! ¡SIGUES REPITIENDO UNA Y MIL VECES QUE HACES ESTO POR ALGUIEN QUE TE QUITÉ! ¡NO LO ENTIENDO! ¡RECORDARÍA LA MUERTE DE UNA PERSONA QUE TE IMPORTA! ¡PORQUE A TI NO TE IMPORTA NADIE MÁS QUE TÚ MISMA, ESTÚPIDA DIOSA NARCISISTA!".
Berreó. Sus palabras emitían un potente cólera que iba acompañado de partículas de saliva. Estaba completamente rojo, parecía que en cualquier momento se desmayaría porque toda la sangre le subía a la cabeza.
Los huesos de la quijada de Dionysus crujieron. Su rostro era aplastado por la la suave y severa mano de la peliplateada, quien infundía aún más fuerza en su agarre para hacerlo sufrir. Sus uñas se clavaban en su piel, rasgándola y abriéndose paso entre las capas de la misma, hasta provocar sangrado.
"Me quitaste a mi niña... por tu culpa murió...".
Agachó la cabeza, conteniéndose. Los quejidos de dolor ahogados por el nulo movimiento en su boca que se le permitía realizar al rubio eran el único sonido presente en la pesada sala. Nadie se dignaba a romper el hielo, nadie interfería en el desprecio que se le dirigía al malvado dios.
"Tú eres el culpable...".
Lágrimas cayeron al suelo, originadas por los enrojecidos ojos de la bella dama.
Fue entonces que la presión disminuyó, permitiéndole respirar a su víctima.
"¿A q-quién carajo te refieres? ¿Quién demonios... es tu niña?".
Habló con dificultad. La sangre se escurría de las pequeñas heridas por los arañazos de su captora.
"Contesta... ¡PUAH!".
*¡PUM!*
Antes de recibir una respuesta o presenciar la debilidad en esta última... un potente golpe fue recibido en su cara, mandándolo a volar varios metros atrás, adentrándose nuevamente a la habitación, abandonando el balcón donde se lamentaba el haber sido derrotado.
"¡M-Maldita bruja! ¡¿Cómo es que posees esa fuerza?!".
Un hilo escarlata se deslizaba de su boca, del labio recién partido, dándole un sabor a hierro cuando su lengua era impregnada por aquel líquido vital, mientras realizaba, prácticamente escupía, esa interrogante y trataba de parar, vacilando en más de una ocasión por la debilidad en las piernas y los brazos.
"También ostento el título de Diosa de la guerra y no es de adorno, ¿sabes?".
Se mofó Freya, caminando a su dirección con una mirada apagada revelando la intensidad de su furia.
Sentía una picazón inquietante en los nudillos, una necesidad insaciable de infligir más daño. El golpe anterior no había sido suficiente; deseaba golpearlo con una fuerza devastadora, hasta que sus puños sangraran y el dolor se convirtiera en un castigo tangible.
La respiración de Enyo se tornaba errática, su pecho subía y bajaba con rapidez. A pesar de la sangre que escurría de su boca, el dolor del impacto parecía estar ausente, como si una capa de indiferencia lo envolviera, resistiendo la sensación.
La furia de Freya creaba una atmósfera cargada de tensión y deseos fervientes de venganza.
Sin embargo, todavía no sabían qué era lo que la peliplateada buscaba vengar en primer lugar. El desconocimiento de los motivos que detonaron en la actitud severa, cruel y malévola en la antes mencionada incomodaba a propios extraños, sin acercarse a lo que Enyo sentía.
"¿Q-Qué es lo que...?".
Se cuestionaba el rubio, temeroso de la extraña ausencia de dolor. Su derrota ya estaba sellada. No ganaría; quedarse allí solo lo condenaría a una ola de dolor. Entonces, ¿por qué permanecía en Genkai? ¿Por qué no acababa con esto de una vez por todas y regresaba a Tenkai, donde la furia de esa mujer no lo alcanzaría?
Fue entonces que posó la atención en un brillo tenue que emanaba el morado opaco de los ojos de la diosa de la belleza. En ese momento lo comprendió, y palideció al alcanzar la respuesta.
"T-Tú y tu maldito encanto..."
Balbuceó, señalándola con un dedo el dedo índice que se movía de lado a lado, producto del terror.
La revelación de su entendimiento lo golpeó con la misma intensidad que el daño que había recibido.
La situación se volvió aún más aterradora, con la comprensión de que estaba atrapado en un juego de manipulaciones y encantos que lo mantenían bajo el control de la sádica deidad, impidiéndole obtener el dulce y piadoso final que añoraba, regresando a tenkai sin consecuencias ni remordimientos.
"Odio que un ser despreciable como tú me apunte. Baja tu dedo".
Esas hermosas gemas semejantes a la amatista volvieron a encenderse como si de una lámpara se tratase.
Plenamente consciente, pero no pudiendo controlarlo, el cuerpo del dios se movió.
"No tiendo a usar armas. Las muertes en mi haber son a manos de mis hijos o por suicidios. Incluso cuando se trata del segundo caso, les ayudó liberando dopamina para que su muerte no sea tortuosa. Sin embargo, contigo...".
Freya le ofreció el cuchillo con el que antes lo apuñaló.
"No seré tan amable...".
Sonrió amenazantemente, indicándole lo que haría.
Lentamente, luchando por anteponerse a las reglas de la peliplateada, el rubio tomó el objeto punzocortante y...
*¡SLASH!*
"¡AHHHHHHHHHHHHHHH!".
Gritó con fuerza, agitándose y sintiendo que el dolor se potenciaba. Él... se rebanó el dedo con el que señaló a la diosa.
El trozo de carne y uña rodó en el suelo. La sangre brotaba en cantidades considerables a pesar de la poca irrigación sanguínea en la distal extremidad.
"Has pagado tu falta de respeto ¡Muy bien!".
La susodicha celebró, aplaudiendo.
Eso solo era el comienzo.
"Mientras impida que por tu cabeza ronde la idea de volver a tenkai, no importa la enorme cantidad de dolor por la que te haga sufrir, no ascenderás a los cielos. Solo necesito mantenerte en un estado consciente y compatible con la vida. Lo demás, entero, en pedazos, es indiferente".
Acarició la mejilla de su víctima, disminuyendo su volumen de voz, lo que acentuaba la terrorífica escena y potenciaba el susto que emanaba la amenaza, o mejor dicho... la explicación.
No eran palabras vacías, ella tenía toda la intención de cumplir lo que decía y nada se lo impedía. Nadie, se lo impedía.
"Saciaré mi sed de sangre contigo".
Musitó, relamiéndose los labios.
"¡Freya! ¡Eso es demasiado cruel incluso para ti! ¡No podemos actuar como verdugos ni rebajarnos a su nivel!".
Hestia dio un paso al frente, esforzándose en demasía para no ser aplastada por la espesa y tortuosa atmósfera.
En respuesta, fue fulminada con la mirada.
"Una mocosa inmadura como tú... ¿Me viene a hablar de crueldad? Pretender que la moralidad te hace mejor, que la empatía y el perdón te ponen en un pedestal, es una pobre excusa que las personas sin el valor de mancharse las manos usan para justificar su cobardía ¡EL MUNDO POR SI MISMO ES CRUEL, MALDITA IDIOTA!".
Vociferó con vehemencia la diosa de la belleza, apretando los dientes. No se tentaría el corazón para frenar al que ose a interponerse en su camino. Así se tratara de la mismísima diosa del hombre al que ama.
"Tú no conoces lo que es perder. No has experimentado el dolor. Desde que bajaste has tenido problemas menores que palidecen con los que he afrontado. No te atrevas a ponerte en mi lugar, estás lejos de compararte a mí".
Añadió.
"¿Y yo si puedo equipararme a ti, diosa hipócrita?".
Ahora fue Loki la que entró en escena, dando un paso adelante y mostrando sus ojos escarlata mientras arrugaba las cejas en clara desaprobación por las acciones de su contraparte.
"¡Tch!".
Se le recibió con un chasqueó de lengua. Le dieron la espalda.
"¡Jamás te importaron las vidas que se perdían en los conflictos que afrontábamos! ¡Nunca te vi llorar por los niños que perdías, por los hijos que acogías y perecían! ¿Ahora vienes y adoptas el papel de vengadora justiciera? Nos muestras ese pobre intento de jueza y verdugo ¡NO ME JODAS!".
Argumentó la pelirroja. Una vena se inflaba en su frente. Odiaba la hipocresía con la que Freya manejaba la situación. Le desagradaba la actitud que adoptó ahora que decidió actuar.
"En la edad oscura nos ayudaste por petición del gremio y deseos de tus hijos ¡A TI NO TE IMPORTA NADIE QUE NO FUESES TÚ!".
Agregó.
Las uñas de la peliplateada se incrustaban en su propia palma por la fuerza infundida en cerrar el puño. Mordía su labio inferior y contenía las enormes ganas de golpear a Loki.
"¿Cuántas vidas se perdieron en la edad oscura? Murieron familias enteras, asesinaron a varios de mis hijos, de los tuyos ¡¿CUÁNTOS TROZOS DE CARNE CALCINADOS Y FALLECIDOS HAN SALIDO DE TU SEDE EN SUS MALDITAS INICIACIONES?! ¡NO ME VENGAS CON ESA MIERDA!".
Las lágrimas se escurrían por las mejillas de la que recibía esos ataques verbales. La sangre empezaba a borrar al ser herida por sí misma.
Resistiendo la rabia, esforzándose en desenredar el nudo en su garganta, agachando la cabeza, evitando el contacto visual, habló.
"Ahora... fue diferente...".
Respondió en un tono de voz bajo y quebradizo.
