Capítulo 10. Se hace lo que se requiere.
Phil no estaba seguro de cómo había llegado hasta ahí.
—Recuerdas el plan, ¿cierto? —Mason le codeó y arqueó las cejas para llamar su atención.
—Literalmente no me has dicho una sola palabra desde que llegamos —gruñó Phil, sintiendo que, si escuchaba un solo comentario sarcástico más de la boca de Mason, lo echaría del tejado al que se habían subido. Tenían un asiento en primera fila para ver la plaza de aquel pequeño pueblo; cada uno tenía su propia plaza en la que se llevaban a cabo las sentencias públicas de crímenes menores... tales como cortarle las manos a un ladrón.
—¿Entonces no estabas oyendo mi magnífico plan sobre cómo rescatar a ese pobre bastardo sin ser vistos y estar de vuelta con la banda de perros falderos antes de que caiga el sol?
—Te voy a tirar de este tejado, en serio.
Mason hizo un puchero.
—¿Qué sucedió con nuestro amor? —se quejó—, y pensar que antes todo era miel sobre hojuelas...
—Segunda advertencia, imbécil. A la tercera no habrá aviso.
—Ya, está bien, soldadito. No diré nada ni tampoco te diré mi fenomenal plan.
—Yo tengo un plan. —Phil miró a su alrededor y arrugó la frente. No había señales ni rastro del joven ladrón al que había ayudado a encarcelar, lo que le hizo preguntarse cuánto tiempo planeaba esperar el Sr. Hardar para hacer suceder esa sentencia pública—. Tú te quedas aquí callado mientras que yo voy a rescatar a ese ladrón infeliz...
—¿Y para qué me trajiste, si no voy a hacer nada?
—¿Uh? Yo no te traje. Me convenciste de venir y eso es todo... Realmente no esperaba que hicieras gran cosa, así que puedes volver de donde sea que hayas venido y dar por terminada tu misión conmigo.
Mason soltó un largo y dramático suspiro, apoyando su barbilla sobre el dorso de su mano y rodando los ojos.
—De verdad no confías en mí —dijo, como si aquello fuese la revelación del año—. Vamos, ¿en serio piensas que voy a traicionarte y lanzarte a los cocodrilos?
—Sí, la verdad es que pienso exactamente eso. No confío en ti, y tengo motivos de sobra para no hacerlo; eres un ladrón y solo estás aquí porque te convencí que tendrías una gran recompensa si venías...
—A propósito, ¿cuándo llegará esa supuesta riqueza que mencionabas?
Phil le miró con fastidio. Mason sonrió de oreja a oreja.
—Vamos, solo bromeo —dijo, tirándole del brazo y torciendo sus labios en una mueca—. En serio, puedo ser de ayuda... Déjamelo a mí, ¿de acuerdo? Mira. Cuando tu amigo el soldadito 2 y el "ladrón infeliz" lleguen a la plaza, haré una gran distracción así al estilo grande... y entonces podrás llevarte a Infeliz y nadie se dará cuenta, ¿eh? ¿Qué te parece?
—Un plan mediocre y básico, la verdad.
—Bueno, pues a veces no necesitas un plan muy complicado; mientras la ejecución sea funcional, nada más importa.
Incluso cuando Phil sabía que tenía razón en eso, se rehusó a decirlo en voz alta y se encogió de hombros.
—Si consigues hacerlo bien, puede que cambie un poco mi opinión acerca de ti —murmuró con las cejas arqueadas.
—Oh, sí, lo que más quiero en el mundo es tu aprobación... ¡no tienes idea de cuánto la necesito! Por favor, ¡damela!
Phil cumplió su palabra y lo empujó fuera del tejado.
Sabía que Mason no se haría daño (no, en realidad no lo sabía, pero poco le importaba). Aunque al final sirvió para sus propósitos, puesto que pudo deshacerse de él y el plan se puso en marcha.
