Capítulo 17. La prueba de sangre.
Pasó una hora antes de que la coronación finalmente comenzara.
Resultó ser que los asientos de la capilla eran extrañamente incómodos y molestos. Habían tardado mucho en hallar sus lugares designados (tal parecía ser que la invitación no era muy precisa al respecto) y, una vez que los consiguieron, el alivio de poder dejarse caer sobre ellos no duró mucho; pronto averiguaron que el respaldo estaba inclinado de forma dolorosa.
—Estas cosas seguro están hechas para que nadie pueda dormirse —musitó Mason con enfado, llamando la atención de una mujer rubia que se había sentado junto a él, por lo que Phil le miró con fastidio. No podían arruinar su fachada habiendo llegado así de lejos.
Se mordió el interior de la mejilla con fuerza y miró violentamente hacia el frente. Tenía a Sarahí a un lado y Erned al otro; sin duda, no era lo ideal, aunque bien pudo ser peor.
Por fortuna, no esperaron demasiado estando ya ahí. Puesto que la capilla ya se había llenado hasta el tope, Phil pudo percibir el aire tenso que inundaba el ambiente; se preguntó si todos los invitados también se cuestionaban por qué la coronación había sido anunciada de forma así de abrupta. Eran alrededor entre trescientos y cuatrocientos invitados, los cuales no eran demasiados si se juzgaba una coronación de reyes anteriores, y justo por ello daba la impresión de que, gracias a las prisas, muchos no habían podido acudir a la coronación.
Transcurrió unos breves momentos en donde los invitados hablaban entre sí con calma y cierto toque de melancolía. Que si no se habían visto hacía una buena cantidad de años. Que si hacía falta revivir los viejos tiempos.
No era otra cosa sino más y más hipocresía. Era abrumador. El tipo de ambiente que no puedes soportar a menos que realmente hayas nacido para eso.
De pronto, las puertas de la capilla que se habían cerrado instantes atrás se abrieron de par en par, llamando la atención de todos.
Phil miró por encima de su hombro ante el ruido y parpadeó varias veces. La capilla era espaciosa y, por lo mismo, las puertas llegaban casi a la misma altura que las que había visto en la entrada principal. También había múltiples columnas que sostenían el vistoso techo, en cuyo centro se hallaba un caleidoscopio de cristal a través del cual se filtraba la intensidad de la luz del sol y los colores cálidos de la tarde.
Sintiendo una especie de pequeño paro cardíaco, Phil no se creyó lo que sus ojos veían en ese momento. Ahí estaba el rey de Heldoria.
Era rarísimo verlo en persona a tan solo unos pocos metros de distancia. Para empezar, jamás se imaginó que lo tendría así de cerca; era extraño y le parecía que no tenía el más mínimo sentido que él estuviera ahí. La respiración se le agitó y sintió cómo se le secaba la boca por completo.
Tragó saliva con dificultad y observó al rey de Heldoria. Asimismo, todos se levantaron de sus asientos en señal de respeto.
Era un hombre de cuarenta y tantos años. Incluso cuando no era así de viejo, por su cabello ya se avistaba uno que otro cabello blanco que hacía un intenso contraste con el oscuro de los demás; la vida parecía haberle tratado con mucha intensidad, a juzgar por las arrugas bajo sus ojos y la forma en que veía a los invitados justo ahora. Sus ojos eran de un intenso color miel que rozaba con el anaranjado y se asemejaba a un atardecer... solo que quizá algo más intenso, más violento y más aterrador.
Los ojos del rey Dante eran los mismos de alguien que había ido y venido del infierno. Pertenecían a ese tipo de persona que no se iba por las ramas, sabía lo que quería y tenía un nivel de inteligencia superior la resto.
Phil se sintió nervioso y apartó la mirada cuando el rey comenzó a caminar sobre la alfombra roja que trazaba un camino hacia el frente; más allá en donde se ubicaban dos tronos altos y preciosos hechos de metal y cubiertos con seda. El rey llevaba puesta una capa de un intenso rojo, así como una camisa blanca de botones y un pantalón oscuro; sobre su cabeza reposaba la corona Real, que ahora más que nunca brillaba por los colores que llegaban desde las ventanas.
