Capítulo 40
Astrid trataba de descifrar el complicado alfabeto japonés cuando la puerta de la habitación se abrió. Era Hiroshi, así que ella solo lo miró un instante y luego prosiguió con lo que estaba haciendo. Hacía dos días que no lo veía, pero él seguía teniendo los mismos pésimos modales, al parecer.
El chico se encaminó hasta donde ella yacía sentada en la cama y le cerró el libro.
—¿Qué haces? —preguntó Astrid, sorprendida.
—Vamos —respondió Hiroshi, totalmente inexpresivo, y caminó hasta la entrada del cuarto.
—¿A dónde? —Astrid seguía extrañada con su comportamiento, así que se levantó de la cama y se acercó a él.
—¿No te estabas quejando de lo mucho que te aburres aquí? Sígueme, quiero mostrarte algo.
—Sí, pero—
—Solo sígueme, Astrid —la interrumpió, algo molesto—. Nadie te hará daño.
Ella asintió, un poco dudosa aún, pero comenzó a caminar tras él. ¿A dónde la llevaría? Y... ¿quería mostrarle algo? No sabía verdaderamente qué pensar al respecto, así que estaba algo nerviosa. ¿Qué tal si esa era la oportunidad que tanto había esperado para poder escapar? ¿Qué tal si él finalmente bajaba la guardia y podía aprovechar el momento?
Pero... ¿qué tal si era una mentira y él quería hacerle algo más? No, no debía pensar en eso, él había dicho que no le haría daño.
«Pero es un criminal, no deberías creerle», se dijo mientras bajaban las escaleras y se encaminaban hacia la cocina. Estaba cada vez más ansiosa, hasta que finalmente salieron al patio trasero, donde estaba el enorme jardín; al mismo sitio donde ella había llegado la primera vez que había tratado de escapar.
Él se detuvo y se volteó para mirarla, específicamente a sus pies. Astrid bajó también la mirada y se fijó en los calcetines que llevaba puestos. Era lo que usaba todo el tiempo, ya que Hikari no le había dejado zapatos.
—No puedes ir así, te lastimarás los pies con las rocas —le dijo Hiroshi.
—¿Y a qué lugar vamos?
—Ven aquí. —El chico ignoró por completo su pregunta y se le acercó, pero ella retrocedió inmediatamente—. ¿Qué pasa contigo, Astrid? Solo intento ayudarte.
—No sé lo que quieres ni a dónde me llevas. Dime qué planeas hacer, no confío en ti en lo absoluto.
—Eso es algo muy sabio de tu parte —respondió Hiroshi y le sonrió con malicia—. Pero, al menos esta vez, no tengo planeado nada más que mostrarte un lugar. Está al otro lado del jardín. —Señaló con su mano y Astrid pudo ver una edificación que sobresalía entre los árboles y las flores a unos cincuenta metros.
—De acuerdo —dijo ella luego de pensarlo un instante. No sabía si ese lugar sería su salvación o su perdición, pero debía intentar liberarse.
Ambos comenzaron a caminar, pero el rústico camino de piedras que conducía hasta el lugar lastimaba sus pies. Trataba de disimular, pero sus pasos lentos la delataban. Hiroshi se detuvo.
—Te dije que te sería difícil —le recalcó.
—Estoy bien —afirmó Astrid.
—Sí...
No obstante, él no le dio mucho tiempo a pensar y, cuando ella menos lo imaginaba, se le acercó velozmente y la levantó en sus fuertes brazos como si no pesara más que una pluma.
—¿Qué crees que haces? —chilló Astrid y trató en vano de zafarse y volver al suelo—. ¡Bájame ya, Hiroshi!
—Cállate un poco, Astrid, solo trato de facilitarte las cosas —dijo y soltó una risa, para luego comenzar a caminar con ella en brazos.
—Eres un idiota, ¡te dije que estaba bien!
—Sí, sí... pronto llegaremos...
Astrid estaba molesta y muy nerviosa. Su corazón latía descontrolado mientras él la sostenía con fuerza. No tenía miedo a caer, tenía miedo a tenerlo tan cerca y al efecto que eso provocaba en ella. Él era un imbécil, quería golpearlo en ese momento.
Finalmente, llegaron a su destino —que parecía como otra habitación de la casa—, y él la devolvió al suelo. Astrid lo atravesó con la mirada y se acomodó la ropa, aún irritada. Lo que más le incomodaba era que él no paraba de sonreír burlonamente.
—Bien —le dijo Hiroshi—. ¿Ya estás lo suficientemente calmada como para mostrarte el lugar?
Ella suspiró con hastió y luego asintió.
—Ven aquí, entonces —volvió a hablarle y le extendió su mano derecha. Astrid lo miró con escepticismo. ¿En serio quería que ella tomara su mano?—. Por favor, Astrid, sostener mi mano no hará que mueras o algo así.
Astrid miró a su alrededor y analizó brevemente la situación, para luego colocar su mano despacio sobre la de Hiroshi. Él la sostuvo con fuerza y ella sintió un pequeño cosquilleo en su estómago. Sí que debía mantener la distancia con él.
En lugar de entrar a la habitación como ella creía que harían, el chico la guio por un sendero de flores de un par de metros que conducía hasta unas curiosas construcciones. Medían casi un metro de altura y estaban hechas de piedras cuadradas y rectangulares de diferentes tamaños, bien pulidas y colocadas una sobre la otra, que formaban tres pequeños monumentos separados. En las piedras superiores de las tres se podían leer inscripciones en japonés. Cada una tenía también un espacio lleno de flores y otro con incienso, y Astrid reconoció que la obra en su conjunto era realmente hermosa.
