Capítulo 5. Lo que sería un buen final.
—¿Buscas a Mason? —El chico de cabello enredado y de rizos que parecían un nido de aves miró a Phil con gesto perezoso; él creyó que tendría que usar la fuerza para hacerle hablar, pero resultó que con preguntar bastaba.
La mujer del mercado (cuyo nombre resultó ser Andalucía) le había guiado hasta un puesto con refracciones para carruajes, en donde le señaló a un muchacho de complexión robusta y mirada alicaída que le mencionó que conocía al ladrón del anillo. Así que Phil ahora estaba frente a aquel chico desconocido, sintiéndose inquieto y ansioso por conocer el paradero del ladrón.
—Si el nombre del joven con la descripción que mencioné así se llama, entonces sí, lo estoy buscando —dijo Phil con tono sereno y algo denso, manteniendo un semblante firme.
El muchacho lo escaneó con la mirada y apoyó su codo sobre su rodilla flexionada.
—¿Qué te robó? —inquirió.
Phil titubeó.
—Un anillo —confesó.
—Ah, vale... Mira, no es difícil encontrar a Mason. La verdad es que es un tonto que se cree inmortal. —Alzó su barbilla y señaló hacia su lado izquierdo, que era en donde se abría la longitud de la calle y dejaba entrever el buen trecho que quedaba del mercado—. Trabaja en un bar que se llama "El Ángel", pregunta por él y lo encontrarás muy rápido... Aunque eso sí, si vas a darle una golpiza por haberte robado, te recomendaría que no seas muy brusco y mejor lo mandes con los guardias, porque le duele más pasarse tres noches encerrado que una semana con el labio partido.
Phil no supo bien qué hacer con esa información, por lo que al final solo asintió con la cabeza, murmuró un "gracias" y luego se marchó sin entretenerse más.
Soltó un suspiro y apremió el paso conforme avanzaba a lo largo del mercado. La herida que se había hecho en el abdomen seguía doliendo un poco, pero ya no sangraba y era más algo mental por la humillación.
Al final no le demoró demasiado llegar al bar que el muchacho había mencionado. Sí, se perdió un poco y tuvo que pedir ayuda a unas cuantas personas, pero ahora estaba ahí. Inhaló y exhaló profundamente, pasando una mano por su rostro.
El bar quedaba muy alejado del mercado, más de lo que había predicho en un comienzo; su nula demora se debía a sus largas zancadas, mas ciertamente se encontraba más lejos y escondido entre un montón de calles hasta hallarse en un callejón olvidado por toda deidad.
Phil apretó sus labios en una fina línea recta.
Y luego empujó la puerta del bar para entrar.
El interior era algo ajetreado, incluso a esa hora del día. Había una considerable cantidad de personas y todos iban y venían de aquí para allá; gente esquivando a las meseras y otros más peleándose en alguna esquina. Unos que otros tenían las bocas fusionadas y algunos pocos estaban cantando en un escenario sin instrumentos ni música.
Phil arrugó la nariz en visible desagrado. Nunca había sido gran fanático de los lugares como aquel cuya fama residía en el ruido y el olor a cerveza. No es que fuera un santo que nunca había bebido en su vida, pero prefería solo entrar a bares donde tuviese que hacerlo para alojarse en posadas, como había hecho antes de venir hasta la Isla de Vanix.
Evadió a unas cuantas mujeres que quisieron empezar a engatusarlo en cuanto le vieron; Phil no era precisamente atractivo, pero algunas mujeres le habían dicho alguna vez en el pasado que su seriedad le daba cierto porte intrigante y atrayente para ellas. Luego consiguió sentarse detrás de la barra y, casi de inmediato, le preguntó al cantinero que estaba de pie más allá:
—¿Conoce a alguien llamado Mason?
El cantinero se le quedó mirando con una ceja arqueada.
—No conozco a nadie con ese nombre... —empezó diciendo, pero un hombre a su lado le interrumpió.
