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Capítulo 44. Renuncia al ser el héroe.

Al principio, Phil se estaba ahogando.

Nadó hacia lo que le parecía ser el fondo del lago. La oscuridad y el miedo lo envolvieron. No sabía lo qué pasaba. Luego el aire se le acabó y sintió que el agua le llenaba los pulmones.

Miedo. Desesperación. Terror. Angustia.

Phil sintió una pequeña presión contra la cuenca de sus ojos. Su cabeza empezó a dolerle y la presión contra su pecho le lastimó.

Tuvo el instinto de volver y, pese a eso, se forzó a seguir nadando hacia delante. Hacia aquella sólida y horripilante oscuridad.

Y vio una luz.

La esperanza le fue devuelta y solo así Phil consiguió obtener las fuerzas suficientes para seguir nadando. Le dolían y le vibraban los brazos, y estaba seguro de que nunca antes en su vida había hecho un esfuerzo como el de ahora. Tan al borde de la muerte. Tan desesperado por algo.

Y logró salir a la superficie.

Inhaló una bocanada de aire y tosió con fuerza. Le palpitaba la sien y sentía todo su cuerpo dormido. Pasó una mano por su rostro y miró su alrededor.

Seguía en el lago, pero su alrededor había cambiado. El corazón le dio un vuelco cuando observó que el paisaje que había visto a través del agua se había vuelto real. Sus ojos se ensancharon y observó en silencio la playa que se extendía más allá. Arena rojiza y blanca. Árboles que ardían en llamas. Un cielo rojo sin nubes ni sol. Todo estaba oscuro y únicamente iluminado por el fuego.

Phil sintió el miedo acorralarle desde dentro y se mordió el labio inferior con fuerza. Meneó la cabeza y nadó hacia la orilla de la playa.

Al llegar, se incorporó con dificultad y le costó respirar. Le dolía todo. Era como si su cuerpo supiera que no pertenecía a ese lugar.

Gimoteó por lo bajo y se tambaleó al levantarse. Se frotó los ojos y miró su alrededor en busca de cualquier pista que le dijera el paradero de Mason. Desenvainó su espada y tensó los hombros.

Se sobresaltó al escuchar el chillido de un demonio, y luego de otro. Parpadeó varias veces y contuvo el instinto de retroceder. Observó que sobre el cielo cruzaba un demonio... y después vio más. Asustado por la idea de que le vieran, Phil se internó en el el bosque. Descubrió que las llamas, si bien estaban calientes, no se extendían a ningún lado, y eso al menos era un problema menos con el que lidiar. Empezó a caminar y, a sabiendas de que podría llamar la atención de los demonios, se atrevió a gritar:

—¡Mason, Mason!

Se rehusaba a renunciar a él.

—¡Mason!

No iba a perderlo... Lo buscaría, lo encontraría y lo llevaría de vuelta a casa. No aceptaría menos. No se iría sin él. No iba a rendirse.

—¡Mason!

Phil maldijo entre dientes cuando algo hizo temblar la arena bajo sus pies. No le hizo falta girarse para saber que se trataba de un demonio. Mierda.

Salió corriendo y, sin mirar por encima del hombro, se escondió detrás de un árbol. Se aseguró de no acercarse demasiado a las llamas ardientes y se limitó a sentir su calor demasiado cerca del rostro. Respiró con fuerza y se quedó inmóvil.

Miró a su alrededor de nuevo, tratando de recortar terreno al descartar lugares con la vista y descubriendo que no era posible. Mason podía estar en cualquier lado.

Entonces miró hacia el suelo. Su respiración se cortó cuando cayó en la cuenta de que, sobre la arena, yacía un pequeño y casi imperceptible rastro de sangre que le revolvió el estómago. Sangre humana... o al menos así le pareció a Phil aun sin nada en qué sustentar esa idea.

Con el miedo en la garganta y sus brazos temblando, Phil salió disparado para seguir el rastro de sangre.

No tuvo que ir demasiado lejos.

Y encontró a Mason.

Se quedó paralizado y, por unos momentos, no reaccionó. Mason estaba ahí. Sentado al pie de un árbol que no ardía y con los ojos cerrados. Phil tuvo el peor pensamiento por unos efímeros momentos.

No se tranquilizó hasta que comprobó que el movimiento de su pecho era, en efecto, su respiración y no solo una ilusión óptica.

Con las rodillas flaqueando y amenazando con tirarle al suelo, Phil se acercó lo más rápido posible. Se arrodilló a su lado y lo miró con detenimiento y detalle. Mason respiraba con dificultad y tenía una herida en su costado que sangraba. La sangre emergía a borbotones y se acumulaba en un pequeño charco a su lado que la arena no podía absorber. El anillo sobre su dedo brillaba débilmente y su piel estaba más pálida de lo que nunca lo había estado.

