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Capítulo 18

Las coloridas luces que anunciaban la llegada al Casino Sakura se reflejaron ligeramente en el rostro inexpresivo de Hiroshi cuando atravesó la lujosa puerta. Ese era el paraíso perdido de todos los que buscaban diversión desenfrenada de cualquier tipo y estuvieran dispuestos a pagar grandes sumas de efectivo por tenerla. Y era también el mejor lugar para lavar toda la fortuna que ganaba su familia cada año vendiendo armas en el mercado negro.

El lugar mostraba el mismo panorama de cualquier otro casino de la ciudad: apuestas, juegos de mesa, música y mucho alcohol. Era un lugar atractivo a la vista, que permanecía bastante concurrido diariamente, pues tenía muchos clientes asiduos y cada día otros nuevos se sumaban a la lista. Eso complacía mucho a su padre: la seguridad de que tenían una forma efectiva de justificar sus enormes ingresos financieros.

Atravesó el área pública y se adentró en una un poco más reservada. Era una sala más pequeña, con escasa iluminación proveniente solo de algunas velas. Había pequeños apartados separados por gruesas cortinas de color rojo. Algunas risas, murmullos y gemidos interrumpían la tranquilidad que reinaba en ese espacio, pues la música apenas se escuchaba. No todos los clientes conocían ese salón, era solo para los más influyentes y poderosos, aquellos que adoraban pasar un rato en compañía de las hermosas «Geishas» que trabajaban en el casino.

No obstante, continuó su camino hasta un área incluso más apartada del local, donde yacían muchos de los secretos más oscuros de su familia.

Al llegar, dos de sus hombres lo recibieron con una pequeña reverencia.

—Señor, no esperábamos su presencia esta noche —dijo uno de ellos.

—Lo sé, pero hubo un cambio de planes, los Miyasawa están de vuelta.

—Ya lo sabemos, señor. Lo esperábamos al amanecer, pero es muy bueno que haya venido. Tuvimos un pequeño inconveniente esta noche. —Hiroshi lo observó con recelo al escucharlo; sabía que esos bastardos no permanecerían tranquilos—. Venga conmigo, por favor.

Siguió al hombre hasta la entrada de una pequeña habitación de paredes grises, que carecía de ventanas y que solo contaba con una luz en el techo. En su interior había dos hombres atados a un par de sillas y con vendas en la boca para silenciar sus gritos. Estaban algo golpeados y ligeramente manchados de sangre, pero sus miradas reflejaban un odio intenso hacia sus captores. Al verlo comenzaron a forcejar sus ataduras y a balbucear sonidos incomprensibles. Eran dos Miyasawa, no le quedaban dudas al respecto.

—¿De dónde salieron? —le preguntó sin una gota de emoción en su voz al hombre que los mantenía vigilados, con un arma apuntada hacia ellos.

—Estaban merodeando el local, evidentemente buscando problemas. Traían explosivos consigo.

Hiroshi se sorprendió enormemente. No había esperado una acción de esa naturaleza por parte de sus enemigos. Luego los miró con algo de burla reflejada en el rostro.

—¿Así que pensaban incendiar el lugar, bastardos de mierda? —les dijo—. ¿Es acaso que su jodida familia nunca va a entender que somos superiores a ellos en todos los aspectos? ¿No tuvieron suficiente con el escarmiento en la tienda?

Uno de los hombres comenzó a moverse violentamente en la silla y a tratar de replicarle, pero era totalmente en vano. El guardia que les apuntaba empuñó su arma dirigida a su cabeza, listo para volarle los sesos. Sin embargo, Hiroshi levantó su mano indicándole que no lo hiciera, y luego le bajó con rudeza la venda al tipo.

—¡Vas a morir, maldito cabrón! —escupió el Miyasawa—. ¡Mi familia acabará con todos ustedes, ratas despreciables! ¡Van a morir todos!

Volvió a colocar el pedazo de tela entre los dientes del hombre de un tirón, y luego soltó una carcajada maliciosa.

—Nadie de tu familia logrará dañar a un solo «Dragón Rojo» —dijo con certeza—. Somos más fuertes, siempre lo hemos sido, y cometieron un grave error al interponerse en nuestro camino...

