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Capítulo 26. Las sombras del pasado.

La idea de ser el maestro de Mason no fue tan terrible en primera instancia hasta que Phil averiguó un par de cosas:

1. El duelo era en cinco días.
2. Mason era un terrible alumno.

—De acuerdo, honestamente no tengo una sola idea de dónde sacaste la agilidad para huir de mí el primer día que nos conocimos cuando justo ahora no puedes coordinar dos pies...

Era la segunda noche que hacían esto. Y Phil comenzaba a retractarse de haber cedido a ayudarle. Estaban en una habitación de entrenamiento, cosa que Phil no tenía idea que existía; pues al parecer eran reservadas para fuerzas especializadas del reino. Mason entrenaba ahí de día con su instructor designado por el rey, y por las noches hacía lo mismo, solo que con Phil como maestro... Y Phil, que también estaba matándose a sí mismo entre descubrir al tirador, entrenar y enseñarle a Mason, no estaba de humor para ser tolerante.

—¡Es solo que tú lo explicas mal! —se quejó Mason. Siempre se inclinaba demasiado al usar la espada y, al hacer estoques, tenía esa rara tendencia de usar la espada como si fuese una daga o un arma de alcance corto; se le olvidaba constantemente el alargue que tenía y se terminaba yendo de espaldas o hacia delante a causa del peso de la hoja. No lograba coordinar sus pies en los movimientos y acababa causando la mayoría de sus propios tropiezos.

La sala de entrenamiento en la que se hallaban era gris y solitaria. Paredes de piedra y sin una sola ventana a sus alrededores. Había espejos de un lado a otro, cubriendo aproximadamente casi toda la sala, cosa que era ligeramente incómoda. Había espadas, armaduras y escudos colgando de pilares y estantes, y también un sentimiento de cansancio flotando en el ambiente.

Phil no tenía claro cómo era que Mason había logrado tener acceso a esa sala a altas horas de la noche, especialmente con lo custodiado que estaba todo el palacio. Sin embargo, tampoco se quejó cuando él le enseñó todo ese sitio; ciertamente era un alivio poder entrenar sin los intensos rayos del sol quemándole la nuca o la sensación de que todos le estaban mirando de reojo.

—De acuerdo, empiezo a sentir que esto es imposible —se rindió, pasando el dorso de su mano sobre su frente y soltando un hondo suspiro. Estaba exhausto, y tenía sentido. Últimamente solo había estado durmiendo entre tres y cuatro horas y, aunque era más de lo que dormía cuando entrenaba para volverse Caballero, toda esa falta de sueño le estaba empezando a cobrar factura.

Mason dibujó una mueca y dejó caer el arma al suelo. El ruido de la hoja chocando contra la piedra resonó contra las paredes del cuarto.

—No me gustan las espadas —murmuró.

—Entonces no hubieras aceptado ningún duelo con nadie en primer lugar —musitó Phil, recargando la espalda contra uno de los pilares que sostenían el techo y cerrando los ojos.

—Parecía una buena idea en el momento.

—Sí, a la próxima piensa dos veces lo qué es y lo qué no es una buena idea.

—¿Y si peleas conmigo? Tal vez aprenda mejor si trato de defenderme... Intenté proponerle eso a mi instructor, pero solo se rio de mí.

Phil dibujó una sonrisa.

—Creo que puedo imaginar de dónde salió esa risa —se burló, abriendo los ojos y mirando a Mason de brazos cruzados—. Bien, no me parece mala idea que aprendas a través de la experiencia. Tal vez así se te grabe mejor en la cabeza que estás usando una espada y no una condenada daga...

Mason le hizo un gesto grosero con las manos, y luego le señaló una de las espadas del montón que había en un rincón.

—Como sea —se limitó a decir, encogiéndose de hombros.

Luego de tomar una de las espadas que parecían más semejantes al peso de la suya, Phil se dirigió hacia Mason. Con una sonrisa autosuficiente, le mostró un par de movimientos de muñeca con los que agitaba la espada en absoluto control.

—Presumido —bufó Mason, poniéndose en guardia (o lo más cercano que recordaba cómo hacerlo). Colocó su espada cerca de su pecho, mirando a Phil con los ojos fruncidos y suma atención.

Debido a que era él quien tenía la mayor experiencia, Phil optó por atacar primero. Se lo tomó con calma (incluso cuando la tentación de no hacerlo era fuerte), lanzando una estocada ligeramente lenta con el propósito que Mason alcanzara a bloquearla. Luego envió otra; y estuvieron así por unos momentos que se antojaron eternos.

