Capítulo 59
Hiroshi recargó su arma y siguió adentrándose en la residencia de los Miyasawa, dejando tres cadáveres a su espalda. Sabía que no sería una tarea sencilla, pero estaba decidido a no dejar a ninguno de esos bastardos con vida.
Un disparo salido de la nada lo hirió en el brazo izquierdo. Sintió un dolor desgarrador, pero se ocultó con rapidez tras una de las columnas que formaban la decoración y comenzó a devolverle el fuego a sus enemigos. Había varios hombres, por lo que no le sería tan fácil llegar hasta el líder de la familia. Sin embargo, no podía detenerse. Disparó hasta vaciar su arma una vez más, logrando derribar a otros dos que habían salido de la casa.
Respiró profundo obviando la herida en su brazo y continuó avanzando hasta llegar a unas escaleras. Comenzó a subirlas con cautela, con su dedo sobre el gatillo, pero el sonido de otro disparo hizo que se volteara de repente y viera a uno de los Miyasawa abatido en el suelo.
Él ni siquiera había percibido la amenaza, así que alguien más había le había disparado. Le tomo solo un instante ver a Astrid, que temblaba horrorizada luego de haber derribado al hombre al pie de las escaleras.
—¿Astrid? —le preguntó, asombrado—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Vuelve al auto!
—¡Te dije que no te dejaría solo! —le gritó ella—. ¡Vámonos de aquí! Esto es una locura, Hiroshi, salgamos aho... ¡Cuidado!
El grito de la chica lo alertó justo a tiempo para esquivar un disparo y derribar a otro hombre que salió de una de las habitaciones. Otros dos le siguieron y el fuego cruzado era constante. Sin embargo, lo que más le preocupaba era Astrid; ella no era totalmente capaz de defenderse y estaba metida justo en medio de aquel infierno.
—¡Astrid! —la llamó en cuanto pudo hacerlo—. ¡Ven aquí!
Era tan jodidamente testaruda que no se marcharía, así que lo mejor era mantenerla cerca.
La chica subió corriendo las escaleras sin dejar de temblar por el miedo, y su rostro se contraía cada vez que veía un cadáver. Él la tomó de la mano y continuó avanzando por las habitaciones.
Se enfrentó a otras dos personas y una bala rozó su abdomen, pero fue más rápido y certero, dejando más cuerpos a su paso. Astrid se mantenía todo el tiempo tras él y resultaba un motivo más para salir con vida de ese lugar: ya no estaba hablando solamente de la suya.
Finalmente, llegó hasta la puerta de una habitación enorme que sin dudas era el dōjō de esa maldita familia. El momento decisivo había llegado.
—Quédate aquí afuera —le dijo a la chica—. Mantén los ojos bien abiertos.
Ella asintió, erráticamente, y él empujó la puerta con violencia. Justo como pensaba, dentro estaba el líder de esa familia de bastardos traicioneros. La expresión de Hiroshi se contrajo de ira al verlo.
—Siempre supe que eras una rata traidora —escupió Hiroshi con rabia.
—Tienes razón —dijo en un tono sarcástico el Miyasawa—, es una lástima que Akihiro no te haya escuchado. Ya es muy tarde para enmendar su error...
—¿De qué estás hablando, pedazo de mierda? —gritó.
—¿Aún no lo sabes? —El tipo soltó una carcajada—. A esta hora toda tu maldita familia debe estar desangrándose en el suelo de sus propiedades en Japón.
—No, eso es imposible... —Hiroshi se rehusaba a creer en esas palabras. Su familia era fuerte allá en Japón, ellos tenían que estar bien.
—Te equivocas, es totalmente posible cuando se cuenta con los aliados adecuados, y resulta que a muchas personas les desagrada el apellido Sakura. ¿No lo has escuchado nunca? «El enemigo de tu enemigo, es tu mejor amigo», y ya era hora de hacer justicia...
La sangre de Hiroshi hirvió al escucharlo. Su familia no podía estar muerta, su padre y su tío no podían estar muertos. Ya era suficiente su dolor y su culpa a causa de su hermana.
—No, eres un jodido mentiroso —dijo él, tomando su katana. La había mantenido enfundada en su espalda—. No creo ni una maldita palabra.
—Cree lo que quieras, al final no puedes cambiar los hechos. El mundo se regocija hoy, Hiroshi Sakura, porque los «Dragones Rojos» pasaron a ser solo historia...
—Te equivocas —replicó él mientras desenfundaba su filosa arma—, yo sigo vivo y me encargaré de enviarte directo a la tumba.
—No me hagas reír, tú ni siquiera eres uno de ellos. Pero, si insistes, gustosamente acabaré con el «último»...
El Miyasawa también tomó una katana que tenía a su alcance y lo miró con un enorme odio reflejado en los ojos. No obstante, el sentimiento era mutuo. Hiroshi no tardó en avanzar con furia hacia él.
El sonido que provocaron ambas armas al entrar en contacto retumbó por toda la habitación cuando los dos comenzaron a enfrentarse hábilmente. Hiroshi era muy ágil, pero el Miyasawa era, sin dudas, un digno oponente.
Las katanas se movían velozmente y ambos forcejaban tratando de asestar el golpe mortal. Hiroshi estaba poseído por el espíritu de la venganza de tal modo que ni siquiera sentía la herida abierta en su brazo o la rozadura en su abdomen.
