Capítulo 1
—¡Súbela, Joshua! —gritó Rose cuando comenzó a sonar en la radio Satisfaction, de los Rolling Stones. Luego comenzó a moverse dinámicamente, sacudiendo su larga melena negra al ritmo de la canción. Iba sentada en el asiento trasero del auto, mientras Astrid iba de copiloto y Joshua al volante. No obstante, estaba casi metida en medio de ellos dos.
Astrid amaba los frecuentes ataques de euforia de su mejor amiga, por lo que no pudo contener su risa. Joshua solía ser el más serio y responsable de los tres, pero los disparatados comportamientos de Rose también lo hacían sonreír. Él se comportaba como el hermano mayor de ambas chicas, aunque solo se llevaban unos meses de diferencia. Se conocían desde la secundaria y, a pesar de lo diferentes que eran, se las arreglaban para ser como familia.
Rose sacó un cigarrillo y lo encendió, recibiendo una mirada de desaprobación de Joshua a través del espejo retrovisor.
—¿Qué haces, Rose? —le reclamó el chico—. Apaga eso, hará que mi auto apeste.
Joshua amaba su auto; era como su pequeño tesoro. En realidad, Astrid no sabía cómo había escapado a la chatarrería, pero jamás se atrevería a mencionarlo: hacerlo podría herir profundamente los sentimientos de su mejor amigo. Y ese era, además, su único medio de transporte para ir y regresar de la universidad cada día.
—¡Pero si tú también fumas! —se defendió Rose.
—Sí —respondió él—, pero no aquí dentro.
—Déjate de tonterías, ¡este pedazo de mierda apesta de cualquier modo!
«Ups...», pensó Astrid. Rose no era tan prudente o sensible como ella en lo absoluto.
—¿Qué acabas de decir? —chilló Joshua, incrédulo.
—¡Oh, no! —intervino Astrid—. ¡Ni se les ocurra comenzar! —Sabía que si no los detenía emprenderían una discusión tonta e infantil que no los llevaría a ningún sitio. Se volteó en el asiento y le dio una mirada severa a su amiga—. Deshazte de eso, Rose.
—¡No! —exclamó la pelinegra.
—Ya lo escuchaste —replicó Astrid—. Es «su» auto y no quiere humo aquí dentro. Punto.
Rose hizo un puchero y luego arrojó el cigarrillo por la ventanilla del auto.
—¡Qué aburridos son! —se quejó—. Están hechos uno para el otro, ¡deberían casarse! —Cruzó dramáticamente sus brazos sobre su pecho.
—Sí, claro... —Astrid le sonrió con algo de picardía dibujada en el rostro—. ¿Cómo mismo te casarás tú con tu novio hippie?
—Si tu madre no muere infartada antes de la boda —agregó Joshua antes de comenzar a reír. Ambos sabían que ese era un tema sensible para Rose y amaban molestarla con eso.
—¡Tommy es un buen chico! —se defendió—. Ya verán, mi madre terminará por aceptarlo.
—Claro que es bueno —dijo Astrid entre risas—, y es aún mejor luego de todo lo que se mete.
La cara de Rose se tornaba muy gráfica cada vez que alguien mencionaba el pequeño detalle de que su novio pasaba más tiempo drogado que consciente. Siempre optaba por defenderlo y negarlo todo, como si fuera posible después de la primera vez que lo había llevado a su casa: le había dado a su madre toda una charla sobre la importancia de «amarnos unos a los otros y vivir en paz».
—¿Saben qué? —dijo Rose—. Ya no serán los padrinos de mi boda con Tommy.
—Oh, por Dios, ¡no! —Joshua rio—. ¡Y yo que ya comencé a dejar mi barba y mi cabello crecer para encajar!
—Idiota. —La pelinegra le sacó la lengua y él la vio a través de espejo retrovisor.
—¿No se supone que los hippies no creen en el matrimonio? —preguntó Astrid en tono de burla—. ¿O es que piensas llevarlo secuestrado al altar?
—Mi Tommy es diferente, ya lograré convencerlo.
—Sí, lo imagino, alguno terminará convenciendo al otro. —Se volteó hacia el chico y agregó—: Dios, Joshua, en poco tiempo la veremos sin sujetador y llena de pelos por todas partes.
—¡Ugh! —chilló Rose mientras sus dos amigos reían a carcajadas. Estaba muy irritada—. ¡Ya basta!
—Como digas... —dijo Astrid interrumpiendo el grato momento de desquite por las burlas de su amiga—. Tengo que bajarme aquí, chicos.
Ambos la miraron sorprendidos.
—¿Aquí? —inquirió Joshua mirando afuera—. Faltan varias manzanas para llegar a tu casa.
—Eh... sí, quiero ir a la biblioteca para pedir prestado un libro que necesito...
—¿Es para el proyecto que me contaste? —preguntó Rose, apoyándola. Ella sabía muy bien su verdadera razón para quedarse allí, y era una gran actriz.
—Sí, es justo para eso.
—De acuerdo —dijo Joshua aparcando el auto para dejarla salir—. ¿Quieres que te esperemos? ¿Estarás bien?