Mason tenía el rostro rojo. Más allá del esfuerzo físico, lo que parecía costarle era tener que pensar y actuar al mismo tiempo. Bloquear y retroceder; tratar de adivinar el siguiente movimiento de Phil.

Era un tanto gratificante para Phil tener el control de esa manera. No estaba seguro del porqué, pero resultaba satisfactorio de una manera que no podía explicar.

Conforme avanzaron los minutos, aumentó la velocidad de sus golpes. Buscó hacerlos más bruscos y difíciles de predecir.

No se dio cuenta que se estaba excediendo hasta que Mason tropezó con sus propios pies y no alcanzó a bloquear una estocada; si no hubiera sido porque cayó hacia atrás y la hoja de la espada le rozó la frente, quizá hubiese sucedido algo catastrófico.

Y Phil, que no era ajeno a ese tipo de accidentes y definitivamente había visto suceder muchos como esos, entró en pánico de inmediato.

—Por los dioses, ¿estás bien? —cuestionó, soltando la espada al acto y arrodillándose frente a Mason.

Por unos momentos, Mason no contestó. Parecía sorprendido. Aunque luego dejó entrever una sonrisa y soltó una carcajada.

—¿De qué te asustas tanto? —cuestionó—, solo me caí...

Phil titubeó.

—Lo siento —se apresuró a decir—, no medí demasiado bien lo que estaba haciendo... Perdón. Pudo haber ocurrido algo horrible.

—Sí, bueno, pero no sucedió, ¿verdad? —Mason se encogió de hombros. Miró la espada que había soltado al caer y dibujó una mueca—. Mierda, creo que sí fue un error aceptar el duelo de ese principito...

—Tal vez, un poco... Podría ser peor. Podrías haber aceptado un trato para encontrar a alguien del que no sabes nada.

Mason arqueó una ceja. Phil decidió acomodarse mejor a su lado, sentándose y flexionando un poco las rodillas.

—Ah, sí, me encontré con Sarahí ayer y me contó que estabas como loco —dijo, ladeando la cabeza con tono de humor—. Temo decirte que hay una larga lista de personas que podrían querer matarme.

—Oh, calma; también lo pensé. Pero muchas de esas personas están en la Isla de Vanix. Para que tuviera más sentido, tuve que poner como prioridad a otro tipo de sospechosos. —Phil pasó una mano por su cabello y crujió sus nudillos—. Aunque lo que pasa es que esto también parece ser imposible... No eres el único que se mete en estos problemas.

—Supongo.

Se quedaron en silencio por unos momentos, sin saber bien qué más agregar. Phil tenía un tremendo sueño, mas la sola idea de levantarse e ir todo el trayecto hasta su habitación le generaba un cansancio todavía peor. Así que, en un intento de generar más conversación, cuestionó:

—¿Cómo es que acabaste volviéndote un ladrón?

Un tanto sorprendido, Mason le miró. Con las cejas arqueadas y el rostro confundido.

—¿De dónde viene eso? —indagó, ligeramente ofuscado.

—Tú me preguntaste por qué me había vuelto Caballero —se defendió Phil—, es justo que tú también me cuentes.

Mason tensó la mandíbula y rehuyó la mirada. Jugueteó con sus pulgares y, gracias al silencio, Phil creyó que no obtendría respuesta alguna y ahí moriría el tema.

Sin embargo, entonces Mason dijo:

—Bueno, teniendo en cuenta que me abandonaron en cuanto nací, no tenía familia biológica... Quiero decir, no fue tan triste como quizá piensas; una pareja de pescadores de la zona me encontró y acogió como su hijo. Yo pensé que eran mis padres hasta los siete años; descubrí que solo me habían adoptado porque habían perdido a su primer hijo y querían con qué llenar ese vacío, ¿sabes? De todos modos, me dio igual. Supuse que estaba bien mientras ellos me amaran... Aunque bueno, entonces hubo un incendio y ellos murieron. Yo tenía once años en ese entonces.

Por un lado, Phil no estaba sorprendido. Una historia trágica era exactamente lo que había esperado de Mason, pero, a decir verdad, ¿quién no tenía una? Si no eran los demonios, eran accidentes y causas naturales. El humano simplemente no estaba diseñado para ser feliz.

—¿Qué sucedió después? —le animó a seguir Phil con suavidad cuando Mason se quedó callado por unos instantes, con la vista perdida en un punto invisible del suelo.

