Capítulo 13. La coronación imprevista.
—No puedo creer que le hayas mentido a todo el pueblo —gruñó Phil con notable desagrado y enfado. Habían vuelto a subirse al carruaje, pero con una notable diferencia.
Y es que el líder, como agradecimiento por "salvar al pueblo", les había prestado un carruaje precioso y extenso, junto a dos caballos increíble y majestuosos que parecían mejor alimentados que Phil en toda su vida. Los asientos estaban forrados de seda, las ruedas eran altas y nuevas; el techo era altísimo y las ventanas preciosas con pequeños detalles en el alfeizar.
—De no haberle dicho aquello, nos hubieran echado —contestó Mason sin gran importancia, mirándose las uñas para recalcar su indiferencia. Ahora que tenían más espacio para acomodarse, Phil no tenía la necesidad de tocar o rozar con los hombros a los demás; incluso así, le causaba leve fastidio tener que encerrarse en ese carruaje por el largo trayecto que les quedaba.
—Era la única solución —le defendió Sarahí, arqueando las cejas y batiendo sus pestañas en un gesto de inocencia—. Antes de saber que los Espíritus te salvarían, creímos que necesitabas donde recuperarte si es que no morías...
Phil dibujó una amarga sonrisa.
"Si es que no morías".
Contuvo el impulso de rodar los ojos y miró por la ventana.
—No vuelvan a mentir de esa forma —gruñó—, o al menos no mientras me involucran. No hice nada por el pueblo y, si acaso, solo lo empeoré. Ahora la gente ahí vivirá creyendo que derroté a ese demonio cuando sigue ahí suelto... —Soltó un suspiro y se reclinó sobre su asiento—. Solo no mientan de nuevo.
Sarahí arqueó las cejas con cierto aire incómodo, desviando los ojos al suelo. Anaid carraspeó con la garganta y Erned se le quedó viendo con cierta curiosidad.
El resto del trayecto sucedió en silencio.
En algún punto, el carruaje dejó atrás los pueblos y rodeó por un sendero en medio del bosque. Ahí daba la sensación de que todo era verde y sereno; se oía a la distancia el canto de las aves y todo se sentía como destinado a permanecer en una eterna calma. Phil se permitió bajar la guardia y mirar hacia el techo del carruaje. Antes de partir el líder del pueblo le había dado una comida completa, aunque justo ahora comenzaba a sentir que estaba perdiendo el efecto.
Se miró el brazo, analizando por ocasión número indefinida la cicatriz sobre la superficie de su piel. Incluso cuando ya había tenido cicatrices antes, esta en particular no dejaba de llamarle la atención.
Porque nadie había sido herido por un demonio (dejándolo huir) y permanecido vivo por demasiado tiempo.
La incertidumbre de no saber cuándo sería atacado era, quizá, un factor decisivo en la muerte de los elegidos.
Los labios de Phil se torcieron en una mueca, sintiéndose repentinamente inquieto y alterado. Se sobresaltó en sobremanera cuando el carruaje se detuvo.
—¿Qué sucede? —cuestionó en un tono de voz más alto del que habría sido necesario emplear.
Sarahí le vio con extrañeza.
—Al parecer no somos los únicos que nos dirigimos hacia la capital —murmuró, haciéndole un gesto para que mirara por la ventana.
Al hacerlo, Phil se encontró con una larga línea de carruajes y carretas que yacían esperando sobre el sendero de tierra; caballos ansiosos y personas en silencio. Se preguntó por qué había ese tráfico.
—No entiendo —dijo—, son raras las ocasiones en las que tanta gente desea viajar a la capital de Heldoria.
—Es porque el hijo del rey será coronado —soltó Mason, como si aquello tuviese todo el sentido del mundo—. El señor ese del pueblo lo dijo; la mentira de que salvaste a todos del demonio no fue la única que le dijimos. También mencionamos que teníamos invitación para la coronación y, por ello, nos dio este genial carruaje.
Phil se quedó estático por unos momentos.
—¿Qué? —ni siquiera sabía por dónde comenzar a enfadarse. Torció el cuello hacia Sarahí, y luego hacia los demás locos de su secta—, ¿qué diantres? ¿Ustedes lo sabían?