Le hizo una seña a su hombre que esperaba en la puerta, y este sacó una navaja de su bolsillo y se la entregó. Hiroshi clavó sus ojos azules en el brillante filo de la hoja metálica y sonrió con una expresión de sadismo dibujada en su rostro. Estaba ansioso por algo de diversión y al parecer el cielo había escuchado sus plegarias.

Luego avanzó despacio, como un depredador que se acerca a su presa, y acercó el filo de la pequeña —pero letal— arma al cuello del Miyasawa que lo había amenazado. El cuello del hombre temblaba notablemente ante la cercanía del pedazo de metal afilado, y él se regocijaba en esos instantes de suplicio para su enemigo. Finalmente, se acercó al oído del tipo y le susurró:

—Saluda a tus hermanos en el infierno.

Y entonces hundió la navaja en su garganta y le hizo un único corte rápido, a la profundidad justa para hacerlo retorcerse de dolor mientras moría desangrado.

Los gritos de horror ahogados por la tela del otro hombre y sus desesperados movimientos en la silla fueron la música que completó la sangrienta escena. Hiroshi lo miró, complacido, mientras el otro Miyasawa tosía con la garganta abierta y teñía de rojo su ropa y el suelo de la habitación.

Un desgraciado menos.

Las armas de fuego eran perfectas para soluciones rápidas, pero no eran ni la mitad de entretenidas que las armas blancas. Cuánto le hubiera gustado tener su katana consigo en ese momento, pero no era algo que debiera estar sacando de su casa. No obstante, la navaja no estaba tan mal después de todo.

Unas ligeras salpicaduras de sangre cubrían su rostro, pero estaba muy complacido con el sufrimiento del Miyasawa restante.

—Y ahora tú... —le dijo mientras se acercaba a él—. Contigo tengo una idea diferente... —Se dirigió a sus hombres—: Sosténganlo.

Los dos corpulentos hombres obedecieron mientras su enemigo se retorcía en la silla. Estaba aterrado, y eso solo subía la adrenalina de Hiroshi. Desgarró la camisa del hombre, dejando su pecho totalmente tatuado al descubierto. Se contentaba al verlo temblar, y pensaba divertirse con él para calmar su sed de venganza. Con ayuda de la navaja, comenzó a cortar la piel lentamente, dejando un surco de sangre a su paso.

El tipo no podía contener sus gritos y su llanto de dolor, pero permanecía casi inmóvil por el fuerte agarre de los dos hombres. Hiroshi seguía deleitándose mientras, pétalo a pétalo, la burda silueta de una flor de cerezo se iba haciendo visible en la carne desgarrada y ensangrentada, llevándose consigo incluso uno de los pezones.

—Ya está —dijo, finalmente, con una enorme sonrisa—. Ahora tienes un pequeño recuerdo de que alguna vez estuviste en nuestro casino...

Luego limpió la hoja de la navaja en sus jeans negros y la puso en su bolsillo. Sus manos y su camiseta estaban totalmente manchados de rojo.

—Tú le darás un mensaje muy claro a tu maldito jefe... —continuó, muy cerca del rostro lloroso del Miyasawa y acentuando cada oración—: Estoy vivo, y más enojado que nunca. Dile que su plan de acabar conmigo fracasó, como mismo fracasarán todos sus intentos de derribarnos. Dile que los dragones estamos más fuertes que nunca, y que terminaremos con gusto la guerra que ustedes comenzaron...

—¿Qué hacemos con el otro, señor? —le preguntó uno de sus hombres cuando terminó de hablar y se apartó de su enemigo.

—¿El otro? —Se volteó y observó con indiferencia el cuerpo sin vida que permanecía atado a la otra silla—. Entiérrenlo profundo, estos pedazos de mierda no sirven ni siquiera para alimentar con su carne a los carroñeros.

Salió finalmente del cuarto, dejando el llanto de dolor y de odio del Miyasawa tras de sí. Uno de sus hombres le alcanzó un pañuelo para limpiar un poco sus manos.

Miró por última vez al hombre y vio en sus ojos la promesa implacable de venganza. No obstante, solo sonrió y comenzó a avanzar hacia la salida. Les tomaría mucho más que eso derribar el imperio de los Sakura: el temido y poderoso imperio de los «Dragones Rojos».

¡Gracias por leer!
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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a Mati-Rous
❤️

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