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Capítulo 16. Antes de la tragedia.

Phil se sintió nervioso cuando el carruaje se detuvo a una calle del palacio Real.

Era surrealista estar ahí. Es decir, ya era demasiado raro todo el concepto que implicaba el viaje que había tenido para llegar hasta ahí... ese pequeño bajón emocional que había tenido al llegar a Heldoria no hizo sino duplicarse al tener frente a sí el verdadero y genuino palacio de la realeza.

Un nudo le ató la garganta y sintió un cosquilleo recorrerle el cuerpo desde la punta de los pies hasta su cabeza. Sintió un escalofrío y se mordió el labio inferior. El carruaje estaba esperando frente a una larga fila de más y más carruajes que estaban siendo revisados a fondo junto a todas las personas dentro.

—¿Cómo se supone que entraremos? —era esa clase de preguntas que solo se le ocurrían a Phil cuando contemplaba que una respuesta vacilante podía hacer caer todo su plan.

Aunque quizá llamarlo "plan" sería demasiado; en lo que a él respectaba, Sarahí y su séquito solo estaba improvisando.

"Finge hasta que sea verdad", ese era, quizá, el lema de su grupo.

Sarahí entonces levantó las cejas y se cruzó de brazos.

—Tenemos invitaciones —dijo.

—Recordaría haber tenido unas —gruñó Phil con el entrecejo arrugado.

—Oh, bueno... entonces mi madre tenía unas que le sobraban y las tomé mientras nadie más veía.

Phil parpadeó varias veces. No había pensado en las invitaciones hasta ese momento (tal vez no era tan bueno haciendo planes como había creído), aunque al escuchar eso de Sarahí, su confusión solo fue en aumento.

—¿Le sobraban? —repitió, claramente incrédulo.

Mason aplaudió con fuerza y soltó una carcajada.

—¿Robándole a tu propia madre, Sarahí? ¡Eso es hilarante! Un gran giro de trama, si me permites decirlo; me encanta que en el fondo no seas una total Phil...

—¿Qué se supone que significa eso...?

—Bueno, no es que le haya robado precisamente. —Sarahí parecía debatirse entre sentirse emocionada o confundida por los elogios. El rubor le recorría desde las mejillas hasta las orejas—. Aunque, bueno, si usted lo pone así, quizá no haya sido del todo malo. A final de cuentas, lo hice pensando en la causa.

Phil bufó.

—Ya, claro... dicen que el infierno esta pavimentado de buenas intenciones —ironizó mientras rodaba los ojos—. No te dejes corromper, Sarahí; había más formas de entrar y el robo de unas invitaciones que no nos pertenecen no era la única.

—Entonces, soldadito, ¿qué hubieras hecho tú? —El tono de burla de Mason, como siempre, era detestable—. Ya fuera que nos hubiéramos colado a la coronación, habríamos hecho algo ilegal... ¡y es demasiado tarde para pensar en pedir unas invitaciones extras! Asumiendo, claro, que alguien escuchara a un montón de muertos de hambre sin influencia en la alta sociedad.

—Yo tengo influencia —contradijo Phil—. De haberlo pensado antes, habría ideado un plan legal y sin necesidad de robar nada a nadie.

—¿Y qué te detuvo? Tuviste tiempo de haber planeado algo, ¿sabes? No necesitabas nuestro permiso para hacer absolutamente nada.

Sarahí carraspeó con la garganta, repentinamente incómoda por el tono de voz violento e irritable que llenaban las palabras de Phil y Mason.

—Bueno —agregó ella con visible nerviosismo—, al menos ya tenemos las invitaciones... sea legal o no, no hay forma de dar marcha atrás a este plan.

Phil se resignó y se reclinó sobre su asiento, soltando un ruidoso suspiro y encogiéndose de hombros. "Como sea", fue lo único que murmuró entre dientes.

Y luego esperaron.

A jugar por todos los carteles y personas yendo de un lugar a otro, la coronación del Príncipe Noah daría lugar hasta el atardecer. Phil todavía seguía curioso acerca de cómo se había ido pocos días y regresado con una noticia tan grande como esa; no tenía sentido... a menos que la hubiesen anunciado a última hora.