Le aterró a Phil la idea de que el rey tuviese, de alguna manera, idea de sus planes. ¿Los acusaría de traición? De ser así, tendría todos los motivos para hacerlo. Se mordió la lengua y empezó a sudar.
Le causaba pavor estar así de cerca del rey Dante... porque implicaba estar en la misma sala que una de las personas más influyentes de su mundo. Inhaló y exhaló, y notó también que Mason se le quedaba viendo con el ceño fruncido.
Contando hasta tres para calmarse un poco, Phil vio al rey subir por los tres escalones para caminar sobre la plataforma en la que se hallaban los tronos. Era de conocimiento general que la reina Hillary había fallecido hacía unos años por neumonía; y ahora el trono junto al rey Dante estaba vacío.
Una vez que el rey se dejó caer sobre este trono, los invitados se miraron los unos a los otros.
¿Y en dónde estaba el príncipe?
Phil miró hacia atrás, preguntándose si en serio habría servido el demente plan de Sarahí. No, no había manera, decidió. Era un plan sin sentido.
El Príncipe Noah no se saltaría su propia coronación solo por sentirse algo mal... asumiendo, claro, que el séquito de Sarahí hubiese conseguido colarse el palacio Real, que tenía más seguridad que las propias cárceles del reino.
Soltó un suspiro de nerviosismo y volvió a mirar hacia el rey Dante, que se había levantado del trono.
—Pueden descansar —anunció, y así lo hicieron todos; incluso los guardias de pie alrededor de la capilla destensaron los hombros—. Mi hijo está por llegar, por lo que les pido un poco más de paciencia.
Phil dio un vistazo hacia los demás invitados, percibiendo un aura de incomodidad y duda. Transcurrieron unos momentos, y luego advirtió la forma en que Sarahí se giraba hacia Mason y le susurraba algo.
No tardó en deducir lo que le había dicho cuando, entonces, Mason abandonó su asiento y empezó a caminar.
"No lo hagas, no lo hagas", imploró mentalmente Phil, sin poder evitar hundir su rostro entre sus manos y ruborizarse de la vergüenza. Era un mal plan, quiso decir. "Cambiemos mejor de plan y hagamos otra cosa menos vergonzosa".
Sin embargo, no dijo nada; hacerlo habría irrumpido el tenso silencio que llenaba la sala.
Y en cambio, tuvo que limitarse a ver cómo Mason caminaba sobre la misma alfombra roja como el rey había hecho y seguía sus mismos pasos. Era terrible. Vergonzoso. Angustiante. ¿Cómo era posible que Mason caminase con aquella certeza cuando ni siquiera tenía comprobada su identidad?
"¡No lo hagas!".
Pero Mason lo hizo.
—¡No puedes hacer esa coronación!
Phil gimió y dejó que las palmas de sus manos ahogaran el ruido, viendo lo ansiosa que estaba Sarahí a su lado y el miedo que le asomaba a sus pupilas; ella no se veía azorada, sino aterrada y con éxtasis. Como si hubiese esperado toda su vida por aquella escena y momento.
—¿Disculpa? —el rey Dante, lejos de estar enfadado, se veía confundido. Ceño fruncido y ojos arrugados; "¿quién demonios eres tú?", era lo que su rostro y postura gritaban.
Mason (quién sabía cómo lo lograba) se detuvo con cierta indiferencia y gracia sobre el primer escalón, a unos metros de distancia del rey. Tenía las manos hundidas en los bolsillos del pantalón y el rostro calmado, aunque también había un brillo de diversión e ironía en su forma de ladear la cabeza.
Seguro para él todo eso no era más que un juego.
Phil rechinó los dientes del enfado ante la sola idea y apretó los puños.
—Oh, ¿no oíste? Acabo de decir que no puedes hacer esa coronación —prosiguió Mason y, sin más dilación, se quitó el pasamontañas. Debió gustarle el ruido de exhalación y sorpresa que emitieron todos, puesto que una ancha sonrisa se le pintó en los labios. Arrojó el pasamontañas al suelo, miró al rey y añadió—: Quizá debí haberlo hecho más dramático... bueno, qué más da.