"¿En qué? ¿Por fin hirieron a alguien que te importa? ¡UNA MIERDA! ¡Eres una diosa que no ama a nadie! Y es incluso irónico, porque ostentas el título de diosa del amor ¡TÚ NO AMAS A NADIE! ¡NO ERES CAPAZ DE SENTIR EMPATÍA POR OTRO SER, YA SEA HUMANO O DIOS!".
Los constantes ataques, cada insultó y frase que Loki le dirigía herís el corazón palpitante y acelerado de la peliplateada, quien estaba cercana a romperse.
Sus piernas... brazos... se agitaron.
"Sí... por fin hirieron a alguien que amo... me arrebataron a mi niña...".
Confesó Freya, sorprendiendo a los presentes con su sinceridad inesperada. La atmósfera se tornó en una quietud palpable mientras ella levantaba la cara, revelando su rostro inundado en lágrimas.
La expresión en los rostros de los espectadores no tenía precio. Ver llorar a esa diosa, tan poderosa y temida, era impensable. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, cada una cayendo como un símbolo de la profunda tormenta emocional que la consumía. En ese instante, su vulnerabilidad desarmó a todos los que la observaban, revelando una humanidad que muchos creían inexistente en la deidad de la belleza y la guerra.
"Y no se lo puedo perdonar... ¡NO PUEDO!".
Prosiguió, limpiando sus lágrimas con las mangas de su atuendo, pero éstas no cesaban.
Loki, por primera vez en su larga existencia... no sabía qué decir. Estaba en completo silencio, algo extraño para ella, algo que no conocía.
"¿Quién...? ¿Quién es tan especial para ti como para... que tú...?".
Interrogaba la pelirroja, cubriendo su boca con la mano en un gesto de incredulidad y conmoción. El solo realizar la pregunta se le complicaba.
Antes de recibir una respuesta, el sonido de un cuchillo cayendo al suelo los interrumpió, atrayendo la atención de todos.
"Esa niña...".
Murmuró Dionysus, rompiendo el silencio.
El llanto cesó, y la mirada severa de Freya lo atravesó como una lanza.
"Noel era su nombre... ¿No es así?".
El rubio declaró, levantándose lentamente a pesar del dolor que lo consumía.
La peliplateada bajó la cabeza, su silencio confirmaba más de lo que las palabras podrían expresar. La mención de Noel había tocado una fibra profunda en ella, revelando una herida que no había sanado y esclareciendo el panorama.
La niña a la que Freya se refería todo este tiempo era aquella infante...
Ante la mención, la chica gato de cabellera castaña, quien fue cercana a la susodicha, dio un paso al frente, con la voz temblando.
"¿C-Como es que conoces a Noel-nya...? No-nya... ¿POR QUÉ ES QUE LA CONOCES-NYA?!".
Anya cuestionó, haciendo énfasis en la duda de cómo la muerte de aquella infante podía afectar tanto a su diosa, quien aparentemente jamás había interactuado con ella. O al menos, no del modo que creía.
La atmósfera se llenó de un silencio tenso, cada mirada se mantenía fija en Freya, esperando una revelación que pudiera explicar el dolor palpable en su rostro. La verdad parecía estar al borde de ser desvelada, una verdad que cambiaría la percepción de todos sobre la figura agrietada de la tan perfecta diosa.
"Mis sospechas eran verdaderas...".
Impresionado, expresó Hermes, apenas siendo audible su voz en medio del tenso silencio.
"Sí...".
Reafirmó Asfi, quien estaba al tanto de lo que sucedía y la identidad de la mujer en tela de juicio.
Los ojos de Freya, antes morados, se volvieron grises, un cambio notado por todos los presentes, no como la vez anterior en la que solo Hestia lo percibió. La transformación de su mirada reflejaba una tormenta interna que no podía esconder.
"Esa mocosa del bar... ahora entiendo... ¡JAJAJAJAJAJA! ¡AHORA ENTIENDO TU ENOJO!".
Reía a carcajadas el dios malvado, uniendo los puntos con un deleite cruel.
"Eras tú... la madre de esa mocosa... eras tú... ¡QUIEN ROBÓ MI ARMA ERAS TÚ!".
"¡NO LE DIGAS ARMA!".
Replicó la peliplateada, llena de rabia y dolor, sin negar lo anterior.
La revelación resonó como un trueno, cada palabra cargada de una verdad que había permanecido oculta.
La risa de Enyo se apagó lentamente mientras todos los presentes asimilaban la magnitud de lo que acababan de descubrir. La figura de Freya, siempre tan imponente, ahora se veía marcada por una vulnerabilidad que nadie había imaginado. La conexión con Noel no era simplemente la de una diosa y una mortal; era la de una madre que había perdido a su hija.
Sin embargo... la madre de la peligris, quien recibió la dicha de ser llamada de ese modo, no era otra que...
"¿S-Syr-Nya...?".
Ese nombre se escapó de Anya al llamarla con incredulidad. Freya volteó por instinto.
"¿Syr?".
Chloe y Lunoire permanecieron estáticas, la confusión grabada en sus rostros. No comprendían lo que estaba sucediendo, pero la expresión en el rostro de la diosa era idéntica a la de su amiga.
"C-Chicas yo...".
Quiso explicarse la deidad, mientras daba un paso hacia ellas, buscando calmarlas.
Pero las tres camareras retrocedieron, completamente tensas y llenas de desconfianza. La revelación había creado una brecha inesperada entre el trío de camareras y la diosa que presuntamente no era quien creían. La imagen de Syr, la amiga que juraban conocer, se entrelazaba con la figura de esa diosa, desmoronando su comprensión de la realidad.
"Es por eso que estabas realmente afectada cuando solicité tu ayuda... tú enfrentabas el duelo de esa niña. No, antes que nada, ¿cómo es que siquiera esa niña era el as de Evilus? Una niña...".
Reflexionó Loki, asociando la actitud previa de Freya con la conversación que tuvieron cuando acudió a ella para la misión "Asalto a Knossos". Recordó los detalles de cómo ella lucía traumatizada.
"Era un espíritu".
La revelación por parte de Enyo, Dionysus, como se desee llamarle, fue emitida, sonriendo maliciosamente.
La noticia hizo eco en el aire.
Su duelo y deseos de venganzas por la pérdida de Noel no solo había afectado su juicio sino también su capacidad para mantener su fachada.
Estaba al descubierto. Sin máscaras por usar para esconderse.
El despreciable villano apretaba el dedo cortado para detener la hemorragia. Recuperaba el control de sí mismo.
"Ya no estoy atado a tu voluntad ¿Qué sucede, Freya? ¿Tu encanto falla?".
Se mofó, viéndose liberado del control.
La inestable diosa de la belleza retrocedió un par de pasos, pasmada.
"La adoptaste como tuya cuando ni siquiera conocías su origen. La encontramos en lo profundo del calabozo en una zona oculta repleta de hielo, congelada. Encima suyo estaba el Nidhogg. El hielo la conservó, pero los años pasaron y su mente se degradó. Era un cascarón vacío. Sin recuerdos ni memorias de lo que la llevó a ser prisionera...".
Relataba, negando con la cabeza y riendo en partes.
"Supusimos que ella se había encargado de frenar al dragón en tiempos remotos. Como si una batalla entre el fuego y el hielo se desatara".
Añadió, sosteniendo su barbilla y contando la hipótesis que habían formulado.
El ceño de la peliplateada no dejaba de fruncirse. Oírlo hablar de Noel le desagradaba en demasía.
No le importaba de donde vino o quién fue antes. Le interesaba y causaba pena haberla perdido.
"Por fin habíamos hallado el ser que inclinaría la balanza a nuestro favor. Al despertarla estaba agradecida con nosotros, tanto así que incluso creyó que éramos su familia ¡JAJAJAJAJA! ¡LA INOCENCIA DE LOS MOCOSOS ES DEMASIADO GRANDE!".
Los dientes blancos como perlas de la deidad chocaban con rabia contenida al soportar las burlas que él le dirigía a la infante. Esto fue notado por el rubio, inclinándose adelante para observar y saborear su sufrimiento.
"He de admitir que no estaba en mis planes que cuando esa mocosa huyó se encontrara contigo. También me sorprende que tú fueses esa camarera simplona, pero ante las mil y un pruebas que nos has presentado es innegable esa realidad. Dime ¿Fingías para pasar desapercibida? ¿Qué ganabas ocultándote en esa máscara? ¿Disfrutaban rebajarte a un mero mortal?".
Interrogaba, alimentando el desequilibrio de la mujer. Cada palabra era como una estocada en el delicado corazón.
"Cállate...".
Dijo entre dientes. Casi escupiendo el pedido. Podía sentir el aturdimiento de su cuerpo, el temblor en cada fibra muscular.
"Por primera vez desde que te conozco luces tan débil. No tengo la intención de detenerme hasta que tu desesperación alimente mis ansias, sacie mi sed".
Gotas caían precipitadamente al suelo, proveniente de la cabizbaja diosa.
"¿Qué se sintió que la primera persona por la cual creaste un vínculo haya desaparecido enfrente tuyo? ¿Acaso creíste que eras merecedora de una existencia amorosa? ¿De una familia? ¡TÚ, MALDITA ZORRA EGOÍSTA, ERES IGUAL O PEOR QUE YO!".
El odio ya no era solo de Freya. Los demás comenzaban a llenarse de rencor y desagrado hacia Enyo, entregando lástima a la antes mencionada.
La frecuencia con la que las lágrimas empapaban el suelo aumentó. El dolor era demasiado como para soportarlo. Tarde o temprano estallaría.
"¡¿A dónde fueron esas intenciones asesinas?! ¡¿Qué le sucedió a tu decisión?! ¡¿No dijiste que te vengarías de mí?! ¡ESTOY ESPERANDO! ¡JAJAJAJAJAJA!".
La invitaba a actuar. Abría los brazos para mostrar enteramente su cuerpo, retándola a cumplir su palabra.
