CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 3
Lucían:
Había caído la noche y con ella comenzaba mi tormento. Las imágenes se repetían en mi cabeza como una maldita película de terror... sangre, llanto, gritos... más y más sangre.
Los gritos y el llanto se oían tan nítidos... los lamentos y sollozos tan cercanos... Tome mechones de mi cabello con fuerza jalándolo mientras tapaba mis oídos, quería que las voces se callaran.
Estaba en cuclillas con la espalda pegada a la pared sosteniendo mi cabeza entre mis manos, mientras jalaba mi cabello lleno de frustración. «Que se callen ya, ¡carajo!»
Pero los gritos y el llanto no cesan, los sollozos de una mujer llaman mi atención y su figura cubierta de sangre frente a mí...
—Es tu culpa... todo fue tu culpa Cassiano...— «Esa voz en mi cabeza no se callaba»
Todas las malditas noches se me aparecía la misma mujer, cubierta de sangre.
—Fue tu culpa...—susurró —tú... diablo, tu me asesinaste—
«¡No, no, no! ¡Cállate! »
Me sonrió con la mirada cargada de odio y su rostro ensangrentado.
—Tu eres destrucción, tus manos tienen sangre, estás maldito Diablo- siseo.
Baje la mirada y mis manos... estaban teñidas de rojo carmesí. La sangre goteaba entre mis dedos... «¿Que carajo? »
La mujer sonrió alzando el mentón llena de soberbia, su mirada despectiva clavada en mi.
—Maldito...—siseo. —Estás maldito... —
Pegué mi espalda más a la fría pared, golpeé la parte trasera de mi cabeza una y otra vez contra la dura superficie, tratando de callar esa maldita voz. Mientras jalaba mi cabello con saña, desesperado por callar las voces.
De un momento a otro las voces desaparecieron. Y el suave aroma a vainilla seguido de una calidez envolvió mis manos apartándolas con delicadeza de mi cabeza. Ese aroma... me resultaba tan familiar...
—Shhh, tranquilo. Todo está bien. ¡Hey... Lucían! Mírame... — susurro esa dulce voz.
Intenté apartarme pero sus manos sujetaron fuertemente las mías, desenredando por completo los dedos de mi cabello y apartándolas de mi cabeza.
—Lucían... soy yo... Amelia... mírame por favor- Suplico y alce la vista lentamente.
Reconocía aquella voz, no era necesario escuchar su nombre para saber de quién se trataba.
Al fin mis ojos se posaron en su rostro; parpadee un par de veces y mire a mi alrededor. No había nadie más allí, a excepción de la joven de ojos almendra que me observaba con la mirada preocupada.
La misma que día tras día se adentraba en este asqueroso y sucio callejón para darme de comer. Cada día... durante meses... Ella... venía día tras día, lloviese o no, siempre venía.
Me daba alimentos y se preocupaba por mí, aún cuando yo no pronunciaba palabra alguna, aunque ella intentaba entablar conversación sin éxito, pero eso no la detuvo nunca.
No solo seguía trayéndome comida caliente, sino que también compartía su tiempo conmigo, aún ante mí negativa para hablarle, ella simplemente se sentaba a mi lado. Me contaba sobre su día, su trabajo, sus estudios y sobre su amiga.
Me leía libros y me acompañaba hasta que terminaba la comida que me traía, en ocasiones traía como compañía adicional algún perro del refugio donde según mencionó había sido voluntaria y a veces iba a ayudar.
No podía evitar a menudo preguntarme cómo alguien así de puro tenía interés en alguien como yo. Como ahora, cuando sostiene mis manos con fuerza evitando que me arranque el cuero cabelludo de la cabeza.
—Hey ... Lucían... mírame, estoy aquí contigo ¿si?. Puedes confiar en mí. —Sus ojos buscaron los míos y aparte la mirada al ver sus ojos llorosos. Sus manos aún sostenían las mías.
Aleje mis manos de las de ella y el gesto hizo que mirara sus manos que ya no hacían contacto con las mías. Estaba de rodillas frente a mí, su mano temblorosa acuno mi mejilla con ternura. Y no pude evitar cerrar los ojos ante el suave calor de su mano tocando mi piel.
La miré nuevamente por un segundo y aparté su mano de mi rostro, con cuidado de no hacerle daño. Parecía tan frágil y delicada, alguien como yo no merecía estar cerca de tan hermoso ángel.
Me puse de pie y ella dejó escapar un suspiro largo, pero también se incorporó, tomó una bolsa de papel que traía con ella y me la extendió.
—Solo venía a traerte algunos bocadillos y una soda— Intentó sonreír mientras me extendía la bolsa que tenía en sus manos.
Inclinó su cabeza y me evaluó unos segundos intentando descifrar qué pasaba conmigo, como si quisiera decir o preguntar algo y no se atreviera... «Pero era Amelia... claro que lo intentaría.»
—Lucían... habla conmigo, porfavor... yo solo... —Hablo bajando la cabeza.—Solo... dime, ¿cómo puedo ayudarte? Puedes confiar en mí. Lo sabes.— Su voz se quebró y me odie por hacerla sentirse triste, pero ni siquiera yo mismo sabía que pasaba en mi cabeza, todo era muy confuso últimamente.