¿Y por qué, en todo caso, el rey estaría ansioso de coronar a su heredero?

Había muy pocas razones para algo así. Entre ellas, estaba la muerte del rey anterior; mas este no era el caso. Phil frunció la frente y jugueteó con los pulgares, tratando de entender qué podía estar pasando por la mente del rey.

Y mientras pensaba, el tiempo comenzó a pasar. Transcurrieron dos horas hasta que les permitieron pasar a la otra calle y los sometieron a una inspección aún más rigurosa que la que tuvieron en las murallas. Hicieron pasar a Mason como ciego para evitar llamar la atención por su color de ojos, y se libraron de más problemas una vez que Sarahí les tendió las invitaciones al guardia y todos pudieron finalmente acceder al paisaje principal.

El palacio Real era, de esperarse, tan grande y alto como esas montañas a la distancia. Blanco cual la nieve y sostenido por múltiples pilares sobre los cuales yacían tallados fragmentos de la historia de Heldoria. Era tan alto que dolía estirar el cuello para mirar los límites, que eran esas torres que Phil había visto antes desde el comienzo de su viaje. Las banderas del reino se ondeaban y agitaban con entusiasmo; las personas que se hallaban en la plaza principal ya estaban siendo acomodadas por el personal correspondiente para ser admitidas en la entrada del palacio.

La plaza en la que ahora se encontraban era inmensa y preciosa; el suelo conformado por baldosas rosas que parecían emitir su propio brillo; elegantes y preciosos escenarios que les rodeaban, así como restaurantes lujosos y casas que correspondían solo a los más altos mandos después de la familia Real.

Phil sintió un revoltijo en el estómago al estar ahí. Recordaba haber cruzado por ese sitio algunas veces... sin embargo, jamás había entrado realmente al palacio (o no por completo), puesto que se había limitado a recibir su entrenamiento en la Casa de los Caballeros, un establecimiento que se encontraba junto al palacio dedicado a seguir fortaleciendo la Corte de Luz. Por tanto, Phil solo conocía ese lugar de reojo... nunca había tenido la oportunidad de admirarlo con detenimiento, puesto que sabía que no era necesario; que jamás iba a conocer el palacio y, por ello, no hacía falta prestarle más atención de la necesaria.

—Poco más y se te caerá la mandíbula al suelo —se burló Mason a su lado, que tenía los brazos cruzados y llevaba un pasamontañas que Sarahí le había puesto a último minuto; de esta forma, nadie se fijaría en sus ojos y tampoco se tropezaría al caminar.

Phil decidió que sus comentarios no le molestarían estando ahí y le ignoró totalmente.

—¿Y se supone que los otros ya están adentro haciendo lo suyo? —Esta vez, Mason se dirigió hacia Sarahí y Erned, arqueando las cejas y sonando entre curioso y vacilante.

—En teoría —contestó Sarahí, mordiéndose el labio inferior con duda y luciendo poco confiable.

—Deben tener fe —agregó Erned, cosa que desmeritó aún más el asunto—, son buenos haciendo lo suyo.

Phil tensó la mandíbula y miró hacia el suelo, rascándose la oreja y preguntándose cómo había terminado con ese montón de inútiles. No es que no hicieran bien las cosas (extrañamente, hasta ahora la situación había estado jugando a su favor), sino que ni siquiera lo intentaban... ¿un plan? ¿Para qué? Ellos simplemente se arriesgaban a la primera oportunidad que tuvieran y tentaban a la suerte una y otra vez.

Eso era mentalmente agotador. Y le asustaba más saber que estaba llegando a un punto donde ya estaba dejando de importarle.

Si esos bastardos tenían suerte, pues bien por ellos. Al menos así podían evitarse uno que otro problema.

Era alrededor de la una de la tarde cuando la plaza se llenó de gente importante y prepotente y Phil comenzó a incomodarse. No conocía a nadie ahí, aunque fue evidente que Sarahí sí lo hacía a juzgar por la manera en que se tensaba y tenía los ojos fijos en el suelo.