"¡Cierto! Como su madre supongo que te gustaría conocer detalles sobre 'Noel'. La verdad es que era una niña muy obediente, aunque demasiado ruidosa. Cuando abríamos su cráneo para comprobar su regeneración lo curaba casi al instante, no sin antes gritar y patalear. ¡QUÉ MOLESTA ERA!".
Los ojos de la deidad se abrieron en demasía.
"No había sangre ni nada, por lo que no era necesario limpiar. En parte supongo que debido a su regeneración fue imposible llegar a su cerebro para manipularlo y convertirla en un...".
Antes de que los detalles prosiguieran, el sonido del viento siendo cortado y el aire empujado, sacudiendo los mechones de cabello largo y dorado de Dionysus lo interrumpió.
"¡CÁLLATE!".
Gritó Freya, saltando hacia Enyo con el puño cerrado, lista para golpearlo con toda su furia. Pero en ese instante...
"¡CUIDADO, SYR-NYA!".
Anya, con su aguda percepción, notó algo peligroso y, sin pensarlo, metió la mano en medio del ataque.
Un cuchillo voló en dirección a la peliplateada, el mismo que fue usado para que el dedo fuese rebanado, pero antes de que alcanzara su objetivo, se clavó cortó parte de la palma de Anya, cambiando la trayectoria. La fuerza del arma la empujó hacia atrás, y el filo atravesó su mano, hundiéndose superficialmente en el pecho del objetivo.
El tiempo pareció detenerse. La mirada de Freya se clavó en la castaña, primero en shock, luego en horror al ver la sangre brotar de la mano de la chica gato, quien se tambaleó. El dolor distorsionó sus rasgos, pero se mantuvo firme, negándose a retroceder.
El cuchillo, aunque había perdido parte de su fuerza al atravesar la extremidad, aún logró causar una herida en la mujer, lo suficiente para que el dolor físico se manifestara.
Bajó la mano lentamente y tocó su pecho, donde la sangre empezó a correr por sus dedos y después caer al suelo, manchando la tela de su prenda y de la alfombra.
Su respiración se alteró.
"¡D-Duele-Nya!".
Se quejó la camarera, cayendo de rodillas y abrazando su mano. La diosa permaneció en shock, de pie. De su boca escurrió sangre. Todavía tenía el arma incrustada por encima de su abdomen, debajo del esternón.
"¡JAJAJAJAJAJA! ¡MARAVILLOSO! ¡MARAVI...!".
"¡MUERE!".
*¡PUUUUUUM!*
Ante la risa de júbilo y placer, Lunoire actuó, golpeando con fuerza y fiereza al rubio.
*¡CRASH!*
La puerta que permitía la entrada al cuarto de Demeter fue despedazada por la velocidad a la que el saco de carne que se hace llamar Dios fue mandado a volar.
"¡FREYA!".
A las prisas corrieron Loki, Hermes, Deméter y Hestia a auxiliarla.
La primera de estos abrazó el cuerpo de su compañera, viendo con terror la herida.
"¡ANYA!'.
Chloe y Lunoire hicieron lo propio con su amiga, quien continuaba en posición fetal, abrazándose la mano.
Un enorme agujero sangrante fue el resultado de su intervención.
"¡Y-Yo no importo ahora-Nya!"
Replicó la castaña, girando la cabeza hacia su diosa.
"Freya-Sama... no... Syr-Nya ¿Estás bien?".
Preguntó, mostrando genuina preocupación y aceptación.
Los lagrimales de la peliplateada se llenaron de lágrimas. No daba crédito a la acción de su hija, amiga, conmovida por el trato que está le dirigía y la nula crítica u odio que esta le tenia por mentirle en todo este tiempo.
Rápidamente, la chica gato se puso de pie y trotó hacia ella, retirándose la bufanda para cubrirle la herida.
"¡No lograremos nada sin pociones de curación!".
Aviso Asfi, buscando entre sus cosas una poción con dicho efecto.
"¡Mantente fuerte-Nya! ¡No te atrevas a irte a Tenkai-Nya!".
Lloraba la castaña, limpiando el líquido rojo del pecho de su protectora y madre, de quien le había quitado a su hermano. No mostraba ningún rencor, solo miedo a perderla.
Todos la rodeaban, pendientes de su salud.
Una sonrisa cansada se dibujó en la mujer.
"Mi niña... ¿No me odias? ¿No me odian?".
Interrogó, llorando a mares.
"¡JAMÁS PODRÍA ODIARTE-NYA! ¡NO MUERAS-NYA!".
Replicaba Anya, desesperada por detener la hemorragia, que continuaba sin cesar.
Fue entonces que... una risa tétrica resonó desde el lugar donde Dionysus había sido lanzado violentamente, desviando momentáneamente la atención hacia Freya.
Todos se volvieron hacia la fuente del sonido, encontrando al maldito dios con una expresión retorcida en su rostro mientras tosía y escupía sangre.
Sostenía una enorme bolsa de la cual despojó a uno de los cadáveres de sus hombres caídos en batalla, quienes se suicidaron.
Los ojos de Demeter se abrieron en demasía al reconocer de inmediato el contenido de aquel contenedor. Su respiración se aceleró y su rostro palideció, una mezcla de horror y desesperación inundando su ser. Sabía lo que esa bolsa contenía y las terribles implicaciones que eso traía consigo.
"Debido a que Freya manejó a su antojo a mis hombres, asesinándolos en el acto, no fue posible usar esto antes. Me pregunto si... habrá una reacción en cadena con el resto de las cargas si lo utilizo ahora...".
Vociferó Dionysus, con una sonrisa manchada de sangre mientras levantaba la bolsa con una amenaza implícita en cada palabra.
Los aventureros, con sus sentidos agudizados, pudieron identificar con claridad lo que había dentro de aquello: cientos de cristales rojos, brillando con una luz ominosa. Al comprender de lo que se trataba, sus corazones se hundieron en el terror.
De inmediato, las miradas se dirigieron al resto de los cuerpos esparcidos por el cuarto. Cada uno poseía cargamentos de esas mismas joyas. Eran explosivos de enorme poder, conocidos como Kazukis, capaces de causar devastación masiva.
"¡KAZUKIS!"
Gritó Asfi, rasgando el aire con una desesperación palpable. Sin perder un segundo, agarró a Hestia y Hermes, y activó las alas de sus talarias, levantándose en el aire para escapar del inminente desastre.
"¡FREYA-SAMA!".
"¡DEMETER-SAMA!".
"¡LOKI-SAMA!".
Las voces resonaron en un grito unísono de alerta y desesperación.
Las tres chicas de "La Señora de la Abundancia", quienes tenían la tarea de proteger a las deidades, actuaron con reflejos afilados por la urgencia de la situación. Anya, a pesar del dolor en su mano herida, se lanzó hacia Freya, agarrándola con fuerza, mientras que Lunoire se apresuró hacia Demeter, asegurándose de sujetarla antes de que pudiera reaccionar. Chloe, por su parte, no perdió tiempo en llegar hasta Loki, envolviéndola con determinación.
"¡JAJAJAJAJAJAJA! ¡MUERAN! ¡EL JUEGO TERMINÓ, LOKI! ¡PERO NO ME IRÉ SIN ARRASTRAR A ALGUNA DE USTEDES CONMIGO!".
Entre una risa tétrica y sin fin que marcaba su última acción desesperada, el dios lanzó los cientos de Kazukis hacia ellos, con una fuerza cargada de locura y malicia.
*¡BOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOM!*
El instante siguiente fue un parpadeo eterno, seguido por una explosión ensordecedora que hizo pedazos la mansión. La onda expansiva desató una cadena de detonaciones, cada una más devastadora que la anterior, alimentada por el cargamento de explosivos que yacía con los cadáveres desperdigados por todo el edificio.
El cielo se iluminó con un resplandor infernal mientras la mansión se convertía en un mar de llamas, el fuego voraz se extendió rápidamente a las casas aledañas. Las paredes se derrumbaron en un instante, devoradas por el calor implacable.
Los cuerpos de los caídos, que momentos antes reposaban en la quietud de la muerte, fueron incinerados, reducidos a cenizas que se mezclaban con el humo negro ascendiendo hacia el cielo. El aroma a pólvora y carne quemada impregnó el aire, convirtiendo la noche en un escenario de pesadilla, donde la destrucción reinaba sin piedad.
Cuando los minutos pasaron y el humo comenzó a disiparse, una nieve tranquila empezó a caer sobre el escenario devastado. Los escombros, ennegrecidos y calcinados, finalmente dejaron de precipitarse al suelo, creando un inquietante silencio que se extendió sobre el campo de destrucción.
Freya, tendida en el suelo, abrió los ojos con un dolor agudo recorriendo su cuerpo. Su pierna, marcada por severas quemaduras, emitía un dolor punzante, mientras que su brazo parecía casi inservible, como si el fuego hubiera robado su fuerza. Desorientada, giró la cabeza y trató de enfocarse en su entorno caótico.
A su lado, vio a Lunoire aferrada al cuerpo de Demeter. La castaña estaba inconsciente, su respiración apenas perceptible. La diosa, en cambio, estaba despierta, con una herida abierta en la cabeza, de la que brotaba un hilo de sangre que se mezclaba con sus lágrimas. Sus manos temblorosas trataban de consolar a su hija, pero no había respuesta. Sus labios se movían en un grito desesperado, pero para la peliplateada, esos sonidos se perdían en un zumbido sordo, como si el mundo a su alrededor estuviera bajo un manto de distorsión.
Un poco más allá, Asfi descendía torpemente dado que sus talarías fueron prendidas en fuego al ser alcanzadas por el rango de la explosión, quemando sus pies al tocar el suelo. A pesar del dolor, logró bajar a Hermes y Hestia, sin embargo, esta última estaba cubierta de heridas y lloraba desconsoladamente, con lágrimas que caían sobre su piel lacerada. El dios viajero, aunque herido, intentaba calmarla, con palabras suaves y tranquilizadoras, aunque él mismo luchaba por mantenerse en pie.
