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Capítulo 4. El ladrón de los ojos rojos.

Había un rey
que vivía sin preocupaciones,
quería el mundo, lo quería todo.

Gobernó con su puño
Su pueblo estaba hambriento,
y él observaba mientras pedían limosna detrás de los guardias de su castillo.

Diamantes y perlas
Esmeraldas y oro
Se bañó en las riquezas que solo él podía conocer.

Pero con el tiempo llegó la edad
Su salud en declive
Y el destino de su legado fue dejado a las mareas

Phil, por unos momentos que se antojaron eternos, se quedó paralizado. Parpadeó no una, sino dos veces, tratando de entender cómo era posible lo que veía.

Y la persona que estaba ahí... no solo era peculiar en su aspecto físico, ¡también apenas si era lo que en la sociedad se consideraría un hombre joven! Su edad no podía superar los dieciséis años, y eso era visible tanto por su complexión, altura y la forma en que lucía. Más joven y ágil que Phil, sin duda alguna, razón por la que no debía bajar la guardia.

Aunque, para su desgracia, lo pensó demasiado tarde. El joven le empujó con una anormal fuerza y se levantó de un salto, volviéndose a colocar la capucha y arrugando la frente.

—Lo siento, pero tengo mejores cosas que hacer que estar bajo arresto —se burló el joven con una sonrisa de oreja a oreja.

Phil finalmente se sacudió de la conmoción que le había generado el asunto y también se puso de pie.

—¡No puedo dejarte ir! —exclamó con el ceño fruncido y sus puños apretados con fuerza.

El joven le observó con algo de interés y ladeó la cabeza.

—¿Sí te das cuenta que no planeo pedir tu permiso?

—Lo entiendo, pero si vuelves a huir, yo volveré a seguirte. Soy lo suficientemente rápido como para seguirte la pista y acabaríamos en el mismo lugar.

—O podría romperte una pierna y salir corriendo, ¿no crees?

Retrocediendo un paso solo por seguridad, Phil frunció los párpados.

—¿Por qué tus ojos son color rojo? —cuestionó, incluso si en sus planes estaba preguntar primero por el anillo. Preguntaba solo por costumbre, pues que, en realidad, prefería no asumir nada de nadie.

El joven arqueó las cejas.

—Por los dioses, no puedes ir por ahí preguntándole a la gente por qué sus ojos son del color que son, ¿tus padres no te enseñaron modales? —El sarcasmo, aparentemente, era algo que dominaba al derecho y al revés.

—¿Hablas de modales cuando acabas de robar un anillo?

—Oye, nunca dije que yo tuviera modales, solo mencioné que tú no tenías. De todas formas, esto —Le mostró su dedo índice, en donde yacía el anillo que había mencionado la mujer. Era dorado y con pequeñas inscripciones, así como con una gema verde en su centro y decoraciones extravagantes alrededor— no es de tu incumbencia, ¿de acuerdo? Así que te irá mejor si renuncias a devolver el anillo o lo que sea y te rindes.

—No puedo marcharme. Le prometí a la propietaria que le devolvería su anillo... En todo caso, te iría mejor a ti si lo devuelves por las buenas y no me obligas a usar la fuerza.

Los ojos del joven brillaron con diversión.

—¿La fuerza? ¿Así que ahora estamos con amenazas? Parece que alguien amaneció muy valiente, ¿eh? Pero en ese caso, yo también puedo amenazarte, ¿verdad? —Sonrió y dio un paso hacia delante—. ¿Quieres que te enseñe las bellezas que puede hacer este anillo? No pensaba usarlo, pero ya que insistes, quizá pueda intentarlo...

Phil le miró con recelo.

—¿Es peligroso? —se atrevió a preguntar, recordando la escasa información que le había dado la plueberina al respecto. Mencionó que era capaz de controlar criaturas o algo cercano a eso. ¿Tendría razón? En dado caso, debía irse con extremo cuidado y, con algo de recato, alzó la barbilla y miró con detenimiento las manos de su adversario a espera de cualquier movimiento brusco para actuar en respuesta.

El joven se encogió de hombros.