—¿Quién eres? —gruñó el rey. Automáticamente, todos los guardias se habían puesto en posturas de defensa y ataque, alzando sus espadas y armas y viendo a Mason en postura de amenaza; era evidente que no le dejarían avanzar otro paso hacia el rey.
—Bueno, déjame pensarlo... —Mason hizo una mueca y suspiró con fuerza—. Diría, en pocas palabras y para no hacer más largo el asunto, que fui enviado aquí porque los dioses saben que la ironía es importante en esto del destino y... blah, blah, supongo que soy tu hijo. Ya sabes. Ese supuesto príncipe que todos exiliaron por su color de ojos... ¡Así es, ese soy yo!
Un incómodo silencio volvió a asentarse sobre la capilla. El rey Dante parpadeó varias veces y no dijo nada por unos momentos.
A juzgar por su reacción, era clarísimo que sí veía posible la idea de que su primogénito hubiese vuelto a Heldoria cuando, en teoría, estaba muerto. El color se le desapareció del rostro y carraspeó con fuerza.
—¿Cómo te atreves a usurpar la identidad de una persona muerta? —espetó el rey con un tono frío y enfadado. El color miel de sus ojos se tornó algo oscuro y su expresión auguró que nada bueno saldría si Mason no elegía sus palabras con cuidado.
Mientras tanto, Phil solo deseaba que la escena acabase y se pudiese hundir bajo el suelo para evitar tener que atestiguar lo demás.
—No estoy usurpando la identidad de nadie —contestó Mason, empleando un tono irónico y molesto—. ¿Qué te parece si mejor lo ves por ti mismo? —Requería un gran coraje para tutear al rey sin vacilación alguna—. Me contó un pajarito acerca de una especie de prueba para saber si alguien es de tu pomposa y sagrada familia... ¿y si haces el intento conmigo?
Los invitados comenzaron a murmurar entre sí.
—¿Qué está sucediendo? —era lo que se preguntaba la mayoría.
El rey Dante lucía inseguro, como si no tuviese claro de qué debía hacer o decir. Era evidente que la aparición de Mason le hacía arruinado la coronación, puesto que, real o no, ya había bastado con aparecerse diciendo tales cosas para hacer tambalear a las creencias de todos sus invitados. Sus ojos inquisitivos se pasearon por la capilla y luego tensó la mandíbula.
Si encarcelaba a Mason, sembraría la duda entre los invitados, porque, ¿y si era cierto lo que decía? Nunca se obtuvieron pruebas verídicas que confirmasen la muerte de hijo primogénito del rey.
Tras un pequeño debate interno, el rey soltó:
—Si accedo a realizarte la prueba, ¿estarías dispuesto a morir cuando sea negativa?
Phil se admiró ante la solución que halló. De ese modo, el rey no ahondaba más en el tema como para causar mayor revuelo y asentaba su firmeza acerca de lo poco probable que le parecía que Mason fuese realmente su hijo... y sin embargo, tampoco refutaba por completo la posibilidad.
La sonrisa de Mason titubeó.
En sus ojos gritaba algo como "Sarahí no me dijo que sucedería esto".
Pese a ello, no podía dar marcha atrás, así que contestó:
—Como sé que la prueba será positiva, sí, estoy dispuesto a poner sobre la mesa una apuesta de ese calibre.
El rey Dante suspiró.
—En ese caso, la prueba no tomará más de unos momentos —murmuró, echando un vistazo hacia sus invitados—. Tomando en consideración que mi hijo Noah sigue sin aparecer, les pido unos minutos de su tiempo para dar fin a este asunto... Una vez que vuelva y el príncipe esté aquí, podremos darle seguimiento a la coronación.
Los invitados asintieron vagamente, aunque en sus ojos brillaba la curiosidad y la intriga. ¿Y si ese chico de ojos color rojo realmente era el príncipe perdido? Se veía a kilómetros de distancia que todos ansiaban saberlo.
Entonces el rey Dante llevó a Mason fuera de la capilla.
Y Phil, Sarahí y Erned no tuvieron oportunidad de saber nada más.
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