Chloe, que había protegido a Loki, estaba en un estado deplorable. Su capa, negra estaba hecha trizas, y su ropa apenas colgaba en pedazos quemados. Su brazo, completamente chamuscado, temblaba incontrolablemente, y su rostro estaba enrojecido por el calor de la explosión.
La pelirroja, aunque protegida en gran medida, yacía a su lado con la pierna torcida en una posición antinatural, un claro indicio de la fractura que había sufrido.
La nuca de Freya golpeó suavemente con las rocas detrás de su cabeza, recostándose.
Sentía una fuerte presión encima de su pecho que le impedía respirar con regularidad. El aturdimiento no cesaba y cada fibra muscular, célula del cuerpo, dolía, ardía.
Fue entonces que su mente empezó a retomar el control. Sus pensamientos fluctuaban y sus memorias le trajeron una inminente preocupación.
"Anya...".
Un nombre.
Con la poca fuerza que le quedaba. En un esfuerzo magistral que consumía la poca consciencia que le quedaba, los pocos segundos de plenitud y lucidez que el cuerpo le proporcionaba, buscó a su hija. Sobra decir que no fue grata la sorpresa que se llevó cuando un hilo de sangre cayó a su costado, a centímetros de su rostro.
Giró lentamente la cabeza a la izquierda, temerosa.
Fue ahí donde vio a la chica gato con la boca abierta derramando sangre a chorros.
Sus ojos se abrieron en demasía ante la escena. La piel quemada pudo erizarse.
"N-No... no...".
Estiró la mano, tratando de alcanzarle el rostro.
El cuerpo de Anya yacía a pocos metros de Freya, su costado atravesado por una vara de metal que había perforado su abdomen al caer varios pisos mientras abrazaba a su diosa. Freya, aún aturdida, sintió su respiración acelerarse, y su corazón latir con desesperación al comprender lo que había sucedido.
Sacrificó su propia seguridad por la de ella.
Aún aturdida, sintió su respiración acelerarse, y su corazón latir con desesperación al comprender lo que había sucedido. Una punzada de dolor y culpa la azotó cuando vio el extremo de la barra metálica, a escasos centímetros de su propia cabeza. La realidad de lo que pudo haber sucedido la golpeó con fuerza.
De ser por la rápida intervención, habría encontrado su final en ese instante, su vida se hubiese terminado de manera fugaz, obligándola a regresar a Tenkai.
"A-Anya... tu cuerpo... tu cuerpo...".
Acariciaba la mejilla de su hija, tratando de reanimarla, despertarla. Aunque le causara un enorme pesar el moverse, elevó el pecho para hablarle.
"¡No te preocupes! Haré algo... ¡Tu diosa hará algo!".
Gritar la hería, pero la desesperación liberaba adrenalina, impidiéndole sucumbir.
Las largas pestañas castañas de la gata se despegaron. Sus párpados se separaron, mostrando sus hermosos ojos, cansados y agotados. El rostro fino y manchado por sangre, tierra y cenizas estaba pálido, casi sin vida.
"¿P-Pude serle de utilidad-Nya, Freya-Sama...?".
Interrogó.
"No fui... ¿No fui una carga-Nya?".
Cuestionó.
El corazón de la diosa se agrietó.
"¡No digas eso! Nunca... ¡Nunca fuiste una carga para mí! ¡Siempre fuiste mi amada hija! ¡Mi querida amiga!".
El llanto se derramaba de las percudidas mejillas de la deidad, aferrándose en un abrazo al moribundo cuerpo de la gata.
Apoyó la frente en el hombro.
"Ni una sola vez... así que... no mueras... no mueras... ¡Quiero seguir compartiendo mi vida contigo! Permíteme seguir escuchando tu voz... ver tu sonrisa... oírte cantar...".
Su mensaje no alcanzaba a Anya, quien continuaba hablando sin tomar el cuenta lo que le respondían.
"Gracias por protegerme-Nya... por darme una familia... un techo-Nya... cuando perdí a mis padres... mi familia-Nya... creí que era el fin del mundo. Te odié sin razón... te culpé por las decisiones-Nya de mi hermano... perdón-Nya".
Su voz se apagaba, las fuerzas disminuían.
"¡NO TE PROTEGÍ NADA! ¡SOLO PUDE DARTE UN HOGAR, NO UNA FAMILIA! ¡TE QUITÉ A TU HERMANO Y NO HICE NADA AL RESPECTO! Por favor... dioses... todos... no se la lleven... no me la quiten también...".
"Se... siente cálido-Nya...".
La chica se dirigía a un sueño del que muy probablemente no despertaría.
"¡NO MUERAS! ¡NO MUERAS!".
Freya continuó abrazándola, sacudiéndola para que no se atreviera a ceder.
"Gracias... Freya-Sama... Syr-Nya...".
Finalizó.
Pero entonces, en medio del caos y la desolación, apareció Allen, emergiendo entre las ruinas y el humo. Sus ojos, normalmente fríos, se suavizaron por un instante al ver a su hermana, vulnerable y herida en el suelo, al igual que su diosa.
"Anya..."
La nombró con preocupación, mientras se apresuraba hacia ambas.
Las marcas de destrucción en su trayecto confirmaban la desesperación con la que había corrido al escuchar la explosión.
A medida que se acercaba, otros aventureros comenzaron a llegar a la escena, atraídos por el estruendo y la ominosa columna de humo que se alzaba hacia el cielo. Entre ellos, apenas había sanadores. Sólo Cassandra, la única con habilidades curativas, se encontraba presente, quien rápidamente se puso manos a la obra con las personas que estaban a cercanías suya.
La peliplateada, llena de desesperación, extendió su mano hacia él.
"Allen, por favor... Anya está grave".
Suplicó, ignorando el dolor que recorría su propio cuerpo. La adrenalina la mantenía en pie, pero sabía que sus heridas eran profundas, aunque insignificantes en comparación con lo que podía perder.
El susodicho se quedó inmóvil, su mirada se dividía entre su diosa y su hermana. La confusión y la angustia se apoderaron de él y la habitual frialdad que lo caracteriza fue reemplazada por un tormento interno.
¿A quién debía proteger? ¿A su diosa, cuyo estado también era alarmante, o a su hermana, quien yacía al borde de la muerte?
"¡Piensa en ella!".
Freya gritó con furia, la sangre manchando sus dientes mientras hablaba.
"¡Yo no importo! ¡No te atrevas a dejarla en segundo plano por mí otra vez!".
Fue su mandato, el ruego que también era una orden.
El Catman dudó, atrapado en el conflicto entre su lealtad a Freya y su amor por la castaña. Pero el grito de Freya resonó en su cabeza, sacudiéndolo de su parálisis.
"Y-Yo...".
Tartamudeó, dando un paso hacia el par.
Finalmente, con una determinación renovada, tomó su decisión, caminó hacia Anya, reflejando una resolución férrea.
Sin decir una palabra, se arrodilló junto a su hermana, dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su poder para salvarla, aunque una parte de él seguía sintiendo el tirón hacia su diosa, a quien le debía su lealtad. Pero en ese momento, había elegido proteger a su familia, a la sangre de su sangre, tal como le habían ordenado, sacrificando todo lo demás.
"Onii-Chan...".
Al ver al gato pelinegro, reaccionó. Una débil sonrisa se dibujó en sus labios.
"¿Anya hizo un buen trabajo? ¿Seré recompensada por Onii-Chan-Nya por cuidar a nuestra diosa-Nya? ¿No soy una inútil-Nya?".
Pronunció esas preguntas con el poco aire que le quedaba y consciencia que mantenía. Fueron... un duro impacto al orgullo de Allen, quien recordó por qué ella se veía a sí misma como una inútil. Era su culpa.
La fuerte coraza que lo enrollaba se rompió finalmente, permitiéndose mostrar emociones y... llorar.
En un rápido movimiento, cabizbajo, cortó los extremos de la barra de metal sin retirar la fracción que permanecía incrustada en la fémina por el temor de provocarle una hemorragia peor y perdiera más sangre.
Sin palabras ni promesas y mucho menos respuestas, abrazó a su hermana, la última familia que le quedaba, rodeándola con sus brazos, cargándola como una princesa, tratándola como lo hacía antes.
"No sé dónde se halla Heith... no podemos esperar a que aparezca ni tenemos el tiempo para que la encuentres. Llévala con Dian, estaré bien. Dea Saint debe tratarla... no permitas... que tu hermana muera... protégela... cuídala...".
Sugirió la diosa, sonriendo, realizada y calmada con las esperanzas renovadas.
"Está bien. Gracias, Freya-Sama".
Allen asintió, retrayendo las piernas y arrancando a correr a su máxima velocidad hacia la sede hospital del dios antes mencionado.
La peliplateada, al observar a sus dos hijos alejándose, se dejó caer al suelo con una risa amarga que resonaba en el aire.
"Fufufu... así es como se siente ser relegada, ser la segunda opción...".
Musitó con una mezcla de ironía y tristeza.
Era una sensación inédita para ella, la primera vez que no era la prioridad, especialmente viniendo de alguien de su propia familia, que siempre la había mantenido en un pedestal de adoración y preferencia.
La risa continuó, mezclaba con un dolor sutil.
Desde el suelo, la peliplateada escuchaba a lo lejos los sollozos desgarradores de Hestia, pero su propio cuerpo estaba demasiado agotado para moverse. La preocupación la envolvía, y una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla.
"Bell... estará furioso al ver lo que le ha sucedido a su amada diosa...".
Se lamentó en voz baja, imaginando el sufrimiento que el hombre al que ama sentiría cuando apareciera.
"No te des por vencida... puedes con esto, Hestia. Eres demasiado obstinada como para abandonar ahora. No te dejes consumir por el dolor, sigue luchando".