—¡No es verdad! ¡Él trabaja aquí, lo vi ayer! Yo también lo estoy buscando.
Un suspiro escapó de los labios del cantinero, visiblemente exasperado ante la mirada expectante de Phil y el hombre contiguo a él.
—No les diré nada —zanjó—, váyanse.
Phil comprendió que lo estaba protegiendo, porque resultaba ser que aquel dichoso ladrón le había robado a muchas más personas, lo que en cierta parte no le sorprendía; aunque podía imaginarse que no podía ser una buena vida si uno se estaba escondiendo constantemente de gente que quería darle una golpiza.
Pasó una mano por su cabello y, asumiendo que el cantinero no le soltaría más, se levantó y se alejó de la barra. Se decidió a subir por las escaleras de caracol que había a un lado de la sala del bar, apostando por que nadie lo vería y decidido a encontrarse con Mason. Subió al segundo piso y escaneó el lugar; no había nada nuevo o diferente a cualquier otra posada, por lo que pensó que no valía la pena investigar las habitaciones y encontrarse más problemas. Suspiró y sacó su cabeza por la ventana al fondo del pasillo con las cejas fruncidas hasta abajo.
No encontró nada.
Pero extrañamente, sintió una punzada de energía. Así solían sentirse las corazonadas.
O quizá era algo más.
De cualquier modo, se subió a las escaleras de mano que dirigían hacia el tejado. Empujó la trampilla que había hasta lo más alto y emergió del interior del edificio hacia el exterior. La luz del atardecer bañaba sus alrededores y le hacía sentir como en un recuerdo; caminó hacia delante y luego se quedó paralizado.
Ahí estaba el ladrón.
Él estaba de pie sobre el borde del edificio. Su cabello onix era agitado por el viento y parecía mirar hacia abajo; hacia lo que había al fondo de esos metros que constituían la altura de la posada.
Phil enseguida entendió la situación.
Mason iba a saltar.
—¡Espera! —gritó él con su voz tambaleándose entre la alarma y el desconcierto—, ¡no saltes!
El ladrón se quedó pasmado y giró su cabeza; en sus ojos asomaba la confusión y la duda. Sin embargo, bajó de un salto de borde y enfiló hacia Phil, con sus brazos cruzados y sus cejas fruncidas hacia abajo.
—¿Cómo me encontraste? —espetó con desagrado y molestia.
—Preguntando —se limitó a responder Phil cuidadosamente.
—Para tu información, no planeaba saltar. No soy un suicida. —Mason se veía muy enojado ante el solo concepto.
Phil tragó saliva y titubeó.
—¿Vendiste a recuperar tu anillo? ¡Pues mala suerte! ¡Ya lo vendí! —continuó diciendo Mason, alzando sus manos como para hacer énfasis en algo que ya no estaba—. ¡Así que si quieres golpearme en venganza, hazlo! Pero no vas a recuperar tu anillo.
Durante unos momentos, Phil se quedó callado y lo escudriñó con la mirada. Esa mirada que había en sus ojos teñidos de rojo sangre... Esa manera en que le veía como si la vida le diera igual.
Suspiró y relajó los hombros, bajando la guardia para mostrarle que no tenía intención de pelear.
—¿El anillo tiene el poder de controlar a los demonios? —inquirió.
Mason parpadeó varias veces.
—No lo sé —se enfadó—, me importa un comino para qué sirven las cosas que robo... Sabía un poco de la reputación del anillo, pero como ese hay muchísimos y todos son una estafa. Seguro fue casualidad que se lanzara ese demonio alado contra ti, ¡a lo mejor es porque tienes mal karma!
Phil apretó los dientes.
Y luego una voz le hizo cosquillas en el oído.