—Mason —le llamó Phil con suavidad. La voz le temblaba y era imposible disimular el miedo que le abrumaba. Incluso le costó reprimir un sollozo (¿quién iría a decir que se podía sentirse así de vulnerable y débil?)—, despierta, por favor...

Dejó la espada sobre el suelo y apoyó una mano en su mejilla. Le congeló percibir lo fría que estaba su piel y se mordió con fuerza el labio inferior; solo así podía mantener la calma.

—Mason —repitió con un poco de más insistencia y desesperación—, despierta...

Y Mason abrió los ojos.

El color rojo de su iris estaba más débil de lo que alguna vez lo había visto; parecía a punto de desvanecerse. Su mirada, perdida al inicio, tardó en enfocarse en Phil. Parpadeó varias veces y frunció ligeramente el ceño.

—Phil —murmuró. Hablaba en un hilo de voz, como si el hecho de hacerlo fuese un gran esfuerzo—, ¿qué haces aquí...? ¿Esto es real?

Phil asintió con lentitud y miró su herida con consternación. Arrancó un pedazo de su propia camisa y, con su otra mano (y sin pensarlo mucho), presionó la tela sobre la superficie de donde salía la sangre para tratar de impedir el desangramiento, o al menos volverlo más lento hasta conseguir ayuda. Vio a Mason esbozar una mueca por la presión.

—Idiota —musitó Phil. Sabía que sus ojos estaban comenzando a ponerse rojos y llorosos, pero realmente no le importó (a estas alturas, ¿qué importaba si no era Mason?)—, ¿por qué te fuiste...? Prometiste que te quedarías. Que buscaríamos otra solución.

—Lo siento... —Mason ladeó la cabeza y esbozó una sombra de sonrisa que amenazaba con volverse una mueca—. ¿No te gustó verme ser el héroe esta vez? —Se encogió de hombros y fingió una indiferencia que en el fondo no sentía—. Pensé que estarías mejor sin mí, ¿sabes? Realmente no me imaginé que vendrías hasta aquí solo para buscarme...

Soltando un profundo suspiro, Phil apoyó su frente sobre el hombro de Mason y cerró los ojos. Mason olía a una mezcla de sangre y arena y podía sentirlo temblar en respuesta a la sangre que había perdido y seguía perdiendo. Eso era aterrador.

—¿Por qué pensaste que estaría mejor sin ti? —soltó. No quería llorar, mas era difícil (corrección: imposible) no hacerlo en esa situación—, ¿por qué, Mason? Eres un idiota... ¡te necesito! ¡No quiero ir a ningún lugar sin ti, imbécil! Te necesito... porque te amo.

Mason se quedó callado.

—¿Me amas? —repitió con palpable incredulidad. Y luego agregó—: ¿Por qué?

Phil se sentía tan extraño y surreal respondiendo eso que no pudo evitar reírse. Casi al instante su risa se volvió llanto, y se esforzó por mantenerse estable en lugar de quebrarse como en el fondo deseaba poder hacer.

—¿Por qué no? —contestó, un poco violento—, eres un idiota sarcástico que yo creía que solo se preocupaba por sí mismo... Pero no es así, Mason. Eres una persona increíble, y con la cantidad de cosas que siempre dices de ti mismo jamás me habría imaginando que tendría que convencerte de esto. —Tragó saliva y los dedos de la mano le hormiguearon—. Eres amable, maravilloso, inteligente y desearía que pudieras entender cómo me siento y la forma en que haces que se acelere mi corazón. Porque así sabrías lo mucho que te necesito y cuánto me duele saber que te desprecias de esta forma. Mason, te amo, y si vine hasta aquí fue por eso, y porque no puedo permitir que el precio de salvar el mundo seas tú. Es un precio muy alto que no voy a pagar. Ni ahora ni nunca...

Hubo un breve silencio durante unos instantes que se antojaron eternos. Phil escuchó un sollozo saliendo de los labios de Mason y se incorporó para mirarlo. Frunció las cejas hacia abajo y le miró con consternación. Las lágrimas estaban acumuladas al borde de sus ojos y parecía titubeante y sin saber qué contestar.

—Lo siento —exhaló Mason con la voz temblando—, lo siento... No sabía que yo significaba tanto para ti. —Lo vio a los ojos, suplicante—. También te amo, Phil... Es solo que... mierda, esto es difícil. Me convencí de que estarías mejor sin mí, pero realmente no quiero eso. No quiero que estés mejor sin mí. Quiero estar contigo. —La voz se le quebró y sus labios se torcieron en una mueca. Una lágrima le resbaló por la mejilla—. ¿Puedo ser egoísta? ¿Está bien que lo sea?