Era un clamor silencioso, un deseo ferviente de que la diosa pelinegra encontrara la fuerza para continuar, pues la desesperanza de la deidad, el cese en las fuerzas, daría fin a su existencia.
"Todavía te debo una charla...".
Dijo.
"No puedes regresar a Tenkai sin que resolvamos esto".
Añadió.
Mientras el dolor comenzaba a envolverla, rogaba en silencio que resistiera, aferrándose a la esperanza de que la pequeña con coletas pudiera soportar el peso de la terrible adversidad.
Asfi la sostenía en brazos. Cassandra entraba en escena y usaba su magia para evitar el trágico destino que le aguardaba a los heridos próximos a ella, sin percatarse de la precaria situación en la que la pelinegra se hallaba a escasos metros de su posición. Era un espectáculo deprimente de dolor, sangre y olor a muerte, pérdida.
Fue entonces que, como si de un rayo se tratase, como si de la luz se hubiese compactado y tomado forma humana, un chispazo blanco hizo acto de presencia, dejando partículas residuales detrás suyo, demostrando la enorme velocidad a la que se movió para alcanzar dicho sitio.
¿Quién era el responsable de la dramática entrada? ¿Cuál era el nombre del desesperado joven que recorría rincón a rincón en busca de algo... o alguien?
El ritmo al que aceleraba y desplazaba por la superficie rocosa e irregular del terreno era mayor al que el ojo humano podría captar, pero... no aplicaba lo mismo en el caso de los dioses, en específico la peliplateada que fue la primera en percatarse en el arribo de aquel conocido.
"Bell...".
El opaco gris de sus ojos se iluminó al observar el herido y lacerado rostro del muchacho. Era como si una pizca de esperanza y alivio en el pesado momento le trajera calma, la cual anhelaba.
La desesperación en el preocupado y ansioso rostro del albino era palpable, fácilmente identificable. Se movía a la velocidad que sus cansadas piernas, quemados pies, le permitían. Ignoraba el ardor y dolor a consecuencia de la angustia.
Sus labios se movían rápidamente, musitando una palabra, pronunciando un nombre, aquel nombre de la persona a la que la manifestación de Noel en su subconsciente le advirtió que se encontraba en peligro.
Cuando esto fue identificado por Freya, sintió un revoloteo en el pecho, ayudándola a olvidar el deplorable estado físico que la azotaba.
"M-Me está buscando".
Pequeñas partículas de lágrimas, las pocas que le quedaban luego de un tortuoso sufrimiento y llanto sin fin, eran sacadas de sus lagrimales, conmovida y alegre de que su amado estuviese buscándola.
No obstante, si bien la susodicha estaba presente en mente... no era así en lo que respecta al cuerpo.
Él se movía frenéticamente entre los escombros, seguía repitiendo el nombre de Syr como un mantra, esperando que, de alguna manera, eso lo ayudara a visualizarla. Pero mientras sus ojos escudriñaban las ruinas, no había rastro de ella. La angustia lo apoderaba.
Entre el caos y el polvo que aún flotaba en el aire, una voz débil llegó a sus oídos.
"Bell..."
Era la peliplateada, quien estiraba la mano tratando de alcanzarlo.
El muchacho se detuvo en seco, enfocándose en la figura de la mencionada anteriormente a lo lejos. Sin embargo, no fue el llamado lo que lo hizo detenerse; fue porque, en medio de su desesperación, había visto algo más, algo que no podía ignorar: su propia diosa, herida y en necesidad.
"Kami-Sama...".
Dijo, apresurándose, mientras sus piernas comenzaban a moverse en su dirección, olvidando por un segundo a la peligris e ignorando a la suplicante Freya.
"¡ALGUIEN! ¡QUIEN SEA! ¡VENGA A AYUDARNOS! ¡MI DIOSA ESTÁ HERIDA!".
Gritó con vehemencia, en un intento de que el alto volumen de voz consiguiera alcanzar a un aliado.
En menos de un abrir y cerrar de ojos, se presentó en el lugar, agachándose a las prisas para abrazar a su amada diosa, quien a duras penas se mantenía consciente.
Cayó de rodillas junto a Hestia, temblando mientras la envolvía en sus brazos. La abrazó con la desesperación de un niño perdido, buscando consuelo en el único refugio que siempre había tenido: su madre.
Las lágrimas caían sobre el cabello de la deidad mientras su voz, quebrada por el miedo y la angustia, apenas lograba formar palabras.
"Kami-Sama... estoy aquí, por favor... ¡aguanta! ¡Alguien, por favor, ayúdennos!"
Gritaba al vacío, desgarrado por la inquietud mientras miraba a su alrededor, buscando a cualquiera que pudiera ayudar.
Hestia, débil y cubierta de polvo, apenas podía responder. Cada respiración era un esfuerzo monumental, y el dolor la consumía.
"Bell... duele... duele mucho...".
Sus palabras eran apenas un susurro entre lágrimas, su voz quebrada y vulnerable, reflejando el inmenso sufrimiento que estaba soportando.
El joven héroe limpió con torpeza la suciedad del manchado rostro de Hestia, sus manos agitándose e intentando devolverle algo de dignidad, algo que la hiciera sentir un poco menos herida y rota.
"No... no te preocupes, Kami-Sama... te sacaré de aquí, te lo prometo... sobrevivirás"
Apenas podía hablar, temiendo que la vida de quien ha fungido como su madre se desmorone ante sus ojos.
Entre la penumbra y los lamentos, Freya observaba en silencio el profundo vínculo entre Hestia y Bell. La intensidad del momento la dejó inmóvil, absorta en la devoción que el joven mostraba hacia su diosa, un amor tan puro que incluso a ella le arrancaba una mezcla de envidia y admiración.
La figura de una mujer con cabello rojo, atado en dos coletas, se acercó con determinación, emergiendo a espaldas de la peliplateada, quien la reconoció al instante, se trataba de su hija, Heith Velvet.
"No... ve por ella, Heith... cura a Hestia..."
Pidió. A pesar del dolor que la consumía, no dejó lugar a dudas sobre lo que quería.
La expresión en la pelirroja era difícil de analizar. No le agradaba despegarse de su lado, darle prioridad a una deidad diferente, pero la decisión y lo determinada que se veía su "Madre" le impidió contradecirla.
"De acuerdo".
Heith no dudó, asintiendo y corriendo con su báculo en manos hacia el par cumplir su labor.
Una sonrisa de satisfacción y realización se posó en la diosa de la belleza, recostando la cabeza nuevamente.
La mano de la sanadora se posó encima del hombro del muchacho aferrado al cuerpo moribundo de la pelinegra, llamándole la atención.
La mirada dubitativa del albino se enfocó en ella, confundido y extrañado por la presencia de una desconocida.
"Me encargaré a partir de ahora como pedido de Freya-Sama. Por favor, permíteme curarla".
Pidió de forma inexpresiva y profesional. Era un trabajo más, sin peso emocional.
El abrazó aumentó de fuerza.
"N-No. No pondré la vida de Kami-Sama en quien no conozco ni confío".
El conejo se comportó reacio a la idea, respondiendo.
"Soy la única capaz de curarla en este momento. No hay nadie cerca para cumplir esa tarea y Perseus no cuenta con el material médico para sanarla. Si decides esperar a que otra persona quizás sea demasiado tarde. De regresar a Tenkai debido a tu ineptitud, serás el único culpable ¿Puedes vivir con esa carga? ¿Estás dispuesto a tomar el riesgo, muchacho?".
La pelirroja arrugó las cejas y amenazó, intentando razonar con él de forma severa, propio de sí.
"Confía en ella... ve a ayudar a los demás".
Dijo con firmeza la mujer que sería puesta en manos de Heith.
El albino permaneció estático ante la solicitud. Pero, después de un momento de duda, asintió lentamente, decidiendo seguir las palabras de su amada diosa.
Se levantó con esfuerzo, sus músculos protestando por el cansancio y las heridas. Heith lo miró con preocupación mientras daba inicio a la curación.
"No te vendría mal descansar un poco también".
Le dijo con suavidad.
"Si no lo haces pronto, podrías desmayarte... o algo peor".
Añadió.
El joven sacudió la cabeza, decidido.
"No descansaré hasta encontrar a Syr y asegurarme de que esté bien".
Declaró, recordando el pendiente que lo ajetreaba.
Hestia, entre suspiros de alivio mientras la sanadora trabajaba en sus heridas, esbozó una pequeña sonrisa, viendo de reojo a la agotada peliplateada.
"Esa camarera está cerca... Estoy segura de ello".
Avisó, mirándolo alejarse.
Él comenzó a caminar de nuevo, buscando a Syr con una urgencia que no podía contener. Pero, a solo unos pasos de donde había estado, su mirada se cruzó con la de Freya.
La diosa, herida y visiblemente debilitada, lo observó con una sonrisa triste.
"Lamento que me veas en este estado tan lamentable...".
Dijo en un tono suave y temeroso.
"Freya-sama...".
La llamó el conejo, sorprendido y desconcertado al mismo tiempo. Sus ojos reflejaban incomodidad que alimentaba la distancia entre él y esa "Syr".
La confusión en su expresión hirió el corazón de Freya. Claro, ¿cómo podría reconocerla en esa apariencia tan ajena a la tierna camarera que suele ser y que conoce? Su labio inferior tembló, incapaz de esconder la tristeza que la inundaba.
No obstante, cuando sus ojos se encontraron, Bell notó algo diferente. Sus ojos, normalmente tan fríos y dominantes, estaban ahora llenos de lágrimas. La vulnerabilidad en su mirada lo sorprendió y, sin saber por qué, una ola de nostalgia lo invadió.
