Capítulo 44
El día estaba algo gris. Astrid había visto pasar hora tras hora desde la ventana de su habitación. Necesitaba tomar algo de aire, había estado muy encerrada en sus propios pensamientos luego de todo lo ocurrido con Hiroshi. No lo había visto en casi dos días o, mejor dicho, lo había estado evitando casi dos días, pretendiendo estar dormida el par de veces que él había pasado por ahí.
Se levantó de la cama y cerró el libro que tenía en sus manos; no le estaba prestando mucha atención, de cualquier modo. Luego se dirigió hasta la puerta de su habitación y salió fuera. No estaba muy segura de si podía ir a donde quisiera dentro de la casa, pero le parecía que era un buen momento para averiguarlo.
Bajó las escaleras y atravesó la cocina sin ver a nadie en la casa. Le parecía algo irónico que cuando había intentado escapar se había tropezado con casi todos los miembros de la familia.
Una vez salió al jardín, su primer instinto fue regresar a la casa. Sus ojos se cruzaron con Hiroshi, que estaba a una distancia prudencial de ella y aún no la había visto. Estaba a tiempo de volver, pero evitar los problemas no los hacía desaparecer. Por ese motivo, suspiró profundo y comenzó a caminar hacia él. Una fina lluvia caía, pero no le importó demasiado: le agradaba el contacto con la naturaleza.
Hiroshi estaba, al parecer, practicando con su espada, lo cual la sorprendió. Ni siquiera sabía que aún se utilizaran ese tipo de armas, Astrid pensaba que eran puramente decorativas o para el cine. Él no llevaba su ropa habitual, sino un vestuario aparentemente tradicional de color azul oscuro, bastante holgado y largo, tanto en las mangas como en las piernas, y anudado en la cintura con una cinta.
Él estaba tan concentrado en lo que hacía que no pareció notar que ella se sentó en la hierba a unos tres metros de distancia. Astrid permaneció observándolo en silencio, le parecía algo tan irreal y fascinante que no encajaba más que en sus fantasías. Hiroshi era siniestro, pero tenía que reconocer que era precioso. Parecía un ángel con esos ojos profundos azules, ese cabello negro desordenado y esa piel que brillaba incluso más con las gotas de lluvia que la cubrían en ese instante; un ángel que danzaba hábilmente con su arma. Pero él sería en todo caso un ángel que solo traía destrucción y muerte. ¿Acaso no existía nada de bondad en su interior?
Luego de unos minutos, el chico se detuvo y la miró por primera vez. La llovizna se había acrecentado y ya era una lluvia intensa, así que ambos estaban empapados, mirándose uno al otro.
Hiroshi enfundó su espada y la colocó al lado de Astrid en el suelo, y luego también se sentó, justo frente a ella. Astrid tomó el arma y comenzó a apreciar el hermoso decorado de la funda, que era negra y brillante y tenía dibujado un dragón dorado en uno de sus extremos. Era bastante pesada, así que volvió a colocarla sobre la hierba.
—Pensé que solo te gustaban las armas de fuego —dijo ella, finalmente, alzando un poco su voz para que él pudiera escucharla a pesar del ruido de la lluvia.
—No —respondió Hiroshi—, esta me gusta mucho más. Es la katana que me regaló mi abuelo cuando cumplí los dieciséis...
—¿Katana?
—Sí. Ese es el nombre de este tipo de sable japonés, el arma tradicional de los samuráis. Es un gran orgullo poseer una y saber cómo utilizarla, sobre todo.
—Pues supongo que tú cumples con ambos requisitos. —Él sonrió.
—Así es, pero gracias a ti ahora es mucho más complicado. —Elevó su mano izquierda mostrando la venda—. Perdí gran parte de la fuerza sobre la empuñadura.
Astrid tomó la mano del chico y rozó con delicadeza el lugar donde debería estar su dedo meñique.
—No me arrepiento de nada de lo que hice ese día... —susurró—. Merecías eso y mucho más, Hiroshi...
Él le regaló una enorme sonrisa con un brillo muy inusual en sus peligrosos ojos azules, y luego se le acercó despacio y depositó un pequeño beso en su pecho, justo sobre la cicatriz del disparo. Astrid sintió algo de cosquillas ante el sutil roce de los labios del chico, pero permaneció mirándolo con seriedad.
—Yo tampoco me arrepiento de nada, Astrid, de «absolutamente» nada...
Hiroshi se levantó y le extendió una mano para ayudarla a ponerse de pie, mientras sostenía la katana con la otra. Ella lo miró un instante, pero finalmente aceptó y comenzaron a caminar hacia la casa.
—Esta noche no cenarás sola en tu cuarto —le informó el chico cuando llegaron—, bajarás al comedor con nosotros.
—No, Hiroshi, no me apetece encontrarme con tu padre.
—Mi padre está en camino a Japón en estos momentos. Tiene asuntos que resolver con mi tío, así que seremos solo nosotros y mi hermana.
Astrid lo pensó momentáneamente, pero luego asintió. Salir de aquella habitación infernal le parecía un buen plan.
—De acuerdo —respondió.
—Entonces iré por ti más tarde, princesa rebelde.
Hiroshi acortó la distancia entre ambos y la besó brevemente en la mejilla, para luego marcharse hacia las escaleras dejando una huella de agua a su paso.
Ella llevó su mano a su rostro y permaneció un instante observando el camino que él había transitado.
«¿Qué diablos haces, Astrid?», se preguntó. Pero no logró encontrar ninguna respuesta.
¡Gracias por leer!
No olvides regalarme tu estrellita si te gusta la historia.
Este capítulo estuvo especialmente dedicado a AdriannyRamirez939
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