Phil se inclinó y lo besó. Sintió sus labios muy fríos, y se separó. Volvió a besarlo; esta vez en la punta de su nariz, y luego en su frente. Besos castos y suaves que no duraban ni una fracción de segundo, pero que transmitían todo lo que se acumulaba dentro de su pecho y que le frustraba no haber transmitido antes... ¿Mason no habría huido si le hubiera dicho todo eso? La frustración le pesó en el cuerpo y se sintió desesperado consigo mismo.

Cuando lograran salir de esto (si es que lo lograban), se encargaría de decírselo todos los malditos días hasta hastiarlo.

Lo mucho que lo amaba. Cuánto había aprendido a amarlo durante toda esa aventura.

Y, sobre todo, que él merecía ese amor.

—Que se joda la profecía —soltó—, haré lo que haga falta menos renunciar a ti.

—Cuando vine aquí, supe de alguna manera lo que debía hacer —relató Mason con voz queda, como cambiando ligeramente el tema—, fue raro... Y lo entendí todo, Phil. El porqué soy yo la única persona que puede cerrar el Círculo de Fuego.

Arrugando el ceño, Phil le miró con una mezcla de curiosidad y duda.

—¿Por qué? —inquirió, animándolo a continuar.

—Hace tiempo, mucho tiempo, los semidemonios como yo eran poco comunes, pero aún existían... Y sin embargo, el repudio y el rechazo social que se les tenía era inmenso, aunque no tanto como hoy en día. No estoy seguro de cómo nace un semidemonio, pero me da la impresión de que en ese entonces los demonios venían a nuestro mundo con rareza. Y entonces nació una mujer, semidemonio como yo y de la realeza, que fue repudiada y exiliada de su familia. Ella se hartó de todo ese mal trato y decidió comenzar una especie de revolución contra los humanos. Reclutó a semidemonios por todos los reinos y consiguió un libro con hechizos para invocar puertas a otros mundos...

Mason calló por unos momentos, tosiendo con fuerza y maldiciendo por lo bajo. Phil se preocupó y percibió que el tiempo se les estaba acabando. Tenían que encontrar tratamiento para su herida de inmediato.

—Y así —prosiguió, con algo más de dificultad—, llegó a la conclusión de que la única manera de obtener un mejor trato por parte de los humanos era hacer que fueran temidos. Creyó que la única opción para lograr esto era conectar el mundo de los humanos con el de los demonios, pues eso le daría más poder a los que estaban en el medio, y recitó uno de los hechizos. Ese hechizo abrió una puerta: el Círculo de Fuego. No obstante, la mujer no sabía algo. Para que el hechizo se llevase a cabo, había un precio... y era la vida de la persona que le invocase. Y para que fuera cerrado tenía la misma condición, pero variaba en algo: la persona que fuese a sacrificarse de vuelta debía tener la misma sangre y condición que la primera.

—Y ese eres tú —murmuró Phil con tono serio—. Joder... ¿tanto asunto de la profecía para que al final fueran a empujarte a la muerte? ¿Qué tipo de profecía es esa?

Mason se encogió de hombros.

—Oye, yo no hice las reglas —bromeó, ladeando la cabeza—. Estoy seguro de que si el rey hubiera sabido que solo debía lanzarme a un lago para cerrar el Círculo de Fuego, lo habría hecho cuando nací...

Phil arrugó la frente.

—Y sin embargo —puntualizó—, ahora que sabemos esto, no tiene por qué suceder. Hallaremos otra forma. Podemos revisar todos estos libros de hechizos que mencionas... debe existir una alternativa.

—De verdad lo dudo.

—Lo intentaremos.

—¿Y si no la encontramos, Phil? ¿Dejarás que el mundo se infeste de demonios? —Mason volvió a toser con fuerza y tensó la mandíbula—. Dime, Phil... ¿en serio dejarías que el mundo se fuera al infierno por mí?

—Sí. Sin dudarlo.

—No sabes lo que dices.

—Quizá no... pero sí sé que si nos enfrentamos a la posibilidad de que cerremos el portal sin involucrar tu muerte, entonces vale la pena el intento. La gente aún está bien y ha aprendido a lidiar con esas bestias... Y los demonios, por ahora, han vuelto a su mundo. Tal vez podamos hacer algo con eso.

Mason sonrió.

—Siento que son más inteligentes de lo que parecen —dijo—, cuando comencé a sangrar, todos ellos empezaron a volver... Estoy seguro de que ninguno quería quedarse en nuestro mundo ante la probabilidad de que el portal se cerrara y nunca pudieran regresar.

—¿Cómo te hiciste exactamente esa herida, Mason?

—Un accidente. Conmigo mismo.

—Idiota. —Phil se puso de pie—. Ahora volvamos a casa.

—Será un placer.

Phil suspiró.

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