—Puede que hayamos oído algo así —dijo Harley, encogiéndose de hombros—. El que no preguntó fuiste tú.
—¡¿Cómo se suponía que iba a preguntar algo que ni siquiera conocía?!
—Tú eres el que viene de aquí —se defendió Partles entre dientes—, ¿no tendrías que estar enterado de las coronaciones?
—Bueno, sí, pero... ¡esto fue de improvisto! Estoy seguro de que no planeaban algo así antes. —Phil empujó a Sarahí y sacó el cuello por la ventana, arrugando la frente y volviéndose a meter al carruaje con gesto de derrota—. Mierda. ¿Se puede saber por qué están así de tranquilos? ¡Si llegamos después de la coronación, todos sus estúpidos planes se habrán arruinado por completo! Al rey ya no le interesará oír sobre su supuesto hijo perdido una vez que le haya cedido su trono al que sigue... ¡Y no, esperen! ¡¿Por qué demonios le cedería su trono a su hijo, si muy apenas tiene los diecisiete?!
—Oh, sí, justamente por eso los convencí de no decirte nada —musitó Mason, poniendo los ojos en blanco y apoyando su barbilla sobre el dorso de su mano—. Alterate más y te saldrá humo por las oreja...
—¡Esto no es una broma!
—Phil, cálmate y no le grites al príncipe Artemis —gruñó Sarahí, saltando de inmediato—. Como él dice, no te contamos acerca de la coronación porque sabíamos que te ibas a poner todo loco con esto...
—¡Pues con justa razón!
Sarahí le puso una mano en el hombro y le miró fijamente. Phil suspiró, viendo hacia el suelo y bajando su tono de voz al agregar:
—¿Y al menos se les ocurrió algo o simplemente me ocultaron el asunto para no escucharme?
—Mitad y mitad... —dijo Mason vagamente.
—Llegamos a la conclusión que la única forma en que se pueda detener la coronación, es que el príncipe Noah esté indispuesto para ella —intervino Harley, asintiendo varias veces con la cabeza.
El rey de Heldoria tenía solo un hijo en lo que a todos concernía. El pueblo conocía la historia (o, más bien, la leyenda) acerca de su primogénito que había sido exiliado tras descubrir su color de ojos. El rey había tranquilizado a todos diciendo que Noah sería quien cumpliría con la profecía, aunque, hasta ese momento, no había revelado planes próximos de algún movimiento para ello. Phil no había conocido en persona al príncipe, pero sabía que era un mocoso engreído que dudosamente podría cumplir con el papel que la profecía mencionaba.
Aunque, si tuviese que elegir entre Noah y Mason... bueno, Phil preferiría saltar de un puente.
—Por favor, díganme que su plan no involucra asesinar al príncipe de Heldoria —gimió Phil, hundiendo su rostro entre manos.
—No es un mal plan —dijo Mason con tono divertido—, y en ese caso, ya no le quedarían príncipes legítimos al reino...
—Pensaba que habíamos acordado otra cosa —intervino Sarahí, parpadeando con fuerza.
—Sarahí, el príncipe Artemis no está hablando serio —le susurró Partles.
—Oh.
—De todos modos —prosiguió Mason, suspirando con cansancio—, por mucho que me gustaría eliminar a ese tal Noah, resulta que no es la mejor alternativa... en cambio, lo solucionaremos con una simple indisposición. Si el príncipe está enfermo, no puede ir a la coronación; y sin príncipe, no se hace nada. Entonces llegaré yo en lugar de él y blah, blah... ya te imaginas lo que sigue.
—No, de hecho no me imagino absolutamente nada —espetó Phil con enfado, descubriendo su rostro y frotándose los ojos—. Aquí vamos con otro plan jodidamente defectuoso y sin pies ni cabeza... ¿saben algo? Renuncio a pensar en una mejor solución. Hagan lo que quieran.