"Sueña sin soñar;
y encuéntralo,
porque sin él
no habrá paz"
Phil se quedó anonadado. Esa línea... La línea de una especie de poema que había oído desde hacía muchas noches atrás y delante una buena cantidad de tiempo. La razón por la que había abandonado temporalmente su puesto en la Corte de Luz... El motivo por el que había abandonado su reino y viajado hasta una isla que no conocía.
Y el porqué ahora estaba ahí frente a un ladrón.
—¿De dónde vienes? —preguntó secamente—. Tu lugar de nacimiento, quiero decir.
Mason le observó de forma tentativa y dudosa, como si pensara que había un engaño o truco detrás de esa pregunta.
—¿Qué te importa? —soltó tras unos momentos, chasqueando la lengua y dando media vuelta con amago de marcharse.
Pero Phil le tomó por el brazo y le miró seriamente.
—¿De dónde vienes? —repitió, tensando la mandíbula y viéndole de forma seria.
Las pupilas de Masón se dilataron en miedo y sorpresa por una fracción de segundo. Incluso un ladrón como él debía darse cuenta de que Phil no tenía tiempo de bromas o juegos.
—No lo sé —escupió, tratando de zafarse de su agarre y descubriendo en el proceso que Phil era más fuerte de lo que aparentaba—, ¡sueltáme, idiota! ¡No sé qué quieres! Soy huérfano, así que ni siquiera sé de dónde vengo... —Mason le miró con resentimiento y enfado, y solo así le soltó Phil—. ¿Acaso vas a sentir lástima de una escoria de la sociedad como yo, eh? Pues a otro perro con ese hueso... ¡Así que si no planeas vengarte de mí por robarte ese anillo, sal de mi camino, imbécil!
Phil caminó hasta ponerse delante de él y suspiró.
—Tienes que venir conmigo —decretó.
Mason parpadeó con fuerza.
—¿Qué mierda? ¿Qué quieres de mí? ¿O es que quieres enviarme ante la guardia por robar? Porque de ser ese el caso, debo informarte que no planeo ir a ningún sitio contigo...
—¿Puedes callarte? —se irritó Phil con exasperación—. Tengo que pensar... —Pasó una mano por su rostro y sus cejas se fruncieron hasta más no poder—. No puedo creerlo. Esto es muy difícil.
—¿Pensar? Sí, he oído que es difícil para gente como tú.
Phil le lanzó una mirada llena de molestia.
—No estoy seguro de entender lo que pasa —confesó con sus mejillas rojas, optando por ignorar sus comentarios burlones y sarcásticos—, pero hay una voz... Una voz que me guio hasta a ti.
Las cejas de Mason se arquearon.
—Por los dioses —se burló—, ¿eso de preguntar si caíste del cielo ya quedó atrás y esa es la nueva moda para ligar con la gente? Porque me siento muy perdido.
—¡¿Puedes tomarte esto en serio?!
—¡¿Cómo quieres que me tome en serio a un sujeto que me siguió hasta donde vivo y luego me empieza a soltar una mierda de voces y no sé qué?!
—¡Porque no es una broma! —Phil se revolvió el cabello y apretó los diente—. Eres especial, ¿de acuerdo?
—Ahí vamos otra vez... Lo siento, no eres mi tipo.
Phil estuvo a nada de tener un colapso por el estrés que le ocasionaba cada palabra que salía de la boca de Mason.
—¡Por favor! —exclamó—. Alguien me guio a esta Isla... Y hay algo que no conozco y que no entiendo, pero eres parte de eso. Eres una persona diferente a los demás y, aunque no sé bien el porqué, lo creo a ciencia cierta. Es verdad... Y tú eres un pilar esencial de algo muy importante.
Mason se le quedó viendo por unos momentos, entre sorprendido y vacilante.
Y luego soltó:
—¿Estás drogado?
—¡Hablar contigo es como hablar como una pared! —se irritó Phil a nada de llorar de la exasperación. Ni siquiera tenía manera de comprobar lo que decía; solo tenía una estúpida voz en su cabeza, una sensación en el pecho y la fuerte idea de que algo estaba a punto de cambiar.