Su corazón latió más rápido, sintiendo una conexión que antes no había percibido. Algo en la desesperación de quien se hallaba herida a sus pies lo conmovió profundamente, lo llenó de nostalgia y una enorme familiaridad que le provocaba cientos de dudas.
En ese momento no la veía como la acosadora que ha seguido sus pasos desde hace meses, no... la percepción que tenía sobre ella era la de una mujer destrozada que deseaba sanar.
Ambos se miraron en silencio, perdidos en el otro, sin emitir palabra alguna. La tensión entre ellos era alta. Era como si un vínculo silencioso conectara sus almas en ese instante de vulnerabilidad compartida y...
"¿Por qué...? ¿Por qué la veo en ti?".
Cuestionó el conejo, agachándose y estirando la mano para sostener la de ella.
Sin embargo... una risa de júbilo resonó desde los escombros a lo lejos, interrumpiendo su momentáneo trance.
La risa era inquietante, y Bell instintivamente se puso en guardia ante el presente riesgo venidero.
"Él fue..."
Susurró Freya, cargada de una tristeza y resentimiento.
El conejo, ya de pie y sosteniendo su daga Hestia, la miró de reojo, notando la palidez creciente en su rostro.
"Es el responsable de todo... de... que ella... se fuera..."
Continuó, luchando por mantenerse despierta. Sus fuerzas la abandonaban rápidamente, y el peso de la verdad parecía aplastarla.
Ese "ella" resonó en la mente del joven como un eco persistente. No necesitaba mayor explicación; sabía exactamente a quién se refería la deidad.
La comprensión lo golpeó con fuerza, haciendo que sus cejas se arrugaran en una expresión de dolor y furia contenida.
La daga que sostenía cayó al suelo con un sonido sordo, mientras su cuerpo se tensaba por la rabia y la impotencia.
"Él... nos la arrebató, Bell...".
Finalizó la peliplateada sollozando y perdiendo el conocimiento.
El albino permaneció firme cubriéndola, negándose a dejarla sola a pesar de que el causante de su sufrimiento estaba al alcance de sus manos. No podía permitirse abandonarla en ese estado, sin la certeza de que estaría segura.
Fue entonces que la voz grave de Ottar resonó desde detrás de él, rompiendo el silencio tenso.
"Si no la vas a ayudar, quítate".
Dijo el imponente Boaz.
Vio a "El rey" acercándose, acompañado por Hedin, el elfo de mirada severa a quien le decía "Maestro".
Avanzaron con determinación hacia Freya, la preocupación por su diosa evidente en sus rostros.
Ottar, sin perder tiempo, se inclinó y la levantó con facilidad, como si no pesara más que una pluma. La diosa, agotada y herida, dejó que su cuerpo descansara en los brazos del capitán de su familia.
Hedin, mientras tanto, se ajustó los lentes con un gesto meticuloso.
"Tienes una tarea que hacer, ¿no es así? ¿O ya la cumpliste?".
Preguntó, indicándole a su estudiante que atara los cabos sobrantes.
Este último negó lentamente.
"No... aún queda una cosa que he de hacer, Sensei...".
Respondió a la vez que su mirada se endurecía, dispuesto a hacer lo que sea necesario.
Deshaciéndose de cualquier duda o carga, dio un paso al frente, listo para enfrentarse a lo que viniera. Cumpliría su promesa, que terminaría lo que había empezado de una vez por todas.
La silueta de Enyo, quien de alguna manera logró salvarse de la explosión, se asomó entre la espesa nube de polvo, ansioso por ver a sus víctimas. Sus labios comenzaban a dibujar una sonrisa de satisfacción, pero su expresión cambió al instante cuando el héroe que arruinó sus planes un principio apareció frente a él, interponiéndose en su campo de visión.
*¡PUUUUUM!*
"¡PUAH!"
Un fuerte golpe impactó en su abdomen antes de siquiera reaccionar, lanzándolo hacia atrás con violencia y mandándolo a volar hacia la pila de escombros. La fuerza del impacto resonó en el aire, dejando boquiabiertos a los que observaban la escena.
"No... no volverás a causar problemas...".
Advirtió el atacante a quien poco a poco se le opacaban los ojos.
El rubio, aún aturdido, trató de levantarse, intentando procesar lo que acababa de suceder.
"¿Qué demonios? ¿Cómo es que... ninguno murió...?".
*¡PUUUUUUUM!*
Balbuceó, sin terminar su pregunta.
Los pies del amenazante aventurero se posaron con fuerza delante suyo, y antes de que pudiera recuperar el equilibrio, una patada certera lo mandó a volar nuevamente, haciendo que su cuerpo rodara por el suelo.
"¡T-Tú...!".
Dionysus, restándole importancia a su grave estado físico, el cual fue el resultado de haber sido alcanzado por la explosión anterior, lo señaló con fiereza y enojo.
El dedo cortado a la mitad lo apuntó a pesar de poseer la misma longitud que el resto sin distender.
"¡POR TU CULPA MIS PLANES SE ARRUINARON!".
Declaró, casi escupiendo ese reclamo que lo llenaba de cólera y rencor.
"¡DESDE QUE APARECISTE EN LA MALDITA CIUDAD, LAS COSAS HAN CAMBIADO!".
Se arrastró de espaldas para separarse de él y ponerse de pie, encarándolo ante la gélida mirada del albino, quien no articulaba movimiento ni gesticulaba palabra.
"¡PRIMERO INTERFERISTE EN MI SOCIEDAD CON ISHTAR! ¡DESPUÉS ASESINASTE A JURA! ¡PROTEGISTE A ESA MALDITA ELFO DE ASTREA Y AHORA ASESINASTE AL NIDHOGG! ¡¿QUÉ MIERDA TE HACE TAN ESPECIAL, MOCOSO?! ¡EN TODO LO QUE TE INVOLUCRAS ME PERJUDICAS! ¡¿CÓMO TE HICISTE TAN FUERTE?!".
Estaba rojo de la furia. Gritaba incesantemente sin detenimiento, sacando hasta la última pizca de aire de sus pulmones, trayendo como consecuencia que las venas de su frente se inflaran y sus ojos se enrojecieran, casi saliéndose de sus cuencas.
Sin embargo... el conejo no desistió en su silencio.
Volteó la cabeza sobre su hombro, observando lo que sucedía detrás suyo.
Miró a Cassandra curando a Loki y Chloe, a Lili dándole pociones a Lunoire y Demeter, Heith activando su magia para sanar a Hestia, Hermes y Asfi, quienes estaban cerca suyo. Eso sin contar que Freya estaba siendo atendida por Ottar y Hedin, quienes apresuraron el paso hacia donde la pelirroja de coletas estaba para que la trataran al terminar el resto de su trabajo.
Una sensación de vacío se formó en su abdomen. Su mente divagaba y la cabeza le daba vueltas en un claro mareo que no desembocaría en desmayo.
Muchas personas a las que quiere y estima estuvieron cercanos a la muerte. Varios de ellos desde antes de este acto suicida en la mansión de trigo.
¿Cuánta gente perdió la vida por culpa del dios delante suyo? ¿Qué cantidad de amigos, conocidos, familiares, seres queridos, se perdieron por sus actos, su maldad... su aburrimiento?
No lo podía saber.
Regresó su cabeza al sitio que le corresponde, enderezando la espalda y viendo desde abajo al rubio.
"Estuvo en mis manos evitar esto y decidí que mi venganza me consumiera. Si no hubiese peleado directamente contra el Nidhogg y lo acababa de un golpe como se estipuló... ¿Kami-Sama estaría bien? ¿No habría resultado herida? Los demás... no sufrirían por mi ineptitud y necedad a enfrentarlo mano a mano".
Cabizbajo, expresó. El arrepentimiento que la arrogancia de sus actos le tenia fungía como una pesada loza encima en sus hombros.
"¿Qué carajo balbuceas?".
El dios estiró a mano, queriendo agarrarlo del cuello de la camisa, pero...
Su muñeca fue sujetada firmemente, estrujándola y haciendo que los huesos chocaran, proporcionándole un fuerte dolor.
"¡Tch!".
Chasqueó la lengua y trató de soltarse.
"Yo no permitiré que haya más vidas en riesgo por mi culpa... y por la tuya...".
Bell lo encaró. El rojo de sus ojos se volvió completamente opaco. Decidió sucumbir al odio.
Un helado y escalofrío de penumbra y muerte le subió en la espalda a la deidad, trayéndole un mal presagio.
"Te mataré... y contigo a Evilus...".
Ese aviso resonó en el silencio del amanecer, carente de calidez, amabilidad, reproche, tristeza, enojo o cualquier sentimiento humano que caracterizara al remitente del mensaje.
Una sonrisa arrogante, pero temerosa se dibujó en Dionysus, quien no lo tomaba en serio.
"No me engañas, mocoso ¡Tch! Tú eres un aspirante a héroe con una estúpida moral que te limita ¡Te ata! Y ambos sabemos que el sueño que tanto deseas alcanzar te impide acabar con la vida de un dios".
Se mofó, creyendo que las amenazas eran vacías y sin fundamento, solo tratando de infundirle miedo. Pero...
"¡AGH!".
Su muñeca fue aplastada nuevamente. Solo él se creyó esa pobre excusa.
"Quien te matará no será Bell Cranel. Será el padre de Noel, en venganza por arrebatarle su felicidad".
Los huesos continuaron crujiendo y casi rompiéndose.
Tal y como dijo, quien hablaba no era el albino que añora convertirse en un héroe, no... era un hombre roto y harto de las desfavorables circunstancias.
Una llama oscura crecía en su interior. La versión distorsionada de lo que aspiraba se presentaba, dispuesto a cruzar la línea, impulsado por la pena.
Efectivamente, no era el héroe misericordioso que idealizaba... era un vengador sediento de sangre, capturando a su presa.
Y... esto fue notado por Enyo, quien, en sus bastos años de existencia, en los miles de millones de años que ha sido un ser viviente, sintió aquello con lo que los humanos, débiles, mortales y frágiles lidian a diario... miedo.