Acabó bajando del tejado sin complicaciones al darse cuenta que necesitaba estar cerca para poder entrar en acción cuando fuese necesario. Con el mayor sigilo y calma posible, Phil contuvo la respiración y se colocó detrás de una pila de cajas y junto a un montón de carruajes. La plaza central del pueblo era pequeña y redonda, con una glorieta que tenía cinco accesos diferentes y rodeada de casas lujosas y grandes; entre ellas yacía el ayuntamiento. Apretó los labios en una fina línea recta y tensó los hombros, observando que Mason se paseaba por la plaza de forma vaga y mirando hacia el cielo. Había más personas a su alrededor, aunque ninguna le prestaba particular atención y tenían su atención fija en sus asuntos.
Entonces Phil avistó al Sr. Hardar emerger de una de las casas contiguas al ayuntamiento; era una pequeña cárcel en donde retenían a los criminales antes de ser enjuiciados. Tragó saliva y maldijo entre dientes. En serio odiaba estar en esa situación.
Y ante todo odiaba que su sentido de justicia no le permitiera pasar por alto lo que ocurría. Creía en los castigos a los criminales... pero, ¿cortarles las manos? Eso ya era excesivo.
Otra cosa que odiaba es que Mason hubiera estado presente para darse cuenta de eso.
Se mordió el labio inferior y observó cómo el Sr. Hardar llevaba al chico de antes agarrado del pescuezo, que se veía angustiado y tenía los ojos hinchados y rojos. Sintió una pizca de culpa y se removió en su lugar, viéndolos caminar hacia el centro de la plaza, en donde yacía la tan conocida horca y un sitio dedicado a los castigos públicos. Phil también había odiado siempre todo en lo que a eso se refería; ciertamente no le veía necesidad a todo eso... le parecía sangriento y estúpido. A su parecer, había muchísimas otras formas de prevenir que más personas siguieran los pasos de los ladrones y asesinos.
Y, en lo que a él concernía, solo era una excusa para que los altos mandos pudieran desquitarse con los que lo "merecían".
Suspiró.
Entonces, comenzó la distracción de Mason.
Phil al principio no estaba seguro de lo que sucedía, arrugó la frente y vio con detenimiento cómo Mason parecía estar hablando con un par de personas a las que se acercó. De pronto comenzó a hacer movimientos extraños.
Y se dio cuenta que todas las otras personas se daban cuenta de su presencia, y comenzaban a murmurar.
—Tiene los ojos de color rojo...
—¿Será una broma...?
—Escuché acerca de ellos...
—Los semidemonios...
Y entonces Mason hizo un gran teatro de repente lanzándose contra un hombre, gritando como si alguien le hubiese quemado la piel y tirándose al suelo.
—¡Me estoy convirtiendo en un demonio! —exclamó. Su voz resonó en toda la plaza y volvió a gritar—: ¡Sálvese quien pueda!
Phil bufó. ¿Quién iba a creerse aquella tonta actuación? Sin embargo, contra todo pronóstico, cayó en la cuenta que las personas estaban retrocediendo. De pronto un niño comenzó a llorar y Mason gritó de nuevo, contorsionándose sobre el suelo y arquéandose como si algún espíritu se le hubiera metido dentro. Por si fuese poco, un trueno se escuchó a la distancia.
Y a partir de ahí, el caos se desató.
Las personas se largaron de ahí al acto y gritaron entre sí, huyendo lejos de Mason. El Sr. Hardar, lejos de entender la situación, tuvo el primer instinto de tratar de calmar a las personas.
—¡Que no cunda el pánico...!
Phil tuvo la decencia de acercarse por detrás de ellos y jalar del brazo al joven ladrón, puesto que ni aun con todo el desastre él parecía darse cuenta que era su oportunidad de huir.
—¿Qué? —El muchacho se le quedó viendo sin entender. Estaba maniatado y se veía como un pobre perro que había sido dejado afuera durante una noche de tormenta.
Chasqueando la lengua, Phil le golpeó en la nuca.
—Vete de aquí, idiota —le soltó, haciéndole correr junto a él y mirando por encima de su hombro para asegurarse que el Sr. Hardar todavía no se daba cuenta de la ausencia del chico.
Así corrieron varias cuadras por lo que pareció ser un largo rato. O así fue hasta que Phil se hartó e hizo que ambos se metieran a un callejón tan silencioso como un cementerio.