—Estas son las tumbas de mi familia —le dijo Hiroshi, y ella se quedó un poco asombrada. No entendía por qué la había llevado allí—. La del medio es la de mi abuelo, el gran Orochi Sakura, la de la derecha es la de mi tío, a quien debo mi nombre, y aquella es la de mi madre...
La expresión del chico se tornó ligeramente triste al mencionar a su madre. Astrid se sorprendió, sobre todo porque esa era la primera vez que veía alguna emoción humana en él.
—Siento que la hayan asesinado... —susurró y él la miró con asombro—. Tu hermana me contó...
—Fue hace mucho tiempo, no tienes que sentir nada. Ya no duele como antes.
—No lo creo —replicó con seriedad—. La mía sigue con vida y aun así le echo de menos todos los días... Pero, está bien, no me interesa tu dolor...
Astrid no estaba segura de hasta qué punto eso era cierto, pero tampoco quería averiguarlo, así que comenzó a caminar de regreso a la entrada de la habitación que se encontraba cerca de ellos.
—¿Qué es este lugar? —preguntó, pues sentía mucha curiosidad al respecto.
—Este es el dōjō de mi familia. Aquí es donde venimos a practicar y a encontrar la paz.
¿Encontrar la paz alguien como él? Incluso le resultaba gracioso, pero decidió no responder.
Era un cuarto rectangular bastante espacioso, fabricado enteramente de madera. Tenía varias ventanas, lo que permitía que mucha luz se colara dentro y permaneciera muy iluminado. En las paredes colgaban cuadros con letreros en japonés, y ya le resultaba algo molesto nunca entender nada. En el suelo había cojines blancos, que era el color que predominaba en la decoración y, como al parecer era costumbre en la casa de los Sakura, el aroma floral del jardín se mezclaba con un ligero olor a incienso.
Sin embargo, lo que más llamó su atención fue una enorme armadura de samurái que estaba en medio de una de las paredes. Tenía decoraciones de color rojo y delante de ella había un soporte donde descansaban dos espadas enfundadas, una grande y una más pequeña.
Astrid entró despacio y comenzó a caminar hasta la imponente armadura. Hiroshi se retiró las botas y las dejó fuera, y luego avanzó hasta llegar a su lado.
—Esta es la armadura del glorioso «Dragón Rojo», el antepasado de nuestra familia —dijo el chico con orgullo y fascinación—. Fue uno de los guerreros más grandiosos que ha conocido Japón.
—¿Por eso tienes un dragón tatuado en la espalda?
—Así es.
—¿Y qué significan las flores? —Astrid recordó las dos veces que lo había visto sin camisa y sabía que, además del dragón, tenía varias flores rosa pálido en su pecho y en sus brazos, que resaltaban entre el resto de los diseños.
—Son las flores de cerezo, Astrid, el árbol tradicional de Japón. Ese es el significado de nuestro apellido, Sakura... Los samuráis solían tener una vida muy corta, al igual que esas flores, y la leyenda cuenta que originalmente eran blancas, pero tomaban su color de la sangre derramada en las batallas... Por eso toda mi familia las tiene entre sus tatuajes, incluso Hikari, que es el miembro más joven.
—¿Tu hermana también tiene tatuajes como los tuyos? —preguntó, sorprendida—. No tenía idea.
—Por supuesto que los tiene, y por supuesto que no lo sabías. Nosotros no podemos mostrar nuestros tatuajes, la técnica se llama irezumi, y está prohibido que alguien fuera de la familia los vea. Los suyos tienen dos carpas, que representan la fuerza, el coraje y el instinto de supervivencia. Ambos nos los hicimos hace años en Japón.
Una idea muy atrevida y extremadamente peligrosa vino a la mente de Astrid, pero no tenía demasiadas probabilidades de que funcionara. Sin embargo, estaban alejados de los guardias y de la casa, y quizás nunca más tendría una oportunidad como esa. Si fallaba, todo se arruinaría, pero si tenía éxito lograría escapar. No podía seguir esperando, ya había tenido suficiente. Por lo tanto, decidió arriesgarse y, sin pensarlo demasiado, le hizo una petición a Hiroshi:
—¿Me dejas ver tu tatuaje del dragón? —Él la miró con algo de desconfianza—. Es que... es una historia muy interesante, y aquel día que lo vi de lejos me pareció un trabajo extraordinario.
—Lo es —afirmó él—, todos mis tatuajes están hechos cuidadosamente por uno de los mejores profesionales, probablemente el mejor de todo el país.
—Por eso... ¿me... dejas verlo?
Hiroshi lo pensó un instante y luego asintió. Era evidente que le extrañaba la situación, pero al parecer su ego era aún mayor, así que se quitó la camisa dejando su torso al descubierto y después se volteó despacio dándole la espalda. Astrid, en lugar de mirar el tatuaje, clavó su vista en el cabo del arma que mantenía el chico en su cinturón.
«Es ahora o nunca», se dijo. Contuvo la respiración y, velozmente, estiró su brazo y extrajo el arma. Hiroshi se dio vuelta con rapidez, pero ya era muy tarde. Ella lo había tomado desprevenido y tenía el arma entre sus manos; lo había logrado.
—¡No te muevas! —le gritó tomando distancia de él y apuntándole al pecho. Sus manos temblaban, pero tenía que ser valiente o todo sería en vano. No podía creer que estaba a un paso de ser libre—. Ahora me vas a dejar ir, Hiroshi, o no dudaré en dispararte.
¡Gracias por leer!
No olvides regalarme tu estrellita si te gusta la historia.
Este capítulo estuvo especialmente dedicado a vaaleriabrunette
❤️
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