Y ahora también a un ladrón idiota que no le creía nada de lo que decía.
—Entonces tal vez te guste más ir con ese discurso con una pared —musitó Mason, rodando los ojos—. Bueno, tengo mejores cosas que hacer que lidiar con un demente como tú... Así que me iré.
—¡Espera! No te vayas. —Phil miró hacia el cielo, tratando de encontrar una solución para que Mason le creyera—. Si puedo hacerte ver que tengo razón, ¿vendrás conmigo?
Mason dudó.
—No tengo por qué prometer nada —respondió, entre ofendido y ofuscado—, aunque supongo que sería un gran truco que pudieras comprobar que no es un grillo el que te está hablando a la cabeza.
Phil cerró sus ojos por unos momentos.
"Ayudame a encontrar una forma de decirle lo que me dices a mí", suplicó. No hacia los dioses o al destino, sino más bien a la voz en su mente. Tratando de contactar de la única manera en que había estado haciendo todo este tiempo.
Se mordió el interior de la mejilla y volvió a pensarlo con fuerza.
Nada sucedió.
Mason aplaudió con fuerza varias veces, chasqueando la lengua mientras Phil volvía a abrir sus ojos
—Wow, estoy asombrado —se mofó—, realmente lo hiciste bien invocando a ese fantasma, ¡contó una gran historia sobre los duendes! En serio me impresionaste.
Phil hundió los hombros.
—Ya, vete y haz lo que quieras —se enfadó—, creo que solo estoy alucinando... Da igual...
Entonces empezó a llover.
Y, como una especie de señal inmediata, una horrible punzada atacó el pecho de Phil y fue como si todo el aire hubiera sido arrebatado de sus pulmones. Dejó escapar un respingo de sorpresa y sus rodillas cayeron al suelo de forma inmediata; parecía que su energía vital estaba siendo drenada... si es que acaso eso tenía sentido.
—El destino así lo quiso y el destino así lo tendrá —una voz habló; por primera vez no fue en la mente de Phil, sino haciendo eco cuando no había nada para hacerlo, hablando desde todas partes y, a su vez, de ninguna. Todo era muy confuso—, Artemis V, el elegido y príncipe Heredero, este es tu destino. Solo tú puedes salvar a la humanidad. Solo tú serás el héroe que nos salve a todos del fin del mundo que se avecina.
Como si nada hubiera ocurrido, la voz se calló de golpe. Siguió lloviendo, empapando rápidamente a ambos hombres y haciendo que todo su alrededor comenzara a llenarse de agua.
Phil se apartó el cabello de la frente y miró hacia Mason, que estaba particularmente pálido y con sus pupilas dilatadas en una mezcla de sorpresa y desconcierto.
—¿Qué fue eso? —exhaló. Temblaba, aunque Phil dudaba que fuera por el frío—, ¡¿qué hiciste?!
Él también estaba atónito.
Príncipe heredero de Heldoria.
No tenía sentido algo como eso.
Sin embargo, Phil entendió lo qué significaba y miró hacia Mason. Conocía la historia del príncipe que había sido exiliado apenas unos días después de su nacimiento.
Porque era un príncipe con los ojos rojos, el cabello negro y la piel pálida... Todos estos rasgos de un mal augurio. No obstante, nadie supo qué sucedió con el príncipe en cuestión y todos asumieron que había muerto.
Evidentemente no era así.
Phil inclinó la cabeza y se levantó del suelo con gran esfuerzo.
—¿Sigues sin creerme? —inquirió con atisbo de exasperación—, ¿o acaso esa cosa debe manifestarse en físico para que le creas?
Mason soltó una carcajada.
—Más allá de creerte —empezó diciendo—, me parece que el que sea que pensó que yo soy un héroe es un gran imbécil, ¡que se jodan todos! ¡Yo no voy a salvar a nadie! Así que si esto es una broma o simplemente una especie de mal sentido del humor del destino, puede irse haciendo a la idea de que no planeo hacer ni una mierda por nadie.