—Phil, no te molestes, pero realmente no buscábamos tu aprobación —dijo Sarahí con suavidad y sin intención de herir. A veces eso era lo raro de ella; no parecía totalmente consciente del tono en sus palabras—. Haremos esto, porque necesitamos llamar la atención del reino entero y poner al rey en una posición en la que le sea imposible ignorar al príncipe Artemis. Una vez que ceda a hacerle la prueba para verificar que comparten sangre, es más fácil convencerle de aceptarlo de vuelta como su hijo. Y una vez que ocurra esto, entonces podremos pedirle las tropas y el armamento necesario para que el príncipe Artemis viaje para encontrar el Círculo de Fuego y cerrarlo de una buena vez. Solo así salvaremos al mundo.
De tantas veces que lo habían repetido, Phil comenzaba a preguntarse si realmente aquello era posible.
"¿En qué me has metido?", cuestionó mentalmente hacia el Espíritu que se suponía le había llevado hasta ahí. Se mordió el interior de la mejilla.
Y entonces se sorprendió cuando recibió una respuesta:
"Sin él, no habrá paz".
Phil empezaba a hartarse un poco de ese asunto de la paz.
.
Esperaron por alrededor de dos horas hasta que la fila por fin se dignó a avanzar y, una vez que lo hizo, Phil los vio a todos ponerse en marcha.
—Nos apresuraremos a llegar antes al reino —dijo Harley, acompañada de Anaid, Partles y Erned, el equipo que habían armado para dividirse—. Es primordial que ustedes lleguen por la puerta correcta y llamen la atención de la gente con la apariencia del príncipe Artemis. Resolveremos la misión tan rápido como podamos y volveremos a ustedes.
La "misión" consistía en envenenar el agua del príncipe Noah y dejarle lo suficientemente enfermo para que no pudiese asistir a la coronación. A decir verdad, a Phil le parecía un plan torpe; podía ver sin esfuerzo la cantidad de cosas que podían salir mal con ello. No obstante, cumplió con su palabra de no entrometerse y se mantuvo al margen.
Ya los estaría ayudando cuando todo fuera en picada... pero de momento, prefería ya no arriesgar su pellejo como había hecho con el demonio en el pueblo. Hasta cierto punto, aquel enfrentamiento le había hecho reflexionar un poco acerca de la vida y la muerte.
Sacudió la cabeza y observó lo vacío que quedaba el carruaje. Solo quedaba Lorson conduciendo, y Sarahí, que pasó a sentarse frente a ellos. Por supuesto, ahí también estaba Mason, pero sinceramente, Phil ya ni le prestaba atención.
El carruaje siguió avanzando durante las próximas horas. Gracias al tráfico, el viaje se alargó más de lo necesario.
La coronación sería hasta el día siguiente.
Y Phil estaba demasiado nervioso de solo pensarlo.
También tenía un montón de dudas... ¿por qué el rey había acercado una coronación que, por lo general, solo ocurría cuando el rey anterior fallecía o tiempos oscuros se avecinaban? Se estremeció ante lo último y cerró los ojos.
Tenía miedo.
Miedo de lo que estaba por suceder. No era solo la cantidad de demonios que salían durante la noche, sino la idea de que la profecía fuera a cumplirse... por alguna razón, le aterraba la idea de que así fuese. Sonaba bien todo eso de salvar al mundo, pero, ¿ir al Círculo de Fuego? Nadie había ido ahí nunca, y solo se hacía una estimación en dónde se hallaba. Sin embargo, el país donde quedaba había acabado desértico y lleno de demonios. Nadie entraba, y mucho menos salía con vida.
Phil apretó los labios y tensó los puños. Estaba realmente asustado del futuro que les deparaba a todos...
Podía fingir lo que quisiera, pero no podía evitar lo que estaba por ocurrir. Tampoco tenía idea de por qué había sido elegido junto a todos los demás; no parecía tener sentido.
Pasó una mano por su rostro y torció los labios en una mueca.
Entonces advirtió que Mason le estaba mirando. Al verle de vuelta, él le sostuvo la mirada; luego arqueó las cejas y su vista de tornó curiosa.
—Eres extraño —murmuró Mason—, demasiado extraño.
Phil parpadeó varias veces, sin tener idea de cómo debía tomar eso. Optó por no ofenderse, pero tampoco contestar.
Así esperaron en silencio a que el carruaje llegase a la capital de Heldoria.
Por suerte, llegaron antes de que fuese de noche.
Y tenía sentido... Una vez que fuese de noche, ese lugar se volvería una masacre.
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