Capítulo 3
En lugar de un cuarto de hospital, aquella habitación parecía un jardín... o un funeral. Astrid sentía repulsión al pensar esas cosas, aunque era comprensible después de lo que había vivido. Los doctores habían logrado recuperar la bala de su pecho y habían salvado su vida, pero sus familiares y amigos no parecían entender esa última parte: todos le habían llevado flores, tantas que su madre ya no tenía dónde acomodarlas.
Había rosas, margaritas, girasoles, incluso unas blancas que le causaban escalofríos. Esas eran de parte de una amiga de su madre y parecían verdaderamente salidas de una funeraria. Al menos la fragancia bloqueaba un poco el horrendo olor a hospital que le causaba náuseas y se impregnaba en su nariz. De igual modo, debía agradecer las flores y no ser ruda con los que habían ido a visitarla, aunque no sintiera ganas de hablar con nadie.
O sí, con dos personas: Rose y Joshua.
Esos últimos días habían sido una auténtica pesadilla, tan irreales que a veces se preguntaba si de verdad todo había ocurrido. No concebía aún que fuera la chica de la que todos hablaban; la que había recibido un balazo en medio de un tiroteo; la única sobreviviente. Aun así, una parte de ella sí sabía que todo había sido real y sentía por momentos el mismo terror de aquel momento; el terror que la mantenía asustada la mayor parte de tiempo y que le impedía dormir bien en las noches.
La policía había ido a verla en un par de ocasiones. No tenía mucho que contar, todo había pasado muy rápido. Pero había hecho su mayor esfuerzo por recordar detalles, de cualquier modo. Recordaba el olor a sangre del lugar; era como si aún pudiera sentirlo. Recordaba también el sonido de los disparos, y cualquier ruido era capaz de sobresaltarla.
Rezaba para que todo eso pasara pronto y pudiera retomar su vida con la ayuda del psiquiatra que la estaba atendiendo. No obstante, sabía que nunca podría olvidar esa tarde que, por muy poco, no había sido su última tarde entre los vivos.
De igual forma, no podría olvidar la mirada vacía del otro cliente mientras yacía muerto en el suelo; o la sangre del vendedor tiñendo los cristales; o el arma apuntándole directamente. Ni tampoco podría olvidar esos ojos azules penetrantes que la habían mirado con tanta frialdad justo antes de apretar el gatillo.
Pero eso era todo.
No lograba recordar lo que había escuchado ese día, lo que habían dicho los asaltantes, ni el nombre por el que habían llamado a uno de ellos. Deseaba ser útil para que atraparan a esos bastardos despiadados e hicieran justicia, pero su mente incompetente había olvidado por completo el nombre. Se sentía impotente y ansiosa al no ser de gran ayuda.
La puerta se abrió y su semblante se alegró de inmediato. Era Joshua: él siempre lograba alentarla. Aún se sentía culpable por haber arruinado por completo su cumpleaños. Suponía que era un poco difícil celebrar mientras una de sus mejores amigas se debatía entre la vida y la muerte luego de recibir un balazo. Sin embargo, él siempre estaba de buen humor y era una compañía indiscutiblemente mejor que sus sobreprotectores padres.
Joshua era un chico muy dulce y atractivo, a pesar de que ella no lo veía de esa forma, lo había visto crecer. Tenía los ojos color café y su cabello castaño oscuro formaba ondas suaves que le caían sobre la frente. Era alto y delgado, y también usaba lentes —un cliché de los chicos inteligentes como él—. Pero lo más hermoso de Joshua era su sonrisa: tan amplia y genuina que era imposible no animarse.
—Hola, dormilona —le dijo el chico en un tono de voz bajo. Ella se incorporó con algo de dificultad en la cama, pues la herida en su pecho aún dolía bajo la venda, aunque ya habían pasado algunos días—. Cuando vine con Rose esta mañana seguías dormida y tu madre no nos dejó despertarte.
—Por eso la amo, supongo. —Ambos rieron un instante.
—¿Dónde está, por cierto? —preguntó Joshua, extrañado por su ausencia.
—Por suerte necesita comer de vez en cuando y me da un respiro...
Trataba de disfrutar al máximo esos instantes de paz en los que estaba sola. Sabía que el suplicio volvería apenas su madre regresara de almorzar. Si antes solía ser insistente y atormentadora, luego del incidente era capaz de contar cuántas veces al día parpadeaba.
—¡Bendita sea la comida, entonces! —El chico sonrió y luego se acercó a la cama para ver el vendaje de cerca. Cada día era menor, lo que parecía ser una buena señal—. ¿Duele mucho?
—No demasiado —dijo ella mientras pasaba con delicadeza su mano sobre la herida.