Sus pies se tambalearon. La arrogancia y narcisismo que decoraba su cara se esfumó, reemplazándola una mueca de dolor e inquietud.
"Impones tus deseos en los débiles. Manipulas las esperanzas y sueños de los niños... pones fin a las vidas como si de un mero juego se tratase, indiscriminadamente...".
Aún en su versión oscura, mantenía una llama de empatía por los demás, mostrándose indignado por lo que tuvieron que pasar. Era un grito lejano de su alma, buscando mantener su humanidad.
Lucía agotado... cansado...
"¿Y-Y qué con eso? ¡Tú también impones tus ideales!".
Temblando del miedo, siendo manifestado en su respuesta, el rubio replicó.
"Sí, he de admitir que soné hipócrita".
Para sorpresa suya, el albino estuvo de acuerdo.
"Quisiera negarlo, pero definitivamente esa es la realidad. Claro, odio la sola idea de ser semejante en cualquier aspecto a ti, me produce repulsión el considerarlo, no obstante, las cosas son así".
Añadió este, sin detenerse.
Sus puños estaban cerrados con tal fuerza que sus uñas se clavaban en la piel. La sangre que antes brotaba de su labio partido se había detenido, dejando solo una mancha seca. La cicatriz que cruzaba su rostro estaba cerrada. Las quemaduras que marcaban su cuerpo, que deberían haberle causado un dolor insoportable, se volvieron insignificantes. Ya no las sentía; el fuego de su ira las había apagado.
En ese estado, en el que la muerte era más cercana que el asesinato, era extremadamente intimidante, haciendo que la deidad tragara, nervioso.
"Somos dos lados de la misma moneda. Opuestos".
Vociferó.
Se vieron fijamente y la inhumana expresión en el muchacho heló la sangre del dios, agravando los síntomas mencionados con anterioridad.
"Tú y tu gente quebrantan la paz sin importarles quien resulte herido o muerto. Yo en cambio, anhelo esa paz que buscan alterar, procurando a los inocentes".
"Soy fiel creyente de que hay bondad en todos, pero en ti... no. ¿En verdad piensas firmemente que tus actos están justificados? ¿En qué instante de tu mísera existencia perdiste la empatía hacia otros seres vivos, agrandando tu egoísmo?".
Estas preguntas no se dirigían a nadie en particular. Eran emitidas al aire sin aspirar a una resolución.
"Gracias a ti comprendí que en escoria como tú no hay que buscarle lógica a sus acciones. Es una mera pérdida de tiempo. Lo mejor es... cortar de raíz con la hierba mala".
El rojo de la opaca iris brilló otra vez.
Por su mente transcurrió la penumbra que ha presenciado.
La tristeza de Lefiya.
El sufrimiento de Bete.
La intranquilidad de los jóvenes en el orfanato que ha visitado últimamente.
La desesperanza de Haruhime.
El odio de Ryuu.
Los llantos de Syr y Noel...
Todo esto era acompañado de una figura responsable y que debía pagar.
"¿Q-Qué quieres decir? Ambos sabemos que antes de que me toques, regresaré a Tenkai. ¿Quieres hacerte un héroe vengador? No podrás... ¡NO HAY FORMA DE QUE LO LOGRES! ¡YO REGRESARÉ A TENKAI SIN PAGAR POR NADA DE LO QUE HAGA AQUÍ!".
Vociferó Dionysus, intentando ocultar el pánico.
Antes de que pudiera decir más, un fuerte puñetazo lo impactó de lleno.
*¡PUM!*
*¡CRASH!*
El golpe fue tan violento que su cuerpo atravesó las paredes una tras otra, destrozándolas con el impacto hasta que finalmente frenó su velocidad, chocando contra un muro más resistente.
Dionysus comenzó a toser, sintiendo el sabor metálico de la sangre en su boca. Un rastro carmesí brotaba de su nuca, mezclándose con la suciedad y el polvo que lo rodeaba. El daño físico no se comparaba al destrozo en esa seguridad que alguna vez tuvo.
El albino volvió a acercarse, sus pasos resonaban con pesadez. Se inclinó ligeramente, observándolo desde arriba, y lo miró con una mezcla de lástima y desprecio.
"Le tienes miedo a la muerte... al olvido... Si de verdad quisieras regresar a Tenkai, lo habrías hecho desde el primer minuto. Pero no lo hiciste. Tú... temes ser un mero mal recuerdo, un ser mundano, alguien que jamás logró nada... y te prometo por mi vida que así será".
Dijo, desprovisto de compasión.
Las palabras del albino penetraron como puñales en la psique del rubio. El terror impregnó cada fibra de su ser al sentirse descubierto, su máscara de arrogancia se derrumbaba en pedazos.
Empezó a temblar sin detenimiento, como si el mero acto de mantenerse erguido requiriera un esfuerzo sobrehumano. La certeza de su insignificancia, de que su existencia podría desvanecerse, lo consumía por completo, dejándolo en un estado de parálisis severa.
El campo destrozado, cubierto de escombros incandescentes, comenzó a teñirse de blanco cuando la nieve empezó a caer suavemente desde el cielo oscuro. Cada copo, delicado y frío, se posaba sobre las ruinas, apagando los rescoldos ardientes, creando un contraste casi irreal entre la destrucción y la serenidad.
El aventurero, de pie en medio de la devastación, sintió la nieve tocando su piel, aliviando momentáneamente su cuerpo agotado y herido. El frío calmaba su agitado corazón, proporcionando un respiro en medio de tanto caos. Pero a pesar del gélido consuelo, los deseos de venganza que lo controlaba ardía sin que la nieve los pudiese sofocar.
"Por primera vez puedo decir genuinamente que... odio a alguien".
"Aléjate... ¡Aléjate de mí!".
Gritó Enyo, intentando arrastrarse hacia atrás, buscando desesperadamente una salida. Pero su espalda chocó contra la fría pared de piedra, dejándolo sin escapatoria.
Estaba claro, él tenía razón. No quería morir, no quería regresar a Tenkai.
La seguridad de su victoria lo hizo incapaz de concebir este escenario.
"Me hiciste entender que la vida no es color de rosas. Te agradezco por eso, pero has causado tanto mal a muchas personas... y eso no te lo voy a perdonar porque, después de todo, te metiste con mi familia"
El albino hizo crujir los huesos de sus nudillos. Era como si estuviera reuniendo cada gramo de fuerza que le quedaba, a pesar del agotamiento extremo que pesaba sobre él después de su batalla anterior.
El campo de batalla estaba vacío, sin ningún testigo que interrumpiera lo que estaba a punto de suceder. La nieve seguía cayendo, pero su toque frío no podía detenerlo.
No había lugar al que correr, ni poder divino que salvara al rubio de lo que estaba por venir.
A la distancia, a unos cuantos metros, los hijos de Freya, "El Rey" Ottar y "Hildrsleif" Hedin Selland estaban en completa impresión por el giro de acontecimientos y la nueva personalidad que el conejo recién adoptaba para afrontar la furia que lo cegaba de lo correcto moralmente hablando.
"No me opongo a que asesine al bastardo que hirió a nuestra diosa, pero no me imaginaba que quien tomara partido fuese él".
El elfo agudizó la mirada, levantando la ceja aún cruzado de brazos tras tapar el tubo de vidrio que contenía la poción de curación con la que aliviaron las heridas de la peliplateada, la cual en un principio estaba destinada para el albino, no obstante, esta no pudo ser entregada porque él emprendió el viaje sin descanso alguno hacia donde se hallaban.
"Así que a esto se refería cuando dijo que le quedaba una cosa por hacer".
El estoico e imperturbable boaz comentó. No podía quitarle el ojo de encima porque la actitud del mismo le resultaba familiar.
Esa desoladora sed de sangre. La llama oscura del egoísmo y el odio lo consumía, tal y como le sucedió en su tiempo.
"La razón por la que peleó mano a mano en contra del Nidhogg fue para probarse a sí mismo y desatar la ira. ¡Maldito idiota, si matabas a esa cosa de un golpe esto no hubiese sucedido!".
El agarre en el báculo de Hedin se sacudió, reclamando la ineptitud y resentimiento de su estudiante, el cual causó indirectamente el incidente de la mansión de trigo y los heridos en este.
A consecuencia del intercambio de opiniones entre el par de aventureros y las réplicas subidas de tono del elfo, el descanso de Freya fue perturbado, provocando que lentamente, sus hermosos y cansados ojos morados se abrieran, despegando esas finas y largas pestañas plateadas.
"¿Q-Qué es lo que pasa...?".
Murmuró Freya, apenas despierta, mientras su visión borrosa trataba de enfocar su entorno.
"Por favor, no se esfuerce demasiado, mi señora. Aunque hemos curado la mayoría de sus heridas, algunas aún no han cerrado del todo".
Pidió Ottar, manteniéndose firme en su agarre para que no se bajara de sus brazos, pero ella desestimó el consejo e insistió con una voz entrecortada.
"Eso no importa... bájame".
Aún mareada, su vista se dirigió hacia la figura del joven a varios metros de distancia. Sin embargo, antes de poder comprender lo que estaba viendo, un grito desesperado resonó en el aire:
"¡Detente!"
El patético grito, casi suplicante, que resonaba en el silencio ominoso, provino de Enyo, sacándola de su trance, despertando del aturdimiento.
"¿Bell? ¿Qué pasa con él?".
Se cuestionó.
Forzó su mirada hacia donde estaba el joven y cuando lo miró fijamente, no pudo ocultar su impresión. El Bell que veía no era el mismo joven que ella conocía. Había algo oscuro y feroz en su postura, una sombra en su mirada que nunca antes había presenciado.