De haber sabido lo exhaustivas y tediosas que eran las coronaciones, entonces Phil se habría saltado esa... Aunque, claro, de haber tenido verdadera libertad de elección, quizá ni siquiera estaría ahí. Bostezó y un par de lágrimas se le acumularon al borde de los ojos.

Después las puertas del palacio se abrieron.

—¡Todos entren con orden y tomen asiento en sus lugares designados! —gritó un guardia desde el umbral, y así todos empezaron a avanzar.

Phil no tenía claro el orden de los acontecimientos durante una coronación. Sabía acerca de un largo tiempo en el que los invitados esperaban y había un momento de socialización como introducción, ya que, posteriormente habría un gran banquete con el que podrían comer al menos cuatro pueblos de Heldoria y así seguir socializando como el montón de ricachones que eran. Antes de ello sucedía todo el asunto del juramento a la corona y un montón de cosas que el príncipe recitaba... sin embargo, eso era todo lo que Phil sabía; desconocía la duración de cada cosa o si había algo más intermediario.

El vestíbulo del palacio era mil veces más grande del que había visto en la casa de Sarahí. Era vistoso y encantador. El suelo de madera de caoba, las paredes con tapizados púrpuras y sobre las cuales colgaban grandes marcos con pinturas de reyes de generaciones pasadas. Phil sintió que se le cerraba la garganta de los nervios a ver la cantidad de gente que caminaba contigua a él.

En general, en una multitud había una gran variedad de personas... Aunque, ahora, todas las que caminaban ahí coincidían en algo: ese porte de elegancia e hipocresía. Esas sonrisas falsas y rostros aparentemente serenos. Nadie tenía que saber que quizá aquella mujer de peinado excéntrico por dentro ya estaba muriéndose de hambre y maldiciendo a todos; o que quizá ese hombre al que casi no le quedaba cabello ni siquiera había querido ir a la coronación y ahora solo estaba esperando por el momento a volver a casa. Todos vestían ropas coloridas y en las que abundaba el púrpura, así como perlas y joyas que colgaban de sus cuellos, dedos y orejas.

De este modo, Phil se dio cuenta de lo mucho que ellos desentonaban.

Otra cosa en la que no habían pensado.

Comenzaba a odiar con seriedad cada parte del plan de Sarahí. Chasqueó la lengua y trató de verse sereno y confiado; como si realmente se hubiese ganado un lugar en aquella coronación y no fuera, en realidad, una completa estafa.

Jamás había mentido tanto en su vida como lo hacía en ese momento.

Phil se había hecho el juramento a sí mismo de tener una existencia tranquila y honesta. No molestar a nadie y no ser molestado. Llevar a la justicia a quienes hicieran el mal y mantener un equilibrio correcto en la balanza de la vida.

Y sin embargo; ahí estaba. En una coronación a la que no había sido invitado. A sabiendas de que un grupo de conspirativos planeaban envenenar al príncipe heredero para retrasar el evento. Caminando al lado del ladrón más cínico que había conocido hasta ahora.

Debía ser una especie de broma mal formulada por el destino. Soltó un exhaustivo suspiro y se frotó los ojos, repentinamente mareado y abrumado por todos esos sucesos.

Y es que, ah, estaba la otra cosa: el tener cuidado con Mason. Con ese ladrón que ya podía imaginar dándoles la espalda.

Debía dejar de ser descuidado y tomar las riendas mientras pudiera.

—Todos te están mirando porque pareces a punto de morirte —se quejó Mason de pronto, hablándole en voz baja para solo ser oído por él—, deja de lucir como un muerto...

Phil arrugó la frente y estuvo a punto a de decir algo, pero Mason continuó hablando:

—Entiendo que sea abrumador estar junto a tanto montón de mierda hipócrita... Pero al menos disimula un poco, ¿quieres? Sino arruinarás el plan.

Incluso pese a que Phil sabía cuánto odiaba y detestaba a Mason, sus palabras le hicieron caer en la cuenta que sí estaba actuando extraño.

De este modo se incorporó, pasó una mano por su cuello y miró hacia el frente.

Unos momentos más tarde, entraron a la capilla.

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