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Capítulo 47

Astrid había jurado alejarse de Hiroshi, pero él era una especie de imán que siempre terminaba atrayéndola de una forma u otra. Estaba enojada y decepcionada aún por su comportamiento de la noche anterior con esa chica. No obstante, estar encerrada en la habitación la hacía sentirse como un pájaro preso, por lo que había terminado saliendo al jardín y viéndolo una vez más.

Quería gritarle y golpearlo por imbécil, pero se limitó a caminar hasta donde se encontraba él, sentado en la hierba limpiando sus katanas con un aceite que tenía un olor muy peculiar. Ni sabía por qué volvía a acercarse a él.

—Hola, mi querida Astrid —le dijo el chico en un tono burlón—. ¿Tanto me extrañabas que viniste a visitarme?

—Vete a la mierda, Hiroshi —le respondió ella, tajante.

—Guau —dijo él y soltó una carcajada divertida—. Veo que aún no superas tu ataque de histeria de anoche...

—¿«Ataque de histeria»? —replicó. No podía creer sus palabras—. Eres un cabrón, Hiroshi, un jodido imbécil que cree que puede mover el mundo y la vida de las personas como si fuera Dios. —Él soltó un bufido, pero siguió limpiando la hoja del arma sin prestarle demasiada atención.

—¿Y por qué te importa tanto lo que pase con Nozomi? Tú ni siquiera la conoces.

—No tengo que conocerla para sentir empatía con ella, es una víctima más de tu crueldad. No sé qué diablos pasa en ese casino, pero me bastó ver la expresión de tu hermana para comprender que no es nada bueno.

—Lo que pase en el Casino no es tu problema, Astrid. —Hiroshi la miró, finalmente—. Como mismo no lo es lo que pase con ella. Tú estás aquí y estás bien, eso es todo. Además, ¿crees que lo que esa zorra hizo anoche fue un accidente?

—¿Y con qué objetivo haría algo así a propósito? —cuestionó—. Eso no tiene sentido alguno.

—Pues permíteme informarte, Astrid, que tiene más sentido del que te imaginas. Ella sabe que, mientras tú estés aquí, ha perdido todos los privilegios de los que disfrutaba...

—¿De qué estás hablando? —Lo miró con escepticismo y él le sonrió maliciosamente.

—De justo lo que está pasando por esa cabecita de princesa rebelde...

Astrid transformó totalmente su expresión de enojo a una de confusión e incredulidad. No podía creer que él también se hubiera revolcado con esa chica.

—Tú... —comenzó a decir—. Eres un cerdo asqueroso, Hiroshi, solo sabes utilizar a los demás a tu antojo.

—¿Y eso te pone celosa acaso, Astrid? —Ella abrió enormemente los ojos.

—¿Celosa yo de ti? —Astrid rio sarcásticamente—. Eres un jodido idiota y, ¿sabes qué? ¡Lo que siento por ti es asco!

Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la casa, totalmente decidida a marcharse, pero él le dijo algo que la hizo detenerse súbitamente:

—¿De verdad te causo tanto asco? Pues eso no fue lo que me pareció cuando gemías de placer mientras yo te hacía mía...

Astrid contuvo la respiración un instante y se volteó para mirarlo, mientras él sonreía perversamente. Luego volvió sobre sus pasos, frenética, y le propino una bofetada en la cara.

—¡Imbécil! —le gritó, pero eso solo pareció divertirlo, mientras el enojo de ella aumentaba por segundo—. ¡Te odio!

Comenzó a empujarlo golpeándolo en el pecho y él comenzó a retroceder, riendo. Ella estaba dolida, molesta, y era sobre todo consigo misma. Aún después de todo lo que él le había hecho, ella no conseguía odiarlo, no verdaderamente.

—¡Eres una mierda! —Seguía gritándole y golpeándolo con todas sus fuerzas—. ¡Te odio, Hiroshi, te odio, te odio!

Un par de minutos después se rindió por completo. Estaba cansada y agitada, y sabía que solo le estaba causando placer al verla en ese estado. Era un caso perdido.

—¿Ya te aburriste, princesa? —le preguntó él—. ¿O ya te cansaste de mentirte a ti misma?

Ella lo atravesó con la mirada, pero no le respondió nada. Él, por su parte, tomó una de las katanas, la desenfundó y se la extendió.

—Tómala —le dijo—, se me ocurrió una mejor manera para que utilices toda esa energía que tienes reprimida.

—¿Qué diablos tratas de hacer? —preguntó Astrid sin comprender nada.

—Es simple: te enseñaré un poco sobre cómo utilizar una katana; si tienes buena suerte podrás vengarte de mí.

—Déjate de tonterías, Hiroshi, eso es algo peligroso. Lo mejor es que me vaya...

—Astrid... —Le sonrió con malicia—. Conmigo todo es peligroso... Pero, descuida, tú tendrás el arma, yo solo la funda... —Ella lo miró, recelosa—. Venga, te aseguro que será muy divertido...

Astrid lo pensó un instante, pero luego decidió tomarla. Si tenía la oportunidad de herirlo, ¿por qué no hacerlo? La katana era realmente pesada, pero la sostuvo con ambas manos y la mantuvo elevada.

—Muy bien —le dijo Hiroshi—, la katana es una extensión de tu brazo y de ti, Astrid, tienes que intentar controlarla a tu favor. Separa las manos lo más que puedas y trata de hacer más fuerza con tus dedos pequeños.