El tenue púrpura de su iris emitió un brillo, indagando en el interior del joven, husmeando en el alma blanca que tanto amaba de él. Cuando lo hizo, una sensación de vacío la abordó.
"Su alma... está manchada...".
Musitó con preocupación, al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. En su visión, que siempre le había permitido ver el alma de las personas como un hermoso fuego, vio algo que la perturbó profundamente. La llama blanca y pura que representaba el alma de Bell, esa luz que tanto admiraba, estaba siendo contaminada. Una llama negra y asquerosa comenzaba a surgir en su interior, diminuta al principio, pero creciendo más y más a medida que la distancia entre ambos se reducía.
El terror se apoderó de ella al ver cómo esa oscuridad amenazaba con consumirlo. Era como si cada paso que daba hacia su enemigo, cada momento en que la ira se apoderaba más de su ser, aquella negrura se expandía, envolviendo el resplandor que tanto la había atraído.
Sacudió la cabeza con desesperación, intentando negar lo que estaba viendo, pero la visión no cambiaba. La pureza de su amado Odr estaba en peligro y podría perderla para siempre, no solo en cuerpo, sino en espíritu.
No obstante, un debate interno se originó en su subconsciente.
Ella quería que el albino acabara con la vida de quien tanto daño les ha hecho, de quien hirió y torturó a su amada hija. No obstante, el precio ya ha sido revelado.
No puedes obtener algo sin perder otra cosa.
"No es como si no lo mereciera... él nos ha infligido tanto dolor".
Susurró, en un pobre intento de convencerse de que era lo correcto. Pero en el fondo sabía que no era verdad, ella comprendía que ese no era el modo en que su Odr arreglaría las cosas.
Una sonrisa trémula apareció en sus labios, apenas visible, como un reflejo de su lucha interna.
"Noel habría querido esto. Habría deseado vengarse de aquellos que le hicieron sufrir".
Añadió amargamente.
"¿Estás realmente segura de eso, Freya-sama?"
Inquirió Ottar, penetrando con la mirada en busca de la verdad en los de su diosa, sembrando una chispa de duda en su convicción.
"Si lo mata, ya no habrá retorno".
Señaló Hedin con desinterés fingido cuando en realidad era evidente su inquietud, aunque no se atrevía a interferir directamente.
La mirada de la diosa se apagó, sus ojos adoptaron una tonalidad gris, reflejo de su verdadera naturaleza, su verdadero ser.
Sus dedos se hundieron en su propio brazo, marcando la piel mientras la tensión la invadía.
"No encuentro nada de malo en ello. Esto es lo que debe suceder".
Declaró con una seriedad imperturbable, reacia al camino de la venganza, aceptando que el acto final se llevara a cabo.
"Freya-Sama, usted sabe perfectamente que no es así".
La voz de una cuarta persona, una mujer, hizo acto de presencia a espaldas del trío, quienes voltearon a su dirección instintivamente, dando con la identidad de la misma en el proceso.
"Helun".
La susodicha la nombró, sorprendida por verla ahí.
"Compartimos pensamientos y emociones, felicidad y penas, así que ahora le pido que por un momento deje de pensar en sí misma y vea el panorama completo. Observe en su interior y busque entre sus deseos más anhelados lo que en verdad añora, porque de seguir así eso será lo que perderá".
Pidió la asistente de la diosa, ya enfrente de ella e intercambiando miradas.
Freya se puso a la defensiva, inclinando la espalda hacia atrás, negándose a realizar la solicitud, mordiendo su labio inferior. Su seguridad vaciló. En este mundo, no hay nadie que sepa más sobre sí misma que Helun, pero se negaba aceptar que tuviese razón.
"No es necesario...".
Respondió, dándole la espalda, intentando convencerse de sus propias palabras.
Al girarse, su mirada volvió a enfocarse en la escena que se desarrollaba con los dos hombres como protagonistas. El tiempo parecía ralentizarse, como si cada segundo se alargara indefinidamente.
Observó cómo el alma de Bell, se iba oscureciendo, corrompiéndose poco a poco de la misma manera en que había consumido su propio corazón en el pasado.
Si llevaba a cabo su venganza, ¿acaso quedaría algo de la bondad que alguna vez lo definió? La oscuridad podría borrar por completo la luz.
¿Realmente estaba dispuesta a permitir que eso sucediera? ¿Podría soportar la idea de que su amado Odr se perdiera en la misma oscuridad que había marcado su existencia? La duda se aferraba a su corazón, cada vez más fuerte, haciendo tambalear la firmeza de su resolución.
"¿Y qué se supone que deba hacer? Para Bell, en este momento, lo único que importa es vengar a Noel... aunque intervenga, no cambiará nada. Menos siendo quien soy ahora...".
Dijo, impotente.
Se abrazó a sí misma, como si intentara protegerse del frío odio que sentía por su propia apariencia, por su incapacidad. En esta forma, en la de la diosa sin ningún vínculo especial con su amado, no podría alcanzarlo ni detenerlo.
Pequeñas lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, cada una cayendo con el peso del desprecio que sentía hacia sí misma. Odió su apariencia, odió su debilidad... odió no ser suficiente para salvarlo de la oscuridad que lo consumía.
"Freya-sama quizás no puede hacer nada... pero tal vez la pequeña Syr, la mujer a la que le prometió proteger, pueda hacerle entrar en razón".
Sugirió Helun. Aunque dudaba, su plan tenía sentido, y confiaba en que era la única opción.
"Y se equivoca rotundamente, Freya-sama. Ahora mismo, Bell ruega por ayuda. En lo más profundo de su ser, él desea ser detenido, tal como usted lo deseaba mientras se dirigía hacia Enyo minutos atrás. Ninguno de los dos es una mala persona, solo... son personas rotas dando un grito ahogado y desesperado, un grito de auxilio con la esperanza de que alguien les extienda la mano y los rescate de esa oscuridad. Lo sé porque... he estado en ese lugar antes de conocerla, Freya-sama. Sea esa luz para Bell. ¡Evite que el padre que Noel creyó que él era desaparezca para siempre!".
Rogó, levantando la voz.
"¡Conviértase en la mujer que anhela ser cuando se reencuentren!".
Añadió a su súplica, empujando a Freya a actuar antes de que fuera demasiado tarde.
Las lágrimas caían en cascada por las mejillas de Freya, inundando su rostro con una tristeza que parecía no tener fin.
"Freya no puede arreglar esto. Hestia tampoco podrá. Solo tú, la verdadera tú, lo logrará... ¡Así que hazlo!".
Exclamó Ottar, alzando la voz a su diosa por primera vez.
Ella, con la mirada vacía, bajó la cabeza, sumida en un mar de incertidumbre, atrapada en un dilema que la dejaba paralizada. No sabía cómo proceder, el peso de la situación la tenía en jaque.
"¡LE PROMETIÓ QUE AMBOS SE CUIDARÍAN ENTRE SÍ! ¡ESO TAMBIÉN SIGNIFICA QUE USTED DEBE PROTEGERLO DE SÍ MISMO!".
Gritó la asistente, cargada de una vehemencia que resonó en lo más profundo del corazón de la diosa, haciéndola reaccionar.
De pronto, algo dentro de ella se despertó, y sin que pudiera controlarlo, su cuerpo comenzó a moverse por cuenta propia, guiado por una fuerza interna que la empujaba a cumplir con su promesa.
"Yo... ¡YO TAMBIÉN QUIERO PROTEGERTE, BELL!".
Gritó, derramando las lágrimas de su pesado llanto, que eran empujadas por el aire hacia atrás ante la velocidad a la que corría.
Agitada, con el corazón latiendo a mil por hora y solo borrosa a lo lejos la espalda de su amado, su todo, su Odr, su... Bell, prosiguió su andar.
El retumbar de su palpitaciones la ensordecían. Las gotas que desbordaban sus párpados la cegaban sin embargo, algo en lo profundo de su ser la guiaba por el camino correcto, evitando los contratiempos.
Un instinto natural, un vínculo inquebrantable.
Su apariencia empezó a cambiar.
(¡QUIERO SEGUIR VIÉNDOLO SONREÍR SINCERAMENTE! ¡DESEO COMPARTIR MI FELICIDAD CONTIGO! Añoro...).
Esos ojos morados volvieron a ser grises.
Su estatura se redujo. Su cabello decreció en longitud.
"Hasta nunca, Enyo".
Declaro el albino con firmeza, extendiendo la mano y inflando el pecho mientras se preparaba para un acto decisivo.
Pequeñas brazas empezaron a emerger de su palma, transformándose en una llama negra como la noche. La luz que antes era blanca, símbolo de su habilidad, se tornaba ahora en un negro azabache, reflejo del fuego oscuro que consumía su interior. El poder se acumulaba, listo para desencadenar la devastación final.
"Yo añoro... ¡QUE SEAMOS LAS PERSONAS QUE NUESTRA HIJA VIO EN NOSOTROS!".
Vociferó, adoptando su forma real, la que tanto deseaba ser en realidad, sin el yugo de la diosa de la belleza sobre sus hombros. Era la manifestación de sus más puros y sinceros anhelos.
"¡POR FAVOR NO LO HAGAS!".
En un grito desesperado, se lanzó a la espalda del albino, rodeándola con fuerza en un abrazo restrictivo que frenaba cualquier acción que el conejo intentara realizar.
"No... ¡No me quites a mi Odr!".
Finalizó suplicante y sumamente triste, presionando sus párpados en contra de sus ojos y volviendo a intensificar su llanto.
Créditos a mi buen amigo @Kuri129 por el grandioso dibujo.
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Bueno, hasta aquí el capítulo de hoy, espero que sea de su agrado y dejen su apoyo a este nuevo fanfic.
En fin, déjenme sus opiniones respecto a la historia y si les gusta como se va encaminando.
¿Cómo estuvo el capítulo? ¿Sí les gustó?
Buzón de sugerencias/opiniones/comentarios.
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