—Depende de qué definas como "peligroso" —contestó, haciendo un exagerado ademán al aire que hizo que Phil se sobresaltara un poco por la atención excesiva que le estaba dando; se azoró por esta reacción y carraspeó con la garganta—. Ahora veamos... —Alzó su mano con sus dedos apuntando hacia Phil y agregó—: ¡Inmocilus Abslort!

No pasó nada y, a juzgar por la mirada confundida del joven, se suponía que sí debía pasar algo.

Ambos se quedaron en un tenso silencio por unos momentos.

Luego Phil rompió a reír.

—¿Qué sucede? ¿Tu anillo no funcionó como debía? —se mofó, cruzando los brazos sobre su pecho—. Recomiendo que renuncies a esto. Luces demasiado joven y dudo que quieras pasar tu vida tras las rejas.

—¿Rendirme? Oh, no, esa no es una opción. Por cierto, ¿qué edad crees que tengo? —El chico se veía entre ofendido luego de analizar las palabras de Phil.

—No lo sé, ¿quince, dieciséis?

El joven soltó un respingo mortificado.

—¡Tengo veintiún años, pedazo de mierda! —Por algún extraña razón, el haber sido considerado más joven que eso le alteró.

Sería una mentira decir que eso no le sorprendió a Phil, y a la vez le hizo sentir aliviado.

Si no era menor de edad, entonces no tenía por qué ser piadoso... Especialmente cuando él había demostrado que no planeaba devolver el anillo.

—De acuerdo, entonces me alegra que no tenga motivos para contenerme contigo —murmuró Phil con una sonrisa, crujiendo sus nudillos y tratando de sonar tan intimidante como lo parecía en su mente.

De haber tenido una espada, las cosas habrían resultado mejor para Phil. Pero no tenía. Así que no lo hicieron.

Súbitamente y de forma tan inesperada como solo el destino podía ser, algo en el cielo llamó la atención de Phil. Alzó la mirada antes de poder procesar si era ortodoxo desviar su atención.

Cuando vio que lo que estaba sobre el cielo era un demonio alado cerniéndose sobre él, se quedó atónito. Parpadeó con fuerza y su rostro palideció.

—¿Qué...? —empezó diciendo, mirando su alrededor en pánico y recordando con terror que no tenía ninguna espada para defenderse.

Al ver hacia el ladrón frente a él, notó que también prestaba suma atención al demonio, que poco a poco se acercaba a ellos batiendo con fuerza sus enormes alas.

—Ah, así que eso es lo que hace el anillo —murmuró de forma vaga.

Phil le miró, perplejo.

—¡¿El anillo invoca demonios?! —gritó en un tono de voz más agudo de lo usual.

El joven le miró con una sonrisa que arrugó sus ojos e hizo que el color carmín en sus pupilas resplandeciera.

—Te ves muy asustado —se burló, ladeando la cabeza—, ¿acaso no estás preparado para luchar contra un demonio?

Y, antes de saber con claridad o poder procesar los sucesos, el demonio aterrizó a unos metros de distancia de Phil, chillando y aleteando con fuerza. Ver que el color de sus ojos era el mismo que el del joven le hizo sentir náuseas al caballero.

—¡Que te diviertas! —fue la despedida del ladrón.

El anillo sí debía tener el poder de invocar demonios, pues este no siguió al joven y, en cambio, fijó sus fríos ojos sobre Phil.

Y luego chilló de nuevo y se lanzó sobre él.

.

Phil estaba vivo de milagro.

Había corrido bastante y muy lejos del tejado de aquel edificio y había acabado malherido bajo un puente... Un puente. Ni siquiera sabía cómo había llegado ahí, pero sí sabía que tenía un gran corte cruzándole el abdomen (que se había hecho él mismo al caerse sobre un montón de basura) y el orgullo destrozado.

Tenía la ira acumulada en la boca de su estómago y una frustración que quería despotricar contra el primero que pasara, así que agradeció que no hubiera ni un alma merodeando su alrededor. Cubrió su rostro con sus manos y respiró de forma irregular por unos momentos que le parecieron agonizantes y eternos. No entendía nada. ¿Cómo era posible que existiera alguien con ese color de ojos así como en los mitos y leyendas que los pueblos contaban? ¿Cómo era posible que existiera un anillo capaz de controlar demonios...?