Sus pies se enredaron con uno de los cojines que había esparcidos en el suelo, haciendo que el hombre lograra tomar ventaja y lo cortara en una pierna. No era un corte profundo, pero el dolor lo hizo flaquear un instante y separarse, respirando de una forma caótica.
—Me decepcionas... —dijo el Miyasawa—. Esperaba más de un supuesto «Dragón Rojo»...
Sus palabras resultaron más filosas que el arma para Hiroshi, e hicieron que soltara un grito de frustración y que lo embistiera nuevamente con más fuerza. Estaba decidido a arrastrarlo hasta el mismísimo infierno si era necesario.
Sostenía la empuñadura con fuerza, a pesar de que la ausencia de su dedo meñique se lo dificultaba. Sus embestidas con el arma eran cada vez más feroces, a tal punto que el Miyasawa comenzó a retroceder. Hiroshi era más joven y más fuerte, no permitiría que su oponente tomara nuevamente la ventaja. Finalmente, logró llevar la filosa hoja hasta la mano del hombre. Dos de sus dedos saltaron ensangrentados al aire y la katana cayó de sus manos.
—Estás acabado, maldito —dijo Hiroshi con rabia.
—Pues me iré conforme si mi momento ha llegado —le respondió el hombre, indefenso, pero sin flaquear ni un segundo—. Al menos sé que me recordarán por haber acabado con los bastardos Sakura.
—No —afirmó el chico atravesándolo con sus ojos azules—. Nadie te recordará porque no quedará ni un solo Miyasawa para hacerlo, ¡borraré su asqueroso apellido de la faz de la tierra! Pero, antes vas a decirme una cosa... ¿Qué diablos hiciste con el cuerpo de mi hermana?
El hombre rompió en una carcajada antes de responderle:
—No te preocupes, le dimos un muy buen uso... Comprobamos que la carne Sakura sí sirve para alimentar a los carroñeros...
Esa respuesta fue suficiente para que Hiroshi lo viera todo en rojo y clavara su sable con fuerza en el abdomen de su enemigo. Los ojos del tipo se abrieron enormemente, mostrando su intenso dolor, pero él comenzó a mover el arma hacia arriba rasgando la carne y todo a su paso con una fuerza bestial. La sangre no paraba de chorrear mientras él subía la katana dentro del cuerpo. Se vio obligado a detenerse por la dificultad del acto y porque sus fuerzas iban cediendo ante el cansancio físico. No obstante, gritó con rabia y volvió a empuñar el arma hasta lograr sacarla por el hombro derecho, casi partiéndolo a la mitad.
Luego cayó de rodillas al suelo y su katana se resbaló de sus temblorosas manos.
Su rostro y su cabello estaban salpicados de sangre. Sus ojos azules permanecieron desorbitados mientras miraba las vísceras expuestas del Miyasawa frente a sí, y no dejaba de pensar en su familia. Él tenía que haber detenido todo eso a tiempo. Era su culpa, sabía que lo era.
Luego de permanecer inmóvil un instante, tomó su arma y apretó el cabo. La hoja aún escurría la espesa sangre y los pequeños fragmentos de piel y órganos. Se levantó y salió de la habitación hasta encontrarse con Astrid. La expresión de la chica se contrajo de dolor al verlo, y casi pudo oler el miedo que emanaba.
Todo había terminado.
Astrid se acercó a él y lo abrazó con fuerza, haciendo que una parte del dolor se disipara. Ella era el remedio para casi todos sus males, pero no había nada que pudiera compensar el dolor que sentía por la pérdida. Aún no creía que todo eso hubiera ocurrido, pero se sentía vacío, como si una parte de sí mismo hubiera muerto con su hermana y su padre.
—Todo va a estar bien... —le susurró ella, entre lágrimas—. Todo va a estar bie—
Un ruido la interrumpió, y ambos se voltearon rápidamente para ver la causa. Hiroshi había pensado que era otro de los hombres Miyasawa, pero, en lugar de eso, eran una mujer y un niño pequeño que lo miraban con horror. Habían salido de una de las habitaciones y tropezado con uno de los cadáveres.
Hiroshi los miró como lo que eran: dos malditos que cargaban el mismo apellido que sus enemigos y que, por lo tanto, se encargaría de eliminar.
Levantó su arma y le disparó sin miramientos a la mujer, que cayó derribada con un agujero ensangrentado en la frente. De inmediato, se dispuso a hacer exactamente lo mismo con el niño, pero el grito de Astrid lo detuvo.
—¡Detente, Hiroshi! —La miró, pero no dejó de apuntarle al infante, que estaba aproximadamente a un metro de él—. ¿Qué crees que haces? ¡Es solo un niño!
—Eso me importa una mierda, Astrid, es un Miyasawa y terminaré lo que empecé.
—No, no lo harás. —Astrid tomó distancia de él y le apuntó con la misma arma que le había entregado—. Ya fue suficiente, Hiroshi. Ya obtuviste tu venganza y no pienso permitirte, por ningún motivo, que hagas algo así...
¡Gracias por leer!
No olvides regalarme tu estrellita si te gusta la historia.
Este capítulo estuvo especialmente dedicado a Vargas205
❤️
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