—Oh, no, no me esperen... Puedo tardar un poco.
—Ya déjala, «papá», está mayorcita —exclamó Rose con fastidio y luego le lanzó un beso a Astrid a través de la ventanilla—. Chaup, nos vemos mañana, cariño.
—Hasta mañana, Ast.
—Hasta mañana, chicos, no se asesinen durante el viaje, ¡los amo!
Astrid sonrió mientras veía el vehículo alejarse y Rose la despedía alegremente con su mano.
«Dios, ese auto sí que es un pedazo de chatarra», pensó.
Luego miró a su alrededor tratando de ubicarse. No merodeaba por esa área con frecuencia, pero tenía un muy buen motivo para hacerlo: en dos días sería el cumpleaños veintitrés de Joshua y quería comprarle algo especial, mucho más que los calzones que le daba cada año.
Rose le había dado la dirección de una tienda asiática que llevaba pocos días inaugurada y le había dicho que había varias cosas geniales allí. Confiaba en el buen gusto de Rose, aunque su romance con el peculiar Tommy le causaba algunas dudas. Ya no le quedaba muy claro a qué se refería con «genial». Sin embargo, debía arriesgarse si quería que ese no fuera un cumpleaños ordinario para su mejor amigo.
Quedaba solo una hora antes de que la tienda cerrara, por lo que debía apresurarse. Pero tenía que buscar un teléfono y avisarle a su madre, antes de que comenzara a notar su retraso y enloqueciera. Sus padres seguían tratándola como si fuera una niña pequeña, a pesar de que estaba a punto de graduarse de la universidad.
A menos de una cuadra había una cabina telefónica, a la que se apresuró a entrar. Marcó el número de su casa con rapidez.
—¿Hola?
—Soy yo, mamá —dijo mientras jugaba enredando el cable del teléfono en sus dedos.
—Oh, cariño, son las cuatro, ¿dónde estás? Pensé que ya estarías a punto de llegar a casa. ¿Se averió el auto de Joshua? —Astrid soltó un bufido al comprobar que todos desconfiaban de la estabilidad del «tesoro» de su amigo.
—No —respondió—. No es eso, pero sí se trata de él. Me bajé un poco antes para comprarle algo para su cumpleaños en la tienda asiática.
—Oh, sí, es cierto, su cumpleaños... ¿No le regalarás unos calzones este año?
Astrid suspiró profundamente. Estaba hastiada de tener que dar tantas explicaciones todo el tiempo.
—No, mamá, ese es el punto de ir a la tienda asiática —aclaró, abriendo mucho los ojos y enfatizando sus gestos, por lo que recibió una mirada extrañada de un señor mayor que acababa de llegar y esperaba su turno para usar el teléfono. No obstante, se limitó a girarse y continuar con la conversación—: Quiero comprarle algo diferente esta vez, y cierra en menos de una hora, así que tengo prisa.
—No sabía que por aquí había una tienda asiática...
—Es nueva, la abrieron hace poco —repuso con impaciencia—, pero Rose me dijo que hay varias cosas interesantes allí. ¿Quieres que te lleve algo?
—Bueno, si hay condimentos raros compra algunos, me gustaría probar la sazón china... Y no te tardes, tu padre llegará temprano hoy y queremos cenar todos juntos.
—De acuerdo, iré a casa cuanto antes y, siento decepcionarte, pero son japoneses... Nos vemos, mamá.
Colgó rápido el teléfono para evitar que su madre siguiera demorándola con tonterías. Era una madre fabulosa, pero podía ser muy obstinada y molesta en ocasiones. Luego le sonrió al señor que esperaba tras ella y que probablemente creía que estaba un poco chiflada. Él no sabía cómo era vivir con su insistente madre.
La tienda estaba a un par de cuadras de allí, así que tenía que apresurarse.
Finalmente, se vio a sí misma frente al local que estaba en la dirección que Rose le había dado. «No es la gran cosa», se dijo mientras entraba. No obstante, le agradó mucho lo que encontró en el interior. En aquel lugar todo le recordaba una película de artes marciales y samuráis que había visto en el cine. No entendía las palabras escritas como parte de la decoración, pero definitivamente llamaban su atención.
Había algo en aquel lugar que la cautivaba, y no estaba segura de si era el aroma tan peculiar, los colores vivos, o toda la cultura que mostraba, proveniente de una nación tan diferente a la suya.
Dio un vistazo rápido alrededor. No era un lugar grande, pero sí había un millón de artículos allí, y uno de ellos tenía que salir en su bolsa de compras. Ya no había muchos clientes, solo ella y un hombre de mediana edad que discutía el precio de una rara pieza de porcelana con uno de los vendedores —que eran todos asiáticos, dos hombres y una mujer—.
En una esquina del local algo brillante llamó su atención, así que rodeó un par de estantes para lograr verlo de cerca. Era un pequeño samurái con la armadura hecha de brillantes piedras de color verde. Casi podía visualizarlo en el escritorio de Joshua, alegrando la sobria decoración de su cuarto. A él le atraía todo lo exótico y que estuviera relacionado con la cultura y la historia de otros países del mundo.