Joshua se sentó en el borde de la cama, pues las flores casi no dejaban ningún espacio libre. Su expresión se tornó un poco sombría, y su enojo y su frustración eran evidentes.
—Creo que no lograré dormir bien hasta que esos bastardos estén pudriéndose en la cárcel —admitió—. No seré capaz de descansar hasta que paguen por lo que te hicieron.
Ella también quería que los atraparan, pero al parecer no sería tan sencillo.
—¿Será cierto que fue un ajuste de cuentas? —le preguntó a su amigo, un poco escéptica. Todo parecía salido de una película, le costaba creer que ese tipo de cosas ocurrieran en la vida real.
—Sí, la policía lo confirmó. No se llevaron nada consigo, el dinero seguía en la caja. Además, fue un trabajo casi perfecto, muy propio de la mafia... —Bajó la mirada un instante—. Estoy muy preocupado, Astrid, todos lo estamos. Tuviste mucha, «mucha» suerte de que la ambulancia llegara rápido, pero las preocupaciones no terminan ahí. Tú eres la única testigo del hecho, la única que podría aportar algo...
—Sí, pero yo no recuerdo nada importante.
—Ellos no saben eso, y son asesinos a sangre fría... Cuando salgas de aquí tienes que cuidarte mucho, Ast, al menos hasta que los apresen.
Las palabras de Joshua hicieron que su estómago diera un vuelco. Lo sabía, pero oírlo de su mejor amigo le daba una connotación mucho más seria. Solo esperaba que esa pesadilla terminara pronto.
—Joshua... —Había cosas que no le quedaban muy claras—. Ayer me dijiste que algunas familias de la mafia japonesa—
—Yakuza —la interrumpió el chico.
—Sí, esos. Ayer me dijiste que algunos vienen al país y se quedan a vivir...
—Así es, vienen familias enteras o algunos miembros para hacer negocios, y traen consigo sus riñas y formas de resolver los problemas... Al parecer los dueños de la tienda tenían algo que ver con eso y quizás por eso los asesinaron.
—No parecían mafiosos, solo gente decente y trabajadora. —Aunque uno de ellos les había devuelto el fuego a los asaltantes antes de ser derribado, pero ella había vivido la situación y no lo juzgaba por eso. Solo se había defendido como cualquier otra persona lo hubiera hecho.
—Esa era solo su fachada. Todos son supuestamente gente decente y trabajadora hasta que se descubren todos los negocios despreciables que esconden bajo esa apariencia.
—Y, si la policía sabe eso, ¿por qué no hacen nada al respecto?
—No es tan fácil —respondió el chico—. Ya viste su modo de hacer las cosas, es casi perfecto. Mientras la policía no pueda probar que son unos malditos criminales, no hay nada que se pueda hacer. Además, es casi imposible detectarlos entre la gente honesta que también viene de Japón, los Yakuza son una minoría.
—Entiendo... —Astrid exhaló con pesadez—. Su trabajo esta vez no fue tan perfecto, me dejaron con vida...
—Gracias al cielo, no sé qué me haría sin ti...
Joshua sonrió y se acercó para abrazarla con cuidado. Él la adoraba y ella a él, habían sido amigos por diez años. Eso hacía, sin embargo, que estuviera preocupada por la seguridad del chico y por la de su propia familia.
Estar cerca de ella era bastante peligroso si Joshua tenía razón. Y muy dentro sabía que la tenía. Temía que pasara lo mismo con ellos: que terminaran siendo un daño colateral de un problema ajeno. De cualquier modo, quizás solo estaban siendo paranoicos. Los mafiosos debían tener cosas más importantes de las que ocuparse que de una chica convaleciente.
O al menos eso prefería pensar.
También había algo más que no terminaba de comprender, algo que no encajaba. Todos en la tienda eran asiáticos, y también dos de los asaltantes. Estaba segura de eso, aunque no había podido verlos de cerca. Tenía sentido si eran provenientes de Japón.
Luego estaba el que le había disparado. Había visto parte de su rostro y sus penetrantes ojos azules. Ese chico no era asiático, ¿qué tenía él que ver en todo eso?
«Olvida esas tonterías, Astrid —se dijo—. Esa es la más insignificante de tus preocupaciones ahora».
Tendría tiempo para atormentarse cuando saliera del hospital, y solo le faltaban un par de días para marcharse a casa. Esperaba que los mafiosos la hubieran olvidado, pero sabía de sobra que la vida nunca resultaba tan sencilla. El verdadero peligro estaba por comenzar.
¡Gracias por leer!
No olvides regalarme tu estrellita si te gusta la historia.
Este capítulo estuvo especialmente dedicado a isalove90
❤️
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