—Deja de robar —gruñó Phil una vez que el muchacho y él pudieron hablarse tras recuperar el aliento—. Consigue un trabajo honrado y deja esta vida atrás... Por lo que más quieras, ¿en serio quieres pasar toda tu existencia con el miedo a que te atrapen? Eso es lamentable y horrible.
El chico parpadeó y no dijo nada de inmediato. Sus mejillas estaban ruborizadas por la larga y exhaustiva carrera y su respiración era irregular. Phil rodó los ojos y se encargó de cortarle la soga que le rodeaba las manos con una pequeña daga que sacó de su cinturón multiusos.
—E-está bien —tartamudeó finalmente el muchacho, viendo hacia el suelo y apretando sus labios en una fina línea recta—. Aunque yo no... yo no quería hacer esto. En serio —insistía como si en serio quisiese que Phil creyera sus palabras.
Y como parecía a punto de ponerse a llorar de nuevo, Phil soltó:
—Lo que sea. Solo no vuelvas a esto. Mira, ten. —Le tendió la daga que había usado para quitarle la soga—. Vende esto... no vale demasiado, pero sí para conseguirte un pasaje lejos de aquí. Úsalo para empezar de cero en otro pueblo y consigue trabajo.
El muchacho tomó la daga y asintió varias veces.
—G-gracias.
—Sí, sí... ahora vete antes de que cambie de opinión.
—En serio. Gracias...
—¡Que sí! Ya vete.
Una vez que el callejón volvió a quedarse en silencio, Phil hundió los hombros y se crujió los nudillos.
—Vaya, quién iba a pensar que tenías un corazón de pollo después de todo.
Phil maldijo entre dientes y sintió un escalofrío ante la abrupta voz de Mason.
—¿Cómo es que sigues logrando encontrarme? —espetó con enfado, girándose violentamente en su dirección. Los ojos de Mason, cuando ya la luz del mediodía les iluminaba, se veían de un rojo más intenso.
—Hum, digamos que tienes un olor peculiar.
Una sonrisa incrédula asomó a los labios de Phil.
—Bromeas, ¿verdad? —contestó, pasando una mano por su cabello y viendo hacia arriba—. Ya decía yo que eso de ser semidemonio no era solo por ponerte nombre...
Mason arrugó las cejas.
—No soy un semidemonio —se enfadó—, y obviamente estaba bromeando, tarado. Lo que pasa es que no eres nada discreto y corres como un búfalo torpe. Te encontré porque cuando logré zafarme de ese estúpido guardia tu cabezota y su ego se veían a kilómetros de distancia.
—Creo que estás confundiendo mi ego con el tuyo —musitó Phil, cruzándose de brazos —. Da igual. Preferiría vivir sin tener que volver a verte haciendo otro teatro como el de antes, así que digamos que esto nunca ocurrió y, sobre todo, no volverá a suceder.
—Pensaba que odiabas a todos los ladrones —soltó Mason, cambiando el tema de forma abrupta—, pero incluso así, le diste esa daga a Infeliz.
Phil sonrió.
—Oh, ya vi la confusión —dijo—, creíste que odiaba a todos los ladrones por igual... pero no, la manera en que te odio solo es contigo, descuida. Y no es precisamente por robar, sino por tu nivel absurdo de cinismo al respecto. Con ese chico era diferente; se veía asustado y sé distinguir a la gente que puede cambiar de la que no.
—¿Estás diciendo que yo no puedo cambiar?
—No lo estoy diciendo; lo estoy afirmando. Créeme. La gente como tú vive toda su vida de la misma manera hasta que se muere.
Mason arrugó la frente, y entonces Phil comenzó a girarse sobre sus talones y caminar en dirección opuesta a donde se hallaba.
—¡Bien, porque tú tampoco me agradas! —exclamó, alzando la voz para hacerse oír por la distancia que Phil estaba poniendo entre ellos—, ¡de hecho, me enfermas! ¡Si por mí fuera, nunca volveríamos a vernos!
Phil solo soltó una carcajada en respuesta y siguió avanzando.
Hubo un momento en que por fin dejó de oír la voz de Mason y se alivió. A veces subestimaba lo valioso que podía ser el silencio.
Además, ya no se sentía culpable. Y esperaba con sinceridad que el muchacho (cuyo nombre ni siquiera conocía) en serio volviera al camino correcto.
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