Estaba en extremo emocionada de haber encontrado algo tan increíble, pero no lucía como algo barato, así que tendría que prescindir de los condimentos de su madre. Joshua lo valía, aunque le doliera gastar la mayor parte del dinero que tenía ahorrado.
El chirrido de las gomas de un auto fuera de la tienda le causó un escalofrío. «Últimamente le dan permisos de conducción a cualquiera», se dijo y soltó un bufido.
Sin embargo, en cuestión de segundos se desató el caos: tres hombres armados entraron a la tienda, vestidos de negro y con pañuelos atados en la parte inferior de sus rostros para ocultar sus identidades. El primer disparo lo recibió la cajera: directo en el pecho y sin darle tiempo a pensar.
Astrid se quedó totalmente paralizada. Nunca había estado presente en ningún tipo de asalto o delito, pero comprendió que estaba a punto de comenzar un tiroteo y que su vida corría peligro.
Uno de los vendedores sacó un arma y comenzó a devolverle el fuego a los asaltantes, mientras el otro cayó desplomado en el suelo. No necesitaba mirarlo para saber que estaba muerto. Era una lluvia de disparos que retumbaban rompiendo cristales y todo tipo de objetos.
Trató de correr, pero no había escapatoria. Estaba atrapada allí.
En un acto de desesperación se lanzó al suelo, rezando por no recibir una bala perdida. Había pedazos de vidrio por todo el lugar y se lastimó una mano mientras andaba a gatas, aunque esa era la menor de sus preocupaciones. El otro cliente yacía a su lado. Miró, horrorizada, el hilo de sangre que salía de su pecho y el charco rojo y espeso que se formaba bajo él.
Ella no podía morir así. No ahí, ni tan joven. No podía ser la próxima, aún tenía demasiadas cosas por hacer.
Uno de los asaltantes recibió un disparo en el hombro derecho, pero otro terminó con la vida del vendedor restante. Fue un tiro preciso a la cabeza, que tiñó de rojo los cristales rotos del armario tras él y lo poco que quedaba dentro. Astrid ahogó con sus manos un grito y se encogió en una esquina, rogando que se marcharan.
Los disparos terminaron y el silencio volvió, solo interrumpido por los gritos provenientes desde afuera. Los asaltantes no tendrían mucho tiempo antes de que llegara la policía, y ella imploraba con desesperación que eso los hiciera irse.
Escuchó que uno de ellos les habló a los otros. Tenía una voz ronca y masculina, pero dijo algo que ella no comprendió; era otro idioma. Sin embargo, no le tomó mucho tiempo adivinar el mensaje. Vio de reojo como uno de ellos —probablemente el que había hablado— comenzó a dispararle a los cuatro cuerpos ensangrentados en la habitación. Los estaba rematando y venía directo hacia ella.
Astrid no pudo contener las lágrimas y sollozó más alto de lo pretendido. Estaba aterrada y decidida a no mirar, no quería verle la cara a la muerte.
Ya no se iba a graduar de la universidad, ni le iba a entregar a Joshua su regalo. Ni siquiera iría a cenar con sus padres esa noche. No habría más clases, ni música, ni películas, ni fiestas. No habría más momentos felices con sus amigos y su familia. Nada, no habría más nada. Pasaría a ser solo una cifra más de las tantas que aparecían en los diarios de muertos en crímenes violentos.
Iba a morir.
El atacante se detuvo justo frente a ella, que yacía en el suelo apretando sus rodillas contra su pecho rodeada de cristales rotos y de sangre. Astrid suspiró profundo y cerró con fuerza los ojos. Ese sería su final, y solo podía pensar en el dolor de sus seres queridos mientras la despedían en el cementerio. Podía visualizar su tumba y escuchar el llanto de su madre. Era desgarrador.
—No tenemos mucho tiempo —gritó uno de los otros dos enmascarados—. Hiroshi, termínalo rápido.
Astrid contuvo el aire en sus pulmones y abrió los ojos para mirar directamente a la imponente figura que tenía delante. Si iba a matarla se llevaría consigo el recuerdo de su última mirada de miedo y de odio, aunque ella sabía que no le importaría, de cualquier modo.
Parte del brillante y desordenado cabello negro del criminal le caía sobre la frente. Y luego estaban sus vibrantes ojos azules. Eran los más fascinantes y a la vez los más fríos que había visto en su vida, además de ser los últimos que vería.
Él subió el arma apuntándole sin rastro de vacilación, pero ella no desvió la mirada, aunque su corazón latía tan rápido que le parecía que estaba a punto de salir de su pecho.
Y entonces pasó.
Él apretó el gatillo y un ruido ensordecedor se adueñó del lugar. Un dolor tan desgarrador que le cortó la respiración la invadió. Y eso fue todo. Sus pensamientos se detuvieron, y lo próximo que vio fue solo oscuridad...
¡Gracias por leer!
No olvides regalarme tu estrellita si te gusta la historia.
Este capítulo estuvo especialmente dedicado a PaolaMuoz581
❤️
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