Saliéndose de su ensueño, Mason parpadeó con fuerza.

—Comencé a vivir en las calles —prosiguió—, podría decirse que a partir de ahí comenzó todo eso del robo... fue terrible, creo que puedes imaginarlo. La peor parte no era tanto perder tu dignidad e integridad para sobrevivir, sino los castigos de los guardias. Resultó que no tenían piedad con ningún ladrón, incluyendo a los niños de once años que solo robaban para seguir viviendo. —Mason se encogió de hombros. No parecía particularmente molesto o triste al contar aquella anécdota; más bien, hablaba de eso como si fuese algo indiferente para él y sin importancia—. En una de esas veces, uno de los centinelas me halló robando e hizo que me dieran azotes en la plaza pública. Al final me dejaron ir; yo estaba aterrado e increíblemente adolorido. Y quién sabía en dónde habría acabado si entonces ellos no me hubieran hallado.

—¿Ellos? —repitió Phil, sin estar seguro de qué significaba el tono de voz de Mason que empleó para aquella palabra.

Él asintió.

—Hum, sí, se hacían llamar "Los Desolados", o una mierda así. Me encontraron y me ofrecieron trabajar para ellos. "No tendrás que volver a robar para vivir", me dijeron, y acabó siendo una mentira. Ellos hacían lo que yo cuando me conociste: se dedicaban a robar y vender lo robado. Algo parecido a vivir de las sobras de otros, solo que con un poco más de dignidad...

—Espera, entonces, ¿aún perteneces a ese grupo? —Phil no pudo contenerse a preguntar.

Mason se rio.

—Oh, no, no —contestó—. Estuve con ellos un par de años, porque era eso o seguir viviendo en la calle. —Suspiró y esbozó una mueca—. En ese tiempo, conocí a alguien... y tal vez puedas imaginarte lo que sucedió.

Phil arrugó la frente.

—No estoy seguro de a qué te refieres—admitió.

—Ugh, bueno... Realmente no sé cómo decirlo sin que la palabra en sí misma me provoque asco. —Mason arrugó la nariz y tamborileó los dedos sobre su pierna—. Supongo que, tú sabes, sentía algo por esa persona...

—¿Te enamoraste?

El solo concepto le pareció surrealista a Phil, y la expresión de Mason solo confirmó el asunto.

—Sí, algo así —gruñó él sin siquiera mirarlo a los ojos. Incluso hubo un pequeño rubor que subió a sus mejillas—, aunque la palabra "enamorar" es jodidamente cursi e innecesaria. Lo pondría más en el sentido de "era alguien increíblemente atractivo y no me trataba como escoria".

—¿Y ella te correspondía?

Mason carraspeó con la garganta.

—Era correspondido —murmuró, y fue lo único que dijo.

Phil trató de imaginárselo. La idea de Mason enamorándose y sintiendo algo que no fuese odio por una mujer. Suspiró y miró hacia el techo.

—¿Cuál era su nombre? —inquirió.

—Royce.

—No suena como nombre de mujer. —Ese fue más un pensamiento en voz alta.

—Tiene sentido, porque Royce no era mujer.

Por unos largos instantes, Phil se quedó callado. Entre el shock y la incertidumbre, miró fijamente a Mason. Parpadeó varias veces y el color se le desapareció del rostro.

—¿Q-qué? —Nada más salió de sus labios que eso.

Mason seguía sin mirarlo. Se veía molesto e irritable, y no dejaba de frotarse las manos. Cuando finalmente lo miró, soltó:

—¿Tienes un problema con eso?

Se había puesto a la defensiva. Era evidente a juzgar por su tono de voz y postura.

Phil estaba tan anonadado que no podía pensar en ninguna respuesta coherente. Se sonrojó y se sintió avergonzado.

—No, no... Es solo que... no lo entiendo —confesó, azorado.

—¿Que no entiendes, Phil? —se enfadó Mason, levantándose de su lugar—. Me gustaba un hombre, y yo le gustaba a él... ¿piensas que eso es increíblemente deshonroso, estúpido o demente? ¿Me odias o te doy asco ahora?

De nuevo, Phil no tenía ninguna respuesta. Simplemente los cables de su cerebro parecían haber hecho cortocircuito y no tenía idea de cómo reaccionar.

Mason bajó la cabeza y chasqueó la lengua.

—Bien, como sea —musitó, dándole la espalda y marchándose de ahí con paso pesado.

Incluso sin tener claro lo que había ocurrido, Phil se sintió culpable.

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