Y luego salió enfadado de ahí, aunque Phil volvió a detenerle por el hombro.
—¡No sé por qué eres especial! —gritó, alzando la voz para hacerse oír en medio de la torrencial lluvia—, ¡pero llevo un mes entero buscándote incluso cuando no sabía a quién buscaba! ¡Una maldita profecía o lo que sea no ha dejado de sonar en mi mente...! ¡Y ni siquiera entiendo la mitad, pero sé que solo tú puedes salvar el mundo! ¡¿En serio no planeas escucharla?!
Mason se soltó de su agarre, más enfadado que incluso momentos atrás.
—¡Pues eligieron mal a su héroe! —exclamó, empujándole por el pecho—, ¡este mundo estará mejor cuando todos hayan muerto!
Phil ya no tuvo fuerzas para detenerlo y se quedó pasmado. Lo miró irse con los ojos bien abiertos y el frío calando sus huesos.
Luego apretó los dientes y gritó de la frustración hacia la nada.
.
Regresó al bar una hora después, con la exasperación y abatimiento fluyendo por su sangre y su cuerpo entero sintiéndose exhausto. Se dejó caer sobre un banco y luego se encontró con que, a lo lejos, el hombre que había visto en la barra antes ahora parecía estarle reclamando algo a Mason, que estaba de pie frente a él con el ceño fruncido y sus ojos fijos en el suelo; nadie más les prestaba particular atención.
Phil al ver de nuevo al ladrón se enfureció.
Se suponía que cuando un héroe era elegido por una profecía, ¡este aceptaba! Porque tenía la noble misión de salvar a los demás... ¿Por qué con Mason era diferente? Y peor aún, ¿por qué tuvo que ser alguien como Mason? Si realmente era el Príncipe Artemis, heredero al trono de Heldoria y exiliado del reino, entonces podía entenderlo... Pero...
¿Por qué tenía que ser él todo eso?
Pasó una mano por su rostro y arrugó la frente, muy molesto e irritado por los sucesos recientes. Había abandonado Heldoria por un montón de voces que no dejaban de repetirle una profecía que presagiaba el fin del mundo... Y todo para encontrarse con un ladrón que resultaba ser ese pilar que evitaría que todo finalizara en un caos...
Ese pilar que aparentemente no tenía planeado salvar a nadie.
De forma súbita alguien empujó la puerta del bar.
Era un grupo de personas.
Una mujer, joven y de facciones adustas, encaminaba la marcha. Una capa roja brillante le rodeaba los hombros y yacía unida por una fina cadena de oro. A ella le secundaban tres hombres jóvenes en la segunda fila, y dos mujeres al final cerraban el grupo. Todos ellos compartían capas parecidas y una armadura ligera y de plata que parecía emitir un brillo propio.
Todos dejaron de prestar atención a sus cosas para mirarles maravillados, pues era imposible que no llamaran la atención.
Y entonces el grupo caminó hasta Mason, que también dejó de ver al hombre que le reclamaba sus cosas robadas para observarlos.
El grupo se arrodilló ante él.
—Príncipe Artemis V —corearon todos en el grupo al unísono, inclinando las cabezas. Mason se quedó atónito y paralizado—, hemos viajado por mares y montañas hasta encontrarte. Salva a nuestro mundo, príncipe heredero. Cumple la profecía dada por los Espíritus del Aire y salva la humanidad de su cruel destino.
Y, acto seguido, todos callaron y vieron expectantes a Mason.
Phil también estaba desconcertado y, sin darse cuenta, se había levantado de su silla.
Un grupo que parecía destinado a seguir a Mason, un príncipe exiliado y que no quería salvar a nadie.
Y luego estaba Phil, que no entendía nada.
Realmente era un caos.
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