Astrid trató de seguir sus instrucciones, pero cargar el arma realmente se le dificultaba. No obstante, no pensaba ceder ante él o demostrar debilidad, y tenía que reconocer que a una pequeña parte de ella le causaba cierto placer sostener algo tan poderoso.

—Ahora mantente firme y atácame, princesa —la incitó Hiroshi.

Avanzó hacia él e intentó atacarlo utilizando toda su fuerza, pero el chico se movió velozmente impidiéndoselo.

—Venga, Astrid —se burló él—. ¿Eso es todo lo que tienes?

Ella reunió ánimos una vez más e intentó atacarlo dos veces en esa ocasión, pero él terminó bloqueando el arma con la funda de color azul oscuro. Era inútil, ella no podía manejar un arma tan pesada, estaba exhausta y sus movimientos eran muy lentos. Sin embargo, eso la hacía sentir impotente y quería herirlo mucho más que antes.

—Me rindo —le dijo con la respiración agitada y apoyó la katana en la hierba—. No puedo competir contra ti en algo tan difícil.

Hiroshi rio con arrogancia.

—Por supuesto que no puedes —replicó—, pero espero que ya hayas saciado tus ansias de pelea por el momento.

Él se volteó despacio para recoger las otras dos armas del suelo, pero Astrid no le permitió dar un paso más: empuñó el arma con fuerza y arremetió contra él una última vez. Sin importar cuán rápido fue, la filosa hoja logró cortar su carne.

—¡Mierda! —gritó Hiroshi y llevó su mano a su brazo derecho. Astrid soltó una carcajada y arrojó la katana al suelo.

—Oh —dijo ella en un tono sarcástico—, siempre he escuchado que no debes subestimar a tu enemigo o darle la espalda, Hiroshi. Pensé que alguien como tú lo sabría de sobra...

El chico la miró peligrosamente con sus ojos azules, y luego retiró su mano ensangrentada del brazo y le sonrió, complacido.

—Verdaderamente no dejas de sorprenderme, Astrid...

Estaba eufórica, se sentía victoriosa luego de haberlo hecho sangrar una vez más. No obstante, él comenzó a avanzar hacia ella, y la sonrisa abandonó sus labios.

—¿Qué piensas hac—

—Te divierte todo esto, ¿no? —la interrumpió Hiroshi tomándola por la cintura—. Pues yo haré que te divierta mucho más...

El chico no le dio tiempo a resistirse, y unió los labios de ambos en un beso intenso. Ella trató de retroceder, pero el fuerte agarre en su cintura se lo impidió por completo. Sin darse cuenta, sus intentos de detenerlo se volvieron ansias por continuar aquel beso, y su mente se nubló olvidando todo rastro de sentido común.

Hiroshi separó su boca de ella un instante, e hizo lo menos que la chica esperaba: le recorrió el rostro con la mano llena de sangre, tiñéndolo de rojo y también parte de su cuello y pecho.

—Tú eres tan siniestra como yo, Astrid —le susurró y clavó sus ojos azules en los de ella—, y no sabes cuánto me gustas con cada segundo que pasa...

Hiroshi la tomó en sus brazos y ambos terminaron acostados en la hierba, envueltos entre besos y caricias apasionadas. Una parte de ella lo detestaba y se detestaba a sí misma, porque la otra parte —más fuerte al parecer— solo quería devorarlo con sus labios.

El esbelto y varonil cuerpo del chico yacía sobre el suyo y parecían encajar a la perfección, parecían estar hechos uno para el otro. Ella podía sentirlo por completo, y eso solo causaba que el fuego aumentara en su interior. La sangre continuaba brotando de la herida en el brazo de Hiroshi y goteaba sobre ella, haciendo que su ropa también se tornara roja. No obstante, ambos estaban tan ocupados tocándose que no parecían notarlo.

Astrid se movió con destreza y se subió a horcajas sobre él, cuyos ojos azules destilaban puro deseo y lujuria. Ya estaba harta de que la dominara por completo, ella siempre había sido una chica fuerte, no una muñeca con la que todos podían jugar a su antojo.

Llevó sus manos al cierre de los jeans del chico y lo abrió sin dudar un segundo, para luego bajarlos lo suficiente junto a su ropa interior y dejar su piel al descubierto. Él no paraba de observarla, deleitándose con su actitud decidida, y ella estaba lista para demostrarle que ya se había cansado de solo obedecer.

Astrid subió su vestido y se deshizo de la tela que aún se interponía entre ambos, para luego subirse a él y hacerse uno con el chico. Comenzó a moverse mientras él jadeaba. El muy cabrón sí que lo estaba disfrutando y, con sus enormes manos sobre su trasero, la apretaba fuertemente contra sí. No obstante, tenía que reconocer que no se quedaba detrás en cuanto al placer.

Hiroshi la movió ágilmente y se colocó encima de ella una vez más. Parecía estar poseído, y en parte lo estaba: poseído por el deseo de hacerla suya. Era evidente que ambos estaban a punto de llegar al clímax, y él juntó sus labios una última vez en un efusivo beso mientras lo lograron.

Luego de un instante, el chico se acostó a su lado en la hierba, y solo se podían escuchar sus caóticas respiraciones. Astrid cerró los ojos con fuerza y juntó sus piernas. Casi no lograba respirar aún. Su mente era un desastre en ese momento, al igual que su cuerpo. Estaba cubierta de sangre, sudor, y de él...

Sin embargo, una de sus ideas sí estaba verdaderamente clara en su cabeza: ya no había marcha atrás, estaba tan perdida como Hiroshi...

¡Gracias por leer!
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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a problem4tik
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