¡Nada tenía lógica! Y eso le destrozaba por dentro, porque a Phil le gustaba ser metódico y llevar a cabo el procesamiento de los sucesos a través de la razón. Sin embargo, así no podía hacerlo. No cuando todo era tan absurdo que le daban ganas de golpearse la cabeza contra la pared.

—¿Qué significa esto? —siseó hacia la voz en su cabeza que sabía que le estaba oyendo, llevándose la mano al pecho y recordando de forma vivida el dolor que había experimentado ahí como medio de mensajes.

Sin embargo, ahora no hubo dolor como creyó que sucedería. Sus labios dibujaron una mueca y, justo cuando creyó que la voz se limitaría a ignorar sus preguntas, algo hizo cosquillas en las paredes de su mente y dijo:

El destino del legado que fue dejado a las mareas.

Eso fue lo único que dijo, y así, soltado de tajo y sin mayor explicación. Phil arrugó la frente y sopesó la idea de soltar alguna otra pregunta o algún tipo de respuesta sarcástica, pero al final se quedó en silencio. No quería volver a enfrentar la ira de quien fuera el ente que le respondía.

Suspiró con pesadez y se levantó del suelo, ya más tranquilo y con menos ganas de enlazarse en una pelea con la primera persona que viera.

Regresó a la costa como pudo y tras un par de indicaciones de los lugareños. Ahí consiguió hallar a la mujer a la que le habían robado el anillo, cuyo rostro se iluminó al verlo.

—¿Lo encontró? —demandó saber la mujer con una mirada tan ilusionada que dolió más que la herida en su estómago.

Phil mostró una mueca. La mujer entendió enseguida.

—Oh.

—Lo siento... Encontré al ladrón, pero huyó antes de que pudiera enfrentarme a él para recuperar el anillo.

La mirada de la mujer no fue discreta; no ocultó en lo más mínimo la decepción que sintió al oír esa explicación.

—De acuerdo... Gracias por haber ido a buscarlo —murmuró ella, más obligada que de forma honesta.

—Por cierto... ¿Ese anillo controla demonios?

La mujer le miró, confundida.

—¿Qué? No, demonios no, ¡eso sería una barbaridad!

Phil titubeó.

—¿Y cuál es su poder?

—Como le mencioné, controla criaturas... Pero criaturas que tengas posesión bajo sangre. Debes hacer sangrar a una para otorgarle poder al anillo y darte la habilidad de controlar toda una especie.

Un anillo de sangre.

—¿Por qué pregunta? —inquirió la mujer con algo de recelo.

—Por nada. El chico que le robó el anillo mencionó un disparate así y eso fue lo que me distrajo como para que escapara —mintió Phil. Definitivamente lo que había oído era algo que planeaba guardarse para sí mismo, pues también debía meditarlo y llegar a una conclusión con lógica.

—¿Fue un chico el que robó el anillo? ¿Podría describirlo? Quizá pueda conseguir dar con él.

Phil también volvió a dudar.

—Tenía el cabello oscuro —empezó diciendo—, la piel muy blanca. Tenía facciones algo delicadas y me dio la impresión de que apenas si era un adolescente, aunque él me corrigió y dijo que tenía veintiún años. Y además..., tenía los ojos de color rojo.

La mujer le vio con atención.

—¿Rojos?

—Sí... —Phil se preguntó si había hecho mal en desvelar eso.

—¡No puedo creerlo! ¡Maldito muchacho, voy a matarlo!

Phil se quedó en blanco.

—¿Eh? ¿Lo conoce?

—¡Claro que lo conozco! —La mujer parecía enfurecerse más con cada minuto que pasaba—, ¡ese bastardo es una plaga en el pueblo! ¡No es más que un sucio ladrón que todos quieren echar!

—¿Y sabe dónde encontrarlo?

—¿Yo? No, pero quizá pueda usted hacer hablar a uno de las lacras que él llama amigos.

Una sonrisa ladina se esbozó sobre los labios de Phil.

—Eso es más que suficiente —dijo—, por favor, dígame dónde encontrar a una de esas lacras que menciona.

La mujer también imitó su sonrisa.

—Será todo un placer. En ese caso, venga conmigo.

Y Phil lo hizo.

Porque se rehusaba a que ese ladrón hubiera huido con un anillo que poseía un poder que podía cambiar el mundo entero.


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