Sus ojos estaban empañados y pude ver que pronto comenzaría a llorar. La idea de verla llorar me molestaba y más aún cuando era yo el motivo de sus lágrimas.
Ella siempre había estado para mí, era la única persona que me trataba como un ser humano y se preocupaba de verdad.
Podría apostar que me tenía cierto aprecio y no podía mentirme... sabía que yo era un hijo de puta, podía sentir el mal dentro de mi... la bestia arañando por salir... pero la idea de lastimarla a ella de cualquier forma me rompía por dentro.
Extendí mi mano cauteloso y acaricie su mejilla, arrastrando con mis nudillos una solitaria lágrima que caía por su rostro.
Ese gesto me tomó por sorpresa, fue completamente involuntario y pude notar que a ella también le sorprendió mi actitud. Porque palideció ante mi tacto, pero no retrocedió, ni me alejo. Ni siquiera vaciló.
Fruncí el ceño confundido... «¿Que me pasaba con esta chica? »
Aparte mi mano y tome lo que me trajo , asentí como señal de agradecimiento y mire en dirección a la salida del callejón para que entendiera que debía irse.
«Ya habia oscurecido y era peligroso que estuviera aquí.»
Voltee sobre mis talones para entrar en la pequeña tienda improvisada donde dormía. Mire por encima de mi hombro y la vi marcharse sin pronunciar palabra alguna.
Cuando estaba lo suficientemente lejos como para escucharme, susurre...
—Gracias mi Ángel.—Susurre.
Si bien no recordaba nada de mi pasado, tenía claro que no era bueno, no era una buena persona o no lo había sido. Todo dentro de mí gritaba peligro. Y no solo por lo amenazante que me veía por fuera con todos los tatuajes que adornaban mi cuerpo, sino porque mi mente no estaba bien... algo no estaba nada bien conmigo.
Y algo en mi interior me gritaba que era peligroso y aún más cuando perdía el control como venía pasando últimamente.
No podía permitirme perder el control así frente a ella, yo era nocivo para Amelia. No sabía exactamente cuánto, pero lo era y no entendía como ella no lo veía, como no me temía. Pero no la pondría en peligro, no a la única persona que se preocupaba por mi.
Yo era destrucción, estaba jodido por dentro y por fuera. Y lo había confirmado más que nunca en este último mes, donde me dejé llevar por mis instintos primitivos... cuando el odio se apoderaba de mi sin razón alguna y los ataques de ira me agobiaban al igual que las visiones tan nítidas. Donde había gente ensangrentada, caos y mis manos llenas de sangre. El odio y la necesidad de sangre me consumían.
Deje la bolsa que me trajo Amelia, mire para los lados a mi alrededor asegurándome de que nadie me seguía y me dirigí rumbo al único lugar donde podía liberar la tensión, donde podía liberar a la bestia que llevaba dentro y mostrarme como lo que soy... Un asesino.
Camine por varias calles, la ciudad a esta hora de la noche estaba desierta. El frío de la noche hacía que las personas no deambularan y para ser honesto la zona a donde me dirigía solo había dos clases de individuos: delincuentes o drogadictos.
Atravesé el callejón infestado de gente drogada y borracha que dormía despreocupada en cualquier rincón. Gire a la derecha y camine varios metros, hasta que me adentre más a la zona de las fábricas abandonadas, ya estaba cerca.
El murmullo de gente se escuchaba cada vez más cerca, el humo y el olor a licor inundaron mis fosas nasales, cuando me adentre a la parte trasera de la fábrica abandonada. Donde se desarrollaban las peleas clandestinas en las que venía siendo participe muy seguido el último mes.
El bullicio de gente me recibió, había una gran jaula en medio de la multitud y dentro un improvisado ring de peleas. Aquí no habían reglas...
Matas o te matan. Ganas o te ganan. Y aquí no solo se pierde dinero, se pierde la vida. Y yo no venía a perder.
Me aproxime a la jaula observando a mi contrincante que ya estaba de pie amenazante esperando por mi. El suelo estaba sucio de sangre vieja y otros fluidos. Mi contrincante me observaba con determinación y un brillo asesino en su mirada. Deseoso por acabar conmigo.
Los gritos no se hicieron esperar, la gente enloquecía aclamando la pelea y haciendo sus apuestas. Me abrí paso entre las personas dirigiéndome a mi contrincante que me sonreía con soberbia desde la altura de la jaula. «Si solo supiera que no saldrá de ahí .»
Sonreí para mis adentros. Había muchos motivos por los que las personas venían a ver estas peleas... por gusto, por dinero o quien sabe que... y con los peleadores pasaba lo mismo.
Muchos lo hacían por reconocimiento, otros por dinero, pero para mi esto iba más allá del dinero... yo ... lo hacía por placer.
Me encantaba el sonido de una mandíbula rota entre mis manos, la sangre que derramaba, me hacia sentir... poderoso.
Como si liberará una bestia hambrienta y furiosa que cargaba dentro de mi. Y lo mejor era que no lastimaba a inocentes, todos aquí éramos culpables de algo.
Asesinos, violadores, ladrones. Aquí habia de todo, nadie era santo de mi devoción, éramos todos pecadores y aquí... yo era el demonio. Uno que solo quería hacer arder el infierno en el que estaba.
✨️Muchas gracias por leer. ✨️
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